Nueva historia, nuevo comienzo. Ahora que vengo con las pilas cargadas de Roma, he decidido empezar a publicar mi nuevo fanfic. La frecuencia de publicación será la acostumbrada: cada domingo a no ser que las circunstancias me obliguen a cambiar el día. De hecho, puede que por navidad y año nuevo adelante al día anterior, según como lo vea, pero eso ya lo veremos entonces. De momento, espero que os guste esta nueva historia.
Capítulo 1: Perfecta
Había una vez una preciosa estudiante de ojos color chocolate y hermosos cabellos azabaches. La joven de tez blanca, tersa como la nieve, y sensuales labios rojos del color de las fresas caminaba por los pasillos de su instituto con confianza y seguridad. ¿Quién sino ella que era adorada y admirada por todo el instituto iba a poder permitirse caminar de esa forma tan relajada?
Kagome Higurashi era una maravilla, la maravilla del instituto privado Furioka en el centro de Tokio. Había dos únicas cosas que le encantaría tener en su plantilla a ese centro: hijos de familias muy ricas aunque fueran tontos de remate y estudiantes especiales. Kagome tal vez no fuera lo primero, pero era lo segundo, y nunca había pisado ese instituto alguien tan excepcional como para que se dejaran totalmente de lado los clichés y convencionalismos de las diferencias de clase. Se podría decir que había roto con todos los moldes.
Era la hija de un pescadero y una mujer de la limpieza en un edificio de oficinas y tenía un hermano pequeño que iba a la escuela primaria. A los doce años, se quedó huérfana de padre, razón por la que había buscado trabajo de camarera en un café de la ciudad, y no se avergonzaba por ello. Ayudar a su madre con las facturas no le suponía ni un sacrificio ni una obligación sino un derecho y una libertad que ella misma se había tomado. Ganar una beca para uno de los mejores institutos del país fue su propósito mientras cursaba primaria; si su madre hubiera tenido que pagar algo más que su uniforme, jamás habría estudiado allí. Incluso sus libros de texto los pagaban la asociación de padres.
Era excepcional en muchos sentidos. Académicamente hablando, destacaba por sus altas calificaciones, las cuales habían elevado la media de su anterior colegio y del mismo instituto de élite. Siempre había sido la primera de la promoción; como sus notas nunca flaquearon contaba con una cuantiosa beca. Ahora bien, no era en ese campo en el único en el que destacaba. Tocaba el piano en el conservatorio desde que tenía ocho años y ya había terminado todos los estudios necesarios para ser maestra de piano. También había tomado parte en el coro del instituto hasta que se percató de que no tenía nada nuevo que aprender. En los deportes, era la mejor tanto entre los chicos como entre las chicas. El año anterior se llevó una medalla de oro en atletismo femenino en la competición nacional de institutos; ese año había ganado otra medalla de oro en gimnasia rítmica. Su nombre y su fotografía aparecían tantas veces en los periódicos que ya había perdido la cuenta. Su madre guardaba con cariño cada recorte en un álbum.
Fuera a donde fuera, todo el mundo consideraba que ella era perfecta, un ser angelical y divino caído del cielo para mejorar ese mundo, el día a día. Ella no estaba tan segura de aquello; era demasiado modesta. Nunca se consideró mejor que los demás, pues sabía que estaba justo donde se encontraba después de muchos y largos sacrificios. No tenía vida social, no más de la que podía aprovechar mientras se encontraba en el instituto. Si no estaba trabajando, estaba estudiando y, si no estaba haciendo ninguna de las dos cosas, estaba entrenando o aprendiendo alguna que otra cosa nueva. Su vida era un no parar de actividades y estudio para destacar, para lograr sus objetivos. Si quería ir a una buena universidad y tener una gran beca que la respaldara, necesitaba todo aquello.
Quería ser doctora. Desde que era pequeña, siempre había soñado con ser una de esas personas encargadas de salvar vidas. Además, quería ser cirujana de emergencias para asegurarse de salvar más vidas. Tenía muy buen pulso, ya estaba estudiando un poco sobre medicina y no era nada aprensiva. Justo lo que se necesitaba para poder ser una cirujana. Su madre estaba encantada con la idea, pues todos los padres deseaban que sus hijos fueran médicos o banqueros o todos esos trabajos que se consideraban mejores. A ella eso no le importaba. Trabajaba de camarera y no se sentía menos digna por ello, pero quería salvar vidas.
— ¡Kagome!
