¡Hola! Ya hace varios meses que no publico nada pero aquí estoy de regreso. He tenido un bloqueo con este fanfic y pensé que tal vez se me pase si lo comienzo a subir, al menos eso espero jajaja
Este fanfic será Escorpio x Acuario, aunque también tendrá de varias parejas. Sin más, les dejo el primer capítulo, disfrútenlo :)
Capítulo I
El primer encuentro.
─ ¡Corre, Camus! ¡Corre!─ le ordenó su padre, haciendo que una onda de terror le recorriera el diminuto cuerpo.
El pequeño miró espantado la escena ante sus ojos... sangre en la ropa azul grisácea de su progenitor, si era suya o de alguien más eso no podía saberlo, pero no dejaba de ser alarmante; su enemigo, un hombre de cabello castaño, vestido de blanco y rojo, parecía querer partir al rey en dos con la afilada espada, que sólo era privada de su objetivo por otra del mismo aspecto; los dos cuerpos temblaban a causa de la tensión ejercida en cada fibra muscular y en la furia con la que, tanto el uno como el otro, deseaban acabar con el contrincante.
─ ¡Corre!─ repitió el hombre de cabello blanco, empujando hacia atrás a aquel que tenía la misión de asesinarlo, a él y a su familia.
El príncipe obedeció. Otro choque de espadas volvió a resonar en el lugar, el infante ya no supo si era por el duelo que sostenía su padre o por algún otro que se llevaba a cabo dentro del largo corredor, donde la sangre ya manchaba el piso de mármol; los candelabros y espejos que lo habían adornado hace varias horas yacían tirados por toda su longitud. Se desplazaba lo más rápido que sus pequeñas piernas le permitían, logró esquivar los cadáveres con gran habilidad sin querer prestarles demasiada atención, su temor a hallarse con algún rostro conocido simplemente no se lo permitía; varias armas se habían exhibido ante él con la intención de acabarlo, del mismo modo que un león desgarra la piel de su presa, pero siempre fue protegido por los valientes hombres de azul que habían jurado lealtad a su familia: la guardia real. En ese momento su misión era fácil de pronunciar pero parecía imposible de alcanzar: salir vivo de ese lugar, de su hogar.
Escuchó algo caer al suelo de forma súbita, tal vez uno de los cuadros que honraban a sus antepasados o alguna armadura metálica, a pesar de ser dos sonidos completamente distintos Camus ya no era capaz de distinguirlos, su cerebro estaba concentrado en una sola cosa y no deseaba prestarle atención a nada más. No retrocedió porque poco importaba eso ahora, su vista estaba puesta sobre la despejada salida, después iría a las caballerizas y escaparía con Albali, su caballo blanco. Su naciente orgullo comenzó a dolerle, acumulando todo en su rostro y empapando sencillamente sus zafiros. Un fuerte choque lo desplomó, todas las plegarias que su madre le había enseñado hacia los dioses pasaron por su mente como una cinta de video, no quería morir... no a esa edad. Quería crecer y convertirse en el audaz príncipe que estaba destinado a ser, sólo así vengaría todo ese ultraje, le haría pagar al reino del sol naciente por lo ocurrido.
─ ¡Príncipe Camus!
Abrió sus orbes de golpe, el aire regresó a sus pulmones manteniéndolo en ese mundo, frente a él yacía un joven de cabello azul al que conocía bien, y que aspiraba a convertirse en un miembro de la guardia real, un muchacho al que consideraba un amigo a pesar del desagrado de su padre. El mayor se alzó deprisa y le tendió una mano al miembro de la realeza, éste la aceptó sin dudar.
─ ¡Sígame!
Se echó a correr sin esperar respuesta, no había tiempo para eso. Camus lo obedeció. Saga era solamente dos años mayor que él, así que no podía confiar en su fuerza pero sí creía en la enseñanza que se le había impartido, su maestro era el capitán de la guardia real, por lo que, intuía, debía conocer las rutas de escape que él ignoraba.
─ ¡Llévame con Albali!─ gritó, esperando que su voz no se perdiera entre todo el escándalo de la guerra.
