Este fanfiction ha sido traducido con la debida autorización de StrawberryGirl87, historia la cual fue co-escrita con BickyMonster. Los personajes son propiedad de J.K. Rowling
Lamentablemente no pude pegar el enlace, así que podrán encontrarlo en mis otras cuentas en Slasheaven o Amor-yaoi
Capítulo 01: La Decisión
Muerta.
¿Cómo es posible que se haya ido?
Severus Snape ni siquiera había pestañeado cuando vio el cuerpo de James Potter, su antiguo rival de escuela, sin vida y frío sobre el piso de su casa en el Valle de Godric. Sin embargo, verlo ahí había causado que se esparciera un sentimiento de pavor en lo profundo de su corazón, por el hecho de saber indudablemente lo que aquello significaba.
Todos habían supuesto que estarían protegidos aquí. Severus no podía comprender qué había salido mal; Albus le había prometido que estarían protegidos y, aun así, estaba claro que no fue verdad. James estaba muerto y eso sólo podía significar una cosa.
Snape simplemente pasó por encima del hombre a quien tanto resentía, preocupándose muy poco por lo que le había pasado. No le importaba James Potter; le importaba muy poco que el hombre estuviera muerto. La muerte de Potter, al parecer, había sido más bien rápida, incluso indolora; había muerto protegiendo a su familia, al menos fue una muerte honorable.
La garganta de Severus estaba tan seca que le dolía tragar. Su corazón latía con fiereza en su pecho, sabiendo lo que iba a encontrar mientras se aventuraba en la casa, pero ahora no podía dar marcha atrás; tenía que verlo con sus propios ojos, de otra manera nunca creería que era verdad.
Sus pies se sentían como inmóviles bloques de plomo mientras los forzaba a avanzar, uno a la vez, subiendo los escalones de madera, armándose de valor para lo peor. Había estado en esta casa sólo una vez en su vida. Había venido aquí por solicitud de Lily para verla a ella y a su hijo recién nacido, Harry, cuando él sólo tenía dos meses de edad. Había sido un intento de salvar su preciosa amistad y había funcionado en cierto grado. No obstante, los tiempos eran difíciles y había una violenta guerra, una guerra en donde necesitaba aparentar estar al lado opuesto de Lily.
Sabía a donde iba cuando terminó de subir las escaleras; sabía dónde habría muerto Lily protegiendo a la cosa más preciosa en su vida, su hijo. Harry, el niño que había heredado la deslumbrante belleza de sus ojos color verde esmeralda y el desaliñado cabello negro de James, fue nombrado en honor al abuelo de Lily, a quien quiso mucho.
A pesar de la certeza en cuanto a lo que iba a encontrar, no pudo evitar caer de rodillas cuando llegó a la habitación en donde yacía su cuerpo en el suelo, sin vida, con los ojos abiertos y carentes de emoción. La vida que una vez la había llenado se había ido y en su lugar había una mirada de horror en su rostro.
Era verdad, estaba muerta. Había muerto mientras protegía a su hijo, su único hijo. Lucía como si ni siquiera hubiera alcanzado su varita para pelear con Voldemort cuando él la atrapó, simplemente aceptó lo que no podía cambiar. Severus no fue capaz de ir hacia la cuna que había en el dormitorio, seguro de que el niño también estaba muerto.
El niño había sido la última parte que quedaba de su amada Lily y, aun así, le fue arrebatado, dejándolo sin nada. No había forma de que el Señor Tenebroso dejara al niño con vida y él no tenía deseos de ver el diminuto cuerpo sin vida de Harry.
Las lágrimas llenaron los ojos de Severus mientras miraba a Lily, incapaz de tocarla, sabiendo que su calidez se había ido y que su piel estaría fría. Quería sostenerla tan desesperadamente, acunar su cuerpo sin vida entre sus brazos, acariciar su flameante pelo rojo e inútilmente, desear que la vida regresara a su cuerpo. Le dolió en el alma saber que nunca volvería a oír su risa, nunca la vería sonreír, nunca sentiría su abrazo, nunca jamás. Ahora todo lo que tenía eran recuerdos, pensamientos y sentimientos que atesoraría hasta el día en que muriera.
Un pequeño e inesperado lloriqueo proveniente desde el otro lado del dormitorio atrajo su atención hacia la cuna mientras se daba cuenta, por primera vez desde que entró en la habitación, que no estaba solo y por un momento temió ser atacado.
Quedó sin palabras cuando se percató de que el niño, a quien creía muerto, no lo estaba; el pequeño Harry estaba, en vez de eso, sujetándose de las barras de la cuna, de pie, mirándolo. El bebé de quince meses lo miraba con una intensa fascinación a través de los ojos de Lily.
Fuera cual fuera la razón, Voldemort había fallado en su tarea de matar al niño y Severus se sorprendió al darse cuenta de cuan profundamente agradecido estaba por ello. Una pequeña parte de la mujer a la que amaba tan profundamente vivía en su hijo. El Señor Tenebroso no la había perdonado como le prometió, y Severus sabía que nunca volvería a conocer un amor como el que sentía por ella; sin embargo, el niño estaba vivo. Miró al niño con amor y afecto, pero también con lástima. La vida de Harry no sería fácil. Huérfano, solo y nunca entendería por qué.
Tardó sólo un momento en tomar una decisión. Si se hubiera demorado más, entonces los resultados podrían haber sido vastamente diferentes para ambos. El rugido de una motocicleta aproximándose lo hizo saltar a la acción, ni siquiera se detuvo a pensarlo, no había tiempo para eso cogió al pequeño de cabello oscuro entre sus brazos, feliz cuando Harry lo aceptó sin escándalos ni lágrimas.
El niño ya estaba vestido con un grueso mameluco celeste de algodón, pero Severus también lo envolvió en una manta color rojo Griffindor hecha de lana para asegurarse de que Harry estuviese lo bastante caliente en el frío de octubre. Era la manta que Lily había tejido para él mientras estaba embarazada, y Severus recordaba afectuosamente cómo ella le había dicho con orgullo que había insistido en hacerlo a la manera muggle sin usar magia en absoluto.
Mientras su mirada regresaba al niño, quien estaba muy tranquilo, acurrucado confianzudamente en la curva de su brazo, vio la cicatriz de un rojo furioso en la frente de Harry. Severus supo a partir de la vista, que Voldemort había intentado y fallado en matar a este chico. El niño era especial, incluso único, y si se quedaban aquí entonces Albus Dumbledore no dudaría en usar al chico sin piedad para su propio poder y ganancia, o lo que sea que implicara lograr el bien mayor.
Severus sabía que no podía permitir que eso le pasara al niño inocente, no al niño de Lily, y su conciencia permanecería limpia. Se dio cuenta con rapidez que este era el último vinculo que le quedaba con su amada Lily y nunca dejaría que nadie lo lastimara. El mismo Severus se encargaría del bebé, lo escondería lejos del mundo que lo buscaría para utilizarlo, para lastimarlo y haría todo y nada para proteger a Harry.
Severus simplemente no confiaba en nadie más para tal labor. Sabía por qué Lily había dado su vida y se aseguraría de que no hubiese sido en vano. Harry era tan pequeño e inocente; sea que sea lo que Dumbledore tuviera planeado inevitablemente para este niño, Severus lo impediría. Albus no era de fiar; ya había cometido ese error una vez y Lily terminó muerta. Nunca cometería ese error de nuevo.
El rugido del motor de la motocicleta se estaba incrementando volviéndose más audible. Algo en la parte posterior de la mente de Severus le recordó, un tanto sarcásticamente, que Sirius Black tenía una moto. ¿Qué pasa si era él? Severus tenía que actuar rápidamente, de otra manera su plan espontaneo quedaría arruinado antes de darle inicio; su plan para proteger a Harry fallaría y quien sabía qué le pasaría al infante entonces.
