Esta historia es una adaptación

Historia Original: En Brazos del Enemigo de Michelle Reid

Los personajes pertenecen a Stephenie Meyer


SUMMARY

Bella despreciaba a Edward Cullen. Estaba convencida de que ese arrogante y acaudalado griego había arruinado la salud de su padre al querer añadir Swan's a su lista de conquistas comerciales. Además, descubrió que Edward no se detendría ahí; estaba decidido a comprarla a ella también. Ahora Bella se enfrentaba a un grave dilema: ¿Acaso debía observar como Edward destrozaba a su padre, o bien tratar de conservar Swan's en el seno de la familia... casándose con el hombre al que detestaba?


Capítulo Uno


Era una noche oscura y lluviosa, triste. Bella Swan estaba parada entre dos rejas de hierro forjado, mirando una mansión blanca. Había fiesta. El sendero hacia la casa estaba lleno de autos estacionados y de las ventanas de la planta baja salía música y luz.

La chica se estremeció y se arrebujó más en su delgada chaqueta de verano. En esa casa, el hombre al que fue a ver se estaba divirtiendo mientras que, a varios kilómetros de distancia, en una casa parecida yacía su última víctima, muriendo de horror.

—No puede hacerme eso, no puede... —exclamó Charlie Swan justo antes que un infarto lo hiciera caer al suelo del estudio.

Al parecer era posible y ese hombre lo haría si alguien no lo detenía. Por eso Bella estaba allí esa noche. Había ido a suplicar, a negociar si era necesario… a hacer lo que fuera para aliviar la tristeza de su padre. ¿Sabía ese hombre lo del infarto de Charlie Swan? ¿Que no le importaba que algo semejante hubiera sucedido para poder ampliar más su ya enorme emporio inmobiliario?

Bella despreciaba a hombres como él y un estremecimiento recorrió su delgada silueta. Su padre no merecía lo que le sucedía. Toda su vida se centraba en torno a Swan's. Si le quitaban la compañía, ya no le quedaba ninguna razón para vivir.

—Tiene miedo —le comentó el médico a Bella— Algo debe hacerse para tranquilizarlo. De lo contrario, temo que sufra otro infarto.

Ahora, Bella se dirigió a la casa. La fina lluvia hacía brillar su cabello castaño y su pálida piel. Eran más de las diez y hacía tres días y tres noches que no se apartaba de la cabecera de su padre. El cansancio invadía su cuerpo, su mente, su adolorido corazón. Sólo la preocupación por su padre y deseo de vengarse de ese hombre le daban ánimo para seguir caminando. Se detuvo al llegar al pórtico.

¿Y ahora qué?, se preguntó. El hombre a quien quería ver daba una fiesta. ¿De todos modos exigiría verlo? No, decidió. No le suplicaría en frente de más personas. Estaba tan cansada...

Se frotó las cejas. Estaba tan preocupada, que ya no podía pensar con claridad. Ansió que todo fuera una pesadilla, que su padre volviera a estar sano y que ella no tuviera que ver al dueño de esa casa. Este la asustaba. Así fue desde que ella lo vio por vez primera. Nadie debería ser tan poderoso como ese hombre… ni tan perturbadoramente atractivo.

En ese momento se dio cuenta de que la puerta estaba entreabierta. ¿Se atrevería a entrar sin ser invitada? Parecía que la puerta estaba entornada para que entraran los invitados retrasados. Bueno, ella estaba retrasada aún que no debía asistir a la fiesta.

Fue a ver a Edward Cullen y así sería antes que terminara la noche, aunque eso significara que tendría que ocultarse en algún lugar de esa casa hasta poder estar segura de verlo a solas. Alzó la barbilla y apreté la boca. Entró en la casa.

Se halló en un vestíbulo lujoso, cuyo piso de mármol blanco y cobrizo contrastaba con las cortinas de terciopelo rojo de un arco. Más allá se veía un elegante cuarto con paneles de madera, iluminado por un candelabro. Una amplia escalera subía al primer piso.

No había nadie por ninguna parte y todas las puertas que daban al vestíbulo estaban cerradas, amortiguando las risas y la música. Ignorando los acelerados latidos de su corazón, Bella miró a izquierda y derecha antes de correr hacia la escalera. Intuía que en el piso superior podría hallar un lugar en donde esperar a que la fiesta terminara.

