Hace mucho tiempo que quería hacer un fic sobre esta pareja, me gusta mucho que sus personalidades sean tan opuestas y que milagrosamente ambos se lleven bien, hay mucha química en el aire... xD Este shipeo me tiene un poco obsesionada y leí muchos fics que muestran su relación como si fuera una rosa con espinas... Madara es la parte de las espinas obviamente, pero esta linda metáfora me inspiró para escribir uno propio.

Esta retorcida historia de amor también tiene drama y un intento de humor... Sobre todo las conversaciones entre Hashirama y su hermano, me las imagino totalmente bizarras, podría decir que ambos son excéntricos a su manera xD

Así que eso es todo, espero haber acertado en sus personalidades, por favor díganme si los notan un poco OC.

Espero que lo disfruten...

Hashirama presionó el freno y el auto se detuvo frente la luz roja del semáforo. La lluvia caía como cascada sobre el parabrisas y lo único que llenaba el sofocante silencio era el sonido amortiguado de las gotas de lluvia impactando contra el vidrio.

Apoyó un codo contra la ventana y suspiró cansinamente mientras observaba las calles desérticas y los negocios cerrados.

La lluvia era deprimente.

De niño le encantaba saltar en los charcos y empaparse la ropa hasta los calcetines. Había una fantasiosa libertad en correr bajo la lluvia sabiendo que no había nadie en las calles, que no pasaban autos, que el clima teñía cada rincón de la ciudad de de azul y gris y la hacía relucir como cristal por el agua. Nunca había entendido por qué los adultos llevaban paraguas cuando lo mejor de la vida era sentir las gotas de agua helada sobre la piel y oler el aroma a tierra mojada.

Podría estar allí afuera, caminando sobre los charcos y sintiéndose libre como un niño de diez años otra vez, pero no podía. Él era un adulto, y como tal, estaba obligado a mirar la lluvia desde lejos, sin sentirla en su piel, sin poder disfrutarla, sin poder vivirla, y eso lo hacía sentir depresivo.

Sus responsabilidades debían alzarse sobre cualquier otra cosa. O eso decía su hermano.

Sin embargo, no se privaba de disfrutar de la lluvia, se conformaba con verla caer a pesar de saber que no podría correr bajo ella. Era hermosa, después de todo. Cuando caía suavemente en una leve llovizna, el clima parecía apacible y tranquilo, pero muchas veces era señal de que se avecinaba una gran tormenta. Podía cambiar drásticamente a un fuerte diluvio, con poderosos vientos que derribaban árboles y destructivos rayos que nunca caían dos veces en el mismo lugar. Era un poder demoledor impresionante que siempre lo había cautivado…

Estaba seguro de que todo el mundo admiraba en secreto el poder en alguna de sus formas. Ya sea una persona, una máquina, o un fenómeno natural.

Hashirama admiraba el poder de los árboles que resistían inmensas tormentas e inundaciones, o el poder de la naturaleza de arreglarse a sí misma. Tobirama, por otro lado, admiraba el poder de las personas de organizar el caos de una sociedad creando leyes y normas.

Ambos tenían un concepto acerca del poder completamente opuesta. La gente solía decir que no parecían hermanos en lo absoluto, no sólo en la apariencia, sino en la manera de pensar. La forma que tenían de hacer las cosas era tan paralela que no había manera de saber cómo es que se ponían de acuerdo, pero de alguna manera lo lograban, y quizás ese era su poder, la capacidad de unirse con determinación a pesar de ser tan diferentes. Así alcanzaban cualquier meta.

Miró nuevamente el semáforo con una sonrisa en sus labios, pero repentinamente algo lo distrajo de sus pensamientos. La luz cambió a amarillo en un instante, comenzó a parpadear erráticamente y luego se apagó. Hashirama levantó una ceja, extrañado. Observó las luces a su alrededor. La ciudad entera pareció titilar y al segundo siguiente todo quedó a oscuras.

Se quedó estático observando la penumbra que se extendía frente a él, cuya negrura sólo era interrumpida ocasionalmente por la luz fulminante de un relámpago.

- ¿Pero qué…?

Se giró rápidamente hacia su hermano quien se encontraba durmiendo en el asiento del copiloto, sentado en una posición encorvada contra la ventana.

