¿Vieron que cambié la imagen de portada y sinopsis? :D (Nunca me gustaron las anteriores…)

Como muchos ya saben, este es el último capítulo de 360 Grados. ¡Gracias por llegar hasta aquí! Parecerán 6 pequeños capítulos, pero en realidad se suman a más de 120 páginas, así que básicamente han leído un libro, jajaja.

Fue un capitulo pesado, lleno de ediciones y borrones, y terminó siendo muchísimo más diferente a lo que yo tenía planeado, pero quedé satisfecha con el desenlace.

Terminé de escribir el capítulo en sí hace como 5 días, pero tenía que ser aprobado por mi beta. Ella normalmente me manda correcciones menores, unas partes que no se entienden por aquí, un error de dedo por allá y muchas, muchas comas de más (aparentemente tengo un problema con las comas, perdóname, bro…). Pero al tratarse del último capítulo, como que algo le picó y se emocionó tanto que en lugar de mandarme las correcciones me llamó y estuvimos el primer día unas 6 horas al teléfono haciendo correcciones a cada renglón de la historia, discutiendo incluso si era mejor utilizar la palabra "ver", "mirar" u "observar". Extrema, ¿huh? (Gracias, bro). Hoy estuvo corrigiendo mientras ella trabajaba y teníamos el archivo subido a google docs…

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Yurio despierta a la mañana siguiente con el sonido del timbre. Yuuri abre los ojos también, con pesadez, así que Yurio decide ser quien se levante a ver. Se aleja de Yuuri, quien suelta un quejido al sentir el calor corporal del otro desapareciendo y se hunde más entre sus cobijas.

Yurio camina hasta la entrada arrastrando los pies, y bosteza antes de abrirla.

Hay una mujer parada frente a la puerta. Es asiática y tiene partes de cabello teñido de rubio.

La mujer mira a Yurio con intriga.

–Umm, busco a Yuuri Katsuki –dice.

–¿Quién eres? –Yurio se pone a la defensiva al no reconocer a la mujer.

–Mari. Su hermana mayor.

La mandíbula de Yurio cae. No tenía idea de que Yuuri tuviera una hermana, y mucho menos habría pensado que ésta sería una mujer de apariencia agresiva, totalmente diferente al otro.

–Oh, ehm, yo también me llamo Yuri –se presenta el ruso, abriéndole la puerta para dejarla ingresar a la casa.

–Qué coincidencia –comenta ella, levantando una ceja.

Deja su mochila en el comedor y mira a su alrededor, algo tensa. Yurio supone que la mujer nota la ausencia de fotografías de su alguna vez cuñado.

El ruso toca la puerta de la habitación que había compartido anoche con Yuuri.

Katsudon –le llama por el apodo que él mismo le hizo y escucha a Mari soltando un bufido divertido– ,tu hermana está aquí.

Escucha como Yuuri se levanta de la cama rápidamente y corre hacia la puerta, abriéndola de par en par.

–¿¡Mari!? –prácticamente grita al ver a la mujer parada en su sala.

–Hey –ella le sonríe. Con lástima. Yurio hace una mueca–. He venido por ti, Yuuri.

El otro enmudece, sorprendido por la repentina reunión.

En ese instante, Phichit sale de la recámara de huéspedes, se recarga contra el marco de la puerta, cruzado de brazos.

–Yo la llamé –declara y Yuuri lo mira, intentando leer su rostro–. Sólo intento enmendar el error que cometí.

Es entonces que Yuuri se da cuenta lo que significa que su hermana esté ahí. Significa que Phichit le llamó para decirle lo que había ocurrido. Probablemente su profesora Minako y sus amigos Yuuko y Takeshi también sabían. Y más importante, sus padres sabían.

–Es mejor que estés con tu familia después de lo que pasó, Yuuri –responde el otro.

–No tengo que regresar, estoy bien. Estoy con medicamento y yendo a terapia y puedo quedarme aquí… –no podía ir, no sería capaz de encararlos a todos después de lo ocurrido.

Phichit niega con la cabeza.

Yurio va a la escuela y yo estoy ocupado con mi entrenamiento. Y tú, Yuuri… –el tailandés muerde su labio inferior–. Tú ya no puedes quedarte solo. Tú…

–¡Estoy bien! –gritó Yuuri, comenzando a derramar lágrimas. Había hecho algo terrible, era consciente de ello. No podría ver a su madre a los ojos–. Por favor... Mari, por favor. No puedo volver.

–Puedo dejar la escuela –propone de repente Yurio al ver la desesperación en el rostro del japonés.

–No es eso, Yurio –Phichit suelta un suspiro y pasa una mano por su cabello–. Yuuri necesita a su familia en estos momentos.

Antes de que Yuuri dijera más, su hermana posó una mano sobre su hombro.

–Yuuri, vamos a casa. Mamá y papá te extrañan –le dice con un suave tono de voz.

El chico apretó los dientes y bajó la mirada.

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Yuuri estaba sentado en la sala, contemplando el vacío. Acababa de tomar su medicamento y como el día anterior, se encontraba mentalmente ausente. Phichit estaba a su lado mirando el celular y sosteniendo firmemente la mano de Yuuri.

Yurio dijo que ayudaría a Mari a hacer el equipaje, se fue con ella a la recámara principal y le indicó donde estaban las maletas. Mari abrió el closet. Se quedó mirándolo por varios instantes.

–¿Dónde están las cosas de Victor? –preguntó.

–Las regalamos –contestó el menor con honestidad.

–Oh –se vio sorprendida por la respuesta.

Entonces Mari abrió la maleta y comenzó a guardar cosas en ella. Camisa por camisa, todos los pantalones, ropa deportiva e interior de Yuuri. Después empezó a guardar los zapatos.

Yurio se congeló en el instante en el que vio que el closet había quedado totalmente vacío.

Fue entonces que comprendió.

La familia de Yuuri no pensaba dejarlo regresar.

El ruso apretó los puños y tensó la mandíbula.

–¿Por cuánto tiempo? –se atrevió a preguntar. Mari levantó la mirada hacia él, con un semblante serio y duro.

–¿Por qué Yuuri regaló las pertenencias de Victor? –soltó, ignorando su pregunta.

–Porque quería olvidarlo.

–Yuuri no olvida. Él no es así. Yuuri no regalaría las cosas de Victor. Las atesoraría por siempre.

