Esta historia es una adaptación

Historia Original: Pasión Oculta de Michelle Reid

Los personajes pertenecen a Stephenie Meyer


SUMMARY:

Bella Swan accedió a lo que su padre le pidió: casarse con Edward Cullen, un millonario griego. Los dos hombres esperaban conseguir con ese trato lo que deseaban: Edward recuperar la isla de su familia que tuvo que ser vendida a los Swan en los tiempos difíciles, mientras que el padre de Bella quería asegurarse un heredero. Pero, ¿cuáles eran los motivos de Bella?

La joven creía que lo mejor era guardarse la verdadera razón, aunque no contaba con que eso le iba a resultar tan difícil. No sabía que compartir la cama con ese hombre iba a despertar esa intensa pasión entre ellos...


Capítulo 1


Enero llegó ese año portando una venganza cruel. Bella, frente a la ventana del despacho de su padre, estaba mirando como golpeaba la lluvia contra los cristales, mientras otra tormenta, ésta de diferente cariz, tenía lugar detrás de ella. Una en la que dos hombres poderosos se insultaban el uno al otro.

No le importaba lo que se dijeran y su presencia allí era meramente accidental.

—¡Cullen, ése fue el trato! —gritó su padre con gesto de impaciencia—. No voy a regatear, tómelo o déjelo.

—¡Pero lo que me propone es una barbaridad! —replicó el otro hombre—. Soy un hombre de negocios, pero no me dedico a la trata de blancas. Si le es difícil encontrar un marido para su hija, intente conseguirlo mediante una agencia matrimonial, porque yo no estoy en venta.

Bella hizo una mueca de disgusto, dudando si serviría para algo la inteligente respuesta de Edward Cullen. Emmett Swan, su padre, siempre arriesgaba sobre seguro. Era un hombre hecho a sí mismo, que llevaba toda la vida luchando y había conseguido, saliendo de la nada, convertirse en un empresario millonario. Era, en definitiva, la clase de persona que sabe dónde y cómo conseguir lo que se proponía.

Edward Cullen, por su parte, era la antítesis de Emmett. Un joven elegante y atractivo, procedente de la aristocracia griega, cuya fortuna familiar había ido menguando en los últimos treinta años. Justo el tiempo en que Cullen había ascendido vertiginosamente.

Habría que decir, para ceñirse a la verdad, que Edward Cullen no sólo había conseguido detener el deterioro en los asuntos financieros de su familia, sino que en los últimos diez años había reparado la situación de manera tan brillante que había conseguido casi reparar la deteriorada economía familiar. Pero aún le faltaba el paso final.

Paso que tenía que dar con la ayuda de Emmett Swan «Pobre diablo», pensó Bella con una mueca de ternura. Sabía que Edward Cullen no conseguiría su objetivo sin el previo pago del precio que su padre pedía por ello.—¿Es su última palabra? —aventuró Emmett Swan, confirmando la predicción de su hija—. Si es así, puede marcharse porque no tengo nada más que decir.

—Pero estoy dispuesto a pagar el doble de su precio en el mercado...

—La puerta está por allí, señor Cullen...

Bella no pudo evitar un estremecimiento, sin saber lo que Edward Cullen iba a hacer.

El joven tenía dos opciones: salir con la cabeza alta, pero sin conseguir su sueño, o dejar a un lado su orgullo y aceptar lo que Emmett Swan le pedía por su sueño.

—Tiene que haber otro modo de que podamos resolver esto —murmuró.

«No lo hay», murmuró Bella en silencio. Por el simple hecho de que su padre no iba a aceptar que las cosas se hicieran de otro modo.

Su padre ni siquiera se molestó en responder. Siguió allí sentado y esperó a que el otro hombre dijera algo o se marchara como él había sugerido.

—¡Le maldigo por haberme hecho llegar hasta aquí! —exclamó el griego.

Bella escuchó entonces cómo su padre se ponía en pie. El ruido le era tan familiar y le producía tanto temor como cuando era niña.