Sin pensarlo dos veces comenzó a sacudirlo descuidadamente.

- Tobi – lo llamó mientras lo pinchaba con un dedo. El otro hombre frunció el ceño y movió la mano a su alrededor para que parara, como si estuviese ahuyentando a ciegas una mosca.

Al ver que no se detenía lo que sea que lo estuviese fastidiando, el menor levantó la cabeza con brusquedad y volteó hacia su hermano con ojos entrecerrados e irritados.

- ¿Qué te pasa ahora? – dijo entre dientes – No me despiertes cada vez que veas un perro huérfano ¿Cuántas veces tengo que repetirlo? Ya tenemos uno en casa. No necesito a otra molesta bola de pelos que le ayude a devorarse mis papeles y… ¿Por qué detuviste el auto?

- Creí que te habías encariñado con Doffy. – Hashirama se hundió en el asiento con su aura depresiva rodeándolo mientras señalaba hacia afuera con un dedo desganado.

- Me odia y yo lo odio. Punto.

Tobirama soltó un largo suspiro al recordar todas las veces que esa cosa había orinado su cama, sus papeles, sus zapatos... Miró con cejas fruncidas hacia el exterior mientras Hashirama observaba cómo el mal humor cubría el rostro de su hermano cuando vio las calles en completa oscuridad.

- Se fue la luz en la ciudad – resumió el mayor de los dos – O por lo menos en esta zona.

El menor dejó escapar un largo suspiro y se acomodó otra vez en su asiento. Vaya manera de terminar un aburrido e infernal viaje de negocios.

- Mejor sigamos – dijo, resignado – Es peligroso estar parados en mitad de la calle.

- Espero que no se haya cortado la luz en nuestro bloque.

El mayor pisó el acelerador y avanzaron por debajo del semáforo apagado.

- Ruega que no – bufó – No tenemos linternas.

- Tampoco velas.

- ¿Qué? – espetó - ¿Desde cuándo tenemos velas?

- Prácticamente ya no tenemos – sonrió el castaño como idiota – Las usé para tomar un baño. Escuché que la "aroma-terapia" está de moda.

- ¿Velas aromáticas? – alzó una ceja ante la absurda idea de su hermano. Su mente siempre parecía estar desbordándose de ellas.

- Fue relajante hasta que vi que la cortina del baño se incendiaba y…

- ¡¿Qué hiciste qué?! - Tobirama volteó hacia él con una mirada asesina – Por eso de pronto la cambiaste por una con estúpidas flores ¡La prendiste fuego!

- N-no fue para tanto… - Hashirama se encorvo sobre el volante ante su tono acusador.

- Siendo tú, seguramente se hubiera incendiado el edificio entero – bufó el alvino, apretándose el puente de la nariz.

- De cualquier modo, las flores le sientan bien al baño – dijo alegremente como si no estuviesen hablando de fuego y destrucción – Ya era hora de un cambio.

- Mejor cambia tu cerebro para la próxima…

(...)

Siguieron por la oscura avenida, atravesando la espesa cortina de lluvia con sólo las luces del auto como guía.

El mayor se pasó una mano por los cabellos castaños, erizados por la humedad del clima tormentoso. Miró hacia los costados con una mueca en sus labios. Allí donde se suponía que debían estar los negocios, esos que durante el día rebosaban de vida y por las noches resplandecían, ahora no había ni rastro de ellos, estaban ocultos tras un espeso manto de oscuridad. Era una pena, cuando pasaba por allí le gustaba ver las luces iluminarlo todo con sus miles de colores y su música animada. Era como ver un gran espectáculo mientras conducía.

Le gustaba observar la lluvia, pero gracias a ella, ahora todo estaba vacío e inerte por el apagón.

- No hay señal – dijo de pronto el menor.

Hashirama parpadeó por un momento, observando a su hermano fruncir el ceño y mirar con irritación la pantalla de su teléfono.

- Ve el lado positivo.

- No estoy de humor.

- Sólo piénsalo – sus ojos lo observaron con un atisbo de emoción brillando en ellos, clara señal de que estaba pensando en una idea absurda o irresponsable – ¿Cuándo fue la última vez que nos tomamos un descanso del trabajo?