–Tal vez Victor no era tan buen marido como ustedes creían –la encaró, su cuerpo completamente tenso.

–Yo creo que mi hermano era feliz a su lado. Eso es todo lo que importa. Las personas no son perfectas y los matrimonios no son siempre felicidad y miel sobre hojuelas. Pero Yuuri era feliz. Lo que hizo lo demuestra. Yuuri no puede vivir sin él.

–¡Yuuri no es débil! –levantó la voz sin darse cuenta, estaba molesto. ¿Por qué? ¿Acaso le molestaba que se llevarían a Yuuri? ¿Le molestaba la actitud de su hermana?

Estaba cansado. Muy, muy cansado.

–No pienso que sea débil –Mari se puso de pie, se veía muy imponente al lado de Yurio, quien a cada segundo se encogía sobre sí mismo–. Mira, no sé quién seas ni lo que seas para Yuuri o lo que él sea para ti –entornó los ojos–, pero creo que lo necesitas más tú a él, que él a ti. Y como su hermana, sólo me importa su bienestar.

Los labios de Yurio temblaron, un nudo apareció en su garganta.

Se dio la media vuelta y salió de la habitación. Caminó hacia la puerta principal. Phichit lo llamó desde la sala, cuestionándolo, pero él no respondió nada. No podía responder nada. Las palabras parecían no querer salir de su garganta.

Cuando se encuentra en la calle, saca su celular del bolsillo de su pantalón. Se da cuenta de que sus dedos están temblando mientras busca el número de Otabek.

"¿Yuri?" Otabek contesta casi inmediatamente después del primer tono.

Yurio abre la boca para decir algo, entonces se percata de que realmente no sabe qué decir. Su labio inferior tiembla, mientras sostiene el celular contra su oreja.

Una lágrima resbala por su mejilla.

–Van a llevárselo –gime, su voz repentinamente aguda, las palabras lastiman su garganta al salir–. Vino su hermana por él, van a llevárselo.

Otabek permanece en silencio. Escuchando.

–Su hermana dice que lo necesito más yo a él que él a mí, y que necesita a su familia para poder superar todo esto y recuperarse, pero yo… –siente que le falta el aire. No es capaz de continuar.

"No seas egoísta, Yuri", es la respuesta de Otabek. No lo dice con mala intención y no pretende lastimarlo, pero las palabras se clavan en el pecho del ruso como cuchillas.

Entiende que el motivo por el que sus palabras le lastimaban tanto era porque tenía razón.

Era verdad. Él era un egoísta por querer que Yuuri se quedara a su lado aun a costa de su bienestar.

En algún momento se había vuelto dependiente del japonés, pero el otro no sentía lo mismo. El corazón de Yuuri estaba destrozado, su vida entera comenzaba a hundirse en un abismo sin fondo y sería difícil salir de él. Su familia era lo que necesitaba en estos momentos. No a él. No a Yurio.

Yurio estaba destinado a siempre quedarse solo.

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La despedida es rápida, sin abrazos ni palabras, sin nada más que un simple gesto con la mano, deseándole suerte en su viaje.

Yurio lo sigue con la mirada mientras sube por las escaleras eléctricas, acompañado de su hermana y una maleta de mano. Llegan al segundo nivel y comienzan a caminar por los pasillos, siguiendo los letreros hacia el área de seguridad para posteriormente llegar a la sala de abordaje.

Había tantas cosas que Yurio había querido decirle. Tantas cosas por las cuáles agradecerle. Sin embargo, en su momento no había podido hacerlo.

Se había quedado callado, como todas aquellas veces donde sentía que debía decir algo para animar al japonés, pero no lo había hecho, en lugar de eso había reprimido sus palabras, pensando que no era su lugar hacer un comentario al respecto.

El sentimiento de culpa le causaba un dolor físico similar a ahogarse. La desesperación de sentir como las palabras que quieres decir se desbordaban y aún así tener que retenerlas era asfixiante.

Podía ver como Yuuri se alejaba hasta desaparecer de su vista, mezclándose entre las personas. Un sentimiento de pánico lo inundó al pensar que no volvería a verlo nunca más y que jamás podría decirle de frente lo que sentía.

Lo amaba.

Sus ojos se llenaron de lágrimas ante tal resolución. Finalmente había encontrado las palabras para describir sus sentimientos.

Amor.

Amaba a Yuuri.

Se había enamorado de Yuuri.

Tenía que detenerlo.

Comenzó a correr, a seguirlo, buscándolo entre la multitud.

¿Y qué si era egoísta?

Él era egoísta.

Yuuri también era egoísta.

El amor era egoísta.

Una mano en su hombro lo detuvo. Se giró y Phichit lo miraba con el semblante duro, algo que nunca había visto en el tailandés.

–No lo hagas –le dijo.

Yurio se soltó de su agarre y lo encaró. Sus labios temblaron, temeroso de declarar lo que acababa de descubrir.

–Lo amo –soltó. Se sorprendió a sí mismo de ser capaz de decir esas palabras sin duda alguna.

Phichit, sin embargo, no parecía sorprendido. Su semblante no cambió y contrario a esto, se tensó.

–No lo amas –declaró–. Yuuri me contó tu historia y puedo asegurarte que no estás enamorado. Sólo buscas en él al padre que nunca tuviste.

Yurio frunció el ceño y apretó los dientes. ¿Cómo se atrevía a hacer menos sus sentimientos?

–Fue lo mismo con Victor –continuó Phichit–. Te "enamoraste" de él pero cuando te enteraste de su engaño, lo resentiste. Eso no es amor, Yurio. Amor es lo que Yuuri hizo. Continuó amándolo y lo perdonó aún después de todo.

–Eso es estupidez.

–Entonces no sabes nada sobre el amor –dijo–. El amor te hace estúpido.

Yurio soltó un gruñido.

–¡Tú no sabes nada!

–¡Entiéndelo, Yurio! ¿¡Qué pretendes lograr yendo a profesarle tu amor a Yuuri!? ¡Victor murió hace apenas unos meses, Yuuri no está listo para seguir adelante! –Yurio dio un paso para atrás instintivamente. Nunca había escuchado al tailandés levantar la voz de esa manera, mientras apretaba los puños con tanta fuerza que sus manos temblaban–. A diferencia de ti, Yuuri realmente amaba a Victor.

