Capítulo 29.

Las cosas cambian, los sentimientos nunca.

Londres.

Algunas horas después de caminar por toda la habitación, Hermione se acercó a la ventana, estaba llena de dudas y cada vez que caminaba frente al manual de etiqueta algo parecía atraerle.

Tomó el enlibrado en sus manos, lo observó con detenimiento y comenzó a hojearlo de nueva cuenta. Se sentó en uno de los sofás de su habitación para continuar con su lectura.

Anoche mi madre me dijo que debo elegir un bando…

Bueno y malo.

Malo y bueno.

La chica no daba reposo a su mente ni sus labios dejaban de torturarse mutuamente, sus ojos exploraban ansiosamente las páginas, era como descubrir en cada trozo al platinado, como si esos pedazos de papel la transportaran a los días en los que Draco era tan sólo un inocente niño de doce años, un inocente chico que no era más que un corazón atormentado.

Y Draco lo era, pero los años no pasaban sin dejar huellas imborrables.

Cuba.

Yanara caminaba por la costa de su localidad, sus ojos se perdían en el inmenso mar y sus labios figuraban una sonrisa cruel, detonadora de la maldad en su corazón.

- Yanara… - Su madre la alcanzó con paso veloz y sus ojos voltearon a ver con impaciencia a la chica que tenía varios días perdida, ausente.

- Dime… Madre… - Respondió la chica.

- Es tu abuela…-

El destino no es justo, y la vejez es la mejor prueba de ello.

Yanara caminó hasta su casa a paso impaciente, a pasos desesperados, a pasos que buscaban detener el tiempo.

Londres.

Hermione continuaba leyendo, sonriendo tontamente hasta que se topó de frente con una carta bastante reveladora, unas notas que parecían ni siquiera tener coherencia y que al parecer no buscaban otra cosa más que irrumpir en la calidez que la joven albergaba en su pecho.

Draco:

La cena de hoy dejó bastantes claras tus intenciones, mis padres me han informado todo y no puedo estar en mayor concordancia.

Quiero que sepas de mi propio puño y letra que acepto tu cortejo y espero con el corazón que sea lo mejor para ambos, que sepamos hacernos felices… sabes que creo ciegamente en las historias de amor.

Hermione leyó una y otra vez las líneas que no tenían remitente… no parecía haber lógica, no parecía haber un solo enlace entre la nota y la vida de Draco Malfoy…

La chica se levantó de golpe de su lugar y salió de la habitación con el enlibrado en mano, irrumpió de golpe en el Despacho de su "esposo" y se dirigió hasta Draco.

- Toma tu manual… - Dijo la joven con una expresión insoldable. –Ya no me hará falta.- Acto seguido salió del lugar.

No hace falta decir que Blaise continuaba carcajeándose, y que con lo hecho por la joven solamente se acentuó más su carcajada.

Escocia, cuartel de los Aurores.

El movimiento era impresionante, todos los aurores habían estado en presión gracias a viejos y muy sonados rumores sobre un ataque contra el Ministerio de Magia, un chico con una cicatriz de relámpago observaba con detenimiento un lago, cerca de la frontera de Escocia.

- ¿Harry? – Charlie se acercó a él con media sonrisa y las manos metidas en sus bolsillos.

- ¿Qué hay? – Preguntó con el ceño fruncido.

- Escuché que andas muy apartado del resto… escuché que no buscaste para nada el acercarte anoche en el convivio, que estás y al mismo tiempo no. – Dijo el pelirrojo. –Ron también anda demasiado diferente… ¿Todo bien? –

- Es Malfoy… - Susurró el ojiazul.

- ¿Malfoy? – Preguntó el chico mientras trataba de asimilar la falta de ofensas hacia el platinado por parte de azabache.

- Es que… - Suspiró. – Hace unos años, pasado el torneo de los tres magos… - Negó para sí. - ¿Recuerdas la poesía y las flores que llegaban a Hermione?

- ¿Las que le mandaba Ron? –

- Charlie… -

Ambos jóvenes se miraron atentamente.

- ¿Y lo supiste siempre? –

- Sí… -