Shingeki no Kyojin y sus personajes no me pertenecen, son propiedad de Hajime Isayama.

Capítulo 1.

Salió de la celda escoltada por un par de agentes y con unas apretadas esposas en sus muñecas. Las miró con burla. Todos sabían que esas "baratijas de metal" no la detendrían si quisiera escapar de allí, pero realmente no tenía muchas ganas de fugarse. No con esa irónica libertad que había ganado recientemente.

Caminaron por unos pasillos iluminados por unos potentes focos de luz blanco que la dejaron brevemente cegada. Ya ni siquiera recordaba cuanto podía iluminar un foco a causa del tiempo que la habían mantenido encerrada, aunque no podía quejarse, por lo menos tenía un retrete decente. Dieron la vuelta en un corredor y siguieron derecho, pasando varias puertas cerradas. Los oficiales la guiaban en medio de respingos y titubeos. Si perdían a esa mujer ambos serían asesinados de una forma brutal por su superior. Luego de un minuto de caminata en silencio, llegaron a una habitación custodiada por cuatro oficiales, abrieron la puerta y la dejaron pasar.

Era un cuarto mediano, muy iluminado, con ventanales ahumados que no la dejaban mirar quién estaba detrás de él, aunque sabía perfectamente que la mantenían vigilada en todo momento, en medio del lugar había una mesa rectangular y sentada detrás de ella, en una incómoda silla, se encontraba la oficial que había solicitado su presencia.

Hanji Zoe era una mujer lista, fuerte y preparada para todo tipo de situaciones. Era la jefa de la policía y en sus tardes libres, era una científica loca. Su cabello castaño estaba siempre sujeto en una desprolija y desaliñada coleta y sus gafas hacían que sus ojos marrones se vieran mas grandes de lo que ya eran, y ese día no era la excepción. Lo único nuevo en ella era ese traje negro que vestía posiblemente en ocasiones especiales.

Al verla, la mujer sonrió y se puso de pie, señaló la silla que estaba frente a ella y le ordenó a los oficiales que le retiraran las esposas, ellos cumplieron su petición con un deje de nervios. Sonrió internamente ¿Cuándo se ha visto a un policía nervioso?. Repasó la mirada sobre Hanji, midiendo cada movimiento que ella hacía y distinguiendo el arma que estaba reposando calmadamente en su cintura. Frunció el ceño. Quizás se tratara de un simple revólver. Cuando los dos hombres liberaron sus manos, se acercó a la silla que estaba preparada para ella y se sentó, Hanji la imitó y la miró con una sonrisa ansiosa.

-Es un gusto verte, Mikasa -comentó con un sonreír tan grande que sus dientes blancos hicieron aparición-.

Mikasa juntó sus manos sobre la mesa y se inclinó un poco hacia ella.

-Lo mismo dijo, Jefa de la Policía, Zoe -respondió con educación y amabilidad genuina-.

La castaña le sonrió e hizo una seña con su mano para indicarle que dejara los títulos de lado. Tomó una grabadora del bolsillo de su saco y la colocó sobre la mesa, justo en medio de las dos, la encendió y se acomodó las gafas.

-Soy Hanji Zoe, jefa de la policía de Shingashina y me encuentro con Mikasa Ackerman, sobrina de Kenny Ackerman -dijo fuerte y claro para que todo quedara grabado-. Bueno, comencemos con tu confesión, ¿quieres? Por favor, dinos tus datos y comienza a relatar tu historia y todo lo que ha sucedido hasta hoy con el famoso caso Ackerman-Reiss.

Mikasa se acomodó en la silla y preguntó con una sonrisa.

-Antes de empezar con todo esto, ¿crees que puedas conseguirme una caja de cigarrillos? -Hanji abrió los ojos con sorpresa y Mikasa prosiguió-. No suelo fumar, antes no me dejaban, pero ahora quiero disfrutar de mi libertad y dar una buena calada, ¿comprendes, verdad?.

Se miraron a los ojos y Hanji le hizo una seña a uno de los "gorilas" que estaban de pie detrás de ella e inmediatamente salió del cuarto. Volvió dos minutos después con lo que Mikasa había pedido, un encendedor y un cenicero, y ocupó de nuevo su puesto. Mikasa tomó un cigarro, el encendedor y prendió una mecha, lo acercó al delgado tubito adictivo y le incendió la punta, lo tomó entre sus dedos delgados y se lo llevó a los labios con los ojos cerrados, dio una larga calada y luego botó el humo por la boca.

