Disclaimer: Los personajes de The Hunger Games no me pertenecen.

Éste es un extra del regalo para HikariCaelum, y en parte para Cora, mi casi compatriota, quienes me han apoyado para subirlo.

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IV

Conexión

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Helios Kane, 26 años.

Ex Ingeniero en Mutaciones/Empresario/Piloto/Estudiante de Periodismo.

Great Mall.

24° Edición de Los Juegos del Hambre.

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Las pantallas gigantes muestran desde todos los ángulos como un cráter de lava estalla y calcina a la desprevenida niña del Diez, que agoniza dolorosamente, con su cuerpo casi por completo en carne viva, antes de que suene el cañón; y entonces, ésta vez en cámara lenta, la secuencia vuelve a empezar mientras la gente en las calles aplaude o esbozan muecas de horror o desilusión, pero ninguno desvía la vista del macabro espectáculo. Excepto yo, que intento concentrarme en trabajar desde mi tableta personal, pero es algo inútil con todos los gritos y bocinazos que llegan de afuera.

Dentro del coche, Issel habla y habla, explicando lo molesta y decepcionada que se siente porque los tributos del Distrito Cinco, del que ella es escolta, hayan muerto tan pronto hace unos días, y de verdad intento prestarle atención, pero me distraigo revisando mis apuestas en la aplicación de los casinos de mi familia.

No me gusta mucho apostar por vidas humanas, pero sí le he cogido gusto al juego de las probabilidades y estadísticas. Además, es una manera interesante y efectiva para mantener contacto con personas influyentes, lo que es casi indispensable en mi posición, aunque sea algo que no me guste mucho. Pero como dije, las apuestas son para mí más un juego de estadísticas, por eso usualmente apuesto más a la inteligencia que a la fuerza bruta, así que mis tributos favoritos casi siempre provienen de los Distritos Tres y Cinco, que suelen ser los de mayor inteligencia; sin embargo, éste año mis elegidos no van bien. Los del Cinco murieron ambos al caer en un pozo de lava ardiente mientras intentaban huir de la Cornucopia; la chica del Tres se quemó viva al encontrarse con un muto, y el chico parece a punto de perder la cabeza luego de una semana de ver cuerpos calcinados por doquier. Me siento mal por ellos, pero no hay nada que pueda hacer, con el tiempo he ido resignándome a eso.

Los Juegos siempre han sido una etapa quizás incómoda, pero lo han sido mucho más cuando, después de siete exitosas ediciones, tuve que retirarme por 'desavenencias' con el resto de mi equipo de mi puesto como ingeniero en mutaciones. Nunca he sido alguien conflictivo. Por mi educación siempre procuro evitar las confrontaciones, pero a todos nos llega un momento en que no puedes evitar cuestionar. Mi puesto en los Juegos era el ideal, lo acepto, pero ya no podía ser yo mismo si lo único que debía hacer era seguir órdenes, sin poder diseñar con libertad. Así que intenté aplicar para el puesto de Vigilante en Jefe, pero cuando rechazaron mi solicitud decidí irme por mi cuenta, aunque mi decisión no fue precisamente lo que mis superiores esperaban, pero nadie puede decirle a un Kane lo que debe hacer, así que igualmente renuncié, sin saber que eso cambiaría mi vida para siempre, porque, una semana después, la carta de reclutamiento llegó a mi casa.

El servicio militar se había instaurado temporalmente para las primeras generaciones tras la guerra en caso de otro posible conflicto, y era, en mayor medida, para los hijos de las familias más pobres del Capitolio, o las de tradición militar. Los más ricos y poderosos solían pagar grandes sumas de dinero mientras la ley estaba vigente para evitar ése destino para sus hijos, y yo no había sido la excepción; por eso nadie podía creer que me hubieran llamado, porque se suponía que estaba exento.

Craso error.

Ellery contrató a los abogados más caros de Star Valley, usó todas las influencias de mi familia, contactó con todas las viejas amistades de mis padres, pero todo fue inútil, porque nadie podía contra una orden de la presidencia. Y tuve miedo, pero al mismo tiempo sabía que no podía doblegarme, así que me presenté el día ordenado, a la hora ordenada, en el lugar que debía convertirse en mi hogar por los siguientes dos años. Llegué con mi chofer, mi traje a la medida y mis maletas de diseñador con mis iniciales grabadas en oro, sin tener idea de con qué iba a encontrarme, ni de qué sería de mí en adelante, porque sabía que, después de recibir esa carta, una vez que atravesara esas puertas todo lo que era quedaría atrás, que ya no importaría mi nombre ni todas mis posesiones.

Y no me equivocaba.

Mi vida hasta entonces había transcurrido entre lujos, comodidades y sábanas de seda. Todo mundo a mi alrededor se desvivía por atenderme, porque nada me faltara nunca; se deshacían para servirme, tratar de hacer mi vida más amena y feliz. Nunca nadie me había tratado como si fuera alguien común, uno más del montón; siempre me pedían las cosas de buen modo; jamás me habían gritado, mucho menos me habían ordenado hacer mi cama o fregar pisos. Fue muy difícil adaptarme a ése rudo estilo de vida, pero al mismo tiempo fue una experiencia curiosa. A pesar de no ser de las mejores me enseñó a ser más libre y autosuficiente, cualidades que no muchos tienen en el Capitolio, o al menos no las personas que yo conocía.

Había muchos jóvenes de mi edad, pero todos muy diferentes a mí. Muchachos toscos, de además groseros y lenguaje soez, chicos que obviamente no habían sido privilegiados como yo, y que parecían salidos de los rincones más oscuros del Capitolio, de lugares que nunca en toda mi vida entre plumas hubiera imaginado que existían a sólo unos pocos metros de mí. Pero, aun así, las personas más maravillosas que he conocido las encontré allí, porque cuando no tienes nada aprendes a valorar lo que realmente es importante: camaradería, compañerismo, amistad, lealtad..., y eso nunca lo hubiera entendido en el mundo de donde yo venía.

Fue una etapa dura, pero al mismo tiempo de mucho aprendizaje. El convivir con tantos chicos mucho menos afortunados que yo hizo que empezara a ver las cosas desde otra perspectiva, a entender que la vida era mucho más que fiestas lujosas y elegantes tardes tomando el té. Gracias a eso pude dominar mi miedo eterno a volar, y me convertí en piloto; durante casi un año recorrí todo Panem transportando soldados a lugares donde todavía existían conflictos, y así pude abrir mi mente a muchas otras culturas, pero mi vocación no estaba en el Ejército, así que apenas pude me di de baja y regresé a casa, a ocupar mi lugar en los negocios familiares. Pero aunque me habían educado para eso, después de todo lo que había pasado sentí que debía encontrar otro rumbo. Y lo hice. Me mudé a Lakeside, entré a la universidad y empecé a estudiar periodismo, aunque he descubierto que lo que realmente me apasiona es escribir. Nada en específico, sólo tomar una pluma y dejar que mi imaginación fluya.

