Advertencia: Este fic ha sido elaborado de un fan para fans sin fines de lucro, todos los personajes de Yuri On Ice le pertenecen a su respectivo creador. Yo únicamente los utilizo con fines de entretenimiento.
Escena complementaria. ¡Gracias por leer!
¡Fácil como Pirozhki! La gran final de lágrimas.
Capítulo XVII: Hogar dulce hogar.
Yuuri tomó una larga respiración conforme salía del tren que lo llevó directo hasta Hasetsu después de un extenso viaje ininterrumpido. Deteniéndose un momento para ubicarse en la plataforma de descenso, aun desde aquel punto se dio cuenta que los cerezos estaban en plena floración gracias a la época del año; tras tantos años fuera, Yuuri no supo que extrañó un detalle que quizá para muchos podría resultar insignificante. Porque luego de una serie de altibajos difíciles de sortear, por fin estaba de regreso en casa. Dirigiéndose con paso lento hasta la zona de salida, agradeció en sobremanera que la fluctuación de viajeros no fuese tan elevada en comparación a muchas otras veces en las cuales estuvo ahí antes de marcharse a Estados Unidos; quería pasar desapercibido lo mejor posible.
Antes de abordar en Detroit, Yuuri se encargó de enviarle varios mensajes de texto a su madre para ponerla al tanto sobre la hora aproximada en que arribaría; ella estaba sumamente feliz debido a su regreso, motivo por el cual no dudaba que le hubiese contado a cualquiera dispuesto a escuchar que su hijo pequeño volvería para quedarse en Japón por tiempo indefinido. Esto, claramente, le causaba a Yuuri cierta alegría entremezclada con angustia que no sabía cómo manejar. ¿Le gustaba haber vuelto? Claro, pero muy por encima de eso también lo mortificaba tener que brindar docenas de explicaciones no solamente a su familia, sino también a muchas otras personas que lo conocían y no dudarían en preguntarle los motivos que le llevaron a dimitir en Detroit luego de cinco largos años de estadía.
¿Cómo trataría de justificar que su carrera como patinador estaba en una etapa crítica, cuando ni él mismo lograba asimilarlo todavía?
Yuuri emitió un pesado suspiro que reflejaba no solo su cansancio físico, sino también mental conforme se trasladaba en las escaleras eléctricas cuya recta final guiaba directo hasta la planta inferior de la estación, todo mientras se retiraba un poco el cubre bocas del rostro permitiéndose respirar aire fresco. Ciertamente muchas cosas cambiaron, pensó tras echar un vistazo rápido en derredor percatándose de las múltiples mejorías e incluso ampliaciones a nivel estructural que las autoridades de la ciudad realizaron en algún punto de su prolongada estancia en el extranjero. Cabía señalar que efectuaron diversas modernizaciones acertadas, dejando atrás un diseño y funcionalidad obsoleto que fueron una constante común durante sus días como estudiante de instituto.
Sin embargo, toda su fascinación inicial se esfumó cual humo al toparse frente a unos llamativos afiches de tamaño considerable situados contra un muro adyacente, donde podía apreciarse una imagen completa de sí mismo con el característico castillo ninja de Hasetsu justo detrás en su máximo esplendor. Se trataba de un montaje, aunque no por ello fue menos impactante, en especial porque una gran pancarta coronaba todo el complemento con la leyenda: ¡te apoyamos, patinador nacido en Hasetsu! Yuuri boqueó impávido varias veces demasiado impresionado para reaccionar apropiadamente. ¿A quién demonios podría habérsele ocurrido semejante idea? ¿Cuánto tiempo llevaban esos carteles ahí? Entonces, por un pequeño instante Yuuri deseó que la tierra se abriera y tuviera el buen tino de tragárselo cuanto antes, ahorrándole así la vergüenza.
—¡Esto es...! —balbuceó aún dentro de su prolongada impresión. Debía ser una mala broma.
—¡Yuuri! —asustado, el aludido dio un terrible respingo, como si de pronto algo lo hubiese mordido con fuerza inaudita. Sin importar cuántos años transcurrieran reconocería esa voz en cualquier sitio; entonces, tras girar sobre sus propios talones en un brusco movimiento, no sin algo de temor confirmó sus sospechas —. ¿Por qué tan deprimido?
—¡Profesora Minako! —exclamó casi con pánico.
¿Por qué, de entre todas las personas debió ser justamente ella? No era como si Yuuri no profesara un inmenso cariño por la ex bailarina, a fin de cuentas, Minako Okukawa era alguien sumamente cercana dentro de su pequeño círculo familiar incluso antes de que él o Mari nacieran. Hiroko y Minako se conocieron durante la adolescencia, desde entonces ambas mujeres lograron fomentar una amistad tan sólida, que se profundizó conforme crecían juntas y aprendían en igualdad de condiciones. Tan profundo el lazo entre ambas, que bien podrían considerarse hermanas pese a no compartir ningún lazo sanguíneo. Y, siendo justo, Yuuri casi la consideraba una segunda madre; en todos los bonitos recuerdos ligados a su feliz infancia, ella siempre estaba presente. Además, fue Minako quien se encargó de enseñarle ballet, le transmitió su amor hacía una disciplina tan maravillosa y también lo impulsó a comenzar a patinar sobre hielo.
