N/A: Un reto de la página "Por los que leemos fanfics de dragón ball". Inspirado en la imagen del segundo reto de #LosRetosDeRoshi y el arte de Kuri Cousin. AVISO: este capítulo contiene lemon.


Imagen #083


Primera vez


Desde hace meses, la joven multimillonaria comenzaba a sospechar de su novio.

Después de que ella le contara que alguna vez tuvo un sueño donde besaba a otro hombre, y ese otro hombre ahora estaba viviendo con ellos en la misma casa, su novio, Yamcha, se mostró ofendido y algo distante.

Le tomó unos cuantos días volver a hablarle, porque al parecer el hombre de la relación ahora era ella, Bulma. Porque era ella la que se tomaba las cosas con madurez, ella y su padre dirigían esa enorme empresa que tenía distintas sucursales repartidas por toda la tierra. Era ella quien muchas veces le dijo: no puedes ponerte así solo por un sueño que nunca se hará realidad.

¿Y por qué ella estaba tan segura de que no se haría realidad? El hombre que la besaba en su sueño era demasiado recio, serio, orgulloso y mostraba una apatía que nadie vio jamás en una persona corriente. De todas formas, ese hombre no era terrícola y no vivió una vida tan tranquila como los habitantes de la Tierra.

Vegeta, ese saiyajin llegado del espacio y las estrellas, jamás demostró una pizca de afecto por algo o alguien. Solamente se interesaba en los entrenamientos, en su afamada cámara de gravedad, se preocupaba cuando sus robots eran dañados y solo salía por algo infaltable: la comida y el descanso.

¿Por qué Yamcha tenía que comportarse de esa forma tan estúpida ante un sueño imposible? Tal vez porque Vegeta era cien veces mejor que él en todo: demostraba ser maduro en las cosas que hacía, lo que quería lo obtenía, si algo le molestaba lo decía sin pelos en la lengua, y además era extremadamente atractivo, hasta con ese misterio suyo.

—¿Con quién piensas encontrarte hoy? —dijo ella desde el umbral arqueado que unía el comedor con el living. Estaba fumando un cigarro, y su mirada era ruda y poco pasible a espaldas de él.

Yamcha se veía apresurado. Casi nunca, de hecho, jamás salió de la Corporación Capsula —su casi hogar—, a no ser que fuera para acompañar a Bulma en una de sus tantas visitas a algún centro comercial o en sus viajes de negocios.

En esta ocasión estaba bien vestido, llevaba puesto el mejor perfume que Bulma le regaló, usaba el cabello perfectamente peinado hacia arriba y los zapatos bien lustrados. No sabía disimular por más que lo intentaba, y a Bulma no se le escapaba ningún movimiento.

La científica lo sabía todo y, a pesar de ello, lo dejaba vivir bajo su techo como el miserable que era. Además, a donde sea que iba ya no le importaba; el amor que alguna vez sintió por él se estaba esfumando y Yamcha no tenía idea de ello.

Creía tener a Bulma bajo sus pies, mientras podía hacer lo que quería con alguna nueva amiga que conocía en los gimnasios. Desde hace tiempo el juego le había parecido divertido y placentero, pero no sabía que alguien más estaba jugando también.

—Estaré en un bar—afirmó acomodando las mangas largas de su camisa, las dobló hasta los codos y favoreció su imagen—. Tan solo iré con unos nuevos amigos a pasar el día.

—Amigas —masculló ella, luego se metió el cigarro en la boca, le dio una calada y soltó el humo violentamente. Parecía un toro enojado, exhalando el humo de su fuego interno.

—Vendré en la noche. No me esperes despierta.

—Jamás —volvió a susurrar. Todo lo que se tragaba podía decirlo con mucho coraje en frente de él y a gritos, pero no quería molestarse en ello, y menos cuando no valía la pena.

De repente Bulma sonrió, se deshizo del cigallo a medio terminar dentro de un cenicero y se acercó al hombre coquetamente, solo para aparentar que todo estaba bien y que ella no sabía nada.

—Te amo —dijo antes de besarlo con asco por dentro. Si él creía que ella estaba a sus pies, entonces la ganadora del trofeo de este juego se lo llevaba ella aseguradamente.

