Esta historia es una adaptación

Historia Original Camino del altar de Diana Palmer

Los personajes pertenecen a Stephenie Meyer


Capítulo Final


Las noticias asombraron y encantaron a Charlie. Se sentó en su mecedora y los miró a los tres, que se habían acomodado en el sofá.

—Un bebé —exclamó, con rostro alegre—. Vaya, vaya.

—Será un niño, abuelo —aseguró Maggie—. Así tendrás a alguien que aprecie los trenes que coleccionas. Siento mucho preferir el ganado.

Charlie rió.

—No te preocupes, cariño. Puede que algún día puedas enseñar cosas a tu hermano sobre los tipos de muebles de la época de la reina Ana.

Maggie explicó a sus padres que a Charlie le encantaban los muebles antiguos.

—Bueno, es divertido —dijo el abuelo.

—Es verdad —declaró su nieta—. Pero el ganado es mucho más interesante, y también es algo científico. ¿Verdad, papá?

—Desde luego, es hija mía —contestó Edward—. Cualquiera podría decirlo.

Charlie asintió y sonrió. Desde que había ido a visitarlo por primera vez, su vida había cambiado. A veces lo ayudaba a organizar sus libros. Tenía muchos, y ambos compartían el amor por la lectura.

—Eso me recuerda una cosa —dijo Charlie—. Encontré algo para ti en la última subasta.

Se levantó y sacó un libro antiguo y hermoso, del siglo diecinueve. Con mucho cuidado, se lo dio a Maggie.

—Será mejor que cuides de él, porque es muy valioso.

—Oh, abuelo... —dijo, entusiasmada.

Edward silbó, sorprendido.

—Ese libro parece muy caro, Charlie.

—Maggie lo sabe muy bien y cuidará de él. Nunca he conocido a nadie que cuide tanto los libros. Nunca los deja abiertos, ni dobla las hojas, y siempre los devuelve a su sitio. Hasta dejo que coja mis primeras ediciones. Es una pequeña joya.

Maggie escuchó el comentario y miró a su abuelo con una sonrisa llena de afecto.

—Está enseñándome a cuidar de ellos —anunció con orgullo.

—Y es una excelente alumna —continuó Charlie, mirando a Isabella con amor—. Me gustaría que tu madre estuviera aquí. Se sentiría muy feliz y estaría muy orgullosa.

—Lo sé. Pero estoy segura de que también ella lo sabe, papá —dijo Isabella con suavidad. Y sonrió.

Aquella noche llamó a Alice para darle las buenas noticias. Su amiga se alegró sinceramente.

—Tienes que decirme cuándo va a nacer para que pueda tomar un avión e ir a verlo.

— ¿A verlo?

—Claro. Además, estoy segura de que tendrás un niño. Son muy simpáticos, y así tendrás una parejita con Maggie.

—Bueno, haré lo que pueda —le aseguró—. ¿Has sabido algo sobre Jasper?

Alice permaneció en silencio unos segundos, antes de contestar.

—No.

—Hace poco que conocí a la viuda de Sutherland...

— ¿Es muy vieja?

—Unos cinco o seis años más que yo —contestó—. Tiene una figura imponente, es pelirroja, de ojos verdes y muy elegante.

—Jasper debe estar muy contento, porque la ve todos los fines de semana.

—Alice, yo no me preocuparía mucho por ello —comentó con lentitud—. Es fría, dura y con mucha malicia, por lo que he oído. Nadie sabe lo que es capaz de hacer.

—La invitó a su casa —dijo Alice—. Y tuvo la audacia de invitarme también a mí para que actuara de sujeta velas, para que la gente no pensara que hay algo entre ellos. No pienso observar cómo coquetea con ella sólo para que su imagen se mantenga intacta.

—Puede que te equivoques, Alice. A Jasper no le gustan las mujeres. Dicen que es... sexualmente frío.

—Jasper.

—En efecto.

Alice dudó. No podía contar a su amiga lo que estaba pensando, ni lo que recordaba sobre él.

— ¿Aún sigues ahí? —preguntó Isabella.

—Sí —suspiró—. Es culpa suya. Desea tanto esas tierras que está dispuesto a hacer cualquier cosa para conseguirlas.

—No creo que pretenda a llegar tan lejos. Yo diría que sólo la invitó para hablar de negocios, pero es posible que ella piense que está interesado en algo más y que ahora no pueda librarse de la pelirroja. Te aseguro que puede ser muy pesada cuando quiere. Conmigo lo fue. Tiene mucho carácter, y Jasper es rico. Creo que es ella quien está coqueteando con él, no al contrario.

—Nunca lo había pensado.

— ¿Le has dado la oportunidad de explicarse? —preguntó.

—No —admitió—. No quiero arriesgarme dándole a Jasper la oportunidad de hacerme la vida imposible durante un largo fin de semana.

—Deberías intentarlo. Puede que haya cambiado sentimentalmente.

—No lo creo —rió—. Pero lo llamaré, y si vuelve a pedirme que vaya a su casa, iré. Pero sólo si hay más gente alrededor además de la viuda.

