Beso
Por: Korin Nuriko
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El paso de la niñez a la adolescencia pasaba sin mayor pena ni gloria, los chicos tenían ya un par de años en preparatoria, comenzaban a estresarse con la universidad, las carreras que elegirían o los destinos a que partirían, las parejas formales ya se habían establecido así como las amistades que permanecerían inalterables para toda la vida.
Cada uno de ellos ensimismado en su propio universo, preocupado por las materias que tenían que acreditar para no perder el pase universitario o los sentimientos que tenían que confesar para no quedar por siempre olvidados. Atrás quedaron las inocentes inseguridades, los coqueteos nerviosos, la incertidumbre de descubrimiento porque quien diría que llegaría un momento donde personajes como Helga G. Pataki regresaban de las vacaciones Decembrinas transformada en toda una mujer.
Sucedió, al igual que la tempestad, el paso de las estaciones y la voz gangosa de todo chico que se convierte de la noche a la mañana en un suave o grueso barítono que a toda fémina hacia suspirar. Fue un cambio brusco, en toda medida traumático para los que tuvieron que sobrevivirlo junto al "Terror Pataki" ella se negaba rotundamente a usar sostenes cursis y femeninos a pesar de que su pecho insistía en reventar los tejidos y botones de toda camiseta, su cintura se acentuó como la de una avispa, las piernas se tornearon debido el deporte que durante toda la infancia había practicado. No es que fuera poseedora de una belleza romántica y sensual como la de Lila o sinuosa, inocente y discreta como la de Phoebe, su belleza era más dramática como toda ella. Salvaje en sus cabellos revueltos y los rasgos fuertes pues aunque sus curvas eran femeninas, no pasaría por damisela de cuento encantado jamás. Ella conservo sus modales bruscos y arrebatados, su conducta irreverente y bendito sea el cielo por los sostenes deportivos que no eran para nada finos o delicados, pero sostenían lo que tenían que soportar y ocultaban de la vista y del morbo lo que no se tenía que observar.
La "uniceja" pasó a ser historia antigua, gracias a una intervención clínica de Miriam y Olga, la sometieron a depilación láser en contra de su voluntad, pues afirmaban que era el regalo perfecto para el despertar de su "muñequita adorada" Helga amenazó con asesinarlas mientras dormían esa misma noche pero una llamada telefónica de Phoebe le hizo creer que quizás, la nueva Helga podía conquistar al nuevo Arnold.
Una promesa platónica, embaucadora y en cierta medida cruel pues cuando se vieron, luego de una pausa de casi seis meses porque el paso de la secundaria a la preparatoria no sucedía de manera tan inmediata si tenías el invierno más crudo de los últimos ochenta años y se cerraban calles y escuelas de Hillwood hasta que se derritiera todo vestigio de hielo.
No hubo bromas, palabras hirientes, ni miradas secretas. Sólo un silencio prolongado entre dos personas que creían conocerse perfectamente bien y que de pronto descubren que se desconocen por completo.
Helga había chocado accidentalmente contra él, distraída como solía suceder ahora con los mechones de sus cabellos que se quedaban atrapados por debajo de las correas de su mochila, él se tardó más de cinco segundos en reconocerla, ella que lo conocía a plenitud grabó en su memoria cada nuevo detalle: el cabello más largo y peinado hacia atrás, la presencia de una barba ligeramente bohemia, la estúpida gorra gracias a los Dioses había desaparecido y aunque seguía utilizando camisa larga a cuadros, esta no parecía más una ridícula falda, los músculos de sus brazos y pecho parecían un poco más marcados, en estatura seguía siendo un poco más alta que él pero era una diferencia de escasos tres o cuatro centímetros, cuando terminaron su evaluación visual, uno del otro Arnold sonrió con ligereza y se disculpó por su torpeza.
Un simple: —Por favor discúlpame, Helga. —a pesar de que había sido ella la que chocó contra él.
