Ando un tanto intensa en este fandom D:, pero es que las ideas están fluyendo de manera impresionante y, como estoy en mi última semana de vacaciones del trabajo, no quiero que se vayan sin haberlas aprovechado.
¡Ojalá les guste este! Hace rato quería hacer algo como esto, pero no sabía con qué pareja hacerlo, ya que, aunque fácilmente podía hacerlo en el fandom de Hannibal, pero allí sería canon y eh. Soy muy mala para llevar canon -c mata-.
No está beteado, así que todos los errores son total y absolutamente míos D:
Yuri! on Ice es propiedad de Kubo Mitsurou, Sayo Yamamoto y el Estudio MAPPA. Yo no poseo nada, solo los feels y las ideas retorcidas y, ohdioses, esta sí que es una de ellas.
Advertencia: este fanfic contiene violencia gráfica, además de la narración detallada de situaciones que no son del agrado de todos los lectores (asesinatos, mutilación, desmembramiento, blood!kink y un largo etcétera) y lenguaje muy fuerte. Recomiendo que si no te gustan estos temas, regreses a la página anterior y busques algo más de tu gusto, Fanfiction está lleno de buenísimas historias para disfrutar, ¡encuentra la tuya!
Prólogo
Donde la magia sucede
Barry vio a la chica, rubia, delgada, con una falda corta y botas de zorra sentada en la barra de aquel bar de mala muerte, e inmediatamente supo cómo le gustaría follársela: a cuatro patas, con las manos amarradas a la cabecera de la cama, mientras ella lloraba como la perra que era detrás de una buena, ajustada mordaza que le dejara marcas en las mejillas. Quería follarla hasta dejarle moretones, hasta hacerla sangrar, para que aprendiera a vestirse como una mujer decente y no una prostituta en medio de un bar de carretera.
Se terminó el resto de su cerveza de un solo trago, levantándose de su mesa con un gruñido, para entonces acercarse a ella.
―Otra ―ordenó al cantinero, la voz áspera y ronca a causa del alcohol.
―También para mí ―la rubia levantó su botella, haciendo un movimiento circular en el aire para indicarle al cantinero quién la había pedido―. Y que esta vez sí sea una maldita Budweiser, imbécil ―luego sacó un cigarrillo del paquete delante suyo y lo encendió.
Barry la miró atentamente. Tenía una cara preciosa, como de Barbie, exceptuando la mandíbula, que era demasiado cuadrada para su gusto, pero todo lo demás estaba perfecto. Sus hombros, ligeramente anchos, estaban descubiertos, dejando ver una piel blanca lechosa, con unas cuantas cicatrices que verían un más bonitas con las que le haría una vez se la llevara a una habitación de motel.
―Cuidado con esa boca, cariño, podrías meterte en problemas ―aconsejó, poniéndole una mano callosa y sucia en su hombro. Estaba tan borracho que creyó sentirlo más duro de lo necesario.
Ella lo miró, exhalando el humo del cigarro por la nariz, como si fuera una fumadora experta. Tenía unos ojos verdes azulosos y una boca roja, perfecta, que casi gritaba que la pusiera de rodillas y le metiera la verga hasta la garganta ahí mismo, en el asqueroso y meado piso del bar.
El cantinero dejó ambas botellas delante de ellos, y ella esbozó una sonrisa llena de malicia.
―Oh, sí. ¿Cómo cuáles? ―quiso saber, riéndose entre dientes.
Barry se rio con ella. No mucho, lo suficiente para que la flema que tenía pegada a los pulmones no lo jodiera en medio de las carcajadas, ni tampoco le diera un ligero soplo en el corazón lleno de grasa, pero sí para que ella supiera lo cuánto le gustaba su coqueteo. Era un hombre listo, no había pasado los últimos veinte años de su vida manejando camiones en todas las carreteras de Estados Unidos para no saber cuándo le estaban coqueteando, así que le siguió el juego.
