Siete pecados

Resumen.

Cuando uno compara la amenaza que surge de las armas nucleares con los efectos que ejercen sobre la humanidad los siete pecados capitales, es imposible dejar de ver que, entre los ocho, éste es el que más fácilmente se puede evitar.

Frase de Konrad Lorenz

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Capítulo 1 Pereza.

Viktor deslizo sus blancas y largas piernas fuera de las sabanas de la cama, registrando de inmediato el cambio de temperatura que las puntas de sus pies sintieron.

Soltó un leve quejido y se encogió sobre sí mismo, ocultándose de la inclemencia. Miro de reojo el reloj sobre la mesita junto a su cama que descaradamente marcaba las ocho de la mañana. Gruño en disgusto y sin pensarlo detenidamente simplemente dijo:

―Yuuri… ¿puedes preparar el desayuno?

No hubo respuesta, sin embargo, el cuerpo a su lado se movió lo suficiente para sentir el cambio de presión en el mullido colchón. Viktor sonrió satisfecho, cerró los ojos y sin notarlo se quedó dormido de nuevo.

Cuando volvió a abrir los ojos el sol estaba a mitad de la bóveda celeste. Se restregó los ojos con pereza y cual minino mimado estiro sus músculos. Sonrió campante, no había nada mejor en la vida que levantarse tarde los días de descanso.

―Makkachin ―llamo a su fiel amigo sin obtener respuesta.

Y solo hasta que pasaron algunos segundos sus neuronas parecieron hacer sinapsis para recordarle que ya no vivía solo y que seguramente el otro inquilino de la casa saco a pasear al sabueso, y eso solo quería decir que hoy no tendría que salir de su delicioso lecho.

Aún más feliz si es que es posible, se calzo la bata varios minutos después para dirigirse a paso exageramente lento a la cocina, en donde un suculento desayuno le dio la bienvenida.

Se sentía como un príncipe con todos aquellos detalles.

Solo sería por esta vez, lo que es más, pensaba compensarse la molestia a Yuuri porque no estaba dentro de sus planes abusar de él.

A eso de la una del día el japonés atravesó la puerta cargando una considerable cantidad de bolsas con las que hacía malabares mientas intentaba no dejarse derribar por un entusiasmado Makkachin que tiraba de él.

―¡Oh! Yuuri… no debiste molestarte, pudimos salir a comer fuera ―menciono Viktor sin levantarse del sofá en donde cómodamente se encontraba mirando una película.

Yuuri lo miro sin darle mayor importancia y procedió a meter las compras. Mientras lo hacia una pregunta le llego a los odios.

―Y ¿qué comeremos?

Yuuri elevo las cejas asombrado, pensó que Viktor le preguntaría si había tenido problemas en el centro comercial, o si fue muy difícil manejar los rublos. Sabía que el ruso era despistado por naturaleza, pero esto… como que era demasiado.

―Voy a preparar pescado… aunque aún no decido como…

―¡Amazing! ―exclamo el ruso y eso fue todo.

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Había dicho que solo sería el fin de semana anterior, pero… cuando despertó de manera parcial y su piel se erizo de forma agradable al sentir el roce de la tela y el tibio calor que le envolvía, pensó que no sería tan malo quedarse un rato más.

Esta vez no le solicito nada a Yuuri y sin embargo no pudo evitar sonreír cuando el colchón perdió su peso. Yuuri no lo molestaría. No lo obligaría a levantarse para hacer todas aquellas tareas tediosas que se tornaban aún más molestas por el clima.

Toda su vida había vivido en Rusia, así que en realidad la temperatura solo era una excusa mal avenida para justificar su deseo de flojear durante su día de descanso. Y porque negarlo, se creía con un poco más de derecho a ese descanso por que durante la semana hacia un doble esfuerzo.

No se lo recriminaría a Yuuri, al fin y al cabo, fue su decisión y no se arrepentía, pero… en días como hoy cuando la cama parecía ser una amante celosa que se negaba a soltarlo de sus brazos él se dejaba seducir sin dar pelea, renunciaba a su fuerza para doblegarse ante uno de los más atávicos pecados del hombre. La pereza.

Solo unos minutos más, solo una hora más… solo un rato más….

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Se estaba volviendo rutina.

Pasaron, si es que Viktor llevaba bien la cuenta, unos cinco o seis fines de semana, cuando Viktor comenzó a sentir una pequeña espinita en su conciencia llamada culpa.

Una que rápidamente fue olvidada cuando se ofreció a acompañar a Yuuri por las compras y este le aseguro que no era necesario pues le gustaba hacer las cosas a su ritmo. Que se quedara a descansar.

Debió haber notado que algo estaba mal, porque que el tiempo que el japonés pasaba fuera se iba incrementando de a poco, pero en su flojera simplemente hizo a un lado la culpa de dejarle el mandado al japonés y sonrío satisfecho al creer en sus palabras.

Dos descansos más se sucedieron y apenas si fueron los suficientes para darse cuenta de una cosa insignificante a su parecer, pero de gran importancia para los demás.

―Yo nunca le enseñe donde estaba el centro comercial… ―dijo Viktor en un susurro como si acabara de hacer un descubrimiento trascendental. Aunque como suele ocurrir con este tipo de eventos, al principio parecen simples cuando en realidad conllevan una larga lista de preguntas adjuntas para logar desentrañar el misterio por completo.

Y eso, señoras y señores, es un hecho que Viktor en su mundo feliz y despistada personalidad dejo de lado, que no noto sino hasta que una tarde encontró a Yuuri haciendo cuentas simples con monedas nacionales.

―Veo que te ha costado poco acoplarte a nuestra moneda ―elogio Viktor con sinceridad y grabo.

―He tenido algunos problemas, pero recibí una excelente ayuda, buenos consejo y ya vez… ya casi no necesito asesoramiento.

Viktor sopeso las palabras del japonés hasta caer en cuenta de que ALGUIEN que no era ÉL, había estado dándole clases sobre economía doméstica y quizás otras cosas más durante esas mañanas en las que él, Viktor Nikiforv estuvo… durmiendo.

Continuara…