Una alianza involuntaria.

Fecha: 14/02/17

Hora: 21:45 p.m.

Lugar: algún bar cuestionable en alguna zona peligrosa de la ciudad de Yokohama.

El pequeño bar de mala muerte estaba atestado de parejas de aspecto góticas apretujadas por todos lados, la música era tan alta que apenas podía oír sus propios pensamientos, el aire poseía alguna mezcla peligrosa de humo de cigarrillos, alcohol y perfumes masculinos y femeninos, las luces amarillas y rojas dificultaba la visión de cualquier cosa o ser vivo que estuviese a más de cinco metros y el suelo parecía moverse de un lado a otro. Se dejó caer en un taburete en la zona más alejada y oscura de la barra, donde una lámpara adherida a lo alto de la pared tapizada con imágenes de bandas extranjeras estaba apagada. El barman ni siquiera reparó en su presencia, o en la figura de pie junto a ella. Le miró de arriba abajo pero no pudo sino pensar que se veía tan endemoniadamente peligroso como de costumbre, quizás un poco más. Tal vez el ambiente oscuro y perverso lo convertía en un ser de una novela para adolescentes, de esas en que la protagonista acaba quedándose con el chico malo, aunque es malo y oscuro, y peligroso, incluso aunque el chico bueno es un mejor partido que el chico malo. Suspiró y ocultó la cabeza entre sus brazos apoyados en la barra. Esperaba que estuviera limpia.

—No te ves como el tipo de persona que frecuenta estos lugares.

—No me hables.

—Te ves completamente deshecha y alterada.

Atsushi cerró los ojos con fuerza y trató de ignorar la llamada entrante pero el sonido del timbre del teléfono en su bolsillo sonaba incluso más alto que sus pensamientos, que la música, que los ecos de los latidos acelerados de su corazón en sus oídos.

—Asumo que estás en un verdadero peligro, lo cual, tratándose de ti, ha de ser como el pan de cada día.

Atsushi levantó la cabeza y fulminó con la mirada al muchacho que permanecía de pie a su lado. Sentada en su taburete, el rostro de perfil de Akutagawa quedaba a la misma altura que ella. Él tenía aires casuales, vestido de negro y con ese abrigo que literalmente se convertía en una bestia que lo devoraba todo. Tenía lentes oscuros acomodados en lo alto de su cabeza y una bufanda de color blanco alrededor de su cuello y asomando entre su abrigo. Guantes de cuero cubrían sus manos apoyadas en la barra, golpeteaba la madera pulida con los dedos mientras examinaba los estantes con las bebidas.

— ¿Quieres explicarme de dónde saliste?

— ¿Haremos esto? ¿Acaso no has tenido esa conversación sobre las flores y las abejas que…

—Estás muy conversador esta noche.

—De nuevo, nunca me he presentado como alguien callado.

Atsushi lo ignoró y decidió enfocar sus pensamientos en cómo salir del asunto en el que estaba metida, para lo cual, probablemente, tendría que morir y nacer otra vez, en otra ciudad, con otro nombre, quizás como un hombre en lugar de una mujer.

Akutagawa miraba con atención el inventario de bebidas que ofrecía el local, buscando algo que no le supiera a gasolina y le provocara algún tipo de infección en los riñones. Su cuerpo era débil, él no tenía problemas en admitirlo, y por lo tanto, debía cuidar su condición física tanto como pudiera. Por lo general no requería de demasiado esfuerzo pero ésta ocasión era algo que no estaba en sus planes. La chica mitad tigre a su lado se preguntaba cómo la encontró y cómo acabó siguiéndola. Bien, la respuesta era bastante fácil en realidad. La Port Mafia estaba en tregua con la Agencia Armada de Detectives, los negocios más importantes que tenían con otras organizaciones a las que apadrinaban se vieron interrumpidas por el enfermo deseo del jefe de la mafia de celebrar todas las festividades de esa temporada, Navidad, Año nuevo, San Valentín, incluso el Día blanco. Akutagawa no tenía nada que hacer, esa noche estaba solo en su departamento y no había mucho para comer en su refrigerador, y más importante que eso, no había té. Salió en busca de su marca predilecta cuando, al cruzar una esquina, divisó a lo lejos a la tigresa, que corría como si el líder de Guild estuviera tras su primogénito no nacido. Akutagawa podría haberla incitado a una batalla, podría haber acabado con esa pequeña mierda llorona y quejica partiéndola en la cantidad de pedacitos suficientes para que el tigre no pudiera regenerarla otra vez.

