ADVERTENCIA: Contenido explícito y súper suculento. En serio.

Disclaimer: Ni Frozen ni sus personajes me pertenecen, y sé que Mickey tampoco me los prestaría para hacer escenas tan sexys como estas, (pero igual las hago). :(


`•.¸¸.•´❉ •• Iceburns Lemmons •• ❉ `•.¸¸.•´

1

Sumisión


De pie en la espaciosa habitación de la suite, Elsa tembló de anticipación. La misma reacción que se apoderaba de su joven cuerpo, en anticipación a los deseos de su acompañante. Él siempre reservaba el mismo piso en aquel hotel de lujo para sus encuentros nocturnos; el lugar era confortable y el staff discreto. Escándalos, eran lo que menos necesitaba una señorita en su posición, pero no podía evitarlo. El solo hecho de saberse a merced suya, en ese silencioso dormitorio, hacía que una descarga eléctrica recorriera su espina dorsal y que su intimidad se humedeciera precipitadamente.

Le hacía sentirse viva.

Cuando le ordenó desprenderse de la gabardina que cubría su delicada silueta, sus manos acudieron a desatar el nudo que mantenía la prenda en su lugar; intentando no revelar el ansia que se la comía por dentro.

El abrigo cayó al suelo. Las pupilas esmeraldas de su anfitrión recorrieron cada centímetro de su figura expuesta, enfundada en un par de diminutas bragas de encaje negro y un bustier a juego, que dejaba ver su abdomen plano y su pequeño ombligo. Los ojos del pelirrojo se desplazaron por la blanca piel de porcelana como los de un lobo hambriento, deteniéndose en sus pechos, su oculta femineidad y las esculpidas piernas, hasta ir a parar a sus coquetos pies calzados con tacones de aguja.

Elsa creyó percibir un sonido gutural que salía de su garganta.

—De rodillas —la orden fue brusca y escueta, y ella sintió otro cosquilleo en su entrepierna.

Lo obedeció y una vez que estuvo en el suelo, sintió como él se posicionaba detrás de sí. Escuchó el familiar sonido metálico de las esposas y tragó saliva. No tuvo que oírlo dos veces cuando le demandó colocar sus manos a la espalda. Ya conocía el procedimiento.

Dos aros fríos rodearon sus muñecas y en un segundo, estas quedaron aseguradas, mientras Hans volvía a colocarse frente a su rostro.

Su mirada cerúlea inmediatamente se posó en el bulto palpitante que los pantalones de su traje sastre de diseñador no podían ocultar. Estaba grande e hinchado. Y todo a causa de ella.

—Veinte minutos tarde, Elsa. Estuve esperándote veinte minutos —le espetó con frialdad—. Sabes que odio la impuntualidad.

—Lo sé.

—¿Qué has dicho?

Elsa apretó los labios, esforzando por despegar su mirada de la polla del pelirrojo.

—Lo lamento, amo —respondió, dócilmente.

No era su culpa que la reunión de esa tarde se hubiera prolongado más de la cuenta. Odiaba esas juntas. Ser la CEO de una importante compañía de comunicaciones tenía sus desventajas.

—Ya lo creo que lo lamentarás —Hans habló amenazantemente, y la rubia no pudo evitar el espasmo de deliciosa ansiedad que volvió a recorrerla—, he preparado un castigo del que nunca te vas a olvidar. Pero primero, merezco una compensación —se desabrochó el cinturón y los pantalones, y las preciosas pupilas de hielo de Elsa volvieron a clavarse en el zipper que descendía como el preámbulo de una lenta tortura—, ¡abre la boca!

Los labios pintados de carmín se despegaron, sumisamente. Elsa no podía apartar la vista del miembro pulsante y erecto de su captor. La rosada cabeza se erguía ante ella de manera tentadora y una vez más, sintió su ropa interior humedecerse. No podía esperar a tenerlo dentro de sí…

—Ya sabes que hacer —desde su altura, Hans la miró con expresión arrogante y expectativa—, compláceme.

Elsa reprimió la maliciosa sonrisa que quería formarse en su boca y se inclinó hacia la masculinidad de su dueño. Primero, rozando la punta con los labios, de forma delicada y después, dejando que su lengua lo acariciara y se deslizara por toda su longitud, con movimientos suaves y expertos.

