Disclaimer: Los personajes de Saint Seiya The Lost Canvas no me pertenecen, más bien a sus respectivos dueños: Masami Kurumada y Shiori Teshirogi. Fic sin fines de lucro.
NdA: Siempre me ha gustado mucho la fantasía. Desde que era niña, mi padre y mi abuelo me contaban muchos cuentos donde la fantasía abundaba. Incluso la fantasía de terror, porque a veces mi padre decía que mis muñecas se movían en la noche, o que mientras dormía los duendes bajaban del cerro donde vivíamos xD El caso, es que me gusta mucho, así que no se sorprendan si este fic tiene alguna temática fantástica. No es un AU, por lo que he intentado apegarme a la historia como la pinta Teshirogi. Espero les guste. Sólo serán dos capítulos (originalmente era uno, pero me estaba quedando muy largo, así que lo dividí) ya estoy por terminar el otro. Lo actualizaré la próxima semana, si todo sale bien.
Bueno, además prometí que traería algo de Albafica, especialmente acompañado de la pequeña florista. Aunque en este prefacio no van a ver nada de ellos todavía, pues necesitaba explicar esta historia previa a ellos. Igual y espero la disfruten. En esta ocasión me vi en la necesidad de usar OC (Cosa que no acostumbro a hacer ya que no me gusta) sin embargo era necesario.
No actualizo mis demás fics ya que no estoy en mi casa desde hace más de dos semanas. No tengo mi lap a la mano por lo cuál no tengo ninguno de mis archivos donde ya llevaba mis adelantos. Esta lap que me prestaron al menos me ha servido para desaburrirme un rato (llevo enferma todo el día xd) Y como le hace falta el driver de la tarjeta de vídeo, pues no quedo otra cosa más que escribir.
Honestamente, estoy algo triste. Nada del otro mundo, pero quería que mi padre me diera el visto bueno de la historia. Sin embargo se fue sin previo aviso y no se cuando vuelva a verlo. Al menos, espero que ustedes la disfruten. xD
Sin más palabrerío, les dejo con el prefacio.
¡Feliz 2017!
Flores de Sangre.
Prefacio.
Se dice que es de temple traicionero y vergonzoso aquel que se atreva a servir a un dios y amar en su corazón a otro. ¿Qué valor podrían tener las palabras de aquel que no sabe cómo servir a otros y servirse así mismo? Aquel que no conoce la sabiduría de su propio corazón no tienen derecho a decir las palabras ni a acudir a las acciones. Ningún hombre debe hacer caso de todo aquello que pueda provenir del que es desleal desde el alma.
Zander se enamoró de Afrodita. Ni él mismo comprendió como fue que sucedió, no sabía si la vio en un sueño y fue cautivo de su belleza, no sabía si es que la historia de esta diosa escondía unos secretos que tanto le encantaban y le enajenaban el alma. Sólo sabía que la amaba de una manera desesperada. Y ese amor que crecía dentro de su pecho le obligaba a actuar, a inmortalizarlo de alguna forma. Construirle un altar, entregarle algo más allá que sentimientos.
Fue como entonces, en la Doceava Casa, en el jardín del Templo de Piscis, él construyó un altar a la diosa del Amor. Zander de Piscis era un guerrero consagrado a Athena y sin embargo, silenciosamente amaba desmesuradamente a Afrodita. Y entonces, todos los días llevaba flores a aquella figura inmortalizada en piedra que él mismo había moldeado con sus manos, dándole las figuras exóticas con todo su amor, acariciando la piedra como si se tratase de la piel.
Rosas rojas adornaban aquella figura inmóvil. Y como el Caballero de Piscis, Zander amaba las cosas hermosas y se entregaba de buena manera a las artes. Era habilidoso con el martillo y el cincel y sabía descubrir la inteligencia de una rosa en su belleza. Sus finos y pálidos dedos también sabían viajar a través de las cuerdas del arpa que gemía deliciosamente al sentir las caricias del músico experto. Y todas esas canciones se elevaban en el nombre de la diosa amante de Ares. Eso Zander lo sabía pero tampoco le importaba. Él la amaba y cantaba su amor en la noche silenciosa y taciturna. Y una noche… la diosa Afrodita inclinó su oído desde el cielo y entonces lo escuchó. Y lo que oyó le pareció bello, y bañándose en jactancia su corazón palpitó soberbio al saberse motivo de deslealtad de uno de aquellos tan fieles guerreros de esa diosa Athena a quien nada tenía que envidiarle y sin embargo, saberse poderosa por encima de algo suyo la excitaba.