Ambos se quedaron en silencio. Yurio puede sentir como su respiración comienza a agitarse, su mente sigue contando los segundos que han pasado y pensando en cuántos le tomaría a Yuuri llegar a la sala de abordaje antes de que sea demasiado tarde y se haya ido para siempre.

–Fue mi culpa –continúa Phichit, con la mirada hacia abajo–. Fui yo quien los puso juntos, pensé que… Vi cuánto sufrían los dos y pensé que su dolor era el mismo, que podrían curarse el uno al otro, pero me equivoqué.

Yurio recuerda las palabras de Phichit cuando Mari llegó a la casa.

"Sólo intento enmendar el error que cometí".

Phichit levanta la vista, sus ojos enfocados en Yurio.

Yurio, tú no tenías el corazón roto, sólo tenías el orgullo herido.

Duele. Sus palabras duelen.

Porque Phichit no sabía nada, no tenía idea por todo lo que había pasado, todo lo que había sufrido. Victor había sido aquella única luz que brillaba en la penumbra de su vida y lo había perdido.

Era frustrante.

Yurio empujó a Phichit, apartándolo de su camino, pero el tailandés no se detuvo. Volvió a elevar la voz, llamando la atención de unas cuántas personas a su alrededor.

–¡Deja de pensar sólo en ti por una vez en tu vida, ¿quieres?! –su mandíbula temblaba, notablemente no acostumbrado al sentimiento de la ira y desesperación–. ¡Piensa en Yuuri, entonces! ¿Cómo crees que él se sentía, teniéndote a su lado, viéndote todos los días, juzgándose a sí mismo, pensando en qué había hecho mal, en qué se había equivocado, qué tenías tú que él no? –Phichit inhaló profundamente, sintiendo el pecho oprimido–. Yuuri te sacó del lodo sin importarle quedar enterrado hasta el cuello, aún así no te molestaste en regresar a ayudarlo. Yurio, entiende, por favor. Yuuri está mejor sin ti.

Yurio reprimió un grito que se atoró en su garganta, asfixiándolo.

Era la impotencia.

La impotencia de ver cómo una persona muere lentamente y tú no puedes hacer nada más que mirar.

Giró y se encaminó a la salida del aeropuerto, sin encarar a Phichit, sin regresar la mirada hacia el pasillo que Yuuri acababa de caminar.

Por primera vez sintió que tomaba la decisión correcta, mientras las lágrimas fluían libremente, empapando su rostro.

Yuuri estaría mejor sin él.

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Era extraño volver.

Había visitado a sus padres un par de veces cuando Victor seguía con vida, pero esta vez era diferente. Esta vez no sería para unas vacaciones de dos semanas, iba a ser un tiempo indefinido. Dependía de él, del tiempo que le tomara recuperarse y volver a tomar las riendas de su vida.

Había sido recibido por los árboles de cerezo florecientes que adornaban las calles. Esta vez no había posters ni anuncios que celebraran su retorno, esta vez no había personas que se acercaran a tomarse una fotografía o pedir su autógrafo.

Minako los recibió en el aeropuerto. En cuanto vio a Yuuri le sonrió con tristeza y lo abrazó. No era un secreto que a Yuuri no le gustaran los abrazos, pero se dejó abrazar y permitió que Minako le mostrara su apoyo a quien había sido su más preciado alumno.

Aún así, Yuuri no sintió nada.

Tampoco sintió nada al ver su pueblo natal, mientras Minako los llevaba en su auto al onsen de su familia. No sintió nada al ver el anuncio de Yutopia al entrar al lugar, ni al ver la arquitectura tradicional o al ser golpeado por el frío al bajar del auto.

Mari sacó las maletas de la cajuela. Normalmente Yuuri insistiría en que él podía hacerlo, pero no tenía ánimos de discutir.

Entró junto con Minako y Mari a la casa, saludó de la manera tradicional.

Tadaima –dijo, sin ánimos.

Su madre apareció al fondo del pasillo. No corrió como solía recibirlo. Caminó lentamente hacia ellos.

Yuuri esquivó su mirada. No se sentía capaz de encararla después de lo que había hecho.

Su madre estaría preocupada, triste y molesta.

Decepcionada.

Cuando estuvo frente a él, sin embargo, fue la primera persona que no le sonreía con lástima. Tenía una mirada tranquila en el rostro.

Abrió los brazos, sin intentar forzarse sobre él. Esperando que fuera Yuuri quien se le acercara.

El chico caminó, sintiendo los pies pesados, hasta poder abrazarla, descansando su rostro sobre su hombro.

–Yuuri, hijo –su madre le llamó, con aquél tono maternal y cálido que siempre había tenido desde que era pequeño. El mismo tono que usaba cuando lo abrazaba porque los otros niños lo molestaban por practicar ballet. El tono con el que le consoló cuando Yuuko se casó. Aquél que utilizó al despedirse de él cuando se fue a estudiar a Detroit. El tono con el que le dio la noticia de que Vicchan había muerto y con el que le recibió cuando fracasó en su primer Grand Prix–, te extrañé.

Se abrazó con más fuerza a ella. Sus piernas se rindieron ante su peso y se dejó caer de rodillas al suelo. Su madre se arrodilló junto a él, sin abandonarlo.

Y Yuuri comienza a llorar, quebrándose finalmente.

Llora lo que no se había permitido llorar en todo ese tiempo. Grita y llora, golpea el suelo, se aferra a su madre y maldice al cielo. Grita hasta que no puede más, y llora hasta que ya no le quedan lágrimas que derramar. Pero el dolor sigue dentro, latente.

El dolor siempre iba a estar ahí.

Yuuri tendría que aprender a vivir con él.

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Yurio despierta una mañana, desnudo entre sábanas con olor a lavanda. Se estira y se encuentra solo en la cama. Busca con la mirada hasta que ve la puerta del baño cerrada y escucha el sonido del agua correr.

Se levanta y busca sus pantalones entre la ropa que se encuentra tirada en el suelo, sale a la cocina y se prepara un café.

Su boleto de avión está esperando sobre la barra de la cocina. Faltan todavía seis horas para su vuelo a Pekín, para participar en la Copa de China, su primera clasificatoria para la Grand Prix Final.