Su guía asintió, provocando que el alivio lo acogiera por segunda ocasión. El gusto le duró poco, se introdujeron en la cocina donde los empleados descansaban sobre charcos creados por la sangre que había abandonado sus cuerpos antes de que se convirtieran en cadáveres. El pequeño príncipe deseaba cerrar los párpados y olvidarse de todo el caos pero no podía, debía seguir viendo a las personas que tantas veces les habían servido la comida a su familia y a él, sólo que en esta ocasión yacían sin vida. Sus ojos fueron de nuevo empapados, cómo olvidar las veces en las que se había colado por la noche con tal de adueñarse de un dulce, o de las ocasiones en las que su madre llegó a cocinarles. Un momento...
─ ¡Mi mamá!─ exclamó Camus, poniendo en ese grito todo el aire que sus pulmones se esforzaban por capturar debido a su carrera.
─ ¡La reina está a salvo!─ aseguró Saga, reteniéndolo por la muñeca para evitar que fuera en búsqueda de la mujer─. ¡También su hermano!
Cierto peso abandonó el cuerpo del pequeño príncipe, quien era aún sujetado por el mayor para guiarle en su odisea. En ocasiones optaron por cambiar de rumbo por hallarse con algún duelo llevándose a cabo, debían evitar esas acciones si querían salir del palacio con vida. Los pasillos llenos de cadáveres no eran mejor pero al menos no los dañarían. Varias ventanas se habían roto, sus restos brillaban bajo la luz del atardecer que aún les proporcionaba la luminosidad suficiente como para no requerir agudizar la vista. La de Camus se enfocó en un punto específico, una escalera por la que había jurado ver a su madre subir, sacudió su cabeza, eso no podía ser, ella estaba a salvo tal y como le dijo Saga. Después de correr por minutos y atravesar a gatas un conducto reinado por la misma oscuridad que la de un agujero negro, arribaron al sitio deseado.
Las caballerizas estaban limpias y ordenadas, ajenas a lo que ocurría en el exterior, estaba como esa mañana, excepto que todo había desaparecido: los caballos, las sillas, los estribos, los pechopetrales con el símbolo de su reino... Se encaminó hacia su izquierda donde dos pequeñas puertas resguardaban a los caballos de su familia. A unos centímetros de pasar, un estruendo en la entrada por la que habían llegado lo hizo desistir.
─ Corra─ le pidió su guardián, bajando el tono de su voz pero no disminuyendo la urgencia en ella─. Corra y no se detenga... Corra hasta salir de las tierras del reino.
Un empellón por parte de Saga lo obligó a obedecer. De nuevo emprendía la huida de aquel sitio, de su casa. Salió por la otra puerta, una enorme elaborada a base de madera que daba hacia el exterior, la abrió con fuerza, estaba convencido de no poder ser más valiente de lo que era en ese momento, estaba listo para enfrentarse a lo que sea.
Prosiguió a velocidad reducida, los pies se le hundían en la densa nieve disminuyendo el ritmo de sus pasos; su corazón se aceleró de tal forma que parecía querer salirse de la caja que lo protegía; el aire entraba frío directamente a sus pulmones, él podía soportarlo al igual que todos los habitantes del reino, pero no podía imaginarse cómo los soldados del reino del sol naciente estaban sobrellevando eso. Su mente regresó de su viaje al infinito al observar la imagen de su hermano regada en el blanco suelo, siendo amenazada por el filo de una espada directamente en su cuello.
─ ¡Dégel!─ nombró, dando pequeños brincos de un lado a otro para zafarse con mayor facilidad del piso.
El hombre derrumbado no le dirigió la mirada, ¿por qué su hermano no volteaba? Estaba seguro de que era él, nadie más en todas esas tierras poseía esa tonalidad de verde en sus hebras. El joven que mantenía en esa circunstancia a su ejemplo a seguir fue quien le atravesó con la mirada, parecía un maniático que disfrutaba del hecho de invadir otro pueblo. Su sonrisa, dejada al descubierto cuando se retiró un grueso cubrebocas, lo paralizó a unos pasos de ellos, el menor de los príncipes podía jurar que ese sujeto olía su miedo.
─ ¡Vete de aquí!─ le pidió su hermano aún sin mirarlo.
Él le hubiera obedecido como siempre pero simplemente sus extremidades no le respondían, aquel tipo que no superaba los doce, lo había congelado.
─ Así que, éste es el otro príncipe─ concluyó, restándole tensión a su arma.
Dégel pasó su diestra de izquierda a derecha, a tal velocidad que le hubiese resultado imperceptible si la distancia hubiera sido mayor. Algo parecido a un boomerang de tono azulado surgió del movimiento, alejando al enemigo a varios metros de ellos. El heredero del reino se encaminó deprisa hacia su hermano menor, no pasaría mucho tiempo para que el mayor de los hijos del rey Sargas se levantara en busca de finiquitar el encuentro.