Se disfrazó del hermoso ruiseñor que canta junto al enamorado solitario. Bajó a las Doce Casas. Nadie advirtió su presencia en la noche callada que teje horas de ilusiones en los sueños de las personas. Y una vez en el templo de Zander, sus pies descalzos recorrieron el camino de baldosas hasta llegar a la habitación del Caballero. Dulce y diáfana la luz de plata se derramó desde la ventana y la hizo brillar en la oscuridad de la noche. Piscis despertó al sentir la presencia de la mujer, y entonces la miró, ya no había más piedra ni una figura inmóvil a quien entregarle un amor prohibido. Ahí estaba ella envuelta en ese cuerpo precioso digno de una diosa.
Ella se acercó, él iba a decir palabra pero ella le silenció los labios con los suyos. Y probó el sendero de esa piel mortal, así como él degustó cada paisaje que ofrecía aquella piel inmaculada e inmortal. Bajo la noche y las estrellas se entregaron sellando el más hermoso arte en silencio; el pecado.
Los días pasaron, y la diosa continuó visitando a aquel Santo al que había tomado como suyo. Y entonces él le cantaba hermosas canciones y el arpa jamás había sonado tan celestial desde que Zander había encontrado su razón de ser, realizada. Y también se dieron tiempo a las palabras y a los pensamientos. Y sin darse cuenta… Afrodita comprendió que el amor que aquel mortal le ofrecía, comenzaba a ser recíproco.
Pero lo nacido de lo indebido tarde o temprano encuentra la luz frente al deber. Zander fue descubierto en sus deslices con la diosa y de inmediato fue llevado al Salón del Trono, donde el todavía joven Sage, Patriarca del Santuario, lo juzgaría. Y en el Olimpo, los dioses miraron curiosos sobre el escándalo que se estaba desarrollando en el Santuario de Athena, quien siempre había presumido de permanecer casta, y así, como ella era leal a sus votos, sus Santos le eran leales sólo a ella.
Entre todo el murmuro de los dioses, Athena quien se encontraba descansando tranquila en su estancia, les ignoró pues conocía los intereses de sus iguales y no le parecían relevantes. Pero la situación cambió cuando fue informada del embarazoso asunto. Preocupada y al mismo tiempo, furiosa con Afrodita, bajó al Santuario que siempre la recibía con alegría cada doscientos años. Pero no utilizó aquel cuerpo mortal al que tanto cariño le había acogido. No, esta vez su cuerpo de diosa fue el medio que utilizó para llegar a sus antiguos aposentos.
Y se encontraron entonces tres dioses y dos mortales en la Sala del Patriarca: Athena, Afrodita, Zander, Sage y Ares quien estaba furioso con su amante y deseaba por todos los medios, matar a aquel mortal que le parecía tan nefasto y se sentía tan indignado que la diosa le hubiese engañado con tan insignificante basura.
Zander sintió que de pronto el corazón le pesaba porque al contemplar el dolor en los ojos de la diosa a quien servía, sintió como si le estuviera rompiendo el corazón a ella tan pura, amable, bondadosa y bella. Porque ella había cumplido siempre sus votos y amaba tanto a los humanos que daba su sangre, su tiempo y sus bendiciones a ellos y eso él jamás lo notó y se sintió egoísta.