Tobirama se cruzó de brazos y se hundió en el asiento a sabiendas de que sería el comienzo de un largo y tedioso debate.

- Prácticamente vivimos en la oficina.

El alvino arqueó las cejas con cansina resignación hacia la necedad de su hermano, quien siempre insistía en relajarse y dejar el papeleo para más tarde, siempre posponiéndolo hasta que se acumulaban las pilas de hojas sobre su escritorio y Tobirama se veía obligado a sentarse por tres horas y luego a gritarle a su hermano por siempre hacer lo mismo. Pero nunca escuchaba, como siempre.

- Nada de descansos – sentenció.

Ambos eran los dueños de una empresa internacional que crecía cada día, poco a poco. La habían hecho funcionar gracias a las creativas ideas de Hashirama y a la escrupulosa organización que implementaba Tobirama. Todo lo que habían creado había sido producto de esfuerzo y sacrificio, y aún había mucho que hacer para expandir sus horizontes. Sin embargo, a veces su hermano no veía todo el trabajo duro que implicaba llevar ese sueño al mundo real.

- Los fines de semana son para tomar un respiro del trabajo y…

- ¿Te recuerdo quién olvido sacar los boletos de avión? Ahora mismo yo estaría durmiendo y tú estarías disfrutando del fin de semana con tu bola de pelos. – espetó agriamente – Sin una secretaria que te recuerde cosas importantes, como este viaje, perdimos dos días por ir en auto – bufó - Sin mencionar la pila de papeles que tienes que archivar y que cada día se hace más grande.

- No llames a Doffy "bola de pelos"

- ¿De verdad eso fue lo único que escuchaste de todo lo que dije? – se presionó el puente de la nariz en un intento de retomar la paciencia perdida – Si se come mis papeles una vez más, se lo regalaré a tu secretaria que se muda a la india y no lo volverás a ver.

Hashirama se encogió sobre sí mismo con un aura depresiva rodeándolo.

Tobirama lo miró sin inmutarse.

- Solo apresúrate en contratar a otra secretaria.

- Sólo si dejas de llamar a Doffy "bola de pelos"

El avino resopló mientras observaba los grandes ojos de cachorrito mojado de su hermano. No pudo evitar pensar que seguramente lo había aprendido de la bola de pelos.

- Esta bien.

Hashirama sonrió felizmente, empujando su aura depresiva con una sonora y alegre carcajada.

- Volviendo al punto…

El menor rodó los ojos y se hundió nuevamente en el asiento, preparándose para escuchar otra vez sus excusas para no trabajar.

- Tomemos al apagón como una oportunidad para descansar sin tener que estar pendientes del trabajo…

- Me atrasaré con el papeleo – bufó con fastidio el alvino - Tendré que quedarme horas extra el lunes. Y tú también – agregó, mirándolo severamente, advirtiéndole que por nada del mundo se escaparía de hacer el papeleo.

- Deberías probar la aroma-terapia – dijo ignorando la mirada asesina de su hermano.

- Lo haría con tal de incendiar la horrible cortina de flores que compraste.

Hashirama lo observó con escrutinio ajeno al comentario del alvino.

- El estrés le hace mal a tu cutis – soltó de pronto.

- ¿Cutis? – presionó el puente de su nariz otra vez, intentando entender la falta de responsabilidad de su hermano – Hay trabajo que hacer. Con o sin apagón. Punto – dijo con irritación, harto de la absurda conversación a la que el castaño lo estaba atrayendo.

Pero era inútil intentar razonar con Hashirama una vez que algo se le metía en la cabeza.

El castaño continuó hablando sobre algo acerca del estrés y las arrugas, ignorando completamente el colosal ceño fruncido de su hermano menor.

(...)

Luego de unos minutos, el suave sonido de la lluvia y la serena voz de su hermano lo adormecieron por un instante. Habían estado viajando largas horas, corrieron de conferencia en conferencia y luego otra vez de viaje. Mierda que estaba cansado.

Pero al parecer, su hermano se veía tan animado y parlanchín como siempre a pesar de que habían dormido las mismas míseras horas…. Salvo por esa vez que lo descubrió durmiendo en medio de una reunión. Una hora no podía hacer tanta diferencia ¿O sí? De cualquier modo… ¿Cómo es que pudo dormir tan cómodamente inclinado sobre una mesa…?

