Disclaimer: Bleach pertenece a Tite Kubo
Shuuhei Hisagi caminaba por los pasillos del segundo edificio de bachillerato de la Academia Seireitei, con unas cuantas hojas en la mano. A las cuatro de la tarde la escuela ya estaba casi desierta, con la excepción de que algunos clubes se quedaron para planear las actividades del semestre, entre ellos el periódico escolar, el cual se localizaba en la planta baja del inmueble.
Atrás de Shuuhei venía Izuru Kira, con una evidente cara de preocupación. Su amigo había escrito una corta historia acerca de Rukia Kuchiki y los bebés de probeta, enfatizando en la parte emocional de esas personas, si pueden ser normales o tener personalidades distintas, siendo esto último producto de la opinión personal del pelinegro.
— Este año si entro, Izuru. Ya verás que este pequeño es mi boleto —comentó Shuuhei, y le dio dos palmadas a las hojas.
— Pero, ¿no te parece que estás haciendo mal las cosas? —cuestionó el rubio.
— ¿A qué te refieres? —inquirió el pelinegro.
Kira detuvo sus pasos: — Sabes que los del periódico escolar son unos chismosos y metiches de primera —respondió—. Sé que tú tienes la lengua un poco floja, amigo, pero esos sujetos te pueden hacer peor. Y con lo que escribiste parece que te estás haciendo uno de ellos.
— Pero Izuru, ¿qué no ves que esta es mi oportunidad de entrar en el mejor club de la escuela? —preguntó Hisagi con esperanza—. Al fin voy a poder expresar mi opinión e informar a los demás acerca de historias interesantes que pasan aquí en la escuela.
— ¿A cambio de qué? ¿De arruinarle su estancia en la Academia a una niña sólo porque no fue hecha por el método usual? —inquirió el rubio—. No seas así. Ellos le han hecho pesada la estancia aquí a varios, como a nosotros.
— ¿De qué rayos hablas? —preguntó Shuuhei, alzando la ceja derecha—. Yo no la he pasado tan mal aquí.
— ¿Qué acaso no te has dado cuenta por qué los más grandes siempre nos señalan? ¿Por qué se ríen de nosotros cada vez que nos ven juntos? —cuestionó Izuru—. Hace dos años sacaron una nota que decía que nosotros éramos pareja, unos homosexuales. Somos una burla, acuérdate que ningún club nos aceptó porque pensaron que íbamos a desprestigiarlos, y sólo el capitán Shiba nos admitió en el club de esgrima porque a él no le importa lo que digan los del periódico.
Shuuhei se quedó un poco atónito. Al parecer, el club al cual siempre había querido entrar le hacía burla desde hace poco más de dos años, además de que le pusieron un pequeño estigma que provocó que casi todos los clubes, a excepción del de esgrima, los trataran como parias.
— Está bien —dijo el pelinegro y suspiró—. Pero tengo un deseo enorme de entrar a ese club, Izuru. Tengo que escribir de algo antes del viernes, o si no pierdo otra oportunidad.
— Yo diría que mejor escribas acerca de la familia de faisanes verdes que viven alrededor del campo de fútbol —sugirió Kira—. A la hora del almuerzo vi que tenían varios pollitos, tengo varias fotos de ellos. O de las grullas que viven en el centro del lago.
— Un giro a la naturaleza estaría muy bien —dijo Hisagi—. Además, los pollitos me ayudarán a ablandar a la directora. A las mujeres les gustan los animales chiquitos y tiernos.
— Pero antes deshazte de ese artículo —recomendó Kira, algo serio y cruzado de brazos.
Shuuhei se dirigió a un bote de basura y, con una mirada algo triste, arrojó las hojas a la basura.
— ¿Pero qué haces? —cuestionó su amigo, algo alarmado.
— Pues tirándolo, que más —respondió Hisagi, alzándose de hombros.