Ares maldijo las rosas que Zander tanto había cultivado en su amor hacía Afrodita para ofrecérselas como un obsequio. Y en ellas el veneno nació. Haciendo que nadie jamás pudiera tocar esas rosas malditas sin morir en el intento. Pero Zander aceptó el castigo y juró ante Athena y ante el Patriarca que de ahora en adelante llevaría esas rosas consigo mismo, y si no era capaz de superar su veneno entonces él moriría bajo el peso de sus propias debilidades. Pero si lograba sobrevivir, juró pasar el resto de su vida en completa soledad. Juró que así sería con sus sucesores quienes llevarían esta, la maldición de Piscis latente en sus venas. Pero le prometió a Athena que él mismo se encargaría de que los que le siguieran serían fuertes y le servirían lealmente hasta hallar la muerte.
Fue como así, Zander se condenó a una triste soledad. Y cada vez que Afrodita intentaba verlo, Ares frustraba sus planes, por lo que el tiempo pasó rápido. No fue fácil para el Caballero adaptarse al veneno de Piscis, pero lo logró, y una vez realizado esto, tomó un discípulo, el nombre de aquel pequeño huérfano era Lugonis. Zander le enseñó todas sus artes; le enseñó como escuchar a las flores y le hizo entrenar en el arte de la guerra y le ayudó a profundizar en los secretos de la sangre; donde se hallaba la lealtad y la integridad. Y Lugonis creció bajo el calor de un maestro al que los años habían vuelto de temple tranquilo y sosegado. Y el alumno aprendió mucho de ese silencio. Y se enorgulleció de compartir la sangre, a pesar de que no era conocedor de la triste historia que se desarrollaba detrás de los Lazos Carmesí.
El tiempo transcurrió y prontamente la sangre de Zander sucumbió ante la fuerza de su discípulo. Una noche luego de haber concluido el ritual de Piscis, Zander ordenó a su discípulo ir a dormir. Pero antes de que Lugonis se retirara, su maestro hizo algo que nunca había hecho y por primera vez en su vida, Lugonis fue abrazado.
Luego Zander se retiró silencioso a la parte más solitaria de su jardín, levantó la mirada a las estrellas y entonces sonrió, cerrando los ojos para dejar que el par de lágrimas fluyera. Afrodita apareció en espíritu ante él y miró entristecida la escena. Pero cuando Zander la miró sintió tanta tranquilidad en esa mirada, casi haciéndola olvidar que el hombre que estaba frente a ella estaba a punto de morir.
—Afrodita, ¿puedes concederme un deseo antes de mi partida? — Pidió Zander, con una sonrisa tranquila. La diosa asintió en silencio. — He condenado a mis sucesores a una soledad carente de amor. Cuando me enamoré de ti era joven e ingenuo. Pero incluso así, siempre he pensado que la cosa más sabia que he hecho en mi vida, a parte de haber dado todo de mí a mi alumno, fue amarte.
—Incluso antes de morir continuas siendo tan ingenuo, Zander. — Habló Afrodita, acercándose a su Caballero para acariciarle la mejilla pálida y delinear aquellos pómulos ya tan marcados por la enfermedad. Como respuesta, él le sonrió, mirándola con aquel amor tanto pueril como sapiente a través de esos ojos cansados sostenidos sólo por el peso de las sombras bajo ellos.
—Lugonis es joven y por tanto la voluntad que posee está en la cúspide de su fuerza. Pero cuando crezca la soledad le abrirá los ojos y le amargará el corazón. — Zander cerró los ojos con frustración ante eso. Afrodita lo miró compasiva. — Lo mismo sucederá con sus sucesores. Así que, para poder partir en paz, te pido como un favor que, en medio de sus vidas, cuando sus corazones vibren con un deseo y aquel deseo sea la verdad de sus almas, por favor, concédeselos. Sólo un deseo, así como concediste el mío.
Afrodita asintió, con la mirada triste, pero a pesar del dolor de lo que todo alrededor representaba, Zander le sonrió. Lo miró caer al suelo, siendo recibido por las rosas quienes construyeron un lecho donde morir. La sangre emanó de aquellos labios que ella había besado en los días mozos de él. Y entonces sintió deseos de llorar cuando le vio cerrar los ojos. Se inclinó para besar la piel carente de vida. No lloró porque no sabía como. Pero le acarició el rostro con amor. Y vio aquel hermoso cadáver desaparecer entre las rosas.
