Disclαimer αpplied.
Advertenciα: FLUFF. ARCOIRÍRIS. ABIERTAMENTE LGBT (y es de madrugada, casi amaneciendo. No me hago responsable de los dedazos a esta hora).
Kαtsudon
(Especiαl)
Amor es αmor
El Trofeo de Francia le traía recuerdos agradables: fue su primera asignación en la liga sénior, en donde se llevó una medalla de plata justo detrás de Evgeni, un joven compatriota con un millón de años de experiencia. También fue la última asignación de Yūri antes de retirarse del hielo, llevándose esa temporada todos los laureles y reafirmándose como una leyenda del patinaje en su país.
Había pasado un año desde el retiro de Yūri y su boda en Hasetsu, y ambos llevaban una vida tranquila en San Petersburgo. El viejo Yakov también se había retirado del rodeo, cediéndole su lugar como entrenador, porque, según sus propias palabras, a pesar de que en el pasado había dudado de sus cualidades como mentor, Viktor había demostrado con creces que podía, y los júniors y séniors de la pista se hallaban encantados de que la leyenda viva de Rusia en persona se hiciera cargo de ellos.
Yūri, por su parte, había declinado la oportunidad de enseñar, pese a que numerosas veces aquel muchacho, Minami Kenjirō, le había pedido que se convirtiera en su entrenador. Sin embargo, Yūri consideraba que le faltaba un poco de práctica y, sobre todo, paciencia para dedicarse de lleno a la enseñanza. Minami dejó de insistir, aunque Yūri decidió hacerle un regalo a modo de disculpa: la coreografía de su programa libre para esa temporada. Minami no cabía en sí de felicidad, y cual niño con un dulce en la mano, aceptó con lágrimas en los ojos, jurando con solemnidad que se llevaría el oro con su coreografía.
Yūri sonrió tímidamente y le prometió que iría a verlo.
Y resultó que por azares del destino en esa temporada Yuri y Minami se enfrentarían en el Trofeo de Francia, la última asignación antes de Grand Prix Final que se celebraría en París dos semanas después.
Viktor no tenía alumnos asignados a Francia. Sus pupilas femeninas ya habían asegurado su clasificación a la final en las copas de China y Rostelecom, y Mikhajil, su pupilo masculino, se había lesionado en el tobillo derecho en el Trofeo NHK, por lo que tuvo que retirarse.
Fue de Yūri que nació la idea:
—Deberíamos ir a ver a Yurio y Minami. Será interesante —le dijo mientras levantaba la mirada del enorme bibliorato de contabilidad que estaba examinado—. Además, me muero por ver cómo Minami-kun perfeccionó la coreografía que le hice.
Viktor sopesó las posibilidades: Anna y Yulia estaban a dos semanas de competir en el Grand Prix Final, y no debía abandonarlas en el momento que más lo necesitaban. La idea de Yūri, sin embargo, sonaba tentadora.
—Sé lo que estás pensando —comentó Yūri—: te apetece, pero no quieres dejar a las chicas solas. Con el tiempo te volviste un entrenador modelo. —Sonrió—. Puedes llevarlas con nosotras, así seguirán con su rutina bajo tus ojos, y también podremos ver a los chicos.
Era una buena idea. Viktor no se lo pensó demasiado. Estar en París dos semanas antes de la competición tenía sus ventajas, la primera: las niñas podrían aclimatarse desde el vamos, y la segunda: no tendrían encima la presión y el cansancio de viajar cinco días antes de las competencias.
Y, como era de esperarse, a las jovencitas les encantó la idea.
—Viktor… —Yūri entró en la habitación, cortándole el hilo de sus pensamientos—. ¿Ya terminaste de ordenar tu maleta?
—Lo siento —contestó el aludido—. Me distraje, pero acabo rápido.
—Yulia llamó —informó Yūri—. Dice que irá directamente al aeropuerto y nos esperará allí.
—Anna me escribió hace un rato —explicó Viktor—. Ella quiere venir para acá e irnos todos juntos.
—Me parece bien —respondió Yūri—. Iré a vestirme.
—Creo que le gustas a Anna. La he pillado mirándote cuando vas a la pista.
