Buenas noches personas hermosas de internet…

En esta ocasión vengo a compartirles una gran pasión que siento por el Nathloe jajaja

Les presento este Preámbulo de lo que será Diario de una esposa trofeo.

Tiene lo que todos amamos…

*Genderbender

*Nathloe

*Clichés :v

Yo amo los clichés… creo que el truco está en saberlos escribir y espero poder hacerlo bien :)

Mil besos y no olviden seguirme en mis redes =D

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Disfruten la lectura :*


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DIARIO DE UNA ESPOSA TROFEO

CAPÍTULO I:

Compromiso

Fue en su cuarto aniversario de matrimonio que encontró el diario de su esposa. ¿Quién lo diría? Aquella mujer que siempre parecía indefensa ante su mirada y se mostraba sumisa ante sus maltratos guardaba secretos justo frente a sus narices.

La conoció en primaria. Iban a la misma escuela por aquella época, y en ese entonces, si alguien le hubiese dicho «Te casarás con Nathalie Kurtzberg», probablemente se hubiese desmayado tras reír por horas seguidas y restregar en la cara de quien hiciera tal comentario los mil defectos y desperfectos que aquella mencionada joven -según él- poseía.

No era de extrañarse, después de todo, si algo sabía sobre esa muchacha era que le detestaba, principalmente por las constantes burlas que le brindaba, por su timidez, su sencillez, pero sobre todo por su amor platónico. Ya que, aquel día en que ese dibujo de ella y Marion cayó justo a sus pies no pudo evitar dejar salir la peor parte de él y hacerle el peor bochorno público frente a toda la clase.

―Nathalie Kurtzberg, Cleo Bourgeois, se quedarán al finalizar la clase ―bramó furioso el profesor de química.

―¡No pienso hacerlo! ―Replicó el rubio cruzado de brazos―. Es más, llamaré a mi madre ahora mismo.

―Llame a su madre y se quedará durante una semana entera después de clases ―le amenazó y con el ceño fruncido devolvió el aparato a su bolsillo.

El resto del grupo terminó de salir y el profesor hizo una señal para que Nathalie bajara de la última fila y se sentara adelante, junto a Cleo. Él seguía de brazos cruzados, rezongando entre susurros por estar ahí en lugar de estar en la limosina camino al hotel de su madre.

―En unos minutos les traerán los implementos de limpieza. Quiero que barran, limpien, aseen las mesas y las ventanas. Quiero que este salón brille de pulcro.

―Llamaré a un empleado del hotel ―rodó los ojos y comenzó a marcar, pero el profesor le quitó el aparato.

―¿No he sido suficientemente claro, Bourgeois? ―Preguntó con una siniestra sonrisa en los labios―. Prepárese para arruinarse el fino peinado.

―¡Oh no! Yo no barro, no limpio, no aseo mesas y definitivamente no lavo ventanas.

―Aprenda ―gruñó saliendo del salón, tirando la puerta tras de sí.

Ese hombre estaba enojado, con ambos y por justas razones. En el caso de Cleo, su actitud, sus faltas de respeto y abuso de poder le estaban sacando de quicio al punto en que le daba igual que le corrieran de la escuela, necesitaba darle un castigo a ese muchachito. Por su parte Nathalie, se encontraba en ese aprieto porque el profesor ya no hallaba sentido en enviarla a la oficina del director por estar haciendo sus dibujos en horas de clases y llegar tarde casi todos los días. Asumía que se trasnochaba por estar enterrada en su arte, un arte que a sus profesionales ojos no servía para nada y menos para hacerse un futuro en la sociedad.

―¡No puedo creer esto! ―Seguía revirando con la escoba entre sus manos―. ¡¿Cómo puedes estar tan tranquila?! ―Gritó dirigiéndole una mirada llena de odio y frustración

―¿Y-yo? ―Preguntó al ver a Cleo detrás de ella, puyándole suavemente con el palo de la escoba las costillas―. N-no hagas eso.

―Lo haré hasta que respondas ―necesitaba descargar con alguien su ira, aunque fuera con una persona inocente―. ¡¿No estás enojada acaso?!