La mañana siguiente acogió a Lugonis con la noticia de que se había quedado solo por siempre. No supo que fue de su maestro, no encontró su cuerpo y el Patriarca le informó que no sabía nada al respecto. Entonces lo que prosiguió fueron días de determinación, al joven se le hizo la prueba para convertirse en Caballero y con el orgullo de Piscis enfrentó audaz el reto y venció.
En los años venideros muchas cosas se hablaron sobre el Santo de Piscis, Lugonis; y el Patriarca Sage vio que este era de corazón noble y leal, por lo que sirvió al Santuario ejemplarmente durante sus años de vida.
A pesar de que jamás pudo ver a la diosa Athena, un amor sincero por ella creció dentro de él, expresado a través de sus ideales. Y es que Lugonis estaba solo, así que, aunque fuerte, tenaz e inteligente, el amor que podía prodigar a las cosas no podía ser otro más que uno inocente, ya que la soledad no le había permitido conocer a plenitud muchas cosas de los procederes humanos.
Pero con el tiempo creció. Se volvió ágil en la estrategia. Adoptó las Rosas Demoníacas Reales, pero también logró crear y dominar las Rosas Piraña y las Rosas Sangrientas. Y su poder fue todavía mayor al de su maestro. Pero entre más fuerte se hacía más peligrosa su existencia se volvía y lo obligaba a recluirse todavía más del mundo exterior. La tristeza se extendía a través de sus venas.
Asustado, su hermano Luco, quien fue separado de él cuando los deberes del entrenamiento se interpusieron, le prometió hallar una cura para su sangre y trabajó con empeño. Pero a la distancia, Lugonis le sonreía, y hablándole mediante las flores le hacía sentir tranquilo ante la frustración que él, como su hermano menor, sentía por no poder ayudarle y no poder abrazarle al menos una vez.
El Santo de Piscis siempre creyó que podría vivir su vida en completa soledad. Pero un día una tragedia le arrugó el corazón, ya que vio morir a su compañero de armas: Zaphiri de Escorpio. Y las palabras que le dirigieron en aquel momento lo hicieron caer en cuenta de una cruda realidad; era hora de abrazar ese cadáver, porque Lugonis sólo podía compartir su existencia con los muertos. Sólo un cuerpo sin vida le otorgaría un tacto semejante al de los vivos. ¿Sería la muerte lo suficientemente prudente para hacer de la existencia de Lugonis algo más llevadera?
Incluso si así lo era, la muerte no podía ofrecerle el cariño que el Santo de Piscis tanto se negaba en recibir y sin embargo sabía que necesitaba.
Y entonces, comenzó. Cimbraba, dentro de su pecho.
El deseo de no estar sólo.
Quizá… si tuviera un discípulo. Alguien a quien enseñarle todo lo que sabía. Alguien a través del cual sobrevivir. Alguien a quien abrazar durante la inocencia de la infancia. Alguien para aprender cosas nuevas mediante ese alguien.
Y entonces, Afrodita escuchó ese deseo.
Bajó, silenciosa, al templo de Piscis donde guardaba tantos recuerdos. Y le vio. Escondida entre las sombras, disfrazada de un bello ruiseñor; le vio llorando un poco, entregado a esa soledad sin oponer resistencia, como el niño que se entrega al abrazo de su madre. Afrodita cantó como el ruiseñor canta en la noche y entonces las rosas se enamoraron de su crinar y se negaron a hacerle daño. Por tal ella pudo leer en el corazón de aquel hombre que conoció cuando niño aunque él no la recordara. Entendió que ese deseo era la verdad de Lugonis. Y dispuesta a cumplirlo, se marchó.
Consultó al oráculo, para saber quien sería el sucesor de Piscis. Y se encontró con que sería un pequeño niño todavía resguardado bajo el vientre materno. Sólo faltaba un par de meses para que aquel pequeño niño naciera. Sin embargo también se predijo que su madre moriría en el parto y el niño, que nacería en una vieja cabaña ya siendo carcomida por la polilla, se quedaría sin familia que le cuidase.