—¡Viktor! —Un ligero rubor cubrió las mejillas de Yūri. Era fácil y sumamente divertido hacer sonrojar a joven, y desde hacía años que era su pasatiempo favorito. Viktor rio—. Creo que te ve como un amuleto de la buena suerte.
Yūri sonrió, todavía con las mejillas arreboladas, y se metió al cuarto de baño. Viktor se apresuró a alistar su maleta para las dos semanas que se encontrarían en Francia.
Al poco tiempo, oyó el timbre sonar.
Anna llegó con nieve en el pelo y la nariz roja por el frío de la calle. Viktor la invitó a pasar y le indicó que se sentara en el sofá de la sala.
—¿Quieres té? —le ofreció.
—Muchas gracias, Viktor. —Anna sonrió—. Afuera está nevando. ¿Y Yūri?
—Se está cambiando, ya viene en un rato. El avión sale en cuatro horas. ¿Y tus maletas?
—Mis padres las enviaron directamente al aeropuerto.
No era extraño que sus alumnos frecuentaran su departamento. Con el tiempo se hizo una costumbre, y no era raro encontrar a un pupilo rondándolos después de entrenar o los fines de semana. Sin embargo, a muchos entrenadores no les hacía gracia por aquello de mantener el profesionalismo, pero a Viktor le parecía que era una forma de unir lazos con los chicos. Tampoco era raro que la pareja fuera invitada a por los padres de los muchachos a cenar o a celebrar un triunfo.
Al poco tiempo apareció Yūri en la sala, y los tres bebieron té antes de salir al aeropuerto.
Había dejado de nevar, cosa que Viktor agradecía, porque si la ventisca era lo suficientemente fuerte, podrían cancelar el vuelo y ellos no tenían tiempo que perder. Se encontraron con Yulia y se embarcaron sin problemas.
—Espero que hayan recordado llevar sus patines en el equipaje de mano, chicas. El traje puede perderse, los patines no —les recordó Viktor.
—*—
París los recibió con su típica estampa otoñal. Gente con abrigos y bufandas esperaban en el aeropuerto a sus seres queridos. Viktor se hallaba cansado. A diferencia de Yūri, quien se había quedado dormido en su hombro, no había podido conciliar el sueño y lo único que deseaba era arribar al hotel lo más pronto posible, darse un baño caliente y dormir abrazado a Yūri hasta que rompiera el alba.
Salieron los cuatro del aeropuerto y buscaron con la mirada el uber que ya debía estar esperándolos. Sin embargo, cuando se disponían a abordarlo, Viktor detuvo sus pasos en seco.
—¿Qué pasa, Viktor? —preguntó Yūri. Las chicas, que empujaban sus carritos con el equipaje, se detuvieron a mirarlo con curiosidad.
—¿No lo oyen? —preguntó a su vez el aludido
—¿Qué cosa?
Era un sonido ahogado, apenas audible. Viktor aguzó el oído dispuesto a encontrar la fuente del mismo.
—Es un llanto —afirmó.
Yūri se quedó observándolo con las cejas alzadas. Anna y Yulia lo imitaron. Viktor, repentinamente ajeno a sus acompañantes, dio unos pasos hacia un contenedor de basura y pudo divisar una canasta de mimbre. Al acercarse y ver lo que estaba en su interior, su sorpresa fue tal que estuvo a punto de soltar un grito.
—¡Yūri! —llamó—. ¡Yūri, ven rápido! No lo vas a creer.
Yūri se acercó y soltó una honda exclamación de sorpresa.
¿Qué hacía un bebé ahí?
Envuelta en mantas rosadas, la niña lloraba con toda las fuerzas que le daban sus pequeños pulmones. El frío de afuera le estaba pasando factura, ya que sus labios se hallaban ligeramente azulados, al igual que los deditos de sus manos, que agitaba con vivamente.
No lo pensó ni un segundo. Aunque no estaba seguro de cómo era la manera correcta, Viktor tomó entre sus brazos a la pequeña.
—Dame tu bufanda, Yūri. Está helada.
Anna y Yulia se acercaron a ellos rápidamente. Al ver a la niña, Anna se llevó las manos enguantadas a la boca.
