Comenzamos con una nueva historia. Siempre estoy nerviosa cuando publico el primer capítulo. Espero que les guste y las invito a acompañarme en esta nueva etapa.

La mayoría de los personajes pertenecen a Stephanie Meyer.


CAPÍTULO 1

Bella

–¡Lo siento mucho, Rose! Zoe ha pasado mala noche.

–No te preocupes, Bella. Vamos temprano. Tú y tu adorada obsesión por la puntualidad. – Mi amiga sonrió hacia mí cuando me monté en el asiento copiloto.

–Sabes que no soporto llegar tarde ni hacer esperar a nadie, Rubia. – Refunfuñé mientras me abrochaba el cinturón. – ¡Arranca! Vas a llegar tarde y no quiero que sea por mi culpa.

–Ya vamos, ya. – Resopló a la vez que arrancaba el coche y salíamos hacía la carretera.

Todas las mañanas teníamos la misma retahíla. Rosalie se tomaba la rutina mañanera con la calma más destacable del mundo mientras que yo parecía un tornado. Zoe y yo teníamos por costumbre esperar a la pequeña rubia en la puerta de nuestra casa, donde nos recogía con Peter y Charlotte. Rose trabajaba en el colegio de la zona y se encargaba de llevar a sus dos hijos y a mi hija después de dejarme a mí en mi trabajo.

–¿Te has tomado hoy tu querida taza de café? Porque tienes un humor bien tierno, HellBell. – Me dijo con sarcasmo.

–Para tu información, mi Barbie diabólica, me he tomado dos. Y sabes que sin mi café no puedo funcionar bien.

–¡Vaya humor me traes hoy! ¿Tan mala ha sido la noche? – Preguntó con preocupación a la vez que miraba por el espejo retrovisor a los niños.

–Zoe tuvo una pesadilla y no dejaba de llorar. Apenas lograba que se calmara. – Me giré en mi asiento y acaricié la pierna de mi hija. Ella se acababa de dormir en su silla. – Al final, la llevé conmigo a mi cama y se acabó relajando hasta dormirse.

–¿Qué habrá soñado? Es raro que Zoe se pusiera tan nerviosa. – Me miró Rosalie con el ceño fruncido cuando paramos en un semáforo en rojo.

–No lo sé, Rose. Lleva así ya tres noches y me tiene preocupada. No sé si es por algo que ha escuchado o visto en algún sitio o simplemente su mente le hace soñar con cosas que no le gustan. – Le dije acongojada.

–Tranquila, nena. Quizás solo sea una fase o el cambio de estación. Eso nos vuelve a todos un poco locos. – Respondió cuando el semáforo cambió de color y giró hacia la derecha de la calle.

–Espero que sea por culpa de la primavera. – Suspiré. – ¿Cómo llevas la reunión de hoy? ¿Nerviosa? – Le pregunté para cambiar de tema. Sabía que Rose andaba un poco desquiciada con la charla que tenía hoy con el jefe de estudios acerca de una de las excursiones que quería hacer con los niños de su clase. El "bichejo", como yo lo había bautizado, era un auténtico gilipollas. Varias veces había intentado propasar la línea de compañeros de trabajo con mi amiga, sabiendo que ella estaba felizmente casada con mi querido Garrett.

Rose era una mujer muy atractiva. Rubia, de ojos azules y labios finos, con un cuerpo hermoso y una sonrisa deslumbrante. Aún recuerdo cuando estábamos en el instituto y la mayoría de los chicos querían una cita con ella. Aunque ninguno tuvieron nunca oportunidad de ello. Ella había estado enamorada desde siempre de Garrett y él sabía perfectamente que ella era su chica. Mi amigo solo ha tenido y tiene ojos para mi rubia favorita. Pensar en el amor es pensar en ellos.

–Estoy cagada de miedo. Quiero que acepte mi propuesta, sé que a los chicos les gustará. El muy idiota quiere que nos reunamos en su despacho después de las clases. No pienso quedarme con él a solas. Todos los profesores se van. – Mi amiga se mordió el labio con nerviosismo.

–Rosalie, sabes que si ese idiota se propasa puedes denunciarlo. Y no tienes porqué aceptar la reunión a esa hora. Habladlo en el tiempo de recreo y dile que luego tienes cosas que hacer más importantes. Ponme a mí de excusa. – Le sonreí.