Para ella era imposible tener un solo minuto de paz; eso era algo que había aprendido a lo largo de los años. Cuanto más se esforzaba uno por destacar, más difícil se hacía tomarse un respiro y disfrutar de una agradable brisa de primavera. Así pues, preparó su mejor sonrisa y se volvió hacia la chica que acababa de llamarla.
— ¿Ocurre algo, Yuka?
— Es el examen de inglés…
Yuka agarró su mano sin miramientos y tiró de ella, obligándole a correr a su espalda. La siguió extrañada por el pasillo hasta llegar a su clase de segundo de bachillerato. Al entrar, todos sus compañeros estaban sentados en sus pupitres y la recibieron como si fuera una maestra. Un sudor frío le recorrió la espalda mientras su mente divagaba sobre la única explicación posible que podía encontrar. Debió pasear por el jardín, en un sitio en el que resultara poco visible.
Se vio empujada hacia la pizarra, donde estaban escritas unas preguntas relacionadas con los últimos temas que habían dado, los temas que entraban en el examen. Leyó la primera pregunta en voz alta y empezó a explicarla como una autómata, sin titubeos ni cavilaciones. Había estudiado mucho y muy duramente, sabía con certeza de lo que estaba hablando. La clase la escuchó atentamente, tomando notas de todo lo que decía mientras que ella se esforzaba por explicarlo de la forma más sencilla posible.
Pasó de explicar el ensayo en inglés a hablar sobre los tiempos verbales y las excepciones de cada tiempo sin dejar de mirar el reloj. Todavía quedaban tres cuartos de hora para que terminara por completo el recreo que daban para comer entre la clase de la mañana y la de la tarde. Sin poder evitarlo, mientras daba la explicación, fijó la mirada en el único pupitre de la clase vacío además del suyo. Él no estaba allí; tampoco le sorprendía su ausencia. Nunca estaba en el lugar apropiado, nunca hacía lo que se suponía que debía hacer.
Quedaba media hora de recreo cuando terminó de explicar y contestar las dudas. Salió de la clase de nuevo, dejando solos a sus compañeros con el estrés del examen, y volvió a caminar por los pasillos. Ella no podía estudiar justo antes de un examen, ni repasar. Tenía que ir al examen con la seguridad de que ya había estudiado bien en su casa. Quizás fuera demasiado maniática. Al fin y al cabo, descontando a los vagos de turno que nunca estudiaban, ella era la única que no se comportaba como si fuera el fin del mundo antes de un examen.
Se detuvo en mitad del pasillo junto a una de las muchas urnas para las votaciones del comité de estudiantes y la miró preocupada. Casualmente, había salido como una de las candidatas a las elecciones. Si tenía más votos que los demás, sería presidenta del comité por segundo año consecutivo. Todavía no había dejado el cargo y ya temía tener que firmar para hacerse cargo de la próxima "legislatura". Estar en el comité estudiantil le daba muchos puntos extracurriculares para la universidad, pero volvía su vida un poco más agobiante. Ya tenía más que suficiente con el trabajo, los estudios y las competiciones. Tomar el puesto otro año le parecía cargarse un peso muerto a la espalda.
Movió la cabeza de un lado hacia el otro, asegurándose de que estaba sola en el pasillo, de que nadie anduviera cerca, y se acercó a la urna. Con cuidado, levantó la tapa de una urna rebosante de papeletas.
— Vamos a ver…
Primera papeleta: Kagome Higurashi; segunda: Kagome Higurashi; tercera: Kagome Higurashi; cuarta: Kagome Higurashi; quinta: Kagome Higurashi…
Horrorizada, leyó una papeleta tras otra y las volvió a meter en la urna asustada por lo que se le venía encima. Había tenido en sus manos alrededor de treinta papeletas con su nombre y ni siquiera había llegado hasta el fondo de la urna. Lo peor de todo era que esa urna no era más que una de quince. Sería muy sencillo aprovechar ese momento para deshacerse de las papeletas y salvarse del cargo, pero ella no jugaría sucio por más difícil que se lo pusiera la vida.
— Higurashi.
Justo cuando colocaba de nuevo la tapa sobre la urna, escuchó a su profesor de Educación Física llamándola. Sintió un escalofrío que le recorría todo el cuerpo antes de volverse hacia él son una falsa sonrisa de inocencia.
— E-Entrenador, ¡qué sorpresa!
— ¿Qué hacía Higurashi?
— Yo… esto… -E-Estaba…
— ¿Estaba espiando las papeletas de la urna?