En la noche helada de Febrero, sucedió. Y Afrodita, ya sabiendo lo que sucedería, acudió a la cabaña que se encontraba a las afueras de Atenas. Estaba solitaria, como olvidada. Y la madre, dando a luz sola en la oscuridad, sin una mano para apretar, sin un esposo en quien apoyarse, lloraba mientras gritaba su dolor a la nada. Cuando Albafica nació, la fuerza que le quedaba a aquella cansada mujer le alcanzó para tomar al bebé entre sus manos, entonces lo abrazó y le besó la frente, siendo conocedora de la felicidad que sólo un hijo puede ofrecer. Y el llanto del recién nacido la arrulló. Y ella, sin darse cuenta, cerró los ojos, para no volver a abrirlos nunca más.
Afrodita sintió pena por aquella mujer. Pero no era asunto suyo intervenir en su destino. Tomó al pequeño entre brazos y lo cobijó con las más finas sedas. Entonces, miró por última vez a la mujer que había fallecido y condoliéndose por saber que en ella el amor no triunfó al ser abandonada por el padre del niño, la diosa le ofreció un bello sepulcro, donde colocó una rosa sobre el pecho de la dama la cuál al recibir la rosa se desvaneció en el alba del amanecer, con el rocío de las flores.
Las primeras semanas, la diosa cuidó a Albafica, y cuando el tiempo fue favorable, una vez más bajó al Templo de Piscis. Para ella, todavía era claro el deseo de Lugonis que seguía palpitando en su corazón. Entonces, la diosa cantó una canción imperceptible al oído humano. Las rosas fueron las oyentes, y como si les estuvieran arrullando, abrieron los pétalos pacíficamente y entonces recibieron al pequeño bebé que sería su nuevo compañero. Afrodita le ordenó a las rosas no hacer daño al bebé, pero no hizo falta más, pues ellas lo amaron desde el inicio.
Cantó la última estrofa y entonces todo quedó en silencio. El bebé, que todavía se aferraba con aquellas pequeñas manitas al dedo índice de Afrodita, lloró cuando esta le soltó. Y abrió los ojos, ella le miró y le sonrió. Entonces se desvaneció. Pasaron algunos segundos y el bebé entendió que estaba solo. Fue como comenzó a llorar. Las rosas, entristecidas, le ofrecieron su calor. Pero no podían abrazarlo todavía, y no podían susurrarle palabras de alivio.
Pero no hizo falta más. Su dueño llegó. Y Lugonis vio el escenario sorprendido. Y tomó a aquel bebé, no sabiendo todavía, que jamás lo soltaría.
—Tú nombre será Albafica, pequeño. — Y sonrió, mientras lo arrullaba entre sus brazos. El bebé dejo de llorar y cuando logró abrir sus enormes ojos azules, Lugonis vio en ellos un destino extraordinario. — ¿En ti guardaré mi confianza? — Preguntó sonriente. El bebé sonrió y rió al escucharlo, como haciéndole saber a Lugonis que oír su voz le tranquilizaba. — Vaya, veo que te agrado.
El tacto de esa piel tan suave hizo que Lugonis sintiera deseos de llorar. Pero no lo hizo. No todavía.
Sólo pensaba que no entendía qué hacía ese bebé ahí y cómo había podido haber sobrevivido al veneno de las rosas. Quizás un regalo de los dioses… pensó. Y entonces besó la frente del niño. Luego volvió a mirarlo.
— Albafica es el nombre con el que te he llamado. Pero primero necesito ser tu padre para poder darte un nombre. —El Caballero de Piscis había olvidado cuando fue la última vez que había sonreído de la manera en como lo hacía cuando miraba a ese pequeño e inocente bebé entre sus brazos. — ¿Me darás permiso de ser tu padre, pequeña flor?
Ante eso el bebé sonrió y se sacudió, emocionado entre los brazos del hombre. Luego silenció, pero le miró y elevó la pequeña manita hasta posarla en la mejilla de Lugonis.
Aquel era el "sí" más sincero que Lugonis había visto en su vida.