La puerta de la recámara se abre y sale Otabek con sólo unos pantalones puestos, secándose el cabello con la toalla. Se acerca a la barra y se sirve un poco de café, para después sentarse en el comedor. Yurio odia sentarse en las sillas del comedor. Se le hace muy formal, como una familia feliz lo haría. Como una pareja lo haría.

Ambos tienen muy claro que no son una pareja.

–¿Empacaste tu cepillo de dientes? –pregunta el kazako.

–Todavía planeo usarlo. Lo empacaré después.

Otabek le da un sorbo a su café. Yurio le pone un poco de leche al suyo.

Las maletas ya están listas y cerradas en la entrada.

–¿Qué planeas hacer cuando lo veas? –pregunta el mayor, buscando la mirada del ruso.

Yurio relame sus labios inconscientemente.

El nombre de Yuuri Katsuki había aparecido entre los competidores esa temporada, después de dos años de haber anunciado su descanso por tiempo indefinido y de haber regresado a su país de origen. Se había alejado de los medios y aparentemente se había recluido en su hogar, llevando un bajo perfil por todo este tiempo.

Sin embargo, ahora había regresado para sorpresa de todo, con un tema simbólico: "Un nuevo comienzo".

–No le diré nada –respondió Yurio–. Ni siquiera creo que tengamos tiempo para hablar.

–¿No vas a decir nada? –Otabek levantó una ceja–. ¿Después de estos dos años viviendo en su casa gratis?

–¿Qué se supone que le diga cuando lo vea? "Hey, ¿me recuerdas? Me acosté con tu esposo hace dos años y después comenzamos a vivir juntos hasta que intentaste suicidarte y regresaste a Japón".

–Podrías omitir lo de tu aventura con Victor.

Yurio se dejó caer de sentón sobre el banco de la barra de la cocina con un suspiro pesado.

–No es tan fácil volver a hablarle, Beka.

–Llevas enamorado de él, ¿cuánto? ¿Dos años? –Otabek rodó los ojos, recordando la depresión en la que Yurio se había sumido después de que Yuuri se había ido. Recordando todas las locuras que el chico había hecho y como él había tenido que sacarlo de su miseria poco a poco.

–No es amor –dijo Yurio, recordando las palabras de Phichit aquél día en el aeropuerto.

Las palabras que recordaba cada mañana al despertar.

–¿Sigues con eso? –Otabek le dio un sorbo a su café.

Yurio bajó la mirada. No era tan fácil como Otabek decía. Yurio había estado viviendo en esa misma casa por dos años, incluso había comenzado a usar el auto de Yuuri. Yuuri, curiosamente, seguía pagando las cuentas, jamás le llegó un solo recibo vencido a Yurio.

Sin embargo, no habían hablado.

Por dos años, Yuuri no le había mandado mensajes ni había dado señales de vida más que los recibos pagados. Yurio tampoco había intentado contactarlo.

Mentiría si dijera que no había pasado largas horas viendo su contacto en el celular o que había escrito interminables mensajes durante las noches mientras lloraba, para después borrarlos. No negaría que Otabek había tenido que quitarle el teléfono varias veces cuando el alcohol hacía que Yurio intentara marcarle y decirle todo aquello que se había estado guardando.

Y mentiría si dijera que la primera vez que durmió con Otabek no había pensado en que era Yuuri quien estaba haciéndole el amor.

O la segunda o la tercera. O incluso ahora, cerraba los ojos e imaginaba al japonés sobre él. Mordía sus labios para que su voz no lo traicionara y llamara el nombre de alguien más.

No podía simplemente ignorar todo lo que había pasado esos dos años y hablarle a Yuuri como si nada.

No. No pensaba hablar con él, era mejor dejar las cosas como estaban.

Yuuri ya había sufrido suficiente por su culpa.

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Llegó a Pekín caída la noche, en compañía de su nuevo entrenador, Yakov y su coreógrafa Lilia. Hacía mucho frío y podía ver su aliento frente a él en forma de una pequeña nube cada vez que respiraba. Yurio esconde la nariz en su bufanda, sintiendo su propio aliento calentándole el rostro.

Yakov pide un taxi y se encaminan al hotel, pasando entre los enormes edificios que se erguían imponentes a lo largo de toda la ciudad.

Al llegar al hotel cerca de la pista, Yurio bajó con sus maletas y se adelantó a la recepción. Se detuvo al reconocer una chamarra color azul con las letras JAPAN bordadas en la espalda.

Era él. Definitivamente era él. No había otro competidor del país asiático. Yurio se quedó sin aliento y su cuerpo se congeló en medio del pasillo. Observó la espalda de aquél hombre al que no había visto en dos años, recargado contra el mostrador, hablando con un recepcionista y las piernas entrecruzadas. La cadera ligeramente balanceada hacia la izquierda y sus cabellos azabaches ligeramente más largos de lo que recordaba.

Lo sabía. No iba a poder ser capaz de enfrentarlo.

Rápidamente se dio la vuelta, su intento de escapar siendo frustrado por la mano de Yakov sobre su hombro.

–¡Yuri! ¿A dónde crees que vas? Tienes que hacer tu registro –su entrenador le reprimió en ruso, llamando la atención del hombre al que había tratado de evitar. Sus ojos hicieron contacto por menos de lo que dura un segundo, verde chocando contra café. Yurio apartó la mirada como si la del otro le quemara.

–Hazla tú, estoy cansado, voy a tomar aire fresco –se excusó Yurio, sacudiendo su hombro para quitarse la mano de su entrenador y salió del hotel dejando su maleta atrás. Ignoró los gritos de Yakov que consistían en recordarle lo irresponsable e inmaduro que era, pero nada de eso podía importarle menos.

Cuando salió sintió que finalmente era capaz de respirar, su corazón amenazaba con salirse de su pecho. Miró hacia el cielo sin estrellas e inhaló profundamente. Se abrazó a sí mismo, enterrando sus uñas en sus brazos.

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Yurio había tomado el lugar más alejado de Yuuri cuando todos los patinadores se formaron. El japonés no parecía darle mucha importancia al asunto, mientras que Yurio no podía dejar de voltear a verlo cada tres segundos.

Era temprano en la mañana y Yurio no había podido pegar el ojo en casi toda la noche, se encontraba físicamente agotado y mentalmente estresado, pero no permitió que eso repercutiera en su ensayo.