Bella corrió por la alfombrada escalera. Justo a tiempo llegó arriba para ver que una puerta se abría abajo en el vestíbulo. Dos hombres salieron de una habitación y volvieron a cerrar la puerta. Bella se ocultó detrás de la balaustrada. Edward Cullen. Sus sentidos lo reconocieron y se aceleraron de inmediato.

Alto, de hombros anchos y muy fornido, Edward Cullen era el hombre más intimidante y atractivo que ella hubiera conocido jamás. Todo en él la perturbaba, desde el brillo de su cabello cobrizo , hasta la mandíbula fuerte y arrogante. Su boca era amplia, firme y muy sensual. Su nariz era larga y recta. El rostro de un hombre que sabía quién era y qué hacía en la vida. Un hombre que hacía varios meses que turbaba a la chica, desde que sus miradas se encontraron. Unos ojos verdes oscuro que quemaron los suyos con un poder que era aterrador e hipnotizante.

Y aunque ella había rechazado de inmediato el mensaje de esa mirada, reconoció que era un guapo hombre del mediterráneo. Sus ojos, el cabello, la musculosa belleza de su cuerpo le parecieron italianos. Así que recibió una fuerte sorpresa al enterarse de que el hombre era griego.

No pasó una semana desde ese primer encuentro para que él lograra acercarse a Bella de nuevo. Y cada vez provocó la misma explosión de sensaciones en el interior de la joven y la obligó a retroceder para protegerse. No confiaba en él... No podía confiar en esa fuerte atracción sexual. Para ella, era un hombre mundano y elegante mientras que ella no era más que una tímida y nerviosa estudiante de música que asistía a los mismos espectáculos que él porque así se lo exigía su padre millonario.

Edward Cullen trató por todos los medios de acercarse a Bella, de sentarse junto a ella, de forzarla a ser consciente de su presencia, de la candente estática que existía entre ambos. Sonreía con ironía cada vez que ella lo miraba con frialdad y lo ignoraba. Bella rechazó todos sus intentos por acercarse hasta que él se apartó y siguió observándola a distancia con una mirada ardiente que sólo podía describirse como de "deseo". Un deseo hambriento, candente, oculto, que la hacía ruborizarse y perder el aliento cada vez que estaban los dos en la misma habitación.

El hombre empezó a rondar en sus sueños y Bella empezó a tratar de no acompañar a su padre a los lugares en donde Edward Cullen pudiera encontrarse también.

—No seas tonta, Bella —se molestó el viejo Charlie— Necesito que me acompañes y eso es todo. Además, ya es hora de que te des cuenta de que en la vida hay más cosas que tu piano y el maldito Jasper Hunter —el pobre de Jasper nunca logró ganarse su buena opinión por más que lo intentaba— Y deja de ser tan fría con Edward Cullen —añadió con impaciencia— Estoy haciendo negocios delicados con él y no quiero que lo eches a perder todo con tu falta de cortesía.

Bueno, pues ahora Edward Cullen amenazaba con apoderarse de la compañía de su padre y el pobre Charlie estaba aterrado.

— ¿Estás seguro, Aro?

El sonido de esa voz baja y sombría hizo que Bella volviera a prestar atención a los hombres que estaban abajo, en el vestíbulo.

—Sí, señor —contestó el otro hombre— Lo está esperando en el teléfono. Quiere hablar con usted ahora mismo.

—Maldición, maldición —murmuró el griego— Está bien, hablaré con él en mi estudio, Aro.

Bella se agachó más cuando Edward Cullen abrió otra puerta y entró a una habitación mientras Aro se dirigía a la parte trasera de la casa.

Un momento después, Bella escuchó su voz. No podía entender lo que decía, aunque era obvio que las noticias no eran buenas. Qué maravilla, pensó la chica. Espero que se haya malogrado uno de sus malditos tratos, ¡y qué haya perdido hasta el último centavo que tiene!

Se dio cuenta con agitación de que esa podría ser la única oportunidad que tendría de estar a solas con él. Se puso de pie y gimió de dolor al mover con brusquedad los acalambrados músculos de sus piernas.

Se mordió el labio y palideció. Puso un pie en la escalera para bajar y se congeló cuando otra puerta se abrió abajo.

