El otoño cedía conforme los vientos de invierno se sentían próximos, apenas si habían hojas por caer de las ramas, pronto la ciudad sería testigo de la desnudez etérea de los bosques, pero faltaba para aquello, aún había tiempo hasta que el Momiji terminara. El gentío recorría las calles con un paso lento, más concentrados en sus agendas electrónicas que en las hojas enrojecidas que lentamente se precipitaban como pequeñas plumas, sobre el concreto; como era hora del ocaso, las lámparas de la ciudad se encendían una tras otra, algo inútil considerando que la iluminación de los edificios era más que suficiente para simular un día soleado. El frío era lo único constante cada noche de otoño o eso es lo que valdría pensar, pero con eso de que el invierno se acerca, las heladuras se sentían cada vez más afiladas y por cualquier rendija que encontrara, parecía penetrar la piel y estimular los nervios a tal punto que no era extraño mirar como las personas brincaban de vez en cuando mientras pasaban por ahí, si no fuera por el conocimiento del frío, se creería que la ciudad estaba habitada por manojos de nervios en lugar de personas. Los más jóvenes apenas si habían comenzado clases en junio y ya se preparaban para rendir sus exámenes antes de que las vacaciones de invierno los enclaustraran en sus casas y la nieve les impidiera escapar por la ventana trasera; pero eso, ni el frío de las noche de otoño, no impedía que se vieran una multitud joven acudir a los karaokes y maquinitas de la zona. Gracias a eso, Japón podía gozar de una juventud eterna ya que los más viejos estarían en casa, abrigados y comiendo; los jóvenes no tenían tiempo para eso.

En un bar juvenil, de esos recientes que abrieron y reciben jovencitos de quince y tantos años y sirven soda y té helado en lugar de cerveza o sake; se encontraba un grupo de jóvenes, unos 5 muchachos de unos 14 o 15 años. Sentados, dubitativos, miraban una película en la televisión más esquinera del lugar. Tres chicos y 2 jovencitas.

- ¡Oye! - Gritó el más alto de todos, un muchachito de tez pálida, cabello rubio y ojos cielo - Si no quieres que le diga a papá, más te vale que lo encuentres.

- Sí, ya sé! - Gritó la chica más pequeña, parecida al muchacho. Debían ser hijos de extranjeros, porque sus facciones delataban un parecido con occidente. Eran hermanos, el mayor regañaba a su hermana por haber tirado el cambio de las bebidas; tal vez serían unos 50 yenes, pero era todo lo que quedaba en el bolsillo del chico.

En el rincón, mirando con un semblante de asco, estaba un muchacho pelinegro de ojos azules mar, en silencio seguía con la vista a sus compañeros y en un leve suspiro buscó a Chiba Katsuki, el tercer chico del grupo, pero no lo encontró - Cuando se lo necesita, desaparece, es como maldito perro, no se queda quieto ni por un segundo- Susurró para sí mismo y como por arte de Huddini, el castaño de talla promedio, apareció con una crepa en la mano.

- ¿Por qué siento que quieres golpearme? - Preguntó con cautela en tanto se sentaba lejos del peligro y miraba con extrañeza al par de hermanos - y ¿De qué me perdí?

- Si dejarás de andar y comer por unos segundos, lo sabrías - Se quejó el joven y procedió a arrancar de la mano de su amigo, la crepa que sostenía, para agresivamente comérsela. El pobre de Katsuki miró atónito y triste.

- Me siento traicionado - Bufó - pero bueno, comí como 200 hoy, así que no importa - Dicho esto, cruzó los brazos detrás de su cabeza y en un intento de dormitar, pareció recordar algo - ¡Oh! Shiota-kun! - Gritó, fastidiando a su amigo. Estando sentado frente a él ¿Tenía que gritar?

- ¿Qué?

- Mañana será la fiesta del instituto! - Gritó nuevamente

Shiota se quedó perplejo, acaso era un idiota - No volveré a pagarte por traer las noticias - Y bebió colérico su soda.

