SchaMG: Espero que éste también te guste y te agradezco mucho que te tomes el tiempo de leer y de comentar. De verdad que sí, pues me hace muy felizJ.

Capítulo 3: Rememorando, segunda parte.

Por extraño que pareciera, Gracie no hacía muchas preguntas sobre los nombres Severus y Minerva. Le daba la impresión de que ella lo consideraba como una especie de motes o algo secreto de lo que no tenía por qué enterarse.

- Papá, ten mucho cuidado…

- Descuida, hija, que conduzco lo más despacio posible. Aunque estoy seguro de que Margot se encuentra bastante bien ahí atrás, en los brazos de Stan.

Y el tan esperado día finalmente había llegado y le habían dado de alta. No estaba seguro de ser lo que deseaba, recordando lo que Minerva le había contado sobre el vínculo que guardaba con el castillo y comenzaba a preguntarse si el hecho de estar lejos de este, era lo que la enfermaba, hasta que le traspasara el vínculo a alguien más.

Por Merlín que no quería ser él. No tenía aspiraciones de convertirse en el próximo director de la escuela y ser un punto en el radar de sus enemigos o de aquellos que lo consideraban una especie de héroe.

Minerva mantenía su cabeza apoyada sobre uno de sus hombros, mientras él mantenía uno de sus brazos alrededor de su cintura, manteniéndola lo más cerca posible, sosteniendo sus manos con una de las suyas. Todavía se le veía pálida y débil, pero los doctores le habían recetado un sinfín de medicinas y John se había encargado de detenerse en una farmacia para comprarlas. Gracie los acompañaba en el asiento trasero y no les quitaba los ojos de encima, sonriendo de vez en cuando ante la total atención que Stan ponía a cada suspiro de Margot. A cada pequeña respiración.

- Bien, hemos llegado. – anunció John y por un momento, Severus sintió miedo de volver a encontrarse entre aquellas paredes. No tenían teléfono ni auto, así que temía que una escena como la que había tenido que vivir hacía un par de noches, se repitiera cuando ya fuese muy tarde.

Gracie fue la primera en bajarse y abrirles la puerta. Aunque por más que así lo quiso Stan, o Snape, Minerva no permitió que le ayudaran a bajar del auto y con gran esfuerzo, consiguió poner sus pies en el pavimento. Edna y John, habían aparcado frente a la entrada de la cochera en la que se suponía que Margot y Stan debían tener un auto, para reducir la distancia que ella debiera caminar. La joven hija de la familia cargaba el equipaje y mientras que Snape seguía a Minerva lo más cerca posible, por si necesitaba ayuda al caminar.

- Hogar… dulce hogar. – la voz melodiosa de Edna, rompió con el silencio durante el corto trayecto hasta la puerta y John sonrió ante sus palabras. - ¡Vaya semana que hemos tenido! ¡Ahora todo tiene sentido! Con razón, cuando empacábamos para llevarles ropa y otros enseres al hospital, sólo había una cama en la habitación. Me preguntaba si la compartían, si quizá no tenían dinero para comprar algo mejor y contemplé la idea de regalarles otra para navidad.

- Mamá… no es el momento. – Severus no tardó en notar que Gracie se ruborizaba un poco, a la clara mención de la vida matrimonial que quizá llevaban sus vecinos.

- Hablando de camas, creo que me encargaré de que Margot duerma un poco. No queremos que se repita lo que sucedió aquella noche. – reflexionó Snape, tomando una de las manos de Minerva, quién no tardó en mirarlo con un rostro de pocos amigos.

- Estoy muy grande ya para las siestas.

- El doctor ordenó que descansaras y eso es lo que vas a hacer, así que no discutas. – dijo. Y a pesar de que había sonado prácticamente a una orden, su tono de voz había sido suave.

- Como gustes. De todas formas no tengo ánimos y tampoco la energía, para entrar en discusiones. Se los agradezco mucho por todo lo que han hecho y lamento tener que retirarme tan pronto, pero mi esposo moriría de un ataque al corazón, si algo me sucediera.