A veces escribo historias que escuché de algún soldado, o cuentos que algún amable comerciante de algún distrito compartió conmigo sobre su tierra, pero de vez en cuando tengo ideas propias, y escribo sobre ellas, cosas que veo en mi cabeza, sueños que a veces me persiguen incluso despierto. Supongo que es la imaginación tan aguda que tienen todos los escritores.

— ¿Por qué no avanzamos?— escucho que preguntan a mi lado, y entonces me sobresalto mientras salgo bruscamente de mi abstracción, enderezando la espalda al instante mientras tiro de mi camisa para acomodarla.

— ¿Eh?— parpadeo. Issel aprieta sus labios metalizados y me da una palmadita molesta en la rodilla.

— ¡De nuevo te perdiste!— dice ella, haciéndome notar que incluso la pantalla de mi tableta se había apagado sin que me diera cuenta; y frunce sus cejas de oro— ¿En qué piensas tanto? Siempre haces lo mismo. Es tedioso.

—Es la multitud, señorita— nos interrumpe el chofer, salvándome el pellejo, porque Issel de inmediato se gira hacia él, dejando de lado sus preguntas—. La gente empieza caminar hacia las plazas para asistir a la final de los Juegos.

— ¿Y entonces cuánto tiempo más tendremos que esperar?— se queja, sujetándose de mi brazo para tirar de mí, haciendo pucheros, igual que cuando era pequeña— ¡Helios!— refunfuña— ¡Quiero llegar a la fiesta! ¡Haz algo!

¡¿Y qué puedo hacer yo?!, se me ocurre decir, pero me quedo callado y suspiro. En el radio dicen que la demora del tránsito puede ser de dos horas, porque los Vigilantes ya tienen previsto que los Juegos terminen hoy, así que el Capitolio entero es un caos de coches, personas y ruido, y el trayecto desde el departamento de Issel hasta la casa de su amigo al otro lado de la ciudad se vuelve una pesadilla.

— ¿Quiere que demos la vuelta?— propone nuestro chofer, tan amable como siempre, pero eso no calma a mi amiga.

— ¡Claro que no!— chilla ella, y yo suspiro otra vez, llevándome la mano a la boca, gesto inconsciente que hago cada vez que quiero pensar.

— ¿Entonces espero?— vuelve a preguntar, y ésta vez me mira a mí directamente. Yo le regreso la mirada y frunzo el ceño un momento, observando a todas las personas con carteles y otros artículos extraños, como máscaras con los rostros de los finalistas, que pasan junto a mi ventana, caminando entre los demás vehículos, uno detrás de otro, en una fila interminable. Si lo piensas, podríamos estar aquí todo el día esperando.

— ¿A cuánto crees que estemos de la estación del metro a pie?— pregunto, e Issel me mira al instante, con el ceño todavía más fruncido.

— ¿Quieres caminar?— pregunta, escéptica— ¡Helios! ¡Mis zapatos son nuevos!

—Te compraré otros. Los más caros que encuentres— le digo, intentando sobornarla con lo que más le gusta—. Pero quiero caminar un poco. Estoy harto de estar sentado— admito, porque llevamos casi una hora sobre el auto, haciendo un trayecto que un día normal debía durar apenas unos quince o veinte minutos, así que de verdad empiezo a sentir que mis piernas se entumecen, y necesito estirarlas.

Issel, por su parte, parpadea, arrugando los tatuajes dorados con forma de algas (en honor al Distrito Cuatro, su segunda opción en sus favoritos, y cuyo tributo masculino está entre los finalistas) que brillan sobre su frente. Lo piensa por un minuto, pero la enorme fila de coches que tenemos delante parece hacerla cambiar de opinión.

—De acuerdo. Pero quiero dos pares de los zapatos más altos y caros que existan. Y quiero que sean exclusivos de Cressida Heist— exige, tozuda, pero yo sólo le sonrío mientras abro mi puerta, y el chofer se apresura a abrir la de Issel, sino ella podría pasarse todo el día dentro del coche antes de hacerlo por sí misma. La conozco demasiado bien como para saber que lo haría.

Le ofrezco mi brazo y nos metemos entre las demás personas, siguiendo la misma dirección. Es como estar en medio de un enorme éxodo de gente color bronce (que es el color de la temporada), con sus plumas, sus relucientes implantes y brillantes vestidos con adornos de metal. Las modas en el Capitolio siempre han sido estrafalarias, como el año pasado, cuando a alguien se le ocurrió que era tendencia colgar frutas en las pelucas, o poner peces vivos dentro de sombreros de cristal; a la gente le gusta resaltar a cualquier precio, pero creo que entre éstas personas sobresalgo mucho más yo con mi sencillo traje negro y mi corbata morada que ellos con todos sus accesorios.

Me quito las gafas e ignoro algunos murmullos mientras caminamos con la multitud un par de calles; sin embargo, tras unos minutos empiezo a sentirme un poco asfixiado entre tantas personas, así que le pido a Issel que nos metamos por un estrecho callejón, luego por otro, porque terminamos algo perdidos; recorremos un par de calles adyacentes y al fin salimos a una mucho menos transitada, porque está un poco alejada del bulliciosa Avenida Central. Es una calle que nos lleva a un vecindario que parece antiguo, quizá uno de los pocos que siguen en pie tras la guerra, pues gran parte del Capitolio fue destruido tras los bombardeos rebeldes. A primera vista parece un sitio agradable, con edificios mucho más bajos y ornamentados que los enormes y modernos rascacielos de la calle principal, y mucha más vegetación en las aceras. Hay un par de templos con distintos diseños arquitectónicos, lo que sólo hace que el vecindario luzca más antiguo y místico; mi familia nunca creyó en ninguna religión, pero siempre me ha llamado la atención las personas que se reúnen por una creencia en común, unidos por la espiritualidad, aunque yo, como la mayoría de las personas del Capitolio, no sería bienvenido entre ellos; sin embargo, no es algo que me inquiete. Ciertamente admiro su fe, pero carezco completamente de ella.

Issel y yo recorremos un par de calles más hasta que llegamos a un colorido jardín botánico que marca el final del vecindario. No le presto mucha atención al principio, porque la mayoría de los peatones lo evitan, pero cambio de idea cuando al levantar la vista una inexplicable sensación de familiaridad me ataca. Es extraño, como un violento déjà vu que por un segundo me deja sin aire; la fuerte e inusual sensación de que conozco éste lugar, de que ya he estado aquí, a pesar de que estoy seguro de que jamás lo he pisado antes. Es un sentimiento poderoso. Siento, y de verdad estoy convencido, de que he visto ése jardín. Pero, ¿dónde? ¿Cuándo?