–Dios. Él te odia, no estás en su lista de personas favoritas. – Rio divertida.

–Pues claro que no. Le di una patada en sus bolas, ¿cómo le iba a caer bien con eso?

–Eres un demonio, HellBell. Aún recuerdo como se retorcía en el suelo. Solo por eso te ganaste el respeto de todas las profesoras. – Rosalie nos guiaba por las calles con calma.

–Ese bichejo debería aprender a dónde colocar sus manazas.

–¿Por qué le pegaste, tía Bella? – El pequeño Peter preguntó curioso.

–¿Cómo hay que tratar a las damas, cariño? – Le pregunté cuando me giré en mi asiento.

–Como un caballero. – Dijo con orgullo, cuadrando sus pequeños hombros.

–Exactamente, Peter. El hombre tonto no lo hizo conmigo así que le di una lección. – Le sonreí.

–¡Yo lo vi! ¡Fue increíble, Peter! – Chilló con alegría Charlotte. – Mami y tía Bella me fueron a recoger de las clases ballet. La tía Bella le dio una patada y el jefe de estudios se cayó al suelo. – Charlotte se movía en su asiento de un lado a otro. – El señor Newton le había cogido el culete a la tita. – La niña risueña de 6 años le susurró al oído a su hermano, aunque todo el coche la escuchó.

–¡Pero eso está mal! La tía Bella no es su novia. Él no puede hacer eso. – Peter chilló enfadado. – Yo quería haber visto a la tía Bella en acción. – Refunfuñó cruzándose de brazos.

Me reí ante la actitud del niño de 7 años. Peter era un encanto de chico, lo adoraba. Era muy protector con su hermana y su madre, así como con Zoe y conmigo. Garrett le había inculcado la idea de que debía protegernos y cuidar de nosotras. Ambos se tomaban muy en serio dicho deber. Recuerdo una vez que a Charlotte le quitó su desayuno un compañero de clase y su hermano fue en su ayuda; Peter terminó dándole un puñetazo al niño y ganándose una visita al despacho del director pero consiguió que su hermana no se quedara sin su comida.

Cuando Rose llegó a la puerta de la clínica veterinaria supe que era hora de bajarme y despedir a nuestros pequeños monstruitos.

–Bueno chicos, llegó mi parada. Esta tarde os veo, ¿de acuerdo? – Recogí mi bolso y la mochila con mi ropa de trabajo.

–Nos vemos a las cinco en la cafetería de siempre, Bella. Te esperaremos, no tengas prisa. – Rose me dijo con una sonrisa amable. Ella siempre se preocupaba por mí.

–¡Sí, tía Bella! Estaremos tomando un gran trozo de tarta, ¿verdad mami? – Preguntó Charlotte.

–El más grande que haya. – Le respondió mi amiga riendo.

–Tened cuidado en lo que resta de trayecto. – Le dije a Rose. – Portaros bien y haced caso a vuestra madre.

Miré a Zoe, que seguía dormida profundamente. Con un suspiro, me separé del coche para dejar que mi amiga partiera hacia el colegio.

–No te preocupes, Bella. Zoe estará bien. Cuidaré de ella. – Y sabía perfectamente que mi amiga cumpliría con su palabra.

De mala gana, vi como el coche se alejaba; con Charlotte y Peter saludándome de manera entusiasta por el espejo trasero. Riendo ante la actitud alegre y desenfadada de los chicos, me giré y entré en la clínica veterinaria. En la recepción estaba ya Angela colocando los nuevos documentos en el mostrador.

–Buenos días Angy, ¿qué tal?

–¡Hola Bella! Estoy genial. Tengo algo importante que decirte. – Ella me miró risueña, con sus grandes ojos marrones brillando con emoción. Yo solo me acerqué a ella, esperando impaciente por lo que iba a contarme. – ¡Ben se me declaró anoche! ¡Vamos a casarnos!

–No me puedo creer que por fin el tímido de Ben se atreviera. ¡Enhorabuena, cielo! ¡Eso es fantástico! – La abracé entusiasmada. – ¡A ver ese anillo! – Rompí el abrazo y cogí su mano para encontrarme un bonito anillo. Era sencillo y de corte elegante. Totalmente el estilo de mi amiga. – Es precioso Angy. Me encanta.