Practicó su coreografía, sólo algunas partes de ésta en un intento por pulirla de último momento. Pretendía estar concentrado en su entrenamiento mientras le dirigía miradas al japonés. Yuuri se movía con gracia, casi no parecía haberse tomado dos años de descanso, pero al realizar un triple salchow, su cuerpo fue a dar al suelo. Yurio se detuvo en medio de su coreografía para asegurarse de que el otro se encontrara bien.

–¡Yuri! ¡Concéntrate! –escuchó que Yakov le gritaba. Estúpido Yakov, ¿no veía que Yuuri era más importante que su entrenamiento?

Su corazón volvió a latir con normalidad cuando el japonés se puso de pie y no dio señales de haberse lastimado, su entrenador le preguntó a lo lejos si se encontraba bien y Yuuri afirmó con el pulgar para enseguida retomar su ensayo.

En ningún momento sus miradas se cruzaron.

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En la noche, Yurio se puso su traje, era color azul con detalles en rojo y bastante ajustado. Se miró en el espejo mientras se cubría con la chamarra de su país. Peinó su cabello de lado, despejando su rostro. Tenía el cabello notablemente más corto a como solía llevarlo dos años atrás. Sus facciones continuaban siendo finas, pero ahora reflejaban cierta madurez que lo hacían ver más atractivo. Ya no tenía el cuerpo de un adolescente y en algún momento a sus dieciocho años había crecido considerablemente, probablemente ya sería incluso más alto de Yuuri y por un segundo pensó en lo extraño que sería tenerlo de frente y verlo hacia abajo.

–Yuri Plisetsky, ya es hora –llamó Lilia a la puerta. El ruso se dirigió un último vistazo en el espejo, preguntándose si a Yuuri le gustaría su nueva apariencia.

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Yurio fue el segundo en entrar a la pista, después de J.J. El maldito seguía sin retirarse y todavía representaba una dura competencia difícil de superar. La pantalla lo mostró en el kiss & cry junto con su esposa Isabella y su pequeña Jeanne que apenas cumpliría un año. Su puntuación sumó 116,78 y el hombre se levantó de su asiento para hacer el símbolo del J.J Style al tiempo que sus fans aplaudían con regocijo. En otra ocasión, Yurio habría gruñido y hecho una mueca, pero ahora estaba demasiado absorto en sus pensamientos, concentrado en su rutina, intentando no pensar que Yuuri estaría viéndolo.

Patinó tranquilamente hasta el centro de la pista y esperó a que su canción comenzara a tocar. Al abrir los ojos, lo primero que vio fue a Yuuri.

Su mente se puso en blanco instantáneamente, pero su cuerpo comenzó a moverse, guiándose por su propia memoria para seguir los pasos de la coreografía.

Realizó a la perfección su primer salto, un triple Axel.

Recordó el tema que había elegido para ese año, el deseo.

Muchos le habían pedido que elaborara un poco más sobre su tema, qué explicara a qué se refería exactamente o dijera cuál era su deseo, pero ni siquiera él había podido contestarse a sí mismo aquella pregunta. Era algo dentro de él que anhelaba, algo que le hacía falta, algo que le robaba el sueño y era la causa porque la que su cabeza siempre se encontrara en las nubes. Aún no sabía qué era, pero estaba seguro que lo deseaba más que nada.

Levantó la mirada y Yuuri lo observaba detenidamente, pero con un rostro inexpresivo.

"No es suficiente", repetía una voz en la cabeza de Yurio una y otra vez.

Su cuerpo empujó más, se esforzó más, saltó con mayor precisión, rotó con más gracia, pero nada parecía ser capaz de sorprenderlo.

Deseó y deseó, poder ser suficiente para él.

Su rutina terminó con una mano alzada hacia el cielo en busca de más. El tiempo se le hizo sumamente corto y no había logrado cambiar la expresión en el rostro de Yuuri.

Su deseo de sorprender al japonés no se había cumplido.

La multitud gritó y aplaudió intentando decirle lo contrario, pero ninguno de ellos importaba. Nada de eso importaba.

Yuuri se había comenzado a quitar su chamarra, siendo él el próximo en entrar a la pista, mientras Yurio se dirigía hacia donde él estaba, sus rodillas temblaban por el esfuerzo, pero el menor lo ignoró.

Yakov le dio los protectores y el menor se detuvo en la entrada de la pista para colocárselos. Yuuri Katsuki pasó al lado de él, para entrar en escena.

Su mano tocó el hombro de Yurio y el menor sintió como si su corazón literalmente se derritiera en ese instante.

Volvió la cabeza, con ilusión, esperando una sonrisa del mayor o unas palabras, pero sólo vio su espalda alejándose al centro de la pista.

–Vamos –Yakov lo guió al área del kiss & cry. El ruso se sentó, sintiendo sus mejillas encendidas pero no sabía si era a causa del esfuerzo o el toque del japonés.

Su calificación había llegado a 119,02, logrando un nuevo récord mundial. El público aplaudió con más intensidad y varios se pusieron de pie, gritando con admiración. Y sin embargo, Yurio se sentía más vacío que nunca.

Se quedó sentado en su lugar, mientras Yakov le daba una bebida energética y lo felicitaba por su nuevo logro. El entrenador frunció el ceño al ver el rostro del rubio, quien no estaba gritando y brincando de felicidad como la primera vez que rompió el récord durante su primera competencia en el Grand Prix cuando había ganado el oro. Su mirada se veía simplemente vacía, perdida.

Los aplausos se detuvieron cuando la luz bajó de intensidad y los reflectores se enfocaron en el patinador japonés sobre la pista. La música comenzó, una melodía tranquila, de paz y resolución.

De amor.

Todos en las gradas, los espectadores, los patinadores, los jueces y los medios, supieron a quién iba dedicada su secuencia de saltos, su fluidez en el hielo y la mímica que hacía al abrazarse a sí mismo.

Yurio mordió su labio inferior.

Esta era la respuesta de Yuuri Katsuki hacia el mundo. Jamás podría olvidar a Victor Nikiforov.

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Yurio dio una corta entrevista para los corresponsales de algunas revistas y televisión, quienes querían que comentara sobre el nuevo récord que había impuesto, que les dijera un poco sobre su rutina y vida diaria en Nueva York, y si sentía preparado para el programa libre. El rusorespondió a todas las preguntas, mintiendo la mayor parte del tiempo.