—Pierde cuidado, Arnold. —a pesar de que el chico la había observado de pies a cabeza sin ninguna clase de recato.
Su voz, invariablemente de adolescente sería la fuente de inspiración para los poemas de esa misma tarde y si ella no se desmayó ó dejó de respirar en ese preciso segundo, se debió única y exclusivamente a que en ese momento sonaron las chicharras anunciando el inicio de clases.
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Escuela más grande, tres veces más alumnos de los que estaban acostumbrados, ellos ya no compartían todas las clases pero se veían en las que consideraban importantes.
Esto es, que él podía ver a la verdadera Helga en literatura y ella podía ver al verdadero Arnold en historia, el encuentro con sus padres lo había llevado a querer seguir sus pasos, aún no sabía si como antropólogo, historiador o arqueólogo pero quería explorar tierras, encontrar mundos, conocer tribus y empaparse de toda clase de cultura. Se decía entre voces que pasó cuatro de sus seis meses de vacaciones en la Selva, que aprendió a escalar y sobrevivir en condiciones infrahumanas. Helga podía apostar a que ya no era el mismo debilucho enclenque de antes, de hecho, si pudiera sentir la fuerza de sus brazos al rededor de la cintura, no pediría más en la vida.
Los clubes deportivos no cambiaron en absoluto, ella logró coronarse una vez más como capitana de Béisbol, división femenina, lo que no le hizo demasiada gracia pero las reglas impedían que jugara en las grandes ligas. Es decir: rodeada de un montón de toscos, sudorosos y mal hablados hombres. Gerald era el capitán del equipo de Baloncesto, Phoebe de Voleibol, Rhonda volvía a liderar a las animadoras, Harold participaba en Judo y Arnold, no lo iría gritando por los corredores pero se había conseguido una posición respetable en el Fútbol Soccer.
Así pues, de manera lenta y segura las cosas terminaron de colocarse en su sitio, hubo amistades que se rompieron y nuevas alianzas que se hicieron, ellos dejaron atrás el Campo Gerald para acudir a otros sitios como bares, cafeterías, centros comerciales y parques de diversiones ubicados a las afueras de su pueblo. Arnold, ni bajo tortura china lo admitiría, pero en sus ocasionales encuentros solía extrañar sus malos modos, su sonrisa embustera, el tono de voz grosero y altanero, su violencia física y es que él tenía que tener el caso más extremo de síndrome de Estocolmo, porque la veía jugar en el campo y era "Su Helga" la que recibía el calificativo de guerrera amazona, pues se había llevado la copa de oro dos Campeonatos seguidos.
Si la veían en la base, otros retadores se retiraban, las apuestas subían y el dinero corría. Ella era un poco indiferente a todo esto aunque podía ver en sus movimientos, la luz de sus ojos y la sonrisa sincera que se sentía libre, de una manera en que no podía serlo con la literatura o cualquier otra clase de asignatura. Su cabello largo trenzado por debajo de la gorra, la goma de mascar en los labios, el uniforme ceñido a sus curvas y aquí tuvo que pellizcarse de manera mental cuando asoció la palabra "curvas" con la imagen de Helga —su abusadora personal— Pataki.
No siempre tenía oportunidad de verla, a decir verdad asistía al campo de Béisbol únicamente cuando escuchaba que eran otros los que iban a verla, hasta Gerald apostaba por ella y es que podría no soportarla, ni querer tenerla cera, pero…
—Viejo, está haciendo milagros por mi fondo Universitario.
Algunas ocasiones creyó verla en las gradas cuando era él quien jugaba pero siempre que lograba identificarla, otras voces lo llamaban.
Él, era popular entre las chicas, de una manera en que nunca antes lo había sido, le gustaba que fueran lindas con él y le tenía sin cuidado si eran morenas, rubias, altas, delgadas o bajas, aunque si se podía elegir, se inclinaría por la que consideraba el amor de su vida.
