Cómo soportar a dos idiotas en San Valentín, por Yuri Plisetsky
By Nikky Nikosa
Epílogo
«Asqueroso, simplemente asqueroso»
Era quince de febrero y Yuri Plisetsky se sentía en la necesidad de maldecir contra el mundo y, sobre todo, contra dos patinadores que se hallaban intercambiando palabras, muy melosos cabe agregar, en una esquina de la pista. Estaba feliz por ellos, claro, pero no hacía falta exagerar, ¿verdad?
A su lado, con los patines puestos y listo para practicar, se hallaba el patinador proveniente de Kazajistan, Otabek Altin. Había llegado el día anterior, en una visita exprés, que tenía como objetivo reunirse con su amigo para luego viajar, junto a Katsuki y Nikiforov, a Corea del sur, sede del campeonato de los cuatro continentes de este año. Pero antes de eso, se hallaban todos reunidos en el centro de patinaje para hacer una pequeña práctica antes de dirigirse al aeropuerto.
El kazajo observaba a Plisetsky con curiosidad, preguntándose a qué se debía aquella mueca de desagrado mientras miraba a sus compañeros de pista, considerando que cuando habían llegado y se habían encontrado con la feliz pareja, el muchacho había dejado escapar un suspiro de alivio. Así que, como siempre, no se explicaba ese cambio de ánimo tan repentino.
―¿Te molesta que estén juntos? ―La pregunta salió de sus labios sin que tuviera tiempo de pensarla.
El ruso fijó sus orbes verdes sobre él, su mirada de soldado expresando extrañeza.
―No, ¿por qué lo preguntas?
Altin tuvo ganas de suspirar en ese momento, aunque no lo hizo. Definitivamente Yuri Plisetsky para él era un misterio, un enigma que deseaba a toda costa resolver algún día.
Ambos entraron al hielo para hacer un breve calentamiento antes de ponerse a entrenar como era debido. Quince minutos después, cuando la feliz pareja aún no entraba en la pista, Yuri dejó notar su desagrado mediante un chasquido de lengua bastante expresivo y sin que se lo pidiera, comenzó a explicar.
―No me molesta que estés juntos. De hecho, si te contara todo lo que tuve que aguantar de ellos ayer, hasta tú te sentirías aliviado de lo empalagosos que están ahora. ―Entonces, ¿cuál era el problema? Plisetsky le respondió momentos después―. Pero no es necesario que anden expresando su amor ante todo el mundo, ¿sabes? Llega a ser molesto y cansador. Si quieren pueden regalonear todo lo que quieran, pero que sea en su hogar, que para eso existe la privacidad.
El kazajo asintió. Yuri tenía un punto, aunque no lo compartiera del todo. Para él, el amor era un sentimiento que no requería ser ocultado y que, por el contrario, merecía ser demostrado libremente por las personas. Quien sabe, el mundo sería incluso un mejor lugar. Aun así, prefirió no rebatir y continuaron patinando en silencio.
Diez minutos más tarde, el tema seguía dando vueltas en la mente del kazajo, pero esta vez por otra razón.
―¿Qué pasó ayer para que Nikiforov se viera tan deprimido?
La verdad, sentía curiosidad por el tema desde el día anterior, cuando vio la manera poco delicada en la que el hombre había sido despachado de la casa del menor; y había aumentado aún más cuando Yuri había mantenido una cara de fastidio toda la hora siguiente, hasta que había logrado distraerlo.
Contrario a la negativa de ayer, esta vez Plisetsky se detuvo y lo miró dubitativo.
―Es bastante largo, en realidad; y pensándolo, bastante ridículo.
―Tengo tiempo. ―Y era verdad, lo tenía. Siempre tenía tiempo para el ruso, de todos modos―. ¿Me vas a contar o no?
Sin saber cómo, de un momento a otro se vio arrastrado por Yuri hacia el rincón de la pista que estaba más alejado de la melosa pareja. Ahí le contó muy resumidamente todo el drama que había tenido que pasar por ser un buen amigo, incluyendo la razón de su vacilación al recibir los chocolates el día anterior.
Veinte minutos después, luego de que Yuri le hubiera contado todo casi sin respirar, solo quedaba una pregunta en la mente del kazajo.
―¿Y qué fue lo que hablaste con Katsuki?
