PPG no me pertenece.
*yaranaika face* Aquí se viene a pecar, gente.
Advertencia: Contenido sexual ligeramente gráfico.
Todos te tienen en un pedestal, lo sabes, ¿verdad? Todos te miran con admiración y desean ser como tú. Desean que te fijes en ellos al menos para darles los buenos días. Eres una figura importante, una de las más importantes. Eres intocable, en sentido figurado, claro estaba. Eres una de las tres heroínas de Saltadilla. Eres la aguerrida Bellota. Eres la guerrea que los villanos, de segunda y tercera, temen encontrarse. Eres la protectora de miles de personas que darían lo que fuera, incluso lo que no tenían, sólo para poder estar contigo unos segundos.
Ante los ojos de todos aquellos que has salvado, ayudado, defendido, eres una Diosa; elegante, inalcanzable, pura, carente de imperfecciones. Eres perfecta. Eres su todo y más. Eres su mundo. Y lo sabes, lo sabes bien, no por nada sonríes a toda persona que se para enfrente, no por nada has controlado tu temperamento, no por nada siempre haces todo con dedicación para evitar el fallo. No por nada entierras tus más oscuros secretos en el fondo de tu mente; aquellas cosas que nadie, ni tu creador, debe saber.
Para todos los habitantes de esa pequeña ciudad, que parece ser el epicentro de las desgracias, tú no eres humana. Tú no cometes errores, tú siempre tienes la razón, tú eres inmaculada, en toda la extensión de la palabra. Tú eres un ser etéreo, imponente, misericordioso, tú eres su salvadora. Tú y tus hermanas son la representación de todo lo bueno, lo sano, lo moral, lo aceptable, lo debido. Tú, Bellota, eres una hipócrita y lo sabes, lo sabes muy bien.
Eres más humana de lo que dejas ver, eres más humana de lo que ellos quieren aceptar. Te alegras, te molestas, temes, te deprimes, odias y, como no, deseas. Para alguien con poderes, los poderes que tantos matarían por tener, deseas demasiado, ¿sabes? Ropa, objetos, comidas, viajes, dinero has incluso pensado. Eso no esta bien, alguien que lucha por el bien y la justicia no puede pensar en preferir un pago monetario en lugar de un generoso "gracias". No esta bien pensar en largarte de ahí, olvidarte de todo y todos, sólo para obtener unos momentos de paz. La ciudad, la gente, te necesita, ¿sabes? Lo sabes bien, claro que sí.
Te conoces, te conoces lo suficientemente bien como para detener tus propios pensamientos egoístas, te conoces lo suficiente para saber que estas siendo idiota y que no puedes, no debes, dejar lo que tanto amas; la cuidad de Saltadilla y sus habitantes. Te conoces lo suficiente para ocultar la mueca de asco que quieres hacer cuando alguien te llama una representante de los buenos morales, sabes que para ellos lo eres, así que sonríes alegremente. Te conoces lo suficiente para saber callar tus propios secretos sucios.
Tu sangre hierbe, hierbe cada vez que lo ves. Tu estomago se arremolina, sientes un nudo en la garganta, tus manos sudan, tus pupilas se dilatan, tu corazón late a ritmo alarmante, tu respiración se desestabiliza. Tu mente queda sumida en una bruma, una bruma a la cual amas, pero temes por igual. Te conoces y sabes que esos signos no se deben a que anticipas la pelea. Sabes que tu cuerpo no se tensa porque recibirás golpes y propinaras unos tantos. Te conoces a ti, y a tu cuerpo, lo suficiente para saber que esos signos significan otra cosa.
De tus tantos deseos, él es uno de ellos. Culpas al demonio rojo, ese afeminado tiene la culpa y lo sabes. Ese ser sobrenatural le otorgó una apariencia atrayente; con esos ojos verdes profundos, los cabellos rebeldes negros, labios carnosos, esos brazos definidos, piernas largas, muslos gruesos, voz profunda. El demonio sabía que hizo cuando lo trajo de nuevo a la vida y le permitió crecer de esa manera. Ese maldito diablo supo donde golpearte, un golpe bajo y rastrero. Lo detestabas, lo odiabas tanto como le agradecías.