Pero la maldita tregua.

Indignado por una oportunidad perdida y aburrido, decidió que si no podía matarla, al menos se divertiría un rato complicándole la vida, así que la siguió manteniendo una distancia considerable por los primeros cinco minutos. Transcurrido ese tiempo, ella se volteó como si él hubiese gritado su nombre y sus facciones más bien aniñadas y delicadas mutaron en una mueca de absoluto desprecio y locura. Ella se vio como si estuviese a punto de venírsele encima por un escaso segundo, pero quizás recordó lo de la tregua y se echó para atrás y continuó su camino. Akutagawa la siguió hasta que acabaron en ese bar asqueroso. Él sospechaba que ella estaba huyendo de algo o alguien, por su expresión desesperada, podría decir que intentaba huir de un ejército de humanos con súper poderes.

El barman se acercó a ambos y le echó una mirada prolongada a la tigresa. Ella, con sus mejillas sonrojadas y su cabello plateado, sus ojos grandes y esa postura tímida y asustadiza, era todo lo que un hombre querría tener entre sus brazos.

Excepto Akutagawa. Él la quería metida en un cajón tapiado con clavos, y al infeliz de Osamu Dazai lloriqueando porque su perfecta subordinada ya no volvería respirar. Pero como sea, en dos semanas más podría darle caza, y por el momento, tenía que asegurarse que nadie tocara a su presa.

— ¿Van a ordenar algo?

—Agua para mí. Leche tibia y galletas para ella—respondió él.

A la tigresa literalmente le cambiaron los ojos. Ella gruñó, presionó los hombros con fuerza y tembló como cualquier bestia acorralada. Seguido de ello, dio un salto desde su taburete y se fue. Akutagawa la siguió de inmediato, curioso por saber adónde iría.

Atsushi no sabía adónde ir. Podría abandonar la ciudad y volver la próxima semana, o podría desaparecer para siempre. También consideró la idea de regresar silenciosamente a la residencia de departamentos de la Agencia pero el timbre de su teléfono sonando de nuevo la convenció de no intentarlo. Para ser sincera, no tenía ni la más remota idea de que los chocolates poseían diferentes significados y ella les había dado uno a cada persona en la Agencia, incluso a Yosano-sensei, a Naomi-san y a Kyouka-chan. Pero ese no era el problema, sino que el problema era que los chocolates costosos significaban que literalmente estabas confesando tu amor de forma tácita a la persona a la que se los dieras. Recordó vagamente la expresión de susto y el sonrojo en el rostro de Tanizaki-san, la manera en que Rampo-san se puso insoportablemente engreído, incluso a Dazai-san preguntándole si ella sabía lo que aquello significaba. Los únicos que no se comportaron de una manera diferente fueron Kenji-kun y Kunikida-san, pero incluso ellos les habían enviado mensajes de texto. Bien, decirlo de esa forma sonaba casi cotidiano. Kunikida-san le envió, hasta el momento, ochenta y siete mensajes, mientras que Kenji-kun le envió uno en el que le preguntaba si ella estaba de acuerdo en recibir una vaca y un cabrito como dote, porque era todo lo que podía permitirse hasta que le dieran su aumento en el mes de marzo. Tanizaki-san y Rampo-san la llamaron una considerable cantidad de veces, Dazai-san alternaba entre llamados y mensajes de amenaza del tipo:

"Te encontrarán y lo sabes"

"Deberías decirles acerca de nuestro beso indirecto"

"Yo les diré, no te preocupes"

"Kunikida-kun está a punto de tirar tu puerta, creo que le ayudaré"

"Bien, el presidente dijo que nada de tirar puertas, esto se está poniendo aburrido"

"¡Oh, oh! Rampo-san dice que sabe dónde estás"

"De acuerdo, ya te localizamos. Iré por ti en diez minutos"

"¿Podemos comprar chocolate caliente y panquecitos rellenos de camino a casa?"