Emmett Swan era un bruto y un tirano. Siempre lo había sido y siempre lo sería. Con hombres o mujeres, con amigos o desconocidos, con niños o adultos. Su necesidad de dominio no tenía excepciones.

—Entonces le dejo discutiendo los detalles con mi hija —concluyó—. Póngase en contacto con mi abogado mañana. Contestará a cualquier pregunta que tenga y redactará el contrato.

Dicho lo cual, Emmett Swan salió de la habitación, dejándolos envueltos en un amargo silencio.

—¿Le apetece una copa? —preguntó tras unos segundos el joven, sirviéndose él mismo de la botella del mejor whisky de su padre.

—No, gracias —contestó ella, con los brazos cruzados bajo su pecho suave.

«Pobre diablo», pensó de nuevo la muchacha. Edward Cullen había llegado a última hora de aquella mañana, seguro de obtener un buen trato con Swan. En ese momento tenía que asumir que había sido atrapado, y ni el mejor whisky iba a hacerle olvidar el sabor de la cautividad.

El joven la miró con sus intensos ojos verdes. —Tendrá usted un montón de cosas que objetar a todo esto.

—Hombres más duros e inteligentes que yo han fallado en su lucha contra él —replicó Bella.

—Es decir, que acepta todo esto con gusto, me imagino.

—Le voy a explicar algo: mi padre nunca decide nada si no está absolutamente seguro de que todos los participantes van a estar de acuerdo con lo que él quiere de ellos. Así trabaja y siempre ha trabajado de la misma manera. Así que si está buscando su redención en mí, siento contradecirle.

—En otras palabras... está usted deseando acostarse con alguien sólo porque su papá se lo ordena.

—Sí —contestó la muchacha, intentando disimular su disgusto ante la ofensa.

—Entonces, ¿decidió usted libremente? ¿Es ésa la respuesta a todo esto?

Bella abrió los ojos de par en par. Luego se echó a reír, a pesar de lo amargo de la situación.

—¡Oh, no! Ha dicho antes que mi padre es un tirano y tiene razón. Nunca me permitiría elegir, pero es halagador que lo pregunte...

—Tenía que preguntarlo.

—¿Sí? Parece que se quiere usted ver como la única víctima, señor Cullen, y puede que tenga que recordarle que en los desastres suele haber diferentes tipos de víctimas.

—¿Es usted una víctima de la tiranía de su padre? ¿Es lo que me intenta decir? —preguntó, con evidente incredulidad.

—Yo no intento decirle nada. No tengo que justificarme ante usted, ¿me entiende?

—No, claro, usted sólo tiene que meterse en la cama conmigo —replicó él, con cinismo.

—Por supuesto. Entiendo que mi papel en todo esto es mucho más fácil que el suyo. Sólo tengo que tumbarme, cerrar los ojos y desconectar mentalmente, mientras que usted tiene que... actuar. Pero Dios nos asista si me encuentra tan repulsiva como para hacerlo, porque entonces los dos estaremos en un grave aprieto. — Aquellas palabras consiguieron impresionarlo. No sólo eso, sino que además, Bella se dio cuenta de que por primera vez la miraba sin prejuicios o sin tener que demostrarle su desprecio.

Con una sonrisa de satisfacción, Bella se alejó de la ventana y se acercó hacia los dos sillones de piel que había frente a la chimenea de nogal. El fuego estaba encendido y las llamas intentaban dar un poco de calor a esa habitación imposible de calentar. Pero las llamas realzaron el color rojizo del cabello de Bella y ésta sintió los ojos de Cullen fijos en ella. La miraría como una mercancía, se dijo, burlándose cínicamente de aquella mirada.

«Que me mire», pensó con desafío, al tiempo que notaba los ojos de él sobre su rostro. Un rostro hermoso, que a ella, sin embargo, no le gustaba especialmente. Tampoco a él podía gustarle en ese momento, suponía, por el modo en que la despreciaba.

Al volverse, vio que él observaba su cuerpo, cubierto por un sencillo vestido de lana de color marrón. Escogió uno de los sillones y se sentó, cruzando sus largas piernas cubiertas con unas medias de seda.