— N-No… no exactamente… yo…
¡Qué nerviosa se estaba poniendo! Si seguía balbuceando de esa forma, no conseguiría que la creyera nunca.
— Higurashi, no tiene de qué preocuparse. — le aseguró — Todos sabemos que permanecerá en su cargo de presidenta.
Lamentablemente, era cierto. Los profesores pensaban que ella era una especie de ser mágico o de otro planeta, quizás un unicornio, capaz de hacer un millón de cosas al mismo tiempo sin que le cayera una sola gota de sudor. Muy a su pesar, no estaba dispuesta a perder esa imagen de poder.
— No dudaba de mi presidencia, por supuesto. — se cruzó de brazos arrogantemente — Solo estaba algo impaciente. Tengo muchas ideas para el próximo año académico.
— Siempre tan trabajadora.
Siempre tan idiota, más bien. Se metía en todos los líos ella solita y, luego, se preguntaba por qué tenía tan poco tiempo libre para descansar o pasar un día sin hacer nada en absoluto.
— ¿Deseaba algo, entrenador?
— Sí, quería hablar contigo sobre tu próxima medalla de oro.
— Por favor, entrenador... — musitó con modestia — Ni siquiera he recibido todavía la última.
— La próxima semana, durante su discurso inaugural del nuevo curso como presidenta, se le hará entrega de su medalla de oro.
Otra medalla más que colgaría su madre en el salón de casa; el instituto pondría una réplica en su hall particular de la fama. Prácticamente ocupaba medio hall ella solita con sus trofeos. Empezaba a plantearse que, con eso de conseguir la beca para la universidad, se estuviera extralimitando.
— ¿Y qué tenía pensado entrenador? — le preguntó.
— ¿Has bailado alguna vez?
Baile. Ese era un campo totalmente inexplorado para ella. Nunca había bailado en ninguna extraescolar, ni para ningún concurso. Tampoco bailaba en la discoteca con sus amigos los fines de semana, pero eso era porque no tenía vida social, ni tiempo. Si tuviera algo de tiempo libre, podría permitirse tener amigas de verdad en lugar de admiradoras y, si tuviera más tiempo libre, saldría los sábados por la noche bailar.
— Lo siento entrenador, nunca he bailado nada en absoluto.
— Bueno, seguro que lo coges en seguida. ¡Eres una estrella!
Sí, seguro que lo cogía en seguida; eso era lo que más le asustaba. En cuanto se le diera bien otra cosa más, la apuntarían a otro concurso intercolegial y acabaría entrenando una media de cuatro horas diarias sin dormir por la noche para hacer frente a sus estudios.
— En la próxima clase de Educación Física, empezaremos.
¿En Educación Física?
— Así, te encontraremos también una pareja, aunque no creo que ninguno de los zoquetes de tu curso sea digno de ti.
¿Una pareja?
— Nos vemos, Higurashi.
No tuvo ni tiempo de preguntarle a qué se estaba refiriendo con eso de que practicarían en clase y de que necesitaría una pareja. ¡El programa de Educación Física! Seguro que si lo leía detenidamente encontraría que el baile no era una actividad curricular. De no ser así, daría un anónimo chivatazo a la dirección para que lo impidiera. Aquel último año era el más importante para su carrera, era el definitivo, y quería estar lo menos cargada posible. Incluso había dejado el conservatorio en vista de que ya tenía el título.
Continuó caminando por los pasillos a la espera de que sonara la sirena que daba comienzo las clases cuando una puerta medio abierta llamó su atención. Dentro, parecía estar todo a oscuras; era el laboratorio. Escuchó voces hablando dentro, pero no pudo distinguir lo que decían, ni siquiera podía saber de quiénes se trataban. Se puso de puntillas para evitar ser escuchada, ya que parecían estar escondiéndose, y se acercó. Asomó la cabeza por la abertura, desde donde enfocó los ojos hacia la oscuridad hasta que se adaptaron y pudieron distinguir las siluetas. ¡Era él!
Inuyasha Taisho, el rebelde sin causa del instituto, parecía estar tramando otra de las suyas. Se encontraba sentado sobre el suelo de azulejos con las piernas cruzadas. En el círculo que formaba sus piernas, tenía una enorme probeta con un líquido verde y espumoso. ¿Qué estaría haciendo? No sabía qué había puesto dentro, pero, si algo tenía muy claro, era que a Taisho se le daba fatal la química; aquello estaba destinado al desastre. Fue entonces cuando vio a dos de los chicos más diestros en química que había conocido en toda su vida. El alivio la embargó. Si ellos lo ayudaban, no incendiaría el instituto.
