Digimon no me pertenece y escribo esta historia sin fines de lucro.

Libélulas


Azul

Para Marin-Ishida


A Sora le gusta contar libélulas. Cuando no puede dormir, a veces, pero a Sora dormir mucho no le cuesta. A Sora le gustan las libélulas y cuando se siente triste recuerda el ronroneo que una le hizo sobre su nariz, cuando era muy niña, una vez en que con su padre y madre viajaron a un valle japonés junto a un río, del cual nunca recordó el nombre. Era un valle verde con un río transparente, unas rocas grises y pequeñas flores amarillas. Había sol, el sol era brillante y las nubes no existían aún en su universo, o tal vez tan solo las quitó de su recuerdo.

Sora viajó con sus padres a un valle con un río y una libélula se posó sobre su nariz, allá en esas épocas tempranas, previas al digimundo. Previas al fútbol, a las peleas con su madre, en una época en que su padre no vivía con ellas pero Sora aún no se había dado cuenta, y si sus padres peleaban al respecto a ella no le importaba, porque Haruhiko la hacía pararse sobre su mano y Toshiko le contaba acerca de las flores mientras las trenzaba en su cortísimo y pelirrojo cabello desordenado.

Toshiko siempre negó que ese viaje hubiera sucedido, y Haruhiko le dio veinte nombres de lugares que no coincidían con el recuerdo de Sora, con la brisa cálida y el sol brillante donde las nubes no existían y el río que, como la libélula, ronroneaba sobre las rocas grises y las carpas anaranjadas pedían comida abriendo y cerrando sus boquitas de colores.

¿Habrá sido ese su primer recuerdo? Sora cree que ese es su primer recuerdo. Y cree también que su padre y su madre no lo recuerdan porque es el primer recuerdo de ella, pero el último de ellos como familia. El mejor recuerdo de Sora es el último recuerdo en que su familia es una imagen feliz e idealizada. En que su madre la quiere como es y se expresa de una manera en que pueda entenderla, en que su padre besa a su madre en el cabello y a ella la alza por los aires, allá arriba hacia ese aire cálido, transparente como el agua, liviano como su conciencia de niña.

Cuando Sora era niña, una libélula se posó sobre su nariz y le ronroneó palabras que ella nunca pudo recordar, en un lugar que nunca pudo encontrar, en un recuerdo que su madre jura que nunca existió y que su padre nunca fue capaz de ubicar en el mapa.

Sora, a Yamato, le ha descrito el lugar treinta y tres veces. Él también lo ha buscado en el mapa, pero si no se hacen tiempo para viajar por todo el país no van a poder encontrarlo nunca, piensa, aunque no lo dice. Sora le cuenta de la libélula, que era de color azul, del sol que brillaba como el cabello de Yamato y del color intenso de los ojos de su novio, es decir, de la libélula que se posó sobre su nariz.

Sora le cuenta la historia cada vez que se encuentran con una libélula azul, aunque la apena. A Sora la apena contar su historia porque piensa que Yamato debe saber que esa historia no es real. Que no es su primer recuerdo y que nunca van a encontrar el valle por donde corre el río de aguas transparentes con rocas grises y carpas de colores pidiendo comida porque no existe, porque lo inventó. Porque no tiene un primer recuerdo, y porque no tiene un último recuerdo de su familia antes. Antes de que ella los dejara de entender y se confundiera. Antes de que la libélula volara y el idealismo de una niña pelirroja se cayera al piso y estallara como un jarrón descolorido.

Ella no le cuenta que piensa que fue agregando colores a su historia para que se pareciera más a los colores de su novio. Ella no le cuenta que ya está bastante segura de que lo inventó. Lo inventó todo. Su primer recuerdo feliz nunca existió.

Él no le cuenta que no duda por un segundo que la historia de Sora sea real, con la libélula, las carpas y las rocas danzando sobre un río de aguas transparentes en un valle de color verde. Tampoco le cuenta que él está bastante seguro de que su mamá no lo recuerda y su papá no lo encuentra porque Sora lo está ubicando, incorrectamente, en Japón. Yamato está seguro, aunque no lo dice, de que en un pasado más brillante Sora viajó al digimundo con sus padres y se trajo su primer recuerdo.


Notas: Marin, ya no hago regalos de cumpleaños, pero pensé que si iba a iniciar esta nueva historia, tenía que ser el día de tu cumpeaños. Así que feliz cumpleaños, pero este no es un regalo, ¿eh? Yo ya no hago regalos de cumpleaños.

Esta historia no tendrá mucha lógica y no será un longshot, sino que serán pequeñas libélulas de colores que nos mostrarán retazos de la vida de Sora, Yamato y sus familias. Sin orden, sin lógica, sin sentido pero con muchos colores.