─ Sal de aquí, ve al bosque─ se arrodilló frente a su hermano de ocho años─. Los soldados de nuestro primo no tardarán en llegar─ examinó como un rayo la desordenada vestimenta del pequeño─. ¿Dónde está tu insignia?─ no podía esperar por una respuesta, se quitó la suya y la colocó sobre el chico saco, era un pequeño objeto dorado en el que sobresalía el símbolo de su constelación guardiana: Acuario─. Con esto te reconocerán como parte de la familia real─ un gruñido por parte de su enemigo lo hizo reaccionar─. ¡Vete!
El niño hizo realidad las palabras de su hermano dejándolo solo con esa bestia que tenía como oponente. Se dirigió hacia el bosque, como se lo había indicado Dégel, si corría con suerte se encontraría con las tropas del reino de las tierras vivas… cada célula de su joven cuerpo deseaba que así fuera.
─ Así quieres jugar─ el peliazul arrojó su afilada arma para que se estampara con el congelado piso.
─ Este lugar se convertirá en tu tumba─ la nieve comenzó a envolverlos en mayor cantidad. Hacía ya unos años que había aprendido a usar el poder con los que únicamente nacen los miembros de la realeza y, por lo que podía observar, también era el caso de su adversario.
─ ¿Es una promesa? No creo en ellas, nadie suele cumplirlas─ provocó, mordiendo con su canino la alargada uña de su índice, esa de color rojizo con la que pensaba darle muerte a su enemigo.
─ Yo siempre cumplo lo que prometo, príncipe Kardia.
…
De nuevo sus pulmones se colapsaban, le dolía el simple hecho de respirar. Los copos de nieve iban en su contra, cubriendo los grandes árboles que ya lo rodeaban; sabía que entre más avanzara el clima se tornaría más cálido, eso le indicaría su cercanía a la zona en la que desembocaban los seis reinos. La capa blanca que cubría el sendero se volvía más delgada, permitiéndole introducirse con mayor facilidad en ese bosque. ¿Cuánto tiempo corrió? No tenía idea pero el cansancio lo golpeó de forma repentina.
Se sentó en la delgada escarcha que cubría la base de un gran y robusto árbol, los copos habían cesado, siendo prueba de la distancia que lo separaba de su hogar. Su ropa de tono perla se había gastado durante su carrera; algunas ramas le estropearon el bordado azul, dejando hilos por fuera como si fuera un alambre de púas; el agua cristalina que había caído sobre él, humedeció su cabello volviéndolo frío y pegajoso. Una diminuta nube de vapor se formó al suspirar, por primera vez en su vida se había quedado completamente solo. No deseaba pensar en los duelos de su padre y Dégel, mucho menos en el estado de su madre, pero la preocupación lo invadía y recorría cada nervio en su sistema. Se abrazó, colocando su frente en las rodillas, las lágrimas comenzaron a caer sin autorización... ¿cómo podían ser tan osadas? Imaginaba a sus padres y a su hermano defendiendo las tierras que tanto amaban, y él sentado en ese lugar sin hacer nada... si tan solo supiera cómo usar su poder. Los sollozos aumentaron.
─ Miren a quién tenemos aquí.
Su cabeza se alzó aterrorizada, había una docena de soldados rodeándolo ¿cómo había ocurrido? Ni siquiera los había escuchado acercarse, las carcajadas de los hombres eran como clavos en sus oídos que aumentaban el ritmo de su corazón a tal punto que creyó, se saldría de su pecho. A pesar de estar perdiendo luz para ver debido al avance del día, reconoció sin problema el color de la sangre en sus uniformes, mismos que los marcaba como la guardia de la familia real que era protegida por la constelación de Escorpio. El hombre del centro se acercó a él, la escasa luz podía permitirle distinguir los colores de su gruesa vestimenta, rojo y anaranjado, y confirmó que eran los soldados del reino del sol naciente. Quiso retroceder pero el árbol que le había servido como regazo, ahora era como un muro sólido, se había aprisionado entre sus grandes raíces impidiéndole algún intento por escapar.
─ Un príncipe del reino de los hielos eternos.