Si Black llegaba y lo atrapaba con el niño entonces se desataría el infierno. Ellos nunca habían sido los mejores amigos, de hecho, era todo lo opuesto; su rivalidad de escuela sobrevivió hasta su adultez y Severus no podía permitir que eso aflorara en esta casa. No tenía que tardar, y tenía que irse ahora.
Sabía que no sería capaz de ir a su casa en La Hilandera, allí lo encontrarían demasiado fácil, ni siquiera podría ir a buscar sus cosas, tendría que huir. Encontraría algún lugar nuevo para que se quedaran por un tiempo, en donde nadie los conociera. Podrían esconderse lejos del mundo mágico y podía criar a Harry como su hijo, atesorarlo, protegerlo y amarlo como un padre.
A medida que la idea se apoderaba de la mente y el corazón de Severus Snape, empezó a registrar la habitación del niño en medio del pánico. En el proceso evitó con cuidado el cuerpo de su querida Lily mientras empacaba todas las cosas que pensaba que podía necesitar metiéndolas en una gran pañalera, que encantó con un rápido ondeo de su varita para que no tuviera fondo.
Era un poco difícil arreglárselas mientras todavía sostenía a Harry con un brazo, pero no iba a arriesgarse a poner al niño en el piso, ni siquiera un segundo, en caso de que tuvieran que hacer una fuga rápida. Apresuradamente desechó cualquier cosa que no extrañarían cuando llegara la Orden del Fénix a buscar al niño, tomando todo lo esencial que sabía que necesitarían. Aunque, no era un experto en niños y no tenía idea de si la mitad de las cosas que había empacado serían útiles o no.
Sabía, sin embargo, que vendría la Orden del Fénix, y lo más probable es que sería más pronto que tarde. La cicatriz en la frente de Harry le dijo que Voldemort había cumplido la profecía y marcado a Harry como su igual. Lo marcó como un futuro peón en una guerra que comenzaría muchos años más adelante. Severus no era lo bastante ingenuo como para creer que todo había terminado y que Voldemort se había ido, lo sabía mejor que nadie.
Severus conocía la profecía; sabía lo que significaba para el dulce e inocente niño que dormitaba tan pacíficamente entre sus brazos. No iba a dejar que eso sucediera. El hijo de Lily no se convertiría en otra de las armas de Dumbledore.
Por como sonaba, la motocicleta había aterrizado; quien sea que la montara pronto llegaría aquí y Severus sabía que corría a contrarreloj. Estaba vagamente consciente de que era un punto de no retorno, pero el único pensamiento que en realidad procesó fue que tenía que irse.
Si tenía todo lo que necesitaba o no, Severus ya no tenía elección. Era ahora o nunca; si no se iba a ahora entonces quedaría atrapado. Arrojando la pañalera sobre su hombro y metiendo su varita en el bolsillo especialmente diseñado entre su capa le dio una última mirada a su fallecida alma gemela. Al menos ahora estaba en paz; ya no sentiría más dolor.
―Hora de irnos ―susurró Severus con suavidad, mientras se aseguraba de que Harry estuviera a salvo escondido en su brazo, la manta de lana lo tenía bien envuelto―. Dile adiós a tu mamá, Harry. ―Odió el leve quiebre en su voz; se sentía tan mal dejar a Lily aquí sola. No obstante, sabía que, si hubiese estado viva ella habría estado gritándole que se fuera de una vez, entonces le hubiera dicho que corriera y que cuidara a Harry en su lugar.
Harry se durmió, ignorante de todo lo que acontecía a su alrededor, inconsciente de que era la última vez que pondría sus ojos en su madre. Ni siquiera se movió cuando Severus Snape se desapareció, escabulléndose del Valle de Godric y cambiando los futuros de ambos para siempre. Severus, no obstante, era muy consciente de todo; era consciente de que acababa de hacerse responsable de un niño pequeño y era consciente de que podía ser perseguido por aquellos que querían al niño para sí mismos.
Se desapareció de nuevo tan pronto como se aparecieron en un campo en medio de la nada. Hizo esto una y otra vez, aterrado de que alguien los encontrara. Los apareció en Inglaterra y en Gales, incluso cruzó el mar para ir a Irlanda por un corto tiempo. Harry durmió todo el camino, pero Severus estaba empezando a cansarse de cargarlo; no quería correr el riesgo de una "despartición" o de lastimar al bebé en sus brazos; sólo tenía que esperar que hubiese sido suficiente.
Era la noche de Halloween y los bruscos vientos de octubre, los cuales señalaban el próximo invierno, se sentían gélidos contra su cara durante el viaje. Acercó más a Harry hacia su cuerpo, ajustando la manta para protegerlo de los elementos. El infante todavía no se movía; la visión del niñito hacía que el corazón de Severus doliera. La realidad de lo que había hecho empezaba a hundirse en su mente y sabía que había tomado la decisión correcta.
Aunque tenía que ser extremadamente cuidadoso. Una o dos veces se había paseado por los pueblos y había rumores por todos lados, murmullos de que Voldemort había sido asesinado, su atormentador había desaparecido y nadie sabía exactamente cómo o por qué.
Inseguro de a dónde ir, pero sabiendo que tenía que seguir en movimiento, Severus continuó. Estaba en una villa muggle, pero eso era todo lo que sabía con certeza; sabía que estaba en algún lugar de Inglaterra, Yorkshire supuso, pero en realidad no le importaba. Tenía que alejarse de las calles y encontrar un lugar en donde pudiera pasar la noche. Estar afuera tan tarde en los vientos congelantes del invierno no sería bueno para el infante, que todavía dormía profundamente en sus brazos. Envolvió su capa alrededor de los dos tanto como era posible, el peso del niño se incrementaba entre más tiempo lo sostenía en brazos.
Sabía que los mortífagos más leales a Voldemort estarían buscando a su Señor a lo largo y ancho del país; querrían respuestas para sus preguntas respecto a lo que había pasado, ¿qué había ido tan terriblemente mal? Sin embargo, conocía a una familia que temía más por la seguridad de su hijo que por sus propias vidas y querían escapar del Señor Oscuro tanto como él.
Severus no estaba seguro de poder confiar en ellos más de una noche, pero su hijo era de la misma edad que Harry, casi; Draco Malfoy había nacido a principios de junio, casi dos meses antes de que Lily hubiese dado a luz. Ellos tendrían todo lo que necesitaría para cuidar a Harry. No tendría que quedarse mucho tiempo en lo absoluto, pero sabía que le ayudarían.
Narcisa y Lucius quisieron que fuera el padrino de Draco y él aceptó el honor, prometiendo protegerlo; afortunadamente, serían capaces de hacer lo mismo por el pequeño Harry. Puede que Lucius no lo comprendiera, pero sabía que Narcisa si lo haría. Tenía tan pocas opciones que debía tomar la oportunidad.
Tomó una profunda inhalación para estabilizarse y, con un gran esfuerzo, Severus Snape desapareció por última vez en el día, o eso esperaba. Tenía que tener esperanza de ello, en medio de la confusión, los Malfoy quedarían olvidados por las autoridades; al menos por una noche. Necesitaba detenerse, tomar un respiro y darse tiempo para pensar. Ni siquiera había tenido un momento para formar algún tipo de plan cuando tomó a Harry en sus brazos y decidió irse con él.
Necesitaba averiguar cuál iba a ser su siguiente movimiento y no podía hacer eso sin dormir, con un niño a cuestas y huyendo. Necesitaba tiempo para pensar todo o ninguno de ellos sobreviviría a la semana, puede que ni siquiera aguantaran el día.
