Bulma
Recargada en el marco de la ventana, apenas tapada por la sedosa cortina, piensa sin despegar su vista del firmamento, desnuda, agotada, observando de reojo, de vez en cuando, al hombre que la hizo mujer.
—¿Esto debió ser? —se preguntaba, con la simple duda e inseguridad que le causaba el guerrero en ese preciso momento. Todo ocurrió por impulso; se dejó llevar.
Se estremece, los huesos le calan y las piernas le tiemblan. Él quiere más, ha venido en busca de más, y ella, necesita más.
—Te amo, mujer—suspiró el hombre.
Y la seguridad se petrificó en su corazón.