"La luna era un galeón fantasmal aventurándose en un mar de nubes

El camino era un lazo de luz de luna, sobre un anochecer púrpura

Y el bandido venía cabalgando,

Cabalgando, cabalgando,

El bandido venía cabalgando, hasta la antigua puerta de la posada."

The Highwayman, Alfred Noyes


Como era natural, no había podido dormir en toda la noche. Entre el calor y los nervios, estarse quieto entre las sábanas le resultó imposible, así que simplemente se resignó a desvelarse.

Y así fue. Tenía un par de sombras oscuras bajo sus ojos, y estaba ligeramente más malhumorado que de costumbre, pero tenía que mantener la compostura. No había otra.

Estaban de nuevo en la costa. Más bien, en uno de los muelles, rodeados de barcos y veleros. Algunos eran enormes, de un tamaño impresionante, verdaderos buques de guerra. La luz se reflejaba en el barniz de los veleros con destellos encantadores, como pertenecientes a un emotivo cuadro, contrastando severamente con el reflejo mortífero del metal de los buques.

Había mucha gente pululando alrededor. Personas con aspecto de haber estado trabajando desde el alba pasaban raudos a su lado, gritando y recibiendo órdenes. Trabajaban con fluidez, casi con emoción, como deseando ya envolverse en el campo de batalla.

No había muchas nubes, y una vez que se hubo terminado el momento amarillento y rosado de la mañana, un azul purísimo rompió en el cielo, desparramándose como las semillas de un diente de león hasta la línea marítima. El color del mar también era mucho más vibrante que en Leftovers. Era un agua densa y oscura, aunque con olas relativamente tranquilas.

El puerto también era muy extraño. Tenía rieles especiales para vagones que llevaban la carga desde el muelle a los barcos pesqueros y de ahí hacia los carros, mismos que se encargaban de distribuirlos a los tenderos, y así como habían descargas había gente que se ocupaba de subir incontables cajas de madera con dios sabría qué a los barcos más grandes. Se movían a toda velocidad sin siquiera estar cerca de colisionar, con la precisión del reloj más fino.

Eran de un color negro opaco, perfectamente bien barnizados. Llevaba una placa de identificación en la parte trasera, y se su hubiera fijado mejor, habría visto que absolutamente todos los vagones se movían de acuerdo al comando que rezaba dicha placa. Era un sistema circulatorio perfecto.

Lo que más llamaba a atención era el muelle principal. Se extendía poco más de un kilómetro por la superficie del mar, con una ligera curvatura a la derecha, y tendría unos cinco metros de anchura. Parecía tener dos o tres plazas, y no había persona alguna en él, sin embargo, tenía mucho movimiento. Los barcos que descargaban ahí ponían las cajas directamente en lugares predeterminados, y una persona en una cabina a unos pocos metros de él movía algunas palancas y salía disparada por uno de los rieles a sabía dios dónde, ya que las vías que provenían de ahí desaparecían en la distancia, como si fuese una epítome del sistema circulatorio. Parecía que todo el lugar se movía a máquina. Incluso el traqueteo no resultaba demasiado escandaloso, recordaba más bien a una máquina de escribir.

–"Otabek amaría este lugar" –pensó Yurio, clavando la vista en el complejo sistema de carga.

Marie era quien los había despertado, así que ellos habían ido por su propio pie hasta allá. No se les había hecho difícil encontrar a la comandante en esta ocasión; una porque no había manera de perderse hacia la costa este, y la otra porque estaba en lo alto de una torre de vigilancia bien parada, observándolo todo. Había bajado en cuanto los vio, explicándoles la función del puerto: la recolección de las minas.

–¿Puedo asumir con el que haya accedido a vernos hoy una respuesta afirmativa? –preguntó directamente, dirigiéndose a Yurio.

–Supongo que sí –se resignó, parándose bien derecho. En realidad, ahora con todas las cartas sobre la mesa, no había demasiadas alternativas. Además, ya estaba ahí, era mejor cooperar –Sólo espero que merezca la pena –añadió, sonriendo de lado.

Lilia le clavó la mirada, escrutándole. Tenía un par de ojos verdes afilados como rocas, pero Yurio se mantuvo firme, con el semblante serio pero relajado. Después, desvió la vista hacia el mar, señalándole uno de los barcos.

–Bien. Ése es el Viento del Norte, el buque principal. Si me acompañas, se los mostraré.

Él y Christophe la siguieron por la segunda plaza del muelle. El buque era increíblemente enorme, y estaba repleto de personas que se encargaban de alistar y ordenar múltiples pormenores. La absurda cantidad de cañones a los costados le dieron escalofríos.

–Vaya, pero es que éstos ya estaban completamente listos para atacar, comenzara Gwin o no –le susurró Yurio a Christophe.

Éste asintió, preguntándose si habrían tomado la decisión correcta. Igual, no parecía ser que su negativa fuera a cambiar las cosas en absoluto.

–Éstas son las armas que ocupamos principalmente –informó la comandante Baranovskaya, abriendo una escotilla sobre la cubierta y señalando un arsenal bajo sus pies. Le hizo una seña a uno de los oficiales que estaban por ahí y éste le entregó su fusil. Medía un metro con veinte y estaba hecho con madera rojiza y metal dorado, una fineza. Tenía arabescos y florituras en las cachas, y si uno se fijaba bien, incluso tenía un grabado en el cañón. Pero Yuri no alcanzó a apreciar el detalle.

–Pensaba que sólo iríamos a recoger y poner a salvo a la gente –comentó Plisetsky, echando un vistazo a la armería. Algunas de las cosas ni siquiera intuía para qué servían.

–En efecto –la mujer cerró la escotilla con el pie y les miró –pero claramente planeo dejar esta nave para asegurar la zona. Además, puede que el ejército de Gwin ya haya anclado en sus puertos, y no pienso llegar allá sin protección alguna.

–¿No es un poco exagerado? –preguntó Giacometti, acariciándose la barba que comenzaba a ser más cerrada, a fuerza de no habérsela rasurado en días.

Lilia sonrió por primera vez. Apenas levantó las comisuras de los labios, mirándoles con condescendencia.

–Se nota, jóvenes, que no les conocen en absoluto. Sigamos.

Les había explicado las partes generales, y Yurio había intentado aprendérselas con ahínco, aunque sin demostrarlo mucho.

Acordaron que Yurio viajaría en el barco y Christophe volvería volando. Se despidió y salió raudo por la playa, en dirección a donde había dejado aterrizada la avioneta, como queriendo escapar de ahí lo más pronto posible. Lilia mandó a dos cargadores a ayudarle con el despegue, mientras Yurio tragaba saliva con fuerza. Él también tenía unas ganas mordaces de salir corriendo.

Plisetsky se recargó en la buhardilla de la amura, mirando las cajas ir de arriba abajo. Le molestaba quedarse observando, pero no había nada que pudiese hacer.

–¡Eh! ¿Tú eres el de Leftovers, cierto? ¡Mickey, ven acá! ¡Aquí está, ya lo encontré!

Una mano le había tomado por los hombros, sacudiéndolo con fuerza, y había gritado lo anterior fastidiosamente cerca de su oído. Yurio volteó a verle, horrorizado.

Era un rubio alto bastante fornido, quien por cierto seguía sujetándole. Con un movimiento brusco se lo sacó de encima, sólo para que le volviese a agarrar.

–¡Mickey, que se escapa! –volvió a vociferar a voz en cuello.

Una cabeza se asomó por la escalera que llevaba a la buhardilla. Éste otro tenía el cabello color caoba y la piel más bronceada, con una expresión más bien seria.

La cabeza flotante se levantó de un salto, dejando ver a un joven de aproximadamente la misma altura y se acercó a él, titubeante.

–¿Tú eres Yuri Plisetsky?

–Hombre, ¡te digo que sí! ¿Qué no le has visto la ropa? No es de por acá –y seguía, con una sonrisa espeluznante, al menos para Yurio.

–Sí, soy yo –bufó Yurio, librándose por fin del agarre de Emil con una fuerte sacudida, alisándose la ropa que a su parecer no tenía nada de malo. Además, llevaba una de las camisas negras de Otabek y eso era garantía suficiente de que se veía bien –¿Y tú eres…?

El rostro del extraño se iluminó.

–¡Entonces debes conocerla! –avanzó hacia él hasta estar a unos cuantos centímetros de su cara. Plisetsky se echó hacia atrás, cada vez más disgustado y confundido.

–Mi nombre es Michele Crispino –se presentó, tendiéndole la mano. Yurio se la estrechó, sin estar más convencido.

–Mickey para los amigos –añadió el rubio, guiñando un ojo. El otro le dio un leve codazo, haciendo que se callase.

–Sara Crispino, ¿la conoces? Es mi hermana.

Yurio levantó las cejas, comprendiendo. La verdad es que de haberlo visto jamás lo hubiese comparado con ella, pero sí eran parecidos, salvo por el cabello. La nariz, el tono de la piel…

–¡Ah, Sara! Sí, la conozco. Es la única médico en Leftovers. En realidad, vive tan sólo a unas cuantas casa de la mía…

–¿Está bien? ¿Cómo la has visto? ¿Ella… sale con alguien?

Yurio hizo una mueca de desagrado con la última pregunta.

–¿Estás seguro que es su hermana o está mal del coco? –preguntó, dirigiéndose al rubio a su derecha.

Emil le sonrió, con empatía.

–Ella está… bien, supongo. Tampoco es que seamos cercanos o algo, y su vida personal me tiene sin cuidado –contestó, incómodo.

Él asintió, mirando al suelo.

–Yo no me he presentado. Mi nombre es Emil Nekola, soy el almirante de fragata. Michele es el alférez, pero más que otra cosa se encarga de que los cañones no exploten antes de tiempo. Ya sabes, los materiales que ocupamos pueden ser bastante inestables. Es un placer conocerte, ah, y disculpa por la efusividad, pero era necesario, como tú comprenderás.

Yurio no estaba tan seguro, pero al final le dio la mano.

–Me parece que la comandante Baranovskaya ya te ha enseñado la nave, pero permíteme mostrarte las cosas divertidas. ¡Ah! ¿Sabías que no es comandante, sino coronel? Sólo que no le gusta que la llamen así, le parece una palabra horrenda, y…

–Emil… –Michele le tocó el hombro, bajando primero.

–Lo siento, hablo demasiado. Pero ven con nosotros, te voy a enseñar cómo hacer que exploten.


A Minami les gustaba sentarse al borde de los acantilados por las mañanas, para ver el amanecer. Había un aura muy pura antes del alba, además que el sonido de los pájaros al despertar se escuchaba simplemente encantador. No había mejor hora para pensar.

Además, quería aprovechar el tiempo que pudiese hacerlo. Las noticias fatales le habían hecho recovecos en la mente, pensando con temor lo que podía venir.

A Yuri también lo veía diferente. Es decir, obviando el hecho extraordinario de que había ido sin decir palabra, lo cierto era que tanto él como sus padres lo notaban extraño desde que la gente de Gwin había llegado.

Sacó un par de binoculares llenos de perillas de su alforja y se los puso sobre los ojos. Eran color negro y plateado, bastante grandes en realidad. Los llevaba para ver pájaros y dibujarlos; ya tenía una vasta colección de pinturas y acuarelas en el gran libro de encuadernado rojo que tenía sobre las piernas.

Sin embargo, lo que vio, le dejó el corazón en un puño.

A lo lejos, una flota completa avanzaba lentamente, proveniente del oeste. Dado que el alcance de sus espejuelos era bastante alto intuía que aún estaban bastante lejos, pero eso no lo hacía menos inquietante. Eran al menos doce embarcaciones de proporciones gigantescas.

Se puso de pie tan rápido que se mareó un poco y casi cae al vacío. Trastabilló hacia atrás y salió corriendo tan deprisa como le permitían las piernas, sin saber exactamente a dónde. Tras correr casi dos kilómetros se detuvo, con el corazón desembocado, pensando a toda velocidad.

Retomó la marcha, tras analizarlo un poco, y sin siquiera pensar en coger como mínimo su bicicleta, corrió como alma que llevaba al diablo hasta la casa de Otabek.

Tocó tan fuerte una vez que llegó que casi se hizo daño en los nudillos. El hombre corrió a abrir la puerta con rapidez al escuchar los estruendosos porrazos.

–¡Eh, eh! ¿Qué pasa? –exclamó, pestañeando con el ceño bien fruncido. Era cierto que se había dormido bastante tarde, ya que había ido reforzando las cerraduras de su casa, las del taller y sobre todo las del hotel de Hiroko. Habían acordado junto con Phichit que ése sería su punto de reunión en caso de que la cosa se pusiera fea.

–¡Vienen… el mar! –farfulló Minami, intentando recuperar el aliento. Se recargó contra el marco de la puerta, temblando.

–¿Estás bien? –inquirió Otabek, más espabilado a causa de verle tan nervioso, y le invitó a pasar, medio llevándole en brazos (lo cual no era muy difícil gracias a su constitución menuda).

–Sí, gracias –dijo una vez que se hubo tranquilizado al cabo de un par de minutos. De pronto, dio un golpe en la mesa, como para enfocarse –Otabek, venían un montón de barcos… –comenzó, volviendo a ofuscarse.