Pensó entonces que Edward Cullen tampoco estaba mal. De hecho, suponía que sería el marido ideal para muchas mujeres. Alto, bronceado e indudablemente atractivo, con un cuerpo mediterráneo similar al que gustaba utilizar a los diseñadores de moda.

Es más, el traje de seda gris que llevaba parecía de un diseñador de moda. Así como el corte de pelo, más corto por ía una bonita boca también, incluso con la tensión del momento, y su nariz larga y fina daba un equilibrio perfecto a sus rasgos nítidamente cincelados.

Pero eran sus ojos lo que le hacían especial. Ese color verde intenso... Eran unos ojos brillantes y lánguidos a la vez que, incluso expresando desprecio, provocaban una sensación especial.

Bella, efectivamente, sintió algo especial cuando vio que aquellos ojos miraban sus piernas en el punto en que desaparecían bajo el vestido. Sintió un calor especial en los muslos.

—Bien, ¿tiene algún problema?

—No —respondió, estirándose al darse cuenta de que lo había atrapado mirándola. Por lo menos era sincero, pensó Bella.

—Entonces su único problema es saber si desea tanto esa isla suya... No me acuerdo del nombre. Si la desea tanto como para renunciar a su estado de soltero para conseguirla.

—Pero no es sólo mi estado civil lo que está en juego, ¿verdad?

—No —admitió ella—. Y va a tener que... hacerlo pronto si quiere que este trato se cierre cuanto antes.

El hombre observó sus ojos marrones y fríos. No le gustaba el tono de voz que había usado ella, pero a Bella no le importaba. A ella tampoco le gustaba Edward Cullen.

Sin embargo, podría acostarse con él, si eso era lo que tenía que hacer para conseguir su parte del trato. —¿Y qué es lo que le hace aceptar todo esto?

Bella no respondió. En lugar de ello se quedó pensando en cuál sería la reacción de él si le dijera la verdad. Él estaba en pie al lado del mueble bar de su padre, el cuerpo tenso y la expresión seria y despreciativa... por ella, por sí mismo, o por los dos, no podía estar segura. Y tampoco le importaba.

Su padre quería un nieto que sustituyera al hijo que se había matado hacía algunos meses en un accidente de automóvil. Edward Cullen había sido elegido como padre, mientras que Bella sería la madre.

La ambición personal era el motivo principal para que Cullen aceptara el trato. Deseaba recuperar una isla griega que había pertenecido a su familia y que su padre había tenido que vender durante la bancarrota familiar. La escritura pertenecía a Swan. Bella, por su parte, quería obtener mucho más que unas cuantas piedras griegas.

—Como usted, conseguiré algo que me perteneció en el pasado.

—¿Me va a decir qué?

La muchacha cerró los ojos y su mente se oscureció. Entonces las lágrimas pusieron en peligro la actitud despectiva que la salvaba en aquel momento.

—Me temo que no es asunto suyo. —Lo es si vamos a ser marido y mujer. —¿Y vamos a serlo?

—¿Por qué yo? ¿Por qué, si usted no decidió, su padre me eligió a mí?

—¿Lo dice en serio? —exclamó ella, abriendo sus ojos verdes de par en par—. ¡Hace unos días usted me desnudó con los ojos delante de él! Me invitó a pasar un fin de semana en París con usted en una sala llena de gente, incluido mi padre. Y no había nadie allí que no entendiera las intenciones que usted llevaba, señor Swan —le informó—. ¡Estaba claro que no era para enseñarme la ciudad precisamente!

Era cierto que, desde el primer momento, él no había tratado de disimular la atracción que sentía hacia ella. —Lo ha provocado usted todo —continuó—. Yo traté de esquivarlo, de apartarlo de mí lado lo mejor que pude mientras estaba mi padre delante. Incluso llegué a decirle que estaba jugando con fuego si se acercaba a mí. No me hizo caso. Usted se limitaba a sonreír estúpidamente, creyendo que yo estaba provocándolo. Y le diré algo más: hasta que no comenzó a perseguirme, mi padre no había pensado en usted para incluirlo en la lista de los posibles padres de su maravilloso nieto. Así que, si tiene que encontrar un culpable, es usted el único. Usted me miró, me deseó y se ofreció a mí, a los ojos de mi padre.