Lila, siempre estaba en la primera fila del campo de soccer para apoyarlo y a él le bastaba con una sonrisa de su cara para olvidar lo que hacía y renovar fuerzas.
Su relación personal si quiera había mejorado, continuaban las palabras coquetas, las miradas distantes, el servilismo que no terminaba en nada y las citas que se prolongaban hasta elevadas horas de la noche dónde él intentaba besarla y la pelirroja giraba el rostro para que el beso acabara en alguna otra parte de su cara.
Hablando de parejas, Sid pretendió declararse a Rhonda en la fiesta de fin de curso del primer año pero tuvo que cancelarlo porque cuando la encontró, ella ya estaba llegando a segunda base con Curly, Gerald le pidió matrimonio accidentalmente a Phoebe en lugar de simplemente pedirle que fuera su novia, Eugene tuvo su esperado encuentro con un grupo de sexis bomberos el mismo día que Sheena decidió por fin invitarlo a salir, Harold se veía más de lo estrictamente necesario con Patty y en cuanto a Helga, bueno ella se seguía resistiendo a participar en el "espectáculo" la primera vez que apareció una "carta de amor" sobre la puerta de su casillero se esperó hasta que pasara él y lo interceptó en el camino.
—Disculpa que te moleste, querido amigo con Cabeza de Balón, pero si tuvieras la gentileza de explicarme como funciona "esto" —y al mencionarlo le mostró la carta con escritura burda que sin lugar a dudas debía pertenecer a cualquier chico de la escuela. Él se encogió de hombros, no muy seguro de entender, qué era lo que le pedía.
—Se supone que es un halago, Helga.
—Ya, esa parte la entiendo, sé leer desde el jardín de infancia, por si no lo recuerdas. Mi punto es, ¿Si tú escribieras una carta para "halagar" a tu noviecita Lila, la dejarías simplemente y te irías? ¿O esperarías a que la leyera y te diera alguna clase de respuesta?
—Esperaría, por supuesto…
—Gracias, eso es todo lo que quería saber. —acto seguido sacó la goma de mascar de sus labios. Un aroma a mango le llegó por lo alto, combinado con su perfume que debía ser a flores o dulces, la goma terminó sobre la carta, luego la arrugó en el interior de su puño y la arrojó al primer depósito que encontró en su paso. Él quiso explicarle que quizás su admirador secreto era un chico tímido, tenía que ser paciente. Ella era una romántica, ¿No es cierto? ¿Qué no era eso lo que les apasionaba a todas las chicas desde Walt Disney?
—¿A ti te parece que seguimos en cuarto grado?
—¿Perdón…?
—Que si para ti está bien seguir suspirando por los pasillos y sostener su mano cuando a Lila le dé la gana, por mi perfecto. Pero otras personas maduramos más rápido y lo que queremos es una declaración formal, sin medias tintas, directo a la cara. —su estómago se revolvió cuando escuchó todo eso. Vagamente fue consciente de que no estaban solos ni en un sitio íntimo, estaban a medio pasillo donde cualquiera los podía ver y peor aun escuchar. Nadie reparaba específicamente en su charla, con excepción de los Beisbolistas que recién iban saliendo de práctica.
Helga, arrebatada como siempre era, lo había tomado por las solapas de su camisa y se había acercado a él, como en los viejos tiempos cuando cerraba el puño diestro por lo bajo y amenazaba con tirarle los dientes por el simple acto de estar respirando. Su pulso se aceleró al recordarlo, algo en su mente y su pecho reaccionó. Él tenía que tener problemas de carácter clínico, si estaba ahí, deseoso de que Helga G. Pataki, le rompiera la cara.