—Te amo —contestó y la abrazó por la cintura, correspondiendo al fugaz beso que solo unió sus labios por cortos segundos—. Puedo traerte algo de la capital, ¿quieres?

—Sí. Me gustaría que traigas el vino más fuerte de la mejor vinatería. Se me antoja mucho.

—Como gustes. Será un regalo por nuestro aniversario, mañana. Y me aseguraré de dártelo esta madrugada.

¿Tenía que mencionarlo? Si lo decía ya no era un regalo, y menos si ella lo elegía.

«Qué extraño que te acuerdes de nuestro aniversario, idiota» le hubiera gustado decir, pero otra vez, ese deseo de no malgastar aire y saliva en tonterías, le evitó hablar y solo respondió con una risita fingida.

Él finalmente se fue por el otro arco, del lado contrario al que Bulma estaba parada hace unos segundos. Se alejó por un pasillo y desapareció de la vista de Bulma en un instante.

La joven por fin respiró con todo el fastidio del mundo, ni sus ojos ni su rostro completo eran capaces de manifestar cuán furiosa estaba. Pero ¿para qué? ¿De qué le servía atrofiar sus nervios en alguien que simplemente no tenía rescate de este poso en el que cayó? Qué estúpido, que desafortunado. No se estaba dando cuenta de la mujer que perdía.

—Jamás encontrará a una mujer tan atractiva, hermosa e inteligente como yo —dijo al aire, cruzándose de brazos y piernas una vez sentada en el largo sofá. Sonreía y hablaba con tanta seguridad que ni Kamisama iba a ser capaz de contradecirla y ganar la discusión.

—¿Quién? —escuchó una risa proveniente del comedor, donde alguien corría una silla y se sentaba a la mesa.

—¿Quién crees? —habló ella más relajada, pero sin deshacerse de esa soltura y seguridad que la caracterizaban.

—Que insecto.

A pesar de haberlo dicho con la boca llena de comida, Bulma pudo escucharlo con gran claridad y le dio impresión. ¿Cómo era posible que él, un príncipe guerrero tan orgulloso, reconociera lo bajo que Yamcha cayó? ¿Acaso trataba de aprovecharse?

—Supongo que ahora seré una solterona —cerró los ojos y se recargó más relajada en el sofá.

—Sí —respondió. Todavía era sorprendente cómo le seguía la corriente. Jamás lo había hecho, pero este hombre era una caja de sorpresas.

—Espero que no quieras aprovecharte.

—¿Yo? Por favor. ¿Por quién me tomas? —rio—. No podría estar con una mujer que sigue dándole tanta importancia a una escoria.

—¿Cómo dices? —susurró más para ella que para él. Otro comentario inesperado. ¿Qué le estaba pasando? ¿Y qué le pasaba a él? ¿En serio era Vegeta o alguien disfrazado?

¿Cabía la posibilidad de estar con él si dejaba de dar importancia al asunto? En ese momento iba a comprobarlo.

Y ella que pensaba salir con algún amigo y pedirle el favor de fingir ser su amante para sorprender a Yamcha, pero si esta prueba salía como ella esperaba, entonces el amante aparecería por sí solo, y además sería el hombre que le comenzó a gustar no hace mucho tiempo. Tal vez le gustaba desde el momento en que tuvo ese maldito sueño. Y entonces se justificaba cómo fue que un amor de años se desvaneció en unos meses.

—Disculpa, mono insolente. ¿Sabes con quién estás hablando? —indagó fingiendo estar molesta. Se levantó del sofá de brazos cruzados y caminó hasta el comedor—. Soy la gran Bulma Brief y deberías sentirte afortunado que vives en el mismo techo que yo.

—¿Por qué? ¿Te crees mucho solo por tu cerebro y todo tu dinero?

—Así es —fanfarroneó y se sentó en una silla cerca de él. A Vegeta parecía no molestarle—, porque soy inteligente y muy hermosa. Cualquier hombre quisiera salir conmigo.

—Ajá —ignoró limpiándose la boca con una servilleta. No se había comido ni la mitad de lo que se trajo de la nevera a la mesa.

—¿Qué no vas a decir nada? Simio sin cerebro.