Ante la pregunta, el ruso se había erizado, mostrando una mueca de fastidio, muy parecida a la del día anterior; a Otabek inevitablemente le pareció un pequeño gatito que pretendía ser un tigre adulto. Créeme, no lo quieres saber, le había dicho y el tema había muerto allí.
Plisetsky aún se sentía un poco fastidiado por la conversación que había tenido con el japonés el día anterior y si se lo contaba al kazajo, sentía que, irremediablemente, querría patear nuevamente al cerdo. Aparte, ambos habían quedado en que esa conversación iba a quedar en el más absoluto de los secretos y pretendía, por su paz mental, que siguiera siendo así.
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Resultaba que, tal y como había predicho, Yuuri se encontraba sentado en una de las bancas del parque. Según la opinión de Yuri, estaba sobre abrigado, pero había supuesto que aún no se acostumbrada al frio inclemente de Rusia.
Al llegar se había mantenido de pie frente a él. Para esa conversación suponía que necesitaría mirar desde arriba.
―¿Quién demonios te dijo que Viktor está viendo a otra persona? ―No iba a ser delicado al preguntar de todos modos; no era su estilo.
El japonés había alzado la vista, sobresaltado. Había estado tan inmerso en sus pensamientos que no había notado la llegada de Plisetsky.
―Hola, Yurio.
―Responde. ―Había tenido que soportar tanto ese día, que ya no le quedaba paciencia.
―Nadie me lo dijo…
―¡Entonces no jodas!
―…pero esta última semana, ha desaparecido luego de los entrenamientos y cuando llega, es ya bastante entrada la noche. ―Yuuri no se había alterado por ese grito y, con un semblante calmado, había seguido con su discurso.
Yurio, al comprender, tuvo que inevitablemente sentarse, mientras se masajeaba la sien con gesto cansado. Sentía que ese día había envejecido, por lo menos, unos diez años. Cuando habló, había intentado hacerlo con una voz controlada.
―Y porque ha llegado un par de noches tarde, tú supones que se ha estado viendo con otra persona.
―De todos modos, no lo culpo si lo hace. Oficialmente solo somos amigos…
―¡Eso no tiene nada que ver y lo sabes! Creo que, a estas alturas ya está más que claro que lo que ese viejo siente por ti no es amistad.
―Aun así, ¿por qué yo, Yurio?
Yuri de verdad no se sentía con la facultad de lidiar con la falta de seguridad del japonés. Él no solía sentirse inseguro, así que no sabía que podía decirle, si ni siquiera lo comprendía.
―¿Te das cuenta, realmente, de lo estúpidas que son tus suposiciones? Has armado toda una teoría en tu cabeza sin siquiera confirmarlo…
―Hoy tuve mi confirmación.
―¿Ha? ―¿Qué demonios había hecho Viktor ahora?
―Hoy me llevó el desayuno a la cama y me regaló chocolates, movido por la culpa, seguramente.
En ese momento, el ruso se había querido pegar un tiro, ¿cómo una persona podía llegar a malinterpretar tanto una situación? Pero entonces…
―¡Espera un momento! Entonces todo el desplante de hoy en la mañana… ¿fue por eso?
Yuuri lo había mirado sorprendido, quizás porque no pensó que Viktor iba a compartir eso con él. Yuri no había podido evitar sentir cierto regocijo cuando notó vergüenza en su expresión. Bien, lo tenía merecido.
―Me molestó que llegará como si nada luego de que, prácticamente, me ignorara por una semana entera. ―Bueno, ahí tenía un punto. El viejo seguramente había estado tan centrado en lograr hacer los putos chocolates, que se olvidó de las inseguridades del japonés.
―Tal vez estaba preparando tu sorpresa de San Valentín. ―Sentía la suficiente lealtad con Nikiforov, como para no delatar todos los planes que éste había tenido para ese día.
Katsuki lo miró con algo parecido a la burla.
―Yurio, eran chocolates. ¿Cuánto se tarda una persona en ir a comprar un poco de chocolate? En cambio, yo sí le tenía un regalo en el cual me esmeré.
«Agárrenme que lo mato» fueron sus pensamientos en ese momento, al escuchar que también tenía un regalo, que por puro orgullo no había sido entregado. «Uno, dos, tres…» Lo mejor era concentrarse en contar, quizás así no lo mataría.
―Tal vez los hizo él…
«Siete, ocho, nueve»
―Eso me dio a entender, pero todos sabemos que es un desastre en la cocina.