–Explícame desde el principio, por favor –pidió éste de la manera más educada posible.

Minami suspiró.

–Estaba sentado en uno de los acantilados, como todas las mañanas y… a lo lejos, con los binoculares –los sacudió, ya que los había sujetado todo el rato sin darse cuenta –vi una flota entera, por el suroeste…

Otabek se sujetó la barbilla, entrecerrando los ojos.

–Si es esa dirección no hay duda que vienen desde Gwin… ¿hace cuanto que los viste?

–¡Nada! Lo que me he tardado en llegar hasta acá. He venido inmediatamente.

–Has hecho bien –le agradeció, sonriéndole fugazmente. Él le devolvió la sonrisa, con un tinte nervioso –Eso significa que hay que avisar a las personas.

–¿No crees que causará pánico? Es decir, Phichit ha explicado todo ayer, y aunque la mayoría accedió a tomar precauciones todavía hay gente con las venas patriotas a flor de piel, que no dudarán en ayudarles.

–Precisamente por eso. Se armará más revuelo si simplemente llegan sin más, y no tuvieran ni idea.

Minami se encogió de hombros, sin estar muy seguro.

–De acuerdo –prosiguió Otabek, alisándose la ropa de ayer en la que había dormido y cogió un abrigo del perchero de al lado de la puerta y se lo puso –Vamos, de una vez. Entre lo hagamos más temprano más tiempo tendremos de debatir y organizarlos.

Minami le siguió, mientras Otabek pensaba con amargura quién demonios le había nombrado el rey de Leftovers, y miró al cielo pidiéndole fuerzas para sobrellevar el día.

–¿Qué pasa?

–Nada, nada –musitó y se encaminó hacia el centro, bostezando.

–¡Pero qué idea más absurda! –vociferó Sara, dándose una palmada en a frente.

Un puñado de gente anciana en su mayoría había sugerido la opción de ayudarle a la gente a saquear las cuevas, y estaba comenzando a perder la paciencia.

–¡Han oído toda la explicación de mi aprendiz ayer mismo y se empecinan en alentar la catástrofe, pero hay que tener cara! –y sin dejar espacio a réplica salió del salón del hostal, agitando los puños.

Phichit la siguió con la mirada, nervioso, y se dirigió a Otabek.

–Escucha, no creo que vayamos a hacerles cambiar de opinión. Lo mejor será dejar que hagan lo que les apetezca y los que queremos evitar el conflicto pero no colaborar nos pondremos de acuerdo después.

Él asintió, alejándose del círculo y dejando a Phichit hablar. Era de reconocer lo bien que se le daba el hablar ante las personas, tenía mucho carisma incluso en situaciones como aquella.

Al final la gente disconforme se había retirado y Sara, quien se había quedado refunfuñando afuera volvió a entrar, recuperando la compostura.

–¿Todo bien? Te ves bastante pálido –se sentó a lado de Otabek, mirándole a los ojos. Éste se frotó la cara, tratando de mantener los ojos abiertos.

–Sí… se podría decir que he pasado mala noche. Entre todo el jaleo y admitiendo que estoy un poco paranoico…

–Es que no es para menos. Habrá gente que se lo pueda tomar a la ligera, pero no hay que olvidar el verdadero propósito de esto. ¡Demonios! –la mujer se parecía haberse enfadado de nuevo; frunció el ceño y miró a la nada con una expresión sombría.

–¿Tú estás bien? –preguntó Otabek, recargándose sobre el brazo.

Sara se estrujó las manos, indecisa.

–Mi hermano… trabaja en Garya desde hace unos tres años. Discutimos hace tiempo, y no hablamos desde entonces, pero… estoy demasiado preocupada por él. No me puedo sacar de la cabeza que le pueda pasar algo, yo…

–Espera Sara –trató de tranquilizarla Otabek. Era una chica tenaz y sumamente fuerte, pero en ese momento parecía que se pondría a llorar en cualquier instante –Nada asegura siquiera que se vaya a involucrar en el conflicto, ¿qué es lo que te preocupa tanto? –le tomó de la mano con delicadeza.

–No lo entiendes –Contrario a las expectativas de Otabek, la chica respiró varias veces y recuperó el semblante –Él comenzó a estudiar medicina conmigo, pero a raíz de nuestras discusiones desertó por química y a la primera que tuvo se marchó de Mikhay. Solía escribirme, hasta que me mudé acá y…

–Tranquila –murmuró, abrazándola y escuchó como sollozaba contra su hombro.

Sara se permitió unos cuantos segundos de desahogo y por fin le apartó con suavidad, frotándose los ojos.

–Bueno, ya está. Tampoco va a ayudarle mucho que me ponga a sollozar todo el rato. Hay que ponernos manos a la obra.

–¿Es por eso que estás tan empecinada en hacerles frente?

–Sí –admitió, mirándose las manos –De alguna forma, siento que así estoy ayudándole. Es tonto, lo sé, pero…

–No es ninguna tontería –apuntó Phichit, quien estaba detrás de ellos. Sara se ruborizó, ligeramente avergonzada de que la hubiese visto llorar –Pero basta de perder el tiempo. Según Minami, no tardarían ni dos horas en llegar a la costa y ya hemos desperdiciado una.

–Tiene razón –acordó Otabek, levantándose –Hay que ponernos a trabajar.


–¿Y, tú quien eres?

Con todo el estrés del trabajo Mila se había ido consumiendo cada vez más, pero con la adrenalina de los planes que se avecinaban se había animado un poco y había recobrado las ganas de sonreír. Pensó, con amargura, lo alegre que solía ser antes de que todo se complicara.

–¿Eh?

Yuri se había quedado con las cejas levantadas, parpadeando un par de veces.

–Eso, ¿quién eres? –volvió a preguntarle, sonriendo divertida.

–Katsuki Yuri, emm, yo… –tartamudeó, inseguro.

Viktor se había ido al baño a darse una ducha rápida y le había dejado a solas con ella, probablemente a propósito. La chica estaba sentada al revés sobre la silla donde le había cortado el cabello a Viktor, con el respaldo en el pecho y recargada en la parte superior del mismo.

–No, no, que eso ya lo he escuchado –contestó, con una sonrisa cantarina –Lo que quiero saber es qué hacías en Leftovers, por qué Viktor te trajo, si te gusta…

–¿Qué dices? –exclamó Yuri, con la boca abierta de par en par y la sangre subiéndole por las mejillas.

Mila había soltado una risotada, con el presentimiento de que se iba a divertir mucho esa noche.

–¿Por qué has venido hasta acá?

"Porque Viktor me ha obligado" quiso responder, pero eso no sería completamente verdad. Era cierto, ¿por qué había accedido a ir? ¿Era por mera curiosidad, por la necesidad de escapar de sí mismo o por algo más?

Una vez más trató de ajustarse las gafas, de nuevo olvidando que no estaban ahí y miró a un punto indefinido.

Mila puso los ojos en blanco y se reclinó contra la silla para darle un golpecito.

–¡Pero hombre, no es para que te montes un dilema filosófico por eso! Si no me lo quieres decir está bien –con una sonrisa volvió a su sitio, teniendo cuidado de no caerse

–No es eso –Yuri le sonrió de vuelta, más tranquilo –Es sólo que ni siquiera yo lo sé.

–Aunque por lo que me cuentan a Viktor le estuvo bien empleado, te las has arreglado para traerlo sano y salvo.

Yuri miró al piso, avergonzado pero orgulloso al mismo tiempo.

–No es para tanto…

–¿Que no? A veces será medio cabeza hueca, pero aún así se le aprecia. A veces incluso puede resultar útil –Yuri dejó escapar una risa al escuchar lo último –En realidad sólo estaba siendo amable. Yo sé bien quién eres tú –afirmó, mirándole fijamente y apuntándole con el dedo.

–¿Y quién soy?

Mila se levantó tan súbitamente que Yuri dio un respingo, y salió corriendo por la puerta para volver a los cuantos segundos.

–¡Tú inventaste esto! ¿A que sí?

Sostenía en sus manos menudas un reloj despertador bastante bonito. Tenía un montón de figurillas talladas en la parte trasera, y era todo de metal brillante. Yuri puso cara de perplejidad, pero entonces Mila le sacó la tapa y le enseñó el motor diminuto.

El rostro de Yuri se iluminó, reconociendo de inmediato el diseño. Era uno de los primeros que había vendido y la raíz de que le viniesen pedidos cada vez más complejos.

–¡Lo sabía! –Exclamó Mila al ver la expresión de Yuri –Hace dos años que lo tengo y a pesar de todas las veces que se me ha caído no ha fallado ni una sola. No hay duda de por qué son tan populares.

–¿Populares?

Mila abrió los ojos, con sorpresa.

–¡Pues claro! Todo el mundo tiene uno. Los hicieron en serie y sacan un diseño nuevo a cada instante, aunque es el mismo diseño.

–¡¿Tantos?!

–Ajá. Debes de estar forrado. ¿Cuánto cobraste por eso?

Cuando se lo dijo, Mila abrió de par en par sus ojos azulísimos y se tapó la boca.

–¡Pero Yuri, si eso es un robo! Cuando acabe todo este embrollo tienes que contratarme como tu agente de ventas, vamos a hacer un dineral.

Yuri volvió a reír levemente, aún encontrando embarazoso todo el asunto del dinero.

–¿Cómo sabes si es el mismo mecanismo? Pueden estar usando alguno mejorado…

–Lo sé porque los he destapado.

–Tienes aficiones bastante extrañas –murmuró Katsuki riendo un poco.

–¿Yo qué? ¡Tú los fabricas! Sólo soy una fan –sonrió dulcemente y se recargó en la pared –Al igual que Viktor.

–¿Viktor?

–Sí, sí, ¿no sabías? Por eso insistió tanto en ir hacia allá. Quería conocerte. Pensaba que serías algún viejito anquilosado, nada más lejano de la realidad. Eres bastante lindo.

Yuri casi se atragantó con su propia saliva, para la gracia de la chica.

–La verdad es que eres muy talentoso. Teniendo qué convivir tanto con tu fan número uno, me enteraba de cada cosa que tenía tu firma. Me alegra que estés acá. Además, pareces mucho más sensato que Viktor, y eso podría hacerle bien. Normalmente no escucha a nadie.

–¿Hablaban de mí?

Viktor asomó la cabeza por el umbral de la puerta y después entró por ella. Se había vestido con la opa que Mila les había llevado por parte de Yakov, y ésta era más bien sencilla; no le pegaba para nada.

–Para nada –contestó Mila, dirigiéndole una mirada curiosa –Creo que te va bien el pelo corto, ¿no lo piensas así, Yuri?

–¿Ah? Sí, claro.

–Le va mejor a alguien de tu edad –Mila enfatizó la última palabra de manera socarrona y Viktor desvió la mirada, de malitas. A Yuri le parecía adorable.

–¿Ya es hora?

Mila le quitó con delicadeza el reloj a Katsuki y lo miró, negando con la cabeza.

–No, todavía no. Sería una buena idea que durmiesen un poco antes de proceder, lo necesitarán. Sobre todo tú, Viktor.

Éste frunció el ceño.

–¿Qué insinúas?

La chica levantó las manos en clara pose de redención.

–Eh, que ahora no es broma. Tendrás que pilotear buena parte de la madrugada, no sería buena idea que te quedaras dormido. Menos con una carga tan valiosa –añadió, mirando a Yuri. Éste se ruborizó, no sabiendo hacia dónde mirar –No farfulles más y ve a la cama –prosiguió, andando hacia la puerta –Yo les despertaré cuando sea el momento adecuado. Ahora basta de cháchara y a dormir.

–¿Estarás bien? –preguntó Yuri, solícito.

–Descuida –respondió la chica, sonriéndole de nuevo y agitando la pieza en sus manos –Tengo mi fiel despertador.

El momento adecuado llegó exactamente dos horas y cuarenta y cinco minutos después.

Antes, Viktor había intentado conversar con Yuri, sin mucho éxito, ya que éste se había quedado profundamente dormido en cuanto Mila se hubo marchado, así que al final se resignó y se dio la vuelta, refunfuñando.

En realidad Yuri no se había dormido. No podría aunque hubiese querido. Estaba demasiado emocionado por lo que pasaría, aunque no de una manera buena.

Sentía un nudo en el estómago y el presentimiento de que la vida se le desmoronaba a cada que cerraba los ojos. Tenía unas ganas incontrolables de llorar por la desesperación, pero sus ojos simplemente no eran capaces de producir lágrimas.

Suspiró con fuerza tres veces, y a la cuarta se sintió un poco mejor. Sabía que era irracional (o tal vez en este contexto no tanto) y que se le pasaría, pero no podía simplemente eliminar esa sensación de su pecho como si cualquier cosa. Con pereza, se frotó los ojos, extrañando las gafas y escuchó a Viktor suspirar.

–Sé que llevas despierto todo este rato e iba a dejar que siguieras suspirando tan bonito, pero creo que no es por mí así que… ¿está todo bien? –preguntó, volviéndose a la luz débil de la única vela que habían dejado encendida y mirándole a los ojos.