―E-el profesor está molesto con nosotros, por eso nos ha castigado. Es normal, creo ―la escoba se alejó y continuó limpiando las ventanas que daban a la calle.

―¿Y lo vas a aceptar así como así? ―Preguntó enarcando una ceja.

―Pues… sí ―respondió suavemente encogiéndose de hombros.

―Mamá dice que las personas que no alzan su voz y exigen lo que quieren nunca obtienen nada ―comentó cruzando sus brazos, sentándose sobre una de las mesas, dejando caer la escoba al suelo.

―Eso es relativamente cierto… creo, pero, a veces también hay que ceder un poco ―respondió levantando la escoba del suelo y recostándola a la pared―. Así, cuando exijas algo las personas tendrán mayor disposición a aceptar tus peticiones, ¿no crees? Además, no me molesta limpiar… yo vivo sola con mi padre así que le ayudo en las labores domésticas cada vez que puedo.

―No sé ni para que me molesto en intentar establecer una conversación civilizada con una simplona como tú ―bufó levantándose de su lugar. Tomando la escoba y haciendo aquella labor tan rápido como le era posible.

Claro está, que mientras él barría el salón de clases, Nathalie terminó de hacer todo lo demás en el mismo margen de tiempo, viéndose totalmente relajada al final, mientras el rubio parecía iba a morir en cualquier momento.

―¡Ay no! ―Exclamó Nathalie observando la pantalla de su teléfono―. Tengo que irme.

Prácticamente le arrebató de las manos la escoba y terminó de recoger el polvo con la pala. Arrojó los desperdicios en su lugar y guardo los implementos de limpieza en el armario de la clase. Tomó su bolso y soltó su cabello, que para la época pasaba levemente bajo sus hombros.

―Hasta mañana, Cleo ―dijo más por cortesía que por desear realmente despedirse de su compañero de clase y tras tomar su carpeta salió del lugar tan rápido como le fue posible.

―¿Hola, mamá? ―Contestó el móvil con la mirada fija en la puerta por la que ella había desaparecido―. ¿Cuándo…? Está bien…

Bajó las escaleras en silencio y subió al auto que había llegado a recogerle. Iba en completo silencio, después de todo, una vez que aquel vehículo se detuviera en su destino no habría marcha atrás.

Ese día, se supone debía aceptar su responsabilidad como único heredero de la familia Bourgeois. Ese día, se supone debía dar un paso definitivo a mostrarse como un hombre maduro y preparado. Ese día se supone debía finalmente aceptar un papel para el que se le había preparado durante sus cortos quince años de vida. Ese día, se supone debía escoger una prometida.

El ascensor del hotel nunca le había parecido tan molesto como ese día, con sus notas musicales repetitivas sonando y resonando dentro de aquellas cuatro paredes mecánicas. Pero, tal vez, solo deslizaba su creciente frustración en odiar aquella canción parecida a villancico navideño con una mezcla de carnaval y rock&roll… de hecho, ahora que se tomaba tiempo para pensar en ello, mandaría a sustituir todas las canciones que se reproducían en los ascensores del hotel.

Las puertas se abrieron mientras permanecía en su ensoñación y su camino hacia la sala de reuniones en la que su madre lo esperaba comenzó.

Habían estado hablando sobre el tema durante más de un mes. Habían visto cientos de imágenes de jóvenes hermosas y pudientes de diferentes partes del mundo, todas dispuestas y deseosas de convertirse en la nueva Madame Bourgeois, pero, ninguna le parecía suficiente al joven.

A él solo le interesaba una mujer entre todas. Una hermosa rubia de ojos verdes que era capaz de hacerle soñar despierto y derretir un poco su helado corazón. Adrianne Agreste. El problema era que aunque se lo había pedido formalmente la mismísima Andrea Bourgeois, Adrianne se negaba en aceptar convertirse en su prometida y Gabriella, por extraño que sonara no parecía interesada en comprometer a su hija.

Podría jugar que quería encerrarla en una caja de cristal y conservarla por siempre cual exhibición de museo.