Las risas aumentaron de tono cuando el sujeto le arrebató la insignia dorada, la misma que Dégel le había entregado, esa que ahora lo descubría ante sus enemigos. El sujeto que se aproximaba a él se cubría con un gordo abrigo color carmín, la porción de sol a su espalda le daba la impresión de ver a un enorme oso de las nieves. Cada paso le acercaba más a su cuerpo, el mismo que trataba de atravesar el gran tronco del árbol pero él, como todos los seres vivos, carecía de esa habilidad.
El soldado lo jaloneó por la pierna, el pequeño niño trató de aferrarse a lo que fuera; a la nieve, a las raíces... Las risas aumentaron su volumen cuando se vio preso bajo el cuerpo de su enemigo, las lágrimas cayeron, ahora ya no era tristeza lo que invadía sus células era miedo. ¿Es que acaso no podía escapar de ese cruel destino? Sus prendas se fueron abriendo combinando el frío de su piel con el de su entorno; el hombre le había despojado de su insignia y le rogaba a todos los dioses que se detuviera ahí.
─ ¡Deténganse!
Las carcajadas se detuvieron al instante. El agresor del príncipe se alejó al escuchar esa orden, mientras Camus, apoyándose en sus manos y piernas, se refugió en el regazo del gran árbol. El miedo que lo consumía fue disminuyendo paulatinamente al oír esa voz, no era una gruesa como la de un hombre ni quebrada como la de un adolescente, más bien se semejaba a la suya, a la de un infante; la curiosidad comenzó a sustituir aquella emoción en su cuerpo. ¿En verdad sería un niño el dueño de esa voz? Entonces, ¿por qué obedecerlo?
Su mente se despejó cuando el puñado de hombres le permitió divisar a la diminuta figura que descendía por un joven caballo. La luz solar estaba desapareciendo del bosque, Camus no pudo apreciar la ropa del recién llegado pero su abrigo lo delataba, el mismo que portaba el resto de los sujetos presentes. Por lo que su cuerpo se volvió presa de la angustia al verlo acercarse a él.
─ Señor, él es el menor de los príncipes─ informó aquel que había agredido al del reino de los hielos eternos.
El niño ignoró sus palabras, se limitó a quedar cara a cara con su objetivo. Se quitó la gruesa capucha, permitiéndole al otro grabar en su memoria el rostro de quien lo había salvado. Milo sintió su corazón romperse ante lo que sus ojos encontraron… un par de aterrorizados zafiros. Compasivo, limpió el rastro de las gruesas lágrimas que había derramado Camus a causa de su guardia.
─ ¿Cómo te llamas?─ preguntó, teniendo que esperar los segundos más largos de su joven vida.
─ Camus─ respondió, haciéndole frente a las turquesas. Milo sonrió y dio vuelta. Por el nombre, supo que en verdad se trataba del menor de los hijos del rey Sadalsuud, pero no deseaba permitir que sus soldados lo hirieran siendo sólo un niño indefenso.
─ Vámonos.
─ Pero señor, el niño, tenemos que...
─ Entonces hazlo, pero mi padre se enterará de tu desobediencia─ advirtió. A pesar de sus nueve años, el rey Sargas ya le había enseñado a hacerle honor a su título. Y así como respetaban y seguían a su padre, algún día a él también.
El príncipe del reino del sol naciente montó su caballo con toda la majestuosidad que a su corta edad podía mostrar. Su mirada se encontró con la de Camus una última vez y partió seguido de sus no conformes súbditos.
...
El pecho de los dos se movía agitado, queriendo inhalar el aire que huía de sus cuerpos con la misma velocidad con la que entraba. La oscuridad había inundado el reino, pero las estrellas les concedían la fortuna de admirar esa chispa indescriptible en los ojos de su adversario. De la palma de Dégel salieron copos de nieve en forma de cristales, brillantes y finos, que fueron a impactar al cuerpo de Kardia, derribándolo. El primero avanzó rápidamente hacia el otro, conociendo su ligera ventaja en esos terrenos; sus rodillas quedaron a los costados del peliazul, mientras sus manos colocaron a las semejantes sobre la cabeza de su enemigo.
Se encontró con la mirada de Kardia, completamente expresiva, tan diferente a la suya. No había odio en esas iris, pero estaban violentadas por la frustración; al verlo así lo supo en cuestión de segundos… Kardia no quería asesinarlo a pesar de sus palabras. Tomó la decisión de aflojar su agarre, costándole su liderazgo, el peliazul lo derribó en un hábil movimiento, siendo su turno de estar en el suelo y con el cuerpo del enemigo entre sus piernas, su cerebro le traicionó de la manera más cruel, mandó una corriente a lo largo de su espina dorsal haciéndole estremecer. Ambos estaban en el principio de su preadolescencia pero sabían lo que aquello significaba, Kardia sujetó el mentón de Dégel, obligándolo a compartir su mirada, deseando dejarlo expuesto.
