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Comienzo

Disclaimer: Candy Candy no es propiedad mía, sino de sus respectivas autoras, Mizuki e Igarashi. Escribo esta historia sin fines de lucro.

Candy no podía imaginar un momento en el que Annie no estuviera presente para acompañarla.

Habían crecido juntas, aunque no compartían la misma sangre. No se parecían en lo absoluto: ella era rubia, su amiga morena, a Candy le gustaban las aventuras y Annie prefería no arriesgarse. Pero con todo y las diferencias que pudieran desplazarlas, en sus corazones cabía la certeza de que eran hermanas y siempre estarían ahí la una para la otra.

Sin embargo, así como las flores mueren y se marchitan, todo llega a su fin y tuvieron que separarse.

La distancia le dolía en el alma. Las cartas que se enviaban era lo único que mantenía a Candy con la seguridad de que el cariño que tuvieron no se esfumó tan fácilmente. Y luego la correspondencia se detuvo y no le quedó de otra más que sobreponerse al dolor. Siguió riendo, siguió jugando, siguió siendo feliz. Aún le quedaba su refugio: el Hogar de Poni.

Y ahora, quizás tendría que alejarse de él también.

—¿Por qué luces tan angustiada, hija mía? —Le preguntó la hermana María, colocándole una mano en el hombro.

Minutos atrás, la citaron en su oficina. No pudo evitar pensar que de seguro era para regañarla. Y lo peor es que no podía recordar ninguna travesura (bueno, ninguna lo suficientemente grave) como para merecer un castigo.

—Me van a retar, ¿verdad? —Les preguntó sin despegar la mirada del suelo.

De seguro se enteraron que le regaló su almuerzo a Millie. O quizás algún chismoso les contó del nido de pájaros que tumbó el otro día sin querer, o la vez que hizo llorar a un niño.

—Claro que no. ¿Por qué lo dices? ¿Hiciste algo? —Inquirió la directora del orfanato, una sonrisa dulce bailando en su boca.

—No por el momento.

Acto seguido, la chiquilla les mostró la lengua en su gesto característico.

Las mujeres rieron en voz baja. Aunque los años pasaran sin darles tregua, esa alegre pecosa continuaba siendo tan humilde y sencilla como el primer día.

—Tranquila, sólo queremos hablar contigo —dijo la religiosa de pie detrás del escritorio. Los segundos pasaron, y a pesar del buen humor con el que hablaban, en el ambiente se respiraba cierto aire a incertidumbre.

—Quiero que nos digas la verdad, Candy, sólo la verdad. ¿Eres feliz viviendo aquí?

Ante la pregunta de la anciana con gafas, los ojos de la niña se ensancharon con una pizca de emoción.

—¡Por supuesto que sí! —Exclamó entusiasmada—. ¡Soy la más feliz del mundo!

Y no mentía. Cada día que pasaba era mejor que el anterior. Le encantaba trepar a los árboles, hacer trucos con la soga, corretear con los animales y los niños en el campo, descansar en la hierba y escuchar el sonido del viento.

No le importaban las cosas materiales o todas sus carencias. Dudaba que existiera algo más hermoso que su casa.

—Y cuéntame —insistió la monja—, ¿no te gustaría tener una familia como la de Annie?

—Yo ya tengo una familia. Y dos madres maravillosas que cuidarán de mí sin importar lo que pase, ¿verdad? Sería engreída si le pidiera más a Dios; no merezco tantas bendiciones…

Ambas se miraron, incapaces de responder. ¿Cómo era posible que alguien de su edad almacenara tanta bondad y sabiduría?

—Siempre vamos a estar para ti, Candy, estés donde estés —le aseguró la señorita Poni—, pero me temo que no serás una niña eternamente. En un par de años te convertirás en una señorita…

—Una señorita muy hermosa —añadió la hermana María—. Pareces un ángel de oro.

La aludida se sonrojó. No sabía tomar un halago, y cada vez que alguien le hacía un cumplido, se ponía más colorada que un tomate.

—Sí, con el carácter de un diablillo —la directora se rio, dejando que la simpleza del momento la sobrecogiera—. Por eso sé que algún día te cansarás de estar en el Hogar.

—¡Eso jamás pasará! —Exclamó, comenzando a entender el rumbo de la conversación—. Nunca me enfadaré de vivir aquí. Buscaré trabajo cuando sea mayor, y mientras tanto les ayudaré a cuidar a los más pequeños y…

—No se trata de eso, Candy. Lo único que queremos es tu bienestar, y lo mejor es que trates de encontrar tu propio camino y no te quedes estancada para siempre. Necesitas conocer el mundo, descubrir lo que la vida tiene para depararte.

