¡Hola, hola!

Bueno, esto es un compendio de varias historias sueltas (o tal vez no tan sueltas) sobre la relación de hermandad entre Tony Stark y Bruce Banner. Puede contemplarse dentro del universo de "De los Hermanos Mayores y los Hermanos Menores", porque de hecho de eso se trata. Y creo que tal vez sí sería conveniente leer primero esa historia, para entender mejor estos trabajos. Sin embargo esto no es como tal la segunda parte de aquella (si no la he traducido es porque la autora la ha dejado en hiatus tristemente, cuando ella la termine, entonces la traduciré). Pero estas historias son igual de lindas y llenas de pelusa y llenas de Bruce y Tony como hermanitos, de sus relaciones con Pepper y Natasha.

Ahora sí:

Traducción de los fics de Umbreakable92.

Renuncia: Todos los personajes pertenecen a Marvel Studios, Stan Lee y demás empresas y/o personas que se forran con ellos. Las historias pertenecen a Umbreakable92 (pueden buscarla así en AO3), y a mí la traducción y adaptación al español de las mismas.

Espero que les gusten y las disfruten tanto como yo.

Comenzamos con este relato sobre Tony conociendo a Bruce mucho tiempo antes de su encuentro siendo Vengadores. ¡Prepárense a soltar todos sus "Awwwww´s" y denle la bienvenida a tía Peggy! :3


Te veré otra vez

Ni Tony ni Bruce recuerdan que se conocieron mucho tiempo antes de que Los Vengadores fueran llamados al Helicarrier para acabar con Loki. O que se llevaron muy bien desde la primera vez en aquél tiempo como cuando lo hicieron la segunda, sintiendo esa conexión como hermanos perdidos desde siempre.

OoooO

Peggy no pudo detener su brillante sonrisa cuando el pequeño niño de pelo oscuro, abriendo y cerrando esos ojos marrones con descaro, dejó de jugar con sus coches de carreras en la hierba para verla de pie la orilla de la acera que corría por Central Park.

—¡Tía!— gritó poniéndose de pie y corriendo hacia ella, los cordones sueltos no le causaban ningún obstáculo.

Ella río, se puso de rodillas sin preocuparse de su ropa impoluta y abrió los brazos al saber lo que vendría. Ya había sucedió hoy cinco veces.

Como era de esperar, el niño de cuatro años se lanzó a sus brazos y si no hubiera estado preparada para ello, se habría golpeado en el suelo. A pesar de que era pequeño, el niño podía ser un infierno en seguir corriendo.

—Cualquiera pensaría que no me has visto en meses, Tony— rió ella, dándole un beso en su desgreñado pelo salvaje que era la pena de Jarvis.

Él se acurrucó en sus brazos, tan pequeño para un niño de su edad, pero para ella era perfecto.

—No lo he hecho, tía.

No añadió el "Duh" que ella sabía se moría por añadir, pero Jarvis le había regañado lo suficiente como para no hacerlo.

—Bueno, no me quejo— respondió fácilmente recogiéndolo en sus brazos y acomodándolo en su cadera.

¿Cómo iba a hacerlo? No había nada que le se pareciera a ser el centro del mundo de un niño, y mucho menos de uno tan especial como Tony. Hasta ahora, en este paseo, cuando el niño se distraía por algo, ya fuera viendo las ardillas, jugando con sus coches o simplemente perdido en su propio mundo, cada vez que dirigía su atención a ella, ese era el saludo que hacía.

Peggy presionó otro beso en esa cabecita y recogió los juguetes abandonados en el suelo cuando corrió hacía ella. A diferencia de siempre, donde él se retorcía de inmediato para bajar, se quedó donde estaba, contento y apoyando la cabeza en su hombro.

—Aquí tienes, cariño— murmuró en voz baja, colocando los dos pequeños coches de Hot Wheels en su mano, uno rojo y otro verde—. ¿Quieres ir a la zona de juegos antes de regresar a casa?

Tony se encogió agradablemente, con la carita tan grave estudiando sus coches, como si examinara que eran los correctos. Sus pómulos altos destacaron la sonrisa que iluminó su rostro cuando ella juguetonamente lo salpicó de besos. Era demasiado adorable cuando se ponía serio, lo que sucedía con bastante frecuencia cuando estaba profundamente concentrado.

—¡Tía Peggy!— rió él, levantando las manos para intentar protegerse a sí mismo, los brillantes ojos marrones mirándola a escondidas entre el hueco de sus dedos.

—¿Tía Peggy qué, Nene?— bromeó ella, alcanzándolo hasta hacerle cosquillas en el hueco del cuello.

Él gritó, intentando enterrarse en sus brazos.

—¡Tía Peggy, detente!— su voz sonaba amortiguada entre sus risas.

Ella se rió y le dio otro beso amoroso en la coronilla.

—Está bien, cariño, tía Peggy se detiene.

—Bien— dijo él con satisfacción, relajado de nuevo, sus ojos se movieron rápido al observar la actividad en todo el parque.

Ella sacudió la cabeza divertida. Tony era único en su clase, capaz de encajar en cualquier rol, argumentar un punto mejor que cualquier niño que ella hubiera conocido y hacer que los adultos se rieran a carcajadas cuando decidía ser totalmente encantador. No podía esperar a ver lo que sería cuando creciera. Con esa personalidad era ya un absoluto ganador para ella.

Extendió sus coches hacia ella.

—¿Los sostienes?

—¿Los sostienes qué?

Ella sabía que hubo un suspiro en algún lugar de sus palabras cuando respondió.

—¿Los sostienes, por favor?

Peggy levantó una ceja, a lo que él simplemente le dio su sonrisa más encantadora. No podía resistirse a eso y tomó los coches girando los ojos dramáticamente, deslizándolos en el bolsillo de su abrigo.