— Raya el nombre de la niña y rómpelo, así no se darán cuenta de nada —sugirió su rubio amigo. El pelinegro alzó una ceja—. He visto varias veces a los del periódico husmear como ratas la basura en busca de quien sabe qué.
Shuuhei sacó una pluma de su mochila y rayó el nombre de Rukia, todas las veces que fue necesario. Después, con algo de dolor, rompió en varios pedazos las hojas y las arrojó al bote de basura.
— Bien, vámonos —dijo el pelinegro—. Quiero ver a los faisanes para poder inspirarme.
— Bueno, pero deja tomo las fotos —sugirió Kira—. Eres muy bueno escribiendo amigo, pero las fotos te salen del asco.
— Muy gracioso —comentó Hisagi bastante serio.
— Pero no te preocupes —agregó el rubio—, yo puedo enseñarte a fotografiar si tú me enseñas a escribir. Esos cuentos del año pasado te quedaron increíbles.
Y ambos volvieron por el pasillo, rumbo al patio donde se encontraban las aves. Unos segundos después de que los dos jóvenes partieron, una chica menuda y esmirriada de unos quince años apareció en el lugar. De pelo verde y muy ralo, ojos amarillos de aire analítico y una sonrisa que parecía reflejar que tramaba algo. Estaba comiendo una manzana y traía grueso fajos de papeles entre sus brazos
Se acercó al bote de basura para tirar el corazón de la fruta y le dio un vistazo. Y algo captó inmediatamente su atención.
— ¿Pero qué es esto? —preguntó a la nada y, sin pensarlo, metió sus manos al bote, hurgando entre los desperdicios.
La muchacha vio atentamente lo que había recogido. Eran varios trozos de papel, algunos con grandes manchas de tinta. Al verlos detenidamente, pudo notar que algunas palabras hilaban. Entonces unió dos pedazos y vio que los enunciados embonaban perfectamente, así que rápidamente sacó todos los papeles del bote y, ahí mismo comenzó a unirlos y pegarlos con una cinta adhesiva que sacó de su mochila. Observando el resultado, sonrío muy complacida.
No tardaría mucho en pasar a limpio lo que acababa de armar.
Y no dudaba que sería una jugosa historia, la primera del periódico, para inicio del semestre.
Después de una media hora caminado, Kaien se detuvo en una casa mediana, amarilla y de tejado azul parte aguas, la cual tenía un amplio jardín bien cuidado. Abrió la reja de la calle, caminó por la vereda que atravesaba el jardín y entró a la casa.
— ¡Ya llegué! —exclamó el pelinegro, mientras se quitaba los zapatos.
Nadie le respondió, por lo que se dirigió a la cocina para prepararse algo especial. Pero lo que no contaba es que, al llegar, alguien lo veía con ojos de pocos amigos desde la mesa.
— Hola Kuukaku —saludó Kaien—. Creí que estabas en el negocio, ¿qué haces aquí? —cuestionó.
Kuukaku Shiba, una mujer mayor que Kaien por algunos años, de pronunciado escote y marcadas curvas, lo miraba muy seria y tamborileaba los dedos de su única mano, la izquierda. En esos momentos la indumentaria que traía, una playera roja, un pantalón blanco y una pañoleta blanca atada a su negra cabellera, le daban un aire de ligera severidad.
— Hola Kaien —respondió la mujer, algo ceñuda—, ¿qué tal te fue en la escuela hoy?
— A mí muy bien —contestó el joven—. Debes saber que el enano de Ichigo ya entró a la secundaria, ha hecho algunos amigos y parece que se va a enfrentar a un obstáculo muy grande.
Hubo un momento de silencio, en el cual, gracias a la inquisidora mirada de Kuukaku, la sonrisa de Kaien se fue borrando poco a poco.
— Sabes —habló la mujer—, hoy, antes de irme al negocio vi que la comida en el refrigerador estaba intacta. Además, pasé a ver al tío Isshin para preguntarle acerca de esto que me encontré en la repisa hoy en la mañana.
