Éste es un nuevo proyecto realizado por Victoria Nike, Raixander y Melissia en español. En esta historia, presentamos cómo ha celebrado el Wyvern su último cumpleaños, aunque no fue necesariamente aquello que él tenía planeado. Pero la víspera del Halloween es un día marcado por muchas cosas inesperadas y, a veces, increíbles. Les invitamos a conocer cómo vivió Radamanthys el 30 de octubre último junto con Espectros y Caballeros de Atenea. Un especial agradecimiento a Melissia por traducir las partes en inglés.
**Este fic no tiene fines comerciales. Los derechos corresponden a Masami Kurumada y Shiori Teshirogi**
Capítulo 1
Era una mañana lóbrega y fría en el la parte más profunda del Inframundo. Si bien era un eufemismo hablar de "mañana", éste era un momento en que, coordinado con el horario de la Tierra, se daba inicio a un nuevo ciclo de rojiza luz proyectada sobre la siempre reinante oscuridad del mundo de Hades. Así, sin un sol que brillara entre las tinieblas existentes, las horas se sucedían lentamente sin mayor cambio en la luminosidad aunque un antiguo reloj con un calendario girara automáticamente en la gran sala de Giudecca. Hoy marcaba las cinco de la mañana del 30 de octubre.
Mientras los vientos arrasaban inclementemente el espacio desierto y congelado de Cocytos, un inusual foco de calor surgía de una cabaña construida en la zona más apartada y, desde su la entreabierta ventana, se elevaba un delgado hilo de humo. Sobre las cabezas y cuerpos de los condenados a estar sumergidos en el terrible lago de hielo, una gran bestia avanzaba silenciosamente con pasos lentos hacia la cabaña. Su hocico olfateó ansiosamente y siguió avanzando con los ojos desorbitados y las fauces abiertas. Al llegar a la ventana, pudo ver aquello que lo había traído hasta allí y avanzó sin temor con el fin de lograr su objetivo. Pero antes que pudiese hacerlo, sufrió varios golpes.
— ¡Te dije que cerraras las ventanas! – Gritó Valentine mientras blandía cual temible mazo un gigantesco cucharón. Luego, mirando al intruso, suspiró resignado. — ¡No se puede tener paz ni siquiera en el Cocytos!
Una risa a sus espaldas lo hizo girar con furia mientras que un joven de revueltos cabellos plateados lo miraba muy divertido. – Si él vino hasta aquí para probar tu receta especial, seguramente nuestro señor quedará muy satisfecho también.
— ¡No le veo la gracia, Sylphid! – El chipriota respondió. En la ventana, las tres cabezas de Cerbero seguían inclinadas mientras un gran hilo de baba bajaba desde éstas al piso. Con preocupación, el espectro de Arpía añadió. – ¡Además, no tenemos tiempo que perder! ¡Pronto él se levantará y tenemos que tener todo preparado!
El espectro de Basilisco volvió a reír y continuó batiendo con fuerza una mezcla color cobre hasta que estuvo a punto mientras Valentine controlaba el tiempo del horno y de otras preparaciones que cubrían la desgastada mesa de la cocina.
Muchos metros más allá, una hermosa mujer ataviada con una delicada bata de seda se cepillaba su largo cabello negro con lentitud mientras sonreía a la imagen que le devolvía el espejo. Hoy era un día especial y estaba preparada para hacerlo el más feliz e intenso de su vida. Con satisfacción, posó su mirada sobre la caja que estaba sobre su cama donde reposaba un precioso conjunto de lencería en color negro, delicado y sugerente de la diseñadora Marlies Dekkers, que dejaba poco a la imaginación pero enviaba un mensaje claro a quien osara verla vestida solamente con esas valiosas piezas: Aquí mando yo.
Al volver su mirada al ornamentado espejo, Pandora encontró una figura que se reflejaba en él y dejó escapar una maldición en alemán mientras llamaba a su lanza. A continuación, giró hacia el intruso y gritó — ¿Qué haces aquí? ¿No te he dicho que tienes que llamar antes de entrar?
Un joven con el pelo plateado se inclinó inmediatamente y, con voz temblorosa, le dijo: — Mi señora, algo raro está pasando en Cocytos.