—Nene descarado— le regañó en broma, rebotándolo en sus brazos.

El sonrió con los dientes en respuesta, lo que la hizo reír con diversión.

Un gran ganador, absolutamente.

Tony pateó sus piernas feliz, la sonrisa convirtiéndose en presumida, lo que era un poco demasiado lindo de lo que debería de ser en un niño de cuatro años, muy orgulloso de sí mismo por hacerla reír. Se animó en sus brazos, con los brillantes ojos como dardos a todas partes estudiando a todo el mundo que se movía más allá de ellos.

Ella dio un zumbido contenido, dándole ausentes palmaditas en la espalda mientras caminaba por el parque. Esto era real de una manera que extrañaba mucho cuando estaba ausente. La calidez de Tony en sus brazos, tan pequeño pero tan fuerte, un poco de esa fuerza vital con la que simplemente podía afirmarse. Tony Stark era como una luz que apenas brillaba continuamente y era tan bulliciosa. Echaba de menos esa calidez resplandeciente en su vida cuando estaba ausente. Su espíritu sólo se oscurecía más y más cuando no estaba, pero al instante en que él estaba en sus brazos, todo se drenaba, las sombras cediendo a la luz.

Incapaz de evitarlo, Peggy le apretó con fuerza, rozando un beso en su sien, simplemente aspirando ese aroma que era tan de Tony. Era abrumador a veces que este pequeño ser la quería y confiaba en ella para cuidar de él, para protegerlo. Las emociones eran tantas a veces y su corazón se desbordaba con ellas, haciéndole sentir ganas de llorar de pura alegría. Era una sensación irreal.

—Oye, tía Peggy…

Dios, amaba esas palabras. Nunca dejaban de traer una genuina sonrisa a su rostro cada vez que oía la pequeña voz distintiva decirlas, no importaba cuánto de horrible hubiera sido su día.

—¿Sí, amor?

Peggy amaba hundirse en el aquí y el ahora con la pequeña luz seguro en sus brazos.

Las piernitas dieron una patada más y ella tuvo que sonreír por eso. Era un signo revelador de que Tony estaba a punto de lanzarse a una especie de charla interminable sobre algo, no importaba lo que su tono indicara. El pequeño amor adoraba moverse cuando hablaba o simplemente preparándose para ello.

—¿Sabes cómo funciona la electricidad?

Ella sonrió mirando al cielo. Efectivamente, había una cometa volando encima de ellos. La confianza de Tony no era como la de cualquier otro niño, que pedía o se quejaba de volar una cometa, sino que, al instante pensaba en la importancia científica detrás del objeto.

—Un poco, Nene. Sé que se trata de corrientes conductoras.

—Pero, ¿sabes cómo?— persistió, las piernas pateando un poco más.

Ocultando una sonrisa, ella echó un vistazos a su expresión esperanzada, sólo un poco en el lado tímido mirándose desde su perspectiva. Poniendo un tono de curiosidad, exclamó:

—No puedo decir que sé eso, amor. ¿Crees que me lo podrías explicar?

Las piernitas inmediatamente se movieron alto cuando una sonrisa iluminó ese rostro tanto que la piel alrededor de sus ojos se arrugó. Se rebotó en sus brazos, pero sólo esperaba para ver si ella lo mantenía firme.

—¡Sí puedo, tía!

Esas eran probablemente las últimas palabras que Peggy entendió completamente, porque él se lanzó a darle probablemente la lección más profunda que jamás había tenido sobre la electricidad, las manitas golpeando ligeramente en un patrón sobre su hombro para ir con el ritmo de su voz. Ella asintió con la cabeza a lo largo de la explicación, amando la canción que él creaba a partir de sus palabras, haciendo ruidos interesados cuando esa vocecita se elevaba con entusiasmo. Ella se negó a entrar en la apatía en la que Howard entraba a menudo cuando Tony le trataba de explicar con entusiasmo un nuevo descubrimiento para él. Se aseguró de escuchar cada palabra, a pesar de los cuatro años, eran a menudo fuera de su rango de entendimiento, y le comentaba que a veces no lo entendía, pero sonaba maravilloso de todos modos.

Tony le daría la sonrisa más brillante en recompensa por sus palabras, rebotando de nuevo antes de continuar, la cadencia de su voz subía y bajaba como si estuviera diciendo la historia más emocionante del mundo, no sólo explicando las reglas básicas de la conducción eléctrica.

—¿No eres un Nene inteligente?— exclamó ella cuando finalmente Tony terminó, respirando un poco más pesado por lo mucho que había estado moviéndose cuando hablaba.

Su pequeño pecho se hinchó con orgullo.

—Jarvis también lo dice. Dice que soy un genio—. Escondió al sonreír su falta de vergüenza, algo que a ella le encantaba. ¿Por qué ser tímido sobre lo que era?

—Bueno, no todos los niños de cuatro años podrían hacer una placa de circuito, ¿verdad?— dijo ella rebotándolo de nuevo, provocando que el niño riera, pero en Tony era diferente, mucho más ronco que en la mayoría.

Peggy se sorprendió un poco cuando Tony no respondió. A Tony le encantaba hablar de sus invenciones más que nada, pero pronto se dio cuenta de que la atención del niño había sido capturada por otra cosa, si su intensa mirada significaba algo. A menudo sucedía. Tony podría estar en medio de un juego o hablando, pero si algo o alguien llamaba su atención descarrilaba totalmente sus pensamientos e iría por otra tangente.

Antes de que Peggy pudiera comprobar qué era lo que había capturado la atención del niño, éste empezó a retorcerse para salir de sus brazos. Ella accedió, inclinándose para colocarlo en el suelo, pero mantuvo una mano firme en su manga para que no corriera. Tony a veces era demasiado temerario y no pensaba en lo que hacía, sino que sólo lo hacía.