Se agachó y puso sobre la mesa un pequeño frasco blanco de plástico y de etiqueta azul. Kaien se asombró al verlo.
— Eso es mío —dijo el joven y, de un manotazo, tomó el frasco para guardárselo en un bolsillo.
— ¡Y sabes para que rayos es eso! —gritó Kuukaku, algo fuera de sí—. El tío Isshin me comentó que eso sirve para mantener bajo el nivel de grasa corporal, ¡pero esa cosa puede matarte, hermano!
— ¡Esto me ayuda a estar en forma, hermana! —exclamó Kaien, en una expresión más seria.
— ¡Tus malditos delirios del cuerpo perfecto! —alzó la voz la mujer, tapándose el rostro con ambas manos— ¡Te lo he dicho miles de veces! ¡Comer no es malo! —vio que Kaien abrió la boca— ¡Ya sé, ya sé lo que me vas a decir! Pero te lo digo de nuevo: ¡Ganju no está gordo, él sólo es robusto! ¡Esas pastillas pueden darte un infarto! ¡Y no sabemos si heredaste la enfermedad de papá!
— ¡Sabes que desde chico no quería verme como Ganju! —vociferó el hombre— ¡Sabes que no me agrada su forma de comer! ¡Sabes que yo sí quiero verme sano, no como él! ¡No me pasará lo mismo que a nuestro padre!
Hubo una pausa, con ambos jóvenes respirando. El tema de la complexión de Ganju siempre era un motivo de discusión en la casa. Kaien siempre lo criticó desde chico pero Kuukaku lo defendía de los argumentos del menor, con lo cual en las comidas siempre estaban discutiendo. Por eso, el mayor decidió dejarlos e irse a vivir al campo, en donde criaba cerdos.
— ¿Desde cuándo has estado tomando esa cosa? —cuestionó Kuukaku, una vez que ambos se tranquilizaron.
— Desde hace unos dos años —respondió Kaien—. Cuando me hice capitán del club de esgrima.
— Deshazte de esa mierda ahora mismo —ordenó Kuukaku, golpeando su dedo índice contra la superficie de la mesa.
— Pero hermana… —protestó el joven.
— ¡Ahora mismo! —exigió la mujer, alzando la voz—. Quiero ver que se vayan con el agua.
A Kaien no le quedó más remedio que dirigirse al fregadero, llenarlo de agua, vaciar el contenido del frasco y esperar a que las cápsulas se diluyeran para dejar correr el agua.
— Ahora come algo antes de irnos —habló la fémina—. Tenemos muchas cosas que hacer en el negocio.
Kuukaku salió de la cocina, con un gesto más tranquilo. Kaien vio como el agua se iba por el caño, y se sintió un poco frustrado y bufó. Ahora tendría que buscar esa vieja receta que un amigo le dio para conseguir más de esa sustancia que, junto con bastante ejercicio y una dieta restringida, le ayudaban a mantenerse en buena forma.
A la mañana siguiente, cerca de las siete, Ichigo iba de camino a la escuela. Tenía el rostro ligeramente fruncido, ya que estaba pensando en la niña que ayer le hizo enojar durante el receso, y en la salida lo dejó de manera tajante junto a su primo.
— ¡Enano, espérame! —gritó una voz masculina a sus espaldas.
El jovencito de pelo naranja se dio la media vuelta y se encontró con su primo, quien venía muy sonriente.
— ¡Buenos días Ichigo! —saludó Kaien, una vez le dio alcance.
— Buenos días —respondió muy seco el niño.
— ¿Qué tienes enano? —cuestionó el mayor—. Hoy estás algo serio, ¿no crees?
— No me pasa nada —contestó Ichigo.
