- Toc, toc –murmuró la ocultista mientras ingresaba levitando en la enfermería.
- ¡Hola, Chica Oscura! –exclamó Cyborg, poniéndose de pie mientras limpiaba sus manos- ¿Te molesta encargarte de este pajarito por un momento? Debo ir a ver qué desastres ocasionó en el sótano.
Ella sólo asintió, viendo cómo su compañero salía rápidamente del cuarto. Volteó su rostro hacia el interior y lo vio, sentado sobre una camilla, con vendajes y gazas en diferentes partes de su cuerpo, y una sonda intravenosa pasándole fluidos.
Tomó asiento en la misma silla que Cyborg usó momentos atrás, justo frente a él. Los algodones embebidos en alcohol descansaban sobre una charola metálica, y el olor era asquerosamente penetrante. Sobre todo para ella, que no estaba acostumbrada a usar medicinas para curar sus heridas (tampoco las necesitaba).
Luego de casi dos horas de incómodo sueño -gracias a las heridas que dolían en cualquier posición- Robin decidió ir a buscar algunos calmantes y suturar los peores cortes, además de hablar un poco con sus compañeros y mostrarles que él ya había vuelto a la normalidad.
Starfire lo abrazó seis veces, aún cuando él le pedía que por favor no lo hiciera, ya que el dolor era demasiado. Como resultado, algunas de las heridas que Cyborg había cerrado se abrieron nuevamente, y sus resentidos huesos crujieron despiadadamente.
Chico Bestia comenzó a preguntarle qué había fumado para terminar tan chiflado. Aunque Robin negó haber consumido alguna droga y Cyborg intentó explicarle al cambiante de qué se trataban las neurotoxinas que Slade había usado, no hubo caso. BB quiso transformarse en sabueso y olfatearlo para hallar alguna sustancia, pero su fuerte resfriado se lo impidió. Ahora dormía sonoramente en la otra camilla.
Con Cyborg había hablado desde que ingresó a la enfermería, aunque mayormente para asegurarse de que no quedaran residuos del químico en su cuerpo, y preguntarle cuánto tiempo debía esperar para volver a los entrenamientos.
Ahora le tocaba hablar con Raven, y no sabía qué esperar. Aunque por otro lado, anhelaba esta charla más que ninguna. Lo que había hecho fue increíble, y aunque él entendía muy poco de poderes psíquicos, sabía sin lugar a dudas que eso marcaría un antes y un después en ambos y su amistad. Sólo esperaba que fuese para bien.
- ¿Cómo te sientes?
- Mejor que nunca –contestó Robin con una pequeña sonrisa, aunque ella se mantuvo imperturbable-. Gracias, Rae.
- No tienes que agradecerme; no hice nada.
- Gracias a ti los muchachos dejaron de pensar que me estaba volviendo loco. Tú lo viste, tú supiste que era real… Tú fuiste la única que creyó en mí.
Raven giró su rostro con frustración. Se sentía inútil; no había hecho suficiente, no lo había salvado a tiempo. Tardó en detectar el origen de su problema, tardó en pensar una solución. Tardó, y por eso ahora Robin estaba herido y agotado; sin mencionar los terribles momentos que tuvo que pasar.
Robin no tardó en comprender por qué ella se negaba a aceptar las gracias. Ella se sentía culpable, todos se habían sentido así, y él se sentía como un grandísimo idiota. Había preocupado a todos, los había puesto en peligro, los había lastimado. Vaya líder que era.
Sus pensamientos se interrumpieron al notar cierta pigmentación extraña en la mejilla de Raven, subiendo hacia su ojo y trepándole la nariz. Se veía... morada.
- ¿Qué te ocurrió ahí? -preguntó de pronto, señalándola. Notó también su labio inferior partido y se tentó de tocarlo, pero no quiso incomodarla con el contacto.
- ¿Qué?
- Tienes un golpe en el rostro, Raven.
- ¿Acaso te viste a ti mismo? Pareces un saco de boxeo, y te preocupas por un golpe en mi rostro.
Parecía ridículo, pero para él no lo era. Raven podía sanar sus heridas; era extraño encontrarle algún corte o magullón en la piel, siempre se curaba rápidamente.