Ni siquiera podía pensar más allá de eso, no ahora, había demasiadas inseguridades. No era seguro, el mundo entero era peligroso y la gente estaría buscándolos; concedido, probablemente no los buscarían juntos, pero había una cosa de la que estaba seguro. Necesitaba permanecer escondido con su hijo recién adoptado.
Esta noche Dumbledore era un hombre muy solicitado. El mundo mágico era un escándalo. Los Potter estaban muertos y la familia Longbottom había sido torturada hasta tal punto que habían perdido su cordura. Le habían informado que Neville Longbottom había salido herido, aunque no de gravedad, en el ataque de sus padres. Todos le pedían respuestas y se las pedían a él como si fuera el Ministro de Magia; por supuesto, era de esperar dado sus considerables talentos y conocimiento.
Había tomado el control de la situación rápidamente, pidiéndole a Hagrid que fuera a buscar al hijo de los Potter y que lo llevara a la casa de su tío y su tía; pero fue un gran impacto cuando le informaron que Harry Potter de quince meses de edad ahora estaba desaparecido. Eso no era lo que se suponía que debía suceder, era extremadamente extraño y exasperante; al parecer alguien se había entrometido en sus planes, lo cual no le gustaba ni un poco.
En cuanto se enteró de la desaparición del hijo de los Potter, el anciano viajó personalmente a ver al niño de los Longbottom. Tenía que pensar en algo rápidamente, antes de que alguien notara que algo estaba fuera de lugar. La profecía lo molestaba más de lo que le gustaría admitir; él tenía una gran mente, debería haber tenido claro lo que debía hacer y no toleraría que alguien lo hiciera quedar como tonto.
El Señor Oscuro lo marcaría como su igual. Bueno, claramente Tom había escogido a Harry en ese asunto, pero el niño había desaparecido. Ahí fue cuando la idea lo golpeó; siempre se sorprendía de su propio ingenio. Neville Longbottom tendría que tomar su lugar; él lo convertiría en El Niño Que Vivió en vez de Harry.
Mientras tanto tendría tiempo de averiguar qué había pasado en el Valle de Godric. En este preciso instante, sin embargo, no había tiempo para ello; el Ministerio necesitaba respuestas, todos las necesitaban. Sería bastante simple convencerlos de lo que había pasado, al menos su versión de los eventos.
Se aseguraría de que el mundo mágico se enterara de que Lord Voldemort había fallado en sus intentos de matar a la familia Longbottom. Aquellos que habían torturado a Alice y Frank Longbottom serían enviados a Azkaban, sin juicio, y cargarían con los asesinatos de Lily, James y Harry Potter.
Pronto, todos estarían demasiado ocupados celebrando; nadie se metería en sus asuntos, haciendo lo que debía hacerse. Haría todos los arreglos, les diría lo que necesitaban saber y se guardaría la verdad para sí mismo, contándole sólo a aquellos en quienes confiaba que podrían guardar su secreto. El destino de Neville Longbottom quedaría grabado en piedra una vez que terminara de poner todo en su lugar.
Si el hijo de los Potter de verdad estaba vivo, lo cual, llegado a este punto no era probable, entonces lo encontraría eventualmente, pero no podía ser su prioridad; ese honor residiría en Neville. Ya que no habían señales de Harry por ningún lado, Dumbledore podía asumir que había sido asesinado o al menos, secuestrado, pero si fue por un amigo o enemigo, no estaba seguro. Pero tal y como estaban las cosas, parecía más probable que fuera un enemigo.
De todas formas, a Albus no le importaba, siempre y cuanto tuviera a alguien, eso era todo lo que le importaba. El pequeño Longbottom sería poderoso; como hijo de dos prominentes Aurores, lo hacía un buen candidato para convertirse en el héroe del mundo mágico.
Harry Potter sólo sería otra pérdida de la guerra, nadie lo extrañaría. Bueno, quizá Sirius Black, pero él era el único que sabía que en realidad Peter Pettigrew era el guardián del secreto de los Potter en vez de él. Sirius podía ser colocado fácilmente en Azkaban junto con los otros mortífagos. Nadie lo cuestionaría. Todos querrían ver que se hiciera justicia.
Remus Lupin estaba demasiado ocupado en el extranjero tratando de encontrar respuestas para su maldición de Licantropía y no tendría idea de lo que estaba pasando hasta que fuera demasiado tarde para hacer algo al respecto. Para cuando volviera de dónde sea que lo hubiesen llevado sus viajes en busca de respuestas ya habría pasado el punto en el que él pudo haber sido capaz de defender a Sirius.
Por supuesto que el hombre lobo lamentaría la muerte de sus amigos y odiaría a Sirius por su traición; a Dumbledore no le importaban tales cosas, siempre y cuando Remus no se entrometiera en sus planes le importaba muy poco el estado del hombre o cómo hacía frente a la pérdida de todo lo que había querido.
Dumbledore se sonrió a sí mismo, zumbando de felicidad. Tenía un montón de trabajo que hacer, pero estaba satisfecho con su plan. Metió un dulce de limón en su boca, saboreándola sin prisa mientras atendía sus asuntos. Puede que no fuera el Ministro de Magia oficialmente, pero el poder y el control últimamente era suyo y le hacía sentir mareado.
Oh, cuánto disfrutaba tirando de los hilos de aquellos a su alrededor, dictando sus vidas como si fuera un titiritero. Manipular a Neville para sus propios fines sería fácil, era una mente joven después de todo, fácil de moldear en el héroe que se convertiría; alguien del que Dumbledore estaría orgulloso.
Se estaba convirtiendo en un maestro de las manipulaciones, un hecho del que estaba muy orgulloso. Él había manipulado a Severus casi artísticamente, usando el ridículo amor ciego del hombre hacia Lily para asegurarse de que el hombre le traía cualquier información que pudiera reunir de los mortífagos y Voldemort.
Por supuesto que su lealtad vacilaría ahora que ella estaba muerta, pero Dumbledore no tendría problemas en culpar a Black y dejar que el intenso odio de Severus hacia el hombre hiciera el resto del trabajo. Confiaba en que todavía tendría la lealtad del hombre cuando la noche hubiera terminado.
Severus Snape se apareció entre los altos y hermosos setos que bordeaban ambos lados de la entrada a la Mansión Malfoy, aterrizando directamente en frente de las puertas de hierro forjado, donde las barreras prevenían la entrada de intrusos.
Como amigo cercano de la familia podía pasar a través de ellas sin problema, pero nadie podía aparecerse en su interior. Harry no era percibido como una amenaza, dado que era tan sólo un bebé, y así, los dos fueron capaces de pasar sin molestia alguna.
La mansión se cernía sobre él de forma ominosa mientras caminaba directo a las puertas de la entrada principal; las únicas cosas en su camino eran las lujosas exhibiciones de riqueza, incluyendo estatuas de mármol y pavos reales albinos que se contoneaban con majestuosidad.
El edificio en sí mismo era increíblemente enorme y grandioso; más bien pretencioso, en su opinión, pero no se podía negar que se ajustaba bien a la familia. Era una casa que había visitado con regularidad, era una que el Señor Oscuro creía que se ajustaba bien a su propia altura y con frecuencia las reuniones de mortífagos se hacían aquí.
Incluso si Lucius no estaba en casa esta noche, Narcisa estaría ahí; ella se había vuelto un poco obsesiva en cuanto a mantener a Draco libre de daño protegiéndolo del mundo que se había convertido en un lugar oscuro y peligroso para vivir.
Rara vez salía de su casa; de todas formas, nunca necesitaba ir a algún lado, no cuando todo lo que necesitaban les era traído por los muchos elfos domésticos a su servicio. Narcisa nunca quiso al Señor Tenebroso cerca de su precioso hijo y Severus no le envidiaba esto; menos aún ahora que Harry estaba a su cuidado.