Lo hizo dos veces mas y volvió a abrir los ojos, se sentó correctamente en la silla y comenzó a hablar.

-Soy Mikasa Ackerman, tengo veintiséis años y pertenezco al trío asesino de los Ackerman... o al menos, solía serlo -dio una nueva calada a su cigarrillo y continuó-. Supongo que quieren escuchar la historia de mi familia y obtener la respuesta al famoso ¿por qué?, así que comencemos con esto -dijo mirando a Hanji y a un punto fijo en el ventanal-.

-Todos los criminales en el mundo tienen una razón para hacer lo que hacen, ya sea por odio, rencor, despecho, o algo tan insignificante como una borrachera. Todos, absolutamente todos tienen una historia detrás de sus crímenes, y la historia de los Ackerman, no es muy agradable para ser sinceros -admitió con un tono extraño en su voz-.

¿Alguna vez ha escuchado hablar sobre la familia Reiss, Hanji? Me refiero, a antes de que esto empezara, por supuesto -preguntó con el entrecejo levemente fruncido, exhalando humo por sus labios y mirando a la mujer brevemente-.

Ella lanzó una mirada rápida por el ventanal y contestó a su pregunta con sinceridad:

-Si, he oído hablar de ella obviamente, pero me temo que no antes de que se convirtieran en el fijo enemigo de los Ackerman. Lo siento.

Mikasa asintió y continuó.

-Muy bien. Seguramente usted, así como el mundo entero conoce a los Reiss y eso es porque ellos son un "clan" con un importante poder económico y social, que mantiene grandes empresas, no solo en Shingashina, sino en distintos países alrededor del mundo, y además, son el grupo de rivales dignos de mi familia... pero lo que usted y todas las personas desconocen es el inicio de todo. ¿Cómo empezó la matanza? ¿Por qué hacerlo sin tener la mínima piedad o una una pizca de humanidad para detenerlo todo?. Bueno, se lo contaré.

Inicialmente, los Ackerman y los Reiss eran familias poderosas, con un estatus económico y social alto y con una gran prosperidad en sus empresas. Un día, los dos clanes decidieron establecer una alianza empresarial que les beneficiaría a ambas familias significativamente, y con el paso de los años, la cercanía y la confianza hacia el otro apellido hicieron que se convirtieran en personas unidas entre ellas. Pero llegó un momento en el que todo se quebró.

Jhon Reiss era el mejor amigo de Chris Ackerman, ambos eran inseparables y cualquiera que los mirara jurarían que se trataban de hermanos. Ambos hombres eran brillantes y de ideas nuevas que renovarían al mundo de los negocios, un par de peces gordos con los que cualquier empresario quisiera aliarse. Pasaron los años y ambos se casaron y tuvieron sus respectivas familias, pero la desgracia visitó a Jhon y la muerte se llevó a su esposa, haciendo que él perdiera rápidamente su cordura y se levantara del suelo como un psicópata enmascarado.

Un día en específico, Jhon llegó a la empresa y saludó a todos con una simple mirada, fue hasta su oficina y mandó a llamar a Chris con intensiones de discutir sus nuevas ideas. Por supuesto, él fue hacia él sin dudarlo y cuando llegó, Jhon lo recibió con disparates y locuras que nunca se atrevería a creer de su amigo. El joven Reiss tenía la intención de armar una masacre en la mitad de la ciudad y comenzar a vender armas ilegalmente a los mafiosos y narcotraficantes sin ninguna razón aparente, guiado únicamente por la locura que lo poseyó al morir su mujer.

Chris se negó a participar en el plan de Jhon y él, molesto y decepcionado por su respuesta, terminó la alianza que mantenían ambas empresas unidas desde hace mas de veinte años, y aparte de eso, juró vengarse de los Ackerman y matar a cada miembro de la familia por el rechazo de su amigo. Chris se fue de su oficina con enojo y sin creerle ni una sola palabra a Jhon, pero al llegar a su casa, encontró a su esposa y a sus dos hijos muertos en la sala, para después él también ser asesinado.