–¿A qué sí? – Angela no cabía de gozo. – Tendrías que haber visto a Ben. El pobre estaba muerto de nervios. Durante toda la cena estuvo sudando a mares y los cubiertos se le resbalaron de las manos varias veces. Fue adorable. ¡Todo el restaurante aplaudió y nos felicitó! Incluso el camarero nos regaló una botella de champán por parte de la casa.

–¿En serio? Muero con la idea de Ben declarándose en público. – Sonreí. – Con lo tímido que es nuestro hombre.

–¡Yo tampoco me lo terminaba de creer, Bella! Pero mi chico se atrevió y fue tan dulce… – Ella suspiró enamorada.

–Será mejor que me vaya a cambiar. No quiero que se me pegue toda esa cursilería que destilas por tus poros a niveles industriales. – Riéndome ante su actitud, me dirigí hacia la zona de los vestuarios mientras Angela intentaba no reírse por mis palabras.

–¡Estás loca, mujer! ¡Estoy deseando ver cómo caes, Bella! – Chilló desde recepción para que me enterase. – Estoy segura que lo harás y pienso ser testigo de ello en primera fila.

Negando con la cabeza por lo que decía Angy entré en el vestuario de mujeres y me cambié rápidamente de ropa para ir a colocar todo el instrumental de trabajo de mi jefe. Adoraba este trabajo. Era la ayudante del doctor Vulturi y me encargaba de asistirlo en las operaciones así como de supervisar a los animales que se quedaban ingresados con nosotros durante una temporada. Alec era muy buen jefe y me permitía tener un horario flexible para poder encargarme de Zoe sin ningún contratiempo.

Hoy iba a ser un día duro. Teníamos por delante tres operaciones y diversas revisiones. Así que, mientras me iba recogiendo el pelo en una trenza me fui concentrando en mi trabajo. En uno de los descansos llamaría a Rose para ver cómo se encontraba mi hija. Era una gran ventaja tener a mi mejor amiga en la guardería de Zoe.

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¡Dios mío! ¡Eran más de las cinco y diez! ¿Por qué demonios el tiempo se había convertido hoy en mi peor enemigo? Salí corriendo de la clínica despidiéndome de Angy con un beso rápido y deseándole una gran tarde. La cafetería en la que había quedado con Rose estaba a dos calles de distancia, casi a mitad de camino entre el colegio y mi trabajo. Siempre íbamos allí cuando podíamos, era nuestra cafetería favorita. Allí preparaban el mejor café del mundo y sus tartas eran un verdadero manjar. Los niños adoraban los pasteles que elaboraban en el café Erin y nos hacían compañía de vez en cuando. Yo amaba ese lugar, en sus paredes colgaban fotografías de hermosos paisajes de Irlanda y numerosos adornos típicos de allí adornaban el lugar. El café Erin parecía un pedacito de aquellas tierras lejanas.

Recorrí la distancia a paso ligero, evitando chocar con la gente que iba en sentido contrario por la acera. La ciudad a esta hora era un completo caos, muchas personas salían justo ahora de su trabajo y moverse sin tropezarse con alguien era toda una hazaña.

A lo lejos vi, por fin, la cafetería y me di cuenta que Rose esta vez no había elegido una de las mesas más cercanas a la cristalera del café como tenía costumbre. Extrañada, me paré impaciente en el semáforo esperando a que cambiara de una vez por todas y pensando en el tipo de tarta que hoy iba a pedirme. Se me hacía la boca agua ante la idea de hincarle el diente a un trozo de tarta de caramelo.

Cuando por fin entré por las puertas de la cafetería mi sonrisa se borró por completo ante lo que vi. Un hombre alto y con una espalda muy ancha se encontraba hablando con Rose. Mi amiga lo miraba de manera compungida y retorciendo sus manos entre sí. Eso no era buena señal. Rosalie solía hacer eso cada vez que estaba nerviosa o no se encontraba cómoda ante una situación. Molesta con el desconocido que tenía así a mi amiga, me dirigí decidida hacia la mesa.

–Debería poner más atención a sus hijos, señora. Se le podrían perder fácilmente. – Dijo de manera tosca el tipo. – Han entrado a mi despacho creyendo que era el servicio. Si hubiera ido con las niñas en vez de quedarse aquí sentada con sus papeles eso no habría ocurrido.

Viéndolo todo rojo, me dispuse a intervenir.