Lo bueno es que lo hacía tan pronto como pensaba que estaba libre de sus pasos, y comenzó a correr, pero se encontró detenido por la manga de su chaqueta. Tiró de ella, sin distraerse ya que nunca apartó la mirada a lo que estuviera poniendo atención.

Peggy levantó una ceja divertida. Por lo general, obtendría un ceño fruncido y luego la sostendría, pero él se mostraba realmente preocupado.

—¿Qué es, amor?

—¡Mira, tía!— exclamó el niño, con un dedo delgado apuntando a un vendedor establecido por un sendero que se desviaba del que estaban.

Ella siguió su indicación y contuvo un suspiro. Por supuesto que iba a correr hacía un carrito de helados. Era como si pueda olerlos a kilómetros. Echó un vistazo a su reloj, y contuvo la mueca que estaba a punto de hacer.

—Cariño, son las cinco y cuarto. Vamos a cenar a las seis. Me temo que tendremos que saltarlo hoy.

Tony la miró en estado de shock absoluto, con los ojos enormes y quizás un poco llorosos.

—Pero… ¡Pero he sido bueno!

Peggy se mordió los labios, dispuesta a no ceder ante esa expresión a pesar de que todo en ella le gritaba permitírselo. Si fuera por ella, probablemente se lo daría, pero Jarvis había especificado que el niño no comiera nada después de las cinco. Y mientras Jarvis dejaría a un lado la mayoría de temas, Tony no era uno de ellos. El niño era el único tema en el que Jarvis lucharía con uñas y dientes, preocupándose por su bienestar en todos los aspectos, en especial en la alimentación saludable y no dejaría que se perdiera sus comidas por comida chatarra.

Ella realmente no quería enredarse con el mayordomo sobre su cuidado cuando volvieran a casa. Por la mayoría de las cosas lo haría, pero no por Tony. Jarvis le ganaría con Tony; el maldito hombre siempre lo hacía.

Tomando una respiración profunda para fortalecerse a sí misma en contra de la expresión desgarradora, Peggy intentó sonar firme.

—Lo sé, Nene, pero hay que cenar primero. Tal vez después si lo mereces.

Toda la cara de Tony decayó y ella intentó muy duro no dejar que la presión de su pecho incrementara, pero no lo estaba logrando. Los castaños ojos miraron desde el puesto hasta ella una y otra vez, rápido y evaluador.

Peggy realmente intentó no sonreír al darse cuenta de que él estaba calculando su próxima jugada, pero no pudo, sus labios se expandieron con cariño. A diferencia de la mayoría de los niños que hacían rabietas sólo por hacerlas, Tony parecía pensar en si era un acierto o no.

Este niño. Iba a ser su muerte, seguro.

Si Maria hubiera estado con él, se habría arrojado al suelo a toda regla, en histérica rabieta y las piernas pateando. María probablemente no se habría negado en primer lugar, pero definitivamente no lo haría una segunda vez, sin querer hacer una escena y sólo le compraría el helado hasta que pudiera decírselo a Jarvis. Tony no era un genio sólo en electrónica. La pequeña peste podía leer a la gente con eficacia y nunca dejaba de usar esa estrategia. Era muy inteligente y ella realmente tenía que admirar eso.

Ahora, mientras Tony la miraba, supo que con una rabieta no se saldría con la suya. Peggy tendía a ceder a menudo, pero no recompensaba el comportamiento grosero. Sin embargo, él hizo un puchero tan espectacular y fue incapaz de resistirse a dar un tirón a su manga.

—Voy a comer mi cena después, tía, lo juro— intentó con la voz temblorosa.

Así calculaba cuándo hacer berrinches. A veces, un niño simplemente tenía que ser un niño.

Sacudiendo la cabeza divertida, ella se puso de pie y le acarició la carita.

—Lo siento, amor, pero no— le tiró suavemente de la mano, con la esperanza de distraerlo de otro drama—. ¡Vamos, pensé que íbamos a la zona de juegos!

Tony tropezó penosamente tras de ella, haciendo esa cosa donde sus piernas se volvían débiles y casi permitía caerse una y otra vez.

—¡Tía!— gimió, con las lágrimas al borde de sus ojos.

Pobrecito, seguramente también estaba un poco cansado. No era frecuente que actuara tanto con ella, sobre todo cuando no se habían visto durante mucho tiempo. Pero Peggy dudaba que hubiera dormido bien, demasiado emocionado ante la perspectiva de ir al parque con su tía favorita al día siguiente, como ella había prometido.

Pero Peggy se mantuvo firme y simplemente aminoró el paso, a pesar de que sólo quería regresar e ir con el vendedor de helados y comprarle uno a Tony. Su sobrino realmente sabía cómo ablandarla. No muchas personas podían realmente. No desde un soldado de ojos azules claros que lo logró bastante bien alguna vez.

Miró hacía abajo y se arrepintió cuando su corazón dio una fuerte punzada. Realmente debería haber sabido que no debía mirar esos ojos brillantes de lágrimas mirándola suplicantes.

Respiró profundamente e intentó con otra distracción.

—Oh, hasta estás todo tembloroso, Tony— bromeó suavemente. Tony siempre estaba listo para las bromas, a veces teniendo que explicarle que era incorrecto decir algunas cosas—. ¿Tenemos que ir al doctor?

En lugar de lo que normalmente habría hecho, mirarla con impaciencia y decirle que no tenían que ir a ver a un doctor tonto, Tony negó con la cabeza sin poder hacer nada, logrando que sus mechones cayeran de nuevo en su carita y se adhirieran a sus húmedas mejillas. Los lamentos crecieron en volumen a medida que perdió todas las palabras, simplemente llorando.

En realidad, era como si el niño hubiera perfeccionado su manera de romperle el corazón.