Dio un trago a su cerveza, ni siquiera lo suficientemente fría para que no supiera tan amarga, y la miró de arriba hacia abajo, abiertamente, deteniéndose en sus delgados y descubiertos muslos y pensando que tal vez, después de que se la hubiera follado lo suficiente para desmayarla, debería volver más tarde y reclamarle al idiota de Larry por ser incapaz de enfriar sus cervezas.
La rocola del fondo tenía a Bruce Springsteen en un bucle interminable de born to run desde hacía tres años.
―No sé. ¿Por qué no vienes conmigo y te lo enseño? ―respondió, dándole un último sorbo a su cerveza casi intacta y poniéndose de pie. Sacó su billetera y dejó diez dólares arrugados debajo de la botella―. Tengo una habitación en el motel Dirty Flowers, estamos cerca. Mi camioneta está allá afuera.
Ella soltó una risa, encantada, y se puso de pie de un salto, dejando la cerveza exactamente donde se la pusieron. Viéndola de pie, era sumamente baja, apenas le llegaba al hombro, y estaba más plana que una tabla, pero eso no hacía estuviera menos buena. Quizás no tenía tetas, pero le sobraban un buen par de orificios que le encantaría follar.
―Tengo una idea mejor.
Sus tacones hicieron ruido cuando se alejó, dando largos y gráciles pasos, en dirección a la salida trasera del bar, atravesando la mesa de billar, donde más de uno la miró con hambre, con paso decidido. Barry la observó todo el rato, preguntándose qué en el infierno estaba pensando esa perra, si es que acaso había estado fingiendo todo este tiempo ―de ser así, la tomaría a la fuerza, donde sea, sobre el capó de su auto o en los baños, hasta que ella volteó, ya al lado de la puerta, y le dijo:
―Oye, grandote, ¿no vienes? ―para después salir.
Barry se rio. Disfrutaría tanto follando a esa perra.
Salió, fingiendo que no tenía prisas, infiltrándose en la fría y cerrada noche que lo recibió como una bofetada. No había mucha luz desde esa parte, apenas un poco de la que se filtraba del mediocre y fluorescente letrero de neón del bar en la entrada principal, pero suficiente para ver a la rubia apoyada en una esquina, prácticamente en el límite del bar y el bosquecillo de atrás, fumando su cigarrillo con tranquilidad.
―¿Y? ―preguntó Barry, acercándose, comenzando a cansarse de los juegos estúpidos de la chiquilla―. ¿Qué es lo que querías enseñarme, cariño?
Le puso las manos en los hombros, en ambos, haciendo círculos bruscos sobre su piel, cuyas cicatrices eran más gruesas y ásperas de lo que parecían a simple vista, hasta que ella se las apartó de un fuerte manotazo.
―Quítame las manos de encima, viejo asqueroso ―gruñó, con la voz áspera, masculina, muy diferente a la que había utilizado dentro del bar, cargada de odio.
Durante medio segundo, Barry se quedó paralizado por el shock, pero este desapareció al instante para ser reemplazado inmediatamente por la ira. Maldita zorra, o travesti, o lo que mierda sea; le rompería los huesos por hacerle perder el tiempo. Cerró la mano en un puño, y tomó impulso para golpearlo.
Y entonces sintió un golpe fuerte, insoportable, en la parte trasera de la cabeza, e inmediatamente después todo se puso negro.
Yuri miró como JJ arrastraba al gordo fuera de su camioneta y lo dejaba caer en medio del miserable cuarto de motel donde pretendía llevarlo. Olía igual de mal que el bar de mala muerte en que lo había encontrado, o tal vez peor, si consideraba la puerta del baño abierta desde donde se podía ver claramente la taza del inodoro desbordado de mierda.
―Cariño, sé que eres un hada delicada, ¿pero podrías ayudarme a sentarlo sobre la silla? Este animal está más gordo que un elefante ―dijo Jean.