–Siento interrumpirle, señor. – Le dije sin miramientos. El hombre de cabello negro se giró sobresaltado cuando escuchó mi voz bañada de indignación. Sus ojos grises se clavaron en los míos y su ceño fruncido se hizo más pronunciado. – Charlotte es una niña muy responsable, lo suficientemente mayor como para ir sola al servicio y llevar a mi hija con ella mientras su madre está terminando de corregir unos exámenes. – Le aclaré mientras le fruncía el ceño al igual que él hacía. – Y la última vez que estuve aquí, que fue hace dos días, el cartel que indicaba el servicio de señoras no estaba colocado. Así que, si no desea visitas indeseadas en su despacho debido a un error de indicaciones debería enmendar eso y no armarle un barullo a mi amiga.

Rosalie y los niños me miraban con los ojos abiertos de par en par mientras que el hombre de cabello negro torcía su boca ante mis palabras y relajaba ligeramente su postura. Su falta de respuesta me dejó claro que había dado en el clavo.

–Vámonos, Rose. Se me han quitado las ganas de tomarme un café. – Le ordené a mi Rubia al tiempo que me sacaba un par de billetes del bolsillo de mis vaqueros. – Puede quedarse con el cambio, tómelo como una compensación por las molestias… – Volví a mirar al gran hombre que seguía sin pronunciar una palabra. – Señor. – Le dije con rabia.

Tomé en brazos a Zoe, agarré de la mano a Peter y salí con la cabeza bien alta en dirección a la puerta. Sabía que Rosalie me seguía junto a Charlotte y no pensaba detenerme para mirar por encima de mi hombro a ver si el hombre idiota seguía allí plantado. Aguanté la puerta para que todos salieran y después me giré para mirar a mi familia.

–¿Estáis bien? – Les pregunté preocupada. Había veces que mi genio me hacía ignorar todo a mi alrededor.

Tanto Rose como sus hijos seguían mirándome con los ojos pasmados. Asintieron con la cabeza ante mi pregunta y yo enfoqué mi vista en mi Zoe. La tenía en mis brazos y ella me miraba son sus lindos ojos brillando.

–Dios mío, Bella. Eso ha sido… – Rose no sabía cómo seguir la frase.

–¡Flipante! – Concluyó Peter con alegría. – Ha sido increíble, tía Bella.

Con la declaración de Peter pareció que todos salieron de su estado de ensoñación.

–¡Es verdad, tía Bella! ¡Has reñido al hombre que reñía a mami! – Charlotte declaró chocando sus palmas repetitivamente.

Zoe me rodeó el cuello con sus pequeños brazos y escondió su cabeza en mi garganta. Adoraba sentir el suave cabello de mi hija contra mi mejilla. Me calmaba.

–¿Estás bien, Rose? – Ella asintió. – Vamos al coche mientras me contáis. – Puse a toda la plebe en marcha hacia el aparcamiento. – ¿Qué fue lo que ocurrió, Rubia?

–Los niños habían terminado de tomarse su trozo de tarta…

–¡El mío era de chocolate! – Exclamó Peter.

–¡Y el mío de fresa, tita! – Dijo Charlotte al mismo tiempo que su hermano.

Yo les sonreí a los dos y volví a mirar a su madre para que continuara con el relato.

–Peter fue el primero en ir a lavarse las manos, porque mi hombrecito se había llenado de tarta por todas partes. – Sonrió cuando Peter se quejó porque su madre le había revuelto su pelo rubio.

–Y después de ir él, le dije a Charlotte que era su turno. Ella me dijo que podía llevarse con ella a Zoe, así que ambas fueron al servicio. Pero empezaron a tardar demasiado y decidí llegarme a ver si les ocurría algo. En el momento en el que me levanté, Charlotte y Zoe venían acompañadas por el dueño. Y ahí fue cuando tú llegaste.

Llegamos al coche y Rosalie pulsó el botón de desbloqueo de puertas. Los niños tomaron lugar en sus respectivos asientos mientras que yo colocaba a mi hija en su sillita. Rose tomó su asiento como conductor y después de cerrar la puerta trasera me dirigí a mi puesto de copiloto.

–Si ese hombre es el dueño de la cafetería, es un verdadero idiota. – Gruñí disgustada a la vez que Rose arrancaba el coche y salía del aparcamiento. – Si hubiera estado colocada la señal en la puerta del cuarto de baño las niñas no se hubieran equivocado de puerta.