Butch era el único que equiparaba tu fuerza. Con tu homologo no te contenías. Tu fuerza no la medias, lo único que deseabas hacer cuando lo veías era una cosa; derribarlo. Deseabas hacerlo caer, bajo, tan bajo, bajarlo de ese pedestal de ser inalcanzable donde Él lo colocó; tan lejos de ti. Quitarle ese título de "demonio", que ganó años atrás y que portaba con bastante indiferencia. Querías tocarlo, tenerlo en tus manos, lo querías.
Eras más humana de lo que todos creían, más de lo que tú misma querías admitir a veces. Sentías, sentías alegría, melancolía, tristeza, miedo, amor, deseo. Sentías deseo sexual. Tantas noches con gemidos escondidos en tu almohada, tantas noches con dedos húmedos, tantas noches con ropa interior hasta los muslos. Ya no eras una niña, habías explorado tu cuerpo, sabías donde tocarte y donde no. Sabías que debías morderte el labio o hundir tu cara en la almohada cuando cierto nombre quería salir de tu seca boca.
¿Qué dirían los ciudadanos si se enteran que tienes sueños húmedos con uno de los peores criminales de la ciudad? ¿Qué pensarían si se enteran que tienes orgasmos susurrando su nombre? Oh, ¿qué pensaría el profesor? Utonio era como tu padre, ¿qué no? ¿Qué pensaría si se entera que sueñas tocar al hombre que ha atacado a miles de personas? Se desilusionaría bastante, lo sabes, vaya que lo sabes.
Pero no lo puedes evitar, no puedes ayudarte, no puedes dejar de pensar en él. No puedes dejar de desearlo. No puedes dejar de imaginarlo en tu cama, no puedes evitar imaginarlo en tus manos, no puedes evitar imaginar mezclar tu esencia con la de él. Eres una hipócrita, Bellota. Dejas que te pongan en un altar, dejas que digan que eres una Diosa, que te traten como una; cuando no eres más que una asquerosa mentirosa, y lo peor del asunto, es que no planeas corregirlos.
Escuchas tu propia sangre golpear con fuerza, no escuchas las explosiones, mucho menos el fuego crepitar a unos cuantos metros de ti. Respiras agitadamente, tu pecho duele, vaya que sí. Tus músculos están tensos, te duele el cuerpo, sangras de la cabeza y sientes la cálida sustancia recorrer tu frente. Avanzas, cojeas y sientes un dolor punzante en las costillas. Quieres toser pero no lo haces, ya que sólo empeorará tu situación. Ves el cuerpo en el concreto, esta tendido, boca arriba. Tu estomago se retuerce de anticipación y tus manos sudan, las haces puños para liberar la tensión.
Te sientas sobre él, tus piernas al rededor de la cadera ajena. Dejas caer tu peso y lo observas. Es la primera vez, la primera vez que logras tumbarlo; los has derrumbado de su pilar, felicidades. Sonríes, tus labios se curvan en una sonrisa perezosa pero ansiosa y lo admiras. Sus ojos cerrados, negras pestañas contra los pómulos, el derecho se ve morado debido al puñetazo que le diste minutos antes. Su cabello se pega a su frente debido al sudor y sangre. Una prolongada línea roja corre de su sien, pasa por el tabique de la nariz y se desvía por la mejilla. Su cabello alborotado contrasta contra el gris sin vida del pavimento. Su piel morena se veía ligeramente opaca por la carencia de luz.
Sientes el calor que irradia de él y un suspiró tembloroso sale de tus labios. Te estiras y lo tomas de los hombros, levantándolo del suelo. Su cabeza cae hacia atrás. Aprietas los dientes, te gustaría morder su cuello, saborear, besar y succionar su piel; y dejar un moretón, una enorme marca roja que oscurecería. Te preguntaste si esa marca desaparecería como la hacían las de los golpes, en un sólo día. Decidiste probar. Pegaste los labios a la salada piel, depositaste un suave beso antes de succionar y morder la suave piel.