Que siguiera allí indicaba que era una herida más compleja de lo que aparentaba.
- ¿Quién te hizo eso? -el "clic" en la cabeza del pelinegro fue automático-. ¿Fue Slade, verdad? ¿Fue cuando me golpeó?
- Técnicamente, nos golpeó –corrigió ella.
Robin tomó la charola metálica y vio su reflejo en ella. Efectivamente, la misma marca se hallaba presente en su rostro, aunque mucho más leve. Su labio apenas enrojecido y el moretón de la mitad del tamaño e intensidad que el de su compañera.
- ¿Por qué tu marca es peor? –ella se negó a responder-. Raven, dime.
La ocultista suspiró.
- Soy empática, Robin. Si mi mente entra en tu cuerpo, lo vuelve propio. Absorbí el impacto de ese golpe –él la miraba con preocupación-. Lo curaré luego, no seas dramático.
Robin se la quedó observando con el ceño fruncido, para nada convencido con su breve explicación. Sin embargo, su mueca cambió por una de sorpresa cuando sintió las yemas de los dedos de Raven en su rostro, el brillo blanco siendo captado por el rabillo de su ojo izquierdo. Se sentían... Suaves, y más cálidos de lo que habría imaginado. Tan finos y pequeños que eran como un cosquilleo más que un toque per se. Como la caricia de una pluma.
Sus ojos se cerraron por reflejo e inhaló profundo, aunque sólo unos segundos después la magia terminó, y la mano se alejó de él.
- Te ayudaría con el resto -dijo ella, señalando sus otras heridas-, pero necesito recobrar la energía.
- No, está bien. Ya hiciste suficiente -respondió el negando con ambas manos y sonriendo-. Aunque... ¿qué fue lo que hiciste, exactamente?
Raven permaneció callada unos segundos, mirando las rodillas de su líder.
- Es... largo.
- Tengo tiempo. De hecho, tengo dos semanas hasta poder volver a entrenar, así que tengo mucho tiempo -explicó sonriente.
Raven soltó una suave y breve risa, llevándose una mano a las costillas ante el abrupto movimiento de sus pulmones; Robin no pasó por alto ese gesto.
- ¡OIGAN! -la voz nasal de Chico Bestia los hizo estremecer a ambos-. ¡HAY PERSONAS AQUÍ QUE QUIEREN DESCANSAR!
Raven frunció el ceño y movió su muñeca, lanzando al chico verde al suelo.
- Tal vez... En otra ocasión -dijo entonces, mirando nuevamente la máscara de Robin.
- Um, sí, de acuerdo.
La hechicera se puso de pie y se encaminó hacia la puerta, nuevamente levitando.
- Si vuelves a asustarnos así -dijo sin voltear-, me encargaré de hacerte sufrir.
El petirrojo sonrió y asintió, aunque Raven no pudo ver el gesto. Ella desapareció y Robin decidió irse a su cuarto y finalmente dormir, ahora que los analgésicos parecían surtir efecto.
Cayó en su cama pesadamente y cerró sus ojos, dejándose vencer por el sueño casi al instante.
XXXXX
¡NO!
La música no cesaba. Aún cuando la escena frente a él distaba enormemente de ser algo feliz, algo propio de un circo, la música simplemente se negaba a detenerse. Los gritos sonaban en segundo plano, junto con llantos, sirenas y corridas. Él sólo se mantenía allí, de pie, a unos tres metros de ellos.
Intentaba recordar cómo habían terminado allí, pero de momento las imágenes simplemente no estaban; extraño, considerando que vio cada instante del suceso. Su cerebro estaba reprimiendo las imágenes traumáticas. Ahora sólo estaba ahí, quieto, inerte, ajeno a su alrededor. Sus ojos clavados en el rojo bajo sus pies.
Alzó su mirada de pronto; algo, algo simplemente lo obligó a hacerlo. Allí, en la entrada a la enorme tienda, alguien lo observaba; una figura de pie claramente frente a él, a pesar de la distancia. Los demás corrían a su alrededor, pero esa silueta se mantenía quieta, observándolo. Él miraba sin ningún tipo de emoción, y aquella ilegible figura negra le devolvía una mirada cargada de emociones. Él frunció el ceño.