Cuando el Señor Oscuro empezó a residir en la Mansión Malfoy, Narcisa encontró soledad en el cuarto del pequeño Draco, Severus sabía que aquella habitación estaba protegida. No era una bruja a la que se debía subestimar; poseía una magia fuerte y la usaba para proteger a su primogénito, no sólo de Voldemort, sino también del tirano que tenía por marido, quien se había vuelto un hombre increíblemente cruel desde el día de su boda.
El cerebro de Severus estaba trabajando a sobre marcha mientras daba largas zancadas hacia la imponente casa, tratando de elaborar una vaga, pero plausible historia que pudiera contarle a Narcisa cuando le abriera la puerta. No quería ponerla en peligro por contarle demasiado. Confiaba en ella, eran amigos, pero no podía decirle la identidad del niño.
Mientras levantaba la mano y golpeaba la gran puerta, el corazón de Severus latía con fuerza en su pecho, ansioso por la bienvenida que recibiría. Estaba sorprendido de que el sonoro palpitar de su corazón en su pecho no hubiese despertado al niño dormido ya que sostenía a Harry tan cerca suyo.
Si Lucius estaba en casa no sería capaz de quedarse más que un momento. Venir aquí había sido un riesgo enorme, uno del cual de verdad esperaba no arrepentirse.
Cuando la grandiosa puerta de la majestuosa mansión fue abierta, no le abrió la puerta un elfo doméstico, ni nadie que hubiera esperado que estuviera ahí. De hecho, el rostro que con el que se encontraba ahora no era uno que quisiera volver a ver. Un camarada mortífago y amigo ocasional de la familia Malfoy, Fenrir Greyback, se encontraba de pie ante él, obstruyéndole la entrada. Los ojos dorados del hombre lobo se lanzaron sobre él, escaneando el terreno detrás de Severus, buscando alguna potencial amenaza.
―Entra, rápido ―dijo Greyback con su voz áspera como un ladrido. El hombre lobo extendió su brazo y lo agarró por la parte frontal de sus túnicas, prácticamente arrojándolo al otro lado de la puerta abierta por la piel de su cuello mientras Greyback seguía mirando al exterior con cautela, como si esperara un ataque en cualquier momento.
La acción del hombre lobo había sido tan repentina y violenta que el pequeño Harry casi se cayó de los brazos de Severus. Estabilizándose justo a tiempo, ajustó su agarre en el niño y vio que Harry seguía dormido felizmente inconsciente de lo que sucedía a su alrededor.
La puerta principal fue cerrada con un impaciente golpe al momento en que Severus y Harry cruzaron el umbral, el sonido reverberó en las paredes de la enorme entrada. Severus acercó más al infante, cubriendo los oídos de Harry para que el ruido no perturbara al niño dormido.
Fenrir se dio la vuelta para mirar al maestro de pociones, con una mueca disgustada en su atractivo y fuerte rostro y luego sus ojos cayeron en el bulto de mantas en los brazos de Snape; un brillo de interés destelló en sus ojos dorados. Inhalando profundamente, el hombre lobo hizo crujir su cuello y sonrió, enseñando sus dientes.
―¿Qué estás haciendo aquí, Greyback? ―preguntó Severus, fingiendo un molesto desinterés, todo el rato sentía un nudo en su interior al tener al hombre monstruoso tan cerca suyo y de Harry―. El Señor Oscuro estaría disgustado si viera que has abandonado tu puesto ―dijo con el usual arrastre en su voz fría, su cabeza en alto mientras se reunía con la mirada del hombre lobo con inquebrantable confianza.
Severus Snape sabía muy bien que él era uno de los sirvientes más confiables de Lord Voldemort, que podía superar el rango del hombre lobo con facilidad, quien consideraría, a lo mejor, al mortífago de nivel más bajo. Greyback ni siquiera tenía el tan llamado privilegio de llevar la Marca Oscura tatuada en su antebrazo izquierdo; no es que a Fenrir le importara ni un poquito.
La infamia del hombre lobo era toda por cuenta propia, aunque tal vez no todo era verdad, pero no le importaba el estigma que venía adjunto a los rumores si eso significaba que la gente lo dejaría solo. Se había unido a las filas de Voldemort por la carnicería y la matanza, para tener acceso a víctimas y la oportunidad de una venganza por lo que le había pasado a su manada. Una manada que ahora estaba muerta.
Fenrir tenía unos cuantos amigos y como su manada había sido sacrificada por el Ministerio de Magia él había jurado vengarse, algo que Voldemort le había ofrecido, pero no le había entregado. Aunque, si los rumores eran ciertos y el Señor Oscuro se había ido, entonces era una buena excusa para escapar de eso, no quería estar bajo el pulgar de ningún hombre, en especial Voldemort. Tenía planes en mente: alejarse del mundo mágico y empezar de nuevo.
Severus acercó más a Harry a su cuerpo cuando recordó que Fenrir solía tener una perturbadora obsesión con los niños jóvenes. Sabía que el hombre lobo había deseado empezar su propia manada y al parecer andaba mordiendo niños para ese propósito.
―¿No lo has escuchado, Snape? ―se mofó Fenrir, dando un paso hacia el maestro de pociones; Severus se mantuvo firme a pesar de lo incómodo que lo hacía sentir estar tan cerca de una criatura tan vil. Cada instinto que tenía le decía que corriera a una milla de distancia y mantuviera a Harry tan lejos de Greyback como le fuera posible, pero Narcisa Malfoy seguía siendo su mayor esperanza y eso significaba quedarse aquí―. El Señor Oscuro se ha ido ―soltó Fenrir, volviendo a inhalar profundamente sin apartar sus ojos de Harry―, de acuerdo con los rumores, está muerto. ―Aunque Fenrir no les daba mucho crédito a los rumores.
Greyback nunca había tenido una presencia placentera y nunca pretendió ser diferente. De hecho, era lo contrario, disfrutaba tener este "aire" a su alrededor. Cuando lo mirabas podías decir que no era el tipo de hombre al que pudieras fastidiar y a él le gustaba eso.
Era enorme, más de un metro ochenta de alto, musculoso, con el cabello color rubio oscuro el cual caía sobre sus hombros, y tenía unos brillantes ojos dorados. No le importaba su apariencia o como lo veían los demás. Tenía la misma chaqueta gastada de cuero café, la cual le llegaba más arriba de las pantorrillas y, un pecho bien definido y casi desnudo desde la primera vez que Severus puso sus ojos en él. Incluso a finales de invierno el hombre lobo nunca usaba una camisa, los elementos no afectaban a su especie de la misma forma que a todos los demás.
―He oído ese rumor ―dijo Severus cuidadosamente, manteniendo sus ojos en el hombre de aspecto agresivo, no le gustó la forma en la que Fenrir jamás apartó su mirada del bulto de mantas que contenía a Harry.
Sintió al niño removerse en sus brazos; la mirada dorada de Fenrir no se había apartado del niño desde que entraron y eso no iba a cambiar ahora.
La bestia que se hacía pasar por hombre estaba envuelta en algún tipo de venganza contra el mundo, aparentemente quería poblar el mundo con su especie después de haber perdido su manada. Había mordido a varios niños para ver si eran lo bastante fuertes como para sobrevivir a la transformación. Más de la mayoría no fueron lo bastante fuertes, desafortunadamente, pero aquellos que lo eran, terminaban abandonados para defenderse por sí mismos, sufriendo una vez al mes a medida que crecían con un monstruo en su interior.
Qué es lo que Fenrir había planeado hacer con esos niños, Severus no lo sabía, ni le importaba. No le concernía y no desperdiciaría su tiempo tratando de averiguar cómo funcionaba la mente de la bestia. Tenía otras cosas más importantes en mente y una de ellas era mantener a Greyback lejos de Harry.