—No me hables de esa manera. Repítelo y veras.

Él se levantó de la silla con tranquilidad y ella lo siguió. Vegeta caminó por el pasillo que llevaba del comedor a la habitación que le había sido otorgada y ella continuó siguiéndolo.

Algo los hacía iguales: ese afán por conseguir lo que querían.

—Simio idiota y descerebrado —le dijo altanera, pero su voz sonó más suave de lo acostumbrado.

A él le agradó de repente, su sonrisa lo decía todo. Necesitaba una excusa y ésta era la perfecta.

Desde hace tiempo, después de llegar a esta casa, la humana le pareció atractiva, agresiva, segura, madura e inteligente: cualidades que le encantaban de una mujer. Jamás imaginó encontrar a una fémina con tantas particularidades como las que él exigía de una, y menos con todas las barbaridades que cometió en su vida. Creyó que su condena por tantos pecados sería vivir en soledad, sin nadie a su lado y, aunque ese era su problema más pequeño, no podía desaprovechar una oportunidad como ésta. No importaba si la mujer era terrícola, de todas formas, la deseaba.

Que estúpido el insecto por desaprovechar.

—Ya verás —dijo él después de quedársela mirando unos largos segundos cínicamente. En algún momento la vio temblar por su dureza y eso lo excitó todavía más.

Caminó hacia ella a paso decisivo, Bulma no hizo nada y dejó que la cogiera de las muñecas y arrastrara hasta la pared. Él subió ambas manos de la mujer por encima de su cabello afro y azul y, sin pensarlo ni decir nada, la besó furioso; de forma salvaje y desesperada. Y ella le correspondió de la misma manera furiosa y agresiva que tanto le encantaba.

Olvidó sus muñecas y llevó sus rasposas manos ásperas hasta los carnosos muslos de Bulma. A comparación de él, la piel de la mujer era tan suave y terciopelada. Le daba miedo lastimarla, romperla, pasarse de fuerza y que al final la terminara matando, pero no bajó la intensidad de sus besos, únicamente porque ella se lo pedía.

Acomodó ambas piernas en su cintura, ayudado de un saltito que ella dio para encajar y cumplir con lo que él quería. Ese día debía satisfacerlo y él a ella, porque había tanto fuego que apagar que no tenían idea de cuánto tiempo les tomaría apagarlo.

Tal vez toda la vida.

Bulma sintió el miembro duro del saiyajin entre sus piernas. Vegeta movía sugestivamente la cadera, dando como resultado roces excitantes que la humedecían y dilataba aun encima de la ropa. Lo deseaba dentro suyo, que la tomara, y sería solo suya y de nadie más. Quería escucharlo gimiendo de placer, quería saber que ella era suficiente para satisfacerlo, que ella lo incitaba a tener sexo y que no era por otra cosa más que deseo, amor y pasión. Porque él podía aparentar muchas cosas malas, pero conocía algo dentro suyo y ese algo desprendía los sentimientos más puros y sinceros. Eso era lo que ella quería poseer, y la única forma que tenía de conseguirlo era consumando el amor que se tenían. Entonces su amor le pertenecería, y el de ella a él.

Vegeta continuó moviéndose, llevó sus manos al trasero de ella y lo apretó con cuidado, disfrutando de su suavidad. Deleitó sus oídos con ese gemido que escapó de ella y quiso más. La aferró a su cuerpo y estiró sus dedos lo más que pudo hasta alcanzar su zona más sensible. Dibujó círculos alrededor de su abertura mojada e introdujo dos dedos lentamente, levantando más su falda y destruyendo las bragas que le estorbaban. Los sacó y metió muchas veces, las que fueron necesarias para mojar sus dedos por completo. Los retiró finalmente y llevó hasta su boca, lamiéndolos de manera sugerente.

Ella en ningún momento se retuvo y gimió siempre que sus pulmones se lo permitieron. Le pareció sexy ver como el hombre se lamía los dedos y saboreaba sus fluidos. Se sintió afortunada de ver esa cara lujuriosa de él, con los ojos entreabiertos, agitado y la boca semi-abierta en busca de aire. La satisfacía saber que lo dejaba sin oxígeno y que, por su semblante, buscaría más, escarbaría profundo y ambos obtendrían lo que tanto desearon todo este tiempo.