Peggy tuvo que fundirse un poco con eso.

—Oh, Nene, ¡Tía está bromeando!— le dijo tratando de que su voz fuera ligera y juguetona al detenerse para tomarlo en sus brazos.

Tony se acurrucó en ella, descansando su barbilla en su hombro mientras su espalda se sacudía con el llanto. Ella le palmeó suavemente para que se tranquilizara con el tacto. Al menos el labio inferior no estaba temblando. Esa era señal de que Tony había tenido realmente suficiente y ya no estaba jugando, sino que realmente estaba molesto.

—¿Tía?— susurró, la pequeña voz sonando tan triste ahora que estaba llena de lágrimas— ¿Por favor?— lo intentó una vez más.

Con otro respiro profundo y aunque su corazón se rompió un poquito más, Peggy cerró los ojos por un breve momento y sintió que su blusa se humedecía un poco.

En serio, ¿cómo Jarvis podía negarle algo día tras día? Ella pensaba que era fuerte. Señor, había entrenado a algunos de los más obstinados hombres, los había puesto en su lugar sin pestañear y ahora estaba allí, vacilante ante el pequeño ser en sus brazos.

—Oh, Nene, no es tan malo— dijo intentando sonar alegre otra vez. Tony tendía a recoger el ánimo ajeno y responder a él mejor que nada. Si la gente a su alrededor era feliz, a menudo iba con ello, no podía evitar quedar atrapado en el momento—. Mira, vas a tener un tiempo maravilloso en el patio de recreo, entonces iremos a casa y Jarvis va a tener la más deliciosa cena para ti—. Tony hipó en respuesta, pero había dejado de llorar—. Todo está bien, cariño— le rebotó mientras caminaba hasta que el niño sólo sorbía—. ¿Dónde está mi luz brillante, eh? ¿A dónde se fue?

Si Tony hubiera estado sereno en ese momento, probablemente hubiese contestado "Volverá si tiene helado".

En el departamento del sarcasmo, Tony podía estar a la altura de los mejores, a pesar de tener sólo cuatro. Era algo que hacía que ella y Jarvis le miraran simultáneamente con desaprobación mientras él escondía su sonrisa detrás de sus manos porque a veces solamente quería exasperarlos.

Finalmente llegaron a la zona de juegos, Tony estaba bastante flojo en sus brazos, pero por la manera en que sus pequeños dedos agarraban su abrigo, Peggy supo que seguía despierto.

—Está bien, amor. Aquí estamos— anunció alegremente, sentándose en un banco vacío que estaba justo en medio de la zona de juegos, en los que sólo había unos diez niños más.

Tony no hizo ningún movimiento para salir de su agarre y ella se percató de que estaba de mal humor por completo por la manera en que se desplomó contra ella.

Sin embargo ella lo rebotó con su rodilla.

—¿No vas a jugar? Hay otros niños con los que podrías divertirte.

Tony le lanzó una mirada a medias por encima de su hombro antes de mirar sus manos que ahora empuñaban el cuello del abrigo de su tía.

—Son demasiado estúpidos para jugar— se quejó.

Ella bajó la cabeza mientras bajaba una ceja y en sus labios se formó una mueca severa y firme. Tony intentó hundirse para evitar esa mirada de regaño, pero ella le cogió de la barbilla con su dedo índice, lo que lo obligó a mirarla.

—Tony, ¿qué hemos dicho antes sobre los insultos? El hecho de que tú seas un niño muy inteligente y con muchas cosas no te da derecho a ser grosero con los otros niños por no saber lo que tú haces.

Tony se mostró apropiadamente avergonzado, pero la racha obstinada lo tenía haciendo un puchero cruzándose de brazos.

—Pero Jarvis siempre dice que diga la verdad. ¿Por qué es malo cuando digo la verdad? Soy más listo que ellos.

Eso era… una frustrante lógica para un niño de cuatro años. La pequeña cosa apestosa sabía muy bien cómo torcer ciertas cosas, a menudo enviándola a un bucle que ella no conocía y para el que no estaba preparada.

—Jarvis también dice que no debes de ser grosero— respondió con firmeza, acentuando el gesto de regaño, lo que provocó que Tony se retorciera bajo esa mirada—. Tú debes ayudar a las personas que no entienden las cosas. Nunca debes burlarte de ellas.

Peggy sabía por qué esa actitud se había desarrollado y a decir verdad, simpatizaba con eso, pero Tony no podía seguir tratando a todos lo niños como los matones que conocía. Necesitaba ser capaz de distinguir la diferencia y no atacar al azar.

Con los hombros caídos y sabiendo que había ganado esta ronda, Peggy le dio una palmadita en la espalda. No era como siempre se mostraba con Tony. Realmente el niño era demasiado inteligente para su propio bien.

Pero ella no iba a dejarlo pasar tan fácilmente.

—¿Qué se dice, Anthony?

Tony se encogió ante su nombre completo, sorbió mientras murmuraba:

—Lo siento.

Ella ocultó una sonrisa ante la renuncia y le dio un beso en la frente, luego lo recogió y lo colocó en el suelo.

—Buen chico, amor. Ahora ve a jugar.

Tony no estaba muy bien con eso, así que se tiró al suelo sobre sus piernas.

—No quiero jugar— sollozó otra vez.

Peggy juró que uno de estos días su cabeza explotaría. En serio, Tony tenía una raya obstinada que superaba a Steve Rogers, el hombre que pasó por tantos problemas para ir a la guerra, el hombre que estuvo a punto de morir por enfermedades y que rompió tantas reglas para poder continuar.

En lugar de regañar a Tony, porque Peggy se dio cuenta de que realmente lo que tenía era cansancio, simplemente sacó los dos coches de carreras de su bolsillo y lo puso junto al niño en el suelo.