Al fin y al cabo, tomando en cuenta las condiciones emergentes, había decidido dejar todo en manos de su madre. Ella siempre había sido su mayor cómplice y alcahueta. Hacía todo lo que él pedía y le brindaba lo mejor de lo mejor en cada experiencia. En cada viaje, cada fiesta, no habían limitaciones para la alcaldesa si de su hijo se trataba.

―Bienvenido, Cleo ―saludó su madre con una amplia sonrisa.

Era una mujer alta y regordeta, de cabellos rubios, manchados de blanco por la edad y el estrés de su trabajo, pero con una energía incomparable e incluso envidiable y con esa sonrisa tan cargada de todas las cosas que a Cleo le desagradaban que… solo a su madre le concebía mirarle de aquella manera.

―Hola, madre ―saludó besando sus mejillas a la vez que ella lo hacía.

―Señor Nathanael, le presento finalmente a mi hijo a Cleo, ¿no es un encanto? ―Preguntó la orgullosa mujer acercándose al encantador hombre sentado en uno de los asientos de su escritorio.

―Un placer conocerle, señor ―saludó con firmeza en su voz.

―El placer es todo mío, jovencito ―sus ojos turquesa le miraban expectantes, parecían escudriñar cada milímetro de su ser y aunque se retenía de decirlo, por la situación, comenzaba a fastidiarle.

―Verás, Cleo, estábamos teniendo tantos problemas para encontrar una joven que encajara con tus exigencias y las mías, que como habíamos quedado, me tomé la molestia de escogerla por mi propia cuenta ―tomó lugar en el asiento tras su escritorio, siendo observada detenidamente por su hijo y el invitado.

―Así que… ―finalmente intervino el heredero―. ¿Ya tienes a alguien suficientemente buena? ―Preguntó con superioridad.

―Lo suficiente ―respondió mostrando su mejor sonrisa la afamada mujer―. De hecho, ya la conoces, se trata de...

―¡Buenas tardes! ―La puerta se abrió de golpe, dejando entrar a una joven agitada y ahogada con su propia respiración―. Pe-perdón por la tardanza. Castigo, la escuela, química, limpieza…

―Está bien, no hay problema ―Andrea se acercó, tomándola de los hombros―. Respira… no pasa nada, Cleo también acaba de llegar.

―¿Nathalie…? ―Susurró observando de reojo a la chica, quien, si se fijaba, se parecía mucho al hombre que acaba de acercarse a tomar su bolso y sus cosas.

―Cleo ―llamó su madre, captando su atención―. Quiero presentarte formalmente a tu prometida, Nathalie Kurtzberg.

―¿Me estás jodiendo? ―Bufó mostrando una sonrisa ladina―. Esta vez sí que te pasaste con la broma madre… muy pero muy bueno el chiste, pero la verdad, no me ha hecho tanta gracia como esperabas.

―No es ningún chiste, Cleo.

―¡Por favor! ―Exclamó apuntando con uno de sus dedos a la pelirroja―. ¡¿En serio esperas que yo, Cleo Bourgeois, me case con eso?!

―Será mejor que nos vayamos ahora, Andrea ―el hombre se levantó de su lugar y tomó el brazo de su hija, caminando con ella hacia la puerta―. El trato se suspende ―avisó antes de salir con la cabizbaja joven.

―Cleo, eso ha sido de muy mal gusto, y muy estúpido además ―le reprendió de brazos cruzados.

―Madre, no pienso casarme con esa doña nadie.

―¿Doña nadie? ―Rodó los ojos y tomó al chico de los hombros―. Sus padres están bien posicionados, son reconocidos a nivel mundial como grandes artistas, que ella no lo ande difundiendo no significa que no sea cierto. Además, esa no es la razón por la que la escogí. Es sumisa, amable, un poco torpe y manipulable. ¿Qué prefieres? ¿Una arpía que incluso termine dejándote en la ruina o una mujer a la que puedas llevar a cumplir tú expresa voluntad?

―Yo…

―Vas a bajar ahora mismo, los vas a alcanzar, te vas a disculpar y no volverás a verlos hasta la semana que viene en la fiesta de compromiso. ¿Está bien?

―Sí.