No sucedió nada de eso, ella lo liberó de su agarre y le acomodó las ropas, su camisa de vestir a cuadros y algunos cabellos que se le habían desacomodado, él tuvo el impulso de imitar la acción, los cabellos de Helga estaban por buena parte de su cara, vestía con camisas holgadas de cuello redondo y generalmente en diferentes tonos de rosa, jeans azules deslavados, rotos de abajo y ajustados por lo alto, zapatos deportivos del mismo color rosado. Nunca la había visto con zapatillas, aunque sí solía verla en ausencia de todo calzado porque los pies se le hinchaban luego de practicar demasiado.
Se despidió sin mayor ceremonia, giró el cuerpo y se perdió a lo largo del pasillo. A partir de entonces, la escena de la carta se repetía y no solo con las notas de papel, sino con lo que sea que dejaran en su casillero: números telefónicos, animales de felpa diminutos y con chupón que se adhería a cualquier superficie, globos multicolores y hasta chocolates y dulces. Esos últimos los desplazaba a los casilleros de sus costados. Nadine, estaba especialmente feliz de tener golosinas gratis, el chico del otro casillero, sólo tuvo que preguntar una vez, si a caso ella lo estaba invitando.
—¡Por supuesto que no, tarado! ¡Dáselos a tu propia novia, la escuché quejarse en los baños de que eres bastante tacaño!
Su resistencia a salir en citas, aceptar obsequios o responder coqueteos, la estaba convirtiendo en una especie de reto a superar. Los que se decían Casanovas juraban que antes de terminar el año, tendrían un beso de sus labios, los mas osados, no sólo querían besarla, sino hacerla suya de las maneras menos propias…Él tuvo que contar hasta cien, más de una vez en la cafetería, el campo de soccer, laboratorio de química y donde quiera que escuchara esa clase de salvajada.
Helga podía cuidarse sola, él sabía que podía cuidarse sola, pero aún así, no le gustaba lo que de un tiempo hacia acá se venía escuchando.
Gerald vomitó en la cafetería el miércoles, dos días antes de San Valentín, cuando el capitán de Béisbol de la división masculina comenzó a gritar que estaba decidido a acostarse con ella, describió detalladamente sus generosas curvas, mismas que se adivinaban de manera perfecta cuando el uniforme deportivo se pegaba a sus formas debido al sudor. Él le había enviado las cartas, los dulces, además de los animales de felpa y comenzaba a sospechar que ella sabía que era él quién lo hacía.
—¡¿Oye viejo, no crees que deberías aceptar un no, como tal?! ¡Ninguno de esta escuela le interesa! Pasó seis meses completos en Paris, ¿Cómo sabes que no conoció a un Franchute contra el cual ni tú ni nadie, podría competir? —se quejó su amigo luego de terminar de devolver el almuerzo que recién acababa de ingerir.
El aludido no le dio importancia, si quiera volteó a verlo. Capitanes de otros equipos no se llevaban entre sí. Gerald era famoso y reconocido por sus estrategias ofensivas y capacidad de líder, pero su equipo no había ganado ningún oro, sólo platas. Jake, quien era el capitán de Béisbol, se levantó con la charola de alimento en mano y sin más declaró.
—Si digo que tarde o temprano caerá, es porque lo hará…
Un mal sabor de boca se instaló en el interior de sus labios cuando escuchó ese relato, sabía que Gerald se lo diría a Phoebe y que ésta a su vez se lo contaría a Helga, lo que no terminaba de entender era por qué su mejor amigo sentía la imperiosa necesidad de referírselo a él.
—¡Es que es Helga! ¡Y ese tipo me enferma!
—¿Más que ella?
—Crecimos juntos, ¡Maldición! es como si hablaran de querer tirarse a mi propia hermana.
—¿Perdón…?—por un segundo le pareció divertido que mirara a Helga como a su hermana, luego consideró que al ser ella, la mejor amiga de su novia más que nada sería cuñada.
—¿No entiendes?—interrumpió el moreno su línea de pensamiento. —¡No habla de querer ser su novio, enamorarla, invitarla, sólo quiere…!