Miró una de las pantallas en el corredor y vio a Yuuri en el kiss & cry, había obtenido 110,32 puntos, bastante bien para el programa corto y tomando en cuenta que apenas había vuelto del retiro.

Las cámaras y micrófonos se alejaron de él cuando Katsuki salió al corredor en compañía de su entrenador, un hombre japonés de mediana edad y un poco más bajo que Yuuri.

No se sintió ofendido porque la atención corriera al otro patinador, era obvio que él era más importante para las cámaras que su nuevo récord mundial, después de todo era la primera vez en dos años que Yuuri aparecía en público.

Los reporteros gritaban sus preguntas con ansiedad y lo acosaban con las cámaras, el entrenador de Yuuri tuvo que intervenir y permitió una pregunta por parte de cada uno de los presentes.

El primer reportero habló, grabando el audio con su teléfono celular.

–Señor Katsuki, ¿por qué su repentino retiro hace dos años? –preguntó.

–Creí que necesitaba un poco de tiempo para mí mismo –respondió el japonés. Yurio torció la boca ante la mentira, pero entendía que las razones de Yuuri para hacerlo eran válidas.

–Señor Katsuki, ¿desea seguir compitiendo de ahora en adelante o es este el adiós a su carrera definitivamente? –preguntó una mujer con un micrófono en mano, su acompañante cargaba una cámara de video con el sello de una televisora internacional.

–Me gustaría volver, creo que mi descanso duró mucho. Espero que no me tomen a la ligera por ser el competidor más viejo, trabajé mucho para volver estar en forma –sonrió divertido.

Yuuri tenía ya 28 años, pero se veía tan joven y radiante como cuando debutó en la categoría senior. Magia japonesa, supuso Yurio, nunca sabías qué edad tenían ellos.

El tercero en preguntar fue un hombre bajo y que casi no tenía pelo. No grababa, si no que llevaba una libreta de notas, vestía una chamarra con el logotipo de la revista deportiva para la que trabajaba.

–Señor Katsuki, ¿qué cree que pensaría su entrenador Victor Nikiforov sobre su rutina si se encontrara aquí ahora?

El corredor entero quedó en un silencio sepulcral. Todas las miradas estaban puestas sobre el reportero que acababa de tocar el tema tabú que el resto de los medios había prometido en un pacto silencioso no tocar por respeto al atleta.

Yurio gruñó audiblemente, dispuesto a ir hasta allá a golpear a aquél hombre.

–No tienes porqué contestar –se apresuró a intervenir su entrenador, poniendo una mano en su hombro como señal de apoyo–. Siguiente pregunta.

–No, está bien –Yuuri le aseguró y miró al reportero directamente a los ojos antes de contestar con una ligera sonrisa en el rostro–. Creo que mi entrenador… mi esposo, habría estado orgulloso de mi desempeño el día de hoy –respondió–. No soy una persona religiosa, pero donde quiera que él esté, estoy seguro de que está sonriendo.

–Eso es todo por ahora –anunció su entrenador, cubriéndolo para alejarlo de los medios que habían vuelto a enloquecer y gritaban sus preguntas.

Yurio vio como Yuuri se alejaba, su mano cerrada en un puño.

.

Mientras Victor espera dentro de su auto a Yurio, su mente divaga hacia el recuerdo de Yuuri y de todos los momentos que compartieron juntos. Las imágenes aparecen en su cabeza, inundándolo de sensaciones, de sonidos y olores. Y recuerda todas las noches haciéndole el amor hasta ese día.

Recuerda la primera vez que estuvo con Yuuri. A su hermoso Yuuri y la manera en la que cubría su cuerpo, escondiéndose con inseguridad de la intensa mirada del ruso, mientras éste descubría capa por capa, besando cada centímetro de piel a medida que el cuerpo virginal de Yuuri se desnudaba.

Recuerda a Yuuri separando las piernas para él, preparándose para recibirlo, dispuesto a darle todo aquello que a nadie nunca le había dado.

"Sé cuidadoso, por favor", murmura casi con miedo. Y Victor entiende que no se refiere a lo que estaba a punto de hacer. No se refiere al acto físico. Yuuri le está entregando también su alma y corazón.

Hacen una promesa en silencio de estar siempre juntos y esta es su manera de sellar el pacto.

Yuuri le está pidiendo que nunca lo lastime, de ninguna manera.

"Siempre", responde él, toma su mano y besa sus nudillos "Jamás dejaría que nada ni nadie te lastime."

Y miente.

Irónicamente, es él quien termina lastimándolo.

Le había mentido y engañado a sus espaldas. Pero aquello que le carcomía por dentro era que Yuuri no sospechaba nada. Aún después de todo, el japonés seguía confiando ciegamente en Victor.

Y Victor sabía que si se lo confesara, el chico lo perdonaría. Pero Victor jamás podría perdonarse a sí mismo.

Lo había engañado. A ese mismo Yuuri que se descubrió aquella vez sólo para él, que le había dado todo su ser, sólo a él.

Yuuri fue sólo suyo, y por un tiempo, él había sido sólo de Yuuri.

Visualizó a Yurio a lo lejos y éste identificó el auto y sus placas casi de inmediato, abriendo la puerta e ingresando. Estaba serio, con cierto deje de preocupación tatuado en el rostro. El joven se hundió en el asiento, viéndose aún más pequeño mientras Victor arrancaba el vehículo.

¿De qué querías hablar? preguntó el menor. Su labio inferior tembló al formular la pregunta, pero se esforzó por disimularlo.

Yurio lo esperaba. Esperaba lo peor. Siempre supo que sólo era cuestión de tiempo para que pasara. Yurio era un menor, era su estudiante y Victor nunca había dado señales de realmente sentir algo por él en esos dos meses que llevaban juntos.

Al no recibir respuesta alguna por parte de Victor, finalmente se animó a mirarlo.

Un destello dorado en la mano de Victor llamó su atención.

Un anillo de oro que había estado ausente durante todo su tiempo juntos y ahora adornaba su dedo anular.

Una solitaria lágrima se escapó de los ojos de Yurio.

Había sido un idiota.

Victor abrió la boca para decir algo, pero antes de que pudiera hablar, sus ojos volvieron al camino.

Pisó el freno con fuerza.