No le gustaba darle la razón a nadie, ni siquiera a su madre pero, si querían hacer las cosas como las venían planeando, lo mejor que podía hacer era aceptar la opción que su madre le daba. Si bien Nathalie no era la mujer de sus sueños, era la única estúpida que podría moldear a su agrado y gusto para cumplir con lo que él necesitara.

No había pedido disculpas, de hecho al final lo había hecho su madre y les había convencido de seguir en pie con el compromiso pero, lo único que a él le interesaba verdaderamente era quedarse con su hotel y los prestigios de ser un Bourgeois. Cualquier otra cosa, quedaba en segundo plano.

Los siguientes días habían sido un total fastidio.

Nadie sabía en la escuela aún sobre su compromiso con aquella joven y por el tiempo que pudiera, prefería que nadie lo supiera.

Podía notar como ella le evitaba. Esquivaba su mirada o iba en una dirección opuesta a la suya en cada ocasión. Aquello no le molestaba, pues mientras más lejos permanecieran, menos notarían otros sobre su reciente relación, pero, no podía negar sentir algo de molestia al pensar que ella sería su esposa en unos años.

En su mente había organizado todo, en cuanto hicieran publica la noticia le pediría a Sabino cambiar asientos con Nathalie, no quería que SU prometida -aún si no era más que un título impuesto- anduviera por ahí de lo más tranquila con dos hombres a todas horas, porque no, esa amistad no Julien y Ross se acabaría en el momento en que el compromiso fuera oficial. También se aseguraría de mantenerla lejos de Marion.

Él no la quería, eso era más que obvio pero, tampoco sería el imbécil del que la sociedad se burlaría.

Con esa firme convicción se preparó en su habitación para la extravagante fiesta que su madre había organizado para anunciar públicamente el compromiso entre ambos jóvenes. Respiró profundo antes de atravesar la puerta de su habitación y aunque siempre escogía el ascensor, decidió usar las escaleras de emergencia. Ese lugar estaba más calmado.

―Puedo hacerlo… ―escuchó aquella voz y se detuvo, ocultando su cuerpo y asegurándose de observar con sigilo―. Vamos, Nathalie… ya te metiste en esto, no te puedes echar para atrás…

―¿Aparte de ser estúpida, hablas sola? ―Preguntó con sorna, tirando de su brazo para obligarla a levantar.

―¿Qué haces aquí? ―Preguntó con los ojos aún humedecidos.

―Voy camino a la estúpida fiesta. ¿Qué haces tú aquí? ―Contraatacó sin soltarle del brazo, obligándola a mirarle a los ojos.

―Y-yo… necesitaba un poco de aire…

―Cuando una persona necesita aire procura salir a un sitio abierto, no encerrarse en unas escaleras para emergencias ―Nathalie bajó la mirada, sin decir nada―. ¿Piensas quedarte callada? ―Preguntó sacudiéndola levemente.

―¿Puedes dejarme sola… por favor? ―Preguntó ahogando un nudo en su garganta y él la soltó. Viéndola resbalar contra la pared, cayendo sentada en el suelo con las piernas dobladas.

―Si no querías esto, pudiste negarte desde el comienzo.

―Está bien… ―respondió con la frente recostada en sus rodillas―. Solo necesito un minuto…

Cleo salió, dejándola sola. Él tenía razón, nadie la obligaba y aunque desconocía las razones por las cuales se casaba, no le importaban en lo más mínimo, por eso no preguntaba. Solo imaginaba que como cualquier otra, aseguraba su futuro. Después de todo, al ser una Bourgeois, se convertiría en alguien poderosa y adinerada.

Era, para él, un acertijo fácil de descifrar.

Los invitados llegaron, las botellas se destaparon y sirvieron, el caviar fue degustado y el baile inaugurado por los celebrados. Ante muchos, hacían una hermosa pareja y parecían complementarse a la perfección durante aquel pausado baile. Ellos, sentían asfixiarse ante la cercanía del otro.

―Una vez que culminen las clases prepararemos todo para que vengas a vivir al hotel, ya he planificado tu horario de actividades individuales y los vestuarios que llevarás a cada una.

―Sí, señora ―era la única respuesta que brindaba a la alcaldesa.

―Verás que te encantará todo esto, Nathalie, además, sé de tu gusto por el arte y me gustaría lo sigas desarrollando, es bien visto en las damas de sociedad tener gustos refinados.