—Ya entendí…—y su estado de ánimo ensombreció, su estómago se revolvió, la sangre al interior de sus venas, hirvió.
No hubo tiempo para indagar en eso, suponía que Phoebe, Rhonda, Nadine y las demás estarían enteradas y cuidando de Helga. Era una tradición entre chicas, flanquear distancias y mantener apariencias, cosa que no acostumbraban los chicos, ellos simplemente se plantaban de frente y tiraban dientes.
La antigua Helga plantaría la cara y soltaría algunas patadas, la de ahora tenía otro tipo de plan.
Llegó San Valentin, con sus declaraciones de amor, bailes improvisados y besos apasionados en cualquier parte del edificio.
La tradición de su escuela indicaba que los chicos regalaban chocolates a las chicas y si estas correspondían se comían la golosina. Lila ya estaba degustando una barra enorme de chocolate blanco cuando él tuvo oportunidad de ir a buscarla. Le dejó el suyo que era de chocolate negro y que además tenía forma de corazón.
Rhonda obligó a Curly a comprarle una decena de sus favoritos, los que eran excesivamente caros y exclusivos, Harold llevó galletas de chocolate horneadas en casa, Patty las devoró con ansias, a excepción de una, esa sería para su mamá. Gerald le compró un enorme chocolate en forma de oso a Phoebe, de color blanco y con coco. Eugene, le obsequió un pequeño chocolate a Sheena, la chica lo aceptó, aunque no se lo comió.
Helga por su parte instaló un puesto de chocolates en la explanada principal. Colocó un letrero fluorescente en el dónde decía. "No llores, sólo come" había chocolates de todo tipo, las chicas "sin pareja" se abalanzaban por ellos en avalancha. Gerald silbó por lo alto, ampliamente impresionado, Harold pidió que le recordaran si Helga era hombre o mujer.
—¡Es una mujer, estúpido! —gruñó Rhonda, porque obviamente el centro de atención ahora que tenía novio debía ser ella, y no la antigua uniceja. Reprendió a Nadín sonoramente por estar ahí y tener las mejillas impregnadas de chocolate, Pataki le dijo que la dejara en paz, todas tenían derecho de disfrutar este día. Además no era obligación de los hombres repartir golosinas.
—¡Claro que lo es! Se llama tradición. —reclamó la pelinegra.
—Pues tú celebras el amor, yo la liberación...—al comentar eso le dio una generosa mordida a una barra de chocolate que curiosamente era de la marca que a él más le gustaba. Su estómago sintió un nuevo estremecimiento. No podía creer que todos sus admiradores, se abstuvieran traerle chocolates ese día. Pero más tardó en pensarlo que en lo que Jake Cabot, estaba delante de todos armando un escándalo.
—¿Es esta tu respuesta?—preguntó temerario, aunque su tono de voz, no sugería interrogación, sino más bien reclamación. —Helga, le arrojó una carta a la cara que obviamente atrapó en su mano.
—Mi respuesta es que te olvides de la idea, estoy ocupada, no me interesas. —hubo murmullos por todas partes, miradas indiscretas y algunas personas que optaron por la retirada antes de que los ánimos se calentaran.
—Los chocolates…
—Te agradezco el gesto, pero no tenías que invertir tanto dinero. ¡No soy un objeto que puedas comprar! pero si tanto te interesa aliviar tus "ansias" puedes intentar con cualquiera de ellas. —las chicas con chocolate en las manos y cara tragaron duro, no tenían idea de cual era el escenario completo.
Había de todo tipo, desde las inseguras que salieron corriendo, a las tímidas cuyas mejillas se incendiaron y cabezas bajaron, Nadine sonrió esperanzada, levantó el rostro además del pecho. Helga se terminó la barra de chocolate que sin lugar a dudas debió comprar en la cafetería y se levantó de su asiento. Jake la destruyó con la mirada, sobretodo por la exhibición y humillación pública.
Eso no se quedaría así, todos lo supieron, pero decidieron no pensar en eso.