- Lo entendemos perfectamente, Margot. No te preocupes. Él tiene razón y debes descansar. Creo que me quedaré por unas horas y me aseguraré de prepararte una deliciosa sopa, como esas que mi madre preparaba y que eran capaces de curarlo todo. – sonrió Edna, juntando sus manos en un pequeño aplauso y automáticamente dirigiéndose a la cocina, a pesar de que ni Minerva ni Snape hubiesen dicho que sí. – John… ¿podrías traerme un poco de cilantro y especias? Están en la alacena, ya sabes…

El hombre comenzó a negar con la cabeza mientras se encogía de hombros, mirando a sus vecinos con una expresión que bien decía "Lo siento", mientras Snape simplemente asentía lacónicamente y comenzaba a subir las escaleras, asegurándose de sostener a Minerva en el proceso.

Al momento de empujar la puerta de la habitación, volvió a sentir esa aprehensión que había experimentado al entrar a la casa y al momento de colocar a la mujer en la cama y cubrirla con los cobertores, se sentó a su lado mientras ella le acariciaba el rostro con una de sus manos.

- Severus, tranquilo. Creo que tras descansar, volveré a estar bien.

- No quisiera hacerlo, pero si tu salud depende de que volvamos o no a Hogwarts…

- ¿Por qué no ayudas a Gracie a desempacar los obsequios que amablemente nos trajo y te distraes un poco?

- ¿Y ahora qué haremos? Nos trajo obsequios y estamos socialmente obligados a regalarle algo a cambio.

- ¡Oh cariño! – suspiró la mujer con una sonrisa, levantando un poco la cabeza de la almohada y de tal modo que estuviera a centímetros de sus labios. – Todavía tienes mucho que aprender acerca de la vida.

Antes de que se quejara, selló sus labios con un beso que se habría convertido en algo más, de no ser por él separándose suavemente y negando con la cabeza.

- Descansa…

Se levantó de la cama y a pesar de que la mujer parecía optimista acerca de su estado de salud, no podía evitar pensar que estaba jugando con un tiempo muy escaso. No dejó de contemplarla, con la puerta apenas entre abierta, en medio del pasillo que daba con la habitación y la escalera hacia el piso inferior, hasta que una mano de Gracie sobre su hombro, lo sobresaltó y distrajo de su tarea.

- Estoy segura de que estará bien, señor Stan. Si me permitiera un momento, quisiera mostrarle lo que traje de mis viajes por américa.

Lo que menos le importaba era enterarse de lo que la hija de los vecinos, había hecho durante sus vacaciones, pero ella insistía y no tuvo más opción que ceder, en cuanto se dio cuenta de que no podía quedarse toda la mañana ahí de pie, contemplando a Minerva dormir desde una pequeña rendija entre la puerta y su marco.

Bajó las escaleras mientras la joven lideraba la marcha y parecía contenta al momento de alcanzar uno de sus sofás en el que había dispuesto su equipaje. No había tenido tiempo de enseñarle lo que había adquirido para ellos, puesto que aquel día en el que había llegado, el doctor había decidido realizar una gran cantidad de estudios.

- Encontré estos libros que pensé, a los dos les gustaría tener.

Se los extendió y Severus comenzó a leer las carátulas duras de cada uno. "La magia de América". "Mitos y leyendas". "Brujas de la época".

- ¿Es esto… alguna clase de indirecta que no captamos? – preguntó, al ver la repetitividad de los temas en los libros.

- Bueno, pensé que a ustedes les gustaba todo ese asunto de la magia y cosas por el estilo. – Gracie continuó hurgando dentro de su equipaje- Además de un par de adornos para la casa.

Cachivaches, le provocó decir, pero estaba seguro de que Minerva de todos modos lo apreciaría, así que se mantuvo en silencio.

- También encontré libros sobre edificios encantados y lugares embrujados. Parece mentira, pero todas esas guerras y matanzas, han originado a tantos cuentos de fantasmas, espantos y aparecidos.

- Muy interesante, sin duda…

- Y un libro de pociones.

Frunció el ceño un poco ante sus palabras y tomó el libro con más interés de lo que había demostrado con el resto de los regalos.

- Fue raro encontrarlo, pero aquí mezclan esas plantas que usted cultiva ¡y tienen un sinfín de usos! Mientras venía en el avión, me estaba picando la curiosidad y me preguntaba si en verdad funcionan.