Atsushi no quería ver la cara de su superior, al menos no hasta dentro de dos semanas. Sabía por experiencia que Dazai era un gran bromista pesado pero no creyó que llegaría al extremo de darle un beso. De acuerdo, para ser justos, fue un beso indirecto, Atsushi no sabía cómo funcionaba todo ese asunto pero no quería indagar en ello. Apresuró su paso hasta casi trotar y lloriqueó en voz baja. ¿Por qué era tan tonta? ¿Y por qué estaba este asesino persiguiéndola? Miró hacia atrás y lo encontró andando a su paso, con las manos metidas en su bolsillo y la vista al frente.

El teléfono sonó otra vez, Atsushi lo sacó con firmes intensiones de apagarlo, quitar la batería y arrojarlo por ahí pero algo aferró el pequeño aparato y se lo quitó de un tirón.

Akutagawa tomó el teléfono celular de la tigresa y miró la pantalla. El nombre de Dazai-san aparecía junto al anuncio de una llamada entrante. Así que de eso estaba huyendo la gran tonta.

— ¡Dame mi teléfono! —ladró ella, pero abrió mucho sus ojos y chasqueó los dedos de su mano derecha, como si una idea muy buena le hubiese cruzado la mente— ¡Destroza mi teléfono!

En cambio, él presionó botón para atender y puso el altavoz. La cara de la chica pasó del pálido natural al blanco de papel y sus hombros se hundieron de un golpe.

—Atsushi-chan, estoy fuera del bar pero me dicen que ya no estás aquí y que te fuiste con alguien—canturreó la voz de su antiguo mentor.

—Dazai-san.

— ¿Akutagawa-kun? ¿Por qué tienes el teléfono de Atsushi-chan? ¿Sabes que estamos en tregua?

—Lo sé. Pero ella me ha incitado a una batalla y tuve que noquearla antes que afectara el acuerdo entre los líderes de ambas organizaciones. Pero no te preocupes, es tan torpe que ni siquiera sintió el impacto de su fea nariz contra el suelo.

A tres metros, la tigresa se revolvió de ira contenida y formó palabras silenciosas para él, algo como, púdrete en el infierno, asqueroso perro.

—Es curioso, pero ambos son mentirosos terribles.

Akutagawa no pudo evitar sorprenderse por las palabras de su mentor. No era la primera vez que una persona les decía a ambos que eran iguales, no obstante, no estaba muy dispuesto a creerlo. Le echó una mirada a su supuesta contra parte femenina y frunció el ceño, ella hizo lo mismo al mismo tiempo y cuando él gruñó, ella gruñó a la vez. Al parecer, fue consciente de sus reacciones aparentemente sincronizadas, porque le dio una mirada de muerte y ladeó su rostro en otra dirección. Y Akutagawa hizo lo mismo.

Era ridículo, pero quizás las personas no se equivocaban.

Impulsado por ese hecho particular, contestó a su antiguo mentor, diciendo:

—No te diré donde estamos.

Tras eso, tomó el teléfono, lo apagó y se lo arrojó a la tigresa. Ella lo tomó en el aire justo cuando Akutagawa la alcanzaba y la aferraba de un brazo con fuerza para tirar en un agarre seguro que la tomó totalmente desprevenida.

— ¡¿Qué estás haciendo?! —exclamó, ejerciendo fuerza en contra de él cuando trató de llevársela consigo.

— ¿Quieres evitar que te encuentre o no?

