Este fanfic es para contribuir a la actividad "Extremos opuestos" del foro El feliz grupo de hambrientos, con el objetivo de celebrar el cumpleaños de Kija. Consiste en escribir drabbles con un numero de palabras justo y predeterminado, teniendo como temática un par de conceptos opuestos de los propuestos por los participantes de la actividad en el topic "La aldea de Kija" de este mismo foro.
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Reto 8: Olvidar-Recordar. (1000 palabras)
La primera vez que Kija tuvo esa sensación fue cuando él y sus hermanos se enfermaron.
Zeno les estaba cuidando y, cuando se inclinó sobre él con una sonrisa tierna para ponerle un paño húmedo sobre la frente, algo se removió dentro de él. Esta sensación…
—Zeno, por algún motivo me resultas nostálgico.
Esas palabras salieron de su boca sin ni siquiera pensarlo, tal vez por la fiebre.
Juraría que Zeno se tensó durante un segundo, aunque también podría haber sido su imaginación, antes de bromear al respecto infantilmente como era su costumbre.
Tal vez le habría dedicado otro pensamiento a esa extraña sensación si no hubiera estado delirando por la fiebre, pero en ese momento no pudo evitar simplemente quedarse dormido.
Las revelaciones posteriores sobre la verdadera identidad de Zeno y sus poderes solo contribuyeron a que esa sensación que había tenido quedara en el olvido.
Sin embargo volvió a pensar en ello cuando esa sensación de nostalgia que le provocaba Zeno se siguió repitiendo en los momentos más inesperados.
Cuando le veía contemplar las estrellas con una mirada lejana y serena, cuando le sonreía a Shin-ah tiernamente tras alguno de sus comentarios inocentes, nuevamente cuando le veía arropar a alguien con una manta como haría un padre con sus hijos, o cuando hacía un comentario especialmente profundo dejando traslucir su verdadera edad.
Todas esas veces Kija percibía algo. A veces creía estar a punto de descubrir qué era, de recordar algo importante. Sin embargo en esas ocasiones, ya fuera a propósito o no, Zeno siempre le desconcentraba dirigiéndole alguno de sus bizarros comentarios o bromas y esa sensación se le escurría entre los dedos.
Sin embargo el eco de esa sensación, la urgencia de que era algo que debía recordar, nunca le abandonaba. Era tan frustrante.
Una mañana Kija se despertó sobresaltado a la vez que extendía su garra de dragón al frente inconscientemente, como si quisiera alcanzar algo. Pero, ¿el qué?
Imágenes fugaces de su reciente sueño volvieron a su mente. Una sonrisa gentil, la sensación de alguien vistiéndole suavemente, unas palabras susurradas que no alcanzaba a recordar…
Esa persona de su sueño. ¿Quién era? ¿Por qué no podía recordar?
Ante su sentimiento de impotencia Kija solo pudo levantarse y salir de la tienda de campaña, con el objetivo de despejar su mente.
Apenas estaba amaneciendo, el sol ni siquiera había comenzado a asomarse por el horizonte.
Fue entonces cuando lo vio. Se trataba de Zeno, el cual estaba escalando un árbol torpemente.
Kija se puso nervioso. ¿Por qué su hermano tenía que hacer siempre cosas tan imprudentes sin necesidad? Por mucho que fuera inmortal no podía evitar preocuparse, así que le siguió con la intención de hacerle bajar y regañarle por ello.
Sin embargo cuando le alcanzó y le vio sentado sobre una rama despreocupadamente contemplando el cielo con expresión serena le golpeó un fuerte deja-vu que esta vez le fue imposible pasar por alto.
De repente Kija se sintió mucho más pequeño, Zeno pasó a tener una ropa sucia y desgastada y en el cielo brillaba una cálida estrella carmesí que le llamaba.
—Finalmente ha nacido… nuestra luz de fuego.
La visión se desvaneció tan rápido como había aparecido, dejándole frente al Zeno actual, que vestía su ropa nueva en vez de harapos, el cual en algún momento se había girado a mirarle con una expresión de clara preocupación.
—Hakuryuu, ¿te encuentras bien?
Kija asintió en un acto reflejo, aunque en realidad se sentía un poco abrumado por las imágenes y sonidos que no dejaban de llegar a su mente, casi como si estos se hubieran desbordado sin control ahora que las puertas de sus recuerdos se habían abierto.
—¿Seguro? —insistió Zeno, no pareciendo muy convencido—. Hakuryuu está pálido y parece desorientado, como si tuviera la cabeza en otra parte.
Ciertamente la tenía en otra parte, más concretamente varios años en el pasado cuando había conocido a un hombre extraño pero que a la vez le resultaba familiar. Un encuentro que no sabía cómo había podido llegar a olvidar.
El tiempo transcurrido no era una escusa. No para él.
—¿No tendrás fiebre? —inquirió el dragón amarillo, obviamente cada vez más preocupado por su falta de reacción.
Zeno extendió la mano, para tocarle la frente y comprobarlo, pero él la interceptó a medio camino agarrándola con su mano humana y apretándola con fuerza, ganándose ahora una mirada de confusión de su compañero.
La verdad era que Kija tenía miedo de que los recuerdos que acababa de recobrar se volvieran a desvanecer. Aunque pudiera parecer infantil, tenía la sensación de que mientras no dejara ir a Zeno sus recuerdos tampoco lo harían. Pero aún así necesitaba una confirmación.
—Eras tú —se las arregló para hablar finalmente Kija. Aunque había sonado más como una acusación.
Zeno no pudo más que ladear la cabeza confundido.
—Sí, es Zeno. ¿Qué pasa con Zeno, Hakuryuu? —le preguntó.
Kija no sabía cómo poner en palabras todas las emociones que estaban bullendo en su interior: alegría, frustración, confusión, nostalgia… Finalmente solo dijo:
—Lo he recordado, el día en el que la estrella roja descendió.
Zeno parpadeó conmocionado, pero luego esbozó una sonrisa melancólica y resignada y miró a su alrededor, claramente percatándose ahora también de las similitudes con aquella situación.
—Cierto, Zeno tendría que habérselo imaginado —admitió el rubio, soltando un leve suspiro—. Entonces, ¿hay algo que Hakuryuu quiera decirle a Zeno al respecto?
Esta vez fue Kija el que parpadeó confundido, pero pronto su expresión se tornó en una de determinación para luego decir con tono solemne:
—Solo que siento mucho haberte olvidado, hermano. Pero no volverá a pasar, lo juro.
Zeno pareció desconcertado por su declaración. Por un momento pareció como si quisiera decirle algo, pero finalmente se limitó a soltar una carcajada incrédula y asentir en conformidad.
Después de eso ya no fueron necesarias más palabras entre ellos y simplemente contemplaron el amanecer en un cómodo silencio.
Aunque en todo ese tiempo Kija nunca dejó ir la mano de Zeno.