— ¿Qué pasa?—escucho que pregunta Issel, y solo entonces me doy cuenta de que me quedé de pie en medio de la acera, con la mirada perdida, así que me espabilo tan rápidamente como puedo.

—Conozco éste lugar— aseguro, y puedo sentir la mirada curiosa de mi acompañante sobre mí.

—No lo creo. Éste es un vecindario corriente— dice, volviendo a apretar los labios— ¿De dónde podría conocerlo alguien como tú? No es para gente como nosotros.

La miro, porque, aunque no apruebo su lenguaje despectivo, hay algo de verdad en lo que dice; éste no es un lugar que yo o las personas de mi círculo frecuentarían, por sus edificios viejos e históricos, sobre todo por sus iglesias y casas de clase media, pero he estado aquí, estoy seguro. Y mientras pienso en eso Issel vuelve a quejarse de lo mucho que necesita refrescarse, recolocar su brillo corporal y peinar su peluca.

—Tal vez podamos cortar camino por el jardín botánico— propongo. Ella me mira y frunce sus cejas, también doradas. Le fascina ése color, y el amarillo, así que los usa en cada ocasión— Sería más fácil y rápido atravesarlo— añado, y para mis adentros, dejando de lado mi extraño déjà vu, pienso que así podré pasar unos minutos en la naturaleza antes de ir a meterme en una ruidosa fiesta con un montón de gente que no conozco. No me gustan mucho esa clase de eventos extravagantes donde abundan los alucinógenos siempre de moda entre los estudiantes, pero le prometí a Issel que iría con ella, y quiero animarla un poco, ya que ha estado muy deprimida por casi terminar su segundo año como acompañante sin tener ningún vencedor. Sé que podrá parecer algo superficial, al menos para mí, pero Issel, como todos los acompañantes, se toma muy en serio su trabajo. Y yo no puedo hacer menos que apoyarla, porque la conozco desde niños, y siempre le he guardado un cariño muy especial.

—Lo que sea para llegar más rápido— suspira al fin, con gesto dramático. Se sujeta mi brazo nuevamente y cruzamos la calle, entrando al jardín y colándonos entre sus enormes columnas de vegetación verde y silvestre. Y al instante decido que me gusta estar aquí, porque aunque estamos en medio de la ciudad sólo escucho pájaros cantando y el suave sonido del viento moviéndose entre las ramas más altas de los árboles, llevando consigo un agradable olor a tierra húmeda y madera que me remonta a mi infancia en la granja que mi familia tiene en Serenity Ville. Siempre he vivido en la ciudad, pero creo que me siento más a gusto en los espacios verdes, donde parecen no existir los conflictos ni las preocupaciones; me transmiten paz y una tranquilizadora sensación de seguridad desde pequeño. Es algo que ha estado arraigado en mí desde siempre.

—Detesto la naturaleza— suspira mi acompañante, estornudando y cruzándose de brazos mientras nos detenemos junto a un camino rodeado de amapolas; ni siquiera llevamos cinco minutos caminando entre los árboles y ya parece más molesta que antes de entrar aquí— Éste lugar está lleno de insectos. Que asco.

—No hay insectos— le sonrío, porque no quiero hacerla enojar más, aunque no sirve de mucho.

—Como sea. Es horrible. ¡Salgamos!

— ¿No dijiste que querías encontrar un lugar para refrescarte?— respondo de inmediato, en otro intento por calmar a la fiera.

Issel parpadea un par de veces y me mira, interrogante.

— ¿Crees que haya sanitarios en éste lugarejo?— pregunta, más interesada. El calor y la humedad se sienten mucho más con la cercanía del crepúsculo, y ella debe estar sintiéndolo también, porque no deja de abanicarse con sus manos.

—Podrías preguntar. Yo te esperaré por aquí— propongo, y ella, como siempre, aprieta los labios, sopesando la idea.

—Está bien, pero no vayas a dejarme sola— advierte antes de tomar el camino que lleva a las que parecen ser las oficinas del jardín, dando saltitos en sus tacones de quince centímetros. Yo la observo por un momento, pero después voy por el camino opuesto, y avanzo unos metros, pasando junto a una gran plantación de orquídeas y por un invernadero que no me detengo a mirar. Hay muchas flores de todo tipo y colores, todas perfectamente cuidadas; son un verdadero espectáculo para la vista, y su aroma es realmente embriagador. Así que meto las manos en los bolsillos de mis pantalones y sigo recorriendo el lugar, aunque sin perder de vista las oficinas, hasta que llego a una pequeña circunvalación llena de rosas blancas; busco con la mirada y tomo asiento en una banca de piedra, frente al enorme y perfumado rosal, y mis ojos se quedan allí por unos segundos.

Me gusta éste lugar; me recuerda a algo, algo que creo que desconozco. Siento casi como si estuviera hipnotizado por los pétalos blancos y brillantes; es una sensación tan extraña como la anterior, pero al mismo tiempo hay algo agradable en ella. Es un sentimiento de gozo y alegría, que siento sin razón alguna.

Sonrío sin darme cuenta, y me tomo un momento para otra vez contemplar las flores en silencio, sacando mi cuaderno de notas y mi pluma de platino (que siempre llevo conmigo) para garabatear algunas rosas, aunque soy pésimo en ello, pero me gusta hacerlo. Las flores siempre me recuerdan a mi madre, a ese jardín que ella cuidaba con tanto cariño y esmero, y que se marchitaron sin remedio tras su muerte. Recuerdo que sus favoritas eran, justamente, las rosas blancas, porque, como decía, ése era el color de la pureza y los buenos sentimientos. Quizá por eso de repente me parece algo inapropiado ver rosas blancas en medio de la ciudad, sobre todo en época de Juegos, pero al mismo tiempo me transmite una sensación de bienestar y seguridad que no recuerdo haber experimentado antes; o al menos no hace mucho tiempo. Una verdadera sensación de hogar.

—Estás loco, Helios— me regaño a mí mismo, y suspirando cierro los ojos un momento, pero vuelvo a abrirlos cuando de repente creo oír algo. Levanto la vista en ése instante, esperando ver a Issel de regreso, pero no hay nadie cerca. Sin embargo, casi de inmediato vuelvo a escuchar el mismo sonido; es una risa, la risa de una mujer. Estiro el cuello de inmediato, tanto que es doloroso, y veo que al otro lado de los rosales, sobre otra banca de piedra, hay una chica que hace trazos en una tableta, con la cabeza gacha, pero no está riendo, así que miro hacia mis costados, dándome cuenta de que estamos solos ella y yo.