Kaien sonrió: — Debe ser por esa niña que te hizo enojar —dedujo—. Mira, por el momento intenta no molestarle ni tú hacerle caso. La secundaria es una etapa algo difícil ya que en ésta…
El mayor siguió con la plática acerca de la escuela, a lo que el menor respondía con escuetas palabras. Unos metros más adelante encontraron a Rukia y a Uryu, acompañados del padre de la niña.
— Buenos días—saludó Kaien, una vez que los alcanzaron—, Uryu, Rukia y…
— Kuchiki, Byakuya Kuchiki —completó el adulto.
— Mucho gusto señor Kuchiki. Soy Kaien Shiba —dijo el joven, y vio a su primo muy serio, por lo que le dio un golpe en la cabeza —. Saluda, enano —masculló.
— Soy Ichigo Kurosaki, mucho gusto —saludó el niño.
Rukia estaba algo absorta por la educación de Kaien y por cómo había tratado a Ichigo. No había duda que la niña estaba maravillada con el joven de alborotado cabello negro.
— Eh, papá, ya puedes dejarnos por aquí —habló la niña, un poco sonrojada.
— ¿Estás segura? —inquirió Byakuya.
— Sí, Kaien nos acompañará a la escuela —respondió Rukia.
— Descuide señor Kuchiki, están conmigo —comentó Kaien, señalándose a sí mismo.
— Shiba te encargo a mi hija y a su amigo —dijo Byakuya—. Con su permiso me retiro —dio la media vuelta y volvió por donde vino.
Al alejarse el señor Kuchiki, los cuatro partieron a la escuela, con Kaien contándoles cosas acerca de la escuela y picando un poco a Ichigo y a Rukia. Se divertía al ver cómo el primero se enojaba y la segunda se sonrojaba a más no poder.
Cuando llegaron a la puerta de la Academia vieron, además de los múltiples alumnos que iban a sus clases, dos mujeres. Una de unos quince años, menuda y de cabello verde; y otra de unos diecisiete años, más alta, delgada, de pelo castaño hasta los hombros y grandes y redondas gafas.
Las dos jóvenes tenían en sus brazos muchas hojas de papel, arregladas en lo que parecía ser pequeños catálogos. Al parecer esos papeles estaban a la venta, pues los demás alumnos les pagaban tres yenes para tener uno de ellos en su poder.
— Esos son del periódico escolar —le susurró Kaien a los niños—. Son una bola de chismosos e inventan cada cosa. Recuerdo que me metieron en un buen lío el año pasado cuando…
— Capitán Shiba, buenos días —saludó la mayor de las dos y se acercó al grupo de estudiantes.
Kaien forzó una sonrisa: — Hola Naoko, buenos días —saludó lo más educado que pudo.
— ¿Y ellos quiénes son? —preguntó Naoko.
— Son alumnos de primero —respondió el mayor con simpleza.
Naoko miró a los tres jovencitos. A ellos no les gustó para nada la analítica y divertida mirada que les dedicó la joven de anteojos.
— Vaya entonces vamos a tener unos años muy interesantes con ustedes —comentó Naoko con cierta malicia.
— ¿A qué te refieres Tantobi? —inquirió el capitán del club de esgrima.
— A esto —dijo la chica, y agitó uno de los periódicos enfrente de Kaien—. Hay una pequeña nota de los alumnos de primero bastante interesante —el pelinegro iba a tomarlo, pero Naoko lo escondió rápidamente—. No, no, no, sabes que no son gratis. Tres yenes, Shiba.
Kaien, gruñendo un poco, pagó los tres yenes por el periódico. La muchacha se lo entregó y fue al lado de su compañera para seguir vendiendo.
Los cuatro miraron lo que tenían en las manos. Entonces buscaron la página que les indicó Naoko para encontrar la dichosa nota.
Notas del autor:
*Hola aquí reportándome con otro capítulo de esta historia. La tardanza se debió a otra de mis historias que concluí este año.
*Como siempre, su opinión es bienvenida.
Gracias por leer