Atsushi decidió que, por el momento, la perspectiva de ser encontrada por alguno de los miembros de la Agencia era más aterradora que pasar unas cuantas horas con Akutagawa. No podía ignorar las palabras de Dazai-san tanto como no podía olvidar las del líder de Guild, ambos los comparaban y los hallaban iguales, Atsushi no sabía por qué. Tampoco sabía por qué de pronto Akutagawa parecía estar dispuesto a no matarla.

— ¿Adónde me llevas? —inquirió después de un rato— ¿A tu casa?

—No—contestó él—No permiten el ingreso de mascotas en el lugar en el que vivo. Podría llevarte con Higuchi o Chuuya-san, pero él lo sabría.

— ¿Entonces?

Atsushi no obtuvo su respuesta sino hasta que transcurrieron cuarenta minutos de caminata silenciosa. A medida que avanzaban, se alejaban más y más de la zona que ella conocía y se adentraban en callejuelas angostas donde el asfalto estaba quebrado y hundido en algunas partes. Ya no había edificios ahí, sino casas pequeñas y amontonadas unas sobre otras, cada una de un color diferente a la de al lado, con techos de tejado inestable y ventanas tapiadas con madera desde el interior. No se quedaron ahí mucho tiempo, Akutagawa la condujo por un laberinto de calles oscuras y húmedas hasta que el asfalto se acabó y las calles se hicieron de piedras por un interminable kilómetro y luego de tierra. Más allá de eso comenzaba lo que parecía un bosque. No estaban lejos de la montaña más cercana y Atsushi se preguntó por cuánto tiempo caminaron, Akutagawa se adentró entre los árboles, siguiendo un pequeño sendero de tierra casi imperceptible y no se detuvieron sino hasta dar con un árbol enorme y frondoso de gruesas ramas por las que uno podría trepar con facilidad. Atsushi prestó atención al paisaje de arriba y notó que en lo alto del árbol, una especie de vieja construcción de madera se sostenía con firmeza a las ramas. Estaba cubierta de nieve y escarcha, así que tuvo que usar sus ojos de tigre para distinguirla claramente.

Era una casa del árbol, el sueño frustrado en la infancia de cualquier huérfano.

—Sube.

— ¿Eh?

—Dazai-san no sabe que este lugar existe. Sube.

Atsushi no necesitó que se lo dijera otra vez. Trepó con envidiable facilidad y abrió la puerta angosta de un suave tirón. Apenas puso un pie en el interior, Akutagawa se encaramó a la entrada, ingresó, y cerró detrás de él. Estaba tan oscuro que no se deshizo de su visión de tigre.

—Es cálido aquí.

—La escarcha aísla el frío y mantiene el calor amortiguado.

El silencio se instaló en el pequeño lugar mientras Atsushi tomaba asiento delante de él, con las piernas cruzadas. No esperaba pasar una noche cómoda pero el que Akutagawa estuviese en ese reducido espacio cerrado lo volvía todo más pesado, más tenso. Él no parecía tener intensiones reales de matarla esta vez, si era debido a la tregua obligatoria o por otro motivo, no lo sabía.

— ¿Por qué…?

—Dazai-san dice que somos iguales—contestó, interrumpiéndola—Ese otro sujeto también lo dijo.

— ¿Y tú les crees?

—Dazai-san no miente. Aunque me enferma admitirlo, puede que él tenga razón.

—Lo admiras.

—Cierra la boca.

Atsushi sonrió, muy a su pesar. Ella también admiraba a Dazai, su ingenio, su extraño sentido del humor, su seguridad, la fortaleza que le inspiraba a tener. Quizás él le enseñó las mismas cosas a Akutagawa, quizás ella estaba aprendiendo todo lo que él aprendió. Ese pensamiento no se sintió del todo bien, no se creía capaz de acabar como el pelinegro en algún futuro cercano o lejano.

Eso también le recordó lo que él era, lo que ambos eran.

Atsushi apreciaba la vida más que ninguna otra cosa.

Akutagawa no tenía respeto por la vida.