Así que suspiro, pasándome una mano por el cabello mientras pienso que de verdad estoy empezando a volverme loco. Luego, por un momento, me incomoda no estar tan solo como había creído, pero al cabo de unos segundos deja de importarme, así que regreso la vista hacia las rosas, concentrándome en ellas. Y vuelvo a escuchar la risa de una mujer, sólo que ésta vez suena más como un eco en mi cabeza, como el sonido de un recuerdo lejano. Y cierro los ojos de nuevo, tratando de visualizar la imagen en mi mente, pero sólo consigo ver un jardín como éste, lleno de flores blancas; creo que son amapolas. Y de repente aparece una mujer, de pie en medio de todas las amapolas, riendo, pero sólo veo su largo cabello castaño suelto, meciéndose en la brisa. Ella ríe y acaricia los pétalos como si caminara entre nubes de algodón, y me molesta que no pueda ver su rostro. Quiero hacerlo, quiero verla, pero entonces, cuando logró ver parte de su perfil, su imagen desaparece, igual que todas las flores.

Abro los ojos, un poco confundido, y tras unos segundos de borrosos pensamientos me sorprende ver que la chica de los dibujos está observándome a través de los rosales. Y ella nota que yo la observo también, así que rápidamente vuelve a bajar la mirada, igual que yo. Pero la sensación regresa, y cuando otra vez levanto la cabeza la veo observándome nuevamente, pero ésta vez, más que incomodidad, la expresión de su rostro me da risa.

— ¿Estás espiándome?— le digo, lo suficientemente alto como para que escuche desde el otro lado, mirándola con mi mejor cara de adulto. Ella entonces se sobresalta y suelta un gemido de sorpresa. Intenta levantar sus cosas e irse pero su vestido se engancha en las rosas, y cuando intenta desprenderlo suelta una exclamación de dolor y quita su mano de inmediato, cayéndose al suelo y arrojando su tableta sobre el camino mientras suelta una pequeña exclamación de dolor.

Y sin dudarlo me levanto de inmediato, rodeando la perfumada circunvalación para asistirla.

— ¿Estás bien?— pregunto; después desprendo su vestido de las espinas y le tiendo una mano para ayudarla a levantarse. Y ella me mira, un poco cohibida al principio, pero termina por aceptar mi gesto mientras asiente como respuesta. La ayudo a ponerse de pie y levanto también su tableta, revisando que no esté rota, aunque no se la alcanzo, porque ella está demasiado ocupada arreglando su ropa y peluca, tan sonrojada que tengo que desviar la vista para no molestarla más.

— ¡Auch!— la escucho quejarse, y al girarme la veo observar su dedo índice derecho, de donde empiezan a salir varias gotas de sangre que parecen impresionarla.

—Permíteme— digo, colocando la tableta sobre la banca para tomar su mano y analizar la herida. Es un reflejo que conservo de mi estadía en el servicio militar, así que lo hago sin pensar. Y ella tiembla ligeramente, aunque no se aparta, y no sé porqué me hace temblar a mí también, pero intento sólo concentrarme en su herida, que aunque no deja de sangrar parece ser bastante superficial. Eso es bueno— Estarás bien— digo, y ella me mira con sus ojos grandes y soñadores.

Es curioso. Me recuerda a alguien, pero no sé a quién.

— ¿Y por qué no deja de sangrar?— pregunta, desconfiada, y hay algo en su voz que también me suena conocido, pero de nuevo no puedo recordar de dónde, así que suspiro, intentando sonar lo más calmado posible para intentar calmarla.

—Porque tu sangre todavía no ha coagulado— le digo; tomo el pañuelo violeta que decora mi traje (es bueno que al fin sirva para algo) y envuelvo con él su dedo. La niña me mira, sorprendida por mi gesto otra vez, pero de nuevo no se aparta.

—Se manchará, y parece costoso— dice, y no puedo evitar reírme de la seriedad con que lo dice.

¿Cuántos años tendrá? ¿Catorce? ¿Quince? A esa edad las chicas suelen ser mucho más dramáticas y despistadas, o al menos lo suficiente para preocuparse por no perder el dedo en lugar de manchar el pañuelo de un desconocido.

—No importa. Hay muchos más de donde salió ese— aseguro, moviendo la cabeza para restarle importancia—. Puedes conservarlo.

— ¿Estás seguro?

—Sí, no te preocupes.

Ella vuelve a mirarme fijamente; me incomoda un poco que lo haga, sobre todo porque lo hace por unos cuantos segundos que se me hacen eternos.

—Gracias— murmura al fin, y después frunce el ceño, pensativa— Disculpa, ¿pero nos conocemos?

—Acabo de tener la misma impresión— acepto, sin poder evita reír— Pero lo dudo, porque casi todos a quienes conozco son adultos.

—Yo sé que te he visto antes— afirma. A decir verdad no lo dudo. Ya perdí la cuenta de las veces que mi cara salió en las revistas, tarjetas coleccionables de los Vigilantes y otros tipos de publicidad, aunque desde que dejé el empleo como ingeniero ya casi no he aparecido en ninguna publicación. Quizá de ahí me conoce, sin embargo creo que en ese entonces era demasiado pequeña como para recordarme ahora.

—Es posible— contesto, encogiéndome de hombros. Y no necesito contestar con más evasivas, porque, como si entendiera que no quiero decir nada más, la niña deja el tema, y se dedica sólo a mirar su dedo envuelto en mi pañuelo.

—No estaba espiándote— dice después de unos segundos, sorprendiéndome con el tono tan bajo de su voz. Y al volver a mirarla noto que está haciendo un mohín, y no puedo evitar sonreír ante su ingenuidad.

—Ah, eso. Solo estaba...

—Es que... Ya había terminado mis tareas, y estaba esperando mi horario de salida, cuando te vi...— murmura, y al instante guardo silencio, porque habla tan bajito que me parece que si no lo hago no podré escucharla—, parecías tan concentrado... Fue curioso. Como si por un momento estuvieras...

— ¿En mi propio mundo?— le suelto, pensando en que Ellery me ha dicho lo mismo durante toda mi vida, así que otra vez no puedo evitar reírme mientras ella asiente firmemente con la cabeza, mirándome con curiosidad después— No me río de ti— aclaro, poniéndome un poco más serio, igual que ella— Es que lo he hecho toda mi vida— vuelvo a reír, pasándome una mano por el cabello— Sé que debe verse mal, pero...

