Romance sangriento

Camille Belcourt era reconocida por ser una vampira de alta sociedad en el mundo subterráneo. Una mujer capaz de asesinar a cualquier sin siquiera pensarlo. Su belleza era admirada por muchos hombres y la envidia de mujeres.

Entonces, Camille se ocultaba en una enorme mansión alejada de todo y todos. Había sospechas de que había muerto, pero para un hombre sin límites, empezando por el hecho de que era Magnus Bane, era puro teatro.

Una noche tormentosa, Camille tomaba una copa de vino frente a la chimenea. Estaba sola, como siempre, observando las llamas escarlatas. Para su sorpresa, la puerta resonó varias veces. Extrañada, se levantó y la abrió con delicadeza.

– Justo estaba buscándote. –saludó Magnus con la voz ronca y sensual.

Oh, ya había descubierto su escondite secreto.

– Magnus Bane, ¿qué haces aquí?

– Un placer verte, también, Camille. –entró sin previo aviso, ocasionando que la vampiresa lo mirase atónita, no por su comportamiento exorbitante, sino por su repentina aparición–. La verdad es que el mundo ha pasado los últimos meses creyéndote muerta, pero yo sabía que era una suposición incorrecta.

– Puedes largarte, Magnus. No quiero problemas después de mi descanso.

– ¿Siempre tratas así a tus invitados?

– Nadie viene aquí. –entornó la mirada.

– Ya veo el porqué. –sonrió y se sentó en el sofá donde anteriormente había descansado la vampira de bonitos ojos esmeraldas–. ¿Por qué vives aquí?

– Porque me da la gana. –suspiró, agobiada.

– Oh, no, queridita. Ese comportamiento no funciona conmigo. –Magnus hizo un ademán con la mano–. No finjas que no te duele; detestas estar sola.

La idea de propiciarle un puntapié resultaba atractiva.

– Prefiero estar sola a estar con cualquier subterráneo. Oh, ¿qué crees?, eso te incluye. Largo de mi casa. Ahora.

– Eso no me incluye, y lo sabes bien. –le dirigió una mirada sensual y le sonrió de la misma forma. Camille puso los ojos en blanco.

– Entonces... –hizo silencio sin saber que contestar–. Muchísimo menos.

– Tardaste bastante en responder. –apuntó con diversión.

– Tardé pensando algo no tan hiriente como lo que iba a decirte.

– Eso dolió. –apuntó con fingida melancolía.

– Me vale. –rodó los ojos.

La rubia miró su sofá, en el que estaba sentado el brujo.

– Muévete. –ordenó.

– ¿Por qué habría de hacerlo? –la retó.

– Porque quiero mi sillón. Muévete y lárgate.

– Entonces, ven y quítame...

Camille lo empujó hacia ella, pero entonces ambos cayeron al suelo. Él sobre ella, a milímetros de su rostro.

– Quítate de encima. –murmuró Belcourt.

– No quiero. –sonrió con diversión.

– Sí quieres. –rodaron y ella quedó sobre él, se levantó y se lanzó al sillón con su copa de vino–. En serio, ¿qué quieres?

– Ver por mis propios ojos que estás viva.

– ¿Y eso a ti que te importa?

– La verdad... –el tono de Magnus pasó de atrevido a serio. Los cambios de humor del brujo siempre habían provocado nauseas en la vampira; su bipolaridad era increíble–. La verdad es que no toleraría perderte, Camille, yo aún te amo.

– ¡Já! Eso yo no me lo creo, te recuerdo que estás con ese nephlim. –habló burlona.

– Camille, voy en serio.

– Lo sé. –admitió–. Magnus, sé que vas en serio, pero de verdad yo por mi parte no quiero problemas con Alexander Lightwood.

– No los tendrás, si te hace daño a ti... me hace daño a mí.

Camille pudo desmayarse allí sin más, pero aspiró innecesariamente y lo miró a los ojos.

– Lárgate. –aplicó levantándose.

– ¿Qué?

– ¡Que te largues de mi casa ahora!

– No lo haré.

– No te estoy preguntando, lárgate ya. –las lágrimas ácidas comenzaron a correr por su rostro–. ¡Lárgate ya, Magnus Bane!

– ¡Entiende que no quiero! ¡No pienso dejarte!

– Magnus...

– Camille, te amo. Y no quiero cometer el error de dejarte otra vez, por favor comprende. Déjame amarte como nunca te amé.

– Me harás daño de nuevo.

– Nunca, nunca vuelvas a decir eso Camille Belcourt. –la abrazó–. Eres la persona que más amo en éste mundo, te amo.

Magnus la besó delicadamente. Camille se quedó paralizada ante esa conexión que no había sentido durante años, entonces se dejó llevar. Los besos se convirtieron en caricias, luego en gemidos, últimamente en gritos de pasión. Querían demostrarse su amor antes de que volvieran a lanzarlos al suelo.

Acabado su acto se miraron a los ojos fijamente. Acariciando cada parte de su cuerpo.

– Dilo.

Camille bajó la mirada.

– Dilo

– Te amo. –lo cortó sin pensar, subió de nuevo la vista para observar cada parte de su cuerpo–. ¿Ya estás feliz, Bane?

– No te dejaré jamás, eres solo mía.

– Quiero serlo.

– ¿Es una promesa?

– Es una promesa. –la sellaron con un profundo beso para luego seguirse demostrando su amor mucho más fuerte que antes.

Estar juntos era lo querían. Y eso nadie se los arrebataría.