No le gustaba la lástima y aquella persona lo estaba viendo de forma lastimera, como si fuese un pequeño petirrojo con el ala rota. Dick bajó la mirada nuevamente hacia sus padres, esperando que no estuviesen en el suelo. Allí estaban.
Volvió a alzar la vista. La figura negra seguía de pie en el mismo punto, sus ojos brillando. Era lo único que podía distinguir: un par de enormes ojos tristes en una silueta negra.
La música subió. Los gritos subieron. Las corridas subieron. En un pestañear, las imágenes llegaron. Metro por metro. Centímetro por centímetro. Sus rostros.
Él comenzó a gritar tomándose la cabeza con ambas manos; las imágenes no se iban, sólo se repetían una y otra vez como un disco rayado. Gritó hasta que sus pulmones quemaron, hasta que todo oscureció y sólo sintió una voz extraña pero familiar llamando por él, el suave roce de una mano en su rostro.
¡Robin!
Se incorporó jadeando, barriendo el espacio a su alrededor. Un sueño.
Limpió el sudor de su frente y se sentó con sus pies a un lado de la cama. Suspiró. Por extraño que sonara, se hallaba aliviado por su pesadilla. Había pasado los últimos meses soñando únicamente con Slade, y variar el sueño era bueno, sea lo que fuese. Prefería soñar con cualquiera cosa antes que seguir viendo el rostro de su enemigo al dormir. Era un buena señal, ¿cierto? No ver a Slade en todos lados, todo el tiempo. Con suerte sería una buena señal; quería convencerse de ello.
Siseó al sentir el dolor correr por su cuerpo. Sus heridas estaban allí, no podía olvidarlo; menos ahora que los analgésicos estaban siendo eliminados de su organismo. Meditó por un par de minutos qué haría ahora que su sueño había sido interrumpido. Cyborg le había dicho que hiciera dos semanas de reposo, pero...
Fue a su armario y se vistió con un conjunto de lycra negro. Buscó unas toallas, unas vendas y aquel talco de aroma nostálgico que guardaba en un cajón. Salió del cuarto en dirección al gimnasio.
Cyborg le había dicho que hiciera dos semanas de reposo, pero algo... Algo que no podía definir simplemente le ordenaba que se colgara. Algo en el gimnasio lo llamaba. Como cada vez que soñaba con sus padres.
Era una suerte de ritual, un modo de recordarlos, de conectar con ellos: luego de una pesadilla, luego de esa pesadilla en particular, sin importar la hora, Robin iría al gimnasio y haría uno de sus antiguos números en el trapecio. Alguno simple, de los primeros que su padre le enseñó. Era un momento para estar solo con sus pensamientos y a la vez sentirse acompañado por ellos.
Y aunque esa noche había pensado seriamente en no hacerlo, puesto que sus heridas aún estaban frescas, algo muy dentro de él simplemente le dijo que fuera a la sala de entrenamientos. Algo lo llamaba, más fuerte que en cualquier otra ocasión. Claro que no pudo ceder ante su instinto y curiosidad, de modo que terminó obedeciendo al extraño mandato.
Caminó por los corredores oscuros en total silencio, rogando que nadie lo descubriera y terminaran regañándolo por estar fuera de la cama, como si fuese un niño. Procuró pasar de puntillas frente a la puerta de Cyborg, teniendo en cuenta su finísimo oído, y optó por utilizar las escaleras en lugar del ruidoso elevador. Claro que maldijo cada estúpido peldaño. Los puntos en su cadera querían saltarse.
Terminó de bajar los cuatro pisos de escalera pensando seriamente en ponerse un elevador privado en su cuarto, o tal vez un trapecio. Nuevamente corredores oscuros.
Caminó con menos cuidado esta vez, tranquilo de que sus amigos dormían cuatro pisos sobre él. Giró en la curva del corredor que daba al gimnasio. Se detuvo.
Luz.
Robin pegó su espalda al muro y utilizó sus mejores habilidades como protegé de Batman para escudriñar sin ser visto, queriendo descubrir quién rayos andaba por los pasillos a esa hora. ¿Acaso estaban montando guardia, temiendo que él no hiciera caso a las órdenes de Cyborg y fuese a entrenar? ¿Eran capaces de llegar a tal extremo?