—No es eso— dice, y por primera vez la veo esbozar una sonrisa tímida. Es muy bonita cuando sonríe, y pensar en eso se me hace terriblemente incorrecto si tengo en cuenta que es apenas una chiquilla, así que desvío la vista— A mí también me pasa— admite, y vuelvo a mirarla, maravillándome sin proponérmelo cuando ríe un poco más— Todos en casa creen que soy un caso perdido, porque cuando me concentro en algo siempre me desconecto del mundo.

—A veces es bueno desconectarse un poco de todo— afirmo, y ella asiente— Pero casi nadie entiende.

—Yo lo hago— asegura, mirándome fijamente otra vez— ¿Estás seguro de que no nos...? ¡Ay!

— ¿Te duele?— de nuevo, por reflejo, sujeto su mano herida con la mía, haciendo que ella abra mucho los ojos mientras me mira nuevamente.

Hay algo muy curioso en su rostro. Es pálida, de facciones delicadas y apariencia frágil, pero hay algo en su mirada que no es frágil en absoluto. Por momentos, cuando el sol de la tarde baña su cara, es casi como si se transformara en una ilusión, un personaje de ensueño, y cuando se sonroja hace que se vea todavía más irreal.

— ¿Qué pasa?— pregunta, entre avergonzada e incómoda, regresándome a la realidad de golpe, así que vuelvo a soltarla y me alejo un paso, enganchando mi chaqueta en los rosales, y aunque puedo liberarme fácilmente, creo que de repente mis acciones parecen demasiado torpes.

—Nada— digo, alisando mi ropa y recuperando su tableta de la banca, y por primera vez le presto atención al dibujo de la pantalla, donde líneas de diferentes colores forman lo que parece ser un enorme y antiguo castillo con una torre, reflejando una luz que, a pesar de la resolución un poco básica de la imagen, le da un aire completamente místico, casi mágico, y como éste día no podría ponerse más extraño, también me recuerda a algo. No obstante, lo que más me llama la atención es que la mitad de la pantalla está ocupada por un camino amarillo que desaparece por una de las esquinas. Curioso color para un camino.

— ¿Me la regresas?— pregunta la chica, sacándome de mi abstracción con su voz tan dulce y serena; y de nuevo esa sensación de familiaridad me invade.

—Lo siento. Quería ver que no estuviera rota— le digo, frunciendo el ceño, y ella también lo hace al ver mi expresión; después se forma un silencio un tanto extraño, así que tengo la urgente necesidad de decir algo— Es un dibujo curioso— comento, y su expresión se contrae un poco más— Me recuerda a algo... ¿De dónde lo sacaste?

—Yo lo inventé— dice, relajando un poco sus facciones, pero sonrojándose furiosamente.

—Pero tuviste que haberlo sacado de algún lado— insisto, no porque quiera avergonzarla, sino porque sé que ya he visto una imagen parecida en otro lugar.

Ella parpadea de una forma curiosamente adorable, y por un segundo se muestra un poco indecisa, aunque también hay determinación en su mirada.

—Son imágenes que me vienen a la mente— la escucho decir, y su respuesta me sorprende—, sueños de mundos que no existen. O tal vez sí, en otra realidad, o, tal vez, otras vidas...— termina de hablar en un murmullo, como si creyera que ya ha dicho suficiente, pero sus últimas palabras resuenan en mi cabeza, porque es lo más peculiar que quizá he escuchado en mi vida.

— ¿No eres muy joven para creer en esas cosas?— se me ocurre preguntar, y ella, como si no se esperara ésa pregunta, vuelve a parpadear varias veces, pero después se pone seria y pensativa de nuevo, dejando un poco de lado su actitud recelosa.

—No. ¿Tú no crees que debe existir algo más que sólo lo que vemos, acaso?— me cuestiona, con tal solemnidad que no me atrevo siquiera a levantar una ceja.

—No lo sé. Nunca se me había ocurrido pensar en otras vidas— admito, y ella levanta ambas cejas, aunque al mismo tiempo también parece relajarse un poco más con mi presencia.

—Ummm... Es un tema interesante— asegura, sacudiéndose la falda de su sencillo vestido color lila con estampados de corazones blancos—. Leí una vez que los expertos que creen en vidas pasadas sugieren que en cada uno de nosotros podría haber pistas sobre lo que fuimos, cosas que se ven a través de los muchos aspectos que conforman nuestra personalidad física, emocional, intelectual y psicológica actual. ¿No te ha pasado hacer algo y sentir que es un evento ya experimentado o vivido, tener un sentimiento provocado por una voz o música, o la sensación de haber estado un lugar?

Lo pienso un segundo. Es demasiado peculiar que diga eso, porque su voz, desde la primera vez que la oí, me provoca un extraño sentimiento de familiaridad, eso es cierto, igual que éste lugar, pero no digo nada, porque todo el asunto me hace sentir demasiado confundido aún, y ella, al notar mi introspección, y como si estuviera ansiosa por probar su punto, continúa:

—Pongámoslo de ésta forma: una persona que nunca ha escuchado música, que no conoce las notas y nunca en su vida ha tocado un instrumento, de repente sujeta un violín y lo toca tan majestuosamente como un experto. ¿Cómo explicas que tenía ése conocimiento si no llegó hasta él de otra vida?

—No lo sé. Tal vez es un prodigio. He escuchado de varias personas así.

La muchacha frunce los labios. Es gracioso, porque el tono oscuro que usa hace que de lejos se vea mayor, aunque sigue siendo una niña.

— ¿Y qué dices de los recuerdos?— contraataca, tozuda.

— ¿Recuerdos?— repito, de verdad sin entender, porque no estoy encontrándole mucho sentido a ésta conversación. Y ella asiente con mucha seguridad.

—Sí. Ya sabes, a veces podemos soñar con cosas que no tienen nada que ver con nosotros; residuos de otras vidas— contesta, haciéndome sacudir la cabeza.

—No estoy entendiendo qué tiene que ver con...

—Por ejemplo— me interrumpe, alzando un poco la voz—, una persona del Distrito Ocho que sueña con el mar, que puede sentir el viento salado como si ya lo hubiera hecho antes, escuchar las olas con tanta claridad que pareciera que está ahí, cuando en realidad nunca puso un pie en una playa. ¿Y nunca escuchaste hablar de las almas gemelas?— pregunta con vehemencia, y yo sólo puedo levantar una ceja, pidiéndole que continúe con ése gesto— Quienes creen en la reencarnación aseguran que, ni el tiempo ni la muerte pueden destruir los verdaderos lazos del amor. La separación física de dos personas que se amaron intensamente es temporal, la comunicación continúa en otros niveles. Algunas personas que se conocieron y amaron en el pasado pueden reencarnar en el futuro y, aunque no recuerden sucesos de sus vidas pasadas ni entiendan por qué, se sentirán fuertemente atraídos el uno al otro— dice, empezando a hablar con tanta rapidez que comienza a preocuparme que no esté respirando, así que la interrumpo:

—Entonces, según tu teoría, quienes se amaron una vez, volverán a amarse en otras vidas, ¿verdad?— ahora la cuestiono yo a ella, quizá más irónico de lo que hubiera querido sonar, pero, por su expresión, no le importa, ya que solo asiente enérgicamente.