—Un bebé —dijo Yulia—. Pobrecito, con el frío que hace.
—¿Qué vamos a hacer? —preguntó Anna.
—Llamar a la policía —contestó Yūri.
—Vayan al hotel —ordenó Viktor—. Esperen allí, que nosotros nos encargamos.
Era inverosímil hasta el punto de lo risible: ellos, quienes simplemente estaban de paso, eran los que encontraban a una bebé en medio de uno de los aeropuertos más seguros del mundo. La niña no dejaba de llorar, y Viktor la sostenía con fuerza contra su pecho por instinto, transmitiéndole su calor.
—Vamos adentro —dijo—. Por favor, recoge la canasta.
Yūri obedeció, y cuando lo hizo reparó en el sobre que se hallaba entre las mantas.
Hacía solo un momento que Viktor se encontraba gloriosamente cerca de un baño caliente y una cama mullida, pero ahora estaba en la estación de policía, con una bebé en los brazos que no había querido soltar, un Yūri confundido, mensajes de Anna y Yulia que se acumulaban en su buzón, y declarando cómo habían encontrado a la niña en medio del frío de aquella París otoñal.
—Debemos llevar a la niña a un hospital de inmediato, mis señores —les explicó el jefe de policía—. No sabemos cuánto tiempo estuvo en el exterior a merced del frío, ni cuándo comió la última vez. Una trabajadora social se encargará de ella, no se preocupen. Ustedes vayan a descansar, porque probablemente los tenga que llamar a declarar de nuevo por la mañana.
—¿Qué pasará con la niña? —preguntó Yūri.
—De momento el hospital. Mañana pediremos al aeropuerto todas las cintas de seguridad del lugar donde dijeron haberla encontrado y procederemos a encontrar a la madre.
—¿Por qué la madre? —cuestionó Viktor.
—Es el protocolo. Debemos dar con la familia biológica de la niña y devolvérsela.
Cuando una oficial femenina se acercó a él y le pidió a la bebé, Viktor sintió los brazos extrañamente vacíos cuando se la cedió.
—¿Será que podemos acompañarla al hospital? —preguntó. El jefe de policía asintió, ligeramente sorprendido.
—*—
Viktor Nikiforov nunca había pensado en ser padre. Jamás, jamás, se dijo una y otra vez a lo largo de su vida.
Sin embargo, desde que tuvo a la niña torpemente entre sus brazos, sintió una ternura que creyó que jamás sentiría por otra criatura que no fuera Yūri.
Todos los días, guiado por un instinto que no sabía que tenía, después de la práctica con Anna y Yulia, se dirigía al hospital junto a Yūri para ver a la pequeña. Se había decidido dejarla internada: estaba al borde de la hipotermia y con el peso muy por debajo del que debía tener a su edad, dos meses de nacida según los doctores. Y, como le había dicho la trabajadora social, la niña no habría sobrevivido si ellos no la hubieran encontrado.
El Trofeo de Francia terminó con un puesto singular: un patinador español de veintiséis años, que había quedado sexto en la Copa de China, desplazó a los patinadores más jóvenes, entre ellos a Yuri y Minami, quienes debieron ocupar el segundo y tercer lugar respectivamente. El español, pese a su oro, no tenía posibilidades de avanzar hacia la final, por lo que con Yuri y Minami se completaba el cupo de seis lugares en la final.
—¿Qué le pasa al anciano? —inquirió Yuri al notar lo distraído que se encontraba Viktor durante su exhibición.
—No lo vas a creer, pero se encariñó con la pequeña que encontramos en el aeropuerto —contestó Yūri.
—¿Si? —dijo Yuri, incrédulo—. ¿Es el Viktor que yo conozco o se volvió un viejo senil?
—Aunque no lo creas, Yurio.
—Yuri —corrigió el joven ruso—. Si tanto la quiere deberían quedarse con ella. ¿Qué crees tú, Katsudon?
Las palabras de Yuri sembraron una pequeña duda en el corazón de Yūri. ¿Y si…?
