PRÓLOGO

Azul. Tan azul. Hechizante azul.

Ese fue lo único que pensé la primera vez que lo vi. Azul –eléctrico, añil, caribe y celeste- destellando en medio de una habitación en penumbras.

Cerré la puerta a mis espaldas, mientras sus ojos me recorrían hasta clavarse en los míos.

La joven chica estaba sentada sobre la cama, viendo por la ventana, parecía ignorarme por completo; pero él estaba mirándome fijamente y siguiendo cada uno de los pasos que me tomó para colocarme frente a ella.

-¿Yelysaveta?- pregunté, aunque sabía que no obtendría una respuesta, al menos no de ella.

Sus labios se movieron, la voz que provino de su boca era la suya, pero estaba el eco de él, deslizándose entre cada sonido.

-¿quién eres?

La chica permaneció completamente quieta sobre la cama, mientras lo veía a él, como una sombra sobre su cuerpo; era traslucido, sólo dejando ver pequeños detalles: piel blanca, cabello platinado, alas negras y colmillos. Se movía sobre ella traspasándola y regresando a su posición, abrazándola por la espalda, su rostro recargado sobre su hombro derecho.

-¿por qué estás aquí?- pregunté, en lugar de contestar; no le daría nada.

Él sólo sonrió, sus ojos refulgieron y era tanto azul –turquesa, cobalto y hielo-. El color de sus ojos danzaba ante los míos.

-¿por qué estás tú aquí?, ¿acaso eres al que enviaron para liberarla? No podrás. Ella es mía ahora…

El abrazo sobre ella se apretó, la sonrisa se hizo más profunda. Un escalofrío navegó por mi espalda.

-pero tú eres diferente, ¿no?- su forma se irguió y alargó, parecía estarse poniendo en pie, en cuanto sus palabras se perdían en la habitación –Han mandado a alguien que realmente puede verme.

Otra sonrisa, dientes blanquísimos; colmillos sobresaliendo entre sus labios rosados.

Por un momento se hizo solido del todo y logré verlo por completo, tan alto y estilizado, cuernos ónice sobresaliendo de su cabellera plateada. Extendió sus manos hacia mí y me estremecí por entero, trastabillando hacia atrás, intentando sacar de entre los pliegues de mi ropa el rosario que siempre me acompañaba; sin embargo, no fui lo suficientemente rápido, se movió como humo hasta posarse frente a mí y era azul…

Azul zafiro, lapislázuli y éter. Todos los tonos de azul. Danzaban frente a mí.

Me quedé quieto, hipnotizado, viendo su sonrisa cada vez más cerca. Sintiendo su aliento contra mi piel.

Él aspiró profundo y dijo algo en un idioma antiguo, prohibido y desconocido, justo en mi oído, antes de lanzarse contra mí; sus brazos rodeando mi cuerpo, sus manos explorándome y su respiración agitada contra mi cuello.

Antes de convertirse en humo negro y desaparecer.

Se fue de ahí, de ella. De aquí.

Yelysaveta cayó sobre su cama y el frío y terror para esa familia acabó.

Ellos me lo agradecieron, a mí, a su fe, a Dios; pero yo sabía que no había sido nada de aquello. No había sido yo, ni mi trabajo, ni mi Dios. Él simplemente desapareció. Por alguna extraña razón se había desvanecido y yo no entendía por qué.

No lo entendí, hasta la segunda vez que lo vi. En mi cuarto de hotel, asechando en las sombras y sus ojos refulgiendo en cada tono de azul, danzando para mí.

Un latido de corazón, contra mis costillas.

Luego otro. Respiración atorada.

-hola Yuuri…


Resucitando de algún lugar en las cenizas de una escritora de fanfiction, vengo a traer esta nueva historia, esperando de todo corazón que las habilidades que poseía no hayan muerto (al contrario).

Tenía muchísimas ganas de escribir algo en este fandom, porque amo con locura YOI, pero no tenía una idea clara del qué... hasta que me topé con esto.

Espero que les guste y dejen sus comentarios al respecto ;)

~ Clarisse (Silvia)