Un jadeo entrecortado salió del pecho del bermejo y pudo constatar con orgullo, que iba por buen camino. Como adoraba brindarle placer.

Permaneció unos segundos más en esa posición, prodigándole largas caricias con su lengua y entonces aferró su cúspide con los labios, provocando una ligera succión que hizo que Hans apretara los dientes. Nada le calentaba más la sangre que poder observarla de aquella manera.

Un inocente rubor cubría las mejillas pálidas de Elsa, haciendo más notorias las pequeñas pecas en sus pómulos. Su melena caía salvaje por sus hombros, en ligeras y sensuales ondas. Sus labios lo saboreaban sin retraimiento y su lengua se encargaba de seguir estimulándolo, moviéndose en círculos de un modo delicioso alrededor de su hombría. Tal y como estaba arrodillada, podía disfrutar de la maravillosa visión de sus senos, firmes y más apetitosos que nunca en ese tenso bustier que le sentaba de maravilla.

Tuvo que hacer un esfuerzo para no correrse, cuando una punzada de placer lo asaltó.

Excitado, enredó una mano entre los cabellos de su sumisa y tiró de su cabeza hacia atrás, no lo bastante fuerte como para causarle daño, pero sí consiguiendo que ella liberara un quejido de sorpresa.

—¿Qué te he dicho acerca de quejarte? —inquirió, fulminándola con su mirada de jade.

—Disculpe, amo —Elsa bajó la mirada.

—Sabes que no puedes hablar ni hacer ningún sonido, a menos que yo te lo demande —habló Hans—, ¡no me hagas hacerte callar!

El corazón de la muchacha dio un vuelco, sintiéndose ella más viva que nunca. Nadie más que él sabía como ponerla en su lugar. En la compañía, todos le hablaban con respeto y temeridad, cuando no estaban tratando de quedar bien con su persona. Era conocida como la fría reina de hielo de la corporación Arendelle, una mujer con quien más valía no meterse, a pesar de su juventud. Y lo odiaba. Odiaba todas esas sonrisas hipócritas y la falta de carácter de sus empleados. Odiaba la complacencia y el saberse temida por los motivos más absurdos. Estaba acostumbrada a mandar y obtener lo que quisiera apenas chasqueara los dedos, pero eso, no tenía nada de emocionante.

En cambio aquí, en las manos posesivas de su amo, las cosas daban un giro completamente radical. ¡Qué delicioso era dejar que alguien más tomara el control! Cuan satisfactorio era estar cara a cara con alguien capaz de domarla, de hacerla arder en deseo.

Estaba comportándose como una mujerzuela, pero ¿qué más daba? Eso la hacía feliz. Era retorcidamente feliz.

Hans cerró el puño alrededor de su pelo y la obligó a inclinar la cabeza nuevamente, haciéndola engullir su virilidad. Trabajo complicado, debido al tamaño que había adquirido. Estaba maravillosamente dotado y el bastardo lo sabía muy bien.

—Chupa —ordenó él, sujetando su cabeza para marcarle el ritmo.

Sentir la boca de Elsa alrededor de su polla siempre lo llevaba al límite, pero aún tenía planeado prolongar la diversión esa noche. Después de todo, hacía semanas que no había tenido oportunidad de castigarla como se merecía.

Sí, habían tenido un par de polvos rápidos en los baños de la empresa y algo de acción por debajo de la mesa en la junta del otro día con Isles Corp. Pero no era suficiente.

Como se iba a desquitar.

La succión en su miembro aumento de velocidad y sintió una convulsión celestial que lo estremecía. Hans gritó, sin molestarse por acallar sus gemidos de placer. Se corrió casi al instante, mientras su pequeño juguete se encargaba de eliminar todo rastro de aquel juego previo.

—Dios… te lo tragaste todo… —musitó con la respiración agitada y cierto tono de satisfacción en su voz—. Eres una zorrita sucia, ¿eh?

Elsa terminó de relamerse los labios, curvándolos en una sonrisa perversa.

—Estoy contenta de poder servir a mi amo como se merece —ronroneó.

—Sabes que eso no te va a librar del castigo que te buscaste, ¿no? —el hombre la tomó del brazo para ayudarla a ponerse de pie— Te quiero en la cama, ¡de inmediato!

La muchacha acató su indicación, contoneando ligeramente las caderas al dirigirse al colchón. Sabía bien cuanto lo enloquecía con ese movimiento.