Oh sí, por supuesto que funcionaban.

- ¿Dónde encontró esto? – estaba seguro de que libros así, no los vendían en cualquier parte.

- Era una librería muy rara. No estoy segura de cómo llegué a ella, pero me atrajo desde el mero momento en el que puse mi vista sobre ella. Tenía toda clase de libros raros y el dueño, muy amablemente, me dejó que tomara el que más me gustara. Vestía muy raro, pero entonces pensé que quizá iba con el tema de su tienda o algo por el estilo.

¿Acaso era posible que la joven se hubiera topado con una tienda de magos, en América? Pero pensaba que los muggles no tenían acceso a ellas y que usualmente se perdían, con hechizos para confundir y proteger las aldeas mágicas.

- Subiré un momento y verificaré que Margot esté dormida. – escuchó la voz de Edna en la cocina, lo que distrajo la conversación de inmediato.

- Papá traerá las especias, pero no sé si necesitas algo de la tienda. ¿Quisieras que fuera en el auto, mamá?

- A Margot le haría bien un poco de azúcar. Deberías comprar un par de galletas y un poco de té. Necesitará reponer energías, después de esa comida de hospital.

- De acuerdo. Traeré algunos vegetales para tu sopa.

- Oh claro, eso también.

Hacía ya un tiempo que había estado en medio de la casa de los gritos, desangrándose, mientras pensaba que estaba finalmente acabado. De pronto y sin comprender exactamente el por qué, se encontraba viviendo en la misma casa que Minerva McGonagall y ahora sus vecinos, preparaban la cena para su "esposa" que estaba enferma.

- Margot está dormida, ¡qué mujer tan hermosa! A pesar de los años que obviamente no nos pasan en vano, hay algo en ella que es distinto de otras mujeres.

- Por supuesto. – no lo pudo evitar, prácticamente brotó de sus labios, afirmándolo muy seriamente.

- Se ve como si el tiempo se hubiese detenido y su esplendor siguiera allí.

No había dejado de pensar en ello a pesar de que John y Gracie ya habían vuelto y de que el olor a sopa, humeaba por toda la casa. Un plato con galletas de mantequilla y azúcar, un poco de jugo del cual no tenía ni idea de su sabor.

- ¿Estás seguro de que no deseas comer un poco, Stan? – insistía Edna mientras ella y su familia, almorzaban sentados a su mesa.

- Comeré luego, se lo aseguro. Una vez que Margot despierte.

- Por supuesto… - sonrió la mujer, dulcemente. – Podemos comprenderlo…

Ni quiso discutir con ella, pero sintió un gran alivio al momento en el que la familia Finnigan finalmente se había marchado y se encontró subiendo las escaleras para asegurarse de que Minerva estuviera bien.

- ¿Se han marchado? – preguntó, acomodándose entre almohadas y cobijas, mientras Severus asentía al sentarse a su lado.

- Finalmente un momento para los dos.

- Si se te olvida… todavía estoy muy débil. – una pequeña sonrisa curvó sus labios, pero no detuvo al hombre a su lado para inclinarse a pocos centímetros de ella y acariciar sus delicados labios con los suyos. Edna tenía razón y se veía realmente hermosa para él. Con todo ese cabello negro y gris, sobre la almohada como si se tratase de una diosa recién caída del cielo y sobre su propia cama.

- Hay formas diferentes de divertirnos y no tienen por qué terminar en sexo. Aunque si te soy totalmente honesto, estoy sufriendo de un poco de abstinencia…

No pudo hacer más que reír, rodeando su cuerpo con sus brazos, mientras el joven profesor de pociones giraba suavemente con ella entre sus brazos, hasta quedar recostado a su lado y con los rostros muy juntos. Brazo a brazo, con las piernas entrelazadas.

Se quedó quieto, simplemente contemplándola hasta que sus ojos comenzaron a cerrarse lentamente y su respiración se hizo suave, sinónimo de que había vuelto a dormirse. Tratando no moverse demasiado como para despertarla, se acercó aún más y hasta que su barbilla reposara sobre su hombro y estuviera cubierta con sus brazos y su negra túnica.

Realmente no quería hacerlo, pero era capaz de volver a Hogwarts por ella.