Unos relámpagos azules atravesaron todo el cielo y comenzaron a acumularse en la torre más alta del palacio, los dos se enfocaron en ese punto sin abandonar su posición. Dégel fue el primero en reaccionar, de sus manos parecía emanar hielo denso que formaba un iglú sin entrada, cubriéndolos, para resguardarlos.
─ ¿Qué fue eso?─ preguntó Kardia, dejando su favorecida posición. Esperó una respuesta, sin embargo, su acompañante parecía más entretenido tratando de mirar al exterior, lo que era una tarea imposible. Sentados y con escasa distancia entre ellos, decidió cambiar de tema─. ¿Sabes que es peligroso quedarse a solas conmigo?─ provocó, pero algo había cambiado en la actitud del otro
─ Sólo tienes doce, no veo a qué deba temer─ comentó, sin dirigirle la mirada.
─ Sé lo que tratas de ocultar─ informó Escorpio, como si con eso fuera a ganar ese encuentro.
─ Y yo lo que quieres probar─ lo encaró, sosteniendo la mirada en silencio sólo por un momento─. No te tengo miedo, Kardia. Por eso me atrevo a estar así contigo... salvando tu vida.
─ ¿Salvando mi...?
Una luz azul celeste se apoderó de afuera aunque sólo fuese por un par de segundos, cesando todo el sonido que ocasionaba esa guerra.
─ Eso que presenciaste es un arma de nuestro reino que acaba con la vida de todo enemigo que esté en nuestras tierras, excepto a aquellos que hayan sido protegidos del mismo modo que lo hice contigo─ dijo, tal y como su padre se lo había enseñado.
─ Milo─ murmuró Kardia tras asimilar las palabras del otro, preocuparse por su hermano menor le fue inevitable.
Las manos de Dégel, así como lo había creado, deshicieron el hielo espeso que los había acogido. No pasó ni un segundo y Kardia ya estaba en pie, el otro supuso que estaba agobiado por Milo, su hermano, del mismo modo que él lo estaba por Camus. El heredero del reino del sol naciente le ofreció una mano para ayudarlo a dejar la fría capa de escarcha.
─ No te agradeceré por lo que haz hecho...─ Dégel lo vio, no esperaba menos del hijo mayor del rey Sargas─. Pero quiero que recuerdes esto: algún día, volveré.
Kardia se retiró con dirección al bosque, de no haber estado preocupado por su hermano lo más probable es que se hubiera quedado con intención de pasar más tiempo con ese príncipe, se rió de él mismo, si su padre se enterara de cómo esas amatistas se habían grabado en su mente, posiblemente le diera la reprimenda más dura en la historia de los seis reinos, suficiente tenía ya con enterarse de que su heredero no pensaba darle descendencia... Volvió a reír al recordar cuando su papá lo encontró desvistiendo a uno de sus sirvientes.
El rey Sargas lo había aceptado, pero Kardia se daba cuenta de cómo en el reino comenzaban a cuestionar su fuerza, por eso la idea de asesinar a Dégel para demostrarle a todos lo que valía no le pareció absurda, ahora agradecía eso, porque por esa razón le había conocido.
...
Sus piernas se movían a toda prisa, motivadas por conocer la razón de esa luz azul proveniente de su reino, Camus, al ser tan pequeño e inocente, no se imaginaba lo que se encontraría en su hogar.
Para los que hayan leído "Memorable" este es el fanfic que comenté que estaba escribiendo, de hecho puse una frase de ese fanfic en el resumen porque de ahí surgió, no estoy segura si lo voy a relacionar con esa historia. Si lo hago avisaré e igual no creo que sea necesario que lo lean.
En este capítulo, escribí que Dégel y Kardia estaban a principio de su preadolescencia, según la fuente el rango de edad para esta etapa puede variar e influye también el sexo, así que escribiré sus edades aquí: Kardia tiene 12 años y Dégel 10. Por otra parte, Milo tiene 9, Camus 8 y Saga 10.
Espero les haya gustado el capítulo, dejen sus reviews :)
Gracias por leer.