—¡Boca abajo! —ladró Hans, al ver como se posicionaba en el centro de la cama matrimonial con las piernas abiertas y observándolo en silencio.

Estaba claramente, provocándolo y tentando a su suerte, cuando sabía bien que no podía pasarse de lista. Le iba a dar una buena lección de la que no se olvidaría jamás.

Elsa rodó sobre su cuerpo, tan rápido como sus manos esposadas se lo permitieron, en ardiente anticipación. Su trasero, perfectamente redondo y firme quedó a la vista de su amante, semi expuesto en aquellas exquisitas bragas de encaje.

Hans se mordió el labio inferior con fuerza, preguntándose en donde conseguiría toda esa maldita lencería fina que lo volvía loco. La mayoría de sus pantaletas terminaban destrozadas por la fuerza con la que él se las arrancaba o bien, en un rincón oscuro de sus bolsillos, cada vez que se las quitaba para follarla en lugares peligrosos, como un ascensor o el baño de invitados de la casa de su hermano.

Su miembro comenzaba a despertarse de nuevo.

Lentamente fue hasta una de las mesitas de noche que bordeaban la cama y abrió un cajón, del que sacó un par de cuerdas. Tensó un cabo entre sus manos, sin apartar la mirada de su prisionera y fue hasta los pies del colchón.

Ahí, tomó un delgado tobillo y lo aseguró a la pata de la cama con una cuerda, cerciorándose de que estuviera bien atado. Luego, repitió la misma operación con la pierna restante, quedando ambas extendidas y su centro, a disposición suya. Su cautiva no se podría mover en un largo rato. Iba a usar su cuerpo como y cuando quisiera.

El sonido de la fusta provocó que Elsa se mojara, aún más si era posible.

—¿Te gusta provocarme, no? —Hans recorrió la espalda de la joven con la punta de la vara, enviando escalofríos por su columna vertebral— Has estado tratando de hacerte la astuta conmigo, ¿crees que soy estúpido?

—No, amo.

—¡Mentirosa! —replicó él— Sé bien cuales son tus intenciones, conozco a las de tu clase. Paseándote todo el tiempo con esas faldas ajustadas y esos zapatos para provocarme; para que los demás te vean.

¡PLAF!

Elsa liberó un gemido, más de sorpresa que de dolor, cuando la fusta fue descargada contra su nalga izquierda. No lo había visto venir.

¡PLAF!

—¡Silencio! —Hans la miró con rigor— ¡No te permito quejarte! Vas a hablar solo cuando yo te lo ordene, ¿quedó claro? ¿O tengo que repetírtelo?

—Sí, amo —musitó ella con voz débil.

Sentía un ligero ardor en las zonas donde acababa de azotarla, pero también un delicioso cosquilleo que surgía de nuevo en su intimidad. Le encantaba que fuera severo con ella, solo quería que usara esa vara como se debía de una vez por todas y la atravesara con su hombría, que volvía a erguirse desafiante; ya libre de los pantalones y la ropa interior por completo.

—Niña mala —Hans sonrió con suficiencia al ver hacia donde se dirigían sus ojos—, mirándome como si fuera a pasar por alto esa conducta descarada. Tendré que asegurarme de enfocar tu atención.

Sus manos fueron directo a desanudar la corbata negra que aun pendía de su cuello, y que terminó vendando los ojos de la blonda con fuerza. Elsa lo lamentó. La inmensa masculinidad de su apresador era un verdadero regalo para la vista, del que no quería perderse ningún detalle.

Ahora todo estaba oscuro pero podía escuchar el golpeteo de la fusta al ser apoyada rítmicamente contra la palma abierta del pelirrojo.

—Sabes que no me gusta que los demás te vean, Elsa. Puedes darles una idea equivocada —el colchón se hundió bajo el peso de Hans, que ahora se posicionaba a su lado para hablarle al oído—. Tú eres solamente mía.

La joven suspiró ahogadamente, cuando una mano masculina se coló en sus bragas para acariciarla, buscando su punto más sensible.

—Me perteneces a mí —prosiguió el cobrizo con engreimiento—, eres mi posesión, mi juguete. ¿Sabes cómo me siento cuando otros te miran?

El sudor perlaba la frente de Elsa, quien hacía todo lo posible para mantenerse en silencio. Un dedo más se unió al índice y el corazón que ya hurgaban en su interior, amenazando con hacerla perder la cordura.