Escuchó el sonido de la música y vio que una mujer morena salía del cuarto del que surgió antes Edward Cullen.

Bella se percató de que él ya no hablaba en el estudio. Observó a la mujer caminar con gracia por el vestíbulo. Era hermosa, exquisita. Alta, bronceada y muy bien formada, vestía un vestido largo color bronce que se amoldaba a los movimientos de su cuerpo.

— ¿Edward?—su voz también era sensual— ¿En dónde estás, cariño?

Ya estaba en el umbral del estudio y Bella se inclinó más para poder ver qué pasaba. Edward Cullen volvió a aparecer con una copa de whisky en la mano.

—Ah... —susurró la mujer— Así que ahora bebes solo. Tal vez te parece tediosa la compañía de tus invitados esta noche —le echó los brazos suaves al cuello y Bella fue invadida por el resentimiento. Era obvio que eran amantes.

—Una llamada de negocios, nada más —aseguró él al besar los labios de la mujer— Me disponía a regresar contigo, Angela. No debiste venir a buscarme —la regañó un poco.

—Te extrañé, querido —exclamó y se acercó más, curveando su cuerpo contra el suyo— ¿Quieres que nos deshagamos de ellos, Edward? —sugirió con voz ronca— Despáchalos para que tú y yo...

—Esta noche no, Angela —declinó la invitación y le dio otro beso en la boca— Esta noche tengo que atender un asunto importante cuando todos se hayan marchado.

— ¿Más importante que yo? —le pestañeó, coqueta.

Edward Cullen bebió un sorbo de licor y se separó con firmeza de la mujer.

—Regresa con los invitados, Angela. Ahora voy —fue tan brusco, que hasta Bella se tensó.

También la hermosa Angela, cuyos ojos se abrieron mucho cuando Cullen le dio la espalda y tomó otro sorbo de whisky. Sus ojos brillaron con veneno antes de sonreír con dulzura y acercarse de nuevo.

—Oh, querido... —murmuró, seductora— no te enojes conmigo —le acarició los hombros y luego la mandíbula— .Siento haberte interrumpido en tu borrachera privada.

Edward negó con la cabeza y rió al oír su tono de voz tan infantil. Pareció relajarse un poco al volverse hacia ella.

—Nunca has lamentado nada en tu vida, zorra —la reprendió antes de tomarla de la delgada cintura y acercarla— Si te pido de buen modo que regreses con los invitados, ¿lo harás? —suplicó.

—Bésame bien —pidió con una sonrisa sensual—, y haré todo lo que me pidas, todo lo que quieras...

La invitación era muy clara. Edward sonrió antes de cubrir su boca con la suya.

Disgustada por lo que veía, Bella se levantó, ignorando el dolor de sus piernas y escapó a la oscuridad del piso superior. Estaba mareada y despreció más todo lo que Edward Cullen era. El hombre no tenía escrúpulos ni moral. Podía haber pasado los últimos meses deseando a Bella Swan pero eso no impedía que buscara placer en donde se lo ofrecían.

El cansancio contra el cual luchaba desde hacía días, volvió a darle un dolor de cabeza. Sin saber lo que hacía, Bella abrió la puerta más cercana y entró en una habitación. Se apoyó contra la puerta de nuevo cerrada, con el corazón palpitante.

— ¿Qué rayos estoy haciendo aquí? —se preguntó.

Le recordó al pensar en su padre enfermo y postrado en la cama. Inhaló hondo… y se petrificó al percibir un aroma masculino.

¡Ese era el dormitorio de Edward Cullen!

Aspiró el mismo aroma al atravesar el vestíbulo, minutos antes. Lo percibía cada vez que Edward se acercaba...

Abrió los ojos con lentitud. El cuarto estaba muy oscuro y se estremeció y abrazó para protegerse. Notó que su chaqueta estaba mojada y se la quitó mientras trataba de adaptarse a la penumbra de la habitación.

Las cosas empezaron a tomar forma: armarios, cómodas, un par de sillas acojinadas. Una estaba cerca de una cama imponente. Distinguió el contorno de una ventana cuyas pesadas cortinas impedían el paso de la luz.

Avanzó un poco. La alfombra mullida ahogaba el sonido de sus pisadas y el silencio era tan opresivo como la oscuridad reinante. Ansiaba salir de allí… era como estar ante un precipicio.