Yuri no pudo evitar sonreír levemente.

–No… –se sinceró, como siempre que Viktor le preguntaba algo; había una cosa en él que le parecía inevitable en todos los sentidos –Yo… es que…

–Ya sé, ya sé –murmuró Viktor, intuyendo el tono de Yuri, y sin pensarlo mucho le rodeó con el brazo, atrayéndolo hacia sí con delicadeza.

Katsuki se extrañó sobremanera, pero estando tan ofuscado y a la vez decidido a no sobre analizar las cosas dejó que le abrazara, enfocándose más en la sensación reconfortante y amistosa que en las ganas de que nadie le tocase. Incluso se atrevió a pasarle un brazo por la espalda, correspondiendo a medias al abrazo. La vela terminó por consumirse y entre la oscuridad y el calor corporal ambos se quedaron dormidos.

Mila tocó un par de veces la puerta, sin respuesta alguna. Abrió lentamente y encendió su linterna de mano. Provenía de Garya y aunque Mila no lo sabía, funcionaba a base de ámbar. Yakov se la había dado unas horas atrás, junto con más herramientas para que se pudiesen infiltrar sin problemas.

El rayo cálido de luz iluminó justo en la cara dormida de Katsuki. Tenía la boca abierta y una expresión despreocupada, totalmente opuesta al rictus tenso que mostraba cuando recién le vio. Él y Viktor dormían abrazados, y Mila casi se parte de risa al ver a Viktor aferrado como pulpo a Yuri, y éste al otro extremo de la cama diminuta escapando se su agarre. De la nada, se giró, abrazando a Viktor de vuelta. La chica tuvo que taparse la boca para no soltar una carcajada.

Encendió el candelabro de la mesa, lo tomó y se plantó bien cerca de la cara de ambos, agitándolo mientras soltaba un alarido.

Ambos hombres se despertaron temblando; Yuri casi cayéndose de la cama.

–¡Mila! –masculló Viktor, no sabiendo si reírse o reñirle. La aludida reía sin cortarse un pelo.

–Eh, ¿ya es hora? –se apresuró a preguntar, antes de que pudiese hacer algún comentario acerca de la extraña pose de siesta que habían adoptado.

–Ya es hora –confirmó, con una expresión desafiante.

Viktor se había puesto una gabardina con el cuello hacia arriba y una boina café plomizo, no sin antes comentar lo hortera que se veía, seguido por Yuri, que llevaba más o menos lo mismo pero en tonos oscuros. Mila les precedía a ambos, algo abombada por las herramientas. Caminaba con cuidado, para que no tintinearan.

Viktor le cuchicheaba alguna que otra cosa a Yuri mientras caminaban, explicándole algunos de los edificios de la ciudad. A pesar de ser tan tarde a veces se cruzaban con gente, cuya indiferencia hacía risibles las precauciones de Mila. Aún así, nunca podrían ser suficientes.

Habían salido de su casa hacían unos veinte minutos, y en ese momento caminaban bien pegados a una muralla grande, iluminado por las farolas de la calle. Mila midió la barrera mentalmente, no pasaría de los dos metros y medio. Perfecto.

–Viktor, ayúdame.

Éste ya le había guiñado un ojo a Yuri y se preparaba para saltar cuando Mila lo tomó por la espalda y le puso frente a ella contra la pared, y antes de que pudiese decir nada se impulsó con ambas manos y dio un buen salto, sentándose en sus hombros. Después se sujetó con los bordes de los ladrillos del muro, puso los pies donde estuvieran sus piernas y saltó hacia el otro lado.

–Wow –exclamó Yuri, fascinado, mientras que Viktor intentaba no hacer visible el dolor que el brinco en sus hombros le había provocado.

–Psst –se escuchó del otro lado –El siguiente. Sostendré la cuerda –mientras hablaba lanzó dicha soga hacia arriba.

–Yuri, sube tú. Te ayudaré –y sin dar tampoco derecho a réplica, le empujó hacia la pared.

Yuri tomó la cuerda negra, sin saber exactamente qué hacer.

–Tómala y camina sobre la pared. Yo te sostendré. Cuando llegues arriba sólo salta al otro lado, con las piernas flexionadas.

Yuri asintió e hizo lo que Viktor había dicho. Ni siquiera necesitó ayuda, en menos de unos segundos ya estaba arriba, y después desapareció. Viktor trepó en seguida y se llevó la cuerda consigo hacia el otro lado.

–¿Ahora qué?

–Shhh.

Mila les hizo una seña para que la siguieran, andando agachados. A una indicación de ella, corrieron a lo largo hasta una nueva reja.

–¿Tan fácil es adentrarse aquí? Hombre, pero para qué hacer una guerra, basta esperar la hora de la siesta de los guardias y entonces los asaltan.

Mila le dedicó una mirada malhumorada.

Me tomó mucho tiempo averiguar los patrones exactos de descanso de estos tipos, no lo subestimes. Debe ser a la hora exacta o nos descubrirían.

–¿Por eso revisabas el reloj a cada momento?

La chica asintió, sonriéndole fugazmente.

–¿Pero te has traído el despertador para eso?

Mila se encogió de hombros.

–Me he olvidado el reloj de pulsera en el trabajo.

Sacó un par de pinzas y con mano hábil cortó la cerradura, y se deslizó dentro sin muchos miramientos, seguida por ambos hombres.

Sólo hacía falta abrir la bodega.

–Esta es la parte más complicada –susurró Mila, mirándoles a ambos. Le echó una ojeada a su reloj ridículamente grande y continuó –La bodega tiene un extraño sistema de seguridad que no comprendo bien, pero lo que entiendo es que si detecta alguna intrusión se cierra con rejas de acero a cal y canto. Intentaré abrir una de las ventanas de arriba, pero hasta esas pueden disparar las sirenas, así que necesitaré de tu ayuda. Yuri –le miró, y éste se paró derecho al escuchar su nombre. Viktor le miró con la escasa luz que había – ¿Crees que sea posible detener la dirección de un engranaje planetario sin forzarlo o romperlo?

Yuri se llevó una mano a la barbilla.

–Tal vez. Necesitaría ver cómo están conectados a la alarma…

–Bien.

Mila trepó con cautela a fuerza de enterrar un par de palas puntiagudas entre los ladrillos que componían el edificio. Era aterradoramente grande y sin ningún atractivo exterior. Más que un edificio, la construcción parecía albergar una ciudad pequeñita.

Viktor y Yuri la observaban desde abajo, temerosos de que fuera a caerse y a la vez asombrados de su agilidad. Nikiforov siempre había visto a Mila como una asistente muy capaz en el plano profesional, pero nunca se imaginó que tuviese ese tipo de habilidades. Debió de haberlo supuesto dada su cercanía con Yakov, se notaba su enseñanza a todas luces.

Mila se aferró a la cornisa, sudando frío y sin aliento. Le dolía la mandíbula de tanto apretarla, y el peso de las herramientas comenzaba a hacerse agotador.

Agradeció llegar al alféizar. Se metió la linterna encendida en la boca, alumbrando lo que hacían sus manos. Sacó un frasco pequeño de su cinturón un con todo el cuidado del que fue capaz y vertió el líquido en las orillas del vidrio. Lo tapó con rapidez y con la otra mano se subió la bufanda hasta la nariz, mirando al otro lado. Tras contar sesenta segundos exactos, empujó el cristal con cuidado, atrapándolo antes de que se rompiese. Los bordes aún estaban pegajosos por el pegamento a medio derretir, pero escocía y se le resbaló de las manos, precipitándose en el vacío.

–Maldita sea –masculló –¡Hey! ¡Sostengan esto! –les ordenó a los de abajo, soltando la cuerda y una vez que se hubo asegurado de que la tenían, descendió con ella en un segundo.

Las manos le picaban terriblemente, y odió por un instante su falta de cuidado al no llevar guantes.

–¡Yuri! –Gritó de la manera más baja que era capaz siendo un grito, esperando no hacer demasiado ruido. Miró el reloj de nuevo, consternada.

–¿Qué pasa? –Respondió Viktor, acercándose a la pared.

–Necesito que Yuri suba y me ayude a desactivar la alarma –cuchicheó Mila, sacando un rollo de tela y desplegando un montón de herramientas de metal.

–¿Qué? –Yuri miró a Viktor, aterido.

–Anda, sube –le urgió Nikiforov, tomándole de la mano, pero éste se quedó quieto.

Viktor le jaló levemente, pero Yuri no se movió.

–¿Qué pasa?

–No voy a hacerlo. No puedo, lo siento.

Viktor abrió la boca para replicar o trata de convencerle, pero dadas las circunstancias y que el tiempo apremiaba, le apretó la mano y trepó casi a la misma velocidad que la chica.

Era gigantesca. Es decir, desde afuera era un edificio adusto, pero imponente; sin embargo, por dentro se veía aún más grande. Podía decirlo gracias a la linterna de Mila, que hacía discurrir la luz rozando algunos bordes de cajas y una cosa metálica, hasta perderse en la oscuridad. Bajó con presteza, fijando la mirada ahí donde Mila moviera el hálito de luz, sintiendo la adrenalina en su pecho.

–Bien, Yuri –la chica se volvió a mirarle, sorprendida al ver a Viktor –¿Qué…? No, después. Corre hacia la caja metálica en esa pared –ordenó, señalando la pared opuesta. Viktor obedeció, avanzando a paso ligero.

–¿Ahora qué?

Mila trepó de vuelta hasta la ventana y miró a Yuri en el suelo.

–¿Ahora qué, Yuri?

Éste sacudió la cabeza rápidamente y se puso las manos sobre las sienes para pensar.

–¿Está frente a la caja de metal?

Mila dijo que sí.

–Bien, ahora necesito que la destape. Seguramente tendrá candado, así que es necesario que le saque las bisagras.

–¿Qué ha dicho? –exclamó Nikiforov.

–Dice que le saques las bisagras a la caja. Mis herramientas están ahí –señaló el paño en el piso.

Viktor corrió a tomarlas, junto con la linterna, preguntándole a Mila qué hacer a continuación.

–¿Y luego?

–¿Tienes ahí un desarmador plano? –La chica asintió –bien, dile que lo coja y lo meta entre la bisagra y el embellecedor superior del eje, que lo empuje hacia arriba y luego con el mismo destornillador le de golpes con algo o haga palanca hacia arriba para sacarlo. Si está atornillado de abajo, que es lo más seguro, que saque el tornillo para no forzarlo.

Mila repitió lo que le había dicho, y sería bastante sencillo de no estar tan pesada la puertecilla. Al final las sacó, mirando el mecanismo con curiosidad.

–¿Qué más, Yuri?

–Adentro va a ver un montón de engranajes. Debe haber una corona exterior, misma que abraza todos los engranes interiores. Pregúntale si tiene dentado exterior o sólo adentro.

–Sólo tiene muescas adentro –susurró Mila una vez que Viktor lo hubo revisado.

–Perfecto. Para desarmarlo tienes que sacar la palanca exterior del selector de velocidad, cuando lo hagas hecho la corona exterior se destensará. Podrás sacarla haciendo un poco de fuerza, ya no debería funcionar cuando termines.

Tras batallar unos instantes, Viktor sacó victorioso el aro platinado, colgándoselo de la muñeca y sonriendo de oreja a oreja. Mila negó con la cabeza, bajando con cuidado de no tallarse las manos.

–Ven corre.

Dentro de la bodega aún había una reja más. Era una simple malla, pero era la que accionaba el mecanismo de defensa. Ya desactivado, debería ser pan comido.

Sin mucha delicadeza, Mila sacó de su cinturón un tubo puntiagudo de unos quince centímetros y lo desplegó hasta que alcanzó un metro de longitud, alzó las manos sosteniéndolo y clavó la punta en una esquina, reventando la chapa instantáneamente.

–No es justo, Yakov nunca me enseñó esto –lloriqueó Viktor, pasando a través de la reja.

–Éste fue Georgi –musitó Mila, trotando hacia el interior –Apresúrate, tenemos quince minutos.

Dentro de la sala, habían apiladas a los costados un sinnúmero de cajas de madera, con leyendas garabateadas en la superficie. Algunas no rebasan los treinta centímetros por lado. Las más grandes deberían medir unos tres metros por dos, aproximadamente.

Viktor ya había estado en bodegas similares, pero nunca en aquélla. A pesar de su cargo, jamás le habían autorizado revisar allá, y tal vez comprendía el por qué. Con ayuda del mismo tubo puntiagudo, Mila había reventado varias de las tapas, dejando ver entre serrín un montón de armas de aspecto desafiante. Con expresión seria, le había estado pasando un montón de armas de tipo diferente, así como algunos materiales de los que Viktor ni siquiera quiso aprender su nombre.

A pesar del jaleo de su trabajo, apenas hacían algo de ruido, así que ambos dieron un respingo cuando escucharon un golpe seco en el piso. Ambos se miraron en la penumbra, angustiados, al escuchar pasos y se apostaron entre la primera pila de cajas, cada uno a un costado. Mila sostenía uno de los fusiles de aspecto atemorizante y Viktor un revólver pequeño.