—Se siente mal, Elsa —le espetó el joven encima de ella—, se siente terrible, saber que otros observan lo que es tuyo y no poder hacer nada al respecto. Saber que se imaginan cosas…

—Ugh… ngh… —Elsa emitió unos sonidos imperceptibles cuando aquella mano experta incrementó la velocidad del masaje sobre su clítoris. Sus pezones se erizaron ante la fricción.

—No merezco tanta desconsideración por tu parte —Hans retiró la mano de su intimidad justo cuando estaba por llegar al clímax—, por eso debo castigarte.

Desesperada, Elsa se contuvo de lanzar un gemido de frustración. Quería decirle que no se alejara, suplicarle que la dejara terminar. Pero así no era como funcionaban las cosas. La fusta se descargó nuevamente sobre su piel nívea, marcando su espalda, sus muslos y nalgas, y enviándole oleadas de delicioso dolor.

Ella hundió la cara contra al colchón para no chillar.

—¡Suplícame, Elsa! —le ordenó él, volviendo a darle un azote— ¡Quiero oírte gritar!

La muchacha vociferó con cierto alivio, gimiendo cada vez que la vara tocaba su piel. Hans decidió que había tenido suficiente de aquello y abandonó el látigo a un lado. Se desprendió de la camisa exponiendo su abdomen tonificado y fue a colocarse encima de su sumisa, que aun temblaba por el correctivo.

—No sabes cuantas ganas tenía de tenerte de esta forma —sus dedos comenzaron a desabrochar el bustier sin tirantes, dejando ver la espalda delicada de alabastro en su prisionera—, ha sido una larga semana… —la prenda quedó olvidada en el suelo, liberando los senos endurecidos.

Elsa chilló cuando ambos se vieron apresados por esas manos grandes y cálidas. Las palmas del bermejo eran ligeramente ásperas, sabían bien como tocarla para hacerla suspirar.

—Imaginando la manera en la que iba a castigarte… —Hans besó sus hombros y su nuca, dejando un rastro húmedo. Su mano derecha masajeaba el pecho correspondiente mientras la otra hacía girar un pezón entre el pulgar y el índice, torturándola—, ¿pensabas en eso tú también, Elsa? ¿Ansiabas que te tocara?

Le mordió el hombro y ella hizo un sonido gutural.

—Sí.

Los dedos que estimulaban su pezón aplicaron un poco más fuerza, haciéndola chillar.

—Sí, amo —corrigió.

—¿Cuándo aprenderás? —murmuró Hans, besándole el cuello y lamiendo el lóbulo de su oreja— Joder, me tienes tan duro en este momento. Tú y estas malditas bragas de encaje —su polla se frotó contra el mencionado material de su prenda íntima—, eres una pequeña zorrita, ¿lo sabías? Vistiéndote de esta manera solo para que te folle en cualquier lugar…

Era cierto. Todo era cierto, pensó Elsa, mientras se deleitaba con el modo en que sus pechos eran estimulados por el tacto masculino. Siempre que buscaba ropa interior, solo podía pensar en esos ojos verdes desvistiéndola y tomándola en los sitios más inesperados. Únicamente Hans era capaz de provocarle tal expectativa. Amaba que la hiciera suya a todas horas y como él quisiera.

Sus senos fueron apretados de nuevo por esas manos expertas.

—El tamaño ideal —musitó el pelirrojo, disfrutando de la manera en que los pechos blancos y delicados de Elsa, parecían encajar con sus palmas.

—Por favor… —la escuchó suplicar, sabiendo que estaba llegando al límite.

—¿Por favor, qué?

—Por favor… amo… no aguanto más… ¡lo necesito!

—No me apetece —espetó él, sonriendo de forma maligna—. Eres mi esclava. Yo decidiré cuando estés lista para follarte.

Elsa gimió con deleite y frustración.

—Ya sabes lo que quiero escuchar —dijo Hans perversamente—. Dilo, Elsa.

La joven murmuró algo y él desvío una mano para acariciarla sobre las bragas.

—¡No te he escuchado!

—Soy tuya.

Hans sonrió con satisfacción.

—Soy tuya.

—Así es —la mano restante abandonó su pecho para apretar ligeramente su bien formado trasero—. Mi propiedad. Mía.