—Muy bien. Pero si cambias de opinión, ahí están tus juguetes.

El irritable niño hizo un ruido de mal humor indeterminable y empujó uno de los coches, que se deslizó a sólo unos centímetros de él.

Sonriendo con divertida petulancia, Peggy se acomodó en el banco, sacó una novela de su bolso y fingió leer aunque miraba al niño a sus pies.

Tony se quedó de mal humor durante unos minutos antes de que su necesidad de jugar ganara y comenzó a empujar al coche rojo, su favorito, un empujón alrededor del cemento. Pronto sus ojos se iluminaron y agarró su otro coche, el juego le entusiasmó y su rabieta fue olvidada por completo a pesar de que parpadeó soñoliento un par de veces.

Esta vez, la sonrisa de Peggy fue suave y amorosa. Hubiera querido inclinarse y darle otro beso, pero eso podía recordarle el mal humor al niño, por lo que decidió dejarlo caer en su espacio de cabeza feliz antes de interactuar de nuevo con él.

Pasó una página que en realidad comenzó a leer. Pero se sorprendió cuando en un par de minutos, el tintineo de los coches y el raspado de ruedas a través del hormigón se detuvo.

Al mirar hacia abajo, vio que la atención de Tony había sido atrapada por otro cosa de nuevo. Sus brillantes ojos marrones eran intensos mientras miraban a través del camino vacío que se extendía en la hierba que corría desde donde ellos estaban, esa que se estaba vaciando a medida que se hacía más tarde.

Ella rápidamente siguió la mirada de Tony, siempre curiosa por ver lo que llamaba su atención. Y fue más que sorprendida al ver que era un bebé que no podía tener más de doce meses de edad jugando solo en el césped, a no más de dos metros de ellos.

Mirando a su alrededor, no vio a ninguna madre o padre a la vista, pero el bebé no parecía preocupado en lo más mínimo, apretaba una pelota de goma en sus pequeñas manos, sus deditos delgados en lugar de regordetes como la mayoría de los niños a esa edad. A pesar de que parecía que podría tener sólo seis u ocho meses de edad, Peggy adivinó que tendría que tener edad para ya caminar, porque de ninguna manera podría alejarse de sus padres sólo gateando. Además, había una mirada más madura en su carita, una que lo distinguía más de un bebé que sólo tuviera algunos meses de edad.

Bajó la mirada y le hizo gracia ver que la atención de Tony seguía atrapada por el bebé, sin apartar su mirada vacilante. Tony nunca había mostrado mucho interés por los bebés antes. No era que no le gustaran, pero no había interactuado con ellos. Suponía que no había tenido muchas oportunidades para hacerlo ya que la mayoría de los adultos siempre eran curiosos sobre el joven Stark y en niño se había visto obligado a socializar más con ellos.

Sin embargo este bebé había llamado la atención de su niño. Peggy lo miró de nuevo, incapaz de detener la sonrisa divertida en su cara cuando el bebé hizo un grito feliz cuando se las arregló para enterrar sus deditos profundamente en la pelota de espuma.

Era un pequeño y adorable querubín, eso seguro. Los magníficos rizos de color marrón oscuro le caían sobre la piel oliva bañada por el sol, cepillando esos ojos amielados que eran absolutamente enormes. Tenía las mejillas absolutamente apachurrables, una sonrisa un poco tímida iluminando sus labios regordetes mientras jugaba que le daba un aspecto único, pero con un toque precioso. Estaba vestido con una vieja sudadera gris con capucha de gran tamaño y pantaloncitos de chándal que tenían manchas de hierba en las rodillas, seguramente cuando cayó accidentalmente; unas zapatillas raídas con los cordones desatados se asomaban por la parte inferior de los pantalones.

Peggy decidió que no sólo era lindo; era francamente adorable.

Tony la miró con una sonrisa iluminando su rostro una vez más, lo que era un poco desgarrador de ver con los rastros de lágrimas que teñían sus mejillas.

—Es un lindo Nene, ¿verdad, tía Peggy?

Ella se rió de la pureza simple con la que su sobrino usaba sus propias palabras. Cada vez que se acercaban a un bebé, ella le apretaba la mano y le decía: "Mira, es un lindo Nene, amor".

Tony sonrió ya con los ojos chispeantes de emoción por lo que sabía estaba a punto de llegar, ella se inclinó hacia abajo y plantó un sonoro beso en su mejilla, lo que lo hizo chillar cuando le hizo cosquillas.

—Pero no es tan lindo como mi Nene, ¿verdad, amor?— proclamó ella entonces. Sonrió simplemente abrumada con ese amor que tenía para él. Le dolía un poco que pudiera estar tan molesto y luego simplemente regresar y darle todo su amor. Era como si nada pudiera tumbar el entusiasmo de este niño y recordó otra vez por qué Tony era tan malditamente especial. Así que simplemente extendió sus brazos— Ven aquí, cariño.

De inmediato Tony se puso de pie y se dejó caer en sus brazos, nunca hacía las cosas a medias.

Ella lo apretó con fuerza.

—Oh, te amo tanto, tanto, mi Nene— susurró. Se lo decía con tanta frecuencia como podía para darle a Tony toda la tranquilidad física y emocional posible. Tony estaba lejos de ser maltratado, pero la negligencia podría ser más perjudicial sin que nadie se diera cuenta—. ¿Lo sabes, verdad?

—¡Sí!— exclamó Tony con facilidad en su regazo.

Ella sonrió con tristeza.

—Me alegra escuchar eso, cariño. ¿Beso?

Tony se apartó y obediente, frunció los labios. Ella se rió y se inclinó para dar un sonido "¡Muah!"

De inmediato Tony se rió de ella, pero sonreía con amor.

—¿Puedo jugar con el bebé?