Un flash deslumbrador rompió la tensión de la escena, y Viktor salió de su escondite, sosteniendo la linterna en la mano izquierda y reposando la mano derecha que sostenía el arma. La figura pálida hizo ademán de correr, pero Mila le sitió por detrás y le hizo una zancadilla, tirándole al suelo.

–¡Quédate quieto! –musitó, apuntándole con fiereza. La figura se volvió en el suelo. Tenía la tez blanca y unas cejas prominentes –Viktor, vigílalo mientras lo amarro.

El hombre no se resistió ni dijo palabra alguna. Sabía que no podría contra dos personas. Lo dejaron amarrado y dentro de una caja, apresurándose.

–¿Y ese quién es?

Mila se encogió de hombros.

–No sé, pero no importa. Lo que necesitamos es salir de aquí, después nos preocuparemos de eso.

–¿Cómo piensas sacar la avioneta?

Mila le sonrió.

Con ayuda de Viktor, abrió las compuertas de la reja interior y caminó de nuevo hacia la cuerda que colgaba de la ventana, deteniéndose un segundo. ¿Cómo había entrado el tipo de la cámara?

Jaló la cuerda, la cual cedió sin resistencia alguna, cayendo hasta sus pies, y el rostro de Mila se contrajo en una mueca de enfado y preocupación.

–¡Yuri! –Gritó quedamente –¡Yuri! –probó de nuevo, con más fuerza, pero no obtuvo respuesta. Miró el reloj con desesperación y llamó a Viktor a señas.

–Cambio de planes. Necesito…

–¿Qué pasa con Yuri? –preguntó Viktor, frunciendo el ceño.

Mila se quedó callada y volteó a ver al hombre dentro de la caja.

Nikiforov corrió hasta donde estaba y lo sacudió con fuerza

–¿Qué le hiciste a Yuri? –musitó, a centímetros de su cara, pronunciando cada sílaba entre dientes, súbitamente enfurecido.

–¡Viktor! Necesitamos salir de aquí, debemos salir de aquí –le urgió Mila, mirando preocupada el reloj despertador.

–¿Quieres dejar a Yuri ahí afuera?

–Para eso vamos a salir, genio –Mila se trepó al avión del centro con cuidado y amarró una cadena a un saliente del techo. La gente que había construido la bodega se lo había puesto todo muy fácil.

Viktor soltó a la persona con violencia, molesto, esperando que se hiciese daño, pero el joven se mordió el labio sin hacer ruido alguno. Siguiendo las instrucciones de la chica, sujetó la cadena al tren de aterrizaje y la miró, inquisitivo.

–¿Ahora qué?

–Ahora, enciendes ese avión y nos sacas de aquí –ordenó ella, levantando al tipo como si no pesase más de dos kilos y arrastrándolo hacia la estructura –Venga, ayúdame.

Viktor la miró con extrañeza, pensando que había perdido la cabeza, pero no replicó. Tenía que ver que Yuri estuviera bien.

Subieron al de la cámara (quien seguía sin decir una sola palabra) al avión en la parte trasera, y Viktor se metió a la cabina, revisando las palancas. Mila le había puesto combustible al depósito. Todo estaba listo.

–¿Vas a abrir la puerta ya? –preguntó Viktor antes de cerrar la cabina.

–No –respondió Mila, cerrándola de golpe y dejando a Viktor perplejo.

–Espero que sepas lo que haces –musitó, apretando el mando.

El avión era gigantesco, más grande del que Viktor había visto jamás. Medía más de treinta metros de envergadura, con unos cinco y medio de altura. Estaba cargado con un montón de ametralladoras repartidas en cuatro torretas, y más de 2000 kilos de bombas. Era de color verde lodoso y tenía la leyenda "Cisne" en la cola. Desde el punto de vista de Viktor, era un nombre demasiado irónico.

A la señal de Mila, arrancó. Un sonido ensordecedor comenzó a taladrarles las orejas al tiempo que las turbinas motorreactoras comenzaban a funcionar, la sala se cubrió de nubes de humo de sus cuatro motores, y le vibraron los oídos con el sonido tan distintivo. No sólo retumba, es casi como un grito procedente de los turborreactores. Viktor, tras respirar unas tres veces, avanzó.

Mila cruzó los dedos, mirando la escena desde el costado izquierdo, escondida tras las cajas. Incluso ahí se le metía el viento por debajo de la ropa, y entre el pelo, teniendo que apartárselo de la cara a cada instante para ver mejor. Terminó por sujetárselo mientras se cubría los oídos. Las cadenas debían resistir.

El aserrín que protegía las armas y demás que habían saqueado revoloteaba por todo el recinto, metiéndosele en la nariz y en los ojos. Mila terminó por encogerse en el suelo, completamente bloqueada del exterior. Esa cosa era una verdadera bestia; ahí estaba la razón de tanto secretismo.

A medida que avanzaba, la puerta comenzó a elevarse sin oponer resistencia. Mila sonrió para sí, apresurando a Viktor dentro de su cabeza.

Como si la hubiese escuchado (más bien, al ver que funcionaba) Viktor avanzó a toda velocidad, provocando que al final la cadena se rompiese y la puerta de metal le diera en la cola del avión. Mila aprovechó para buscar a Yuri, quien estaba amarrado justo donde le habían dejado. Miraba con los ojos como platos el avión alejándose, demasiado conmocionado como para preguntar.

–¿Por qué no gritaste? –le preguntó Mila, soltándole rápidamente –¿Eran más de uno?

–No… –contestó Katsuki, ligeramente avergonzado. –Él… me golpeó en la cabeza con una roca y caí, ahí fue donde me amarró. Sólo era uno. Nos había estado siguiendo desde que dejamos tu casa.

–Debemos irnos ahora. No pienses en nada, solo corre. Llegarán en cualquier instante.

Y así fue. Un griterío se escuchaba desde la torre de vigilancia oeste. Provenían de un grupo de hombres cargando rifles como el que otrora Mila hubiese usado para amagar al hombre. Mila, al no poder desatar las cuerdas de las piernas optó por usar el cuchillo, sin éxito alguno.

–¡¿Pero qué clase de cuerdas son estas?! –gritó, desesperada.

–¡Déjalo! –exclamó Yuri, frunciendo el ceño –Corre. Ya les he causado suficientes molestias.

–¡¿Qué dices?! –la chica movía el arma con desesperación, pero las cuerdas no parecían recibir daño alguno.

–¡Escucha! Nada conseguiremos si nos atrapan a los dos. Por favor.

Mila lo miró, insegura, pero el incremento de pasos la hizo apresurarse y saltar el muro, destrozándose las uñas en el proceso. Miró a ambos lados y corrió como si le fuese la vida en ello, pensando en qué hacer para rescatarle.

Al final, se detuvo, a trescientos metros de su punto de partida para recuperar el aliento. Tenía que ir al punto en el que había acordado verse con Viktor, pero no podía dejar a Yuri ahí. Y encima estaba el rehén que se acababan de echar a la espalda.

No sabía exactamente si era un fracaso o un éxito maltrecho.


–Apuntas y… disparas. ¡Ah, pero con la…! Oh, lo siento.

Emil se disculpó, con la mano tras el cuello. Yurio sostenía una de las armas, malhumorado, palpándose el golpe que el culatazo le había dado. Había apartado la cara, pero el retroceso tardaba un poco y fue cuando se distrajo que lo golpeó.

–Al menos le diste –se excusó, refiriéndose a una lata vacía que estaba a estribor.

Yurio puso los ojos en blanco, extendiendo la mano para que le pasara otra de las armas.

–Éste es un revólver con silenciador. Muy práctico para…

–No, ése no. Quiero aquélla –señaló otra arma que había detrás.

–¿Estás seguro que sea prudente darle una ametralladora? –le susurró Mike a Emil, mirándole de reojo.

–Me consterna más pensar qué va a hacer si no se la damos –musitó Nekola, con una sonrisa tensa.

–Ya, mira –apoyó el arma sobre la mesa de navegación –Ésta es una AS–192 –explicó, desarmando el bípode –Esta parte de aquí es el seguro, en la parte de arriba está la salida de casquillos, para que no te vuelvas a dar en el ojo –bromeó, sonriéndole de lado –la palanca de cierre de cañón, la mirilla posterior, el cilindro del ámbar, la extensión, y… el conjunto de la cacha y el gatillo. Ésta nada más vibra, no da culatazos –Yuri frunció el ceño, pero no dijo nada, concentrándose.

Michele se acercó, y en menos de cinco minutos la desarmó por completo. Yuri le miró con los ojos abiertos, intentando no abrir la boca.

–Ármala de nuevo.

Yurio estuvo a punto de botar todas las piezas al suelo y darle un puñetazo, pero se contuvo, y lanzándole una mirada asesina se puso a revisar las piezas. Mike le hizo un gesto a Nekola y se apartaron unos metros.

–¿Qué fue eso? –preguntó Emil, riéndose un poco de su actitud.

–Llevas casi dos horas mostrándole tus juguetes, ¡tienes una flota que dirigir!

Emil puso los ojos en blanco, sonriendo.

Tenemos el curso, tranquilo. No hay mucho qué hacer hasta que divisemos la costa, relájate. Es uno de los beneficios de ser el jefe –afirmó, estirando los brazos.

Michele se llevó una mano a la cara, negando levemente.

–Eres un vago.

–A mí más bien me parece que estás celoso.

–No digas tonterías –musitó Michele, girando la cabeza y clavando la vista en las olas.

Emil le pasó el brazo por los hombros, poniendo los labios sobre su oreja.

–Sabes que los rubios no son mi tipo –susurró contra su piel.

A Mike se le erizó la piel y se deshizo de su abrazo, molesto.

–En serio, Emil, ¿qué piensas hacer cuando lleguemos?

–Sé que querrás correr a buscar a Sara, pero primero tenemos que asegurar la zona. No vayas a hacer alguna tontería.

Ahora fue Michele quien volteó los ojos.

–Tampoco soy idiota, Emil.

–Es que a veces lo pareces.

–Ni que fuera tú.

Mike le propinó un pequeño golpe en la cabeza, aún con los nervios hechos nudo en la base de su estómago. Tenía que estar bien si quería defender a Sara.

–Ya.

Michele se acercó de nuevo, mirando tres piezas sobre la mesa aún.

–Esas antes no estaban –se excusó, desviando la mirada.

Mike le miró, son una sonrisa de lado.

–De acuerdo, no sé cómo hacerlo.

–Te explico.

Pasaron veinte minutos en ello, mientras Emil se aseguraba que todo estuviese en orden. Yurio aprendía rápido, lo que le agradó a Michele. Tal vez sí le enseñaría a usar las bombas.

–Nómbralas, de nuevo.

Yurio suspiró y comenzó a nómbralas, pieza por pieza.

–Carcasa, cañón, dos cierres, teja, pistolete, palanca de montar, amortiguadores, culata, apagallamas, incrementador de retroceso, muelle recuperador… y el bípode.

–Excelente.

–Ahora, ¿podemos dejar de jugar al maestro y…?

–¿Qué edad tienes?

Yurio cambió el peso a la otra pierna, cruzándose de brazos.

–Diecinueve años.

–¿Talentoso, no es así? –Emil se acercó a ellos, sonriendo. Mike se volvió, frunciendo levemente el ceño.

–¿Y el trabajo?

–Todo en orden. Además, le quiero enseñar las bombas –añadió, mirándole con una leve mirada lastimera.

Yurio hizo una mueca de asco, pensando en Otabek y si se verían igual en la cotidianeidad de Leftovers, y se sonrojó. Mike levantó las manos en un claro gesto de "como quieras", dejándole la llave que necesitaba. Emil le sonrió.

–No pongas esa cara, te estás divirtiendo de lo lindo –Nekola le picó con el índice el pecho y avanzó hasta la proa –ven conmigo.

Y no mentía.

–¿Qué dejaste a…? ¿En dónde tenías la cabeza?

Mila escuchaba el rapapolvo de Viktor, con la cabeza gacha. Estaban en la zona de edificios destruidos, dentro de una de las casas abandonadas. Había amarrado al hombre en una silla con tres patas y cinco ladrillos, y no se movía en absoluto.

–¡Ya cállate! –Mila le miró, enfurecida –¿Tú crees que lo he hecho por comodidad? –Viktor cerró la boca, desviando la mirada –Si yo estoy afuera, puedo rescatarlo. Si me hubiera quedado, los dos estaríamos ahí y tendrías que rescatarnos por tu cuenta. ¡Has estado entre ellos, pero pareces no saber de lo que son capaces! –le recriminó, gritándole en plena cara.

Viktor se cubrió la cara con una mano, sintiéndose culpable.

–Lo siento, es sólo que es mi responsabilidad. Debía vigilarle. Demonios, ni siquiera de di un arma –se desplomó en el suelo, revolviéndose el cabello platinado. Después, se levantó. –Debo ir por él.

–Iré yo. Tú quédate con él –Mila hizo ademán de salir, pero Viktor la detuvo con suavidad.

–No, yo debo hacerlo. Además, éste te seguía a ti. Es mejor que averigües lo que quiere. Si me dejas con él, yo podría… –la mirada se le ensombreció –Déjame.