Y luego yo soy el obsesivo, dijo una voz en su cabeza.
Sí, lo eres, respondió otra.
Bah. Si algo le faltaba, era tener discusiones en su mente, ¡y con distintas voces!
Sacudió la cabeza levemente y enfocó su vista. La luz no provenía del corredor en sí, sino desde dentro del gimnasio; alguien había dejado la puerta entreabierta. Viendo que no había moros en la costa, decidió abrirse paso hacia el enorme cuarto.
Conforme caminaba los veinte metros que lo separaban, podía oír algunos sonidos. Chirridos, como de bisagras o metal. El sonido de la fricción que genera un cuerpo chocando contra el aire. Algún que otro gemido.
Llegó a la entrada y abrió la puerta, quedándose de pie en su sitio. Su vista viajó por todo el lugar a la altura de sus ojos. Nada. Oh, pero cuando elevó la mirada...
El trapecio se movía de adelante hacia atrás, columpiando un pequeño cuerpo que se movía con gracia.
Robin la observó con detenimiento. Cómo sus ojos permanecían cerrados; cómo sus pies estaban perfectamente en punta; sus movimientos limpios y precisos; sus manos sujetas firmemente; su rostro calmo. Parecía una acróbata profesional, parecía haber vivido de ello toda su vida.
No obstante, algo más captó su atención cuando los movimientos comenzaron a variar. Había algo... familiar en ellos.
Balanceo. Balanceo. Rotación. Balanceo. Apertura. Elevación. Momentum. Flip. Agarre izquierdo. Mano derecha al frente. Balanceo. Cambio de mano. Mano izquierda atrás. Pose. Balanceo.
Y entonces lo notó. Aquellos movimientos que ella ejecutaba eran sus movimientos. ¿Cómo?
Y no sólo eran sus movimientos, sino que eran los movimientos de la rutina que él había soñado hacía instantes, aquellos que él planeaba ejecutar. ¿Cómo rayos...?
Balanceo. Momentum. Impulso. Cuerpo invertido. Piernas a la barra. Balanceo. Pose. Pierna izquierda extendida al frente. Balanceo. Mano izquierda en pie izquierdo. Pose. Balanceo. Impulso. Incorporarse. De pie. Balanceo. Balanceo. Balanceo. Cuclillas. Momentum. Soltarse. Saltar.
Raven comenzó a caer y el corazón de Robin de detuvo, un horrendo déjà vu pasando frente a sus ojos. No obstante, y aún con sus párpados cerrados, ella se tomó de la barra.
Balanceo.
¡Ssk!
Soltó una de sus manos y envolvió sus costillas, siseando. Un "demonios" viajó vagamente hasta los oídos del petirrojo.
La hechicera se soltó definitivamente y levitó torpemente hacia el suelo, respirando de forma pesada. Robin no sabía si intervenir o no, pero la decisión se dio por sí sola cuando la vio cayendo sentada en el suelo. Antes que pudiera notarlo estaba hincándose frente a ella, quien lo observaba con más sorpresa de que la sabía manejar. Una bolsa de boxeo estalló a la distancia.
- ¿Estás bien?
- Sí.
- ¿Qué haces aquí?
- Yo podría preguntarte lo mismo -típico de Raven, pero justo.
- No podía domir, y sentí que... ¿Alguna vez sentiste algo dentro tuyo diciendo que debías estar en cierto lugar y en un momento exacto?
Raven alzó una ceja pero luego de meditarlo asintió.
- Pues esa es mi excusa. ¿Cuál es la tuya?
- Yo... sólo sentí que tenía que probarlo -explicó escuetamente, dejando al líder sorprendido. Ella jamás daba explicaciones a nadie.
- ¿Al trapecio? -asintió-. ¿De la nada? -asintió-. ¿A las tres de la mañana?
- ¿Alguna vez... sentiste algo dentro tuyo diciendo que debías estar en cierto lugar y en un momento exacto? -repitió la hechicera, sobándose las costillas.
Robin la observó con asombro. No podía descubrir si había sido irónico o real, pero sospechaba que ése había sido realmente el motivo de Raven para estar columpiándose allí.