Peggy parpadeó un poco sorprendida por la petición. Tony nunca había pedido tal cosa, pero este pequeño parecía haber captado toda su atención.

—Bueno…— miró a su alrededor de nuevo, pero no vio a ningún padre cerca del bebé. Tal vez era una de esas parejas que vigilaban a sus hijos mayores escalar entre los columpios y tenían al bebé en su visión periférica. De cualquier manera no vio ningún daño en que Tony se acercara al bebé—. No veo por qué no—. Ante el grito entusiasta de Tony, ella se apresuró a añadir:—. Sólo recuerda que es un bebé. Tienes que ser gentil.

Tony nunca le haría daño intencionalmente a nadie, pero su entusiasmo a veces podía causar lesiones. Jarvis a menudo se recuperaba de un dolor de espalda cuando Tony decidía que necesitaba un abrazo al azar y se estrellaba contra el mayordomo con enjundia, envolviéndolo firmemente con ambos brazos. Fue una indiscreción de Jarvis. Por la que jamás lo regañó sino que la utilizó como un paquete cálido cuando Tony lo cogía con la guardia baja.

—Está bien, tía Peggy— aceptó el niño con facilidad, recogiendo sus coches de carreras antes de correr hasta el bebé.

Ella lo observó agudamente, preguntándose cuánto de lo que había dicho él había escuchado. Sin embargo se alegró de ver que le había hecho caso cuando Tony ralentizó el paso para acercarse al bebé.

—¡Hola!— le llamó entusiasta.

El bebé saltó ligeramente, con los ojos más enormes mientras miraba al niño parado de pronto junto a él. Por un momento, Peggy temió el que bebé estallara en lágrimas, pero se limitó a mirar a Tony, los ojos amielados muy similares a los de su niño, ya que también eran muy intensos.

De pronto la mujer se sintió terriblemente mal por Tony y sentía romperse su corazón otra vez cuando el niño se quedó allí, inseguro por un momento. Era como si estuviera siendo rechazado el pobrecito. Iba a llamarlo para que regresara y jugara con ella, pero se detuvo cuando vio a su sobrino sin perturbarse por la reacción menos que entusiasta.

Tony se dejó caer con las piernas abiertas mientras sonreía alegremente, y Peggy francamente se sorprendió cuando le ofreció sus coches al bebé.

—¿Quieres jugar? Puedes elegir el que quieras. Yo juego con ellos todo el tiempo, así que puedes escoger. Pero tienes que ser cuidadoso, ¿está bien?

Sorprendentemente, no fue la oferta de un juguete lo que hizo al bebé reaccionar. Fue, Peggy se dio cuenta poco a poco, la voz de Tony. Cuanto más el niño hablaba, más el bebé respondía, haciendo curiosos "Ah". Cuando Tony terminó su pregunta, el bebé sonrió francamente. Era tan pegajoso que Peggy se encontró arrullando en silencio.

La respuesta provocó que Tony resplandeciera absolutamente, la piel alrededor de sus ojos se arrugó mientras sonreía mucho. Peggy casi se derritió ante eso, tan aliviada de que Tony no había sido alejado y también dejando que la adorabilidad de la escena se adentrara en ella. Puso su libro a un lado y se sentó simplemente para verlos.

Cuando Tony acercó más los coches, el bebé tendió una manita vacilante, tomando tentativamente el rojo. Los ojos amielados observaron a Tony por un momento, como esperando algún tipo de reacción, por lo que Peggy frunció el ceño ligeramente. ¿Por qué el bebé no arrebataba al instante el juguete, especialmente uno que le estaba siendo dado con tanto entusiasmo?

No tuvo mucho tiempo para pensar en ello porque pronto el juego estaba en marcha. Tony pasó su coche a lo largo del suelo y el bebé lo copió inmediatamente, causando que Tony se hinchara. El descarado niño disfrutaba siendo observado, ¿pero copiado? Peggy rió en silencio ante la idea. Su sobrino estaba absolutamente en la gloria.

Tony comenzó a hacer ruidos de coches. El bebé lo intentó, pero salió más un indeterminable gorgoteo que tenía a Tony en risas. El bebé parecía agradarle más a medida que soltó una risa ronca absolutamente preciosa. Oh, Dios, Peggy podría llevárselo a casa. Estaba segura de que Jarvis no se daría cuenta de que había un niño pequeño extra corriendo por la casa.

El juego se prolongó por bastante tiempo, el bebé feliz imitando a Tony mientras que Tony tenía el momento de su vida, si su enorme sonrisa significaba algo. A decir verdad, Peggy estaba un poco perpleja por el repentino cambio. Tony generalmente no jugaba bien con otros niños cuando tenía la oportunidad. Por lo general terminaba siendo molestado por su genio o se marchaba antes de que pudiera ser objeto de burlas, diciendo que los otros niños eran demasiado estúpidos para entender lo que él decía de todos modos. Era un círculo viciosos que tanto Peggy como Jarvis intentaban romper, tratando de mostrarle a Tony que no debía juzgar a todos los niños por la manera en que algunos le molestaban.

¿Pero esto? Era como si Tony hubiera jugado a la perfección con otros niños durante toda su vida. Bueno, en realidad nunca había tenido la oportunidad de jugar con un bebé antes. Peggy había estado siempre un poco preocupada de que Tony sería demasiado entusiasta para un niño pequeño o que simplemente encontraría a un bebé aburrido. A Tony le gustaba ser estimulado, pero por lo que ahora sucedía, parecía tener un montón de diversión con un bebé.

Peggy se hundió hacia atrás, respirando la paz y amor de ese momento. Cuándo tendría que irse por negocios de SHIELD, no lo sabía. Tal vez podría posponerlo un poco más. Por el momento, sabía que no estaría lista para irse. Nunca lo estaba, pero ahora no sería capaz de manejarlo.