–¡Iiota! – Zoe chilló desde el asiento trasero. Los niños se rieron por la ocurrencia de mi hija. Mi cara se puso roja cuando Rose me miró entre enfadada y divertida.

Me giré en mi asiento y acaricié la pierna de Zoe con cariño. Ella me miraba con su dulce sonrisa y sus mejillas regordetas. – Cielo, esa palabra es fea y las niñas bonitas y buenas no deben decirla. Solo la dice mami cuando está comportándose como una bruja.

Zoe me miró con su pequeño ceño fruncido, pensando lo que acababa de decirle. Tras unos instantes ello asintió con la cabeza. – Yo buena. – Fue su simple respuesta.

–Exacto, cariño. Tú eres un sol. Yo solo una bruja malvada que se divierte haciendo cosquillas a los niños. – Y la ataqué con cosquillas suaves en sus costados. La risa de mi hija llenó todo el coche y los demás comenzaron a reírse en respuesta a ello.

Rose arrancó el vehículo y nos llevó de regreso a nuestro barrio. Tras dejarnos a Zoe y a mí en la puerta de nuestra casa, ella partió para la suya, despidiéndonos hasta la mañana siguiente.

–Hogar, dulce hogar. – Dije cuando entramos a casa y dejé a mi hija en el suelo para que anduviera por libre. Solté las llaves en el cuenco que tenía sobre el mueble de la entrada y cerré la puerta tras de mí. Dejé mi bolso y mi mochila, me quité la chaqueta y me remangué las mangas del jersey. Ahora tocaba la pequeña rutina de baño y cena.

Tras bañar a mi hija y colocarle su pequeño pijama de rayas rojas y blancas, la dejé en el sofá azul del salón viendo sus dibujos favoritos; así yo podría ir a ducharme con calma. Nuestra cena transcurrió con tranquilidad, disfrutando de los momentos que me daba mi hija y que atesoraría por siempre.

Zoe quiso ver una película de dibujos pero mi pequeña estaba tan cansada de todo el ajetreo del día que solo duró diez minutos viendo la peli. Riendo mientras negaba con la cabeza, la llevé a su cuarto y la arropé en su cama. Se veía tan inocente y tranquila. Esperaba que esta noche ella no tuviera pesadillas. La agotaban y levantarla al día siguiente era un verdadero reto. Encendí la pequeña lamparita de su mesilla y planté un beso en su coronilla para justo después salir dejando la puerta de su cuarto entreabierta.

Recogí el salón y apagué las luces. La televisión no se me hacía nada atractiva y me dispuse a ir a mi cuarto para leer durante un rato hasta que el sueño se apoderara de mí.

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La odiosa alarma del despertador sonó demasiado pronto. Enfurruñada por ello, me levanté y me dispuse a arreglarme con unos vaqueros y una camisa azul, recogiendo mi cabello en una larga trenza. Contenta porque Zoe no había tenido esta noche ninguna pesadilla me dirigí a su cuarto para levantarla y vestirla con una camiseta y un gracioso peto vaquero.

Zoe reía mientras la peinaba y hablaba sin parar del hambre que tenía a la vez que se tocaba su barriguita. Era adorable. Y mi opinión era totalmente parcial, era mi hija ¡qué demonios! Era lógico que se me cayera la baba con ella. Tras hacerle dos coletas, me la llevé a la cocina donde preparé nuestro desayuno y su mochila para el colegio.

Posteriormente, la mañana continuó con la de ayer. Rose nos recogió en su coche y me llevó al trabajo. Sus hijos estaban ilusionados y exaltados porque hoy irían de excursión al jardín botánico y pasarían todo el día afuera. Me quedé en la puerta de la clínica viendo cómo se iban mientras mi hija desde el asiento trasero se despedía de mí con su pequeña manita por la ventana.

Sonriendo por ello, me dispuse a entrar a mi trabajo saludando a Angy y al doctor Vulturi. El día fue bastante ocupado. Varios chequeos y dos emergencias. Ni siquiera había podido tener un descanso para llamar a Rose y preguntarle cómo le iba la mañana.