— ¿Seguro que esto funcionará, empollones?
Frunció el ceño al escucharle utilizar esa palabra de nuevo. Inuyasha nunca era agradable con nadie, jamás. Ponía motes a todos los que se cruzaban con él; odiaba especialmente los motes que le ponía a ella. Hasta entonces, la había llamado niñata, renacuaja, empollona y nena. El último de todos era el que más odiaba porque… porque... porque, en cierto modo, no le sonaba mal del todo.
— Claro Inuyasha, la mezcla es perfecta.
— Más te vale.
A pesar de lo desagradable que era con todo el mundo, incluida ella misma, no pudo evitar fijarse y admitir que era realmente atractivo. No era de extrañar que la llamara renacuaja teniendo en cuenta que él medía cerca de dos metros. Aunque ella midiera su buen metro setenta, era una enana en comparación. También estaba muy fuerte, más que el resto de los chicos del instituto; había oído rumores de que en su casa tenía su propio gimnasio. Siempre llevaba el uniforme descolocado y no respetaba la norma de llevar camiseta blanca bajo la chaqueta. En su lugar, camisetas de colores llamativos o grupos de rock; ese día, por ejemplo, llevaba una camiseta de color naranja de los Ramones. Como presidenta del comité estudiantil, le ordenaron desde el profesorado llamarle la atención al respecto, pero él no hacía caso y se volvía más borde si era posible.
Un destello de su plateada cabellera la distrajo. Siempre sintió curiosidad por ese color tan maravilloso. Desgraciadamente, el cabello le caía en una desordenada melena hasta la mitad de la espalda que poco le favorecía. De tez bronceada y ojos dorados parecía un surfista. A veces, por su forma de caminar, creía que estaba dispuesto a comerse el mundo. Sin embargo, las otras chicas no lo veían tan atractivo como ella. Les había oído comentar que era feo, sucio, desordenado y descuidado. No se atrevería a decir tanto como que era sucio, pero sí era verdad que era un desordenado y que no cuidaba ni de su imagen, ni de sus cosas. Siempre estaba buscando el Iphone o el paquete de cigarrillos porque los dejaba en cualquier parte. Ahora bien, no era feo en absoluto.
Lo vio sacar un cigarrillo del paquete que parecía no haber perdido por el momento y llevárselo a los labios. Si algún profesor lo pillaba fumando dentro del centro, se le caería el pelo, pero solo por un día. Su padre lo arreglaría todo con una donación para que no lo echaran del instituto una vez más y ya está. Sacó el mechero del bolsillo interior de la chaqueta y lo encendió dejando que la llama iluminara su rostro. En ese momento, dio un paso hacia delante para verlo mejor con tan mala suerte que se descuidó y golpeó la puerta con la punta del zapato.
Inuyasha la vio. Durante unos instantes, se quedó mirándola fijamente como si creyera que era un fantasma. Después, bajó la vista hacia la probeta que tenía protegida en el círculo de sus piernas y volvió a alzarla para mirarla.
— ¿Qué haces tú aquí?
— Yo…
— ¡Largo de aquí, niñata!
Y empezó a lanzarle cosas. Le tiró probetas de cristal que se rompieron al impactar contra el suelo. Se apartó inmediatamente, echándose hacia atrás, y lo miró furiosa por su despótico comportamiento.
— ¡Eres un idiota Inuyasha Taisho! — le gritó.
Inuyasha era la única persona en el mundo capaz de hacerle perder los papeles de esa forma. Se volvió con los puños apretados a los costados, los labios prietos y el ceño fruncido hacia el pasillo y siguió su caminata mosqueada con el chico que acababa de atentar contra su integridad física. ¿Por qué demonios se enfadaba tanto? Si no quería que nadie lo descubriera, podría haber cerrado la puerta. Además, era él el quien estaba haciendo algo malo, no ella.
Avanzó por el pasillo echa un basilisco. Estaba a punto de darle la vuelta a la esquina sin parar de refunfuñar cuando escuchó un estruendo a su espalda y su corazón golpeó fuerte contra su pecho ¿Eso era una explosión? Se volvió de un solo movimiento. Entonces, vio humo espeso y negro saliendo del laboratorio que acababa de abandonar. Tres figuras salieron de allí tosiendo violentamente. Una de ellas maldecía con agresividad diciendo insultos que ella nunca había escuchado. Se sonrojó ante las groserías del muchacho.