Mila suspiró.

–De acuerdo. Pero ten mucho cuidado. Toma –le alargó una de las pistolas de mano, adornada con cachas con motivos de flores hechos con hilo de metal, y una pieza cilíndrica alargada –Es un silenciador.

Viktor asintió, armando la pistola y dedicándole una mirada de soslayo a la figura de la silla. Éste se la devolvió, sin expresión alguna.

–Hay una bicicleta en la parte trasera, llévatela.

–¿Una bicicleta? –Nikiforov levantó una ceja.

–¿Eso es lo que más te extraña de todo esto? –Mila rió nerviosamente –Es menos ruidosa que una moto. Anda, vete.

–Si no vuelvo en dos horas…

–Sí. Anda ya. Viktor desapareció en el trozo rectangular de luz de luna que se formaba en la entrada y desapareció. Mila los siguió con la mirada hasta que se perdió en el horizonte.

–Ahora dime –se volvió hacia el hombre –¿quién rayos eres tú?

No obtuvo respuesta.

Mila apoyó una bota en el pedazo de silla que quedaba entre las piernas del tipo y le arrancó la mordaza improvisada que había hecho con su bufanda. Éste hizo un par de arcadas, antes de mirarla.

–¿Cuál es tu nombre? –preguntó de nuevo, sosteniendo el rifle amenazadoramente.

–Mila Babicheva, diecinueve años. Nadie pensaría algo tan turbio proveniente de la prolija asistente del señor Korsakov –exclamó, sin ningún matiz en su voz.

Mila frunció el ceño.

–¿Para quién trabajas?

–Para el periódico –respondió, sin muchos miramientos. A Mila comenzaba a desquiciarle la oquedad de su tono.

–Ah, ya sé. Eres la persona que ha estado publicando sus artículos escandalosos acerca del gobierno y la resistencia –Ella sonrió, alzando el mentón –Qué triste que tengas que usar títulos sensacionalistas y fotos borrosas para alcanzar el mínimo de ventas necesario para que no te corran… ¿Sungal Li, era?

–Seung-gil –corrigió éste, frunciendo el entrecejo.

–No es relevante.

–Pronto lo será. Cuando alguien me rescate, toda esta historia se publicará, y tú… probablemente te pudrirás en la cárcel.

Mila levantó las cejas, sorprendida de que palabras con tanto veneno pudieran ser dichas sin emoción alguna. Le ponía la carne de gallina.

–¿Por qué asumes que alguien te rescatará?

Seung-gil le clavó la mirada.

–Tienes dos opciones estúpidas y una correcta. La primera opción estúpida es matarme, la segunda, mantenerme en cautiverio.

–No tengo problemas con la primera –Mila se recargó sobre el rifle, nerviosa. Esta con el corazón a mil y al borde de un ataque de nervios, pero trataba de que no se notase.

–Si me matas, no tardarán nada en encontrarte e incriminarte. La editorial sabe a quién seguía. Incluso la policía local podría descubrirlo sin muchos problemas. Lo mismo si desaparezco. La correcta sería dejarme ir.

–En los tres escenarios yo acabo bastante mal –Mila recogió del suelo la cámara, sacudiéndola con fuerza –a menos que me deshaga de esto.

Por primera vez, Seung-gil cambió su expresión, poniéndose a la defensiva.

–Déjala.

Mila se rió, tratando de liberar la tensión.

–¿Qué vas a hacer? ¿Me la vas a quitar? ¡Oh, oh! –la balanceaba de una mano a otra, arrojándola cada vez más arriba –¿Cómo le saco el rollo? –preguntó, sonriéndole de lado. No obtuvo respuesta–Lástima, creo que tendré que desmontarla –cogió un ladrillo del suelo e hizo amago de estrellarla contra el aparato.

–Hay un botón en la parte inferior –exclamó, resignado. Mila sonrió y lo pulsó, extrayendo el rollo con facilidad.

–Muchísimas gracias.

Lo sacó y lo miró a contra luz, apoyándose en una mesa medio derruida. Si eso se publicaba, en el mejor de los casos iría a prisión. Frunció el entrecejo de nuevo, y sin pensarlo mucho sacó un encendedor, y saltando la chapa lo prendió en fuego. La cinta se consumió en un santiamén, dejando un olorcillo extraño en el ambiente.

Seung-gil se agitó al ver la escena tan fuerte que se cayó de la silla, lastimándose el hombro.

–¡Maldita! –masculló desde el piso, retorciéndose para intentar incorporarse, sintiendo un dolor agudo en la clavícula.

–Era necesario –apuntó ella, mirándole desde arriba con algo de lástima. Desde su punto de vista ellos eran los malos, y él sólo hacía su trabajo –Perdona. No lo hago de mala fe.

Seung-gil le regaló una mirada asesina.

–No me mires así. Así como tú piensas que haces lo correcto yo hago lo mismo. No soy una mala persona.

–¿Las personas buenas roban armamento, amagan periodistas y destruyen evidencia?

Mila le sonrió, con ternura. Hacía algo de frío, así que fue afuera y volvió con un quinqué del avión encendido, lo puso en el suelo frente a su rehén y se sentó delante de él.

–¿Las personas buenas organizan guerras para el beneficio propio, saquean países extranjeros y mandan asesinar a su gabinete?

Seung-gil la miró con interés.

–Explícate.

–Parece que no me has investigado tan bien como creías –contestó, tapándole con una frazada que llevaba bajo el brazo. Por toda respuesta, el tipo le clavó la mirada –De acuerdo. Si tanta es tu ansia por saber, te lo contaré todo.


Eran las diez y media de la mañana cuando los avistaron en la costa. Phichit mandó la señal a Otabek, quien a su vez la comunicó a Sara y así hasta que toda la isla estuvo enterada. Habían planeado encerrarse en sus casas, pero gran parte de la población quiso quedarse en el hostal de los Katsuki, para la desaprobación de Otabek. Phichit, Nishigori y Sara estarían ahí, así que corrieron hasta allá, previamente armados por él y Jean.

–Será mejor que te escondas –dijo Otabek a éste, entregándole las nuevas llaves de la cerradura –Ellos creen que estás muerto, ¿no es así?

–Ojalá fuera verdad –con una sonrisa lastimera las tomó y se encerró dentro del taller de Yuri.

Una vez seguro de que todos estaban resguardados en sus respectivas casas, se metió en la suya, armado hasta los dientes y esperó.

Se revolvió un par de veces sobre el sofá durante unos diez minutos. Después, sin poder contenerse, subió al segundo piso y se asomó sigilosamente a la ventana. Nada.

El silencio reinaba el ambiente. Apenas se escuchaban los ruidos de las aves. El sol se filtraba, nacarado entre las cortinas, completamente ajeno al drama que se suscitaba en la tierra. Una libélula pasó revoloteando frente a la ventana y se estrelló contra ella. Se tambaleó unos segundos y finalmente dejó de moverse. Ahí fue cuando los divisó.

Una docena de hombres subían por uno de los acantilados. Después, una veintena. Traían una especie de uniformes de faena, de colores neutros. Se colocaron en fila y fueron subiendo un montón de picos y palas, pasándoselas al siguiente. Después, se las arreglaron para subir carretas con varias cuerdas.

Otabek entrecerró los ojos, intranquilo.

–"A lo mejor sólo vienen por lo que necesitan y ya está, y todos estamos siendo paranoicos" –pensó, recargándose contra la pared.

Sin embargo, cambió de opinión cuando comenzaron a subir las armas.

Un golpe sordo le sobresaltó ligeramente. Era un mensaje desde el hostal. Entre él y Jean se habían encargado de redirigir la línea que conectaba a la casa de Katsuki hasta allá, sin mucha dificultad. Abrió la cápsula y leyó el mensaje. Era de Phichit.

"¿Pasa algo por allá?" rezaba la nota. Otabek cogió un lápiz de carboncillo y garabateó un mensaje rápido, describiendo la situación.

Unos minutos después, recibió la respuesta.

"Al parecer simplemente van a sus cosas. No creo que vaya a haber problemas si no nos dirigimos a ellos. Más sospechoso va a resultar si no hay nadie en las calles".

Otabek estaba de acuerdo.

Las personas de allá no les dirigían la palabra, ni siquiera les miraban. Parecían tener órdenes tácitas de no inmiscuirse en sus asuntos, y viceversa. Tal vez no pasaría de ser una incomodidad mayúscula, y al final no tendrían que involucrarse en ninguna guerra extraña.

Subió de nuevo a la planta alta, con un par de binoculares metálicos llenos de perillas. Enfocó la mirada en diversas partes, confirmando que se dirigían hacia las cavernas.

Se apartó de la ventana, pensando a toda velocidad. Si comenzaban a excavar sin más, la presión de la cueva y el ámbar en bruto podía causar una explosión de dios sabría qué magnitud. A la temperatura de las cuevas siempre se sudaba, haciendo del material demasiado inestable.

Frunció el ceño, cada vez más harto de involucrarse en líos y salió de la casa.


–¿Cómo te llamas?

Le habían hecho esa pregunta ya unas seis veces, y cada vez que abría la boca para contestar o se ponían a hablar entre ellos o golpeaban la mesa tan fuerte que se moría la lengua por el sobre salto.

Cuando le rodearon pensó que terminaría encerrado en una habitación oscura, maniatada y con una mordaza, pero sorpresivamente no fue así. Sí, le habían cogido con rudeza y le habían encerrado en esa habitación apenas iluminada, pero tenía todas las extremidades libres y el único golpe que se había llevado era e que Seung-gil le había asestado en la cabeza.

Tenía las manos sobre una mesa de metal. Le sudaban tanto que había hecho un pequeño charco de agua encima, y le daba tanta vergüenza que las mantenía ahí, sin moverlas. Aparte de la luz tenue que alumbraba su figura y la mesa, no había nada más que pudiese ver en la habitación, salvo la silueta de dos hombres uniformados delante de él.

–¿Cuál es tu nombre? –volvió a preguntar uno, reclinándose sobre la mesa y sosteniéndole bruscamente de la mandíbula.

–Basta ya, ¿cómo quieres que conteste si no le dejas hablar? –El otro hombre avanzó, apartándole el brazo de la cara de Yuri –Contesta, crío.

Lo que le faltaba, el policía bueno y el policía malo.

Se aclaró la garganta y trató de enderezar los hombros.

–Mi nombre es Katsuki Yuri.

El guardia se recargó de costado al borde de la mesa, dejando ver el arma que traían enfundada en el cinturón. Tal vez no había policía bueno.

–Muy bien, Katsuki Yuri. Dime, ¿qué tienes que ver con que se hayan robado catorce rifles, veinticinco revólveres, cuarenta cajas de balas, trece ametralladoras y un bombardero pesado de más de 15, 000 kilos? –Yuri tragó saliva

–No tenemos toda la noche –El primer hombre habló de nuevo. A Yuri se le puso la carne de gallina. Y es que tenían razón. No se habían metido a robar dos panes y tres naranjas, habían robado armamento militar… y un avión. Se sentía dentro de una novela de ficción bastante mala.

–¿Vas a decirme qué hacías maniatado afuera? ¿A qué le temes? Obviamente no eres uno d ellos. Sólo queremos que cooperes.

Yuri cavó la mirada en sus manos, sorprendido. Era cierto, él estaba afuera, atado y no parecería que tuviese relación con ellos.

–Yo… soy fotógrafo. Acompañé a mi jefe, un periodista, a seguir a gente sospechosa de la cual hablaba su artículo. No sé más, él siempre fue demasiado celoso con sus investigaciones, y yo acabo de empezar a trabajar –balbuceó, esperando que su nerviosismo no le delatase.

Estuvieron en silencio unos segundos que se le antojaron eternos.

–¿Qué dices, le creemos?

–Cuál era el nombre de tu jefe –habló la primera voz, sin entonar la pregunta.

Yuri sudó frío, pensando al azar en uno de sus escritores preferidos.

–Era el señor Lee –musitó, cerrando los ojos y conteniendo la respiración.

–Ah, Seung-gil Lee. Debí haberlo supuesto. Mira, muchacho, a tu jefe se lo llevaron. Has tenido suerte.

–Ya ha tenido bastante con esos rebeldes. Míralo, está muerto de miedo. Llévalo a su casa, anda. Mañana tendrás que venir a declarar, pero por ahora descansa.

Yuri escuchó con atención el nombre, tratando de memorizarlo, con una sensación de ligereza y vértigo en el estómago. Al menos no acabaría encerrado en una celda maloliente, pero aún así no sabía qué hacer.

Lo sacaron de la habitación y le pidieron los datos de su casa. Yuri respondió con nombres de calles que había visto cuando recién aterrizaron, esperando que se lo tragaran, y para su fortuna su golpe de suerte seguía en marcha, porque después de anotarlo le dijeron que podía irse.

El único problema, la escolta. Había rechazado la compañía, pero los guardias habían hecho una mueca de incredulidad y pensó que lo mejor sería no insistir. En el peor de los casos, saldría corriendo con toda la fuerza que permitieran sus piernas.

