Primero que nada —porque si no luego me olvido— les dejaré mis más sinceros deseos para el año que está por empezar. Cojan mucho, beban mucho, coman mucho… ¡Celebren! Que la vida es una y el tiempo no vuelve.
.
.
.
Ahora si;
AGARRENSE A SUS ASIENTOS/CELULARES/FALO/LO QUE TENGAN A MANO… PORQUE LO QUE ESTAN A PUNTO DE PRESENCIAR ES UNA MEZCLA DE MI FALTA DE SUEÑO, LA RESACA, EL ESTRÉS INHUMANO Y MI EXCESO DE AUTODESPRECIO…
Y SI, MAS DE UNO ME ODIARÁ…
Y SI, ME REIRÉ EN SUS COMENTARIOS…
Y SI, LOS AMARÉ DE IGUAL FORMA…
Ahrre… Llevo cuarenta y otro horas (no miento) sin dormir, estudiando para el puto examen de ingles. Una recomendación, mis amigos: cuando les propongan tomar un "pequeño" curso de verano, no lo hagan… ¡alejense de él! ¡Es una trampa!
En fin…
Hace unas cuantas noches estaba demasiado desvelada y ebria como para seguir estudiando lo mismo que venía estudiando hacia casi una semana, por lo que me dije "Oh, Rose, Rose… Querida Rose, me extraña que estés tan aburrida".
¡Y surgió esto!
La musa me tomó del pelo al más puro estilo Grey y se hizo un licuado con mi cabeza…
En fin… ¡Leed! ¡Leed y odiadme con libertad!
La muerte es solo el comienzo…
Los gritos.
Las llamas.
Los cuerpos.
Lo deja todo atrás y corre.
Corre como en su vida lo ha hecho, llevando contra su pecho lo único que ahora le importa proteger. Lo último que recuerda es la voz de Po, gritándole que huya, y los ojos de su amiga —la única amiga que ha tenido en su vida— vacíos, fríos. Sin vida. Y la imagen la persigue, la tortura, porque había mucha sangre, más de la que en su vida ha visto, y Mantis lloraba… Sí, Mantis, estaba llorando.
Y aunque suene ridículo, está tan aterrada que ni siquiera recuerda por qué ha visto a uno de sus amigos llorar. Las imágenes pasan por su mente a toda velocidad, una tras otra, los sonidos se mezclan uno tras otro. De repente, todo parece propio de un sueño —una pesadilla— y se siente inmersa en un mundo irreal. Se siente en uno de esos sueños que a pesar de saber que lo son, a pesar de ser consciente de que no está pasando de verdad, sigue teniendo la necesidad de actuar como lo hace.
Actúa por inercia.
Por inercia tomó a la cachorra y huyó. Por inercia dejó a todos sus amigos atrás. Por inercia corre, aunque sus piernas le pidan parar y su juicio comience a traicionarla, cada vez más rápido, sin la certeza de estar a salvo o no… Y llora. Llora porque escucha a su hija llorar contra su cuello y no puede hacer nada por calmar su sufrimiento.
Un crujido lejano la sobresalta. Un silbido ligero que se acerca cada vez más, algo corta el aire… y de repente, dolor. Agudo y punzante, se clava hondo en su pantorrilla y le arranca un alarido. No se atreve a bajar la mirada. No se atreve siquiera a detenerse, porque si lo hace, terminará por caer.
La sangre mana de la herida, manchando la nieve, y Lía grita al ver la flecha en la pierna de su madre.
Y no es la última.
Tigresa se agacha, obliga a su hija a ocultar el rostro… Más flechas surcan el aire y pasan rozándole la piel. Algunas la hieren, solo son cortadas, y otras pasan tan lejos de ella que de inmediato deduce que son solo una advertencia. No buscan matarla y el motivo no puede importarle menos.
Entonces, los escucha. Son lobos y son muchos. Los escucha gruñir, cada vez más cerca, escucha sus pasos hundirse en la nieve y sus aullidos, avisando al resto de la manada que tienen a su presa. Son grandes, son fuertes… y Tigresa está herida.
Pronto comienza a sentirse lenta y pesada. Pierde velocidad y el dolor la marea. Sufre cada paso y aun así, no se atreve a detenerse. No se atreve a soltar a su hija, que aferrada a su torso, llora desconsoladamente porque lo último que ha visto antes de huir es como su hogar era consumido por las llamas.
—Mami…
Y antes de que pueda reaccionar, algo pesado cae contra ella y las derriba…
Tigresa ruge. Ni siquiera siente la flecha clavándose aún más en su pierna, porque está demasiado ocupada forcejeando con el lobo que se le ha abalanzado.
Nunca suelta a Lía.
