Remus sentía una fuerte presión en el pecho que le hundía hacía abajo, haciendo que sintiera la gravedad con una fuerza imparable sobre su cuerpo. No podía incorporarse y desistió al segundo intento.
El chico sentado al lado de su camilla tenía las piernas recogidas sobre el asiento, los ojos cerrados y el cabello desparramado sobre los hombros. Los mechones azabache le caían desordenados, otorgándole sin derecho un aspecto salvaje y despechado.
Remus miró a Sirius mientras dormía plácidamente en la silla. Era una imagen tan natural como el respirar, ver a Sirius dormir no era una gran novedad para él. Siempre que tuviera cuidado podía observarle en silencio cuando él no se diera cuenta, despertándose media hora antes que todos los demás. No era una visión nueva, pero verlo allí, a su lado en la enfermería, tan tranquilo, tan frágil e indefenso, provocaba más dolor que cualquier herida que el lobo pudiera haberle causado.
—Sirius… —musitó Remus, dándose cuenta de que su voz apenas tenía fuerza—. Sirius… —volvió a decir.
Sirius emitió un sonido gutural, un sutil gemido y comenzó a moverse estirando brazos y piernas. En cuanto tuvo los ojos abiertos, se irguió y miró a Remus fijamente. Iba a decir algo, pero las palabras se esfumaron.
—Ey —dijo Sirius en un susurro.
—¿Qué haces aquí? —preguntó Remus incapaz de incorporarse.
—No quería irme.
—Tienes clase.
—Lo sé —dijo Sirius con la mirada fija en el lobo herido sobre la camilla—. Supongo que me da igual.
—No deberías saltarte clases, yo estoy bien y no quiero hacerte perder el tiempo.
—No estoy perdiendo el tiempo.
—No sé que haces aquí —dijo Remus retirando la mirada de aquellos ojos grises, seguía enfadado.
—¿Y dejarte solo?
—Lo hiciste la otra noche. Si esta es tu manera de pedir perdón por no venir… Lo siento, Sirius pero no me sirve —manifestó Remus.
—Yo no tengo la culpa de lo que pasó… —Sirius se miró las manos, sabía que tenía la culpa pero no quería admitirlo.
—Sabes perfectamente que el perro es quien controla al lobo, Sirius. Lo sabes perfectamente —Remus sentía como el lobo despertaba poco a poco. Olvidaba el dolor asfixiante de la herida y se incorporó levemente para mirar a Sirius—. ¡Me dejaste solo porqué no eres capaz de aceptar lo que pasó el año pasado! Pensé que eramos amigos, antes que cualquier otra cosa. Y si he pasado de ti estas últimas semanas es porqué he visto como me miras. Con esa cara de asco, esa rabia hacía mi que no se de donde te sale. ¿Quieres que todo esto acabe? Aléjate de mi de una vez por todas, pero no vengas suplicando perdón después de lo que has hecho.
—Yo no he hecho nada.
—Exacto. No hiciste nada… ¡Te quedaste en la maldita habitación mientras el lobo me destrozaba vivo! —Remus sintió como ardía la herida, como se agarrotaba el dolor alrededor del pecho y le hacía gemir y volver a tumbarse dolorido.
—¿Remus, estás bien? —Sirius se puso de pie y se acercó a él asustado por su repentino ataque de dolor.
—Por favor, vete.
—Remus, yo… —intentó decir Sirius.
—Vete. No quiero que nadie se quede a mi lado por pena. Prefiero estar solo.
Y se fue sin mirar atrás.