Por ende, encontrarse con su mentora de un modo tan abrupto solo consiguió ponerlo todavía más nervioso. No estaba listo. Menos aún porque Minako poseía un fino sentido de la percepción y bajo ningún concepto lograría engañarla mediante simples trucos baratos, tal como lo era utilizar varias piezas de ropa extra encima con el ridículo afán de ocultar lo evidente. Se daría cuenta tarde o temprano y enloquecería en cuanto viera en qué terminó convirtiéndose. Sin embargo, ajena a su turbulento conflicto interno, Minako se mostró sumamente feliz de verlo nuevamente y sacó de quién sabía dónde un extenso letrero que tenía impreso su nombre.
—¡Bienvenido tras cinco años de larga ausencia! —expresó con una alegría tan sincera, que la culpa hizo mella en Yuuri.
—¿Qué hace aquí? —murmuró confundido. No obstante, luego de un segundo comprendió que ella sabía perfecto cuándo volvería.
Y conociéndola, seguro se ofreció voluntaria para ir a buscarlo. ¿Podía su suerte seguir empeorando? Lo dudaba.
—Párate derecho, ¿quieres? —le riñó tal cual solía hacerlo durante esos días en los cuales acudía a su estudio a tomar clases casi diariamente.
De forma instintiva, el joven Katsuki obedeció al grado de ponerse rígido del esfuerzo. A pesar de eso, inevitablemente tanto alboroto captó demasiado la atención y varias personas que deambulaban cerca ocupadas en sus propios asuntos se detuvieron a observarles con notable curiosidad.
—¿Ese no es Yuuri? —escuchó a alguien preguntar interesado; eran dos chicos que usaban uniforme de secundaria.
—Sí, lo es —coincidió sin darle demasiada importancia.
—¿Qué ha estado haciendo? Últimamente no he escuchado nada sobre él —Minako, inconforme ante los comentarios, les dirigió una mirada de notable advertencia.
Aquella era, quizá, una de las cosas que más detestaba de ser una figura conocida en Hasetsu; muchos sabían quién era, cómo se llamaba, dónde vivía y tenían pleno conocimiento sobre cuáles razones le motivaron a marcharse de Japón. Ciertamente, mientras residió en América, logró pasar inadvertido sin mayor problema pues, tratándose de una ciudad tan grande, solo un verdadero fan del patinaje lograría reconocerlo entre tantas personas que formaban parte de semejante urbe sobrepoblada. Además, en esa época también le consolaba saber que si acaso fallaba en alguna competencia, nadie fuera del reducido círculo social que logró fomentar lo sabría; ahí en cambio terminaba convirtiéndose en tema de conocimiento común. A semejantes alturas, Yuuri entendía perfectamente bien que todos estaban al tanto sobre su desastroso sexto puesto dentro del Prix, asimismo, que terminó fastidiando las nacionales cuya consecuencia le llevó a perder cualquier oportunidad viable sobre el cuatro continentes y ni hablar acerca del mundial. Sí, consiguió graduarse con honores, aun así, al haberse separado de Celestino su futuro sería incierto hasta que lograra apegarse a otro plan mejor. Un plan que seguía sin tomar forma todavía a pesar de sus esfuerzos.
Era irónico. Cinco años atrás pasó por ese mismo sitio lleno de sueños, metas y aspiraciones que juró cumplir a toda costa. Ahora en cambio, retornaba derrotado, con mil arrepentimientos sobre los hombros y cargando una vergüenza cuyo peso apenas podía soportar. Yuuri no podía vivir asustado siempre, le quedaba claro, pero afrontar lo que vendría a continuación no sería agradable ni alentador.
Obligándose a ser valiente, Yuuri abandonó el área correspondiente a los pasajeros y caminó hacía Minako, quien le brindó una gran sonrisa conciliadora aun pese a tener la horrible sensación de ser un reo condenado al cadalso.
—Me alegra tanto verte bien —Yuuri se encogió rogándole al cielo que su gruesa chaqueta de invierno pudiera ocultar la evidencia de los estragos físicos que todavía le pasaban factura desde meses atrás—. Has crecido bastante —antes de que ninguno pudiera agregar alguna otra cosa, alguien se acercó a ellos interrumpiéndoles.
—Disculpa, ¿podría darte la mano? —ante tal petición, el principal reflejo del patinador consistió en retroceder dos pasos y guardar distancia.