―Vine a ver si Narcisa y Lucius tienen más información al respecto ―declaró Severus con simpleza, pensando que esa era una excusa plausible para estar en la Mansión a tales horas. Era una razón la cual esperaba que no fuera cuestionada.
Oyendo los pasos aproximándose, Severus se dio la vuelta, ajustando a Harry en sus brazos instintivamente para protegerlo de la amenaza que se acercaba, sólo en caso de que alguien más viniera a lastimar al infante a quien había jurado proteger.
―Buenas noches, Severus ―dijo Narcisa con suavidad mientras aparecía en la entrada de su casa. Había oído voces y fue a investigar qué estaba pasando y estuvo aliviada cuando reconoció la voz de Severus. No tenía razones para temerle al maestro de pociones.
En sus brazos yacía un niño dormido, cubierto con un lujoso chal de cachemir y chupaba su pulgar; tenía un montón de pelo rubio en su cabeza y lucía tan feliz como podría llegar a estarlo. Draco, el ahijado de Snape, era hermosamente perfecto y tan claramente Malfoy; su madre, sin embargo, lucía cansada y ojerosa como si no hubiese estado durmiendo bien.
Los últimos meses le habían pasado factura a Narcisa. Su peligrosa hermana, Bellatrix, había estado acosándola en cuanto a por qué no había estado en las reuniones de mortífagos y es Señor Oscuro había estado amenazando la vida de su hijo si ella no cooperaba y hacía lo que le ordenaba. El estrés y la tensión estaban empezando a drenarla; la única razón de su existencia era el niño en sus brazos, además de eso tenía muy poco.
―Narcisa, lamento venir sin anunciar ―comenzó Severus, manteniendo un ojo en Fenrir, sabiendo que no podría hablar abiertamente frente a él. Narcisa simplemente no reconoció al hombre lobo, claramente descontenta debido a su presencia en su casa―. Esperaba que pudieras ayudarme con un asunto un poco personal para mí.
―Fenrir, ¿podrías darme un momento a solas con Severus, por favor? Soy consciente de que Lucius te ha pedido que nos protegieras en la mayoría de las noches desagradables, pero estoy segura de que Severus no tiene intenciones de hacernos daño―. Pronunció esta petición con frialdad y con una calma elocuente, era una cualidad que Severus siempre había admirado, mantener la calma y captar lo que sea que estuviera pasando.
Fenrir Greyback miró entre los dos con suspicacia. Había sido convocado a la Mansión Malfoy con el fin de proteger a la esposa de Malfoy y su hijo y, a pesar de que no le sentaban muy bien las órdenes de los demás, Lucius era algo parecido a un amigo y por lo tanto había estado de acuerdo. Su voto para proteger a la familia del hombre no era algo para ser tomado a la ligera, pero no había razón para creer que Snape era una amenaza, así que, muy a su disgusto, asintió. Aunque se hallaba un tanto reacio a dejar al niño en los brazos de Snape fuera de su vista.
Por supuesto que Lucius había escuchado los rumores de que el Señor Oscuro había caído e hizo un trabajo rápido convocando a Greyback. Necesitaba que alguien poderoso se quedara en casa con su esposa y su hijo mientras él salvaba su reputación y quedaba bien parado ante el Ministerio de Magia. Había planeado alegar que estaba bajo el maleficio Imperius y así evitar Azkaban. Sin embargo, sólo en caso de que su plan fallara, quería que alguien protegiera a su familia.
Lucius Malfoy no era estúpido, por supuesto, así que obligó al hombre lobo a establecer un juramento Inquebrantable; era la única forma en la que podía asegurarse de que Greyback no infectaría a su esposa o a su hijo con su maldición. También ayudó haberle prometido al hombre lobo una generosa cuota por sus servicios.
Mientras eso sucedía Fenrir sólo estaba feliz de que el juramente que había hecho no acabara en los oídos de los visitantes, ya que el niño desconocido que Snape tenía en sus brazos poseía un olor tan seductor. Él tenía un aroma a magia oscura, pero debajo de eso había más, mucho más.
Ni siquiera había visto si el niño que Severus cargaba era varón o mujer, pero no le importaba, el género y la sexualidad significaban muy poco para él; hasta donde le concernía sólo existían dominantes y sumisos. Un poderoso hombre lobo como él podía oler a los buenos compañeros de cría y eso fue lo que Fenrir había olido en el niño. Sabía que tenía que convertirlo, sin importar lo que le costara.
Sólo una vez que Fenrir hubo salido renuentemente de la habitación, y los dejó, Severus respiró un poco más aliviado. Le enervaba la forma en que el hombre lobo se había fijado con tanta intensidad en Harry. Quizás venir aquí había sido una mala idea, incluso sin alguna otra alternativa. De cualquier manera, Severus sabía que no podía cambiar eso ahora y tampoco tenía otra opción más que sólo esperar no arrepentirse de su decisión.
―Pienso que podemos tener esta conversación en el piso de arriba ―dijo Narcisa antes de que siquiera pudiera abrir la boca. Ella le dirigió una mirada curiosa, mirando ocasionalmente al bulto en sus brazos con una expresión interrogante que demandaba respuestas.
Narcisa Malfoy tenía un buen sentido para los problemas. Cualquiera fuera la razón para que Severus Snape la siguiera subiendo las escaleras esta noche, ya sabía que esto no sería ni bueno ni jubiloso; especialmente dado que había llegado con un niño en sus brazos. Sabía que no tenía una amante o un hijo y por lo tanto podía ver que no había una razón para que tuviera a este niño a su cuidado.
Necesitarían privacidad para esta conversación, un lugar en el que sabía que no podían ser escuchados; por ello lo guió por la escalera pensando que sólo había un lugar al cuál podía llevarlo y era el único en el que felizmente acostaría a Draco para que descansara un rato, en especial, con Greyback en la casa.
Sin preguntar, Severus empezó a seguirla; llegado a este punto ¿qué más podía hacer? Y, a pesar de que estaba claro que sospechaba algo, no tenía razón para creer que haría algo para lastimarlo a él o a Harry. Los condujo a un dormitorio en la Mansión Malfoy el cual se hallaba resguardado por la suficiente cantidad de encantos protección, silenciamiento y privacidad que nadie, probablemente ni siquiera el mismísimo Voldemort, sería capaz de quebrantar; de hecho, esa había sido su intención. La habitación de su hijo.
Sólo una vez que estuvieron dentro del dormitorio, y la puerta estuvo cerrada y con las barreras en su lugar, ambos se relajaron visiblemente. Narcisa se trasladó junto a la cuna de palisandro y colocó a un dormido Draco en su interior. Miraba a su hijo con amor, acariciando afectuosamente el cabello rubio blanquecino. El niño pequeño chupó su pulgar sin hacer ruido alguno mientras se removía entre sueños después de perder la calidez de su madre, aun así, durmió como si no existieran preocupaciones en el mundo.
―Nunca supe que tenías un hijo, Severus ―dijo con gentileza; sus ojos permanecieron en Draco, observándolo con amor. No estaba dispuesta a apartar su mirada de su hijo. Haría cualquier cosa por él, no había límites para su amor. Ya había recibido varios golpes de Lucius desde que dio a luz, todo en el nombre de proteger a su precioso hijo.
―A partir de esta noche, tengo un hijo, Cissa ―le dijo Severus con suavidad, recordándose que debía mantener las cosas vagas. Se preocupaba profundamente por Narcisa, eran amigos, pero no la pondría en peligro por contarle demasiado. Habría sido egoísta hacerle eso, especialmente considerando que también pondría a Draco en peligro.