Yurio vio el camión venir. Cerró los ojos y se abrazó a si mismo, esperando el impacto.

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Yurio despertó jadeando, sintiendo como le faltaba el aire y con la frente perlada por el sudor, una noche de Marzo en Pekín a -2 grados. Se llevó la mano al pecho y apretó sus ropas, intentando controlar su respiración lentamente. Inhaló y exhaló. Su cuerpo tembló instintivamente, recordando ese día.

Miró el reloj de su mesa de noche, eran las 04:18, aún muy temprano.

Volvió a recostarse, mirando al techo y respirando profundamente para calmar su ritmo cardíaco.

Treinta minutos de mirar el techo más tarde, se rindió en su esfuerzo por volver a dormir.

Se levantó y buscó qué vestir entre sus ropas. Se decidió por su chamarra que llevaba el emblema nacional y unos pants deportivos. Ajustó las agujetas de sus tenis y salió de la habitación, guardando la llave en el bolsillo de su chamarra. Conectó sus audífonos al celular y puso algo de música.

Eran los mismos audífonos que Yuuri le había regalado en Navidad.

Cuando salió del hotel, se percató de las miradas de sorpresa y confusión por parte de los recepcionistas, sorprendidos de que alguien se atreviera a salir con ese clima. Sin embargo Yurio estaba tan sumido en sus pensamientos que poco le importó el frío le calara los huesos.

Corrió y corrió, pensando en Victor y de ahí saltando al recuerdo de Yuuri. Las palabras de Phichit y Otabek haciendo eco en su cabeza.

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El programa libre de Yuuri podía resumirse a una sola palabra: desastroso.

Desde el calentamiento se le había notado distraído. Ignoraba las instrucciones de su entrenador y sólo daba vueltas alrededor de la pista, sin ensayar su rutina ni realizar ningún salto.

Por supuesto que los comentaristas no pasaron esto por alto, discutiéndolo entre ellos como si pudieran llegar a una conclusión cuando no tenían idea de lo que ocurría dentro de la cabeza del japonés.

El calentamiento terminó y los primeros tres patinadores ingresaron a la pista.

Finalmente llegó el turno de Yuuri y le dio su chamarra a su entrenador, sin molestarse en dirigirle la palabra. Ingresó a la pista sin saludar al público que aclamaba su nombre.

La música comenzó y él se movió casi automáticamente, como un robot sin emociones. Su rostro en blanco, indescifrable. Su primer salto fue un toe loop, tuvo las rotaciones necesarias, pero perdió el balance durante el aterrizaje y mientras intentaba recuperarse perdió su sincronización con la música.

Su segundo salto pretendía ser un lutz, pero había terminado siendo un simple. Yurio no podía despegar sus ojos de él, sintiendo cómo su corazón se apretaba dentro de su pecho dolorosamente. Las exclamaciones de decepción del público delataban su falta de confianza en que el patinador se recuperara de tan desastrosa actuación.

Yuuri intentó realizar un cuádruple salchow al final, en un intento desesperado por aumentar sus puntos técnicos, pero terminó con él de rodillas en el hielo.

El público soltó una exclamación de dolor que se escuchó por sobre la música de fondo.

Yuuri no se levantó.

Permaneció de rodillas en medio de la pista, con la mirada perdida en el hielo. Los comentaristas se preguntaron si se había lastimado al aterrizar, mientras los murmullos del público aumentaban de volumen.

La música terminó y unas lágrimas se deslizaron por el rostro de Yuuri, perdiéndose en el hielo.

Las cámaras se centraron en él mientras el patinador se quebraba, el lugar quedó en un silencio absoluto, ni siquiera los comentaristas se atrevieron a decir algo de lo que presenciaban.

Una persona se animó a aplaudir en el fondo y le siguieron los demás, al principio dudando si sería lo apropiado, pero finalmente el ambiente se llenó de aplausos conmovidos.

Yuuri se puso de pie, limpiando su rostro y se deslizó a la entrada del rink. Su entrenador lo cubrió con su chamarra e intentó acercarlo a él para que el otro se desahogara en su hombro, pero Yuuri lo alejó, diciéndole que no sería necesario y caminaron juntos hasta el área del kiss & cry mientras el entrenador le daba unos pañuelos para que se limpiara.

Ambos se sentaron pesadamente en la banca frente a las cámaras, conscientes de que Yuuri no pasaría a la siguiente ronda.

Todos lo sabían, pero aún así esperaron con impaciencia el puntaje. El público soltó una exclamación de dolor cuando el resultado apareció en pantalla, sus puntos inevitablemente bajos.

Yuuri no permaneció mucho tiempo sentado en la banca. Se puso de pie y se movió hacia el pasillo, su entrenador le siguió silenciosamente de cerca.

J.J. fue el siguiente en ingresar a la pista, Yurio no le puso mucha atención a su programa, aún pensando en el japonés.

Cuando la elevada puntuación del canadiense fue anunciada, éste tomó a su hija en brazos y la levantó mientras ella reía ante el público que aclamaba a su padre.

Yurio entró en la pista y realizó su rutina, no muy enfocado en ésta, después del fracaso que había sufrido Yuuri. Falló un toe loop en la combinación de saltos a mitad del programa y eso fue suficiente para quedar segundo por pocos puntos, justo atrás de J.J.

Una vez afuera, la prensa pidió unas palabras con él, hablaron sobre la siguiente copa, sobre sus expectativas para la Final y si había patinadores que le preocuparan. Yurio se esforzó por contestar todas las preguntas, hasta sus ojos se encontraron con el azul de la chamarra de Yuuri, quien ya se veía más relajado.

También se encontraba hablando con los medios, en compañía de su entrenador. Alcanzó a escuchar una pregunta de uno de los reporteros y fue cuando Yurio cayó en cuenta de que Yuuri no había pasado clasificatoria, lo cual significaba que era su hora de regresar a casa.

Muy probablemente esta vez ahí se quedaría por siempre.

Vio como el entrenador alejaba a la prensa, diciendo que esas serían todas las preguntas que su patinador respondería por el momento ya que se encontraba agotado, y que después haría una rueda de prensa más completa. Los medios no se callaron mientras ambos caminaban, alejándose.

Los pies de Yurio se movieron instintivamente hacia él, siguiendo a ambos japoneses por el pasillo, abriéndose paso entre los medios que estorbaban su camino.