Sin esfuerzo la cargó, aún con las piernas alrededor de su cintura, la llevó hasta la habitación que ella compartía con Yamcha y la recargó nuevamente sobre la pared. Tenía que marcarla, tenía que hacerla suya, debía exigir su lugar como el macho alfa que era y reclamar a la que estaría junto a él el resto de su vida. Así que abandonó sus irresistibles labios y pasó a besar su cuello. Al principio fue suave, pero después succionó haciéndola doler por lo que indicaban sus gemidos más fuertes y desesperados. Finalmente la mordió y no se soltó de ella. Era como un león mordiendo a su presa por el cuello hasta matarla, pero él no quería llegar a ese extremo, sino dejarle una huella eternamente.

Cuando se alejó milímetros de ella observó el cuello, justo donde había estado mordiendo y vio lo que hizo: estaba sangrando, casi le había arrancado un pedazo de piel en el proceso, pero la marca permanecería, sería una cicatriz que llevaría el resto de su vida y no había vuelta atrás. Se relamió sintiendo el sabor amargo de la sangre que quedó en su boca y volvió a besar su cuello delicadamente, pasó a la clavícula y también mordió sin dejar una marca esta vez. Solo quería escucharla gemir de dolor y placer, mientras la estimulaba, metía y sacaba sus dedos repetidas veces.

Tenía que recibirlo, sentir lo que era estar en la cama con un verdadero hombre, por lo que comenzó a desvestirlo y él se dejó. Primero le quitó la holgada camiseta azul oscura y la arrojó en el suelo muy cerca de la cama matrimonial, luego pasó a desajustar el cordón del pantalón deportivo que traía puesto y lo deslizó lentamente. También se dejó llevar.

Él no se quedó atrás y deslizó el cierre de la espalda de ese vestido veraniego. Deslizó los sujetadores del mismo por sus hombros y la prenda cayó al suelo sin cuidado. Volvió a llevar las manos a la espalda de Bulma y desabrochó los ganchos del sostén blanco, también deslizó los sujetadores y finalmente cayó como el vestido. Ya con sus pechos a la vista volvió a besar por la clavícula, llegó al centro de su pecho y masajeó sus senos mientras lamía entre ellos.

Pasó la legua por cada rincón de sus bustos, hasta por encima del pezón, y a ella la excitaba más. Bulma no podía imaginarse que existiera tanto placer en la tierra, y no, no era placer terrestre, era exportado de otro planeta lejano, de gran calidad. Vaya fortuna que tenía. Lo sujetó del cabello y lo retuvo en su pecho para que continuara lamiendo y chupando.

Él no opuso resistencia y volvió a acomodar las piernas con más firmeza a su cintura. Se había estado quitando el bóxer con mucho sigilo, usando la mano desocupada antes de jugar con esos voluptuosos pechos. Su miembro estaba erecto y quería disfrutar de la sensación de envestirla y escucharla gemir mucho más.

La avaricia era grande y necesitaba más de lo que buscaba y había.

—Te amo —susurró ella, presintiendo que ya era momento de que se unieran sus cuerpos. Estaba nerviosa, tensa. Jamás había disfrutado tanto, ni siquiera se había metido con Yamcha a pesar de tantos años que estuvo con él. Se sentía mal ahora por ese miserable y cómo le pagaba con la misma moneda, pero nunca se arrepentiría, y si era la primera vez que pasaba por esto, quería que fuese con un hombre que valiera la pena.

—Te amo —le contestó de forma casi forzada. Le costaba decirlo, pero era sincero. No iba a soltar palabras como esas así nada más. Si lo hacía debía ser verdad, porque su palabra era más grande que su orgullo, y cuando él afirmaba o confesaba algo todos debían creerle, porque cada palabra era cierta.

Bulma sintió el glande rozar su intimidad, buscando el momento justo para entrar en ella. Se movió un rato acariciando todo debajo, hasta que de repente se introdujo sin avisar. Entonces abrió los ojos de forma exaltada por unos segundos, lo miró a él fijamente, a esos azabaches profundos y atrapantes, mientras él le brindaba calor y le pedía con la mirada y caricias que se relajara, que prometía ser cuidadoso con ella.