Yuratchka apretó los dientes, terminando de cambiarse la fastidiosa ropa de prostituta por un suéter y unos vaqueros. Le fastidiaba tanto hacer el numerito de "la adolescente zorra en el bar"; ni siquiera le quedaba bien la maldita ropa, y de todas maneras daban igual de resultado que cuando elegían al azar a algún hijo de perra en una gasolinera. ¿Por qué el imbécil de JJ insistía en hacerlo? Que se fuera a la mierda.
―Ve y jódete, JJ.
Jean-Jaques le guiñó un ojo.
―Más tarde.
Yuri se quedó ahí, apoyado contra la puerta del cuchitril ese, viendo como JJ amarraba a ese cerdo asqueroso a una silla de metal oxidado. Tal vez deberían electrocutarlo, sólo para ver cómo se mordía la lengua hasta reventársela, pero conociendo a JJ probablemente terminarían abriéndolo como si fuera un pollo. Le daba asco tan solo imaginar en las entrañas de aquél animal, aunque pensándolo mejor, bien podría disfrutar ahorcándolo con sus propias vísceras, por haberlo mirado de la manera en que lo miró.
Le picaban los labios. Quería fumar. Buscó los cigarrillos abandonados entre su falda y encendió uno. JJ soltó una risa.
―Si quieres soplar algo, deberías esperar hasta que te ponga de rodillas ―espetó. Tenía los músculos de los brazos tensos de tanto ajustar las cuerdas.
Yuratchka escupió el humo, lanzándole una mirada envenenada. A veces, solo por diversión, le gustaría tomar una navaja oxidada y abrirle la garganta, lento, en vertical, desde el nacimiento del cuello hasta la barbilla, aunque sabía perfectamente que lo más probable es que JJ quisiera lo mismo.
―Vete al diablo ―contestó, apagando el cigarro entero sobre la curtida mesa plegable que hacía de comedor. Sacó una liga del bolsillo de su pantalón y se amarró el cabello―. ¿Cómo vamos a despertar a este animal?
La luz amarilla de la bombilla parpadeaba cada tres minutos y doce segundos, y zumbaba como si fuera un enjambre de abejas. JJ se tronó los dedos, buscando en la destartalada maleta de deportes la cinta adhesiva y ponía un pedazo sobre la boca del gordo. Yuri esperó. El golpe que JJ le había dado en la nuca comenzaba a ponerse morado, como una costra, y pensó en cómo sería si en lugar de hacer todo esto simplemente lo dejaran morir por algún coágulo cerebral.
Jean se puso a su lado, ofreciéndole su sonrisa arrogante y llena de confianza en sí mismo, y le tendió una botella de agua.
―Todo tuyo ―declaró, y se comenzó a quitarse la camisa. JJ siempre se quitaba la camisa.
Yuri le arrebató la botella, no necesariamente enojado, pero sí con la molestia suficiente para que el otro se riera. Desenroscó la tapa y lanzó su contenido a la cara grasienta y gorda animal amarrado en la silla, quien inmediatamente abrió los ojos, entre hipidos por el susto, esforzándose por respirar entre el agua que se le metía por la nariz. Sus ojos, descoordinados y amarillentos, viajaron rápidamente entre JJ y él, deteniéndose varias veces en él, hasta que finalmente Yuri vio cómo el entendimiento lo golpeaba como un yunque.
―Hola ―Jean, rascándose el tatuaje del hombro derecho. Si el hombre no lo había notado por el acento, aquella estúpida hoja de maple seguro había terminado de confirmarle que era canadiense―. Espero que hayas dormido bien. Ya conoces a mi novio, ¿verdad? Querías traerlo aquí para follártelo; claro, hasta que te diste cuenta que era hombre ―entonces se rio entre los dientes, como el idiota que era.
Yuri no le prestó importancia. Ya se desquitaría después.
―¿Recuerdas a la chica a la que violaste en Omaha? Tenía quince años ―espetó, y aunque intentó controlarse pudo sentir como irremediablemente el odio comenzaba a subirle por la garganta―. Su familia la estaba buscando. Ella solamente estaba pasando por una etapa rebelde. ¿Te gustan las niñas que podrían ser tus hijas?, ¿eh, viejo asqueroso?
