Capítulo 2 Monster trucks
A pesar de la situación, Hange llamó a Marco días más tarde para concertar una visita en la que pudieran salir del centro. Según ella, Annie había quedado impresionada y sus palabras al psicólogo eran de que por fin le habían presentado una familia que no parecía tediosa, aburrida y falsa.
— Tengo algo que comentarte — dijo Marco a la salida del trabajo de Jean. Era asesor fiscal en el centro, y aunque le agradaba lo suficiente, había estado yendo a trabajar sin ganas y posponiendo reuniones durante los últimos días. Aparecer allí por sorpresa y contarle sobre Annie le haría sentir menos apagado —. Ha llamado Hange.
Jean asintió completamente abrumado. No era que no poder adoptar le hiciera sentir mal, pero fastidiar uno de los sueños de Marco si le hacía sentir como la mayor peste que existía en el mundo.
— Ya me la imagino, con esa voz de loca, lo sentimos mucho pero su solicitud... — empezó a decir mientras Marco negaba y sonreía.
— Tenemos otra visita el sábado, y vamos a continuar con el proceso — dijo justo antes de recibir un efusivo beso por parte del rubio. Le sujetaba la cara con las manos, y a pesar de todo Marco trató de seguir hablando —. Impresionaste a Annie, aunque no lo creas.
— ¡Cállate! — espetó por lo bajo para volver a besarle. Era una imagen curiosa, y en el interior de la recepción de la oficina todo el mundo se había aventurado a mirar a través del cristal como Jean hacía evidente una muestra de afecto.
Pasaron los días y las visitas. A Annie le gustaba Jean, los psicólogos así lo deducían por el sin fin de charlas que tenía con él y que a ellos les seguía costando tener diariamente. Marco observaba como al rubio se le daba mejor que a él y que a cualquiera tratar con la niña, que prefería jugar a ser Optimus Prime y Bubble Bee a tener que quedarse quieta jugando con muñecas.
—Entonces no podemos tener un perro — dijo la niña en la última visita que se suponía que tendrían antes de llevarla a vivir con ellos.
— A Marco no le gustan, así que decidimos no tener mascota — atajó Jean mientras se sentaban en el suelo del parque después de haber corrido jugando al pilla pilla —. Yo creo que está bien, porque no querría tener un gato.
La niña negó con la cabeza y bufó.
— Un gato es mejor que nada — añadió —, tendremos que tener una charla con Marco, porque ahora seremos dos contra uno y en casa de mis progenitores todo se hacía con decisiones a voto.
Jean arrugó la nariz. Mirando como Annie arrancaba hierba del duelo y la tiraba un poco más lejos de donde se había colocado. Cada vez que hablaba de su familia biológica era un tanto delicado, aunque según los asistentes sociales significaba que se había abierto muchísimo.
— A lo peor, y lo digo como futuro guardián junto con él, tu voto no cuenta tanto como el de Marco — le comentó para recibir un ataque de hierba recién arrancada en la cara —. ¡Eh! Esto supone un castigo, ¿lo sabes? No puedes lanzar hierba a la gente cuando te dicen algo que no te gusta.
Annie le sacó la lengua he izo un sonido parecido a "mimimimí" imitando lo que le había dicho. La respuesta de Jean fue quedarse en silencio, mirándola y asintiendo.
— lo acepto, pero solo si me llevas a ver monster trucks la semana que viene cuando ya me haya instalado en casa — dijo la niña que era bien consciente de sus actos.
Jean negó. En el fondo sabía que compraría las entradas para aquel espectáculo de camiones siendo aplastados los unos contra los otros, porque sí, pensaba ir de todos modos, y sí, quería llevarla desde antes de que lo dijera.
— Depende de como te portes.
Pasó el día y Jean ya tenía las entradas, las guardaba en la vitrina del comedor, esperando a que Annie llegara y las viera. Marco lo observaba preguntándose ¿cómo de no querer adoptar ni acercarse a un niño había llegado a aquel punto?
El día antes de que fueran a buscar a Annie. Su habitación era el reino de todas las cosas que había comentado que le gustaba, Jean se había encargado de ello. Todo estaba listo para que ella empezara a vivir en aquel piso no demasiado grande pero espacioso que Marco y él compartían.
El teléfono sonó y fue el propio Jean quien descolgó para oír la voz de Hange. Nada más escuhar las palabras de la asistente social, le alargó el teléfono a Marco y se fue despacio hasta la habitación que compartía con el moreno.
— ¿Hola? ¿Señor Kirschtein? ¿Sigué ahí? — decía la voz de la mujer cuando Marco por fin pudo escuchar lo que decía.
—No, soy Marco, Marco Bodt, Jean ha tenido que dejarme el teléfono — puntualizó el chico que se imaginaba algo incómodo. Probablemente pospondrían el día que Annie debía ir a vivir con ellos por algún motivo de agenda.
— ¡Oh! Señor Bodt, verá le comentaba a su marido que debido a un fallo en los papeles de Annie, tememos que la adopción no podrá darse — dijo ella con una tranquilidad impasible —. Al parecer, los abogados de la familia han presentado unos recursos que creíamos imposibles y Annie irá a vivir con su abuela. Siento mucho decírselo por teléfono, pero la agenda está muy llena y Annie se marchará mañana. En cuanto haya otro niño disponible les llamaremos.