Se vale de sus dientes y sus piernas, pero a Lía ni siquiera le permite ver qué sucede.
¡Las tenemos! —anuncia alguien, a voz de grito, y Tigresa clava sus dientes tanto como puede en el cuello de su atacante. Nunca ha sentido la necesidad de matar en carne propia, nunca siquiera ha probado la carne, jamás en su vida estuvo tan desesperada por salvarse —por salvar a alguien— como para defenderse de aquella forma tan salvaje.
La sangre cubre su rostro, llena su boca y su olfato, más no deja de morder hasta que el cuerpo no queda inerte sobre ella. Solo entonces, con un empujón de sus rodillas, se lo quita de encima.
Pero es tarde.
Porque aquel animalucho solo era una distracción y en cuando se libra de él, ya hay otros tres encima.
Y el nombre de su hija le desgarra la garganta en un rugido cuando se la arrancan de los brazos… De repente, menos de un segundo se vuelve en una eternidad, como si el tiempo pasara más lento a su alrededor y todo lo que llena sus oídos son los desesperados chillidos de su cachorra.
Lía llora, patalea y la llama… ¡Mamá! —grita, con la voz vuelta llanto— ¡Mami me lastiman!
—¡Suéltenla!...
Suplica.
No le importa suplicar.
—Por favor… Por favor, déjenla ir…
Y llora.
No puede controlarlo.
Hay un cuerpo sobre el suyo, ejerciendo peso, aprisionándola contra el suelo, y una zarpa grande y pesada se cierne toscamente alrededor de su cuello… Y aun así, no teme por sí misma. No teme morir. No le importa nada de lo que puedan hacerle, porque delante de sus ojos, aquel lobo que sujeta a Lía ha desenvainado una espada…
—No… no,no,no… ¡NO! —Chilla, removiéndose debajo del agarre que la mantiene presa. Se desespera. La impotencia quema en su pecho, como dagas, opacando cualquier otro dolor— No la hieras, por favor, por lo que más quieras... —su voz tiembla— no a ella…
El lobo frente a ella sonríe. Una sonrisa bufona, llena de malicia. Sujeta a la cachorra por el pellejo de la nuca y la alza en el aire, como si se tratase de un trofeo, exhibiéndola a sus compañeros.
Tigresa queda petrificada. Sus músculos se sienten rígidos y todo lo que puede sentir es el latido de su corazón desbocado como si estuviera escuchando el de alguien más. Mira con terror la escena. No se atreve a gritar. No se atreve siquiera a moverse, porque la espada se ve tan floja en la mano del lobo, que teme demasiado por lo que pueda pasar.
—¿Es tu hija, Maestra? —pregunta, a pesar de saberlo ya. Claro que lo sabe.
—Por favor…
Ni siquiera ella misma escucha su propia voz. Todo lo que puede haber es vocalizar, con la respiración atascándosele a ratos. Por favor… Es su hija, su pequeña, su bebé. Prefiere morir ella.
—Sí… lo es…
Y sin cuidado alguno, avienta a la cachorra en el suelo.
Lía cae con un ruido sordo y un quejido llega a los oídos de Tigresa, lastimándola físicamente. Llora. Lía llora y ella es demasiado débil para liberarse de aquel que la sostiene… No importa cuánto se remueva, cuanto forcejee… no lo consigue y su desesperación se vuelve dolor físico.
La cachorra no es más que un bultito tembloroso en el suelo, que llora y llama entre hipidos a su madre y su padre, pidiendo que la cuiden. No entiende. ¿Por qué esos lobos lastiman a su madre? ¿Por qué la lastiman a ella? ¿Qué está pasando? Tigresa la llama, repite su nombre una y otra vez, como si no pasara nada, como si el tiempo volviera atrás y solo estuvieran ellas, en el cuarto. Pronuncia el nombre de su hija como si estuviera arrullándola y cuando sus ojitos verdes encuentran los suyos, sonríe.
—Tranquila… Tranquila, pequeña… no pasa nada, no pasa nada, mi amor—murmura, una y otra vez, como si realmente lo creyera, como si fuera cierto—. Mírame. Mírame a los ojos, pequeña… Solo…
Pero entonces, el filo de la espada brilla en contraste con la luna…
¡NO!...
—¡Lía, no mires…!
Todo pasa demasiado lento.
Todo es demasiado nítido.
Y Tigresa siente en carne propia el alarido de dolor de su hija.
De repente, todo es silencio. Los lobos aúllan, gruñen y vociferan entre ellos, pero Tigresa no lo escucha… no siente, no ve, no respira… el peso desaparece de su espalda. Es libre de moverse y todo lo que puede hacer es arrastrarse en la nieve hacia el pequeño cuerpo tembloroso que yace hecho un ovillo allí.