Las noticias corrieron por la ciudad con rapidez y en una semana los demás miembros de mi familia supieron de la muerte de Chris. Inmediatamente el clan se separó y cada Ackerman tomó rumbos distintos, olvidándose de la empresa, que tiempo después Jhon Reiss reclamó como suya. La masacre en contra de los Ackerman continuó por muchos años, y a mi familia no le quedó otra opción mas que comenzar a defenderse, iniciando así la famosa "Guerra de Sangre de los Reiss y los Ackerman".

Mikasa se detuvo y miró el techo. Sus ojos se oscurecieron y soltó un sonoro suspiro. Dio una calada al cigarrillo y cuando soltó el humo admitió:

-Aún recuerdo el día que la Guerra de Sangre llegó a mi hogar.

Hanji se quitó las gafas y juntó sus manos sobre la mesa.

-¿Nos puedes contar qué pasó ese día? -preguntó con aire maternal que sorprendió increíblemente a Mikasa-.

-Claro -contestó luego de un momento-. Estoy aquí para eso.

Volvió a mirar el techo y se perdió entre sus recuerdos.

Diecisiete años antes.

-Mi padre se llamaba Eric, era un hombre humilde, sencillo y amable como ningún otro ser humano. Llegó a Shingashina en medio de la inmigración en la que se mantuvieron sus padres al huir de la matanza, e inmediatamentequedó enamorado de este país, así que decidió instalarse aquí. Tiempo después conoció a mi madre, Mei Chang, una mujer hermosa que trabajaba en el campo de cultivo que sus padres le habían heredado antes de su muerte. No tardaron en enamorarse y posteriormente casarse.

Mi padre asumió el papel de ayudar a mi madre en el campo, y cuando yo nací tuve que seguir con la labor de colaborar con las tareas que me asignaban. Debo admitir que al principio no me gustaba recolectar verduras y sembrar hortalizas, pero con el tiempo, comencé a ver el lado bueno de las cosas. Ese campo era el único en la ciudad y el negocio que mi padre había montado con sacrificio, sudor y lágrimas, era el mejor lugar en el que se vendían alimentos de primera calidad, así que, prácticamente mi familia se encargaba de alimentar a cientos de personas, entonces yo no podía dejar de hacer mis labores porque no quería dejar a nadie sin comer.

Mi madre estaba orgullosa de su hija, y mi padre veía en mi una mujer de bien y que tendría un futuro brillante. Yo era una niña dulce y comprensiva que disfrutaba estar con sus padres. Y así fue hasta su último día de vida.

El cielo resplandecía y el calor era abrumador, algo típico en julio, pero aún así Mikasa soportaba el sudor en su frente y las picaduras de los mosquitos en sus brazos para continuar recolectando cebollas con una sonrisa adornando sus finos labios. Esa era una tarea fácil y que ella había aprendido a hacer desde que tenía memoria. Tomaba cebollas y las metía en una cesta que colgaba en su brazo izquierdo, simple.

El campo siempre había sido de su agrado. Le gustaba mirar el hermoso atardecer desde la entrada de su casa, ya que la vista era preciosa y el campo de arroz junto a los cultivos de verduras lo hacía verse mas espectacular aún.

Su cabello largo, negro y lacio estaba sujeto en una coleta baja y sobre su cabeza reposaba un sombrero de paja que su padre le había hecho. Secó el sudor de su frente y de su cuello y cuando miró la cesta con cebollas hasta el tope decidió llevarla hacia la carretilla que la esperaba. Lee la observó aproximarse y le sonrió con entusiasmo.

-¡Hola Mikasa! Veo que hoy también estás trabajando duro, Eric no debería forzarte tanto -comentó con alegría, apreciando el lindo y joven rostro de la niña-.

Lee era un joven de veinte años que habían contratado hace poco en el campo y que se encargaba de vigilar a la pequeña de los Ackerman. Era un muchacho jovial, risueño, distraído y alegre en todo momento y Eric había decidido que trabajara para ellos porque sería una buena compañía para su hija. Y al parecer no se había equivocado.

Mikasa le sonrió y se acercó a él, Lee tomó la cesta que cargaba con esfuerzo y vació el contenido en la carretilla.

-Hola Lee, ¡Hoy también llegaste tarde! Seguro que te quedaste dormido, perezoso -afirmó con fingida severidad, justo como lo hacía su madre-.