Se alejó un metro y no le importó que él notara el movimiento, se dejó caer en la madera y se cruzó de brazos, sintiéndose desanimada. No estaría metida en ese lío si sus compañeros y superiores no hubiesen reaccionado de la manera en que hicieron, nada de esto hubiera pasado si ella no le hubiese dado chocolates a nadie.

Akutagawa se recostó en el suelo, a unos escasos metros, también con los brazos cruzados.

— ¿Por qué la Agencia está persiguiéndote? ¿Te comiste a ese pelirrojo inútil?

—No hables mal de Tanizaki-san. Él es mucho más agradable que tú.

Akutagawa escuchó distraídamente cuando la tigresa se puso a narrar su ridícula historia de chocolates en San Valentín y no pudo evitar sentirse ofendido por tener una rival tan reverendamente despistada. Incluso él sabía acerca del significado de los distintos tipos de chocolates y era el colmo que ella no prestara atención a algo tan importante. Como consecuencia, acabó con cinco usuarios de poderes sobrenaturales siguiendo sus pasos de cerca, buscándola para que explicara si estaba interesada en todos ellos o en alguno en particular. Akutagawa pensaba que bien podría haberla dejado en un lugar en que sería fácil de encontrar pero una parte de sí mismo se sentía mal de solo pensar en hacer algo así. Podía ser que no tomaría la vida de esa mujer tonta esa noche, ni en quince días, pero tampoco deseaba que alguien más le quitara la oportunidad. Además, sospechaba que ella no lo dejaría estancado en una situación así si él estuviese en sus zapatos.

Le dio una rápida mirada y luego suspiró. Estaba recostada en la misma posición, mirando al techo, silenciosa tras haber acabado su anécdota. Akutagawa tampoco encontró algo que decir en los siguientes minutos, así que optó por mantenerse callado. Lo que estaban haciendo se sentía como una especie de trabajo en equipo de una manera retorcida, lo cual ya se había dado una vez antes, cuando lucharon juntos contra el líder de Guild. Akutagawa se espantó de una forma en que no deseaba reconocer ni recordar cuando ese tipo envió a la tigresa más allá del borde de la nave de un solo puñetazo, y si él no hubiese actuado tan rápido como lo hizo cuando utilizó a Rashoumon para traerla de vuelta, ella habría muerto.

Pero no podía morir. No pudo haber muerto en ese momento, ni en ningún otro, no a menos que fuera Akutagawa quien la asesinara.

¿Y entonces qué?

El pensamiento se le antojó extraño e incómodo. ¿Qué sucedería si algún día no estaba ahí para salvar el trasero de esa insensata? ¿Y qué pasaría si él la asesinaba? Seguramente la Agencia buscaría venganza, seguramente Dazai-san lo haría, o tal vez él encontraría a alguna otra persona para suplantarla. Akutagawa no estaba seguro de encontrar a otro oponente que fuera tan capaz de hacerle frente como la tigresa lo hacía.

La resolución llegó a su mente tan fácilmente como el aire llegaba a sus pulmones. Tenía que mantener con vida a la tigresa, hasta que el día en que tomara su vida finalmente llegara. Nadie podía quitarle ese privilegio, nadie más que él decidiría hasta qué día viviría esta mujer.

—Te ves como si estuvieras pensando en algo importante.

—No tienes tanta suerte—las palabras emergieron inconscientemente y Akutagawa se congeló.

La tigresa también se congeló.

— ¿Te-te gusta el Chazuke? —farfulló ella después de un momento.

La tensión abandonó los hombros de Akutagawa y se permitió relajarse. Esa inútil sí que sabía arruinar momentos. Varios minutos pasaron en más de ese extraño pero cómodo silencio y Akutagawa estaba a punto de cerrar sus ojos cuando algo aterrizó justo sobre su estómago. Tanteó su ropa hasta dar con algo pequeño y rectangular, escuchó el crepitar de papel plástico y frunció el ceño.

¿Acaso era una golosina? Miró a su izquierda, consciente de que ella lo vería con su visión mejorada. Ese par de ojos que mezclaba los colores del atardecer brillaban un poco en la oscuridad, haciendo que su rostro fuera la única y escasa fuente de luz.