Jean-Jaques soltó otra risa de idiota, más profunda, como si le surgiera del centro del pecho, y le puso una mano en el hombro a Yuri, que este apartó de un manotazo.
―No, no, no, no, no; mejor hablemos de la dulce niñita a la que también violaste en Maryland ―añadió, volviendo a ponerle la mano en el hombro a Yuratchka, que esta vez no se apartó. Tenía los ojos clavados en el gordo, que sollozaba como un cerdo detrás de la cinta adhesiva―. Susan Reagan, pobrecita, sus padres estaban buscándola desde hacía meses. Ella realmente te creyó cuando le dijiste que ibas a ofrecerle un lugar donde pasar la noche, ¿sabes? Ahora va a pasar el resto de su vida recordando que la violaste.
―La violaste hasta hacerla desmayar, tres veces, hasta lacerarle el ano y la vagina. Incluso la violaste con palo de una escoba.
El gordo comenzó a gemir, balbuceando algo ininteligible detrás de la cinta. Yuri sintió asco. Deseó poder arrancársela, sólo para escucharlo gritar a la hora en que JJ y él lo abrieran como el animal que era. Lo deseó tanto, y aun así no lo hizo, puesto que lo último que necesitaba era que alguien, ya fuera el único otro huésped del motel o el drogadicto inútil que se encontraba en la caja escucharan algo y llamaran a la policía.
Por la mirada que le dirigió JJ, supo que también pensaba lo mismo.
―¿Qué dices?, ¿qué no era tu intención? ―preguntó Jean, sonriendo abiertamente, como si fuera el rey del mundo y la víctima de turno su público. Yuri amaba esa sonrisa; significaba que alguien iba a morir, y él sería el primero en asegurarse de ello. Podría follarlo por horas, cuando sonreía así―. ¿Oíste eso, Yuri? No era su intención. Cuando las amarraba y las dejaba tiradas en una cuneta, no era su intención. Cuando las violaba hasta que se desmayaban, no era su intención. No era su intención, no era su intención, no era su intención. ¡Cerdo mentiroso!
El chasquido de la mano de JJ al estrellarse contra la cara del gordo fue impresionante. Yuri sintió cómo un escalofrío estremecerle la espalda, duro como un relámpago, tan fuerte que creyó que terminaría por romperle la columna. Los rodeó a ambos, a JJ y al cerdo, y fue hasta donde estaba la maleta. Maldita cosa vieja; estaba raída y sucia, con enormes parches de remedo hechos de mala manera y manchas de sangre seca tan viejas que ni siquiera podía recordar cuándo ocurrió la primera. ¿Dos, tres años? Si no la habían quemado todavía, era por lo mucho que la apreciaba.
El animal soltó un quejido escandaloso, como si estuviera ahogándose con su propia lengua, y Yuri sintió ganas de cortársela. Tomó la navaja oxidada, esa que guardaba para el momento en que finalmente decidiera matar a JJ antes de que él lo hiciera primero, y volvió a donde estaba antes, al lado de Jean y delante del gordo. Después, se arrodilló.
―¿Aquí es donde sucede la magia? ―preguntó, entre dientes, mientras le desabotonaba el pantalón. En qué estaría pensando, cuando se le ocurrió que sería interesante dejarlo morir a causa del golpe en la cabeza. Como si este animal se mereciera una muerte tan digna―. Pues bienvenido al país de las maravillas.
Entonces Yuratchka le agarró la verga y se la cortó de un tajo.
―¿Conoces a los monstruos que aparecen en tus pesadillas? ―inquirió JJ, por encima del berrido incesante y ahogado del hombre. Lo obligó a mirarlo, clavándole los dedos en la mandíbula, y entonces volvió a sonreír igual de arrogante, igual de confiado que antes―. Pues nosotros somos la peor.
Si llegaron hasta aquí, gracias, son un amor. Espero les haya gustado. Si es así, por favor déjenme un comentario, se los agradecería mucho.
Nos vemos pronto. Besos.
`v`)/