—Llámalo y dile lo que piensas.

—No sé si...

—Vamos, no es ningún ogro. Sólo es un hombre.

—Ya —dijo sin convicción.

—Alice, nunca has sido cobarde. Sálvalo.

—No puedo creer que el hombre de hielo necesite que lo salven —dudó—. ¿Quién te dijo que lo llamaban así?

—Todo el mundo lo sabe. No sale con nadie. La viuda es la primera mujer a la que ha visto en muchos años —contestó con suavidad—. Es curioso, ¿no te parece?

Lo era, pero Alice no se molestó en comentar las sospechas que tenía. Se preguntó si contaba con el coraje suficiente como para ir a Sheridan y averiguar la verdad.

—Puede que vaya.

—Deberías —continuó Isabella.

Minutos más tarde colgó el teléfono, dando tiempo a su amiga para que pensara en ello con profundidad. Cuando terminó de hablar, Edward se acercó a ella y sonrió con calidez. Después, se sentó en el sofá, a su lado.

—Estás muy guapa vestida de rosa —comentó.

—Gracias.

— ¿Ocurre algo?

—Parece que Victoria está haciendo la vida imposible a Jasper.

—Me alegro.

—Deberías tener la decencia de sentirlo por él —espetó, mirándolo—. Creo recordar que estuviste en su punto de mira, en el pasado.

—Hasta que apareciste para salvarme, encantadora mujer.

Se inclinó y la besó con suavidad.

—Nadie puede salvar a Jasper, salvo Alice.

—Estoy seguro de que podrá luchar contra sus propios fantasmas. O más bien, contra sus propias dragonas —rió.

— ¿Aún pretendes conseguir esas tierras?

—Oh, renuncié a ello cuando nos casamos —contestó con tranquilidad—. Supuse que ella buscaba algo más que dinero, y tú estabas demasiado celosa.

—Vaya.

—No tenías por qué preocuparte. No era mi tipo. Pero descubrí que andaba detrás de mí y preferí abandonar el asunto —añadió, riendo—. Además, no creo que Jasper tenga más éxito. Ella sólo está intentando descubrir si tiene alguna opción con él, y si no la tiene, no venderá sus tierras.

—Puede que caiga en la trampa.

—No. No me cae bien, pero no es ningún idiota. Tampoco es su tipo de mujer. Le gusta dar órdenes. Es demasiado fuerte para ella, y no se llevarían bien. De hecho, creo que le resulta tan atractivo a Victoria porque no puede conseguirlo.

—Eso espero. No me gustaría que lo engañara con el matrimonio. Creo que Alice lo quiere más de lo que está dispuesta a admitir.

Edward la atrajo hacia sí.

—Que solucionen sus propios problemas. ¿Te das cuenta de lo mucho que ha cambiado esta casa desde que te casaste conmigo?

Ella sonrió.

—Sí. Maggie es una persona completamente distinta.

—Y yo, y tú, y hasta tu padre y la señora Platt. Pero por si fuera poco, ahora vamos a tener un hijo y Maggie está deseando que nazca. ¿Sabes una cosa? Tenemos el mundo en las manos.

Isabella se apoyó en él y cerró los ojos.

—El mundo en nuestras manos —repitió, encantada.

Siete meses más tarde, Anthony Charles Masen nacía en el hospital provincial de Bighorn. Fue un parto rápido y sencillo, y Edward permaneció junto a su esposa durante todo el proceso. Después, dejaron que Maggie entrara con su padre a ver a su hermano, mientras lo amamantaba.

—Se parece mucho a ti, papá —observó la niña.

—Se parece más a Isabella —protestó él—. Tú eres quien se parece más a mí.

Maggie sonrió de oreja a oreja. Se había establecido una relación completamente nueva entre padre e hija. No se sentía en absoluto amenazada por el bebé, porque sabía que sus padres la querían. El frío y vacío pasado había desaparecido para siempre, tal y como había sucedido entre Isabella y Edward.

Isabella se había atrevido a preguntar a su marido acerca de lo que Rosalie había escrito en la carta que le había enviado años atrás, y que había devuelto sin abrir. Edward le contestó que no recordaba mucho sobre lo que le había dicho su anterior esposa, excepto una frase que había sacado de cierto libro, de un autor que no podía recordar: «Y Dios dijo: toma lo que quieras y paga por ello.» Al menos, aquella carta había servido para demostrar que Rosalie había descubierto la dolorosa verdad que encerraba aquella cita. Y lo sentía por ella.

Aunque fuera tarde, por supuesto. Demasiado tarde.

Para entonces ya habían perdonado a Rosalie, y el amor y la alegría que compartían Maggie, Edward y su esposa, crecía día a día. En cuanto a Isabella, también había aprendido una lección; en ocasiones era necesario aguantar y luchar. Miró con adoración a su orgulloso marido y se dijo que enseñaría aquella lección a Maggie y al niño que sostenía entre sus brazos.

~Fin~


Seguiremos con la segunda parte de esta historia, pero esta ve será la historia de Jasper y Alice

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