Escuchaste un gemido, un suave y profundo gemido. Te gustó, te encantó. Te separaste, mirando la piel enrojecida, una enorme marca en el cuello y sentiste como tu pecho se inflaba de orgullo; hacía tiempo que no te sentías tan bien. Pasaste tu mano derecha por el cabello negro, distaba de ser suave, como lo imaginaste, pero de igual manera te deleitaste acariciando las hebras. Tomaste el cabello con fuerza y obligaste a la cabeza a estabilizarse, dejándola frente tuyo. Era una lástima, querías ver sus ojos, ver el brillo retador que tanto te gustaba.
Lamiste tus resecos labios y los pegaste a los de él, ¿no estabas siendo demasiado descarada? La ciudad estaba destruida, había fuego y muerte por todos lados, no debías estar besando a tu enemigo. No debías estar besando al inconsciente villano como si tu vida dependiera de ello, no debiste ni siquiera intentarlo. El sabor metálico de la sangre estaba mezclado con un sabor agrio, que no sabías que era, pero te encantó.
¡Quien te viera, Bellota! Ensangrentada y herida, la heroína más fuerte de Saltadilla, besando a un inconsciente oponente. El profesor estaría decepcionado, Bombón te reñiría, Burbuja te evitaría. Exploraste sin decoró la boca de tu enemigo, aquel que te causó esas heridas, aquel que había atacado la ciudad. Te alejaste, atrapando el labio inferior de Butch, ambos soltaron un suspiro y sentiste un escalofrío recorrer tu espalda. Observaste los resecos labios, los lamiste, humedeciéndolos primero antes de volver a meter tu lengua.
Debías sentir asco, ¿meter tu lengua de esa manera? Simplemente repugnante. La pasaste por el paladar, los dientes, acariciaste la lengua ajena. Pasaste las manos por el cabello negro, sintiendo los escombros de concreto, jalando las hebras, saboreando. Mordiste los labios y volviste a alejarte, soltaste y el cuerpo cayó al suelo de nuevo, haciendo un sonido seco, su cabeza rebotó un poco y permaneciste ahí, inmóvil, observando y sintiendo. El calor habría crecido dentro de ti, en tu vientre. Mordiste tu labio.
Estaba inconsciente, le habías propinado dos golpes continuos en la cabeza, haciéndolo caer. Sabías que no despertaría en un rato, un buen rato. Tragaste el nudo que se formaba en tu garganta y llevaste tus manos temblorosas a la camisa ligeramente rota, tus manos reptaron bajo la tela y contuviste la respiración al tocar la cálida piel, paseaste los dedos sobre los definidos músculos, tu respiración comenzaba a acelerarse así como tus dedos bajaba. Alejaste las manos de golpe, como si la piel ajena quemara y miraste a los lados, en búsqueda de alguien que no estaba ahí.
¿Tienes miedo? ¿Temes que alguien te encuentre en esa situación? Es mejor huir, si te quedas Bombón podría llegar, o peor, algún oficial de policía. Te levantaste y te alejaste de mala gana, sabes que no esta bien. Hay tantas razones por las cuales no debiste hacer eso, muy mal de tu parte. No evitas sentir frío ante la falta del calor ajeno. Deberías irte de ahí antes de que alguien te vea... antes de que Butch despierte y sepa que le hiciste. ¿Te imaginas su reacción? Obviamente no, le das una última mirada, intentando atrapar esa imagen en tu mente. Te alejas sin buscar a tus hermanas.
Oh, que sucio de tu parte, Bellota. Es tan repulsivo lo que haces aquella noche. Si cierras los ojos, si te concentras lo suficiente, aún puedes sentir el calor de Butch. Puedes sentir sus labios, el sabor de su boca, los gruesos cabellos, la piel tan caliente que te quemaba los dedos, la línea de los definidos músculos. Podías escuchar su profunda voz, su suave gemido. Gruñiste en tu almohada, tus piernas temblaban y tratabas de recuperar el aliento. Bellota, debías ser más cuidadosa, ¿sabes? Alguien podría escuchar el nombre de Butch que gemiste de manera nada sutil, intenta ser más discreta.
Sexy times xD