—¡Oh, Dios mío, bebé!

El grito de alivio la hizo ponerse de pie, pasando automáticamente al modo pelea. Sin embargo se relajó al ver corriendo a una mujer joven a través del césped, una que no formaba parte de las parejas que había estado observando en el parque. De modo que desechó su teoría anterior.

La mujer corrió hacia los dos niños, frenándose a medida que se acercaba para no asustar al bebé. Peggy esperaba que Tony automáticamente se retirara tan pronto como viera a otro adulto acercándose. No le gustaban los extraños en general y no podía culparlo. Había sido profusamente instruido a desconfiar de ellos en la preocupación de un intento de secuestro siempre en la mente de sus tutores.

Sin embargo se quedó absolutamente pasmada cuando Tony no sólo no se retiró, sino que se levantó y se puso entre la mujer y el bebé.

—¿Quién eres y cuál es tu negocio aquí?

Si no hubiera estado en shock, Peggy habría salido volando de orgullo. Tony estaba copiando la forma en que ella respondía a la puerta, mirando a través de la mirilla y haciendo preguntas para mantenerse seguros.

Dado su aspecto, la otra mujer estaba tan conmocionada como ella. Se detuvo en seco abriendo la boca. Tenía un largo, rizado y despeinado cabello negro, y sus ojos, de un marrón suave, parpadearon lentamente, como si intentara convencerse de que realmente estaba viendo lo que estaba viendo. A un niño de cuatro años dándole un regaño sin reparo.

Finalmente Peggy sacudió su estupor y corrió otra vez, incapaz de contener la risa en su voz.

—Amor, no hay necesidad de esto. Ella es, obviamente, la mamá del bebé y estoy segura de que le gustaría pasar más allá de ti para darle a su hijo un abrazo.

La mujer parpadeó hacia ella mientras Tony miró hacia atrás, inseguro, sin moverse de su postura protectora frente al bebé, que intentaba mira alrededor de Tony para ver lo que estaba pasando.

—¿Ella no le hará daño?— preguntó Tony, sólo para estar seguro, por lo que Peggy se enamoró más de él— ¿Ella no es una extraña?

Esta vez, Peggy no tuvo la oportunidad de responder cuando la mujer se echó a reír, algo de su conmoción filtrándose lejos mientras se inclinaba para estar un poco al nivel de Tony.

—Oh no, pequeño. Es mi bebé, yo nunca le haría daño— explicó con la diversión y el asombro escapándose de su rostro hacia este niño frente a ella.

Ante el sonido de su voz, el bebé inmediatamente se animó finalmente detectándola. Sin molestarse en ponerse de pie, simplemente agitó sus bracitos mientras gritaba:

—¡Mami!

—¡Sí, bebé!— arrulló la mujer y Tony finalmente se hizo a un lado, pero todavía la miraba intensamente mientras ella recogía al bebé y lo envolvía en sus brazos, como para asegurarse que ella no iba a lastimar a su nuevo amigo— ¿Cómo en el mundo escapaste de tu silla de paseo? ¡Tenías a mamá enferma de preocupación, tú pequeño demonio!

—Él no es un demonio, es un bebé— escuchó Peggy el murmullo de Tony.

Rodó los ojos ante el sarcasmo y también lo cogió en brazos. Él se retorció un poco, obviamente para que ella lo soltara,pero tan pronto como se dio cuenta de que estaba al mismo nivel que el bebé se detuvo.

La mujer miró a Peggy, pero no renunció al control sobre su hijo.

—Muchas gracias por cuidar de él. Es un pequeño Houdini. Lo juro, paso la mayor parte de mi tiempo en casa buscándolo. ¡Es como si simplemente desapareciera!

Peggy sonrió a la mujer mientras balanceaba al bebé casi frenéticamente, tranquilizándose a sí misma al verlo bien.

—No hay de qué. Fue un amor de buen comportamiento.

—Bebé silencioso— asintió la mujer—. Creo es que eso parte del problema, sin embargo.

La agente rió entre dientes, rebotando a Tony con aire ausente, que se frotaba los ojos con un puño.

—Éste saldría corriendo también si se le diera la oportunidad.

Un resoplido indignado siguió a sus palabras, lo que la hizo estallar un beso en la mejilla de Tony. Se las arregló también para conseguir una mueca.

La mujer sonrió a su sobrino.

—Bueno, ¿no eres acaso un pequeño héroe protegiendo así a mi bebé? Nadie peligra cuando tú estás cerca, ¿verdad?

Tony se retorció bajo la atención de la extraña, por una vez siendo tímido y escondiéndose en el pecho de Peggy. Ella rió y lo rebotó.

—¿Tímido de repente, amor?

La mujer sonrió y Peggy no pudo evitar corresponder. A pesar de su apariencia ligeramente irregular, tenía cierta gracia y una suave belleza que la hacía parecer más una madre amorosa.

—¿Esto es tuyo?— preguntó señalando el coche rojo que todavía estaba en la manita de su bebé, y la pelota de espuma en la otra— Sólo dame un momento, pequeño, y voy a devolvértelo.

Para sorpresa de Peggy, Tony negó con la cabeza.

—Puede quedárselo— dijo con voz amortiguada por la manera en que tenía la mitad de su carita en el pecho de Peggy, apenas asomándose desde debajo de sus mechones desgreñados.

La mujer soltó una risa sorprendida y su mirada se suavizó mientras estudiaba a Tony.

—Bueno, eres sólo el más dulce de los niños, ¿verdad? Espero que mi bebé crezca para ser tan dulce como tú.

Eso trajo un rubor en Tony y ocultó toda su cara entonces.

La madre le dio una suave sonrisa, obviamente tocada por la bondad de ese pequeño para con su bebé. Lentamente retrocedió y dijo amablemente:

—Estoy segura de que eres una madre orgullosa.

