- Todos los personajes pertenecen a Rumiko Takahashi, para su creación "Ranma ½". Esta humilde servidora los ha tomado prestados para llevar a cabo un relato de ficción, sin ningún afán de lucro.
- Espero que los fanáticos de esta serie como de sus personajes me disculpen por las libertades que puedo tomarme de aquí en adelante para la creación de esta historia. Tratándose de una historia nacida de mi imaginación, es muy probable que los personajes no se comporten de acuerdo a los cánones preestablecidos por su creadora original.
- Agradezco con antelación a todos los que se arriesgarán a leer y acompañarme en el desarrollo de esta historia. Por su tiempo y paciencia, muchas gracias.
"Strangers on a train"
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Capitulo I
"Blue eyes"
No había nada que ella detestara más que viajar un día lunes en el metro.
No es que fuese tan distinto a otros días la verdad, pero a ella siempre le había parecido que los días lunes en particular, la gente tendía a enloquecer y nunca había sabido el motivo concreto de por qué el dichoso medio de transporte iba más atestado de gente que otros días; o al menos, eso era lo que pensaba ella cada vez que se subía al vagón. Quizá simplemente se trataba de una consecuencia de ser lunes, así tal cual, porque para la mayoría de las personas, los lunes se habían convertido en el peor día de la semana y quizás el hecho que el medio de transporte sufriera una sobrecarga de personas confirmaba aquel planteamiento.
Y ese día lunes no había sido la excepción…
Ese día era lunes y había resultado un tanto pesado para la chica que corría hacia la estación más cercana de metro. Su nombre era Akane Tendo, y era una chica bastante normal, de veintidós años de edad, delgada y de mediana estatura quien tenía por costumbre llevar sus cabellos azulados cortos en una melena. Akane trabajaba en pleno centro de Tokio como dependienta en una elegante tienda de ropa exclusiva, aunque para ella los diseños que se vendían en aquella tienda eran simplemente ropa común y corriente pero llamativa y con una firma de gente importante en sus respectivas etiquetas. Muchas mujeres y hombres también, estaban dispuestos a pagar el equivalente a un año completo de su sueldo sólo para adquirir una prenda diminuta que poseía el único mérito de haber sido creada por algún diseñador exitoso y famoso.
Eso estaba bien, puede que a algunas personas les pareciera que las comparaciones de la muchacha resultaban exageradas y hasta envidiosas, pero si tuvieran que atender todos los días a señoras que nunca se conformaban con lo que ella les ofrecía porque en el fondo pensaban que al probarse esos exclusivos diseños terminarían siendo igualitas a la actriz que ganó el último premio Oscar, a la cantante de moda, a la princesa heredera o a la modelo famosa, entenderían el porqué de la molestia de la chica. Simplemente ella no podía entender que esas mujeres no atendieran razones cuando ella trataba de explicarles que por más que quisieran, ellas no serían nunca como las celebridades que aparecían en las revistas.
Bueno, así las cosas ese lunes por la noche, la última niñita mimada que ingresó por la puerta de la tienda en la cual ella trabajaba se tardó más de tres horas en salir de allí… con las manos vacías y diciendo que jamás encontraría algo decente que ponerse para su baile de graduación.
¡Por favor!, ella hubiese comprado cinco vestidos o más para su fiesta de graduación con el dinero que costaba sólo una de las prendas más económica que la mocosa se había probado.
El caso es que como solía ocurrir de vez en cuando, por culpa de la niñita mimada, Akane tardó en salir de su lugar de trabajo más de lo habitual para tomar el tren que la acercaba a su casa. Siempre tomaba el metro a la misma hora para llegar a su hogar temprano y así no preocupar en demasía a su padre y a su hermana mayor, y no es que ese día se hubiera convertido en un día excepcional como para hacerle perder aquel tren, pero su hora de salida le daba la ventaja de caminar tranquilamente hasta la estación, de vez en cuando detenerse a comprar alguna golosina o los postres que tanto le gustaban a su hermana mayor en un pequeño local cerca de la estación y hasta le sobraba tiempo para echar un vistazo a las vitrinas de las tiendas cerradas que rodeaban su lugar de trabajo y soñar con que algún día, sus propios diseños adornarían esas vitrinas y se venderían en alguna de ellas.
Pues bien, ese lunes Akane no pudo hacer su recorrido habitual, calmadamente como siempre le gustaba hacerlo. No, ese lunes por culpa de la chica malcriada, tuvo que correr las cinco cuadras que la separaban de la estación de metro, esquivando un montón de obstáculos por el camino y casi no logrando ingresar dignamente por las puertas de la estación ante la burlona mirada del guardia del lugar, quien estaba segura, se hubiera regocijado si el tren que ella abordaba todos los días a la misma hora se iba sin ella poder tomarlo, cerrándole la puerta en las narices.
La muchacha detuvo su alocada carrera y observó al guardia de manera altiva y cuando pasó por su lado, le entregó su mejor mirada asesina y le regaló una sonrisa sarcástica al tiempo que hacía una leve inclinación a modo de saludo.