Yuuri jamás se acostumbraría a ese tipo de trato y debido a su naturaleza poco abierta o expresiva, casi siempre tendía a rechazar cualquier contacto impersonal lo mejor posible pues lo incomodaba en sobremanera.
—Oh, lo siento mucho —intentó disculparse apenado—. Ahora no, tengo mucha prisa...
—¡Yuuri! —Minako se apresuró a intervenir enfadada—. ¿Qué diantres pasa contigo? No te mataría ser educado al menos por una vez —sentenció negándole cualquier oportunidad de replicar—. Victor Nikiforov siempre es amable con sus admiradores. ¡Anda! —después pasó a tomarle del brazo sin demasiada delicadeza, obligándolo a responder apropiadamente.
No obstante, Minako solo atinó a guiarle hasta otro punto distinto y en lugar de saludar al hombre de antes, se dirigió a una anciana acompañada por un niño pequeño, quien aceptó el gesto de buena gana, aunque la mujer mayor apenas sabía dónde estaba parada y por qué.
—Muchas gracias por su apoyo —murmuró apenas.
—Así, sonríe —alentó ella. Yuuri en cambio, dejó escapar una exhalación profunda repleta de estoicismo—. ¿Qué ocurre con esa actitud tan pesimista? —quiso saber una vez volvieron a quedarse solos—. ¡Deberías estar contento! Esperábamos tu retorno con muchísimas ansias, en especial Hiroko: tu madre apenas podía contener la emoción esta mañana cuando hablé con ella por teléfono. Te hemos echado de menos, ¿sabes?
—Lo sé —añadió conforme ambos caminaban juntos rumbo a la salida del edificio.
Claro que a Yuuri le entusiasmaba la idea de reencontrarse con sus padres, vivir bajo su techo, verlos cada día; pese a la distancia y los diferentes usos horarios, siempre intentó mantener una buena comunicación con ambos porque los amaba. Mari y él también se contactaban regularmente a través de WhatsApp donde procuraban contarse sus respectivas actividades diarias pues solo así creía sentirse junto a ellos y no a miles de kilómetros rodeado de otras costumbres tan distintas. Yuuri siempre buscó enorgullecerlos; ya habían sacrificado demasiado en pos a impulsarlo para que pudiera convertirse en patinador profesional. Entonces le remordía enormemente la conciencia no haberse esforzado lo suficiente, por no haber dado más de sí mismo cuando tuvo oportunidad. Todavía necesitaba perdonarse eso, concluyó dolido; aunque no fuese ni remotamente sencillo.
—Por cierto —Minako comenzó sacándolo de sus sombríos pensamientos—. Ayer charlé con algunos integrantes de mi salón de ballet con quienes tomabas clases; se alegraron al saber que volverías y decidieron organizar una pequeña reunión para darte la bienvenida.
—¡¿Qué?! —exclamó alarmado—. Pero...
—Nada de peros —sujetándole de la muñeca, le instó a caminar todavía más aprisa—. Vamos a saludarlos: te hará bien.
—¿Y tus clases? —preguntó dividido entre el pánico y la urgencia.
—Despreocúpate por eso —le restó importancia—. La cancelé; no es como si tuviera demasiadas alumnas a quienes enseñar. Además, tampoco tenemos niños dedicándose al patinaje ahora que Hasetus ha comenzado a perder cada vez más gente —dijo con pesar.
Abrumado, Yuuri se detuvo precipitadamente propiciando que Minako le imitara sin comprender por qué actuaba de semejante manera.
—Lo siento —se disculpó sin atreverse siquiera a encararla—. Estoy cansado.
—¿En serio? —la decepción fue notable en su rostro y tono de voz—. Es una lástima; se morían por verte —al mostrarse poco entusiasta al respecto, Minako simplemente lo dejo en paz; si acaso lo presionaba nada bueno resultaría del asunto—. De acuerdo, te llevaré a Yutopia. Supongo que podré cancelarles en el camino, no creo que se molesten si hacemos la reunión en otro momento.
—Se lo agradezco.
Minako levantó ambas manos en señal de resignación e inmediatamente le indicó donde había aparcado su vehículo. Sin emitir una sola palabra, Yuuri colocó dentro casi con movimientos mecánicos la única maleta que llevaba consigo y, tras ocupar el asiento del copiloto, se preguntó cómo podría sobrellevar de ahora en más aquella nueva vida que él mismo eligió.
Lo que Yuuri jamás pudo imaginarse, fue que en Hasetsu su destino terminaría alcanzándolo de un modo u otro.
La siguiente escena ya esta lista, solo es cuestión de pulir.
Sin más, nuevamente gracias por tanto.
Nos seguimos leyendo y cuídense mucho en esta cuarentena que esperemos termine pronto.
Abrazos.