- Ah! Ni siquiera me dejaste terminar -Lloriqueó. Shiota resopló dando a entender que le permitía a Katsuki proseguir -Gracias!

- Cómo vuelvas a agradecerme o te voy a...

- Está bien, está bien. Mira, mañana la fiesta va a estar bomba y mis padres no están en casa, así que me preguntaba si a tu papá le molestaría alojarme en su casa, por favor - Terminó y chocó las palmas mientras bajaba la cabeza.

- ¿Eh? Pero, y qué tiene que tus padres no estén?

- Que se fueron y me dejaron sin llaves, sin auto y entonces no tengo donde quedarme hoy y mañana y no tengo quien me lleve a la fiesta

Shiota resopló y accedió. Katsuki se lanzó hacia él y lo abrazó con tanta ¿Euforia? que lo obligó a tirar su soda. Silencio - Encuentra a otra persona - le dijo.

Hiromi y Van seguían riñendo sobre el cambio, pero se detuvieron al escuchar el llanto de su castaño amigo y perplejos se vieron las caras y comenzaron a reír. Qué bueno es ser joven.

Las campanitas de la puerta indicaban que algún nuevo comensal se presentaba, no había mucha gente esa noche, así que los pocos que se encontraban, se giraron a ver quién había entrado. Nada que sorprenderse, solo una chica que por guapa que fuera ya la habían visto hace unos 30 minutos, había llegado con los otros 4 chicos y se había excusado y salido. Ahora volvía con una bolsa de libros en mano y pasó por la barra pidiendo un leche chocolatada.

- Te encanta el chocolate -Le dijo el barman - Si sigues así, serás la anciana más dulce de la ciudad en unos años -Bromeó

- Si me convierto en alguien como usted, entonces mejor duplico la dosis - Respondió la chica

- Qué alegre me pone verte llegar, dime Sora ¿Cómo están las cosas en casa?

- Lo de siempre, mi madre está muy estresada por el viaje de mañana - Le comentó y luego de unas breves palabras de ánimo del barman, la chica se unió a sus amigos.

- Sora – Dijo Van, el mayor de los hermanos – Te tardaste, la librería estaba muy interesante hoy ¿Me trajiste algo?

- Estaba que ardía – Le dijo – Pero como soy una buena persona, te traje esto-Dicho eso, le mostró un libro que titulaba "Sora no Sora" (El cielo de Sora) Tomo III de K. Hazama. Van sonrió cálidamente

- Gracias

- De nada – Le contestó – Ahora quita esa boba sonrisa de tu rostro antes de que te golpee

Juntos y con Hiromi que inspeccionaba el resto de libros, se dirigieron a Shiota y Katsuki. Se sentaron, Hiromi a lado de Katsuki, este frente a Shiota y su lado de este Sora y Van respectivamente. Desde que tienen memoria, siempre se habían sentado así, aunque antes por simpleza, en ese momento era porque la amistad entre Van y Shiota se había vuelto tensa. Van no sabía por qué, y había intentado arreglarlo pero Shiota no lo permitió y siguió alejándose sin siquiera dar una pista de sus razones. Si ahora estaban bajo el mismo techo, era porque el uno desconocía la llegada del otro.

Estuvieron un rato más y luego cada quién volvió a sus casas. Primero los hermanos Karasuma, dejando a los tres restantes en la puerta del local.

- Compraré sushi para cenar en tu casa –Dijo Katsuki mientras corría hacia el restaurante del frente

- Al final, dejaste que se quedara en tu casa – Murmuró Sora

- Si no lo cuido yo, este idiota morirá solo – Se excusó con una sonrisa de medio lado y al sentir que la chica a su lado callaba, la miró. Si había algo que le gustaba de Sora, era su silencio. Sí, era bastante tonto e incongruente; pero los jóvenes cada vez gustaban de cosas más extrañas. – Dime Akabane ¿te teñirás el cabello este invierno? – La pelirroja miró a su compañero y sonrió maliciosamente.