Justo a la hora del almuerzo, sonó la alarma de emergencia. Zafrina y Gianna fueron a recoger a nuestro nuevo paciente mientras yo me encargaba de preparar todo el instrumental. Las chicas regresaron con un gran san Bernardo.

–¿Qué le ha pasado? – Les pregunté preocupada al tiempo que las ayudaba a colocarlo sobre la mesa, el desamparado animal se lamentaba de dolor.

–El pobre comió carne que habían arrojado al jardín de su dueño. La gran sorpresa ha sido que la carne tenía clavos en ella. – Gianna se veía triste mientras me contaba lo ocurrido.

–La gente es estúpida. – Dijo Zafrina. – Este gran muchacho es adorable. – Añadió a la vez que lo acariciaba detrás de sus orejas.

–Su dueño debe estar muy preocupado. – Comenté.

–Ni te lo imaginas, Bella. El hermoso dueño de este animal está en la sala de espera subiéndose por las paredes. – Dijo Gianna.

Fruncí el ceño cuando escuché su comentario acerca del atractivo del hombre. Había veces que Gianna se entretenía observando a los dueños de nuestros pacientes.

–Gia… – La regañó Zafrina.

–Lo sé, lo sé. – Suspiró con fastidio. – Primero trabajar, luego disfrutar.

Zafrina acariciaba al dulce perro mientras lo mantenía quieto para que Gia pudiera realizar un escáner con rayos x, así conoceríamos el lugar en el que se encontraban los odiosos clavos. Para nuestra mala suerte y la del san Bernardo, estos estaban alojados en su estómago.

–Maldición. Habrá que operar. – Dijo Zafrina.

Las chicas afeitaron el abdomen y anestesiaron al animal mientras yo me encargaba de controlar sus constantes vitales. Cuando el enorme perro cayó completamente en la inconsciencia, el doctor Vulturi entró. Se había cambiado su regular bata blanca por su ropa de operación. Llevaba su boca cubierta con una mascarilla y sus manos alzadas y enguantadas.

–¿Lista chicas? Curemos a este chiquitín.

Cada uno de nosotros cumplió con su cometido durante la operación. Alec era muy minucioso son su trabajo y revisó exhaustivamente el estómago del hermoso san Bernardo para comprobar que no había dejado ni rastro de los odiosos clavos. Cosió al animal y trató la zona.

El doctor Vulturi tiró sus guantes y se quitó la mascarilla mientras Gianna lavaba y desinfectaba todo el instrumental empleado y Zafrina y yo nos encargábamos de llevar a cabo el despertar del animal. Cuando el pobre san Bernardo volvió en sí todos suspiramos aliviadas.

–Bella, ¿Te importaría ir a la sala de espera para informarle al dueño de que todo ha salido bien? Su documentación está en el buzón de afuera. – Me dijo Alec.

–Claro, no hay problema. – Le contesté sonriendo. Me gustaba dar la buena noticia. Era horrible cuando ocurría lo contrario, me dejaba un mal sabor en el cuerpo y un peso muerto en mi corazón.

–¿Por qué no voy yo mientras Bella termina con esto? – Sugirió Gianna. – Hablé antes con el dueño del san Bernardo y si ve una cara conocida se calmará más fácilmente. – Gianna miró a Alec con coquetería mientras sonreía.

Alec la miró con el ceño fruncido y metió sus manos en los bolsillos de su pantalón. – Tú ya estás llevando a cabo una tarea. Y la vas a terminar. – Ordenó serio. – Bella va a ir a la sala de espera a dar la agradable noticia mientras tú acabas de lavar el material y Zafrina lleva al perro a nuestra sala de cuidados. ¿Entendido?

Todas afirmamos con la cabeza concienzudamente, aunque Gia tuviera el ceño fruncido por no haberse salido con la suya.

Alec y Zafrina se quedaron encargándose del traslado del animal al tiempo que yo salía de la habitación y tomaba la documentación de ingreso. Mientras caminaba por el luminoso pasillo, busqué en ella el nombre del afable animal y vi que se llamaba Keenan. Sonreí por ello. Su dueño le había nombrado como el protagonista del libro que estaba leyendo en estos momentos.

–¿Familiares de Keenan? – Pregunté cuando llegué a la sala de espera sin siquiera levantar la vista del papel.

–Aquí. – Una voz grave y fuerte me respondió la pregunta. – ¿Cómo está mi perro? – Preguntó la profunda voz masculina.