—Así tiene que ser— contesta, poniéndose el cabello tras las orejas; creo que la pongo nerviosa, pero al mismo tiempo luce emocionada con el tema—. El sentido de todo este reencuentro de dos almas gemelas es que, en cada nueva reencarnación, el amor se profundizaría para ser cada vez menos egoísta, más desinteresado y después de muchas, muchas vidas, se volvería perfecto. Por eso cuando en esta vida uno está muy enamorado de alguien y el amor perdura y tiene características singulares lo más probable es que hayan estado juntos en el pasado, en otras vidas anteriores, y que su amor fue tan fuerte que los siguió hasta esta— dice, y de pronto toda la vehemencia de su voz parece abandonarla, y la niña baja la vista, sonrojada, como si hubiera llegado a la determinación de que ya ha dicho mucho, o de que ha dicho algo que no debía decir.

Por mi parte, me quedo callado, no porque no pueda refutar, sino porque parece tan convencida de lo que dice que no puedo llevarle la contraria. Y pienso por un momento en todas las ideas que tengo sobre el amor y, como dice ella, las 'almas gemelas'; pienso también en mí mismo, en mi propia experiencia de casi tres décadas de vida, y no puedo imaginarme lo que se sentiría amar tan intensamente a otra persona, a una desconocida, mucho menos hacerlo vida tras vida, durante, quizá, siglos. Esa idea suena ridícula, tan ridícula que quiero reír, pero no lo hago, porque, por algún motivo, no me atrevo.

En lugar de eso solo suspiro, y me llevo una mano a la sien.

No entiendo porqué de pronto siento como si éste tema me afectara, pero no le permito hacerlo porque, ante todo, no puedo ni quiero ignorar mi lado racional.

—Es un lindo pensamiento— acepto, esbozando una pequeña y amable sonrisa nerviosa—. Pero existen miles de explicaciones científicas y muchos menos esotéricas para todo lo que dijiste.

— ¿No me crees?— pregunta, como si estuviera decepcionada, mirándome fijo, y hay algo en sus ojos que hace que me sienta extrañamente expuesto, como si con ellos pudiera ver incluso a través de mi alma, lo que de inmediato se me antoja como otra locura.

—Yo creo que esta es la conversación más extraña que he tenido, y que ya ha terminado— intento sonreír otra vez para deshacerme de un poco de incomodidad, alcanzándole su tableta. Ella parpadea y la acepta. Después pongo las manos tras mi espalda y me inclino un poco hacia adelante para saludarla con educación— Deberías lavar esa herida— le sugiero, sonriéndole a modo de despedida— Ha sido un placer, señorita— tratando de mantener mi postura de adulto me doy la vuelta, y doy un par de pasos de regreso a mi propia banca; recupero mi pluma de platino y sigo garabateando despreocupadamente mientras espero que Issel regrese, o que se me ocurra alguna buena idea para una historia. Pero nada de eso pasa, así que vuelvo a encontrarme a mí mismo dibujando más flores horrendas.

— ¿Te gustan las rosas?

Me sobresalto al verme sorprendido con esa voz; giro la cabeza y de inmediato me siento turbado cuando miro sobre mi hombro y la chica está ahí, detrás mío, observando mi cuaderno.

— ¿Disculpa?— frunzo el ceño, primero algo contrariado, pero casi al instante me doy cuenta de que no son mis notas las que mira, sino las burdas y desabridas rosas que dibujé en el margen superior. Entonces, sin darme cuenta, cierro mi libreta

— Ah, eso...— murmuro, restándole importancia con un gesto— Sólo ignóralo. Soy pésimo dibujando, así que...

— ¿Te gustan las rosas?— insiste la niña, mirándome otra vez de esa forma extraña, y yo me encojo de hombros, porque ahora es ella, una vez más, quien está poniéndome nervioso.

—No especialmente, pero me recuerdan un poco a mi niñez— admito, aunque no le doy mucha importancia. Quizá por eso me sorprendo nuevamente cuando ella se para muy recta por un segundo, llevándose un dedo a los labios, mirando mi pañuelo envolviéndolo.

—Yo, amm...Quisiera devolverte el gesto de alguna manera, y...— dice, y parpadeo sin entender mientras, algo insegura, se sienta a mi lado— ¿Me...permites?— pregunta, pidiéndome mi pluma; yo decido que no me importa prestársela. Se acomoda el pañuelo alrededor de su dedo herido y tomando mi mano derecha, sin que me lo espere (pero aun así no me opongo), empieza a dibujar en ella, primero unas cuantas líneas curvas a las que no les veo mucho sentido, pero después de unos segundos los trazos toman la forma de una bella rosa que cubre casi todo el dorso de mi mano, cuyas espinas bajan enredadas por el dedo índice, y de donde caen pequeños pétalos hacia el resto de mis dedos. Y yo sólo me dejo hacer. Nunca me ha gustado dibujar sobre mi piel, y ni siquiera le he dado permiso a Issel para hacerlo, pero su dibujo me gusta, tanto que no me molesta decirlo.

—Vaya, eres una artista— acepto, y no puedo evitar sonreírle, y ella, un poco más confiada, me sonríe también. Después libera mi mano y admira su trabajo, igual que yo.

—No sé si lo soy, pero te queda bien, lo que es extraño porque no dibujo con tinta desde que era pequeña.

—A mí me gusta.

—Y a mí me gusta lo que estabas escribiendo— comenta con más soltura, estirando el cuello con curiosidad. Y su mirada intrigada me inhibe un poco, porque a nadie más le he mostrado mis escritos.

— ¿Lo leíste?

— ¿No debía?

—No, es que...— resoplo y paso las hojas rápidamente, algo nervioso— No me gusta mucho que lean mis historias.

— ¿Pero no eres escritor?— pregunta ésta vez, todavía más curiosa, entornando la mirada.

Respiro profundamente, reteniendo el aire por unos segundos, sin saber muy bien qué decir.

—Lo intento. Supongo.

— ¿Cómo se intenta serlo?

—No lo sé. Sólo...escribes cosas que te vienen a la mente, y luego añades más palabras para intentar darles sentido. Es como cuando dibujas siguiendo una línea, por ejemplo.

Ella mueve la cabeza con comprensión.

—Sólo dejas la imaginación fluir, pero respetando la línea.

