Era una noche tranquila y silenciosa como cualquier otra, el ambiente frio hacía que sus cuerpos se sintieran más cálidos bajo las mantas. Lamentablemente sus corazones no se sentían del mismo modo.

Víctor se encontraba abrazando cómodamente a Yuuri por la cintura, escondiendo su rostro en el hueco entre su cuello y hombro, mientras éste tomaba las prendas del más alto entre sus dedos, estrujando la tela tratando de sofocar sus sollozos.

Momento antes, habían tenido un pequeño problema a causa de la inseguridad del menor. Encontrarlo desnudo de la parte superior frente al espejo, mientras rasguñaba su estómago por la desesperación de ver grasa donde no había, no era nada grato para el peliplata, causando un repentino cambio de humor que no era muy común en él. Sin pensarlo mucho entró a la habitación para separar a su pareja del espejo de una manera para nada delicada mientras le decía que no volviera a hacer tal estupidez. Eso ocasiono que Yuuri se sintiera peor de lo que ya se sentía, y sin poder contenerse, comenzó a llorar, diciendo lo mucho que odiaba el hecho de que su cuerpo cambiara tan drásticamente. Víctor seguía sin saber que hacer ante las lágrimas, del único modo en el que pudo reaccionar fue tomando al menor por la cintura, sintiéndose completamente inútil al no saber que hacer para ayudarlo. Lo que no sabía era que eso era lo único que Yuuri necesitaba en esos momentos.

Víctor abrazó con más fuerza el cuerpo de su pupilo al sentir como éste sollozaba. Le dolía verlo de ese modo, a veces deseaba desvanecer por completo esa inseguridad que tenía el menor por su persona. Sabía que no era tan fácil, devolverle la seguridad tomaría bastante tiempo, pero sin importar cuanto tardara, siempre estaría ahí para él. Por otro lado, Yuuri se sentía realmente avergonzado, nunca espero que Víctor llegara temprano ese día, encontrándolo en el momento menos oportuno. Siempre ha tenido problemas con su cuerpo, sin embargo, ese día por alguna razón al verse, le entró una rabia que nunca antes había sentido, por esa razón rasguño su estómago, deseaba con todo su ser desahogar ese enojo de algún modo.

El mayor al sentir que su pareja se calmaba, se separó lo suficiente como para verlo a los ojos.

–¿Te sientes mejor? – Susurro de la manera más calmada que su voz le permitía en ese momento.

Yuuri sin poder articular palabra alguna, asintió de manera lenta, mientras se acurrucaba de nueva cuenta en el pecho del mayor.

–Te amo, lo sabes ¿Verdad? – Daba pequeñas caricias a su espalda, tratando de que los pequeños hipidos cesaran poco a poco. En respuesta obtuvo un pequeño beso en su barbilla, haciéndolo sonreír. El japonés era tímido, inseguro y a veces bastante terco, pero siempre lograba hacer que su corazón se sintiera cálido y lleno de felicidad.

Antes habían discutido sobre la honestidad en su relación. Quedaron en el acuerdo de contarse todo sin importar lo muy malo o vergonzoso que pudiera ser, tal vez esa fue la razón por la cual su actitud cambio tan drásticamente, se sentía traicionado y dolido al ver que Yuuri le ocultaba sus inseguridades. Él quería ayudarlo y hacerlo sentir amado.

–Lo siento, planeaba recibirte en casa con un plato de katsudon por tu primer día como profesor, pero…– Habló por fin el moreno entre hipidos. El hecho de que sus planes fueran arruinados por su propia culpa, le frustraba demasiado.

–No te preocupes por eso ahora, sabes que con estar contigo es suficiente. – Beso sus parpado, nariz, frente y mejillas, logrando que el menor soltara una pequeña risa por las cosquillas que le causaban las caricias.

Después de que el día de su boda pasara, decidieron seguir viviendo en Japón. Víctor consiguió un trabajo como entrenador de niños en el Ice Castle, mientras Yuuri ayudaba a Minako sensei con las clases que esta daba en su estudio de ballet. Vivían felices en el lugar donde todo comenzó, y no se imaginaban en otro lugar del mundo entero.

–Debiste contarme…– No podía evitar el sentirse avergonzado ante la mirada que el mayor le dedicaba, una cargada de preocupación y amor.

–No es nada serio. – Al pronunciar esas palabras, no se esperó que las grandes manos de su pareja viajaran a su espalda baja, robándole un sonido de sorpresa.

–Silencio. Claro que es serio, estamos hablando de ti y de tus sentimientos. Deberías tomarte más importancia. – Estaba enojado y de cierto modo ofendido. Verlo así, preocupado por él, lograba enamorarlo más si era posible.

No hubo respuesta, y tampoco la necesitaban. Pegaron más sus cuerpos, era una noche tranquila y silenciosa como cualquier otra, el ambiente frio hacía que sus cuerpos se sintieran más cálidos bajo las mantas, al igual que sus corazones.

Y en momentos como ese, Víctor podía apreciar con más detenimiento el cuerpo y rostro del menor, y realmente no entendía que era lo malo que se encontraba, para él, el cuerpo entero de su cerdito era perfecto, casi tanto como lo era su persona.