-Buenas noches, señorita –contestó el joven haciendo una leve reverencia con su cabeza.
Su tono de voz y el gesto excesivamente amable con el que hizo la reverencia para saludarla, consiguieron que ella recelara aún más de él. ¿Que en ése tipo de trabajos no habían turnos? ¿Por qué se topaba siempre con el mismo guardia petulante de siempre?
Bajó las escaleras corriendo y olvidándose por un momento del guardia, no había tiempo para pensar en una respuesta que darle al hombre burlón.
Sacó su pase del bolso que usaba con el uniforme de la tienda y lo acercó al visor, la luz marcó verde y pudo pasar el segundo escollo que la separaba de su ansiado hogar. Siguió corriendo al escuchar que el tren se detenía en la estación y bajó el segundo tramo de escaleras a toda velocidad.
-"Pensar que en todas partes dice no correr en las escaleras"-se dijo a sí misma, sonriendo mentalmente.
El vagón permanecía detenido frente a ella con las puertas abiertas, así que se apresuró en ingresar. Iba cruzando la puerta cuando la alarma de cierre de puertas comenzó a emitir su característico sonido.
Suspiró de forma cansada y buscó su ubicación preferida, la puerta de enfrente. Apoyó su espalda en la puerta y finalmente pudo relajar sus músculos sabiendo que llegaría a la misma hora de todos los días a su casa para tranquilidad de su familia, pero justo cuando se había acomodado en su lugar fue cuando comenzó el dolor.
Primero sintió la molestia en la parte delantera de sus piernas, luego, el calor que emanaba de su cuerpo que se acrecentaba por la cercanía de la gente alrededor y después, el insoportable dolor en sus pies. Trabajar todo el día de pie, usando tacones aunque no fueran demasiado altos y luego correr cinco cuadras con esos mismos tacones era una sensación que no se la desearía a nadie.
Suspiró nuevamente y se preguntó quién había sido el idiota que inventó los zapatos de tacón, porque sinceramente y si lo tuviera en frente, seguro lo mataría, o al menos lo golpearía por llevar a cabo tal invento. Ella sería feliz si pudiera calzar todos los días de su vida unos buenos zapatos deportivos, pero mientras tuviera que conservar su empleo en esa tienda de ropa exclusiva, ella estaba obligada a seguir sufriendo con esos odiosos zapatos de tacón.
Claro, no los necesitaría demasiado si fuese un poco más alta, pero la naturaleza no la había dotado con un tamaño elevado; su cuerpo era el normal de cualquier compatriota; menuda, delgada y bajita.
Así comenzó el trayecto del tren y su suplicio. Estaba preparada para soportarlo, después de todo era lunes y sabía que las probabilidades de conseguir un asiento para descansar hasta llegar a su destino eran casi nulas. Las veinticinco estaciones y los casi cuarenta minutos de viaje debía hacerlos de pie. Observó a su alrededor y no pudo evitar suspirar fastidiada.
A su lado se encontraba una pareja de adolescentes conversando muy de cerca y cariñosamente. En frente, otra pareja un poco mayor conversando a escasa distancia el uno de la otra de manera cómplice. Y en diagonal, a no más de dos metros de donde se encontraba ella, otra pareja de jóvenes abrazados para evitar que el vaivén del tren los separara ni siquiera unos milímetros.
-"Bueno, creo que es hora de que nosotros también nos demostremos algo de cariño, ¿cierto? –se dijo al momento de abrir su bolso y sacar a su compañero de viaje- ya llegará el día en que alguien me haga compañía a mí también".
La risa de la chica que iba a su lado junto a su novio logró que se desconcentrara y casi consiguió que ella dejara caer el libro que había estado leyendo para hacer más cortos los viajes de ida y vuelta en el metro.
Akane no siempre podía darse el lujo de avanzar en su lectura porque eso siempre dependía de la cantidad de gente que se subía al vagón que ocupaba, pero ese lunes, ella estaba decidida a leer un poco, o por lo menos hacer el intento de escudarse tras su libro para no observar a las parejas que iban a su alrededor.
El tren comenzó a avanzar y ya habían pasado por lo menos diez o doce estaciones de las que debía recorrer para llegar a su destino, no las había contado tratando de concentrarse en la lectura, pero el constante parloteo de la pareja a su lado, las risas de la chica y las recriminaciones del chico, le impedían prestar la atención necesaria a la batalla épica que se desarrollaba en las palabras escritas en aquel libro.
Así que con molestia bajó el libro exhalando un suspiro cansado y comenzó a inspeccionar al resto de los pasajeros del día.
En la fila de asientos, tres señoras regordetas con cara de fastidio iban apretujadas unas contra otras. Al lado de una de ellas, un joven con cara de universitario escuchando música y concentrado en resolver un ejercicio matemático en un cuaderno. Las tres parejas de pie seguían en su propio mundo. Cinco jóvenes viendo sus celulares. Cuatro señores tomados de los pasamanos, tres que parecían oficinistas y uno con ropa común cargando una bolsa con compras de abarrotes y más allá, entre el espacio que queda entre los asientos y la puerta de salida, justo en frente de ella…
-"¿Cuándo subió al vagón?" –pensó de inmediato.
