21. Futuro
Afrodita suspiró por enésima vez. Apenas habían pasado tres días, sólo tres días, y la tregua parecía haber acabado definitivamente.
—Por favor, alskade, vuelve a la cama —le dijo, con la sensación de haber repetido mil veces la misma frase—. Todavía te estás reponiendo. Quedan algunas semanas antes de que Radu llegue al Santuario, tienes tiempo de sobra para ponerte en forma. Si te esfuerzas antes de tiempo, será peor.
El italiano no le respondió. Se metió en la ducha, dejando a Afrodita a solas en el dormitorio, y suspiró de deleite al sentir el agua corriendo por su piel. Una piel blanca y libre de tatuajes. Habían desaparecido junto con el youguai que se los había impuesto, y su cosmos volvía a fluir con total libertad por su cuerpo. Cerró los ojos y apoyó la nuca en los azulejos, disfrutando de la sensación de volver a sentirse entero.
Unos ligeros toques en la puerta del baño le advirtieron de que había perdido la noción del tiempo; de hecho, prácticamente se había quedado dormido debajo de la ducha. En el fondo, Afrodita tenía razón: era un poco pronto para incorporarse a la rutina habitual de un Guerrero Sagrado. Pero a la vez, no podía quedarse quieto por más tiempo.
—Ya voy, no tengas tanta prisa…
Se vistió rápidamente y salió del baño. Afrodita hizo ademán de preguntarle algo, pero él lo acalló con un gesto y lo aferró por la muñeca, tirando de él hacia el exterior. El sueco lo siguió con resignación a través de todo el Santuario, en completo silencio, preguntándose a dónde demonios lo llevaba, hasta que vio el monolito a lo lejos.
—¿En serio? —protestó, pero una vez más no obtuvo respuesta.
DeathMask ralentizó el paso al ir llegando a aquel lugar nefasto. Ninguno de los Áureos había osado visitarlo desde que habían salido de él; hubiera sido como visitar la propia tumba. Pero en su caso, necesitaba verlo; él siempre percibía las cosas de una manera diferente a los demás, y aquel monolito para él no representaba una condena. Miró hacia arriba, hacia la cúspide de la mole de piedra que se perdía en el cielo, y tomó la mano de Afrodita con firmeza.
—Ella todavía no ha despertado… —comentó, haciendo que el sueco bajara la cabeza.
—Aún no, y nadie sabe cuándo lo hará. No está herida, pero sus fuerzas están muy mermadas. Aun así, Shion y Shaka la atienden día y noche, y tarde o temprano volverá a nosotros—. Afrodita levantó también la vista hacia el monolito. No hacía falta poner en voz alta la posibilidad de que aquel objeto se convirtiera de nuevo en su cárcel en breve—. ¿Tienes miedo?
DeathMask se volvió a mirarle.
—¿Miedo? ¿Tú lo tienes?
—Sí —reconoció el sueco—. Tengo miedo de que nos quede poco tiempo de libertad, de que mañana, esta misma tarde, puedan volver a separarnos. Y de que esta vez sea para siempre.
El italiano volvió a mirar el monolito durante largos segundos; cuando se giró de nuevo hacia Afrodita, sonreía.
—¿Después de todo lo que hemos pasado, mio angelo, todavía no has aprendido que el momento que nos separe siempre puede ser el siguiente a este?
El sueco frunció el ceño.
—Tienes razón. Ahora me siento mucho más tranquilo.
—No arrugues la frente —se burló el italiano—. Afrodita, la sensación de que la muerte está muy lejos es sólo eso, una sensación. Pero no sólo para nosotros. Todo el mundo tiene su propio monolito, y tarde o temprano acabará en su interior. Y no se sabe cuándo. Puede ser dentro de muchos años, puede ser mañana, o puede ser ahora. Es cierto, no sabemos cuándo despertará la Diosa, y no sabemos si entonces nos condenará de nuevo o si aceptará la amnistía que nos dio el youguai. Pero podría no despertar nunca y aun así nosotros podríamos caer en cualquier batalla. O en un accidente, o de enfermedad, como un civil cualquiera. La sensación de que tenemos las horas contadas porque existe el monolito es falsa, Afrodita; tenemos las horas contadas desde el mismo momento en que empezamos a respirar.
—Me estás deprimiendo, DeathMask —protestó el sueco enfadado, arrancando una carcajada al canceriano.
—Al contrario, mio angelo, todo esto debería hacerte sentir libre. —Meneó la cabeza ante la mirada de desconcierto de Afrodita—. ¿De verdad no te das cuenta de la sensación que hay en el Santuario? Incluso desde mi habitación podía sentirla. Estáis viviendo todos en una cuenta atrás. Pero si os dierais cuenta de que el cronómetro corre todos los días, con o sin monolito, dejaríais de hacerle caso.
Afrodita negó con la cabeza.
—Alskade, la mayoría de veces no tengo la menor idea de lo que estás diciendo, y ésta no es una excepción. Pero aceptaré tu palabra de que te sientes optimista, y procuraré estar a la altura y ser optimista también.
—Me entiendes mejor de lo que tú mismo crees —repuso el italiano, sonriendo.
Tiró de él para acercarlo a su cuerpo, hundiendo los dedos en su espléndida melena antes de besarlo sin prisas. Afrodita respondió a sus besos, pero lo empujó para alejarlo cuando sus manos empezaron a desvestirlo.
—¿Aquí, estás loco…?
—Nadie viene nunca a este lugar… —le aseguró el italiano—. Estamos más íntimos que en cualquiera de los Templos.
—No es eso… Es que esto es morboso. Es como hacerlo en un cementerio... ¿Quieres estarte quieto?
Los labios de DeathMask dibujaron una sonrisa sobre los suyos.
—Pues parece que la idea de hacerlo en un cementerio a tu cuerpo no le parece tan desagradable —comentó, aferrándolo por las nalgas para apretarlo contra él; la dureza entre las piernas del sueco era tan obvia como la suya propia.
—Eso es porque tú sabes dónde tocar y cómo tocar —suspiró—. Que te estés quieto, idiota…
—¿Acaso hay un mejor sitio para celebrar la vida que el lugar que nos recuerda que estamos vivos? Carpe diem, mio angelo...
Gruñó satisfecho cuando las manos del sueco claudicaron y empezaron a desvestirle a su vez. Lo empujó hasta apoyarlo contra la piedra y continuó con los besos y las caricias, respondido por Afrodita cada vez con más ardor. Era la primera vez en mucho tiempo que podían amarse con libertad, y los dos se dejaban arrastrar por la sensación. La sombra del monolito que se cernía sobre ellos les recordaba que no sabían qué pasaría mañana, si Atenea renovaría su condena, si los separaría para siempre, si les quitaría su poder y los exiliaría, si los condenaría a muerte o si les daría la oportunidad de vivir de nuevo. Pero las palabras de DeathMask eran ciertas, y en el fondo los dos lo sabían: lo importante, lo único importante, era que en aquel momento estaban vivos.
Juntos. Y vivos.
Y que un momento, un ahora, podía durar para siempre.
FIN