Lee llevó una mano a su nuca y cerró los ojos con una sonrisa. Se agachó hasta estar a la altura de la niña y le dijo de manera confidencial:

-Pero que eso quede entre nosotros, ¿bien?.

-De acuerdo, pero no lo hagas mas o papá se dará cuenta -dijo Mikasa con advertencia-.

-Ya escuchaste a la jefa Lee, no vuelvas a llegar tarde.

Habló una voz alegre a sus espaldas. Ambos se dieron vuelta y miraron a Eric acercarse a ellos con una sonrisa en su amable rostro.

-¡Papá! -gritó Mikasa corriendo hacia su padre, que la recibió con los brazos abiertos-.

Eric cargó a su hija sin esfuerzo y chocó su mejilla con la de ella, haciéndola reír encantadoramente. Lee miró la escena con una sonrisa y se sintió feliz por esa querida familia. Sin dudas, los Ackerman eran las mejores personas que se podía hallar en ese lugar.

Eric lo miró con diversión y le dijo por lo bajo:

-Te sugiero que no vuelvas a quedarte dormido, Lee, o la señora Ackerman se va a dar cuenta... y créeme cuando te digo que cuando se enoja, da miedo -admitió en voz muy baja la última parte-.

Mikasa asintió ante el comentario de su padre con los ojos abiertos y Lee les dio una sonrisa tranquilizadora.

-No se preocupe señor Ackerman, no lo volveré a hacer -prometió alegremente-.

-Muy bien, eso espero -el señor Ackerman miró a su hija y le recordó-. Mikasa, ya debes ir con tu madre, te está esperando para que empieces con tus lecciones.

-De acuerdo, papá -asintió con alegría-.

Eric la bajó al suelo y le acarició la mejilla para luego dejarla ir hacia su hogar. Ambos hombres miraron a la niña correr y saludar a todos los trabajadores que se encontraba, hasta perderse en la lejanía.

Mi madre me daba clases de autodefensa por las tardes. Ella solía decir que todo habitante de Japón debería aprender artes marciales, o por lo menos todos aquellos niños o niñas que nacieron de su estirpe, ya que esa era una tradición que sus ancestros les habían enseñado a los Chang y que debía pasarse de generación en generación. Aparte de eso, había un bordado en tela que representaba a nuestra familia y que era muy antiguo, así que también debía ser enseñado a los nuevos integrantes de la familia, y yo no fui la excepción.

A la edad de nueve años yo sabía reconocer todo tipo de semillas y plantas, sabía sembrar y recolectar alimentos, sabía como defenderme (y mi capacidad física era casi igual que la de un adulto experimentado), sabía bordar y cocinar, sabía lavar y limpiar. Era una niña lista e inteligente y mis padres no dudarían en que me convertiría en una madre y esposa sin igual.

-¿Hoy irás al mercado, papá? -preguntó Mikasa mirando a Eric con curiosidad-.

Ya había terminado las lecciones con su madre y ahora se hallaban almorzando con tranquilidad en la mesa del comedor. Mei miraba a su hija y a su marido con todo el amor que pudo y continuó comiendo.

-Si, cariño. Tengo que llevar algunos sacos de arroz a la tienda porque ya se nos esta acabando, y luego tengo que entregarle un pedido a Fu para el restaurante -contestó observando fijamente el rostro de su hija-.

Mikasa era una belleza en progreso. Exótica, como muchos hombres la describirían en el futuro. Distinta a las demás niñas de su edad, ya que en ella no solo corría sangre japonesa, sino alemana también por parte de Eric, lo que hacía que sus ojos fueran un poco menos rasgados que los de Mei y de una extraña mezcla de azules y grises como irises. Su cabello si que lo había heredado de su esposa, pero el de Mikasa era tan brillante y llamativo como el de la madre de Eric. Era increíble la mezcla de culturas y orígenes que tenía la niña en su cuerpo. Además, Eric se había fijado en lo sorprendentemente fuerte que era y sabía que eso se debía a su descendencia alemana.

Los ojos de su hija relucieron con entusiasmo y exclamó:

-¡¿Y crees que pueda acompañarte?!

-¡Claro! ¿por qué no? -dijo contagiado por el entusiasmo de Mikasa-.

-¡Siiii! -gritó con alegría infantil-.