Finalmente, retiró las braguitas tanto como le fue posible, debido a la apertura obligada de sus piernas y el modo en que estaba inmovilizada. No era inconveniente. Se adentró en ella de una sola estocada, haciéndola gritar y hundiéndose en su silueta placenteramente. La sujetó de las caderas y agresivamente, movió rítmicamente su pelvis, disfrutando del vaivén de sus cuerpos.

Elsa era tan cálida y estrecha, tan hermosa y sensual. Todo en ella era perfecto.

La escuchó decir su nombre y como el de ella abandonaba sus labios, mientras aceleraba sus estocadas. La rubia gritó al llegar al clímax y Hans le siguió poco después, liberando su esencia abundante entre las piernas de su cautiva.

Se dejó caer, exhausto, sobre la figura de Elsa, lánguida como una pluma. La habitación se llenó entonces con el sonido de sus respiraciones entrecortadas.

Permanecieron por unos minutos en silencio, recuperándose de esa sensación de tocar el cielo y bajar de nuevo a la tierra en un solo instante. Hans salió de ella lentamente, sintiendo la humedad que bajaba entre sus muslos. Retiró la improvisada venda de los ojos de su compañera, ya inmóvil sin necesidad de sus amarras.

Se había quedado dormida tras el impacto de su momento íntimo. Solía suceder cuando lo hacían con demasiada fuerza, como culparla.

Sus rojos labios permanecían entreabiertos, su cabello desperdigado en las sábanas.

Cuidadosamente, removió las esposas y las cuerdas de sus tobillos, acomodándola en el centro de la cama. Terminó de quitarle las bragas y extrajo un tubo con crema hidratante del cajón más próximo. Disfrutaba bastante de esas sesiones de sexo duro con su sumisa, pero a veces temía pasarse al usar la fusta.

Elsa tenía una piel sumamente delicada, de la que amaba cuidar luego de cada sesión. El enrojecimiento de las marcas de la vara y los arañazos que le prodigaba no parecía incomodarle, (por el contrario, ella siempre las miraba con un orgullo malicioso y perturbador), pero Hans no podía evitar sentirse un poco culpable al mirarlos. Lo menos que podía hacer era ocuparse de ella como se merecía.

La blonda emitió un suspiro de alivio en sueños, al sentir el ungüento sobre su cuerpo. Eso debería bastar para permitirle recuperarse el resto de la noche.

Hans terminó de curarla y se tendió a su lado, rodeándola con un brazo y apoyando la nariz contra su nuca. No había nada como el aroma del champú de su pelo y su sudor combinados, para permitirle caer en un sueño tan profundo como el de ella.

La próxima vez, pensó antes de abandonarse a la inconsciencia, tendría que pensar en un modo más original de castigarla.


Nota de autor:

La tía Frozen ha vuelto, bitches. e.e Y viene con momentos sensuales para todos.

Pues total que como el fandom ha muerto hace tiempo pero como que quiere resucitar y todo eso, pues pensé en hacerle caso a mi pervertida imaginación y darles un poco de smut con nuestros bebés. Siempre quise leer un OS donde Hans fuera un amo dominador y hardcore que se aproveche de Copo de Nieve. e.e ¡Le queda perfecto con su personalidad!

Pero vayamos a lo importante, ¿qué onda con esta sección? Pues aquí estaré subiendo oneshots con lemmon, tan explícitos como sea capaz de hacer, así que ya saben a lo que se atienen. No prometo actualizar seguido, porque ya me conocen. No quiero meterme en problemas. xD Como siempre, las sugerencias son bien aceptadas, pero ahora sí, tampoco prometo escribirlas todas. Todo dependerá de mi imaginación y mi tiempo. Si una idea me gusta y sale algo, genial. Si no, no se desanimen, quizá puedan volverla realidad ustedes, jojojo. :3 Aún así, todas son bienvenidas a opinar.

Tengo un par de ideas más para ir subiendo por aquí, así que sí todavía queda alguien con sed de Helsa en estos lares, espérenlas. ;)

¡Nos leemos, no sé si pronto, pero sí luego! :D

PD. He estado pensando seriamente en eliminar algunos fics inconclusos que ya no voy a terminar, (falta de inspiración); no sé si lo haga pero por si acaso, tienen tiempo de ir descargándolos para no perder esas escenas que les gustaron. xD