«Doce, trece, catorce»
―¿Al menos los probaste?
«Dieciséis, diecisiete»
―Los boté.
«Veinte, veint… ¿Ha? »
―¡¿QUE HICISTE QUÉ?! ―La mayoría de las aves del parque habían elevado vuelo, asustadas ante tal grito―. ¡CERDO DEL DEMONIO! ¡¿Sabes, acaso, lo que nos demoramos en preparar esos putos chocolates?! Y vienes tú y los botas. Estuve una semana, ¡UNA SEMANA!, aguantándome al viejo todos los días en mi casa. ¡UNA SEMANA EN LAS QUE PRACTICAMENTE CAGUÉ VERDE POR CULPA DE LOS VENENOS QUE CREABA ESE ANCIANO! ¡Viktor quedó con la garganta irritada de tanto vomitar! Y tú vienes y los botas, ¡maldito katsudon! ¡¿Ahora quien me devolverá mis diez años de paciencia?! ―Cuando hubo terminado, se había dado cuenta que estaba de pie frente al japonés, mientras lo apuntaba acusadoramente con un dedo, la cara roja por el esfuerzo.
Katsuki Yuuri boqueaba como pez fuera del agua, incapaz de formar una frase coherente. Con los lentes en la punta de la nariz, lo había mirado con creciente pánico al ir descubriendo el significado de lo dicho.
―E-entonces…
―La única persona a la que estuvo viendo ese viejo fue a mí. ―Los ojos del japonés mostraban un creciente pánico―. Y todo, para hacer unos malditos chocolates que de todos modos terminaron en la basura.
Yuuri Katsuki, por sus inseguridades, había arruinado San Valentín completamente, ahora dependía de él hacer algo para arreglar todo el problema.
―Estoy seguro que esta es la primera y última vez que el viejo intenta celebrar este maldito día.
Ante sus palabras, el hombre de cabellos negros se tuvo que encoger un poquito más en el asiento, bajo la mirada inclemente de un ruso que pensaba que lo tenía bien merecido.
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Yurio había completado exitosamente un salchow cuádruple, cuando se le ocurrió dirigir su mirada nuevamente a la parejita. Una vena se hinchó peligrosamente en su sien. Otabek se dio cuenta de su estado de ánimo y se acercó un poco para evitar que explotara.
―¡HEY ANCIANO! ―Demasiado tarde, el volcán había hecho erupción―. ¡Deja ya de hostigar al cerdo y permite que pueda practicar en paz! ¡El cuatro continentes es en dos días, maldición!
Pese a que estaban patinando en el hielo, la pareja estaba demasiado junta según los estándares de Yurio, quien, si ahora mismo no estuviera con su amigo al lado, habría estado entremedio intentando separarlos.
Ante su grito, Katsuki había tenido la decencia de parecer avergonzado, pero ese viejo… Yuri se planteó seriamente el no volver a ayudarlo.
―¡Yurio, justo me estaba acordando de ti! ―De pronto, un ruso y un japonés se acercaban patinando hacía donde ellos se encontraban.
«Ay, mierda. Lo que me faltaba»
―Te traje unos chocolates por la ayuda de ayer. ―Vaya, bonito gesto, si no fuera porque Plisetsky había probado tantos chocolates hechos por Viktor, que ya se había hecho intolerante.
―No como porquerías.
―¡Hey! Yuuri dijo que me quedaron geniales.
Claro, y como si Nikiforov no tuviera el ego ya demasiado grande, venía el japonés y le decía eso.
―Heh… ¿en serio? ―Solo Katsuki pudo interpretar de manera correcta la burla que se hallaba detrás de esas palabras.
―Claro, le quedaron buenos. ―Un tono rosado acompañó esa declaración. Yuuri lo miraba avergonzado, consciente en parte de lo que el otro estaba pensando.
«Vaya»
La verdad era que a Yurio se le hacía bastante divertido imaginar a un desesperado japonés buscando el paquete de chocolates entre el montón de basura del departamento. El día anterior ese era el único consuelo del japonés; aunque estaban en la basura, seguían sellados.
―El pobre cerdo debe tener el sentido del gusto atrofiado. Con razón está contigo.
Viktor, que había aprendido a no hacerle caso cuando se ponía en modo adolescente gruñón, solo intercambió unas palabras de cortesía con Otabek, para luego alejarse para practicar saltos junto a su pareja. Lamentablemente, antes de estar lo suficientemente lejos, había dicho algo que no pretendía que ambos amigos escucharan, pero que terminó llegando a sus oídos de todas formas.