De repente, Inuyasha se encabritó, agarró de la chaqueta a uno de los muchachos y lo estampó contra la pared con fuerza.
— ¿Se puede saber qué ha sido eso?
— Y-yo…
— ¡Dijiste que era seguro! — le recordó — ¡Que no había margen de fallo!
— ¡Y no lo había!
— Entonces, ¿qué ha pasado?
No iba a consentir que tratara de esa forma a esos dos pobres muchachos. Se apresuró a cuadrar los hombros para asumir su puesto como presidenta y se dirigió hacia él.
— ¡Suéltalo! — le ordenó.
— Esto no es asunto tuyo, niñata.
La ignoró por completo una vez más para volverse hacia el muchacho al que estaba a punto de zurrar. Sabía que no podía usar la fuerza con él y que haría todo lo contrario de lo que ella le dijera por el gusto de fastidiarla, así que cambió de táctica.
— Takeshi, ¿Inuyasha os obligó a preparar la mezcla?
— ¡Sí!
— ¡No mientas, desgraciado! — lo sacudió — Yo os lo pedí educadamente y aceptasteis.
— ¿Esperas que me crea ese cuento? — le recriminó antes de volverse de nuevo hacia el otro — ¿La mezcla era inflamable?
Recordó que Inuyasha había encendido su cigarrillo justo sobre la probeta.
— ¡Sí, era inflamable! — gritó aliviado — ¡Fue él!
— Bien, pues ya tenemos al culpable.
Dirigió la mirada acusadora hacia Inuyasha; este los miró a los tres por turnos sin terminar de asimilar lo que acababa de suceder. Percatándose al fin de que ella lo estaba tomando a él por el culpable, dejó caer a Takeshi al suelo. Tanto el susodicho Takeshi como su amigo salieron corriendo. Deseó gritarles que no la dejaran sola con Inuyasha, pero ya era demasiado tarde y no le demostraría a Inuyasha su debilidad ante él.
— No está bien que amenaces a otros estudiantes para que preparen tus jugarretas. — lo sermoneó.
Seguro que estaba preparando aquello con algún propósito.
— Te tienes bien merecido lo que te ha sucedido. — se cruzó de brazos — ¿Eres consciente del daño que podríais haberos hecho?
— ¡Ja! ¿Vas a sermonearme?
— Te recuerdo que soy la presidenta del consejo estudiantil y que tengo poder para sermonearte y castigarte. — le contestó irritada.
— Esto se pone interesante, nena.
De un rápido movimiento, estiró el brazo y agarró su muñeca. Para cuando pudo percatarse del agarre, fue empujada contra la pared, donde se encontró atrapada. El cuerpo de Inuyasha ante ella le impedía escapar de su prisión y la cercanía la ponía nerviosa sin saber el porqué. ¿Con qué derecho la estaba tratando de esa forma? ¿Quién se creía que era? Además, su mano en su muñeca, su contacto… le estaba quemando la piel. Quería que la soltara inmediatamente.
— Suéltame.
— Quizás, si me lo pides con más amabilidad…
— Suéltame, por favor.
— Eso me gusta más. — sonrió — No voy a soltarte, nena.
Estupendo, ya empezaba con sus jueguecitos.
— ¡Estoy harta de tus tonterías! — se quejó — Me llamo Kagome, ¿entiendes? Y no pienso consentir que te burles de mí con esos motes…
— Pero si tienes carácter, nena. Pensaba que eras tan perfecta que nunca explotabas.
Iba a matarlo lenta y dolorosamente. Se aseguraría de que se retorciera de dolor a sus pies. Cuando le suplicara una muerte piadosa, ella, en lugar de dársela, continuaría torturándolo sin descanso. ¡Dios! ¿En qué estaba pensando? Inuyasha Taisho le hacía perder los papeles de tal forma que siempre terminaba pensando en cosas tan desagradables y tan impropias de ella como aquellas. Si solo fuera un poco más amable o menos agresivo e impulsivo de lo que era... ¿No se daba nunca cuenta de las consecuencias de sus actos?
Intentó desasirse de su agarre en la muñeca sin ningún éxito. Lo único que logró fue que él apretara más, consiguiendo hacerle daño. Se removió para escapar del círculo de sus brazos que la aprisionaba contra la pared, pero él no cedió ni un poquito y adsorbió incluso más espacio. De repente, lo tenía tan cerca que sentía su aliento contra la piel y su pecho rozaba su torso. Nunca ningún chico se había acercado tanto a ella.