―Gracias, señora.

―Ahora, ¿qué tal, si fingen por un rato que están muy felices de esto y hablan un poco con los invitados? ―Preguntó tomando una mano de cada uno―. Deja que Cleo hable cuando no sepas que decir, ¿está bien? ―Nathalie asintió repetidas veces y se dejó halar por Cleo.

Pasaron la noche entre políticos, empresarios, monarcas, y otras personas que ella no sabía cómo calificar. Solo permanecía silente mientras él hablaba sin parar.

De hecho, se había dedicado a detallar las decoraciones talladas a mano en las paredes y el techo del salón del hotel. Eran a sus ojos maravillosos los detalles con piedras brillantes que por momentos se exhibían ante sus ojos y al tocar en algunas breves ocasiones las paredes podía sentir la rugosa piedra tallada con figuras ornamentales que le daban ese aire elegante y de época. Se podía tele transportar a otra era con solo sentir el mármol bajo sus dedos.

Él se había dedicado a decirle a todos los que se acercaban a hablarle, sobre las mil virtudes que veía en aquella chica, muchas de las cuales por primera vez admitía, como lo bonito de sus ojos o lo encantadora que era su sonrisa. Para él era humillante tener que decir aquello, y realmente agradecía que ella estuviera en su nebulosa como siempre y no le prestara atención, y sobre todo agradecía que solo él parecía notarlo.

Faltaba una semana para que acabara la escuela y con ella el calvario de tener que dar mil explicaciones a todos sobre su compromiso con Cleo y eso le aliviaba.

Aunque le entristecía cada que pensaba en que Julien seguía sin hablarle desde que le había dado la noticia, y aunque Ross se mostraba más amable, se había vuelto distante. Claro, podría agradecerlo también al hecho de que ahora una limosina la recogía en su casa, la llevaba junto a Cleo y Sabino a la escuela. Debía sentarse junto a él toda la clase, todas las clases, hacer sus trabajos con él, comer con él, irse con él en el mismo vehículo y comenzaba a olvidar que se sentía volver a casa caminando bajo la lluvia.

―¡Julien! ―Logró alcanzarle en el pasillo luego de que todos se hubiesen ido―. ¿Podemos hablar un momento, por favor? ―Preguntó apretando la carpeta frente a su pecho―. No me gusta… que estés enojado conmigo. Sé que Cleo no te agrada… él no le agrada a nadie así que no es novedad pero… eres mi mejor amigo y desearía pudieras apoyarme.

―Nath… es imposible enojarme contigo ―respondió revolviendo sus cabellos como solía hacer―. Solo, no me esperaba todo esto, me tomó por sorpresa y no supe cómo reaccionar. Eso es todo.

―¿De verdad? ―Preguntó con los ojos brillando frente a su compañero.

―De verdad… es más, ¿qué tal si vamos por una pizza?

―¡Me encantaría!

―No lo creo ―Nathalie se dio vuelta al escuchar aquella voz en su espalda―. Esa cosa tiene carbohidratos, grasa y es poco saludable. ¿De verdad piensas comer algo así? Qué asco. Además, mi chofer ya llegó.

―Pe-pero, Cleo…

―¡Pero nada! ―Gruñó empujándola―. Vámonos, y por cierto ¿qué harapos traes puestos? Se supone que cenaremos con el presidente esta noche. ¡Sabino!

―¿Sí, Cleo? ―Respondió su fiel perrito faldero.

―Pasaremos por el centro comercial antes de ir a casa. No pienso ir con Nathalie vistiendo así.

―Está bien, Cleo.

Julien se quedó con la mano extendida, observándola alejarse mientras le devolvía la mirada de reojo.

Él no entendía el motivo por el cual ella estuviese cometiendo tal locura y tampoco quería siquiera imaginarlo. Solo, esperaba tener una oportunidad para escucharlo de sus propios labios. Quería preguntarle directamente por qué hacía tal tontería como comprometerse con Cleo Bourgeois.

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*-Continuará…-*


Bueno… espero les guste y si les gusta ya saben… denme su amor :v

Besos~~ FanFicMatica :*