No quería que Yuuri se fuera. No quería que Yuuri se alejara y volviera a recluirse en su hogar en Hasetsu por siempre. No quería que se retirara. No quería que esta fuera la última vez que se vieran.

¿Pero qué podía decir?

Su mente estaba completamente en blanco.

–¡Katsudon!

Los reporteros se detuvieron, apenas notando la presencia del ruso. Yuuri se dio la vuelta para ver al medallista de plata.

El lugar estaba lleno de medios, televisión, radio, internet, revistas, y ahí estaba él, parado en el pasillo con la mente completamente en blanco y con Yuuri Katsuki mirándolo, esperando que hablara.

–¡Yo…! –tragó saliva–. Maldita sea, llevo dos años practicando un discurso sobre todas las cosas que quería decirte si volvíamos a encontrarnos y ahora que te tengo de frente no recuerdo nada –hizo una mueca–. Antes que nada, ¡gracias! –unos cuantos flashes lo iluminaron mientras hacia una reverencia ante el mayor. Pero por alguna razón, en la mente de Yurio las cámaras no estaban, los reporteros no estaban. Sólo estaban ellos dos.

Ya no iban saliendo de una competencia en Pekín donde el sueño de Yuuri terminaría. Estaban en algún otro lado.

Estaban en el Time Square en Año Nuevo, rodeados de papelitos que volaban, fuegos artificiales iluminando el cielo y personas besándose y abrazándose a su alrededor.

Estaban comprando un árbol para Navidad, escogiendo uno que entrara en la casa, no muy grande ni muy pequeño, pero tenía que ser ancho porque él quería que fuera un árbol esponjoso y perfecto.

Estaban en la sala, con el fuego de la chimenea encendido y las cosas que alguna vez habían significado algo muy importante para ellos, ardiendo frente a sus ojos.

Estaban en la sala de espera de un hospital, ambos mirándose fijamente por primera vez, sin saber lo que ocurriría.

–Voy a entrar a la Universidad –continuó Yurio–, me tomó algo de tiempo encontrar alguna carrera que llamara mi atención, pero decidí entrar el próximo año y todo es gracias a ti. Si no hubiera sido porque tú estuviste ahí, bueno… ni siquiera estaría vivo ahora mismo, así que gracias. Y lamento… –tomó aire, apenas consciente de que había dicho todo lo anterior en un solo aliento, habló más despacio–. Lamento todo lo que ocurrió. Lamento lo que pasó con Victor y lamento no haber estado ahí el día que más me necesitaste, y después haberte evitado de esa manera…

Una ligera sonrisa aparece en los labios de Yuuri, de repente se le veía relajado.

–No tienes nada de qué disculparte, Yurio. Me alegro de tu decisión sobre tu futuro y te felicito por tu victoria. Estaré viéndote en televisión desde casa, como todos los años –es su respuesta antes de hacer una corta reverencia, para después girarse sobre sí mismo y comenzar a caminar, alejándose de Yurio.

Yurio es arrastrado de nuevo a la realidad. A la realidad de que aquí es donde parten caminos y cada quien va a seguir una ruta diferente que probablemente jamás vuelva a coincidir.

Así era mejor.

Yuuri y él jamás tendrían porqué haber coincidido en primer lugar. Podía retirarse, seguir el sendero que le correspondía y mirar atrás de vez en cuando, recordando sus momentos juntos, recordando todas las enseñanzas de vida que había aprendido a su lado. Podía continuar su camino eternamente recordando los viejos tiempos con una sonrisa.

Pero lo sabía. Eventualmente lo que podría haber sido dolería. Le carcomería por dentro devorando su alma, consumiéndolo por completo.

Se detiene. Toma aire.

Él era egoísta, después de todo.

Su amor era egoísta.

–¡ME GUSTAS, YUURI KATSUKI!

El mundo se detiene en ese segundo, Yuuri se detiene en ese segundo. Y se siente en un sueño, como si todo eso fuera irreal y en cualquier momento fuera a abrir los ojos y despertar. Pero está sudando y en sus sueños no suda. Está sudando y es ilógico que sude porque están a 7 grados en Pekín y sólo lleva una chamarra mientras que las personas que están completamente abrigadas hasta las orejas se abrazan a sí mismas en busca de más calor, pero él, Yuri Plisetsky, está sudando y al mismo tiempo tiene frío, y siente su rostro ardiendo y su pecho quemándose y escucha los murmullos de los reporteros y ve los flashes, sabiendo que mañana su declaración y ese momento exacto van a aparecer en noticias y realmente no le importa porque todo en lo que puede pensar en estos momentos es en los ojos de Yuuri Katsuki que le miran fijamente.

–¡L-llevo dos años enamorado de ti, pero nunca me atreví a decirlo y no podía simplemente decírtelo por teléfono porque esto es algo mucho más grande que algo que simplemente se va a decir por teléfono! –Ni siquiera tenía idea de lo que acababa de balbucear, pero su cabeza era un embrollo de ideas y ninguna lograba formarse en oraciones correctas–. ¡Me gustas mucho! ¡Y tal vez esté confundido como todos dicen porque me abriste las puertas de tu hogar y me enseñaste tantas cosas y eres una persona amable con todo el mundo y odio que seas una persona amable con todo el mundo, pero creo que es por eso que me gustas tanto!

Y sonríe. Yuuri Katsuki sonríe. Yurio no está satisfecho.

–¡Maldita sea, sólo responde algo, katsudon! ¡Estoy muriéndome aquí mismo!

–¿Qué se supone que responda? No me has preguntado nada –ríe el otro.

–¡No lo sé, joder! ¡Sal a cenar conmigo o algo así!

Yuuri ríe más fuerte, una lágrima escapando de sus ojos. Es el sonido que Yurio esperó volver a escuchar algún día, por dos largos años.

–¡De acuerdo!

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"¿¡Qué mierda!?". Sorry, olvidé decirles, todavía tengo planeado un EPÍLOGO, ¿así que básicamente no es el último capítulo pero si lo es?

¡Espérenlo!

Como comentario, lloré mientras escribía la escena donde Yuuri ve a su madre. Ni siquiera me di cuenta, estaba yo muy tranquila escribiendo cuando me doy cuenta que estoy chillando y yo "ay no…", ¿lo sintieron también ustedes? ;u;