Sabía que su mente no tendría un lugar seguro debido a tal conocimiento. No podía decirle a nadie la verdad completa de la situación, no sin el miedo constante de ser descubierto. Este sería su secreto.
Tendría que asegurarse de no decirle a nadie toda la verdad, pero a ella le diría sólo lo suficiente como para asegurar su ayuda; pero nada más, y luego se iría, lo que significaría que ella estaría fuera de peligro. No había necesidad de poner a Narcisa en medio del peligro si podía evitarlo.
―En efecto ―dijo Narcisa, volteándose hacia él con curiosidad,
Narcisa se preocupaba mucho por Severus, él siempre la había cuidado y protegido, escudándola del Señor Oscuro cuando era necesario y a menudo, más frecuentemente que su propio esposo. Habían sido amigos por muchísimos años y eso hizo que fuera fácil tomar una decisión cuando lo escogió como el Padrino de su hijo; a pesar de que Lucius estuvo más que dispuesto a otorgarle ese honor al hombre.
Estaba bastante curiosa en cuanto a por qué Severus había venido con un niño tan joven a su cuidado, pero nunca que le ocultaría cosas sin un propósito y por esto sabía que tendría sus razones para no compartir todos los detalles de su predicamento actual.
Severus Snape tenía la mente de un verdadero y astuto Slytherin; pero, inusualmente, muy a menudo presentaba una increíble abnegación. Si él decidía encubrir algo, entonces era por una muy buena razón. Lo conocía lo bastante bien como para saber que cualquiera que fuera la razón por la cual tenía a este niño a su cuidado no lo hacía por sí mismo.
Durante mucho tiempo, sus vidas habían sido controladas por un hombre que podía sumergirse en los confines más profundos de las mentes de sus servidores, y muchos de esos servidores eran poco mejor que el mismísimo Señor Oscuro. Ella comprendía demasiado bien que a veces la ignorancia era lo mejor.
Por supuesto, eso lo había aprendido de la manera difícil, al igual que muchos de sus mortífagos y sus víctimas. Odiaba el terror y la inseguridad en la cual vivían, y había muy poco que no habría hecho para escapar del agarre del Señor Oscuro, llevándose a su hijo con ella. Como sea, todavía sostenía una vana esperanza de que su marido se preocupara por ella; aunque cada vez era menos y menos probable, ya que la golpeaba y la forzaba.
Tentativamente, Severus avanzó, ajustando el agarre que tenía sobre Harry para que así pudiera acostar al niño dormido junto a Draco. Los dos niños eran tan vastamente diferentes el uno del otro; el cabello de Harry era oscuro mientras el de Draco era rubio e incluso se contrastaban sus tonos de piel, el hijo de los Malfoy era más pálido haciendo que en comparación el otro niño luciera considerablemente más tostado, aunque también era blanco como la leche.
Cuando esos enormes ojos verdes se abrieron Narcisa jadeó ante su belleza, había visto esos ojos con anterioridad, pero no podía recordar en donde o a quien le pertenecían y le tomó un tiempo darse cuenta, sin que Severus dijera una palabra, a quién le pertenecía ese niño.
Podía ver la cicatriz de un rojo furioso brillando en su frente, una marca de magia oscura. Con forma de rayo de un oscuro carmesí, la marca era reciente y dejaría una cicatriz horrible y permanente. El pequeño tenía una masa de cabello oscuro esparcido por todo el lugar. Fácilmente pudo haber pasado como el hijo de Severus, pero sabía que no era así. Narcisa no era ingenua ni estúpida; sabía que lo que sea que haya pasado esa noche, este niño tenía algo que ver con ello. No te ganas una marca como esa en un accidente.
Que Severus hubiese venido a pedirle ayuda esta de entre todas las noches había sido suficiente para decirle que probablemente no se suponía que debiera tener a este niño y pensó que probablemente era una tontería el habérselo llevado. Cualquiera que fuese la razón para que Severus tuviera a ese niño, tenía que confiar en que había tomado la decisión correcta. Confiaba en el hombre que conocía.
―Es verdad, ¿no es así? ―susurró Narcisa con suavidad, mirando a los dos infantes, Severus a su lado. Estiró una mano, agarrando la mano de Severus y entrelazándola inocentemente.
―Eso creo ―dijo Severus, dándole un apretón a su mano, haciendo su mejor esfuerzo para tranquilizarla―. Él se ha ido… por ahora.
―Y tú te vas con este niño ―dijo con calma; no era una pregunta, era la mera declaración de un hecho. La entristecería perder a su amigo, pero incluso diciéndose tan pocas palabras sabía que esto era algo que necesitaba suceder. Este niño, sería famoso y ella podía ver que todo lo que Severus quería hacer era protegerlo de eso y de una vida que casi no valía la pena vivir con todo el peligro que correría.
Desde que Severus apareció inexplicablemente con un niño en sus brazos supo que su intención era desaparecer. Ahora se volvía cada vez más claro que eso significaba que tendría que irse de forma permanente y esconderse lejos de su mundo, dejándola detrás.
Esa era la única forma en la que sería capaz de proteger a este niño, podía ver que necesitaba ser protegido de tantas personas. La curiosidad sobre lo que había pasado, y cómo es que Severus había llegado a tener a este niño bajo su cuidado sin ser atrapado estaba amenazando con abrumarla, pero no podía permitirse caer en la tentación; entre menos supiera, mejor.
―Así es ―le confirmó Severus y ella asintió con su cabeza, comprendiendo por qué estaba siendo tan vago y su rol en este acontecimiento. Sabía que lo ayudaría sin hacer ni una pregunta; eran amigos y si la situación hubiese sido al revés, entonces Severus hubiese hecho lo mismo por ella.
―¿Qué necesitas? ―le preguntó con gentileza. No era mucho, pero esas dos palabras aliviaron el corazón de Severus; eso fue todo lo que necesitó para saber que le ayudaría.
Puede que Narcisa no haya tenido certeza de la razón de por qué Severus estaba tan determinado a irse con este muchacho, pero era un buen hombre y sin importar cuales fueran sus razones detrás de sus acciones había decidido ayudarlo. Quien sea que fuera este niño, y ya tenía sus sospechas, estaría feliz de ayudar.
Ambos, ella y su esposo, habían pertenecido al círculo interno de Lord Voldemort desde que se alzó en el poder, aunque esa no había sido su elección. Debido a cuán cercana había sido a Voldemort por petición de su esposo, podía conjeturar quién era el niño y cuánto peligro corría, exactamente, incluso ahora que el Señor Oscuro se había ido.
―Lo suficiente de lo que sea que necesite para cuidar de un niño por una semana ―respondió Severus, dándole un sonrisa agradecida, sus manos seguían unidas―. Al menos hasta que podamos asentarnos en algún lugar.
Sabía que ella le entendería y le brindaría ayuda sin la necesidad de una larga y complicada explicación porque así era Narcisa. Una brillante e inteligente bruja que era dada por sentado por su marido y el amo a quien no quería servir.
―Severus, estaría feliz de ayudarte y te daré lo que sea que necesites ―le dijo Narcisa formalmente―, pero no te permitiremos que te vayas de aquí hasta que hayas descansado ―insistió con obstinación.
Podía ver cuán exhausto estaba el hombre, tan sólo hace una semana le había confiado que no había estado durmiendo bien; ese era el efecto que tenía el Señor Oscuro en sus seguidores, incluso en un hombre tan habilidoso en el arte de la Oclumancia tal como lo era Severus. Lucía incluso más cansado ahora que en ese entonces, sospechaba fuertemente que no había pegado un ojo la noche anterior. No podía permitirle de buena gana que dejara su casa en tal estado de agotamiento y, además, con un niño a su cuidado.