Cuando creía que comenzaba a sumergirse en el sueño nuevamente, una sacudida lo despaviló. Sucedió otra vez, y luego otra.

Abrió los ojos, desconcertado.

Lo primero que vio fueron las gotas impactando a toda velocidad contra el parabrisas. Luego sus ojos se posaron en Hashirama. Sus parpados cerrados y su cabeza gacha fueron suficientes para que el alvino reaccionara.

- ¡Aniya! – lo llamó con urgencia mientras lo sacudía.

El castaño abrió los ojos con pesadez.

- ¡Detén el auto! – escuchó a su hermano gritar en su oído.

Abrió los ojos como platos y reaccionó casi al instante. Su pie se hundió en el freno justo cuando una figura negra impactaba contra el frente del auto. Las ruedas derraparon contra el pavimento y se detuvo casi al instante con una violenta sacudida.

Cuando se dio cuenta de lo que acababa de suceder, su respiración se detuvo en sus pulmones.

Tobirama se irguió lentamente, la tensión visible en su cuerpo. Su hermano miró hacia la calle por un instante y luego posó sus ojos en él y fue entonces cuando sintió la sangre helarse en sus venas. Tobirama no muy a menudo perdía su fría y serena expresión.

Hashirama no se atrevió a voltear.

Tragó saliva sonoramente y de un movimiento salió a la lluvia sin pensarlo dos veces.

Su cuerpo se congeló. Sin embargo, no por el agua helada. A unos metros de allí yacía una figura inmóvil, iluminada por las luces del auto, pero aún así borrosa por la lluvia.

Se pasó la mano por la cara, quitando el agua de sus ojos y comenzó a caminar con pasos cautelosos, pasando junto a un paraguas naranja que lucía destruido por el impacto.

Ante la imagen de la mujer tendida a sus pies su corazón se detuvo, manteniéndose estático en su pecho. Había un pequeño hilo de sangre que se esparcía por el pavimento, diluído por el agua que no paraba de caer sobre ellos.

Se arrodilló junto a ella y la dio vuelta con todo el cuidado que pudo. Su cabello negro cayó en cascada por un lado de su rostro, revelando una herida en su sien que sangraba a grandes cantidades a pesar de ser pequeña. Sujetó entre sus brazos el pequeño cuerpo de la mujer y una punzante sensación de pánico comenzó a engullirlo.

A lo lejos escuchó a su hermano correr hacia ellos. El alvino colocó un paraguas sobre ambos y se inclinó sobre él, apoyando una mano sobre su hombro.

(...)

Aguardó unos tensos segundos pero el castaño estaba inmóvil. Tobirama estaba seguro de que su hermano estaba procesando la idea de que acababa de atropellar a una persona.

Él había sido enfermero por varios años antes de que fundaran la empresa. Lo había visto en acción cuando alguien llegaba a emergencias empapado de sangre y él ni siquiera se inmutaba, se colocaba sus guantes de látex y se lanzaba a tratar al accidentado. Sin embargo, era diferente ver la sangre de un paciente que ver la sangre de una herida provocada por uno mismo.

Tobirama palmeó la espalda de su hermano para traerlo devuelta a la realidad. El castaño parpadeó varias veces, como si acabara de despertar de una pesadilla.

- Tu puedes, Aniya. Sólo es otro paciente.

Teniendo esas palabras en mente, Hashirama presionó sus dedos sobre el pálido cuello de la mujer, sintiendo sus latidos bajo su tacto, luego, comenzó lentamente a examinar cada hueso de su cuerpo en búsqueda de lesiones o fracturas.

- No es grave – anunció luego de unos minutos. - Sólo fue un golpe en la cabeza – sus ojos estaban nublados de preocupación cuando alzó la mirada hacia el alvino – No sé cómo es posible que esté ilesa.

El menor frunció el ceño, agradeciendo internamente a quien sea que estuviese a cargo de administrar la suerte en ese mundo.

- Debemos llevarla a un hospital.

Tobirama se apresuró en ponerse frente al volante mientras que Hashirama se acomodaba en el asiento trasero con la cabeza de la mujer recostada sobre su regazo y un pedazo de tela presionando contra la herida.