Peggy no quiso corregirla.

—No tienes idea.

Asintiendo en la comprensión, la mujer dio un beso a la cabeza de su bebé, que había estado observando el intercambio con los ojos enormes. La mirada del niño finalmente aterrizó en Peggy y ella le dio una pequeña onda con su mano y una brillante sonrisa. De inmediato el bebé escondió la cabeza en el pecho de su madre, lo que hizo que Peggy se preguntara si lo hizo porque se sintió tímido o porque vio a Tony hacerlo. De cualquier manera era adorable.

La mujer sacudió una mano.

—Tengo que regresar por la silla de paseo. La abandoné cuando vi que estaba vacía. Gracias de nuevo.

—No hay de qué— respondió Peggy y los observó hasta que la mujer se desvaneció en la distancia llevando a su bebé. Entonces volvió su atención a su niño—. Creo que es también nuestra señal, Nene. Hora de la cena, ¿verdad?

No se preocupó cuando no consiguió una reacción, sabiendo que Tony estaría más cansado ahora. Tony no lo admitiría hasta que el infierno se congelara sin embargo. Incluso una vez le había visto pellizcarse para mantenerse despierto mientras veían una película que no quería perderse.

Cuando comenzó a caminar hacia el coche, se sorprendió al escuchar un sorbo.

—¿Nene?— preguntó ella, moviéndose para poder mirarlo a la cara. La visión que recibió fue absolutamente desgarradora. Las lágrimas corrían por las mejillas de Tony, sus castaños ojos temblaban y sus hombros se agitaban. Lo peor de todo: su labio inferior temblaba terriblemente— Oh, Nene. ¿qué sucede?— arrulló suavemente, levantándolo para poder mirarlo mejor.

Todo su cuerpo se estremeció cuando se encontró con esa mirada que derramaba más lágrimas mientras se ahogaba en torno a su llanto.

—Yo… no-no que-quería… que el be-bebé se fuera.

Si antes fue desgarrador, ahora su corazón estaba triturado.

—Oh, Nene, ¡está bien!— le calmó ella dándole palmaditas en la espalda mientras le acariciaba la cabeza, rozando el flequillo de su cara—. Podemos venir otra vez y estoy segura de que encontrará a otro bebé para jugar.

No quería decirle que podrían ver al mismo bebé otra vez. Porque las probabilidades de encontrarse otra vez eran astronómicas y básicamente improbables.

Los labios de Tony temblaron aún más.

—Pero yo no quiero jugar con otro bebé. Quiero jugar con el bebé. El era un genio.

A pesar de todo lo triste de la escena, Peggy no pudo evitar sonreír ante esa declaración, levantando una ceja divertida.

—¿En serio, amor?—. El asentimiento fue tan triste y abatido que su sonrisa pronto desapareció. El silencio era terrible. No había nada que amara más que la charla feliz de Tony en su oído— Oh, Nene, todo está bien. Vamos a ir a casa y a cenar y luego vamos a tener un montón de diversión antes de ir a la cama—. Entre más lágrimas se escapaban y el pequeño pecho se agitaba, Peggy se encontró desesperadamente prometiendo:—. Vamos a hacer todo lo que quieras, cariño. ¡Todo en absoluto!

Si no dejaba pronto de llorar, ella estaría berreando con él porque así podía sentirlo en ese momento. Tony había sido tan suave con el bebé y la única recompensa que había obtenido por su buen comportamiento había sido la angustia cuando su pequeño amigo se fue.

Los ojos tristes de Tony la miraron por un momento. Entonces tragó intentando calmar su llanto y asintió con la cabeza temblorosa..

—Está bien, tía— susurró.

Bueno, sólo eso merecía un pastel. Él había notado que ella estaba triste por él y por eso se había calmado. Peggy sentía como si acabara de ser perforada.

Una idea la golpeó al respirar y le dio un beso en la frente.

—Tengo una sorpresa para ti, amor.

—¿Sí?— preguntó Tony permaneciendo tranquilo mientras ella le limpiaba la carita con las manos, lo que era peor que él intentando zafarse porque demostraba lo derrotado y triste que realmente estaba.

—Sí— respondió ella con firmeza, caminando rápidamente.

No pasó mucho tiempo para regresar a la esquina y señaló a la distancia.

—¿Reconoces eso, Nene?

Tony se asomó. Entonces toda su cara se iluminó y su espíritu se elevó, la piel alrededor de los ojos se arrugó de felicidad.

—¡HELADO!— chilló de alegría, rebotando en los brazos de Peggy.

Ella rió eufórica al ver a su niño tan feliz de nuevo e incluso dio unos saltos por el camino, lo que lo hizo reír.

—Sí, helado— rió ella de nuevo, girando un par de veces a pesar de que el movimiento la mareó, pero sabía que a Tony le encantaba y era todo lo que le importaba.

Cuando Tony estudió con seriedad los sabores del helado para elegir, ella suavemente peinó sus cabellos hacía atrás y le dio un beso en la sien, inclinándose y viendo esa preciosa luz.

Sí, Jarvis iba a molestarla. Iba a decirle que había arruinado la cena de Tony, que perdería los nutrientes esenciales y todo eso, simplemente siendo la mamá gallina que era con Tony. Entonces, ella proclamaría a Jarvis que estaba hecha una boba por Tony y que cedía haciendo prácticamente cualquier cosa descabellada si la sonrisa de su sobrino aparecía.

Porque sí. Sí lo haría.


Vale, ¿a qué fue lindo? Los próximos relatos ya son cuando son adultos, ya se conocen y viven en la torre. Pero no por ello dejan de ser absolutamente adorables ;)

¡Mil gracias por leer!

¡Besos!

Látex.