—Exacto— le sonrío, volviendo a pasar las hojas, distraído.

— ¿Y por qué usas papel? Ya nadie usa libretas.

—Sí... Las uso para escribir ideas, y a mí me gustan.

— ¿Por qué?

—No lo sé. Me hace sentir algo de nostalgia pensar que hace miles de años los escritores tenían que crear obras enteras con tinta y papel. Es...un clásico.

— ¿Te gusta lo clásico?

No puedo evitar soltar una risita irónica. Vaya preguntas extrañas.

—Eso creo.

—Entonces también eres un artista— razona, divertida, y yo también empiezo a divertirme con sus reacciones.

—No... Pero quizá fui un escritor en mi otra vida, y todavía conservo esa obstinación de escribir algo aunque no tenga idea de qué, ni el talento para hacerlo.

— ¿Ahora sí crees que existen otras vidas?— pregunta, con un ligero matiz de burla, como si de pronto hubiera mucha más afinidad entre nosotros. Aunque, extrañamente, eso no me molesta.

—Bueno, tal vez tus argumentos me convencieron— le digo; mientras tanto, ella empieza a dibujar en su propia mano, distraída.

— ¿Sabes? Yo creo que fui arquitecta, o diseñadora. En otra vida— comenta. Al principio, igual que hace unos minutos, pareciera que le cuesta un poco hablar, pero con cada palabra, también, parece ir adquiriendo más confianza— Aunque a veces también siento que fui un ama de casa, y que tuve muchos niños.

—Tal vez fueron más de una vida— digo en broma, pero ella frunce los labios, como si estuviera tomándolo en serio.

—Es posible. Tienes razón— acepta, recargando ambas manos a los lados de sus muslos sobre la banca, mirándome con un bonito gesto de simpatía que no tenía hace unos minutos.

Yo parpadeo y le regreso el gesto, dándome cuenta de que es una chica en verdad hermosa, pero no con ése tipo de belleza seductora y pasional que la mayoría espera ver en una joven, así como Axelia Hansel, la modelo más famosa y cotizada del momento; la de esta chica es una belleza distinta a la convencional, que nada tiene que ver con el atractivo físico, aunque es una muchacha que un día, estoy seguro, se convertirá en una mujer muy atractiva, pero su atractivo, ahora, va mucho más allá de eso. Me hace sentir confundido, incómodo y fuera de lugar, pero no puedo dejar de notarlo, porque cuando sonríe es como si iluminara el mundo. Al menos en el que yo estoy viviendo. Y su mirada, tan profunda y soñadora, se llena de curiosos matices que te hacen creer que estás viendo miles de universos convergiendo en sus ojos.

Entonces siento ésta conexión, éste extraño y onírico sentimiento de que no es la primera vez que quedo prendado de esa mirada, de que ya lo he hecho antes, miles de veces. Y es una situación tan inusual, pero al mismo atrayente, que ni siquiera puedo volver a sentirme incómodo.

Hay un largo silencio, pero que no es en absoluto incómodo; la niña no deja de mirarme ni yo a ella, y no como un duelo de miradas. También ella parece imposibilitada de desviar la vista, como si algo nos obligara a mantenernos de ésta forma, y, de repente siento que es casi una vieja rutina.

—Sí nos conocemos...— la escucho susurrar, ¿o acaso lo imagino? No lo sé, porque ahora yo mismo tengo la certeza de que la conozco también, aunque ni siquiera puedo imaginar de dónde.

Y separo los labios para responder, sin saber qué decir en realidad, porque no tengo palabras.

— ¡Helios!— de repente un grito, tan inesperado como molesto, nos sobresalta, y entonces el contacto visual se rompe, liberándome de su hechizo cuando, por reflejo otra vez, levanto la mirada, viendo a Issel dando saltitos hacia nosotros. Y me sorprende verla, pero me sorprende mucho más el hecho de que me había olvidado por completo de ella— ¡Al fin te encuentro, querido!— grita, y me levanto de inmediato para recibirla, dándole la espalda a la niña— ¡Éste lugar es como una jungla! ¡Lo detesto! ¿Ya podemos irnos?

No sé porqué me cuesta centrar mis pensamientos durante unos segundos, pero mientras balbuceo cosas sin sentido recuerdo a mi joven acompañante.

—Sí, sólo...— le pido a Issel unos segundos con una seña y me doy la vuelta para despedirme, pero, para mi desconcierto, ella ya no está, y en su lugar sólo hay una banca vacía sobre la que reposan mi anotador y mi brillante pluma de platino. Entonces abro los ojos con auténtica sorpresa, y de inmediato recorro todos los alrededores del rosal con la mirada, pero en ningún lado hay señales de ella.

¿Lo habré imaginado todo?, me empiezo a preguntar, pero es Issel quien responde por mí:

— ¿Quién era esa niña con la que hablabas?— pregunta, cruzándose de brazos y mirándome de forma curiosa.

— ¿La viste?— respondo con otra pregunta, pero no tengo tiempo para pensar en la redundancia de mis acciones, porque Issel rueda los ojos y asiente con gesto perezoso.

— ¡Duh! Claro que la vi. Tenía un vestido muy pasado de moda, y se fue por allá— señala hacia un lado de la bifurcación, aburrida— ¿Nos vamos de una vez?

—Sólo un segundo— digo, siguiendo el camino que indicó a pesar de sus protestas.

Busco a la chica con la mirada por el sendero, pero sólo veo a un hombre escarbando la tierra cerca de unos setos; sin embargo, cuando me acerco a él me doy cuenta de que en realidad no es un hombre, sino un chico, un muchacho alto y fuerte.

— ¡Oye!— lo llamo mientras me acerco. El chico deja su trabajo un momento, se seca el sudor de la frente y se quita los guantes de jardinería para mirarme. Esboza una sonrisa educada para mí, pero mira los tatuajes y la peluca dorada de Issel con una incómoda curiosidad, abriendo muy grandes los ojos y desviándolos hacia el suelo de inmediato.

— ¿En qué puedo ayudarle, señor?— pregunta con amabilidad y timidez.

—Hola, lo siento...

—Taurus.

—Taurus— repito, y él vuelve a sonreír. Por su apariencia fornida podría pasar por un adulto, pero cuando sonríe parece más un niño pequeño; entonces vacilo un poco, pero decido hacer mi pregunta de todos modos— Lamento molestarte, pero, por casualidad, ¿hay alguien más trabajando en éste jardín?