—Le dirás al Guerrero Dragón que su deuda está saldada…
Pero Tigresa no escucha. La frase se mete en su mente, demasiado hondo como para recuperarla, y se escapa de su entendimiento. Son solo palabras sueltas, sin significado, que vagan en la nada, en ese vacío que ha quedado en su mente…
Porque de repente, nada parece tener sentido.
Se ha desconectado. Le es imposible determinar si está aquí o allá, si escucha o no escucha, si realmente ve lo que sus ojos le muestran… Es imposible. No ve, no siente, no escucha, no… nada. Todo se reduce a nada delante de sus narices y ella es demasiado débil para luchar con eso.
Sus manos, temblorosas, tantean le nieve manchada de sangre hasta hallar el rosto de su hija. Lo toma, lo acuna, lo acaricia… Lía, mírame… Lía… Tiene que despertar. Tiene que abrir sus ojitos, vivos y danzarines, y sonreírle como si acabara de cometer una travesura… Lía, mi amor… Lía, háblame… Y no sabe si lo dice o lo piensa, sus labios se mueven rápidamente, pero no escucha qué es lo que sale de estos.
—Lía… ¡Lía! —chilla—. ¡Lía, despierta!... Lía, no me hagas esto… Lía…
Su voz pierde fuerza. Lía, Lía, Lía… no puede decir nada más, no sabe pronunciar otra cosa que no sea el nombre de su hija. Hay demasiada sangre… Hace demasiado frío…
Toma el cuerpo en sus brazos. Tan frágil, tan pequeño, tan… lo estruja contra su pecho y un agónico alarido quema en su garganta, destruyendo lo poco que queda en su interior. Y no puede llorar. Llorar se siente poco. Gritar, maldecir, incluso pronunciar el nombre de su hija una y otra vez se siente poco… no sirve, nada sirve… Lía no despierta.
La sacude, la llama… y sus manos tiemblan porque la sangre de su propia hija se siente caliente en estas. Quema, escose, como fuego, y el asqueroso olor dulzón mezclado con el perfume del pelaje de su cachorra activa algo en su mente. Algo oscuro, destructivo, y de repente quiere matar…
Quiere asesinar a toda esa jauría… pero resulta que ellos ya no están. No están y no puede ir por detrás, no puede seguir su rastro aún fresco en la nieve, porque aquella que sostiene en brazos es su hija. Su pequeña, su bebé, su cachorra… El único ser que la ha hecho llorar de felicidad, está muriendo y no puede abandonarla, porque Lía merece que sean los brazos de su madre los que la sostengan.
—Shh… Acabará —y la voz se le rompe cuando lo dice.
Acaricia su cabecita, la mima, como cuando le prometió que no había nada que temer en la oscuridad, como cuando le curó su primera rodilla raspada, cuando la consoló luego de una pesadilla… La acuna contra su pecho como cuando era una bebita, de no más de unos pocos días, y cantaba para calmar su llanto… Una bebita rechoncha, de pelaje suave como el de un panda, con el asomo de las rayas aun inmaduras… Una bebita hermosa. Una bebita única. Sú bebita.
—No temas, mi amor… por favor, no temas… Mamá no te deja… Mamá... Perdóname.
Y no puede seguir, porque el llanto es tan pesado, la certeza de lo inevitable pesa demasiado en su garganta.
Pero el dolor es tan grande…
La desesperación, la angustia…
Y no, no puede despedirse, se niega a aceptar que le arrebataran tan fácil a su hija. Y una chispa de fe ciega asoma en sus ojos, mientras las lágrimas mojan sus mejillas. Sus labios se mueven veloces, superponiendo las palabras, su voz es tan ronca, tan temblorosa… llora. Llora tanto que la vista se le nubla e implora al cielo que no se la lleven, que no se la quiten. Si tan solo… tal vez…
—No me dejes —Comienza, con la voz vuelta susurro, tímida, temerosa— Por favor, no me dejes… por favor, pequeña… —y todo eso que no ha sentido hace momento, se mezcla en su pecho, demasiado potente, demasiado pesado para poder soportarlo—. Eres fuerte. Eres fuerte como mamá, como papá… Por favor, despierta… Por favor…Lía, por favor… Te necesito.
Pero es inútil.
Y no hay dolor que se compare al de romperse pedazo a pedazo por dentro, porque puede sentir el sufrimiento que sintió su hija en carne propia, puede sentir en la palma de su mano como el latido del corazón de Lía se hace cada vez más escaso y finalmente, se detiene… La siente morir en sus brazos.
Lía muere antes de poder oír a su madre desgarrarse en llanto.