Si no estuviera tan cansada, tan preocupada por su padre, si no odiara ni despreciara tanto a Edward Cullen, tal vez le habría parecido graciosa la situación.

Pero como estaban las cosas, no podía pensar en nada en lo absoluto.

Decidió que esperaría allí. Esperaría a que Edward fuera a acostarse... si es que lo hacía y si es que llegaba solo.

Si no era así, no sabría qué hacer... Dios, estaba tan cansada.

Se acercó a la silla que estaba más cerca de la cama. Bostezó y sonrió al arrellanarse más en el asiento. Dejó caer la chaqueta. Hacía tres noches que no dormía. No se había alejado del lecho de su padre y escuchó sin cesar sus comentarios delirantes acerca de la empresa, del dinero, de Edward Cullen. Llegó un momento en que Bella ya no soportó más.

—¿Qué puedo hacer por ti, papá? —recordó la chica que había preguntado, acercándose a su padre— ¿Qué puedo hacer para ayudarte?

—Lo quiere todo —se quejó el padre—. Tú, Swan's, mi autoestima, todo.

—¿Quién? —gimió la chica—. Dímelo y yo…

—¿Por qué no fuiste hombre, Bella? —volvió a preguntar una vez más, sin percatarse de lo mucho que hería a su hija— Esto no habría pasado si hubieras sido hombre. Cielos... —se agitó de nuevo— Alguien tiene que detenerlo... —trató de salir de la cama y Bella tuvo que obligarla a acostarse de nuevo— No quedará contento hasta no arrebatarme todo... —jadeó al caer sobre la almohada.

—¿Quién? —suplicó Bella, asustada por verlo así. Era un hombre tan fuerte y fiero, tan lleno de energía y de valor. No podía creer que alguien pudiera herirlo tanto.

—Deshazte de él, Bella, antes que también te arruine a ti —susurró con fiereza— Ese ambicioso, malvado... Ve con Edward... ¡Detenlo! —por fin le decía quién lo hacía sufrir tanto.

Por eso estaba en esa casa, para detenerlo. A como diera lugar... Estaba dispuesta a luchar, suplicar... Pero no antes de decirle a Edward Cullen lo que opinaba de él... No antes de...

No, eso no estaba bien; Bella se frotó las doloridas sienes. No se ataca a un hombre para luego pedirle clemencia. Así no llegaría a ninguna parte...

Sus ojos estaban ardientes y cansados. La oscuridad producía una sensación de vacío. No podía pensar en nada, ni tomar ninguna decisión.

Se quitó los zapatos y empezó a frotarse los pies. Estaba sorprendida de haber llegado a esa casa sin haberse siquiera puesto medias. Sólo se alejó del lado de su padre y salió de la casa. .. Y luego, ¿qué?

No podía recordarlo. Le dolía intentarlo siquiera. Estaba allí. No sabía cómo; más allí estaba.

Estás perdiendo el contacto con la realidad, se burló Bella y ese último pensamiento la hizo sonreír. Sí no tienes cuidado, vendrán a llevarte lejos.

Todo lo que tenía que hacer ahora era mantener la vista fija en la sombra de la puerta que estaba frente a ella y esperar... esperar...

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Afuera seguía lloviendo. El cuarto oscuro estaba en silencio, tranquilo. Bella empezó a cabecear y a cerrar los ojos. Un par de veces logró despertar pero fue inevitable que perdiera la batalla contra el sueño. Los minutos transcurrieron sin que tuviera conciencia de ello…

Abajo, la gente empezó a irse. Los invitados se despedían, entraban a los autos, los motores se ponían en marcha. Charlas, risas y luego nada. El silencio reinó en la casa. Y Edward Cullen seguía sin subir a acostarse.

Horas después, ya muy entrada la noche, la puerta del dormitorio se abrió y se cerró de nuevo. Se escucharon las maldiciones de un hombre que no podía controlar sus acciones y que se quitaba la ropa y la dejaba caer en desorden en el suelo. Estaba cansado, harto y demasiado bebido para pensar en otra cosa que no fuera su cama. La llamada que recibió antes fue la última gota del vaso de una serie de frustrantes meses para él y todo la que ansiaba hacer ahora era dormir y olvidarse de sus problemas por un rato...