Mei miro la escena con cariño y soltó una risita, miró a su hija y le advirtió con dulzura:

-Pero solo podrás ir si terminas toda tu comida.

Mikasa asintió y arrasó con lo que había en su plato. Diez minutos mas tarde padre e hija salieron de la casa y fueron hasta el auto del hombre, guardaron los pedidos en la maleta trasera y entraron en el vehículo. Mikasa se abrochó el cinturón de seguridad y Eric la imitó sonriente, puso en marcha el motor y se dirigieron a la ciudad.

A Mikasa le gustaban ese tipo de viajes a la ciudad, ya que siempre veía algo nuevo que la dejaba totalmente sorprendida, siendo mayormente aparatos electrónicos o tecnológicos, y aparte de eso, podía pasar mas tiempo con su padre y aprender de él sobre los negocios que hacía y que le servirían para el futuro. Eric detuvo el auto, luego de dos horas de manejo, frente a un local grande y aparentemente costoso. Era el restaurante del señor Fu, el mayor negociante de Eric y un buen amigo que conoció cuando llegó a Japón.

Ambos hombres se saludaron con familiaridad y luego de hablar por unos momentos, se acercaron a Mikasa. Fu era un hombre alto y de cabello largo y liso, tenía ojos verdes y aparentemente contaba con unos treinta y pocos años de edad. Fu miró a Mikasa y luego a su amigo con los ojos abiertos por la impresión.

-¡¿Ella es tu hija, la pequeña Mikasa que siempre revoloteaba alrededor de Mei?! -preguntó exaltado y Eric sonrió con orgullo-.

-Así es Fu, ella es mi hija. Mikasa ¿recuerdas al señor Fu? -le preguntó con una sonrisa-.

Ella asintió tímidamente y Fu se agachó para mirarla mejor.

-No puedo creer lo mucho que has crecido, te pareces mucho a tu madre ¿sabes?. Seguramente serás igual de hermosa que ella.

Mikasa se sonrojó y le sonrió tímidamente mientras le agradecía con vergüenza. Eric le entregó seis sacos de arroz y unas cuantas cajas con verduras de primera calidad, Fu le pagó por su pedido y luego se marcharon a la tienda.

El local de los Ackerman era enorme y muy luminoso. Habían vitrinas que dejaban ver los productos y muchos vendedores (que al ver llega a Eric inclinaron la cabeza en una reverencia por respeto) atendiendo a los clientes. Hablaron con el encargado que Eric dejaba al mando cuando él no podía atender el negocio y dejaron lo que hacía falta. El lugar estaba atestado de gente, como siempre, y las personas que miraban a Eric lo saludaban o les daban sonrisas amistosas que él correspondía con una reverencia.

Cuando volvieron a subir al auto, Eric le informó a su hija.

-Mikasa, antes de irnos pasaremos al hogar de un amigo de la familia. Es el Doctor Jeager, no sé si lo recuerdas.

-Si, lo recuerdo -mencionó distraídamente-.

-Bien, iremos a dejarle un saco de arroz y una caja con verduras y luego nos vamos ¿estás de acuerdo?.

-¡Claro!.

Eric sonrió y encendió el auto. La casa de los Jeager no estaba muy lejos del negocio de los Ackerman así que llegaron rápido. El doctor los esperaba en la puerta de su casa junto a su esposa y su hijo. Eric salió del auto, lo rodeó y abrió la puerta para que su hija saliera y luego los dos se dirigieron hacia la familia.

-Hola Doctor Jeager, querida Carla y pequeño Eren ¿Cómo están? -preguntó su padre con aquella amabilidad que lo caracterizaba-.

-Muy bien, Eric y deja ya los formalismos -le reclamó amistosamente el hombre de anteojos-.

Mikasa distinguió el mismo acento alemán de su padre en el Doctor y luego recordó que los Jeager también provenían de Alemania al igual que Eric. Apretaron sus manos y se sonrieron con camaradería. Mikasa observó fijamente al niño que estaba de pie frente a ella, tenía una expresión aburrida en el rostro y sus ojos verdes miraban a otro lado con fastidio. Observó como su madre le daba un pequeño codazo en el brazo y le hacía una seña que trató de pasar desapercibida pero que Mikasa pudo identificar, ya que su madre lo había hecho muchas veces en el pasado. Sonrió con diversión al ver la misma escena pero con distintos personajes frente a ella.