Volvió a moverse después de que solo la punta estaba adentro, se profundizó más, entró lentamente entre pequeñas y suaves envestidas. Sentía con placer lo estrecho que era, no pudo disimular y se mordió el labio inferior, a la vez que dejaba escapar un suspiro y entrecerraba más sus ojos.

Llegó al límite y fue con más fuerza. Le regocijaba saber que todavía era pura y él se llevaría el premio gordo. Tenía trabajo, uno muy delicado y así lo tomó. La penetró un poco más fuerte, y después otro poco más. Sintió de golpe que entraba completamente y dedujo que su trabajo había acabado; ella se había convertido en mujer gracias a él y ahora tocaba disfrutar. Y no solo él, ella también tenía que disfrutarlo como jamás en su vida lo hizo.

La cargó aún dentro de ella y la recostó en la cama, se quedó encima y se arrodilló frente suyo, sujetando las piernas. Las envestidas comenzaron, las primeras lentas y suaves, que poco a poco se hacían más vehementes y salvajes.

Ella también movió sus caderas, gemía sintiendo el vaivén entre sus piernas y dentro suyo. Esa satisfactorio el choque de su trasero con las caderas del saiyajin, mientras sus pechos revotaban y él los continuaba masajeando.

Vegeta otra vez se acercó a ella para besarla y cayó como presa entre los brazos de Bulma. Lo estaba abrazando con fuerza, así que se sentó en la cama y con la mujer encima continuó moviendo su cuerpo al compás de ella.

En poco tiempo comenzaron a sudar. Los gemidos de Bulma y los jadeos de Vegeta ahogaban el silencio de la habitación. Las cortinas oscuras le daban un mejor ambiente, atenuaban los rayos del sol de mediodía, mientras que el perfume de la cama funcionó como afrodisiaco.

Ese día ni ella trabajaría en el taller, ni él entrenaría en la cámara.

Querían sentir sus cuerpos, destruir el rencor que alguna vez se tuvieron, llenar el vacío que ambos tenían en el alma con el amor del otro. Querían permanecer junto el resto de sus vidas y este encuentro solo era el comienzo.

—Ya deja esa porquería —declamó engorroso el príncipe cuando el humo del cigarrillo entró a sus pulmones. Se había estado aguantando no decirle nada desde que lo encendió después de acabar con el sexo, pero que se metiera en sus pulmones no le hacía gracia.

—Necesito relajarme —rechistó ella, dando la última calada, lo arrugó dentro de un cenicero de cristal en la mesita de noche, soltó el humo y se dejó caer hacia atrás, sobre el brazo de él y la almohada—. Quiero que lo hagamos otra vez.

—Qué avariciosa —suspiró. ¿Avariciosa? ¿Quién lo había sido desde el comienzo? Desvió la mirada por poco tiempo, luego miró al techo y cubrió los ojos con el antebrazo, disimulando que la miraba de reojo. Era sumamente atractiva, hasta con el cabello hinchado y desordenado.

Al final, la gran Bulma Brief podía hacer caer a cualquier hombre a sus pies, pero Vegeta no era cualquier hombre, y aun así lo atrapó.

—¿Por lo menos te gusta beber? —Bulma lo abrazó recargando la cabeza en su tonificado pecho. Se escuchaba el latido de su corazón y éste bombeaba calmado, cuando segundos atrás estaba acelerado.

—¿Lo dices por el vino de esta noche?

—¿Estuviste escuchando lo que hablábamos? —le molestaba que le respondiera su pregunta con otra, pero no mostró su enojo y solo suspiró.

—¿Cómo no escucharlos? Entre tú y ese insecto son los más ruidosos de la casa, tal vez más que la rubia loca.

—Pero ya no seremos ruidosos —aclaró ella y dibujó círculos con su índice sobre el pecho de él—. Ya no estará en esta casa, no habrá más discusiones, no quiero tener a ningún otro hombre en mi vida…

Ese comentario lo asustó de repente. Bulma lo supo cuando escuchó que lentamente el corazón de Vegeta se aceleraba. Se había olvidado de lo fundamental.