Descartó a esa idea al ver las carabinas que sostenían el par de guardias que caminaban detrás de él. Había recorrido una de las calles hacia arriba, pero no tenía ni idea a dónde ir. El que se dieran cuenta de que no sabía dónde estaba era sólo cuestión de tiempo.

De pronto (como si aún la suerte le sonriera), vio pasar una silueta conocida sobre una bicicleta extraña. Parpadeó un par de veces, no muy seguro de a quién había visto, pero aferrarse a una esperanza era mejor que esperar a que se lo llevasen preso y decidió seguirle Apretó el paso, tratando de seguir a la figura, pero se arrepintió y dio la vuelta, dándose de bruces contra los dos guardias que más bien parecían armarios.

–Lo siento, me he equivocado –trató de avanzar, pero los oficiales no se movieron. – "Mierda" –pensó Katsuki, apretando tanto la mandíbula que le dolió la cabeza.

–Han sido los nervios… debo subir por esa calle –explicó, señalando detrás de ambos –Es que… aún estoy bastante asustado por lo de hace rato –añadió, pensando que estaba mucho más nervioso por lo que pasaba en ese instante.

Los hombres se miraron, y uno de ellos exhaló por la nariz a manera de risa, haciéndole una seña con la cabeza y le dejaron pasar.

Habían cambiado la formación; en lugar de seguirle los dos atrás, uno se había puesto delante y el otro seguía en su puesto. Al menos le dejaban libres los costados.

Según la velocidad de la bicicleta, calculó que podría cortarle si regresaba una calle en la dirección que había señalado, así que se dio prisa y caminó con presteza. Sólo necesitaba que le viera.

Le había visto. Desde que salió de la base le había visto, preguntándose por qué demonios le habían dejado salir. Probablemente al verlo atado… No, no podía pensar en eso ahora.

Les siguió de manera paralela, preguntándose si Yuri los llevaría a casa de Mila. Probablemente no, era inteligente. Entonces, ¿a dónde?

Se asustó un poco cuando dejó de verles a su derecha. Detuvo la bicicleta y se asomó por la esquina de un banco, apoyándose en piedra caliza de las columnas. Trató de sujetarse el cabello para que no se dispersara, recordando de súbito que ya no existía. Aún no se terminaba de acostumbrar.

Avanzaban de manera diferente. Había puesto a Yuri en el medio, mientras éste miraba furtivamente a los lados. ¿Le habría visto?

Sin detenerse a pensar en eso, se puso en cuclillas y esperó a que pasaran delante de él. Había querido jalar a Yuri al interior del callejón en cuanto lo vio pasar, con la ropa cubierta de tierra, pero no era lo más sensato.

Tampoco lo era lo que iba a hacer a continuación, pero le quitó importancia. Justo cuando el segundo pasó frente a él, le jaló con tanta fuerza que lo estrelló en la pared, y sin darle tiempo a protestar le metió un cachazo en la cabeza.

El primero se detuvo al escuchar el golpe. Yuri se tensó. Si se detenían, no podría interceptar a Viktor (si es que era él, ya no sin gafas no pondría las manos al fuego).

–Quédate quieto –ordenó, empujándole hacia atrás. Su codo golpeó un buzón a la antigua que estaba en la calle, frente a la casa de al lado y se tambaleó en su poste.

El guardia metió la cabeza en el callejón, y una milésima de segundo después una mano le agarró de la ropa y lo metió dentro. Se escuchó un forcejeo y gritos. Yuri estaba a nada de echar a correr cuando vio la silueta de Viktor ser proyectada del callejón al suelo, cayendo como un costal de papas, seguido por el hombre, quien le apuntaba con el arma. Antes de que Viktor pudiera alcanzar su revólver. Yuri cogió el buzón a medio desarmar y le asestó un buen golpe en la cabeza.

El hombre se desplomó al instante.

Yuri dejó caer el buzón, descolocando. Viktor le miró con sorpresa, cogió el revólver del piso y tomando a Yuri de la muñeca se subió a la bicicleta y salió a toda prisa.

No fue sino hasta tres calles recorridas que Yuri reaccionó, pidiéndole a Viktor que se detuviese casi a gritos. Nikiforov obedeció, mirándole con extrañeza. Quería preguntarle muchas cosas, pero se estaba torturando en esperar a ponerlo a salvo.

–Viktor… –murmuró, mirando al suelo.

El tono deshilvanado de Yuri le hizo bajar del vehículo y volverse, consternado.

–¿Te han hecho daño?

–Yo… ¿lo maté? Al guardia de atrás… creo…

Viktor suspiró, ligeramente aliviado y le tomó la cara entre las manos.

–Yuri, no. Le diste un buen golpe en la cabeza, pero nada más. Ni siquiera había sangre. Debe estar desmayado, pero no sé por cuánto tiempo. Debemos irnos, ¿quieres?

Katsuki le miró a los ojos, no tan seguro, pero le seguía pareciendo inevitable no creerle. La seguridad que trasmitían sus pupilas era innegable, y el iris azul claro le hacía sentir mejor, de alguna manera. Acercó su rostro para verle mejor, tomando sus manos para deshacerse de su agarre. Viktor se sorprendió, pero no se apartó, ladeando la cabeza hacia la derecha. La luz de la luna y las farolas caía son delicadeza sobre sus pestañas. No se las había visto nunca, porque eran demasiado claras. Alzó la mano como para acariciarle el rostro pasando la mano por sobre sus ojos. Viktor los cerró, entreabriendo los labios.

–Tienes unas pestañas exageradamente largas –exclamó Yuri, más tranquilo, separándose y volviendo a subirse en la bicicleta. Está bien, te creo. Pero si a la noche se me aparece algún fantasma, será tu culpa.

Viktor parpadeó un par de veces, enrojeciendo de golpe, y tragó saliva. Se pellizcó la nariz y se subió de nuevo al vehículo, con la boca entreabierta, y avanzó hasta la zona muerta.


Seung-gil procesaba lo que le había dicho. Al final, había terminado por desamarrarlo, y estaba apoyado contra la silla que había derribado.

–Una guerra subsidiaria en Leftovers. Lindo.

Mila se acercó más al quinqué, poniendo las manos sobre sus rodillas. Estaban heladas.

–¿No me crees?

–Digamos que no me trago todo lo que dices.

–Descuida. Si no se me ocurre qué hacer contigo pronto podrás verlo por ti mismo –sonrió la chica, golpeándole el brazo con suavidad.

hizo una mueca de dolor, palideciendo aún más de lo que ya era.

–¿Estás…? Oh

El hombro le colgaba de manera extraña. Mila se sintió ligeramente culpable. Debió haber sido por la caída.

–Voy a tener que acomodarlo. Recuéstate.

Cuando Mila se acercó, Seung-gil se apartó por acto reflejo, sintiendo un dolor agudo bajo la clavícula. Finalmente obedeció, a regañadientes, recostándose sobre el suelo polvoso.

Toqueteó su hombro con cuidado, buscando relajarle.

–Saca un poco el pecho y relaja los músculos. Eso es.

Le tomó de la muñeca con delicadeza, flexionando su brazo en un ángulo recto. Después, lo movió con cuidado hacia la derecha, hasta que lo hubo torcido completamente, sosteniéndole del codo con firmeza. Se escuchó un crujido apenas audible, haciendo que el periodista apretara los dientes y respirara con violencia. Después, con la misma calma, regresó el brazo a su postura original.

–Ya está. No te muevas, te voy a vendar.

No quería dejar a Seung-gil desatado mientras iba al avión, así que sacó su navaja de bolsillo y cortó las dos mangas de su blusa negra y las amarró juntas. Le tomó del hombro y lo envolvió en el aro de tela, pasando el sobrante por arriba de su cabeza, ajustándolo debajo de su axila izquierda. El chico no protestó.

–Vas a estar así unos días. Lo siento –Mila le dedicó una sonrisa lastimera.

Como era de esperarse, él no respondió.

Mila suspiró y caminó hasta el agujero donde debía estar la puerta, comenzando a preocuparse por Viktor. No quería ir a buscarle y dejar a Seung-gil sólo. Al menos debía poder contárselo a Yakov.

Como si el cielo la hubiese escuchado, un pajarillo oscuro y algo desgarbado bajó del techo, dando saltitos frente a ella. Mila sonrió, era una de sus urracas. Lo sabía por el anillo platinado en una de sus patas. Probablemente la había seguido desde su casa. Se acuclilló, y sacó una bolsita de semillas que llevaba eternamente colgada al cuello. Su sonrisa se desvaneció al ver que llevaba un papel diminuto en la otra pata.

Recogió al ave con cuidado, acariciando sus plumas, y sacó el recado velozmente. Era de Yakov.

Estaba escrito en la clave numérica que le había enseñado, y por un instante el pánico se apoderó de ella, pensando que la había olvidado. Se tomó unos segundos para pensar, cerrando los ojos.

Volvió a mirar al papel, más concentrada, pero las noticias no eran tranquilizadoras en absoluto. Era un aviso de emergencia. Yakov le ordenaba salir de ahí inmediatamente. Que cogiera los documentos que hubiese logrado reunir y partiera junto con Viktor.

"Seguramente pensaba que el plan había resultado perfecto" –dijo Mila en su mente, con tristeza. No era un fracaso rotundo, pero tampoco podía llamársele un éxito.

De pronto, aguzó el oído. Se movió tan bruscamente que la urraca salió volando, y corrió a ocultarse dentro de la casa. Apagó el quinqué de un golpe y se agachó en la oscuridad.

–¿Qué…? –comenzó Seung-gil, pero Mila le tapó la boca de golpe. Éste quiso morderle, pero se contuvo, y esperó.

Una silueta negra se recortó contra la luz de la luna en la puerta. Mila se aferró al rifle, encañonándola, pero entonces giró la cabeza y la luz le dio de lleno en el rostro. Era Yuri.

La chica sonrió y encendió un fósforo, volviendo a encender el quinqué... Yuri la miró y le devolvió la sonrisa, tenso.

–¿Qué ha pasado?

Viktor entró después de él, con la lámpara en la mano. Dirigió la luz hacia el periodista, dedicándole una mirada congelada.

Éste no se inmutó.

–¿Por qué lo soltaste? –preguntó Viktor, seco.

–Le rompí un poco el brazo –mintió Mila. No era su culpa el querer informar.

–¿Por qué me golpeaste? –preguntó Yuri, avanzando hasta donde estaba tumbado.

Seung-gil se encogió de hombros, haciendo una mueca extraña.

–Necesitaba tomar fotografías. Soy periodista.

–Qué métodos más extraños –fue lo único que dijo, y después volvió a caminar hacia afuera.

Mila volteó a ver a Viktor, confundida, pero Viktor sólo negó con la cabeza.

–Cree que mató a un guardia.

–¡¿Cómo?!

–Le dio en la cabeza con un buzón.

Mila se tapó la boca para contener la risa, tratando de concentrarse.

–Escucha, deben irse. Probablemente los alcance en unas horas, han sido órdenes de Yakov. Pero deben marcharse ya. Un avión así de grande no es difícil de esconder, y pronto amanecerá. –Viktor miró a Seung-gil, inseguro –Váyanse. Estaré bien.

Nikiforov le dedicó una última mirada afilada al periodista, pero éste ni siquiera le miraba. Al final asintió un par de veces y la abrazó brevemente.

–Cuídate, Mila.

Ella le sonrió, sacudiendo la mano en dirección a Yuri, que acababa de asomar la cabeza. Éste le sonrió y se despidió con una inclinación de cabeza.

Se marcharon, en medio de un escándalo y un montón de tierra revolviéndose dentro de la casa.

Una vez que el estruendo se hizo apenas audible, Babicheva miró al hombre que seguía atado de pies en el suelo.

–Ahora, ¿qué voy a hacer contigo?


–No…

Con ésa, ya iban cinco veces que Otabek explicaba por qué no podía perforar porque sí, pero el capitán de la misión o lo que sea no parecía comprenderlo. Se hacía llamar comandante Smith, pero de comandante no parecía tener nada. Era prepotente y no parecía tener ni idea de qué era lo que transportaba.

Aún era temprano, pero el sol comenzaba a azotar con fuerza las cabezas de los trabajadores. No había una sola nube en el cielo, como si alguien las hubiese soplado en derredor, como la espuma en un café o una cerveza bien fría. Otabek no bebía, pero entre el calor y la frustración de tratar de explicar algo tan importante a gente tan estúpida le hacía desear un jarro de esta última.

–Mira, muchacho –habló Smith, con prepotencia –No sé qué es lo que creas saber sobre esto, pero ¿ves a estas personas? –Señaló detrás a la veintena de hombres que merodeaban por ahí, algunos le clavaban la mirada con curiosidad –Éstos son profesionales. Saben lo que hacen –Otabek los miró de soslayo. Más bien parecían mercenarios –Mira jovencito, muchas gracias por los consejos, pero no te entrometas.

Otabek se frotó la cara, mientras veía al hombre ordenar que dinamitaran la cueva. Tenía ganas de decirle tres cosas al autoproclamado capitán Smith, pero sólo apretó los puños y se marchó en su motocicleta.

Al final sí que tendrían que ocultarse en el hostal. Tenía un sótano bastante grande, lo que sería ideal en caso de que hubiese alguna explosión a gran escala.