—*—
El Grand Prix Final celebrado en París fue un éxito rotundo para los rusos. Yuri Plisestsky había conquistado el primer lugar por tercera vez en su carrera, seguido por un patinador chino y Minami Kenjirō en el tercer lugar. Yulia demostró dos programas soberbios y se quedó con el oro seguida de Anna con una poca diferencia de puntos. La prensa estaba eufórica en Rusia, proclamando a Viktor como un digno sucesor de Yakov Feltsman.
Sin embargo, Viktor, pese a estar feliz por el logro de sus dos pupilas, no se encontraba allí.
La causa era la niña. Se había encariñado tanto con ella en las dos semanas que llevaban el París, que ningún día había dejado de visitarla en el hospital. La trabajadora social se había percatado de ese detalle y le dijo:
—Si no encontramos a la madre, debería adoptarla. Usted y su esposo lo pueden hacer, pero les advierto que no será un proceso fácil.
¿Adoptar? ¿Él? ¿De verdad?
—No es necesario que me responda ahora —lo tranquilizó la mujer—. Vaya a casa y hable primero con su marido. No es una decisión fácil de tomar.
Es una locura, pensó. Yūri y yo, ¿de verdad?
Esa noche, después de yacer junto a su esposo, se lo planteó.
—¿Alguna vez quisiste tener hijos, Yūri?
El otro apoyó su cabeza contra la almohada y lo miró fijamente.
—Nunca pensé que llegaría tan lejos —contestó.
—Tampoco yo –admitió Viktor—. Durante muchos años me dediqué a coleccionar medallas de oro y no pensaba en nada más.
»De hecho, nunca pensé que lo merecía, de todos modos. Soy una persona sumamente egoísta. Pero ahora esa niña, Yūri. Tan sola en este vasto mundo. Tan triste.
»¿Qué es lo que me pasa? —Sonrió—. Hace un año era imposible que pensara así.
—¿La quieres, Viktor? ¿De verdad la quieres? —Pasó una mano por el rostro de Viktor, enternecido.
—La quiero, sí. Pero sé que las posibilidades son mínimas.
—Y los prejuicios muchos —completó Yūri—. Somos extranjeros, ni siquiera vivimos aquí, y para más señas somos una pareja de hombres.
Viktor le dedicó una sonrisa triste.
—¿Qué quieres tú, Yūri?
—Hablé con mi madre y mi hermana. Ellas están encantadas con la idea de una niña correteando por los pasillos de Yutopía. Creo que hasta a Yurio le gusta la idea. —Sonrió como segundos atrás lo hiciera Viktor—. Si la quieres, luchemos por ella, Viktor. Que ella sea un propósito, un sentido, una razón si quieres. Hagámoslo juntos.
—*—
Y aunque parecía imposible, apareció la madre.
Era una mujer joven, casi una niña. Anna y Yulia eran mayores que ella.
—Le dejé una carta explicándoles el porqué de mi decisión.
En efecto, Viktor y Yūri la habían leído antes de entregarla a la policía. Era una frase corta, hiriente si se quería.
—No opté por el aborto porque ya estaba muy avanzada cuando caí en la cuenta —explicó—. Al final la quise, señor Katsuki. Y precisamente porque la quiero mucho es que no deseo estar a su lado. No tengo familia, amigos o una razón de vida. Cualquier persona podría darle lo que yo carezco.
Viktor no se encontraba en Francia en aquel momento. Las nacionales de Rusia se acercaban, y tanto Yulia como Anna se preparaban para ellas con las energías renovadas después de sus triunfos en el Grand Prix Final. Mikhajil también se había recuperado de su lesión y estaba listo para competir. Y no solo eran las nacionales: el Campeonato Europeo y el Mundial los esperaban. Antes de marcharse Viktor le había dejado un poder firmado para que Yūri se encargara de todos los trámites respecto a la niña. La entrevista con la madre resultó corta. Ella no quería a la niña y no había vuelta de hoja.
Esa noche se conectó a Skype para hablar con Viktor.
—Entonces dime, Vitya —le dijo con una gran sonrisa—. ¿Qué nombre le pondremos a la pequeña?
Viktor le devolvió la sonrisa desde el otro lado de la pantalla:
—Yelena. Será Yelena.