- Eres bastante buena -reconoció el petirrojo, mirando al techo-. ¿Ya lo habías hecho? -ella negó-. ¿Y la rutina?
- ¿Ru... tina? -unas pesas volaron hasta incrustarse en un muro.
- La que hiciste, ¿dónde la aprendiste?
Robin estaba curioso, no, más que curioso, pero no podía indagar libremente sin dejarse en evidencia. Para su desgracia, debería quedarse con la respuesta que su compañera decidiera otorgarle.
- Yo... la vi una vez.
- ¿La... viste? -imposible. Robin no ejecutó ese número desde sus días en el circo, y de eso ya iban ocho años. Raven llevaba en la Tierra algo de tres años, máximo. Simplemante no tenía sentido.
- La viste... ¿en un circo o algo así? -indagó con cuidado.
Raven se puso de pie sin mostrar dolor -aunque Robin sabía que no era cierto- y él la secundó.
- No.
- ¿En televisión? -no podía ser; esa coreografía la habían hecho su padre y él, no era algún número genérico. Era propio de los Flaying Grayson's.
- No.
- ¿En dónde?
- ¿Por qué te importa tanto? -preguntó de pronto ella, entre molesta y nerviosa. ¿Nerviosa?
- Sólo... -perfecto, ahora él estaba entre la espada y la pared gracias a su propia estupidez.
Se rascó la nuca y balbuceó algunos "um" y "ah", aunque nada coherente salió de sus labios.
- De acuerdo; en un circo -admitió la ocultista virando los ojos.
Robin la observó con una ceja enarcada. Eso no tenía sentido, no tenía lógica. No era cierto.
- ¿Has ido al circo?
- Algo así.
- ¿"Algo así"? ¿Cómo se hace para hacer-algo-así-como ir a un circo?
- ¿Estoy siendo interrogada, Robin? -preguntó con notable molestia la ocultista.
- Algo así -devolvió con una sonrisa socarrona. Raven volvió a virar los ojos.
- Tú viniste al trapecio -sentenció de pronto.
- ¿Por qué lo-?
- Vendas, talco, ropa aerodinámica.
- Eres observadora.
- Lo soy. Y tú eres un idiota -Robin la vio de forma interrogante-. Debes reposar.
- Oh, um... Lo sé, es sólo que... Necesitaba hacerlo.
- Lo sé.
- ¿Huh?
- ¿Qué? -Raven giró el rostro de pronto.
- Dijiste "lo sé".
- No es cierto.
- Sí lo es.
Raven simplemente suspiró y dio media vuelta, queriendo salir de allí. Sus pies se separaron del suelo y comenzó a levitar. De pronto, se detuvo y volteó.
- Recuéstate -le ordenó al líder titán.
- Um, ¿qué?
- Allí -señaló una colchoneta.
Él dudó antes de finalmente obedecer. Se acercó a la colchoneta negra y se recostó, quejándose cuando su maltratado cuerpo tocó el suelo. Pudo oír a Raven sisear.
Ella se quedó de rodillas a su lado, frunciendo el ceño y su puente nasal. Robin apostaba a que ella estaba sintiendo dolor, ¿pero dónde?
- Levántate la camisera.
- ¿Por qué?
- Tus costillas están fisuradas -explicó.
- Lo sé, pero Cyborg ya las atendió. Sanarán en un par de días.
- Yo haré que sanen ahora.
- ¿Por qué? -sabía que sonaba como un idiota cuestionando todo, pero realmente quería entender.
- Porque duele.
Robin frunció el entrecejo, recordando que Raven no había caminado en toda la noche, y que no dejaba de sostenerse el abdomen cada que realizaba algún movimiento brusco. Específicamente, del lado derecho. Mucho más específicamente, en la zona de la cuarta y quinta costilla.
Yéndose al demonio con la especificidad, las dos costillas que Robin tenía fisuradas.
- ¿Te duele? -preguntó en voz baja, aunque ella se negó a responder-. Raven, hoy me dijiste que por ser émpata, tú absorbiste ese puñetazo en el rostro... ¿Qué más absorbiste?
Ella bajó la mirada por un momento.