- El más cercano esta a veinte manzanas – dijo el mayor, mordiéndose el labio con inquietud.

Tobirama arrancó el auto y comenzó a conducir sin esperar más tiempo.

- Es sábado por la noche y no hay luz… – dijo el mayor, ahora con una expresión pensativa.

- Los hospitales tienen generadores de energía. La luz no es un problema – la mente del alvino corría a toda velocidad en busca de alguna solución rápida. El agua helada que escurría de su camisa lo ayudaba a enfriar su mente - Pero no hay duda de que estarán repletos de borrachos y accidentados por la tormenta.

Era un hecho que pasarían infinitas horas antes de ser atendidos. Por regla natural, los fines de semana eran los días que más lesionados llegaban al hospital. El estado de la mujer no parecía tan grave como para quitarles el protagonismo a los típicos conductores borrachos que entraban con horribles lesiones y acaparaban la atención de todos los médicos y enfermeras. Sería un caos. Tampoco quería conducir con una mujer herida por tanto tiempo. Ciertamente no sería una buena opción. No había otros hospitales cerca.

- Llevémosla a casa.

Tobirama alzo una ceja, no había considerado esa alternativa. A veces olvidaba que su hermano podía ser un enfermero fuera del hospital.

- No está tan grave – Hashirama observó a la mujer, esta vez con ojos apenados – Pero está mojada. Si esperamos en un hospital por mucho tiempo, la pobrecita también se enfermará.

Tenía razón. La mejor opción sería llevarla a su departamento a pocas calles de allí. Estaría en un ambiente cálido y podrían tratar sus heridas. Hashirama tenía un kit de primeros auxilios bastante más completo que el que cualquiera tendría en su casa y era un profesional, aunque no lo pareciera, sabría cómo cuidar de ella correctamente.

Era su mejor alternativa. Podrían llevarla a un hospital por la mañana.

(...)

El viaje hacia el edificio de apartamentos fue silencioso, ninguno de los dos pronunció una palabra para romper la tensa atmosfera que los engullía. La idea de que acababan de atropellar a una mujer no terminaba de digerirse del todo en sus mentes. Incluso Tobirama, quien era conocido por su fría y lógica personalidad, se encontraba intranquilo.

Al llegar, subieron en el ascensor hasta el piso once. Cargaron con ella hasta entrar a la sala de su apartamento donde se encontraba el sofá, y allí la tendieron con delicadeza entre toallas y almohadones. El castaño abrió su kit de primeros auxilios y comenzó a limpiar con manos expertas y enguantadas la herida de su rostro, concentrándose en el corte de su sien que ahora estaba hinchado.

- ¿Pero qué haces? – preguntó de pronto Hashirama al notar que su hermano estaba desvistiendo casualmente a la mujer. Había quitado el grueso abrigo negro y ahora desabotonaba su blusa con expresión impacible.

- Su ropa está mojada, tendrá frío – dijo con seriedad, apelando a la lógica para que no su hermano no lo malinterpretara – Podríamos darle algo seco y… - de pronto se detuvo a media frase, observando con conmoción el abdomen de la mujer – Mira esto.

Hashirama abrió los ojos con desmesura.

- ¿Cómo es que no te percataste de algo así?

- Yo… - el mayor observó con desconcierto la herida irregular que atravesaba su vientre. Eran cortes profundos y desfigurados, como si algo punzante hubiera rozado su piel su piel, desgarrándola – Esta clase de heridas no son consecuencia de un choque – miró a su hermano con profunda seriedad, algo que pocas veces veía en él.

- Se ve reciente. – comentó el alvino, ligeramente perturbado anta la visión de tanta sangre.

- Debió abrirse con el impacto – miró la herida una vez más, la sangre comenzaba a deslizarse por los costados y se derramaba en la toalla bajo su cuerpo, llenándolas de manchas oscuras – Pásame la aguja, Tobi.

Gracias por leer :D Comenten su opinión, háganme saber si hay algún error de ortografía o simplemente si les ha gustado este primer capítulo.

Por cierto, "Aniya" es como Tobirama llama a su hermano mayor. "Hermano" a secas me sonaba muy poco cariñoso, incluso para él xD