-¡Oh!, ella es la pequeña Mikasa, ¿cierto, Eric? -le preguntó la esposa del Doctor-.

Eric asintió y la hermosa mujer se agachó hasta estar a su altura.

-Hola Mikasa, mucho gusto soy Carla Jeager y él es mi hijo Eren -se presentó con voz dulce-.

-Soy Mikasa Ackerman, y es un placer conocerlos -contestó con esa sonrisa radiante que tanto le gustaba a su madre-.

Carla la miró impresionada y luego fijó sus ojos en Eric.

-Es igual de amable que tú a pesar de tener nueve años. Ni siquiera Eren es así y eso que tienen la misma edad -exclamó-.

-Ja ja, dale el mérito de todo a Mei, no a mi Carla.

Carla los invitó a tomar el té y Eric aceptó la petición gustosamente. Eren comenzó a hablar con Mikasa, y extrañamente se llevaron bastante bien, para impresión del matrimonio Jaeger.

-No suele hacer muchos amigos ni se lleva bien con los demás niños -había mencionado Carla-.

Cuando Eric les dio el pedido sin cobrarles nada, Mikasa supo que ya era hora de irse, así que se despidió de Eren y se paró junto a su padre.

-Adiós Mikasa, espero verte pronto -dijo Grisha con una sonrisa amable en el rostro-.

-Igualmente, Doctor, y a usted también señora Carla -contestó la niña-.

Eren la miró con el entrecejo fruncido y ella se acercó para revolverle el pelo con reciente confianza. Él la miró molesto y se encontró con la sonrisa de la niña.

-Nos vemos Eren. ¡Pórtate bien con tu madre!.

Él se puso colorado y Carla soltó una carcajada. Mikasa subió al auto de su padre y se despidió de los Jeager por la ventanilla. Cuando volvieron a su hogar, Mei se encontraba sirviendo la cena, Mikasa corrió hacia ella y la abrazó para luego contarle los sucesos del día. Mei escuchaba el relato de su hija con una sonrisa y justo cuando terminó de servir la comida, alguien llamó a la puerta. Eric se ofreció abrir y cuando Mei se asomó para ver de quién se trataba y distinguió a cuatro hombres de pie en la sala con un arma cada uno y vestidos con trajes elegantes, mientras que el cuerpo sin vida de su esposo yacía en el suelo justo al lado de su puerta.

-Mierda, le dije al jefe que quería un arma y me dejó esta porquería -se quejó uno con voz fastidiada mientras miraba su navaja ensangrentada-.

-Cállate, aún debemos encontrar a las dos que faltan -dijo otro de los hombres-.

Mei actuó rápido, cargó a Mikasa y la dejó salir de la cocina por una ventana que había enfrente del fregadero antes de que los hombres se dieran cuenta de su presencia, y antes de dejarla caer en el suelo le ordenó con voz clara, tratando de no sonar alarmada:

-Mikasa, corre lo mas rápido que puedas y no te detengas sin importar lo que pase, ¿de acuerdo? No regreses aquí por nada del mundo ¿entendiste? -dijo con el rostro pálido y con lágrimas en sus ojos-.

Mikasa miró a su madre con los ojos bien abiertos, pero decidió hacerle caso. Sabía que probablemente nunca la volvería a ver, lo sentía en su pecho, así que quiso cumplir la última petición de la mujer que tanto amaba. Comenzó a llorar al igual que Mei y se llevó un puño a la boca para que no la escucharan, asintió y antes de comenzar a correr, le dijo:

-Mamá, te amo.

Mei le sonrió y le acarició el rostro con la mano temblorosa.

-Yo mas cielo.

Mei miró, por la que sabía sería última vez, el hermoso rostro de su hija y la vio desaparecer entre el campo de arroz. Se dio vuelta y se encontró frente a frente con los asesinos de su esposo, se puso en posición de ataque y comenzó a llorar. Si iba a morir, moriría con honor, como una madre que se sacrificó para salvar a su hija, como una Ackerman más. Saltó hacia ellos y se defendió con verdadera valentía, pero como era de esperarse, los humanos nunca podrían hacer nada contra las armas. Un sonido fuerte y claro se oyó por todo el campo como un recordatorio de lo que era la muerte, de que los Ackerman seguían viviendo en medio de la desesperación y la necesidad de esconderse de sus enemigos, de que muy pronto, aquella poderosa familia sería exterminada del mundo.