Bella despertó con sobresalto y abrió los ojos. Observó con fijeza la oscuridad y se olvidó de dónde estaba. Algo la despertó. No podía saber qué era y profirió una exclamación al enderezarse... Un miedo desconocido la hizo temblar.

—¿Qué de…?.

La voz somnolienta y pastosa la hizo ponerse de pie. Su mente confusa trató de comparar la habitación, la maldición murmurada y la silla en la que durmió con el ambiente del cuarto donde pasó la mayor parte de los tres últimos días.

— ¿Papá? —susurró y se acercó a la cama. Sabía que algo estaba mal y no sabía qué era.

Sin advertencia alguna, un cuerpo fornido se abalanzó sobre ella, y la hizo caer sobre la cama antes que Bella pudiera reaccionar. Un momento después, sintió el peso del cuerpo de un hombre sobre el suyo. En el breve instante que le fue necesario para saber qué pasaba, se dio cuenta de que estaba atrapada bajo el cuerpo desnudo de Edward Cullen.

—Vaya, vaya, vaya. ¿qué tenemos aquí? —murmuró con voz ronca. Sus manos clavaron sus hombros a la cama. Su aliento oloroso a whisky la hizo estremecerse. El hombre trataba de ver algo en la oscuridad—¿Ángel o demonio? —musitó y al parecer no estaba nada molesto por hallar a una desconocida en su cama— ¿O tal vez Lina hermosa ninfa enviada por los dioses para consolar la agotada alma de este mortal?

—¡No! —exclamó sin fuerza. Le puso las manos en los hombros para empujarlo y jadeó al sentir su piel suave que confirmó que estaba desnudo— No —se atragantó de nuevo—. Quíteme las manos de encima, especie de…

—Vaya, vaya —un largo y sensible dedo le acarició la candente mejilla— Este es mi sueño —anunció— Y me gusta que mis ninfas sean complacientes, no reacias. Bueno, tal vez un poco reacias —corrigió con risa ronca.

Estaba ebrio, se percató Bella con horror. Pensaba que estaba soñando cuando en realidad ese estúpido…

—¡Suélteme! —de nuevo trató de gritar y no lo logró. Le pegó con los puños y maldijo cuando él se rió y tomó sus manos con una suya y se las puso encima de la cabeza, sobre el colchón.

—Ninfa mala —la reprochó— Tendré que silenciar esa linda boca con besos.

Y así lo hizo. Para el horror y la consternación de Bella, su boca posesiva y cálida cubrió la suya. Lo miró con fijeza en la oscuridad, perdiendo el aliento, con el pulso fuera de control al experimentar un profundo placer. Entonces volvió a luchar con todas sus fuerzas, tratando de escapar de la increíble sensualidad de su boca.

—Mmmm —murmuró él y Bella se quedó quieta de inmediato al darse cuenta de lo que sus forcejeos provocaban al hombre.

Dios, ¿qué haré ahora?, se preguntó con desesperación. Estaba perdido en los vapores del alcohol. Si lo despertaba, podía enojarse mucho, pero si lo dejaba seguir creyendo que estaba soñando, las consecuencias serían peores aún.

—Oh, sí... —suspiró y presionó su boca más sobre la de ella, probándola, llenándola de una debilidad peculiar que terminó con todo cuando Bella entreabrió los labios... fue inevitable que respondiera. Edward la urgió a separar los dientes. La chica gimió, desesperada por recuperar la cordura y salir de esa situación, pero sus dientes se separaron por voluntad propia.

Fue como si algo estallara en su cerebro.

Un deseo desnudo y ardiente la invadió. La impresión, la oscuridad total, su odio por ese hombre, todo contribuyó a lanzarla a un torbellino de violentos sentimientos. ¡Quería arañar, patear, morder, gritar! Sin embargo, su cuerpo se arqueaba de modo inevitable bajo él, aun cuando quisiera terminar con esa sórdida escena.

Bella se sofocaba y jadeaba, excitada. El fuego de su mente no bastaba para combatir los sentimientos que ese hombre despertaba en su interior. Era fuerte y grande. Su piel suave y desnuda fue una complicación más cuando él se movió de manera íntima contra ella, despertando con su calor una conciencia de sus sentidos que Bella no sabía que poseía. El peso de él, su masculinidad, su sabor, el aroma, todo se alzaba en contra de la joven. Y la oscuridad tan desorientadora le daba una sensación de irrealidad que le permitía rendirse a las ansias desesperadas de su propio cuerpo.