―Siempre recordaré tu amabilidad, Cissa, siempre ―le dijo atrayéndola y sosteniéndola en un firme abrazo. Correspondió el abrazo con gratitud, el contacto era un alivio para ella. Había pasado tanto tiempo desde que había compartido algo tan inocente como un abrazo con alguien más que su hijo.
Lucius no era un hombre que disfrutara de acurrucarse o demostrar algún gesto de afecto en público o en privado. No era un hombre ni gentil ni romántico por donde lo mires, ni siquiera con su hijo, pero ella seguía insistiendo e independientemente de eso, ella lo amaba más que a nadie más. A él no le importaba el niño que había dado a luz por ninguna otra razón más que debido a que había heredado el apellido Malfoy y su estatus.
Ayudar a Severus esta noche al menos sería una distracción de lo que su marido estaba tratando de hacerle a su familia; le preocupaba que lo enviaran a Azkaban en el momento en que pusiera un pie en el Ministerio y ella quedaría sola junto a su hijo. No tenía idea de que su esposo estaba sirviendo sus propios propósitos en el Ministerio, salvando su propio pellejo.
Atender a su amigo le daba un propósito y una distracción; no dormiría hasta que Lucius regresara a casa y Greyback fuera despedido de su posición como perro guardián, esta tarea le daría un buen uso de su tiempo hasta entonces.
Severus Snape la había salvado de la humillación en más de una oportunidad y en más de una ocasión, también de ser torturada a manos de Lucius y el Señor Oscuro, por lo cual estaba feliz de ser de utilidad para su amigo esta noche. Le debía esto y su silencio en cuanto al tema.
Fenrir Greyback no podía dejar de pensar en el infante que Severus Snape había traído a la Mansión; le importaba muy poco quien era el niño, o de donde había salido, pero su aroma había quedado gravado bajo fuego en el cerebro de su lobo irrevocablemente.
Su mente estaba frenética con el deseo de saborear la sangre del niño, una probadita de lo que corría por las venas de alguien que olía tan deliciosamente tentador para él. Ese niño sería mordido e infectado, y sería él quien tendría el honor de hacerlo.
Sabía que el niño no podía ser de la misma sangre de Severus ya que no podía oler una conexión familiar entre ellos, pero aun así no le importaba quien era el infante. No hacía ninguna diferencia y ahora, la única cosa que era de importancia era que en el futuro, cuando el niño ya hubiese crecido, sería su nueva pareja.
Fenrir nunca había olido algo o alguien tan perfecto o tan puro en toda su vida. Ni siquiera su última pareja, quien ya había muerto hace mucho tiempo con los dos cachorros que crecían en su vientre y junto al resto de su manada. Una manada por la que había jurado venganza, una venganza que Voldemort le había ofrecido y nunca le entregó.
Habían sido asesinados por el Ministerio de Magia debido a sus aparentes crímenes y eso creía, de todas maneras hubo muy pocas pruebas, pero claramente fue un trabajo de los magos. Se culpaba a sí mismo cada día por no haber hecho lo que debía como el Alfa de su manada y como pareja, para protegerlos del daño.
Sintió la rabia burbujeando en la boca del estómago mientras recordaba qué les había pasado, su preciosa manada por quienes se preocupaba como cualquier otro Alfa. Les había fallado a todos, pero no volvería a fallarles, especialmente ahora que se alzaba la oportunidad de tener otra pareja y crear otra manada.
En su estupidez, inducido por el luto se había unido a Voldemort, de esta forma se vengaría de aquellos que una vez mataron a su primera pareja y a los dos cachorros que crecían en su vientre. Se arrepintió de esa decisión tan pronto como la hizo, por supuesto, pero todo eso estaba en el pasado y Voldemort estaba muerto, si es que los rumores eran ciertos. Todo lo que había visto hasta ahora lo llevaba a creer que eran verdad.
Estaba feliz por el fallecimiento del Señor Tenebroso; había odiado a ese monstruo que se hacía pasar por hombre más de lo que había odiado a alguien en toda su vida, incluyendo la enfermedad que le había arrebatado a su madre cuando era niño. Voldemort nunca olió bien, su alma fragmentada y decadente. Fenrir se sentía enfermo al ver a alguien en un estado de existencia tan lamentable.
El Ministerio estaba cazándolo y no tenía a dónde más ir desde que su manada fue sacrificada brutalmente. Los hombres lobo no eran bienvenidos en la sociedad, pero al aceptar un lugar como esbirro de Voldemort le había brindado la oportunidad de vengarse de algunas brujas y magos, descargar su ira en las víctimas que le ofrecían y distraerse con la violencia.
Sea como sea, al final, ninguna de estas cosas le ayudó a olvidar. Durante años había ido por ahí mordiendo niños con la esperanza de que al crecer fueran lo bastante fuertes como para construir una nueva manada con ellos, pero sus planes se habían quedado cortos ya que tan solo un puñado de ellos había sobrevivido.
A pesar de la Magia Oscura, la cual había dejado un remanente bajo la piel del infante que Severus cargaba en sus brazos, sabía que el corazón que latía debajo era fuerte y puro. Sería lo bastante viril como para sobrevivir a la mordida inicial, estaba seguro, y luego de eso, a la primera transformación.
Muchos de los niños que había mordido no lo habían logrado, pero este era diferente y Fenrir había decidido que iba a estableces un reclamo sobre el niño. Podía ver que cuando el niño hubiese terminado de crecer se convertiría en un buen lobo, no había duda de eso. Eso era lo que Fenrir deseaba cuando infectaba a los jóvenes magos, una poderosa manada de lobos que fuera más fuerte que la anterior.
Una vez que hubiera mordido al jovencito, permitiría que Severus hiciera lo que sea que planeara, quedándose en segundo plano; no tenía interés en criar al niño, no tenía interés en ser una figura paterna para alguien a menos que fueran sus propios cachorros.
Tenía algo mucho mejor en mente para este joven en particular. Convertir al niño, darle la bendición de la vida de un hombre lobo le aseguraría que el joven sentiría agrado hacia él y se volvería fuerte. Todo lo que tenía que hacer era vigilar y esperar por la oportunidad para hacer lo que necesitaba y luego sólo tendría que esperar al momento oportuno hasta que el infante hubiese crecido y madurado por completo, sólo entonces daría un paso de nuevo.
Narcisa entró en la sala de estar en donde Fenrir había estado descansando, meditando sobre el niño, sacudiéndolo de sus pensamientos. Ella lucía cansada, pero ahora que era ya la madrugada, eso era de esperar.
Narcisa era una mujer hermosa, incluso privada del sueño con bolsas bajo sus ojos plateados, pero no podía soportar su cabello rubio, prefería el pelo oscuro. Aunque la observaba cuidadosamente, no muy a menudo estaba sin su hijo e incluso ahora parecía perdida en cuanto a qué hacer mientras recorría la habitación.
―¿Dónde está Snape? ―preguntó Fenrir con curiosidad, tratando de mantener toda la tensión e impaciencia fuera de su voz. De verdad se preocupaba muy poco por Snape, pero sabía que Snape nunca abandonaría al niño.
―Descansando ―respondió Narcisa cortantemente, claramente sus pensamientos estaban ocupados en otras cosas. Fenrir le importaba muy poco, sabía que no la lastimaría, no podía, gracias al voto inquebrantable que Lucius había insistido en hacer. No tenía miedo en volver a darle la espalda al hombre monstruoso.
Los dos jamás habían sido amigos y dudaba que llegaran a serlo alguna vez. Era Lucius quien se relacionaba con Fenrir; ni el hombre confiaba plenamente en alguien más, así que su relación era más de conveniencia que de cualquier otra cosa.