Levanté la cabeza para fijar mis ojos en el hombre que era dueño de esa atrayente voz y me quise dar un buen golpe en la cabeza contra la pared cuando vi de quien se trataba. Era el mismo hombre con el que me peleé ayer en la cafetería, el dueño del Erin.

Sus ojos se abrieron de par en par cuando su mirada se encontró con la mía. Por lo visto él también me recordaba. Y no de una manera agradable.

–¿Usted es el dueño de Keenan? – Le pregunté cuando salí de mi estupor. Debía recordarme que él era un cliente y tenía que tratarlo con amabilidad, sobre todo porque su perro acababa de ser operado y él estaría en un estado de ánimo pésimo.

–Lo soy. – Dijo secamente. – Y no me ha contestado a la pregunta, señorita. – Su voz condescendiente destilaba impaciencia.

Le fruncí el ceño y apreté la carpeta al tiempo que contaba hasta diez para evitar darle una desagradable contestación o quizás darle con la propia carpeta.

–Su perro se encuentra bien. La operación se ha realizado sin ninguna complicación. Ahora lo están llevando a la sala de cuidados, donde se quedará con nosotros unos cuantos días para observar su progreso. – Le expliqué amablemente.

Su ceño se frunció ante la idea de que su perro se quedara aquí. Su cara era como un libro abierto, tal y como lo era mi hija.

–¿Cuánto tiempo tendrá que permanecer aquí? – Preguntó cansado. Sus anchos hombros se hundieron ligeramente, como si estuviera agotado de soportar un gran peso sobre ellos. – ¿No podría llevármelo a casa? – Me miró esperanzado, aunque la desconfianza aún era palpable en sus ojos.

–Aquí lo cuidaremos mucho mejor. – Le dije sin contemplaciones. Él no podía ver ningún resquicio de duda en mi voz porque estaba segura que este hombre lo utilizaría en mi contra. – Estará supervisado las veinticuatro horas del día. Si se lo llevara a su casa, no podríamos llevar a cabo tan buen trabajo. – Afirmé tajante. Tenía la sensación de que él se salía siempre con la suya.

–¿Cree que no soy capaz de cuidar de mi perro? – Su voz sonaba dura y hosca. Estaba claro que mi respuesta le había dado una patada en su orgullo.

–¿He dicho yo eso, señor? – Le pregunté enfadada, a pesar de que mantenía una expresión amigable. – Porque suelo ser muy clara y sincera y me parece que en ningún momento he dudado de su capacidad para cuidar a Keenan. Si duda de nosotros para preservar la salud de su perro, allá usted. – Lo miré con rabia. – Yo solo quiero lo mejor para el animal.

Me giré sin más demora y antes de que pudiera dar un paso, una gran mano me agarró del brazo para evitar que me fuera. Me di la vuelta para ver al dueño de esa fornida mano y me llevé una pequeña sorpresa cuando vi su rostro. Su cara ya no manifestaban enfado alguno y sus ojos mostraban un poco de arrepentimiento.

–Yo… Lo siento. – Me dijo provocando mi asombro. – Ha sido una mañana bastante dura y encontrar aullando de dolor a mi Keenan ha sido el peor cierre de todos. – Acachó la cabeza ligeramente sin despegar sus ojos de los míos mientras soltaba mi brazo. – ¿Podría verlo antes de que me marche? Solo será un minuto. – Me miró esperanzado. – Por favor.

Mi cabeza había sufrido un cortocircuito, impidiéndome realizar cualquier pensamiento racional. Me había perdido en sus grandes ojos grises, los cuales tenían un pequeño anillo dorado en los bordes. Aún seguía molesta con él por la manera en que trató a Rose en la cafetería pero no estaba en mi naturaleza comportarme como una idiota cuando alguien estaba sufriendo. Y que él tuviera la suficiente valentía como para disculparse y pedir con educación el ver a su perro aplacó un poco mi mal humor.

Asentí con la cabeza aun aturdida y me giré para guiarlo a la sala de cuidados. – Sígame, señor… –No había leído su nombre en la documentación y eso conllevó a que mi rostro se sonrojara mientras lo miraba por encima del hombro.

–McCarty. Emmett McCarty. – Me respondió con una pequeña sonrisa.

–Por aquí, señor McCarty. – Caminé por el pasillo sintiendo su presencia tras de mí.