- Básicamente, cada golpe que recibiste luego de que entré a tu mente -Robin se quedó callado durante unos segundos, asimilando la información.
- Tus costillas están rotas, ¿cierto? -de nuevo, silencio. Él bufó y apoyó su cabeza nuevamente en la colchoneta con frustración.
- Es sólo una proyección de tus heridas. En cuanto tú sanes, yo dejaré de sentirlo. Ahora guarda silencio; necesito concentrarme.
El petirrojo suspiró y se levantó la camiseta, dejando expuesto un torso plagado de viejas y nuevas cicatrices. Pudo ver a Raven agrandando apenas los ojos y tragando seco -¿acaso eso fue un sonrojo?-, todo en menos de un instante, antes de concentrarse y colocar ambas manos sobre él.
La luz apareció, y el flujo de energía entre ambos cuerpos se estableció. Raven susurraba su mantra, manteniendo los ojos fuertemente cerrados. Robin la observaba atentamente, notando cómo sus respiraciones se entrecortaban; sus propios huesos se estaban ensamblando, y Robin sabía por experiencia que eso dolía como mil rayos.
Las pequeñas palmas se movieron de forma horizontal, trasladando la energía a lo ancho de su caja torácica. Robin no pudo evitar una sensación tibia en el rostro ante aquel contacto tan similar a una caricia. Las manos metálicas de Cyborg o los dedos helados de Alfred ciertamente jamás fueron así de delicados o agradables.
Los finos dedos viajaron un poco más, trazando un mapa imaginario por sus abdominales, y subiendo por la línea del esternón hasta tocar la clavícula, reparando cada distensión muscular o corte abierto. Luego las manos volvieron sobre su marcha, palpando cada costilla con cuidado, cada abdominal con suavidad, y se detuvieron junto a su ombligo, sanando las heridas que se habían reabierto cuando bajó las escaleras.
Luego de los cinco minutos más breves de su vida, Robin sintió el frío aire tocando su piel, y comprendió que las manos de la ocultista ya no lo protegían.
- Está hecho -concluyó Raven con ambas manos en la falda.
El petirrojo se incorporó y giró sobre su torso, confirmando que ya no había más dolor.
- Gracias.
- Ni lo menciones -dijo ella, girando su rostro y mirándolo de reojo. Robin pudo jurar que se estaba ruborizando-. En serio. No lo menciones. Jamás.
Él asintió y reacomodó su camiseta, poniéndose de pie. Su mente se abstrajo por unos segundos, haciendo un análisis de toda la información recavada en las últimas horas: la charla con Raven en la enfermería; su sueño; Raven en el trapecio; la rutina; las heridas. Su cerebro -como todo cerebro de detective- buscaba creía tener la respuesta, repuesta a esas dudas que se generaron en cuanto él pisó el gimnasio.
¿Por qué Raven había decidido usar el trapecio, elemento que ella jamás tomó en cuenta? ¿Por qué, de todas las noches posibles, eligió justamente a ésta? ¿Por qué en el mismo horario que él? ¿Cómo había aprendido esa rutina? ¿Por qué dijo que tenía que probarlo? ¿Por qué parecía comprender a la perfección lo que él sentía?
La respuesta era extraña y difícil de comprobar; de cualquier modo, estaba tratando con una émpata con asombrosos poderes telepáticos, proveniente de otra dimensión, de modo que "extraño" e "incomprobable" no eran necesariamente sinónimos de "imposible".
Se asustó ante la idea de que ella tuviese ahora esa información. Él había sido entrenado para no develarla, nunca, a nadie. ¿Era posible que ella hubiese descubierto la verdad en aquel paseo forzoso por su mente?
- ¿Qué más absorbiste? -preguntó antes de siquiera detenerse a pensar. Su tono de voz fue duro, más de lo que pretendía.
- ¿De qué hablas? -preguntó la hechicera, parándose.
- Absorbiste mis heridas. ¿Hay algo más que tengas ahora que sea mío? -remarcó la última palabra entrecerrando los ojos.
- No estoy comprendiendo.