Narcisa, por el otro lado, meramente aceptaba la presencia del hombre lobo a causa de su marido, quien sólo estaba tratando de proteger a su familia. Sin embargo, sólo porque lo toleraba no quería decir que tuviera que ser cortés. Narcisa desconfiaba de Greyback debido a su fascinación por morder e infectar niños. Sabía que había hecho el juramento de no lastimarla ni a ella ni a Draco, y a pesar de ello no podía confiar en él.
―¿Se va a quedar mucho tiempo? ―exigió Fenrir, observando a la mujer cuidadosamente.
Se encontró pensando que él también podría descansar un rato, pero no podía dejar el lugar desprotegido, ni siquiera por un momento, hasta que Lucius regresara. Actuaba como un profesional en todo lo que emprendía, además le habían dicho que le pagarían generosamente por tomarse la molestia de quedarse.
Fenrir le dio la bienvenida a las noticias de que Severus estaba descansando, eso querría decir que el niño que había traído estaría sin guardián hasta que él se despertara. Esta era su oportunidad, sólo tenía que tomarla cuando no existiera la posibilidad de detenerlo.
―Lo suficiente ―dijo Narcisa―, me pidió que le reuniera unas cuantas cosas antes de que se marchara.
Fenrir asintió cortésmente mientras ella salía de la habitación para hacer lo que necesitaba, la mujer nunca parecía cómoda en su presencia, lo había notado, pero eso no era particularmente inusual y no se sentía ofendido. No mucha gente se sentía cómoda cerca suyo, esto debido a su reputación, la cual era increíblemente exagerada, o a causa de lo que era.
Greyback se percató que tal vez ahora era su única oportunidad, así que la tomó; el niño estaría dormido y desprotegido. Severus estaba descansando y Narcisa estaba ocupada haciendo lo que sea que le haya pedido el maestro de pociones. Sonrió para sí, la anticipación hervía en su interior mientras se escabullía silenciosamente desde la habitación y subía por las escaleras.
Avanzó lentamente por el pasillo, siguiendo el olor del niño que deseaba, pasó muchas puertas, el deleitable aroma el cual permanecía en el aire casi intoxicando sus sentidos lo condujo hacia la habitación del niño.
Las barreras alrededor de la habitación no tendrían efecto en él; era algo por lo cual había insistido, de esta forma sería capaz de ir y venir por toda la mansión. El argumento de esto había sido que si él no podía entrar a una habitación nunca sería capaz de protegerlos por completo si es que se infiltraba un intruso, razón por la cual Narcisa acabó cediendo a la voluntad de su marido y permitió que atravesara las barreras que rodeaban el dormitorio de Draco, aunque lo había hecho a regañadientes.
Esta también era una de las razones por la cual habían hecho el juramento, de esta manera se aseguraría de que el hombre lobo no lastimaría a su bebé o lo infectaría con su maldición. Presionó su mano en la puerta e inhaló profundamente, se formó una sonrisa en su rostro; sí, aquí era donde habían dejado al bebé.
De pie en el umbral de la habitación, empujó la pesada puerta de roble. La luz de luna lo inundaba todo a través de la ventana ya que no habían cerrado las cortinas esta tarde. El dormitorio era enorme, la cuna de palisandro era el punto central del espacio, el lugar en donde yacía el heredero del apellido Malfoy y su fortuna. Esta noche, sin embargo, no estaba solo, acurrucado a su lado había otro niño y ambos dormían pacíficamente.
Severus se había quedado dormido en la mecedora de Narcisa en la esquina de la habitación de Draco; el agotamiento lo había vencido, pero se había negado a abandonar la habitación en donde dormía Harry. Había estado demasiado asustado de alejarse en caso de que pasara algo y no fuera capaz de llegar a Harry a tiempo.
No obstante, Severus no podría haber imaginado el horror que ahora se cernía sobre el precioso bulto que había jurado proteger, mientras él dormía a un par de metros de distancia. Un horror que estaba a punto de alterar sus vidas para siempre.
El hombre lobo no estaba complacido de ver que el hombre, en su terquedad, había permanecido en la habitación con el niño, pero eso no cambiaba sus planes; sabía lo que quería y nada iba a detenerlo. Moviéndose, con la mayor rapidez y silencio posible, Fenrir cruzó la habitación, se preocupó de no pisar ningún tablón rechinante por miedo a despertar al maestro de pociones que yacía dormido y que de esta forma su plan quedara frustrado al último momento.
Tan sólo bastaron un par de zancadas de las largas piernas de Fenrir para llegar al medio del dormitorio y cuando se asomó sobre las barras de la cuna de palisandro sus ojos dorados se fijaron en el niño de pelo oscuro; ahora que fue capaz de acercarse más el olor era incluso más embriagador. Tomó una profunda bocanada del aroma y se estremeció por la pura emoción. Este era el niño que había estado esperando.
Su enorme mano descendió para acariciar gentilmente el nido de cabello negro que cubría la cabeza del infante. Al entrar en contacto con el niño, se abrieron unos grandes ojos verdes y se fijaron en él. Fenrir se sorprendió de no ver miedo en ellos, tan sólo una resplandeciente curiosidad. Este niño era único, de eso estaba seguro. De hecho, era el primer niño que no había llorado llamando a sus padres apenas lo vio. Oh, sí, estaba claro que este niño era exactamente lo que había estado buscando.
La pequeña mano del niño se alzó para tocar la suya; había un brillo de felicidad resplandeciendo en sus ojos de un intenso verde esmeralda y apareció una alegre sonrisa en la cara del niño. Fenrir apretó los dedos del niño con gentileza, inclinándose sobre las barras de la cuna lamió sus afilados dientes, cubriéndolos con su infecciosa saliva.
Casi se arrepentía de tener que romper su piel y acceder a su sangre para que el veneno fuera efectivo, lo cual seguramente haría que el niño llorara, pero sabía que debía hacerlo si es que iba a cumplir con su cometido. Ya lo había hecho muchas veces con anterioridad, sabía cómo infectar a una persona sin herirlos demasiado y tampoco quería dejar una cicatriz en su futura pareja.
Un cortesito fue todo lo que hizo falta, su afilado colmillo cubierto con la saliva infectada se hundió en la suave carne de la yema del dedo índice del bebé. El bebé gritó, por supuesto, eso debía suceder, ya que Fenrir había roto la piel hasta sentir la sangre en su lengua. La saboreó disfrutando el sabor metálico, lamiendo cada gota que podía, almacenándola en su memoria al igual que su olor.
El instante en que el agudo llanto del niño penetró el aire, Severus Snape se puso de pie, bien despierto y con su varita en la mano. Greyback dejó escapar una áspera risa porque ya había tenido éxito, era demasiado tarde y la hazaña ya estaba hecha.
La horrorosa comprensión surgió en el rostro de Severus cuando, enfurecido, le lanzó un impresionante hechizo al hombre lobo; enojado consigo mismo por haberse quedado dormido y permitirse bajar la guardia, poniendo a Harry en riesgo. Había sido tan estúpido como para siquiera pensar en descansar sus ojos por un momento y darle una oportunidad a ese monstruo para acercarse a Harry.
Su corazón se hundió cuando se dio cuenta de que ya había fallado terriblemente protegiendo al niño. Estaba avergonzado de sí mismo y sabía que Lily también lo estaría. El precioso niño al cual creyó que protegía al llevárselo del Valle de Godric ahora era un hombre lobo, estaba maldito para siempre y todo era culpa suya.
Sé que prometí este Fic para enero, pero mi computador murió. Así es la vida.
Si bien tiene un comienzo lento no hay nada que ame más en ella que los personajes originales que aparecerán con el tiempo, es como si hubiesen estado ahí toda la vida y se les agarra cariño... a los que se lo merecen.