Tal vez fueran demasiadas precauciones, pero lo cierto era que desconocían que tan profunda se extendía la gruta, ni cuál era su longitud. Él, Yuri y… Yuri sabían que las paredes eran huecas, que cabría la posibilidad de que se extendiera algunos kilómetros hacia el noreste, pero nunca se había tomado la molestia de verificarlo. Tampoco era que tuvieran mucho valor para ello, no desde que intentaran encender una vela y el techo casi se les viniera en la cabeza.

Con suerte, la falta de oxígeno impediría que encendieran nada, pero eso sería arriesgar demasiado. Avisó a Phichit en cuanto hubo llegado al hotel, dejando a Hiroko completamente consternada.

–Pero no sé si todos van a caber…

Se veía cansada. Probablemente había estado pensando en su hijo todo este tiempo. Decidió no agobiarla y la mandó a descansar, después de convencerla a ella y a su esposo de que ellos se encargarían de todo.

Evidentemente, se decía más fácil de lo que era posible hacerlo.

De nuevo, dejó a Phichit encargarse del asunto de hablar, porque estaba seguro que con su tono serio causaría más pánico del necesario. Al final, todos se habían reunido en el comedor, aguardando.

Otabek seguía en la firma convicción de que esperar era la peor parte. Esperar que los atacasen, esperar por Yura, esperar a que explotasen su casa… Con un suspiro, salió del hostal una vez que estuvo todo sincronizado. Si llegaban a causar algún problema mayúsculo, tendrían que intervenir.

Se guardó la pistola de mano en los tirantes del pantalón, y se puso una chaqueta de las que usaba para trabajar cuando hacía frío encima. No iba acorde con el clima, pero servía para ocultar las armas, y salió.

Iba a buscar a Jean. La panda de déspotas que había en Leftovers no parecía ser de importancia en Gwin, así que supuso que sería mejor que estuviera con los demás. Llegó a la perta y llamó un par de veces. Un ojo gris apagado se asomó entre las cortinas, después, la puerta se abrió.

–¿Qué pasa?

–Dime, ¿conoces a un tal capitán Smith?

–Ni idea –respondió Jean, bajando el arma que llevaba en la mano.

–Entonces supongo que no habrá problema. Vámonos.

–¿Qué ha pasado allá afuera?

Otabek le miró, alzando las cejas afiladas.

–¿No te has asomado siquiera? Había un catalejo arriba…

–No –respondió Jean, tajante. A Otabek le seguía incomodando terriblemente su situación.

–De acuerdo. Vam… –comenzó Jean, callándose de golpe.

Un estruendo ensordecedor hizo retumbar sus oídos y el suelo, casi tirándolos de golpe. Otabek se sujetó del marco de la puerta, mientras Jean trastabilló hacia atrás. Todas las herramientas en la pared tintinearon y algunas se cayeron, con un sonido metálico.

Una segunda sacudida hizo temblar la tierra, esta vez sin sonido detonante pero sí uno que provenía de la tierra. Era un movimiento oscilante como un péndulo, y provocó que Jean se cayera completamente hacia atrás.

–¿Qué fue eso? –preguntó, frunciendo sus gruesas cejas con una expresión de confusión más que de espanto.

–Comenzaron a reventar las cavernas.

No tardaron nada en llegar a donde estaba el equipo que se había puesto a dinamitar las cuevas. Había dos hombres desplomados en el suelo, siendo atendidos por una sola persona. Uno de ellos era el capitán Smith, o como Otabek le había apodado en su cabeza, el capitán Idiota. Seguramente a Yurio se le habría ocurrido alguno mejor.

Probablemente se habían dado en la cabeza con una de las piedras que volaron en la explosión. Uno sangraba profusamente por la nariz, los oídos y la boca. A Jean le bastó mirarle para saber que estaba muerto.

Asqueado, se alejó del lugar, rodeando la formación rocosa. Otabek le miró, suspirando y se dirigió al que parecía dirigir la operación ahora.

–Tienen que dejar de explotar la cueva –habló, fuerte y claro, estirándose lo más derecho que podía. Era de las pocas veces que envidiaba la estatura de su pareja.

El tipo le dedicó una mirada de desprecio y siguió a lo suyo, preparando una nueva carga de explosivos.

Otabek apretó los puños, avanzando hacia él.

–¿No me has oído? –habló, con un tono de voz severo que no usaba jamás –Largo de aquí. Si siguen haciendo esto van a provocar una tragedia.

El hombre rió por la nariz, haciéndole un gesto a un par de trabajadores para que lo apartase. Éstos le cogieron por los brazos, arrastrándole.

–¡¿No lo entiendes?! ¡Suéltenme! –Gritó con la voz ronca, zafándose de golpe y cogiendo al de las órdenes por el cuello de la camisa –Váyanse de aquí o…

–¿O qué? –éste le propinó un empujón que lo tiró al suelo, desenfundando su arma y encañonándolo. –¿Qué nos va a hacer, atropellarnos con sus carretas?

Estaba a punto de sacar su propia arma cuando se escuchó una detonación sonora. Otabek miró hacia la cueva, esperando ver llover trozos de roca, pero nada. Fue ahí cuando el mandamás se desplomó encima de él, cubriéndole de sangre. Empujó el cuerpo a un costado, aterido. Tenía un agujero en el pecho del que manaba sangre. Estaba muerto.

Un par de hombres se acercaron a sujetarle, pero otro par de disparos los tiraron al suelo. Otabek sacó su arma y buscó con la mirada al tirador en cuestión. Era Jean. Estaba arriba del techo de las cavernas, recostado sobre el estómago y disparando arbitrariamente. Tan rápido como una de sus balas, corrió hasta su moto, se subió encima y arrastró a Jean con él, huyendo a toda velocidad. Aún en movimiento, éste seguía empecinado en disparar a diestra y siniestra, sin el menor miramiento.

–¡¿Qué demonios te pasa?! –le preguntó, sacudiéndolo por los hombros.

–Tenía un arma.

–¡No iba a hacer nada!

–Eso tú no lo sabes. Sólo comencé lo inevitable.

Otabek le soltó, con una mano en la frente. No quería aceptarlo ni aprobaba las acciones así de impulsivas (lo cual era irónico dada la naturaleza de Yurio, pero ese era otro asunto) pero reconocía que tenía razón. De alguna u otra forma habrían terminado por comenzar los disparos, y ahora debían apresurarse si no querían que terminara peor.

Se habían detenido unos metros antes del hostal de los Katsuki. Se encontraron con Phichit en la entrada, poniéndolo a él y a todo el mundo al tanto de la situación, omitiendo el detalle de que había sido Jean quien comenzó el tiroteo.

–No creo que ese grupo de hombres sean todos los que han venido. Eran muchos barcos, pero sólo había bajado la tripulación de uno. Seguramente hay más gente en la costa, y no tengo ganas de que vayan por refuerzos. Lo mejor será sitiarlos antes de que puedan comunicarse. –dijo Phichit, analizando la situación.

Otabek asintió, junto con Jean.

–¿Vienes?

Phichit levantó las manos, con una expresión incómoda.

–No, gracias. Paso de tomar armas. Pero hay gente dispuesta a ayudar. Llévatelos y… cuídense mucho. Por favor. Yurio te espera.

Salieron, como un epítome lastimero de un escuadrón maltrecho. Al menos esperaba que la gente supiera dispara.

El sol estaba justo en lo alto, cegándoles con su luz. Apenas y las cosas producían sombras, y tampoco había pájaros en cielo, como si hubiesen presentido el peligro y huyeran todos de la isla. Seguramente el terremoto y su ligera réplica los habían asustado, pero era básicamente lo mismo.

Iban en silencio, apenas interrumpido por las breves órdenes de Jean sobre cómo proceder. Otabek le miró con sincera lástima. Esperaba que lo de Isabella no ensombreciese semejante potencial. Pero en ese momento seguía completamente vacío.

Una de las desventajas del terreno era que casi no había relieve, casi totalmente plano. No había donde esconderse. Caminaban hombro con hombro cuando se oyó un disparo y la mujer a su lado cayó al suelo. Tenía un disparo en el brazo. Jean lo jaló hacia el piso, señalándole a gritos la dirección de donde provenían los disparos. Y, apuntando a quien usaba una ametralladora, jaló el gatillo.


–¡Tierra a la vista!

Emil se recargaba en la buhardilla, sonriendo satisfecho. A Yurio se le habían hecho las horas más largas de su vida. Deseaba estar con Otabek, más allá del plano romántico, para sentir su presencia y sobre todo el dulce sonido del silencio.

Había disfrutado la parte de la enseñanza sobre las bombas, pero después se había puesto a parlotear sobre personas que no conocía ni le interesaría conocer y se había podrido de aburrimiento, mirando el cielo sin nubes. Así que se alegró por primera vez en todo el viaje de escuchar su voz y se asomó por un lado, divisando la costa.

En la zona este sí había playas, lo que facilitaría el atraco. En menos de cinco minutos ya había detenido los barcos, y Yurio puso cara de asesino hasta que le dejaron ir en la primera lancha a la orilla.

Se sintió muchísimo mejor cuando puso los pies sobre la arena, y aspiró con fuerza un par de veces. Deseaba caminar hacia el centro para deshacerse del olor salino, pero entre el mareo y las ganas de ver a Otabek sólo quería sentarse (lo cual hizo), sobre la playa.

La arena brillaba con fuerza ante el sol de mediodía, hasta deslumbrar, cosa que él odiaba, pero en ese momento nada podía hacerlo más feliz. "Nada" y no "nadie", porque la respuesta a esa pregunta sería bastante diferente: se apellidaba Altin y tenía camisas sin chiste dentro de su armario.

Acababa de cerrar los ojos, escuchando a la gente desembarcar cuando una voz que comenzaba a ser familiar le taladró los oídos.

–¡Oigan! –se escuchaba a lo lejos, por encima del pequeño barranco que se elevaba apenas unos diez metros por encima de sus cabezas

–Maldita sea –masculló Yurio, levantándose de golpe y buscando a Emil con la mirada –¡Nekola! –vociferó cuando lo vio.

Éste giró la cabeza con una sonrisa.

–¡Es Chris! –gritó a voz en cuello, pero no parecía escucharle.

Frustrado, trepó con cuidado por el camino ya marcado hacia la parte superior, y estuvo arriba en un santiamén. Christophe trotaba hacia allá, con la cara completamente roja. Había aterrizado apenas veinte minutos antes que ellos.

–¿Qué pasa?

Giacometti apoyó las manos en sus rodillas, respirando con dificultad.

–Están… agarrándose a tiros… Otabek…

Al escuchar su nombre Yurio levantó las cejas, para después poner la expresión más aterradora que Christophe había visto nunca, y se derrapó de nuevo hacia la playa, arrancándole un fusil a uno de los oficiales de la flota de Emil y caminando de vuelta hacia arriba. Nekola le detuvo a la fuerza, preguntándole qué rayos hacía.

–Han llegado. Están arrasando a tiros a mi familia. Que Giacometti te explique, yo no tengo tiempo. Y de un tirón, se soltó de su agarre, volviendo a trepar.


Adentro de la cabina hacía un frío infernal. Tanto, que Yuri podía jurar que la frazada con la que se cubrían estaba completamente dura, aunque no podía saberlo con certeza. La luna estaba gigantesca sobre el cielo, y comenzaba a seguir su camino hacia el cuarto menguante, apenas visible. Yuri clavó la cara en una de las ventanas, mirando lo diferentes que se veían las estrellas, tan distintas a cómo se miraban desde casa, a pesar de ser las mismas.

Para dar un aspecto tan aterrador, el avión era bastante bonito. Si se olvidaba para qué servían, la punta era preciosa, casi entera de cristal, y se podía ver todo desde ahí, resultando un sitio ideal para observar si uno podía ignorar las ametralladoras a los costados.

Llevaba puestos los guantes de Viktor, quien se los había hecho poner casi a la fuerza.

Casi a la fuerza significaba que había puesto cara de perro mojado hasta que los aceptó. Aún no dejaban Gwin por completo. Aún se veía debajo algunos puntos de luz, y seguían bastante cerca del suelo. Yuri no quería ni imaginarse el frío que haría unos cuantos kilómetros más arriba.

Se fijó en las manos de Viktor. Su piel era bastante pálida, pero tenía las manos azules. Yuri entrecerró los ojos y le habló con voz seria.

–Viktor.

–¿Qué pasa, Yuri?

–¿Puedo pedirte un favor?

–Lo que sea que pueda hacer mientras esté piloteando –respondió, guiñándole un ojo.

Yuri sintió un ligero revuelo en el estómago, pensando que el hombre era imposible.

–¿Puedes abrir y cerrar la mano derecha para mí?

–¿Para qué? –contestó, incómodo.

–Viktor…

Nikiforov intentó mover la muñeca, pero ni siquiera pudo despegar la mano del mando. Con un suspiro de resignación, Yuri comenzó a sacarse los guantes.

–¡No! –chilló Viktor, mirándole de reojo –Si te los quitas, se te congelarán las manos también. Y créeme, tanto yo como el gobierno de Gwin pensamos que son muy valiosas como para eso.