—Por ayudarme. —fue lo único que dijo.

—Chocolate—gruñó Akutagawa, frunciendo el ceño en una mirada de reproche— ¿Acaso no has aprendido nada?

La tigresa volvió a poner esa expresión de odio y locura y se sentó en un rápido movimiento.

— ¡No es…! ¡Es solo una barra de chocolate barato y amargo que compré en una tienda! —exclamó, su voz aguda rompiendo el silencio de la noche—Iba a preparar un submarino. Hasta que todo esto comenzó a pasar. Si no te lo comerás, dámelo. Tengo hambre.

El lloriqueo se le antojó insoportable a Akutagawa, así que abrió el envoltorio, partió la barra de chocolate al medio y arrojó una de las mitades.

—Eres insoportable cuando te quejas.

Ella volvió a recostarse y se dedicó a mordisquear su porción de cena improvisada como si su intensión fuera alargar la experiencia tanto como pudiera.

Akutagawa suspiró. Esa iba a ser una larga noche, y aún tenía que llevarla de regreso al amanecer.

Frunció el ceño y se golpeó mentalmente por ese pensamiento. ¿Cómo es que él tenía que llevarla de regreso? ¿Acaso ahora era su guarda espaldas? Miró a la chica en su afán de cenar y frunció el ceño. Viéndolo desde cualquier ángulo, ella se veía como una potencial víctima de robo y asesinato en los barrios bajos de Yokohama. Más valía estar seguros de que llegaría a salvo a la Agencia Armada de Detectives, donde seguramente esos cinco tipos la mortificarían por su torpeza en lugar de él.

Ese pensamiento le resultó divertido y lamentó no tener un micrófono para ocultarlo en su abrigo.

La próxima vez, decidió. La próxima vez se las arreglaría para instalarle un micrófono a la tigresa sin que ella se diera cuenta.

Fin.


Dato curioso: Akutagawa llevó de regreso a Atsushi al centro de Yokohama a la mañana siguiente. Fueron discutiendo todo el camino porque él tomó el trozo más largo de la barra de chocolate.

Dato curioso: nº 2: Dazai siguió a Akutagawa y Atsushi todo el camino hasta la casa del árbol y permaneció ahí por una hora, sin ser descubierto. Se fue cuando dio por sentado que no se matarían el uno al otro. Compró chocolate caliente y panquecitos rellenos de camino a su departamento.

Dato curioso nº 3: Rampo continúa creyendo que Atsushi solo trató de despistar a los demás.

Dato curioso nº 4: Naomi ayudó a Atsushi con los chocolates que le obsequió a todos, dándole recomendaciones sobre qué tipo de cosas comprar.

Dato curioso nº 5: Fukuzawa fue el único que no recibió chocolates.

Dato curioso n°6: Tanizaki nunca se comió el chocolate que Atsushi le dio, temeroso de la reacción de su hermana.

Dato curioso nº7: Cuando todos estuvieron en la Agencia a la mañana siguiente, Yosano declaró que el último en obtener un chocolate por parte de Atsushi era el único que tenía derecho a ser quien tuviera el corazón de la chica. Akutagawa fue el último y Dazai lo presentía.

Dato curioso n°8: Atsushi juró que nunca volvería a darle un chocolate a nadie, jamás.


Bien, eso ha sido todo. Muchas gracias por leer y espero que sepan disculpar por la demora del último oneshot. No sabía qué escribir sobre estos dos, no quería algo puramente romántico o puramente cómico, es verdad que hay cierta tensión entre ambos y que de alguna manera su interacción acabó siendo divertida en el último capítulo de la segunda temporada, pero no quería romper con ese ciclo de amor-odio-amor-odio que se tienen, y ellos se odian y se necesitan tanto como Chuuya y Dazai.

Bueno, espero que les haya gustado, no sé cuándo volveré así que espero que sigan bien y que pasen días excelentes.

¡Nos vemos!