—*—
Y, en efecto, no fue fácil.
Yūri se encontró de lleno con miles de prejuicios respecto a ellos. Algunos dudaban abiertamente que dos hombres fueran capaces de cuidar y educar correctamente a una bebé. No podía culparlos, no solo eran hombres, sino extranjeros. ¿Qué garantías tenía la justicia francesa de que la pequeña recibiría el trato de princesa que se merecía? Además eran personas ocupadas. ¿Renunciarían acaso a sus vidas profesionales en pos de la pequeña o contratarían a una niñera para que desempeñara su papel habiendo cientos de franceses que matarían por una oportunidad así? ¿Tan egoístas podrían ser?
Los meses pasaron irremediablemente. Viktor iba y venía constantemente desde Rusia para asistirlos, e incluso la profesora Minako había viajado hasta Francia para acompañarlo. Hasta Yuri, muy a su ruda manera, le enviaba ánimos todos los días.
A veces sentía desfallecer, y temía que la sombra oscura de sus días negros regresara de nuevo a atormentarlo, pero se armó de valor y espantó al fantasma de sus pesadillas. No estaba solo y no volvería a caer.
Junto a él habían otras dos parejas, ciudadanos franceses, que deseaban adoptar a la niña. Ambos luchaban para que el pesimismo no les ganara.
Con el Campeonato Mundial de Equipos se dio por finalizada la temporada de patinaje, y Viktor se instaló con él en París para seguir de cerca el proceso de adopción. La asistente social que había asistido a la niña los primeros días era su principal aliada, abogando por ellos frente a la jueza.
—Serán buenos padres —decía—. He visto el desempeño del señor Nikiforov y del señor Katsuki desde que encontraron a la niña hasta ahora. No ha pasado un día en el que, al menos uno de ellos, la visite en el hogar donde está instalada, y ella ya les reconoce.
—No tendrá a quién decirle mamá —argumentó la jueza.
—Con todo respeto, su señoría, es un concepto arcaico. La familia tradicional no es el único modelo existente en la actualidad. "Mamá" y "papá" son construcciones sociales. Hoy en día los roles los pueden suplir perfectamente una familia homoparental. Si ellos están dispuestos a darle amor, moral y buena educación están más que cualificados. Le recuerdo que hay familias homoparentales bien constituidas en nuestro país. Tanto el señor Nikiforov, como el señor Katsuki tienen un historial limpio. Los dos son campeones reconocidos en el mundo del patinaje y forman una pareja sólida. Ambos tienen familias en sus países y el total apoyo de sus amigos. La niña crecerá en un entorno saludable y nada le va a faltar tanto a nivel físico como emocional.
»Le ruego no se deje llevar por prejuicios, su señoría. Piense en lo que está bien para la pequeña y no dude entre lo que quiere y lo que debe ser. Amor es amor.
—*—
Una razón, un motivo.
Un propósito.
Una causa por la cual luchar.
Se hizo el milagro. Un milagro con la forma de la sentencia de una jueza y una niña en sus brazos.
—Quiero que Chris sea al padrino de Yelena —dijo Viktor, eufórico después de besar a Yūri al enterarse de la resolución.
Yūri correspondió el beso con igual efusividad, al filo de derramar una lágrima. Ni conquistar las cinco medallas de oro se le comparaban a la dicha que sentía en ese momento.
—Estoy seguro de que a Phichit no le va a gustar la idea.
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¿Se merece un review?
Bitácorα de Jαz: tuve un cierre de semestre horrible y estoy un poco deprimida. Como plus, mi precioso Javi tiene casi nulas posibilidades de avanzar al Grand Prix Final. Todo mal luego :c
Dije entonces: "voy a hacer algo fluff para espantar a la mala onda". Y acá estamos, a las cinco y media de la mañana, sin dormir y con ojeras, escribiendo cómo adoptaron a Yelena. Ella es un personaje que creamos con mi amiga Lu cuando se terminó YOI y esto iba por el tercer capítulo. Aunque yo soy pro childfree, pienso que EN SERIO, Viktor y Yūri podrían ser buenos papás.
En fin. ¿Reviews?
10 de noviembre del 2017, viernes.