Mikasa escuchó el sonido del disparo que acabó con la vida de su madre y soltó un sollozo, rápidamente se llevó el puño a la boca y se lo mordió con tanta fuerza que comenzó a sangrar. No mires atrás, no mires atrás. Se repetía mientras las lágrimas la dejaban con la visión nublada. Recordó las sonrisas de sus padres, el cariño de su madre, la amabilidad de su padre, los días en los que los tres iban a sembrar arroz y ella admiraba embelesada el cielo azul junto a ellos; cuando iban de picnic a la pequeña colina de al lado y jugaban con alegría, cuando su padre la cargó esa misma mañana y se rió al regañar a Lee. Ya nada de eso iba a volver ahora. Estaba sola en el mundo y no sabía que debía hacer.

Continuó corriendo hasta que tropezó con la rama de un árbol y se quedó tendida en el suelo mientras dolorosas lágrimas bajaban por sus mejillas. No tenía fuerza para ponerse de pie, no podía continuar. "Corre lo mas rápido que puedas y no te detengas pase lo que pase". La voz de su madre retumbó en sus oídos y se puso nuevamente en pie con las rodillas sangrando y los brazos rasguñados por la caída. Siguió corriendo y se alarmó al sentir movimiento en los alrededores, miró a todos lados con desespero y encontró un árbol en el que había un agujero donde ella podía entrar con facilidad, se dirigió rápidamente hacia él y entró en el tronco hueco. Miró al exterior por un pequeño hoyo y pudo observar a dos hombres saliendo del espeso monte, se detuvieron frente a ella y miraron a todos lados con cuidado.

Los dos hombres tenían trajes blancos y uno de ellos tenía un sombrero sobre su cabeza. El que parecía mas joven era de baja estatura, con el cabello negro y ojos afilados y peligrosos, el otro tenía barba y el cabello largo, y los mismos ojos que el hombre mas joven.

-No la veo -dijo el mayor-. Se suponía que no debería haber ido muy lejos, y sin embargo ha llegado hasta aquí ella sola y aún no la hemos encontrado.

-Si, es algo increíble tratándose de una simple mocosa -contestó el otro-.

-No puedo creer que esos imbéciles no se hayan dado cuenta de que la niña había escapado. Siempre supe que esos ineptos de los Reiss tenían el cerebro de adorno -exclamó con asco, encendiendo un cigarrillo y llevándoselo a sus labios-. Es una lástima que Eric muriera sin poder hacer nada para defenderse, y esa pobre mujer, Mei, murió luchando como una guerrera. Definitivamente esa niña era digna de heredar el apellido Ackerman -mencionó con lástima y voz apagada-.

El silencio los rodeó y el otro hombre también encendió un cigarrillo. Cuando los terminaron, los arrojaron al suelo y los pisaron.

-Por la memoria de Eric y Mei Ackerman juro venganza contra aquellos malditos sin piedad que los asesinaron -dijo el mayor quitándose el sombrero por un instante-. Mataré a cada Reiss que tenga enfrente como respeto a sus memorias, yo Kenny Ackerman me haré cargo personalmente de eso así tenga que morir en el camino.

Mikasa abrió los ojos. Ackerman, su apellido, además ambos hombres hablaban en alemán. Eso significaba que de alguna manera ellos eran sus parientes y la estaban buscando para ayudarla. Salió del tronco y ambos hombres la miraron con sorpresa. Ella los observó sin ningún tipo de expresión en el rostro. Ya estaba mas muerta que viva.

-Soy Mikasa Ackerman y espero que cumplas con tu palabra.

N/A:

Uff cuanto drama hay aquí. Este nuevo fic está inspirado en una imagen que vi de Kenny, Mikasa y Levi y desde entonces la idea de una historia así me persiguió hasta escribirla (¡Acosadora! XD).

Espero que les halla gustado, dentro de poco publicaré el siguiente capítulo así que estén atentos. Sinceramente agradezco a todos los que llegaron hasta aquí sin salir corriendo, y espero que continúen con esta nueva historia.

¿Acaso esta locura mía merece la pena algún comentario? :D.

Katy0225.