Los ojos de la chiquilla se llenaron de lágrimas. No quería reconocerlo en voz alta, pero sabía que sus madres tenían razón. La mayoría de sus amigos ya habían sido adoptados y no era normal que una chica de su edad se quedara en el orfanato. Incluso podría convertirse en una carga, y eso era lo último que deseaba.

—¿Por qué me están diciendo esto ahora? —Indagó en un murmullo.

—Hace un par de días vino un caballero a hablar conmigo. ¿Conoces el apellido Anderson, Candy? —Ante su negativa, la señorita Poni continuó—. Los Anderson son una de las familias más ricas e influyentes de Norteamérica. El patriarca es el señor Peter, un hombre viudo, lleno de sobrinos pero sin hijos, que quiere adoptar a una niña…

—¿Y le hablaron de mí?

—Así es. El señor Anderson es muy viejo, así que necesita a alguien como tú, una muchachita enérgica, dulce y alegre. Le haría muy bien tenerte cerca. Además, con él recibirías todo: lujos, educación…

—¿Y amor? —La interrumpió, atreviéndose a levantar la mirada hacia ellas de nuevo—. ¿Será capaz de brindarme amor? ¿Me convertiré en su hija?

La hermana María sintió el corazón apretársele en el pecho. Podía leer la respuesta de Candy escrita en su rostro.

—Con tu carisma y espíritu, no lo dudes —se aventuró a contestar—. Vivirás en un lugar muy hermoso no muy lejos de aquí. Se llama Lakewood.

—¿Y Lakewood queda cerca de donde vive Annie?

No fue capaz de detenerse. En el fondo, ese era el anhelo que conservaba. Quizás si pertenecía a una familia acaudalaba y de buen nombre, la señora Britter le permitiría juntarse con ella sin temor a manchar su buen nombre.

Era un sueño bonito. Esperaba que se cumpliera.

—Sí, nada que un viaje en carruaje no pueda arreglar.

Candy esbozó una sonrisa tan cálida que derretiría un páramo de hielo. Ahora que se permitía a sí misma creer en la posibilidad, reconoció que tal vez eso era lo mejor. Le daba igual si vivía en un castillo o la casa más humilde, mientras hubiera alguien que la quisiera y la aceptara, sería completamente feliz.

Por otro lado, la idea de abandonar su querido hogar y a sus dos madres le oprimía el alma. No sabía si estaba preparada para dejar atrás todo lo que conocía.

—¿Ustedes se pondrían tristes si yo aceptara?

La mirada de la señorita Poni se empañó por las lágrimas que amenazaban con escapar. Recordó cada uno de los momentos que pasó al lado de Candy: aquel día afortunado en el que la encontraron en la nieve, los regaños, las travesuras, las risas… Era imposible conocerla y no sentir por ella nada en lo absoluto.

Sabía que tarde o temprano llegaría el día en el que tendrían que dejarla partir, pero no pensó que le afectaría tanto.

De alguna forma, se las arregló para ocultar todos esos pensamientos y negó con la cabeza.

—No pienses eso. Nada nos daría más paz que saber que tú estás contenta. ¿No es así, hermana María?

La religiosa apenas había dicho palabra, pero sonrió:

—Sí. Además, puedes visitarnos cada vez que quieras. Cuando te sientas triste y cansada, recuerda que tienes un hogar esperándote. Jamás dejaremos de quererte —después, recordó algo: se quitó el crucifijo que llevaba siempre alrededor del cuello, y luego de contemplarlo por un largo segundo, lo colocó en las manos de Candy—. Quiero que lleves esto a donde sea que vayas. Tu padre celestial te colmará de bendiciones. Mira lo bueno en lo malo, la luz en la oscuridad.

—Prométenos que harás lo que sea por ser feliz, mi niña llorona.

Esta vez, ninguna de las tres pudo contenerse y los sollozos las invadieron. Pero las sonrisas permanecían en sus caras, porque había algo diferente en medio de las lágrimas: un rayo de esperanza, porque la historia de Candy apenas estaba comenzando.

Notas de la autora:

¡Hola! Esta es mi primer fanfiction sobre Candy Candy, la caricatura que definió mi infancia. Me siento muy emocionada sobre el rumbo que tomará, y como pueden ver, es una especie de Universo Alterno (algo así), pero seguirá conservando todos los personajes y trataré de mantener la esencia del anime y manga tanto como sea posible. Si tienen alguna duda o les gustó, no duden en dejar un review haciéndomelo saber, nada me haría más feliz.

¡Nos leemos para la próxima!