—En otras palabras, su padre es su chulo.

—Si prefiere pensar que su futura esposa es una cualquiera, adelante. Yo no mencionaré en qué lugar queda usted en ese caso. De todas maneras, usted ha tenido que pasar algunas pruebas. Es más joven que los otros candidatos de la lista de mi padre, así como más atractivo físicamente, que es un factor importante para el nieto que mi padre espera —explicó—. Pero lo más importante es que su familia tiene fama de engendrar hijos varones. Y, por supuesto, usted parecía más ambicioso que los demás.

—¿Y qué va a ocurrir con ese nieto y heredero, una vez que llegue al mundo? ¿ Su padre se lo va a arrancar del pecho nada más nacer, y espera que yo me olvide de él?

—¡No! Mi padre detesta a los niños. Él únicamente desea un heredero varón a quien dejarle todos los millones. Un heredero legítimo —añadió—. Me temo que no se puede salir a la calle y encontrar uno, si es lo que va a sugerir...

—No soy un idiota —replicó él—. No sugeriría nada que conllevara la pérdida de lo que quiero conseguir con esto.

—Y ese niño perdería mucho más. Pero tiene que quedar claro que yo obtendré la custodia completa — anunció ella, levantando la barbilla, como si pensara tener que discutir el tema—. En ello no caben dudas, señor Cullen. Es la condición que yo exijo en todo esto, y se reflejará en el contrato que mi padre le ha mencionado.

—¿Me está diciendo que yo perderé todos los derechos sobre el niño?

—No todos. Tendrá los mismos derechos que cualquier padre mientras estemos casados, pero una vez que nos separemos la custodia será para mí.

—¿Por qué?

Ésa era una buena pregunta, pensó Bella sin decir nada.

—No entiendo por qué pedirá usted la custodia de un hijo que en realidad no desea.

—Yo lo querré con todas mis fuerzas. No me importará cómo haya empezado todo. Lo amaré, señor Cullen. No pensaré en culpables, ni lo lamentaré o despreciaré.

—¿Y cree que yo lo haré?

—Sé que sí —dijo, con absoluta certeza—. A los hombres como usted no les gusta tener que responsabilizarse de los errores del pasado. Y esto representará un error para usted. Así que la custodia será para mí —repitió una vez más—. Una vez que nos separemos, podrá visitarlo de acuerdo a la ley, si está interesado, por supuesto.

Bella notó el brillo de los ojos de él y supo que había encendido algo peligroso en su interior antes de que se acercara a ella.

La muchacha puso la espalda recta y las pestañas le temblaron ligeramente cuando él acercó peligrosamente su cara a la de ella.

—Está ahí con la barbilla levantada y los ojos llenos de desprecio, imaginando que sabe exactamente qué tipo de hombre soy, cuando ni siquiera me conoce. Pero mi hijo... —tomó a la mujer por los hombros—. ¡Mi hijo también será mi heredero!—Fue una fuerte impresión. No el deseo de no desprenderse de algo que a fin de cuentas era una continuación suya, sino el efecto de sus manos sobre ella. Parecieron llegar hasta el fondo de su cora

zón, provocando que los músculos se le contrajeran violentamente y que no pudiera evitar una exclamación.

—¡Mi hijo permanecerá bajo mi protección sea cual sea mi mujer! Y si eso significa que mi matrimonio tiene que durar toda la vida, así será.

—¿Cómo? ¿Nos vamos a casar?

Edward Cullen tenía una dentadura perfecta. Sus ojos eran como dos cantos redondos negros que expresaban su disgusto por ella y por la respuesta que iba a darle en ese momento.

—Sí. Nos casaremos. Haremos todo lo que su padre diga en el contrato. Pero no crea ni por un momento que va a ser agradable.