- Jamás –Dijo –No lograrás convencerme – A Shiota jamás le gustó el cabello rojo, era demasiado llamativo. Sus padres eran llamativos de por sí, un padre peliceleste y una madre actriz. Le gustaba el silencio - ¿Qué harás con Van?

Silencio.

- Eres idiota, pero cuando te lo propones, sí que arruinas las cosas

- Cállate

Silencio.

Los jóvenes cada vez se enamoran de cosas cada vez más raras.

- Él cree que te hizo algo malo, pero es muy maduro e intentó arreglar las cosas por sí solo y luego pidiendo ayuda –Dijo ella – El resto piensa tonterías.

Shiota la miró. El pulso había aumentado y el frío rompía en sus sienes, que las sentía latir. Sora era muy perspicaz, eso tampoco le gustaba

- Sé por qué te alejaste – La pelirroja se giró para mirarlo a los ojos – Akira, esto es estúpido y lo es tanto que ya no sabes cómo volver a acercarte.

El Padre de Akira pronto llegó en su coche. Saludó a los jóvenes y se ofreció a llevar a Akabane a su casa. Durante el camino hablaron de cosas triviales y aterrizaron en el tema de la familia. Katsuki no tenía recato en hablar de sus serios padres y de lo triste que es ser hijo único. Akira decía que no hallaba el problema y Sora estaba de acuerdo.

- Pero, Sora tú tienes un hermano, sé que es muy menor a ti, pero ya es algo – Bufó el castaño – El otro día vi a tus padres en el centro- La señaló con el dedo- Y tu madre estaba con un niño pequeño ¿Es tu hermano? – Antes de que Sora pudiera contestar, Nagisa Shiota había estacionado el auto frente a la casa de Sora, una casa de dos pisos, con un estilo más occidental que el de otras casas; tenía un patio amplio delante y seguramente atrás también, ninguno de los presentes había entrado, ni siquiera Nagisa, considerando que en esa casa vivían dos de sus antiguos compañeros.

- Gracias Sr. Shiota – Dijo la chica. Se bajó del auto, con cuidado de bajar su bolsa de libros. Cerró la puerta con cuidado e hizo ademán de despedida a sus compañeros. Nagisa por su lado, tenía que preguntar algo. Pidió a la joven que se acercara al asiento de copiloto y él se inclinó para acortar más aun la distancia

- Dime Sora ¿Sigues siendo Akabane? O puedo decirte Nakamura o tal vez Terasaka- Sora rió. Alejándose de la ventanilla y dando pequeños pasos de espaldas, alzó los brazos eufóricamente.

- Lo seguiré siendo hasta los 18 – Akira y Katsuki la miraron sin comprender sus palabras. El castaño iba a preguntar, pero Nagisa se adelantó.

- ¿Luego que serás?

- Creo que Nakamura.

El resto del trayecto fue silencioso y causaba somnolencia, pero ninguno quiso probarlo. Katsuki se movía de lado a lado, golpeado a Akira en el hombro y Nagisa los miraba con una sonrisa; pero pronto su mente viajó hacia la chica de cabello rojo y orbes azules. Había cambiado mucho, no se dio cuenta de cuánto hasta que la vio esa noche. A pesar que Rio y él mantenían una relación amistosa, ya eran dos años que no la visitaba. Coincidía cada cierto tiempo con Sora, pero la última vez que la vio fue hace unos lejanos 4 meses, la chicas no cambian tanto en tan poco tiempo; seguramente, ella ya era diferente cuando la vio esa vez, pero no prestó atención.

Sus pensamientos fueron rotos cuando Akira lo alertó de luz roja – Concéntrate al volante

- Lo siento- Dijo riendo – Katsuki ya paso a mejor vida, no conozco a nadie que pueda dormir así de cómodo en un auto ajeno – Akira río, era verdad, Katsuki estaba dormido, usando la ventanilla como almohada y con las piernas como acomodadas en el regazo de Akira.

- Papá ¿Conoces a los padres de Sora? – Preguntó

-Sí, fueron mis compañeros en el instituto. Ya casi no los veo.

- Jamás la he visto con sus padres.