Marco colgó sintiendo en gran parte la decepción que había tenido Jean al alejarse del teléfono tan prontamente. Meses de visitas, conciliación y trato con Annie no habían servido de nada. Más aún, solo le habían roto el corazón a Jean. Porque sí, a Marco no le hacía falta ir hasta la habitación para imaginarse que la frustración había llevado a su chico a desaparecer del salón en cuanto había recibido la noticia.
Durante los próximos días, Jean no se movió de la cama si no era para tumbarse en el sofá. Comía solo delante de Marco y atendía solo las llamadas de su asistente, Hanna, para decirle que sus clientes podían hablar con ella o con Mina Carolina, que él no tenía tiempo. No se duchó, a duras penas dormía, y solo miraba el techo, las entradas, la entrada de la habitación que le iban a destinar.
Marco, aguantaba la situación, llamando a Hange y a distintos abogados para tratar de solucionar el tema. Obviamente, ninguno les daba una opción real de que adoptar a Annie fuera viable. Connie, amigo de la familia y abogado había dicho lo mismo que la mayoría, como mucho podrían sacar una indemnización.
Después del turno de noche en urgencias, Marco pensó que si no había forma de adoptar a Annie, debía buscar otro modo de animar a Jean. Paseó cansado hasta la perrera municipal y pidió una hoja de adopción muy distinta. Recordaba haber hablado aquello durante días cuando habían decidido vivir juntos. A Jean le encantaban los perros, de hecho, en su adolescencia había tenido un Shiba y un pastor alemán que Eren se había quedado al mudarse de casa de sus padres.
Sustituir a Annie por un cachorrito era la idea más baja que se le ocurría, pero Jean se había sacrificado cuando él había querido adoptar un niño, ahora le tocaba a él dar su brazo a torcer. Las vacaciones en las Bahamas saldrían solo un poco más caras si lo llevaban a una guardería, y podía encargarse de limpiar en profundidad y a menudo para que la casa no oliera a perro constantemente.
— Tenemos unos golden retirever que estamos regalando, pero tendrá que ponerles chip — dijo la chica de la perrera —. Los hemos encontrado esta mañana.
—El dinero no es problema — aseguró Marco, firmó los papeles, pidió que el veterniario de la perrera le pusiera el chip con un nombre genérico de perro cualquiera y pasó la targeta de crédito esperando que la empresa de Jean no se viniera abajo con su depresión y las vacaciones anticipadas que se estaba tomando.
Paseó al pequeño perro hasta casa en una caja, y esperó que aquello animara a Jean. El golden entró en la casa y olió a Jean, pero este ignoró por completo al animal.
— En el chip pone que se llama Tommy, pero puedes llamarle Eren si te apetece — dijo Marco acariciándole el pelo y después besándole la frente.
—Annie quería llamarle Shia, como Shia LaBeouff, y quería un rotweiler —dijo mirando al cachorrito y dejándolo sobre las piernas del moreno —. No quiero un perro ahora. Aunque siempre haya dicho que sí.
— Ya lo sé — admitió Marco.
Más días pasaron y por fin Jean se decidió a volver al trabajo, pero Shia seguía siendo solo un perro al que no hacía casi caso, y no estaba siendo él mismo. Iba de casa al trabajo, del trabajo a casa, le daba lo mismo comer todos los días lo mismo y solo lo hacía cuando Marco le obligaba.
Hangee volvió a llamar, pero Marco insistió en que si no se trataba de Annie no pretendían adoptar por el momento a ningún otro niño. Y así estuvieron durante meses, hasta que Hangee llamó de nuevo.
— Señor Bodt, sé que ha sido una experiencia muy dura, pero dada la situación y que ustedes ya pasaron por el proceso de adaptación, quería preguntarles si estarían de acuerdo con adoptar a Annie Leonhart — dijo la mujer. Marco no pidió explicaciones, solo pensaba en Jean y en que había sido un golpe demasiado duro para él que cancelaran todo en el último minuto.
Al parecer, el papel que los abogados habían presentado era falso. Annie había testificado que no quería estar con su familia, y además el proceso de adopción ya estaba terminado prácticamente. Los papeles estaban firmados.
Marco llevó a Annie a casa, le presentó a Shia, su habitación y se dispuso a preparar la cena cuando Marco llegó.
— Ya estoy en casa — dijo Jean pasivamente al llegar, se aflojó la corbata y miró en dirección a la cocina para después caminar hasta el pasillo —. Me voy a la cama.
— ¿Sin cenar? — preguntó Marco.
— Sí, eso ¿Sin cenar? — dijo Annie plantándose delante suyo —. Fuiste a ver ese espectáculo de monster trucks sin mí, no cenas y no le has enseñado ningún truco a Shia eso supone un castigo.
Jean sonrió, abrazó a Annie que le pegó para que se alejara, y la besó en la cabeza.
— Tampoco puedes espachurarme o testificaré ante la policía que me pegas — añadió —. Aunque si decides cenar, enseñar a Shia a hacerse el muerto y llevarme al cine puede que cambie de opinion.