―¡Yuuri! Aún me duele el trasero.
―A-a mí también Viktor, pero por favor, baja la voz.
Yurio, por el rabillo del ojo, notó que el kazajo casi se cae en un doble toe loop, algo impensable en patinadores de su categoría. Interrogante, le lanzó una de sus elocuentes miradas, una que el otro entendió a la perfección. Otabek se sintió extrañado al no ver una expresión escandalizada en el ruso menor.
―¿No los escuchaste? ―Existía la posibilidad que Yurio eligiera bloquearlos de su mente.
―¿Lo de sus traseros? ¡No me sentiré culpable por ello! Ambos se merecían las patadas que les di ayer.
Otabek se le quedó mirando, su expresión seria contrastando de manera graciosa con el color que de pronto tomaban sus mejillas.
―Creo que no se estaban refiriendo a tus patadas, la verdad.
Yurio necesitó cinco segundos para asociar el sonrojo del kazajo con sus palabras y luego, fueron necesarios cinco segundos más para comprender lo que aquello implicaba. Diez segundos después, se escuchó un potente grito que hizo volar a las aves de toda la cuadra.
―¡QUÉ ASQUEROSOS!
En la pista de hielo, todos vieron entre extrañados y divertidos como Yuri Plisetsky se daba cabezazos contra una pared, mientras un kazajo intentaba aminorar los golpes poniendo su mano como amortiguador.
―¡MALDITA SEA, OTABEK! ¡Definitivamente no necesitaba esa imagen mental!
―¡V-viktor! ¡Mira lo que provocaste! ―Esa era la voz de Yuuri.
―¡No me arrepiento de nada! ―Viktor a duras penas había logrado decir aquello entre risas.
A lo lejos, un pobre Yakov observaba toda la escena con un tic en el ojo. Maldición, y se suponía que esos tres eran catalogados como los mejores patinadores del mundo.
―Idiotas, eso es lo que son ―murmuró antes de comenzar (o al menos intentar) a poner orden en ese gallinero que era su amada pista de hielo―. ¡Vitya, ayuda a tu pupilo, que ese flip sigue sin ser clavado al cien por ciento! ¡Yura, déjate de tonterías y vuelve a practicar! ¡Georgi y Mila, ocúpense de sus asuntos!
El orden gradualmente volvió y todos se enfocaron con seriedad en aprovechar esas horas. Sin embargo, si algo había que decir, era que, desde ese momento en adelante, Yuri Plisetsky nunca había podido mirar a sus dos amigos de la misma forma.
Notas de autora:
Pobre Yurio, siendo traumado desde tiempos inmemorables xD. Espero que les haya gustado este epílogo que, si bien es más corto que el capítulo principal, terminaron siendo igual más de dos mil palabras, cuando en realidad tenía pensado no pasarme de las mil, pero debo decir que me emocioné escribiendo y bueno, la inspiración hay que aprovecharla.
Debo decir que el capítulo anterior y este estaba pensado al inicio como uno solo, pero cambié de opinión cuando escribí la escena del reloj, pues sentí que seguir luego de eso iba a arruinar toda la atmósfera. Y la conversación con Yuuri no la quise poner en orden cronológico (la tenía escrita en el cap anterior y luego la borré), porque bueno, el objetivo no era que terminaran enojadas con el cerdo, aunque se lo merece por andar pensando weás xD. También quise poner un momento Otario aunque solo fuera de amistad, es que como se metieron mutuamente en la friendzone, no supe cómo sacarlos de ahí; no querían, Otabek dice que no se quiere ir a la cárcel xD. Aparte que igual el one-shot era Viktuuri.
Bueno, espero que les haya gustado. Estoy siempre abierta a críticas constructivas y si encuentran un error en redacción u ortografía me avisan para arreglarlo. Aunque reviso varias veces los escritos, siempre se me pasa algo (ya me sucedió en el capítulo anterior), así que ya saben, cualquier cosa me dicen no más.
Eso, ¡que estén bien!
Ah y pásense a mi otro fic, que se siente solito el pobre. Y comenten, para que esta autora no se siga sintiendo como Yato, ok no xD, pero de verdad me gustaría que me comentaran que les pareció.
Ya, ahora sí. Adéu, que vagi bé!