—Qué dulce eres —Edward tembló al alejarse un poco. Ya no la tomaba de las manos y acariciaba con delicadeza su cabello, sus mejillas ruborizadas, las comisuras trémulas de su boca, sus labios hinchados por los besos.

Bella no sabía si ya estaba sobrio. No sabía nada. Edward empezó a besarle el rostro, las sienes, las pestañas, la nariz y después la boca. Deslizó las manos bajo ella para alzar su cabeza y besarla con ansia. Mareada por la confusión, el placer, el miedo y cientos de emociones más que no se atrevía a contemplar, Bella sintió que él tocaba los botones de su blusa y, cuando sus senos empezaban a hincharse anticipando las caricias, por fin recuperó la sensatez.

Con un violento empujón, lo hizo rodar sobre las almohadas. Hubo un momento durante el cual ninguno de los dos se movió y luego Bella salió de la cama, jadeando por los sollozos, con la intención de salir de allí antes que ese hombre hiciera el último insulto a la familia Swan al poseerla y ni siquiera darse cuenta de ello.

— ¿Quién eres? —jadeó Edward en la oscuridad.

Bella se quedó quieta. Su corazón estaba acelerado, se mordía el labio para no echar a llorar. No pudo pronunciar nada... no quería contestar.

Hubo otra pausa en la que ninguno de los dos se movió. Bella escuchó entonces un movimiento, como si Edward buscara algo cerca de la cama. De nuevo, la chica entró en acción y se agachó para buscar sus zapatos, invadida por el pánico.

Encontró uno y sus dedos temblaron al tomarlo. En ese instante, sintió que alguien le ponía la mano encima... y entonces perdió la razón. Se alzó y dio un golpe a la amenazadora sombra que estaba tan cerca.

Bella se petrificó en el silencio que siguió mientras la sombra gemía de dolor.

Entonces, nada se movió. Bella bajó el zapato que todavía tenía asido con dedos insensibles. De nuevo se sintió mareada, dentro de una pesadilla.

—¡Maldita estúpida!—exclamó Edward antes de hacerla caer al suelo con todo el peso de su cuerpo. Le sacó el aire a la chica y trató de aplastarla con todo su peso— Estúpida, loca —jadeó de nuevo y le arrebató el zapato para lanzarlo a través de la habitación. La tomó de los hombros y la hizo ponerse de pie — ¡Tonta! ¿Qué demonios pensabas hacerme?

Bella alzó la cabeza al oír su voz ronca, al sentirlo temblar. No podía hablar pues estaba demasiado impresionada por su propia violencia. Lo miró con fijeza, con la mente en blanco.

Él volvió a sacudirla y le apretó los antebrazos.

—Contéstame, loca —rugió cuando Bella permaneció en silencio, insensible a lo que sucedía— ¿Por qué rayos estás en mi casa? ¿En mi cuarto? ¿Estás tratando de matarme? —volvió a sacudirla y esa vez Bella recuperó el habla.

—¡Quíteme las manos de encima! —rugió a su vez— No se atreva a lastimarme.

—¿Lastimarte? —estaba atónito— Debería matarte a golpes, maldita estúpida.

No podía llamarla de otra manera. Sus dedos la apretaban con una furia intensa. Bella echó la cabeza hacia atrás desafiante.

—Lo odio, Edward Cullen —exclamó la chica— Desprecio su mera presencia.

El hombre gruñó algo y entonces perdió el control. La jaló con fuerza y la empujó contra la puerta, ignorando su exclamación de dolor. Presionó un brazo contra su garganta, obligándola a alzar la cabeza. Bella percibía su aliento, todavía oloroso a whisky.

Bella cerró los ojos cuando él encendió la luz. Se quedó quieta y tensa, esperando lo que sucedería.

—Dios mío... —perdió el aliento— ¡Bella Swan! —gimió. La chica abrió sus ojos cafés y lo miró con amargura.

— ¡Sí! —confirmó con desdén— Y usted es el cerdo despiadado que trata de robarle la compañía a mi padre.