—Porque no existirá otro hombre igual que tú, Vegeta. Y no voy ser tan estúpida como para perderte.

Ante esto él no dijo nada. Frunció más el ceño. A la larga, las cosas cursis y las confesiones, siempre le parecerían ridículas, porque continuaba siendo recio, orgulloso y el príncipe saiyajin. Una mujer jamás cambiaría algo como eso, pero que la amaba… eso era cierto y hasta ahora el único cambio.

—Si me gusta beber —Vegeta cerró los ojos, aún con su antebrazo sobre la cara. No quería seguir con el tema, así que desviarse a otro era la única solución.

—Entonces esta noche beberemos de ese vino y seguiremos con esto.

—Será mejor que no te arrepientas, porque no voy a detenerme ahora ni esta noche —sonrió y por fin quitó el brazo. Se puso sobre ella y la besó cariñosamente en los labios, buscando más de lo que hicieron antes.

Su cuerpo estaba repuesto, daba para esta ronda y muchas más. Se prometió internamente pasar todo el día con la terrícola, y hasta tal vez comer juntos en algún momento. Todavía tenía hambre, pero no tanta como el apetito que tenía por ella.


Eran las once y cincuenta de la noche. Yamcha llegaba casi ebrio en un taxi a la Corporación Capsula. Estaba cansado, desalineado, apestaba a embriagantes perfumes femeninos y su cuello y pecho estaban cubiertos de besos con labial. La camisa lo tapaba un poco, pero no lo suficiente y él no se daba cuenta.

Traía en una mano el vino que Bulma le pidió, y en la otra un ramo de rosas rojas. Eran para dárselas a ella junto con el regalo, porque siempre se sentía culpable al llegar. Sin embargo, esta noche específicamente, se sentía terrible, más cuando sospechaba que Bulma ya lo sabía todo sin que nadie se lo hubiese contado.

Bajó del coche sin antes pagarle al taxista, se tambaleó un poco de camino a la entrada y cuando ya estuvo dentro reafirmó su paso con esfuerzo. Fue hasta el living, lugar donde cada noche ella estaba dormida esperándolo, pero se sorprendió cuando no la encontró en el sillón. Miró al comedor y la mesa se encontraba repleta de platos sucios, huesos y vasos con agua. Supuso que allí comió el saiyajin en la tarde, pero también había un cenicero de cristal con cigarrillos que no hace mucho se había apagado.

¿Bulma comió con ese saiyajin?

Caminó por el pasillo, del comedor a la habitación que él compartía con Bulma. La puerta estaba entreabierta, de adentro se escucharon pasos que se acercaban al pasillo. Pensó en Vegeta por un instante, pero fue Bulma quien salió vestida únicamente con una camiseta azul oscuro, holgada y de hombre.

Juraba haber visto esa camiseta en alguna parte, y fue esa misma mañana cuando se cruzó a Vegeta saliendo de la cámara.

—Bulma —fue lo único que dijo. Ella estaba desnuda por debajo de esa prenda, se dio cuenta porque se marcaban sus pezones. Con suerte la camiseta era tan larga que tapaba su trasero e intimidad.

—Yamcha, llegaste puntual —dijo cansada y adolorida. Su cabello era una locura, más de lo que ya era estado afro. Tenía una perfecta marca morada en el cuello y algunas otras color carmín en el pecho, que se veían perfectamente por el cuello en forma de pico de la prenda. No se preocupó en ocultarlas—. ¿Cómo te fue con tus amigos?

—B-Bien, pero ¿qué ocurrió contigo?

—Nada que te importe —soltó altanera y prendió el cigarro que traía en la boca—. No sabía que tus amigos usaban lápiz labial.

—¿D-De qué hablas?

—No te hagas el idiota —habló tranquila, sin arrugar el ceño. Llevó su mano hasta el cuello de la camisa que él traía puesta y rebeló las marcas de labial que manchaban la tela blanca—. Estaba esperando encontrarte así.

—¿P-Para qué?

—Nuestra relación llegó hasta aquí, Yamcha —sentenció dándole una calada al cigarro, lo tomó entre su dedo índice y mayor y dejó caer la ceniza al piso. Era increíble cuánta nicotina podría consumir—. Quiero que te vayas en cuanto amanezca, y no quiero peros.