—Hay una chica nueva— contesta, secándose el sudor del rostro una vez más; noto que intenta esconder una sonrisa y un leve sonrojo, aunque no le presto más atención de la debida— No sé cómo se llama, porque sólo la vi una vez. Mi madre la contrató porque trabajaría sin cobrar nada. Sólo sé que le gustan mucho las plantas, y dibujar— responde, y yo sonrío, seguro de que se trata de la misma persona; entonces él me mira, y de pronto ya no parece tan amable. Junta las cejas sobre el puente de su nariz y levanta el mentón, viéndose mucho más severo e intimidante— ¿Por qué?— inquiere. Hay algo de brutalidad en él, tal vez por su apariencia tan fuerte y ruda, pero también la inocencia de un niño en sus ojos pequeños y brillantes. Es una curiosa combinación.

— ¡Helios! ¡Ya vámonos que es tarde!— la voz un poco más chillona de lo usual de Issel me hace sentir un poco irritado, pero viendo la hora en mi reloj decido darle la razón.

El tiempo se me pasó volando.

—Por nada. Sólo... Olvídalo— respondo al chico, que casi de inmediato relaja sus facciones, volviendo a parecer un chiquillo amable—. Tienen un bonito jardín aquí.

—Gracias, señor— responde, recogiendo sus elementos de jardinería para marcharse dentro del invernadero.

Lo sigo con la mirada durante unos segundos, pero entonces siento que tiran de mi brazo hacia el camino, y, resignado, me dejo guiar por Issel, que vuelve a hablar sin parar acerca de cómo cree que hay un complot para evitar que sus tributos ganen, y no le presto atención hasta que pide mi opinión como ex vigilante, aunque le respondo, con toda honestidad, que nada de lo que dice tiene sentido, ya que solamente lleva dos ediciones en los Juegos. Entonces me suelta y empuja, ofendida. Hace un pequeño berrinche, pero casi de inmediato vuelve a sonreírme y a colgarse de mi brazo, como si nada hubiera pasado. Siempre hace ese tipo de cosas raras desde que salió de la universidad.

Cuanto más nos alejamos del jardín botánico empiezo a sentirme más como yo mismo, sobre todo porque las risas y festejos en las calles vuelven a captar toda mi atención. El número de transeúntes aumenta conforme nos acercamos a la estación; sin embargo, como la mayoría de las personas está yendo hacia Capitol Square a esperar los festejos centrales, nuestro tren va casi vacío.

— ¿Te pasa algo?— Issel, que siempre parece despistada, me sorprende con su pregunta tan directa, pero, siendo casi un experto en esconder mis pensamientos, le muestro una sonrisa despreocupada mientras muevo la cabeza para negar.

—No— digo sin que me tiemble la voz mientras tomamos asiento casi en medio del vagón al tiempo que las ventanas se transforman en pantallas para mostrar los últimos acontecimientos de los Juegos. En ése momento me distraigo con un niño que juega con un mazo de juguete en los asientos de enfrente, amenazando a algunas personas, incluida su madre, al grito de que es un profesional que nos matará a todos. Me resulta un poco chocante, pero me sorprende descubrir que no me molesta del todo.

Es curiosa la manera en que uno puede terminar acostumbrándose a ciertas cosas. Quizá antes de la guerra, incluso mucho más atrás, algo como un niño jugando a ser un asesino de otros niños hubiera sido algo incorrecto, pero hoy es una escena tan cotidiana y normal que pensar en eso, en lo incorrecto que hubiera sido hace décadas, tal vez siglos, es lo que se siente incorrecto en sí. Entonces me descubro a mí mismo pensando en el pasado, en otras generaciones, y mi conversación con esa niña regresa a mi mente.

Quizá sí existen otras vidas; quizá yo mismo he vivido en otro lugar, en otro tiempo. Tal vez he sido alguien más; tal vez por eso a veces me siento tan fuera de lugar en el Capitolio, como si no perteneciera aquí, pero otras veces siento que éste ha sido siempre mi lugar. Y eso suena tan ridículo que quiero reír, y lo hago, e Issel me mira, azorada.

— ¿Qué es tan gracioso?— pregunta, sobresaltándome.

La miro y me siento como si la viera por primera vez, con sus tatuajes tan llamativos y sus ropas tan brillantes, tan capitolina que a pesar de haber crecido con ella la veo como si fuera una completa desconocida.

Y río otra vez.

Tal vez no sea yo, si no un vestigio de otra vida.

—Issel... ¿Tú crees que existen otras vidas?— pregunto, porque de verdad me interesa su opinión.

Issel parpadea y me mira, haciendo una extraña mueca.

— ¿Otras vidas? ¿Así como cuando mi tía descubrió la segunda familia de su esposo?

—No, eso no. ¿Crees en la reencarnación? ¿Que venimos de otras vidas, que hemos sido alguien más antes de ser quienes somos?

— ¿Qué?

—Ya sabes... Cuando mueres pero regresas a la vida siendo otra persona...— empiezo a decir, sintiéndome muy tonto a mitad de la frase— Como cuando sientes una extraña conexión con otra persona, con un desconocido, porque aunque no lo sepas lo conociste cuando eras alguien más...

Issel parpadea, y su ceño se frunce, como si estuviera pensando muy intensamente. O eso es lo que creo, porque el gesto que hace después demuestra todo lo contrario.

—Vaya, eso es...lo más estúpido que oí en mi vida— dice, cruzándose de brazos y levantando el mentón, inquisidora—. ¿De dónde lo sacaste?

La miro, e intento sonreír de nuevo, pero me siento demasiado estúpido como para hacerlo.

—Nada. Olvídalo. Es una tontería.

—Ya lo creo que sí— la escucho decir, así como escucho que vuelve a hablar de la enorme fe que tiene en el tributo masculino del Distrito 4 éste año, pero aunque su voz aguda retumba en mis oídos, realmente está muy lejos de entrar en mi mente, porque todo en lo que puedo pensar es en que ya tengo una historia, un tema sobre el que escribir.

Un amor tan fuerte que resiste el paso del tiempo; dos personas que, a pesar de los siglos y la distancia, vuelven a encontrarse una y otra vez, por designio del destino, y una y otra vez vuelven a amarse... Sonrío. Podría ser una gran historia.

Saco mi libreta para escribir, pero antes de anotar la primer palabra miro el dibujo de mi mano, alzándola para ver mejor la rosa que esa chica dibujó para mí.

Y sin darme cuenta, sin importame los gritos de las pantallas ni trompetas anunciando al nuevo vencedor, sonrío.

oOO


oOo

N del A:

Hola de nuevo!

Hika, ya te había dicho lo mucho que ando flipando con esta pareja, así que no me culpes a mí xD
Espero que te haya gustado el capítulo, también a Cora y a todos quienes han leído, porque me gustó escribirlo, aunque sigo algo indeciso... pero en fin. Si quieren leer más, sólo háganmelo saber :D

Siempre es un placer escribir para ustedes!

Saludos!

H.S.