— Pareces nerviosa, nena.
Y lo estaba. Tenía que apartarse de ella cuanto antes porque no le gustaba en absoluto lo que estaba empezando a sentir en ese momento. Eso no podía estar sucediéndole a ella. No le gustaba Inuyasha Taisho, nunca le había gustado y nunca le gustaría. Era rebelde, agresivo, impulsivo, desagradecido, desordenado y muy, muy malo. Jamás se enamoraría de alguien como él; no cometería ese error. Sin embargo, cuando lo vio descender hacia ella, hacia sus labios y se cerró aún más la corta distancia entre los dos, el corazón empezó a latirle con fuerza contra el pecho. ¿Iba a besarla?
Una corriente eléctrica recorrió todo su cuerpo y todo un cupo de sanciones totalmente nuevas para ella la inundaron. ¿Qué era todo aquello? Apretó la cabeza contra la pared intentando alejarse de sus labios, pero allí no tenía escapatoria. Él estaba a pocos centímetros, cada vez más y más cerca. Cerró los párpados con fuerza, como si haciéndolo pudiera evitar el ataque, y sintió el roce de sus labios contra los de ella.
— ¡Higurashi!
Era la voz de Houjo. Oía sus pasos corriendo por el pasillo; había más pasos a parte de los de él. Aturdida y alterada, hizo lo único que se le ocurrió para escapar de aquella vergonzosa escena. Levantó la pierna derecha y la bajó con fuerza, pisando con el tacón de los mocasines el pie de Inuyasha.
— ¡Maldita sea!
Se apartó abruptamente de ella, agarrándose el pie dolorido. Kagome se quedó pegada contra la pared, aún asustada por lo sucedido mientras su pecho subía y bajaba en busca del aire que le faltaba. Casi había permitido que Inuyasha la besara; en cima, los habían descubierto. ¡Cómo si no fuera poca humillación!
— Higurashi, ¿estás bien?
Houjo se detuvo a su lado. Colocó las manos sobre sus hombros preocupado por la expresión de terror en sus ojos. Sacó fuerzas de donde pudo para asentir con la cabeza y poder tranquilizar al muchacho. En cuanto él la soltó, aliviado por su respuesta, se volvió hacia Inuyasha y lo agarró de la chaqueta, tal y como había hecho el rebelde minutos antes con uno de los estudiantes más brillantes en química del instituto.
— ¿Qué le has hecho, desgraciado?
— Nada que tú no le harías…
Houjo no pudo desquitarse con él tal y como hubiera deseado antes de que los profesores se interpusieron entre ellos y los separaran.
— ¿Qué ha sucedido aquí? ¿Qué ha sido esa explosión?
No lo dudó ni un instante.
— Inuyasha Taisho. –— dijo — Él ha sido.
Inuyasha la fulminó con la mirada. Aunque no lo dijo en voz alta, supo que la estaba llamando chivata. Tal vez lo fuera por hacerlo, pero necesitaba una pequeña venganza por lo que acababa de suceder.
— ¿Usted está bien alumna Higurashi? — le preguntaron — ¿Le ha hecho algo? ¿Quiere presentar alguna queja?
Desvió la mirada hacia Inuyasha. Entonces, él le sonrió con picardía, desafiándole a contarlo con la mirada. ¡Jamás! No pensaba dejar que se descubriera aquel momento tan vergonzoso.
— No, yo estoy bien. A pesar de haber provocado la explosión, Taisho tuvo la "amabilidad" de apartarme del humo.
Supo que estaba sorprendido por sus palabras en cuanto ella las pronunció en voz alta. Mientras se dejaba llevar por los profesores hacia dirección, volvió la cabeza para estudiarla con una mezcla de sorpresa y confusión. Ella misma estaba sorprendida por lo que acababa de hacer. Había salvado a Inuyasha de un castigo aún peor del que iba a recibir. Podría haber mentido y no haber contado la parte del beso, por supuesto, pero no sintió ganas de fastidiarle más.
Houjo le pasó un brazo sobre los hombros y la guió hacia su clase, puesto que quedaba poco tiempo para que comenzara el examen.
— No te preocupes, Higurashi. — le frotó la espalda — Te protegeré de ese demonio.
El problema era que ella ni quería, ni necesitaba protección. Había luchado desde el primer momento en que lo vio por alejarse de él e ignorarlo, pero, hasta ese día, nunca supo lo feliz que le hacía, en verdad, el saber que ella existía para él.
Continuará…
Siguiente capítulo: Odio.