- Quisiste venir hoy aquí, como yo, a la misma hora y a hacer lo mismo, cuando tú jamás siquiera te interesaste por el trapecio o cualquier otro entrenamiento; mucho menos a las tres de la madrugada. ¿Me dirás que fue simple coincidencia? Tú y yo sabemos que no existe tal cosa.
- ¿De qué me acusas? -preguntó ella con un tono de indignación.
Robin suspiró y se pasó una mano por el cabello. La estaba ofendiendo con una suerte de acusación qué ni él mismo comprendía. ¿De qué la estaba acusando? ¿De robarle memorias? ¿De infiltrarse en su mente y espiarlo? Rayos, eso era algo digno de Slade -ya lo había demostrado-, no de ella.
Era obvio que algo ocurría, pero hablarle de un modo tan rudo como si desconfiara de ella no resolvería nada. Él sí confiaba.
- Yo... Lo siento. Debo seguir cansado, más todo esto del trapecio... Acepta que es extraño, ¿sí? Y si algo es extraño mi cerebro intenta comprenderlo, pero... No tengo explicación lógica para esto, porque la telepatía realmente no es lo mío y... -suspiró y tiró su cabeza hacia adelante con resignación; ya no sabía cómo explicarse, porque tampoco entendía nada-. No te estoy acusando de nada, confío en ti. Lo lamento.
- Está bien. Suelo provocar esos miedos en la gente -respondió Raven con aparente indiferencia, aunque Robin supo leer más allá de su máscara-. Mira, si te preocupa que sepa cuál es tu nombre o algo así, no, no lo sé. En cuanto al trapecio, no sé qué me hizo venir, sólo me desperté con la necesidad de hacerlo. Tal vez influenciada por ti, tal vez no. ¿Es explicación suficiente para ti?
Robin asintió, sintiéndose shockeado por oír a Raven decir más de cinco palabras de una vez; más aún, por justificar sus acciones por segunda vez esa noche - o en su vida.
- Bien. Me iré a dormir. Tú quédate columpiándote como simio y ve a la cama, ya no importa, no estás herido.
- Gracias. Creo que... -alzó su mirada hacia el trapecio, sintiendo de pronto que ya no tenía nada que hacer allí-. Creo que iré a la cama.
- Como quieras. Adiós.
- Descansa.
Raven se desvaneció atravesando el techo y Robin caminó fuera del gimnasio, apagando las luces. Hizo su camino de vuelta al cuarto y se arrojó en la cama sin cuidado, su mente en cualquier otro lugar.
Tal vez fue simple paranoia. Después de todo, ser mano derecha de Batman termina por pegarte esas actitudes. Tal vez ella decía la verdad y no había visto nada. Tal vez, por una enorme, gigante casualidad de la vida, ella realizó movimiento aleatorios en el trapecio que terminaron uniéndose para formar esa rutina que él también conocía.
Se rascó sus ojos y, aprovechando que los tenía cerrados, imágenes de su sueño saltaron frente a ellos. El circo. La música. La caída. Sus padres. La sangre. Los gritos. La gente. El ente negro, mirándolo. Su tristeza. Su mano tibia, acariciándolo. Su voz, extraña y familiar. Sus emociones. Sus ojos, enormes y brillantes.
Sus ojos violetas.
Abrió los ojos de pronto.
Tal vez no fue simple paranoia. Tal vez ella había visto más de lo que admitió. Tal vez él tenía razón y las casualidades no existían. Tal vez ahora conocía un fragmento de su pasado, el más doloroso de todos.
Se recostó de lado y cerró nuevamente los ojos, imaginando esa mano tibia en su mejilla, esos ojos violetas viéndolo. Sonrió. De pronto no sintió paranoia, estrés o furia ante la idea de que alguien supiera sobre su pasado. Porque ella no era cualquier persona.
Soñó con aquella rutina. Él y sus padres volando por los aires, riendo y disfrutando mientras desafiaban a la gravedad.
Desde las gradas, aquella misma figura encapuchada admiraba el espectáculo con auténtica emoción en sus ojos. Incluso podía jurar que vio una lágrima brotar, si no fue efecto de las luces.
Robin vio esos ojos violetas en cada sueño luego de aquel día. Cuidándolo, admirándolo y acompañándolo.
Tal vez Raven conocía su secreto, después de todo.