—Pero, Bulma…

—Dijo sin peros —habló una voz masculina y ronca. El dueño salió de la oscuridad de la habitación y se quedó parado detrás de Bulma. Se trataba de Vegeta, vestido nada más con el bóxer negro, se cruzó de brazos y amenazó a Yamcha con su mirada más severa.

—Ahora márchate con alguna de tus tantas novias, que yo ya no lo soy.

—¿En serio, Bulma? —Yamcha estaba nervioso de hablar si Vegeta no le quitaba los ojos de encima. No estaba tan dolido, pero le daba impresión que justamente ese saiyajin hubiese sido elegido por ella para estar en la cama.

—Estoy hablando muy en serio. Ahora déjame lo que te pedí, tira esas rosas y lárgate de mí vista.

¿Qué más podía hacer o decir? Esto él lo provocó con su inmadurez, y ella lo terminó de la forma más astuta posible. Se había metido tanto en el juego que al final le salió el tiro por la culata. No podía hacer más de lo que ella le pidió: le extendió la botella del más caro vino, caminó por el pasillo y se llevó el ramo consigo.

Vegeta y Bulma lo observaron hasta que desapareció, se miraron el uno al otro y regresaron a la oscuridad de la habitación. Sobre la mesita de noche de Bulma había dos finas copas, las sujetó y sirvió el vino cuando Vegeta retiró el corcho sin problema. Dejó el cigarro sobre el cenicero y se olvidó de él.

—¿En tu planeta también había alcohol? —desde las once habían estado hablando después de la cuarta ronda del día.

Fue Vegeta el que había sentido el ki de Yamcha acercarse y le avisó a Bulma para que se encargara, de lo contrario lo hubiera hecho él.

—¿Hasta cuándo estarás preguntando cosas sobre mi planeta? —tomó una de las copas y sorbió del vino. Suspiró luego de que su garganta ardió y respondió resignado—: Había algunas bebidas así en Vejita, pero ninguna tan fuerte como esto.

—Es porque aquí no hay moderación. Y esto no es nada en comparación con otros licores.

—Supongo que eres la experta en la materia —añadió irónico.

—Así es, y yo voy a encargarme de que pruebes cada uno —también bebió de su copa—. ¿Ahora te gustaría hacerlo otra vez, pero diferente?

—¿Diferente?

—Embriaguémonos —ofreció y de un solo trago se tomó todo el contenido de la copa—. Te encantará.

Al principio no estuvo seguro de ello, pero si iba a ser diferente no perdía nada con intentar. Así que a modo de respuesta la imitó: levantó la copa y de un solo trago se tomó todo. Bulma volvió a servir, pero esta vez más lleno, y volvieron a hacer lo mismo.

Poco a poco el alcohol comenzó a correrles por las venas. Fue difícil llegar, pero los dos consiguieron lo que querían y, con el sabor del amargo vino en la boca, se besaron lascivamente.

Como lo habían prometido, ninguno hizo su ocio como cada día, para disfrutar de cada ronda en esa cómoda cama. Este era el mejor día para ambos, nunca habían experimentado tantas sensaciones a la vez y en un solo lugar. Ella se sentía completa con él y él con ella. El fuego de sus corazones estaba encendido y continuaba fogoso dentro de ellos. No había forma de que la llama se extinguiera, no podían saciarse, se necesitaban mucho y más.

Al final todo inició por un simple sueño irreal, que resultó más una señal que una simple añoranza. Todas sus vidas necesitarían estar juntos, porque estaban conscientes de que no podrían en contra del deseo y la pasión. Nada contrastaba el amor que se tenían. Nada les impediría satisfacerse esa noche, nada de nada, ni siquiera los efectos del alcohol y el asqueroso olor del cigarrillo.


Fin


N/A: Se me hizo picante, sí. Al principio no quise hacerlo, pero no sé cómo me inspiré y animé. Quedó ésto. Les agradezco a LunosA, Sky d y los anónimos que dejaron review. Me encantó. ¡Gracias por los ánimos y seguir leyendo! :3 ¡Nos leemos pronto!