- Conoces a Karma – Le dijo a su hijo – Y conoces a la esposa de Karma, Manami

- Sí – Respondío – Pero jamás los he visto juntos, a ella no le gusta hablar de eso, dice poco y de lo poco no puedo sacar conjeturas – Cansado recostó su cabeza hacia atrás en el asiento – Pero, habla tranquilamente de su madre, no profundamente, pero al menos la menciona. Si me lo preguntas, parece estar resentida con su padre.

Hubo un silencio incómodo, eso era porque Akira esperaba que su padre le contestara algo. Se rindió y miró por la ventanilla. Las luces de la ciudad le animaban. Él y Van solían caminar por esa zona, porque se veía claramente el centro de la ciudad iluminado. La última vez que fueron aún era verano y se celebraba uno de esos conciertos ruidosos, hubo pirotecnia y los dos estaban en ese punto, mirando absortos. Fue entonces cuando Akira vio la luz de los orbes de Van, tan brillantes, más brillantes que los mismos fuegos. Ese color, me recuerda a Sora Eso había dicho esa noche y desde entonces se puso como un extraño y huyó como fugitivo de guerra, empezó a pasar más tiempo con Sora y se entrometía si lo veía con ella. Al inicio pensó que eran celos, pero celos de que él estuviera cerca de ella. Las hojas se levantaban por el corte del viento que producía la baja velocidad del auto, apenas si se elevaban unos 2 centímetros.

- Sabes, no siempre fue así – Dijo Nagisa, sacó a Akira de sus pensamientos, comprendió este fácilmente de qué hablaba su padre - Hubo un tiempo en el que ella lo amaba más que a nada en el mundo, pero él cometió error tras error. En su corazón aún se percibía una leve esperanza: Karma volvería y restablecería los lazos que antes los había unido; sin embargo, la espera se hizo eterna y en su corazón la esperanza se transformó en rencor y ese rencor, poco a poco, terminó transformándose en odio. Aquel odio, no se lo deseo a nadie. Sé que vas a decir, "Ella no lo odia", es cierto, ya no lo odia, no más, pero tampoco lo ha perdonado. El sentimiento dejó de transformarse y ha sido olvidado. Créeme, existe algo peor que el odio en este mundo; si uno es odiado, al menos forma parte en la mente de una persona; pero ella simplemente decidió que él ya no formaba parte de su vida, le es indiferente de forma tan gélida, tan inafectable. Karma aún no se ha dado cuenta y es mejor así. Porque ya es demasiado tarde para ellos dos, han entrado en un punto sin retorno. Un día ella verá su nombre en la lista.

- ¿En la lista? – Preguntó

Nagisa comenzó a reírse algo forzado – Demasiada metáfora, lo siento, en la clase de hoy hubo literatura. Y comenzaron a hablar de otras cosas. Del tiempo, de la fiesta de mañana, de su madre que seguramente ya había preparado el puddin que quería desde ayer y que se lo comería sola frente a ellos. Le gustaba estar con su padre, de vez en cuando. Pensó en la dueña del cabello fuego y se le ocurrió que a ella debió gustarle estar con su padre, hace algún tiempo. Alguna vez trató de hablar de ello y ella se limitó a decir que el Sr. Akabane era demasiado sagrado como para ser comentado. De su madre decía poco y todo el mundo estaba confundido con eso. Ella hablaba de su madre, pero vivía con otra pareja: Rio Nakamura y Ryoma Terasaka; en ocasiones llamaba a Rio, Madre o mamá. Eso confundía a la gente. Él estaba confundido y no recataba en por qué había comenzado a pensar en ello. A su lado Katsuki dormía y pronto Akira se le unió. Con suerte Nagisa no cayó con ellos.

En la ciudad el viento causaba remolinos de hojas y la gente se espantaba cuando levantaba la vista de su celular y se encontraba con un monstruo de hojas. Entre los edificios más barrocos del lugar, un hombre alto miraba por la ventana, chasqueó la lengua y miró el reloj en su muñeca: 9:30

Aún faltaba una hora para volver a casa.