—¡Hey! Phoebe, Cabeza de Cepillo, Balón, les guardé uno.
—¿Qué? —Gerald salió de su trance, las personas igualmente se dispersaron, la mesa de chocolates aún tenía algunos que permanecieron intactos. Nadie, con excepción del personal de limpieza se atrevió a tocarlos.
—Antes de dártelo necesito saber si no fuiste tacaño con Phoebe, Geraldo—comentó la rubia mostrando tres barras de chocolate que sacó de su mochila, eran de diferentes marcas. Los favoritos de Gerald eran los chocolates amargos, los de Phoebe eran los blancos, los suyos eran aquellos que Helga ya se había devorado, pero quedaba otra barra que era de chocolate almendrado.
Pensó que esa sería para él y que constituía el sabor favorito de Helga…
—¡Por supuesto que no fui tacaño! Y disculpa si no me lo creo, pero tú jamás, en diecisiete años de vida has tenido la intención de hacerme alguna clase de regalo.
—Tampoco te emociones tanto, zopenco. Supe de labios de Phoebe que me defendiste en una especie de "situación incómoda" Así que tómalo como una forma de agradecimiento, porque no iba a colgar cartulinas fluorescentes con tu nombre escrito en alguno de los pasillos. —Gerald se sorprendió por completo, Phoebe sonrió complacida. La rubia se tomó la libertad de recordarles que San Valentín, no era el día exclusivo de los enamorados, sino también de la amistad.
—Celebro por nosotros…—y al comentarlo le entregó el chocolate almendrado. La siguiente clase comenzaba de inmediato, la chicharra además de las voces a grito de algunos profesores se los recordaron, él fue directo a algebra y sobre el chocolate, claro que se lo comió, pero por alguna razón, no se lo terminó. Helga nunca les había regalado algo, hasta Phoebe decía que en su relación de mejores amigas, no intercambiaban regalos.
"Helga, no cree en los obsequios, piensa que si quieres decirle a alguien que lo quieres, lo demuestres con palabras o acciones. Nada que se compre con dinero"
Lo siguiente en la tradición de su escuela, sucedía el 1ero de marzo. Si los sentimientos de ambos eran correspondidos e iban en serio, ese día las chicas aceptaban salir con los chicos. Él invitó a Lila, la pelirroja aceptó —como amigos— pues antes de su cita que podría ser después de las seis, iría a comer con otro chico llamado Larry.
—¿No te molesta, cierto?
—En absoluto…—respondió resignado. —ya era el final de las clases, era viernes y por consiguiente todas las citas se estaban planeando para un fin de semana romántico. Tomó su chaqueta del interior de su casillero, Lila le siguió el paso, ella traía unos libros sueltos en los brazos, él se ofreció a sostenerlos cuando una voz a grito llamó la atención de ambos.
—¡Suéltame!
—Te estoy diciendo que saldrás conmigo en este momento.
—¡¿En qué idioma te debo decir que no me interesa?!
—En el único que de verdad importa…—Jake tenía a Helga acorralada en una esquina, varias personas observaban, entre ellos sus amigos de Secundaria. Rhonda, Curly, Stinky, Harold, Phoebe y Gerald. Resultaba impresionante, por no hablar de indignante ver a la mujer que conocieron como una buscapleitos, abusona y golpeadora, acorralada por un hombre que le superaba no solo en estatura sino en masa corporal. Él sintió el impulso de separarlos, de hecho soltó los libros de la pelirroja que cayeron como en cámara lenta, al mismo tiempo que Cabot tomaba el rostro de Helga y la besaba a la fuerza.
Hubo un silencio sepulcral, a él la sangre se le congeló al interior de las venas, Lila soltó un diminuto grito, se llevó las manos al rostro al igual que el resto de féminas. Phoebe gritó el nombre de su amiga. La única que podía saberlo era ella, después de todo eran amigas de toda la vida.