Caminamos en silencio hasta llegar a la sala, donde Zafrina se encontraba arrodillada acariciando al san Bernardo. Cuando se percató de nosotros, se levantó y nos dio una sonrisa de disculpa.

–Zafrina, traigo al señor McCarty para que vea a su perro. ¿No te importa verdad? – Le pregunté con duda.

–Para nada, cielo. – Me sonrió. – Pase, señor McCarty. Seguro que Keenan se alegrará de verlo.

El dueño del café Erin, se dirigió hacia la jaula en la que se encontraba el animal y tomó la misma postura de rodillas que hacía un momento mantenía Zafrina. El perro nada más oler a su dueño, alzó la enorme cabeza en busca de mimos.

Me sentía un poco fuera de lugar, porque estaba siendo espectadora de un momento íntimo entre el dueño y su mascota. Disimuladamente, le di un codazo a Zafrina y le hice una señal con la cabeza para indicarle que nos fuéramos a la sala de cuidados continua para dejarles un poco de intimidad.

En cuanto salimos y la puerta de cerró Zafrina comenzó a reír. – ¿Has mirado bien a ese hombre? ¡Es enorme! – Chilló en susurros. – ¡Y guapísimo! – Dijo abanicándose teatralmente con las manos.

–No puede ser, ¿tú también, Zafri? – Le pregunté disgustada. Estaba actuando igual que Gianna.

–Bella, cielo. – Sonrió. – Soy humana y una mujer con sangre en las venas. Ese hombre es un espécimen digno de admirar. Por dios, ¿te has fijado en sus brazos?

Mi única respuesta fue rodarle los ojos disgustada, lo cual la hizo reír. Zafrina empezó a revisar al resto de pacientes que se encontraban con nosotras mientras que yo, sin poderme contener, fui hacia la puerta. Sabía que no debía hacerlo, pero sentía curiosidad por ver como actuaba el señor McCarty con su perro. Me parecía un completo idiota pero puede que no fuera tan estúpido.

Sintiendo que me sonrojaba con una niña pequeña, abrí un poco la puerta para mirar por la rendija. El hombre, con camisa blanca y pantalón gris de vestir, se había sentado con las piernas cruzadas al estilo indio en el suelo mientras acariciaba la cabeza de su perro.

–Siento mucho lo que te ha pasado, Oso. Pienso buscar a los idiotas que te han hecho esto y hacerles comer la carne llena de clavos a ellos. – Su tono era suave pero sus palabras eran duras y provocaban que me alegrara de no ser ninguno de esos idiotas.

El señor McCarty se agachó para depositar un beso en la frente peluda del animal y este le dio un lengüetazo en la mejilla en respuesta. Sonriendo, se alzó de nuevo y comenzó a acariciarle detrás de las orejas con ambas manos.

–No quiero dejarte aquí, Keenan. – Suspiró. – Pero la señorita fiáin dice que es lo mejor. – Gruñó disgustado.

¿Qué demonios? ¿Me había puesto un apodo el señor amabilidad? Me entraron ganas de ir allí y darle una colleja. ¿Qué se creía? Yo simplemente le había respondido con el tono que se merecía. ¿Y qué narices significaba lo de fiáin?

Su perro era adorable pero él era un tremendo idiota. Todo el buen propósito que había comenzado a formarse en mí se había evaporado de un plumazo.

–Quiero que te cures rápido, Oso. No me gusta la casa cuando tú no estás. – Su expresión había vuelto a suavizarse y su boca mostraba una sonrisa triste. – Sé que estarás en buenas manos, Keenan. Si la señorita fiáin es tan fiera en todos los aspectos de su vida como lo fue en la cafetería y en la sala de espera, estoy seguro que cuidará de ti con el mismo arrojo.

Él comenzó a reír fuerte, provocando que diera un respingo en mi sitio y que mi corazón se acelerara de una manera inexplicable, ya que su sonrisa era algo muy… Llamativo. El animal le dio un lametazo a su muñeca para justo después apoyar su cabeza en la pierna de su dueño. Vaya par más singular. Sin duda, el tener a Keenan con nosotros iba a causar un buen revuelo.


¡Listo! Nuestros chicos ya se conocieron y por lo que se ve no se han caído muy bien… Esperemos que eso cambie.

Nos leemos pronto