Apoyado en el espacio que separa la ventana de la puerta, camisa china de color rojo furioso, pantalón oscuro, cabellos largos de color negro firmemente trenzados, tez un poco tostada, algo inusual para el común de sus compatriotas y un bolso de deporte descansando a sus pies. Aparentemente el joven iba concentrado en la lectura de un libro; por instinto, Akane trató de enterarse del título de lo que el joven leía con tanta concentración, una acción muy típica de los devoradores de libros, pero no le fue posible hacerlo por la forma en la que él mantenía el tomo en sus manos.
El tren se detuvo en la siguiente estación y la pareja que iba a su lado avanzó hacia la puerta para abandonar el vagón. El chico pasó a llevar al atractivo desconocido y él levantó el rostro, dejando por un momento de leer.
-Perdón –dijo el jovencito, levantando una de sus manos para disculparse.
-No te preocupes –contestó el joven de la camisa roja.
Fue sólo una fracción de segundos en la que los ojos de él se encontraron con los de Akane, pero ese ínfimo momento bastó para que ella pudiera notar los profundos ojos azules que pertenecían al desconocido.
Un azul tan intenso que sin embargo, parecía oscurecido y mezclado con un tono plomizo que le daban una característica particular a su mirada que ella jamás había visto en otra persona.
No sabía por qué se sentía algo nerviosa, ya faltaban sólo cinco estaciones para llegar a su destino y el vagón seguía medio lleno.
Siempre le habían gustado los dulces con sabor a menta, sobre todo los consumía cuando se sentía algo perturbada, así que buscó dentro de su bolso el envase, lo abrió y sacó la pequeña esfera, pero ésta rodó hasta llegar al otro extremo del vagón ante su atenta mirada… y la del atractivo desconocido también.
Akane levantó la mirada y se encontró de frente con el rostro del joven de camisa roja viéndola fijamente. Él hizo un gesto con su rostro como si quisiera decirle que sentía la pérdida de su golosina y ella estuvo segura que en ese momento, su rostro había adquirido el color de la grana.
Esquivó sus ojos y apresuradamente sacó otra esfera que aventó rápidamente dentro de su boca. No supo cuánto tiempo había pasado desde que había descubierto al atractivo chico, pero la puerta del tren se abrió y ella comprobó que era su parada.
¡Bendita estación!, le daba la posibilidad de escapar.
Tomó el libro firmemente en una de sus manos, arregló su chaqueta, tomó el bolsito en que guardaba el bentō que contenía el almuerzo que le preparaba todos los días su hermana mayor y se dispuso a salir dignamente del vagón, sin mirar hacia atrás.
Caminó rápidamente y salió de la estación.
La brisa templada de finales de primavera la recibió en la calle y observó al cielo, las estrellas se reflejaban en el firmamento y la luna regalaba su luz plateada. Afirmó su bolso en su hombro izquierdo con su mano y se dispuso a realizar el camino a su casa… pero esos ojos azules vinieron mágicamente a su memoria y una melodía escuchada hasta el cansancio llegó rápidamente a su mente.
-"Don´t you know blue eyes, you never can win..." – pensó sonriendo para sí ante el recuerdo de ese disco de duetos de aquel cantante norteamericano que al dueño de la tienda en la que trabajaba le gustaba escuchar cuando se encontraba en el lugar.
-Ojos azules–suspiró-. Vaya, al menos hoy tengo algo interesante que contarle a Kasumi. Un encuentro fortuito con mi príncipe azul en un vagón de metro –sonrió-. Después de todo, no todos los lunes resultan ser malos.
El resto del trayecto lo hizo como si flotara en una nube y pensando en que quizás el destino le permitiera encontrar nuevamente al joven de la camisa roja y los bellos ojos azules, pero aquello era bastante improbable, ¿quién se encuentra en un vagón de metro dos veces seguidas con la misma persona?... Definitivamente, no Akane Tendo.
Notas finales:
1.- Bueno, esta es una de esas ideas locas que permanecían guardadas en un rinconcito de mi memoria. Como he dicho en otras historias, mi intención es ir sacándolas de los cajoncitos de mi memoria para compartirlas y no quedarme con ellas sólo para mí.
2.- Creo que los capítulos en esta historia no serán muy extensos (creo, no puedo asegurarlo) y tampoco esperen una historia fabulosa porque no lo es, simplemente es una idea que rondó bastante tiempo en mi cerebro, sin ninguna pretensión que no sea la de entretener un poco y que ahora sale a la luz. Ahora, yo no sé muy bien cómo será el metro en Japón, pero supongo que no difiere mucho de los distintos transportes subterráneos (o no subterráneos) de otros países; me tomaré la libertad de imaginármelo como si fuese el que ocupamos acá en la capital de mi país (libertad de autora).
3.- Y eso, si quieren seguir acompañándome en este nuevo escrito, bienvenidos sean todos.
Por ahora me despido, un abrazo y buena suerte!
Madame…