Lo único bueno que el gran Bob había hecho por sus dos hijas, era llevarlas a clases de defensa personal. Él no era estúpido, era un patán, avaro, ensimismado en su negocio que reconocía por sobre todas las cosas que también era un cerdo y como tal, no quería que otros cerdos se tomaran libertades con sus hijas. Claro que no, primero muerto que verlas sufrir por algún degenerado demasiado mañoso y fue por eso que aún presa del horror, Helga escuchó su nombre y recordó quién era.
Se afianzó firme sobre la planta de sus pies, reunió fortaleza, no supo de donde y le descargó un codazo lo más fuerte que pudo en el pecho, Jake se fue hacia atrás, levantando el rostro visiblemente indignado, tenía los labios rojos, húmedos de ella, la imagen de él la devastó, así que después le dio un puñetazo que esperaba le hubiera roto la nariz y tuvo que detenerse ahí porque obviamente, sus piernas amenazaron con dejar de sostenerla. Phoebe era rápida, de hecho su velocidad era algo que le daba ventaja a la hora de jugar voleibol. Antes de que su amiga desfalleciera, ella ya estaba ahí y como la respetaba y protegía su dignidad, la obligo a caminar en dirección de los baños. El silencio entre los presentes se prolongó aún con un chico que gritaba indignado que Helga G. Pataki se arrepentiría de sus actos. Muchos ya no fueron dueños de sí mismos, porque sí. Ella había convertido sus infancias en un martirio, pero también había apoyado y participado en todos los momentos que la necesitaron y sí, era una patada en el culo, con una actitud de los mil infiernos, pero jamás…
Jamás, había hecho a ninguno de ellos llorar.
Y esa era la parte más vulnerable de todo esto, que mientras lo golpeaba, primero en el pecho y después en el rostro, hubo lágrimas saliendo de sus ojos. Y ellos hasta ahora, nunca la habían visto llorar. Ella daba la cara, peleaba sus batallas aun a sabiendas de que no iba a ganarlas, si perdía se humillaba como la tradición indicaba, pues Helga G. Pataki aceptaba la derrota cuando la misma llegaba. Arnold quería ir con ese sujeto y repartirle su propia tanda de golpes, claro, él era un pacifista, estaba en contra de la violencia física, pero…en este momento, en serio, no sabía de lo que sería capaz en este momento, porque él sí la había visto llorar, pero por sus padres, su historia personal, sus sueños de infancia, no por esto, y en su corazón sentía que ninguna mujer tendría que llorar por esto.
Levantó el rostro y habría cumplido su cometido de poner en práctica las lecciones de karate que no sabía si recordaba cuando fue Harold quien levantó la voz por todos.
—Si la vuelves a molestar, el único que se arrepentirá de sus actos serás tú, mi amigo. Y eso no va sólo por Helga, sino por cualquiera. Si una dama, te dice que no. La respuesta es no, de lo contrario, voy a romperte los huesos y si me dices que no…voy a ignorar por completo el sonido de tu voz…
Harold había llegado casi el metro ochenta de estatura, en masa corporal seguía estando pasado de peso, pero no era grasa, sino músculo. El deporte, las artes marciales que por consejo de Patty recién practicaba lo habían convertido en un ser impresionante e imparable. Jake, se limpió la sangre del rostro, claro, él tenía el apoyo de todo el equipo de Béisbol, pero después de Harold se unió Gerald, cuyo equipo de Baloncesto no tendría problemas en romperse el alma contra ellos, Curly no tenía demasiado que ofrecer pero ahí estaba, Eugene salió de la nada, sus cabellos rojos al mismo tono de su indignación, comentó algo sobre abrirle el pecho y bañarse en sus entrañas si otra vez la tocaba. Stinky se mostró de acuerdo y por alguna razón, entre todo el barullo él no se movió.
Él, era al que Helga más había molestado, y también era el único a quien ella había besado…
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Continuará…