Yuri no le hizo caso y se los zafó por completo, tomando a Viktor de la muñeca y deslizando la tela por sobre sus dedos.

–Mejor así –Viktor dejó que le pusiera uno, y volvió a colocarle el otro en la mano izquierda. De un jalón bastante estratégico subió a Yuri en una de sus piernas y sostuvo sus manos sobre el mando, entrelazando ligeramente los dedos con los de él –Así aprenderás a manejar en el proceso.

Yuri negó con la cabeza, un poco más cómodo con la cercanía de Nikiforov, aunque no totalmente. Sin embargo, el pensamiento de qué depararía al aterrizar en Leftovers le seguía oprimiendo el pecho.

–No pongas esa cara –la voz elegante de Viktor lo sacó de sus cavilaciones –Volar a la luz de la luna es bastante bonito, ¿no lo crees? En otro contexto…

–En otro contexto yo no estaría aquí arriba –susurró Yuri, refiriéndose al avión. Viktor pensó que se refería a su regazo y sonrió, sintiéndose ligeramente tonto.

–¿Qué te pasa? –preguntó Yuri al cabo de unos minutos.

–¿De qué?

–¿Pasa algo malo?

Viktor sonrió, pensando que, en efecto, pasaban muchas cosas malas en aquéllos momentos.

–No particularmente –respondió, sonriendo.

–Viktor, estamos casi congelándonos y aún así tu corazón está latiendo como si acabaras de correr un maratón –soltó Yuri, mirando a la luna frente a ellos –Lo sé porque lo siento repiquetear en mi espalda, como un reloj de cuco.

Nikiforov sonrió con una expresión diferente, acorralado.

–Me estoy muriendo de miedo –confesó, sin cambiar la expresión medio melancólica –Tengo miedo de lo que vaya a pasar, de traicionar tu confianza… es que, me acaban de destruir los ideales que yo defendía toda la vida. Ahora mismo no sé dónde estoy.

Yuri volteó a verle, ligeramente sorprendido por la confesión. Esperaba que le dijese que estaba mareado o algo así. Quitó la mano de la de Viktor y se la puso sobre el pecho, sintiendo los latidos de su corazón.

–Estás aquí arriba, conmigo.

Hizo una breve pausa, mirando la expresión sorprendida de Viktor.

–Sé que no es de mucha ayuda, pero no sé…

Viktor se volvió, a escasos centímetros de su rostro.

–Lo es –musitó, sonriéndole de nuevo, esta vez con una sonrisa genuina. Seguía muerto del miedo, pero extrañamente se sentía mejor.

–Viktor, estás piloteando un avión de quince mil kilos –bromeó Yuri, poniéndose nervioso de golpe y cayendo en la cuenta de que estaba sentado sobre las piernas de Viktor como una chiquilla

–Tengo seis kilómetros para darme cuenta que estamos cayendo… Yuri –pronunció las sílabas con la misma entonación de siempre, pero más despacio. Katsuki se mordió el labio, alejando el rostro, presa del pánico –Lo siento. Tus cejas. Son muy bonitas, no son comunes –añadió Viktor, apartándose de su cara y volviendo a concentrarse en el pilotaje.

Turbado, Yuri se levantó del regazo de Viktor y caminó agachado hasta la parte de atrás, apoyándose en una torreta. Después, regresó a toda velocidad hasta la cabina.

–Amm, ¿Viktor?

–¿Sí? –respondió con voz melosa.

–Creo que nos siguen.


Habían logrado atrincherarse en una pila de rocas, apenas salvaguardados. Afortunadamente, Jean había derribado a sus tiradores más fuertes, así que aparte de la chica con la venda en el brazo, su diminuto y endeble escuadrón no había sufrido más daños.

Sin embargo, no podían darse por salvados, ni de lejos.

Los agresores avanzaban a una velocidad uniforme, apenas afectados por el fuego creciente. Se dirigían a la costa, sin dudarlo. Jean se había entretenido en derribar a cualquiera que se adelantase demasiado, pero la docena de hombres que quedaban seguía hacia su destino, a una velocidad preocupante.

De pronto, escuchó una voz familiar a su espalda. Se giró, tendido en el pasto, y vio a Yurio, quien se acercaba corriendo hacia ellos. No pudo reprimir la alegría de su corazón al verle, pero ante el estruendo de los disparos se reprendió a sí mismo y le hizo señas para que se agachase. Los de enfrente parecieron notar su llegada también, porque una bala pasó silbando a su lado y al fin Yuri se tendió en el piso, arrastrándose hacia su pequeña barricada.

Otabek sacó la cabeza e hirió a un par de hombres más, sin pensarlo demasiado. Cuando Yuri estuvo a unos cuantos metros, le arrastró lo puso a cubierto.

Yurio le apretó la mano, quitándose el pelo de la cara.

–No me esperaste para la diversión –le gritó al oído.

Aún así, Otabek apenas pudo escucharle.

–Díselo a ellos –exclamó él, haciendo ademán de volver a disparar.

–Déjame a mí –gritó Yurio, apuntando con el rifle de aspecto siniestro –¿Tienes balas? Atrás viene más gente. Esto va a ser una carnicería.

Unos metros más atrás venía Chris, Emil y dos docenas de hombres armados hasta el cuello, disparando sin piedad. En cuestión de minutos, el ruido de cañonazos cesó, quedando sólo los tímpanos vibrantes dentro de sus cabezas. Yurio se asomó para confirmar.

Había cuerpos regados en dirección a la costa, tendidos sobre el pasto verde esmeralda, algunos aún moviéndose. La sangre contrastaba contra lo vibrante del pasto, luciendo casi irreal, como los químicos que usaba el peletero para darle color a las pieles. Estuvo a nada de vomitar.

Otabek le miró la cara verde y sonrió levemente. Había llegado justo a tiempo… y bien.

Como la vez que le conoció.

Estaba trepado en un poste de luz medio derruido, tratando de sacar la lámpara. Sus botas resbalaron en el metal frío y le había caído encima a Otabek, quien acababa de llegar a Leftovers. Nunca se lo había dicho, pero en realidad, cuando vio al chiquillo ahí arriba, supo que se caería, e instintivamente trató de atraparlo en el proceso, con un resultado más o menos exitoso. Los dos habían terminado en el suelo, empapados en el charco. En el momento preciso.

Le acarició la cara, serio. Yurio le sonrió y chocó su frente contra la de él, para levantarse de golpe, pero antes de eso Otabek le besó suavemente.

–Calma. Habrá tiempo para eso después –exclamó Yurio, cambiando la expresión a una no enfadada pero sí adusta –Hay algo que debes saber.

Le explicó la situación en lo que la gente de Nekola se regaba por la isla, sin interrumpirle ni una sola vez. Yurio tenía un don especial para contar historias cuando estaba con gente que le hacía sentir cómodo, y no muchas personas eran capaces de escucharle cuando usaba ese tono.

Cuando terminó, asintió un par de veces y se lo llevó hacia el hostal, aún procesando la información. Al menos, cuando se subiera la gente a los barcos ya no tendría que preocuparse de nada, al menos hasta nuevo aviso. Con todo, aún no podía relajarse. Seguía habiendo barcos de Gwin en la costa este.

Sintiendo que abusaba demasiado de su facilidad de palabra, Otabek buscó a Phichit entre el gentío asustado que no dejaba de acosarle con preguntas y emitió un nuevo comunicado.

Claramente, la gente no estaba conforme con tener que abandonar su hogar, pero al menos la corta balacera había servido para causar mella en sus cerebros y la mayoría había optado por marcharse. A pesar de haberles exhortado que no llevasen pertenencias, la mayoría corrió a sus casas por valijas y demás. Yurio sólo esperaba que no se las arrojasen por la borda.

Salieron del hostal (un poco para desembarazarse de las personas y se sentaron en una jardinera, mirando a los soldados de Garya correr hacia los riscos y ponerse en posición, aprovechando esos escasos minutos de calma maldita.

–Vamos a quedarnos, ¿no es así?

Yurio miró el piso, acomodándose el cabello. Después elevó el rostro y clavó sus ojos verdes en el horizonte.

–No quiero que despedacen el único lugar que puede recordarme a mi familia –sentenció, con una voz seca pero llena de sentimiento.

Otabek fijó la mirada en la misma dirección de Yurio, analizando las cosas despacio y con calma.

–¿Y crees que una guerra no estaría contribuyendo a su destrucción?

Yuri se recargó contra su hombro.

–Sabes de sobra que no podría quedarme en otro lugar esperando mientras algo así está pasando –comenzó, metiendo la cabeza entre el cuello y el hombro de Otabek –Si difiere mucho de tu filosofía zen tú puedes…

–Mi filosofía no se basa en abandonar a la gente que amo –dispuso, dejándole acomodarse. Yurio sonrió, sintiendo la calma correr por su pecho por primera vez desde que Viktor había aterrizado en Leftovers –Así que anda. Tenemos trabajo que hacer.

Había una persona repartiendo armas como si fuesen caramelos y Yurio tomó un par de rifles, lanzándole uno a Otabek. Éste lo apretó hasta que se le pusieron los nudillos blancos y avanzó hacia el risco, a lado de Yurio.

–"Espero que valga la pena".


"Si ves que están la misma altura que nosotros y a menos de cien metros, les disparas"

Esas habían sido las órdenes de Nikiforov, pero había un problema mayor, no veía nada. Tenía que asomarse por la mirilla de las ametralladoras para visualizarlo, pero a menudo perdía de vista el avión que parecía seguirles, apanicándose hasta que le volvía a encontrar.

Le había mandado a la cola, a vigilar (y disparar) en el dado y probable caso de que estuvieran siguiéndoles expresamente. Yuri se retorcía las manos tan fuerte, que sería bastante creíble que fuera capaz de romperse los dedos.

El viento le azotaba la cara con violencia. Se había puesto los lentes de seguridad de marcos de metal helado y vidrio, pero sólo empeoraban su visión. Los oídos le dolían y ya nos sentía la nariz, siendo esto último lo más desesperante a pesar de las circunstancias.

–¡Viktor! ¡Creo que son dos!–gritó, esperando que pudiera escucharle. Atravesó de nuevo el largo del avión y se lo repitió, cara a cara ––Viktor… no llevo gafas y está oscuro pero creo que son dos.

Y no se equivocaba. Dos aviones de caza les seguían, acercándose a una velocidad pasmosa. Viktor masculló una maldición, tratando de elevarse unos metros más, pero no quería arriesgase demasiado.

Sobrevolaban el océano. Las olas se movían de manera rítmica, sin detenerse a pensar en los líos de los humanos, como si fueran tan ajenas a éste como las estrellas de mar a las del cielo. La luz de la luna se reflejaba sobre las olas de manera bellísima, pero a Yuri sólo le distraía de vigilar los aviones.

–¿Siguen ahí? ¿Qué tan cerca están?

–Sí… no lo sé, ¿unos ciento cincuenta metros?

Viktor suspiró con fuerza, frunciendo el entrecejo.

–Yuri, dispárales.

Quiso replicar, pero el recuerdo del incidente en la bodega le dio un golpe en la cara y volvió corriendo a su puesto, acomodándose y buscando a los perseguidores con la mira. Después, apuntó, cerrando los ojos y apretando el gatillo (en ese orden).

Para su suerte, no le dio a su propio avión en la cola, pero tampoco rozó ni de lejos alguno de los cazadores. Viktor se volvió a verle, encontrándose con su cara aterrada.

–Yuri, tienes qué disparar ahora. Les hemos disparado primero, y ellos lo harán de vuelta. ¡Por favor! –exclamó, clavándole los ojos azules que casi resplandecían en la oscuridad.

Yuri asintió, recargándose de nuevo en la torreta y disparando, esta vez con un objetivo claro.

Con ayuda de la mira, apuntó a una de las turbinas del avión de la derecha, dándole de lleno y provocando que perdiera altura, saliendo de su campo de vista. Se enfocó en el siguiente sin querer saber realmente el destino del último, pero cobró altitud y no lo vio más.

–¡Está encima! –gritó Yuri, pero Viktor había comenzado a actuar.

–¡Por el amor de dios, Yuri, sujétate! –gritó a voz en cuello, no muy seguro de que le hubiese escuchado.

Y sin añadir nada más, giró el mando y algunas palancas y se puso de cabeza.


Notas finales:

Si alguien tiene alguna duda sobre la geografía de mi mundo, tengo un mapa colgado en el Curious Cat, el usuario está en mi perfil (:

Siento si la relación entre Viktor y nuestro querido y amado por los ángeles Yuuri va despacio, pero recuerden que en este AU Yuuri no fue su fanático por años, más bien fue al revés. Y no es que el Katsudamn sea medio imbécil y no capte señales, es que simplemente no sabe cómo se hace. Está tan fascinado con Viktor, que ni siquiera se ha puesto a pensar en lo que le provoca.

Qué más... ah sí, para el bombardero me inspiré en un B-17 Flying Fortress. Para cualquier vehículo o arma me baso en algo, si quieren saber, no tienen qué hacer más que preguntar.

Y ya, besos y estrellas.