Con fastidio y una pizca de curiosidad, ella le contestó. — ¿Qué pasa en Cocytos, Chesire? ¿Ese no es el área que corresponde patrullar al inútil de Rhadamanthys y su tropa?
El chico se levantó y mirándose las uñas, respondió. – En efecto, mi señora. Hoy ha pasado algo muy raro.
Pandora se levantó y lo miró con desprecio. — ¿Qué es lo que amerita me molestes a esta hora de la mañana?
Chesire se sobresaltó y balbuceó. – Cerbero ha estado paseando por Cocytos desde temprano. Pharaoh no lo acompañaba.
Ella bufó y exclamó. — ¿Por qué me molestas con estas tonterías? ¡No soy la niñera de ese asqueroso perro!
Fijando sus doradas orbes de felino, Chesire le respondió con cierta insolencia. – Pensé que le importaría ya que podría estar llevando algo para el Juez de Caína …
— ¡Muchacho estúpido! – Gritó, mientras se levantaba. – Espérame afuera mientras me visto. ¡Se ve que tengo que encargarme personalmente de muchas cosas menores!
A la vez que entornaba sus ojos hacia una bolsa de Feline Greenies Smartbites Healthy Skin and Fur de sabor a salmón que estaba en un estante y se relamía con anticipación, Chesire preguntó. – Mi señora, ¿no cree que me merezco algo?
La hermana de Hades se giró hacia él y le dijo lentamente en un tono que no admitía respuesta, extendiendo su mano hacia la puerta. – ¡Sal de mi vista si no quieres terminar de Smarbite de Cerbero!
Ante esas amables palabras, Chesire decidió que era mejor obedecerle de inmediato.
Mientras tanto, en la cabaña de Cocytos, un oloroso pastel de chocolate estaba sobre la mesa junto con varios cupcakes y brownies. Al lado de ésta, un inquieto Cerbero esperaba por las galletas que la Arpía le dio, una por cabeza, junto con una severa advertencia mientras empuñaba el cucharón. – Cuida que nadie se acerque. Pero si te comes algo, ¡te aseguro que lo pagarás!
El monstruoso perro movió la cola en asentimiento y se puso alerta. Luego, Valentine se acercó a Sylphid, quien seguía enérgicamente batiendo una mezcla y la probó, sonriendo al fin. Con esta preparación, ya tenía la cobertura adecuada del pastel, el mejor que había podido hacer en toda su vida.
— ¡Ya está todo listo! – Dijo alegremente. – No sabes cuánto te agradezco tu ayuda, Sylphid.
El belga le sonrió y respondió. – Para eso estamos los amigos, Val. Además, éste es un día especial para nosotros pero muy especial para ti.
Valentine se ruborizó ligeramente mientras asentía. Sylphid conocía su secreto mejor guardado: él estaba enamorado perdidamente de su comandante Rhadamanthys. Desde reencarnaciones anteriores, había quedado clara la naturaleza e intensidad de sus sentimientos, que siempre había ocultado con una lealtad sin falla. Sin embargo, esta vez iba a darse ánimos para que su comandante supiera sus sentimientos. Tener un amigo que lo apoyaba y ayudaba en ello era muy valioso para un hombre solitario como él. Con un suspiró, el chipriota miró a lo lejos el templo de Caína, donde el Wyvern estaba descansando.
La mansión de Rhadamantys en Caína se encontraba cercana a Cocytos. Era una estructura cuadrangular que estaba rematada con estatuas del Wyvern. En el interior, un corredor de mármol gris llevaba a varios salones públicos, detrás de los cuales se ubicaba el dormitorio del Juez. La gran habitación estaba decorada sobriamente al estilo victoriano con gusto exquisito. Además del lecho mullido y sin dosel, contaba con preciosos muebles de madera, una lámpara de cristal de Bohemia y pinturas que reproducían la campiña inglesa, posiblemente las tierras de la familia Walden.
En medio de la cama revuelta con sábanas de color gris oscuro como el hematite y una fina frazada negra de una mezcla de lana y seda, asomaba una cabeza de cabellos rubios brillantes como el oro líquido. Al costado, un reloj de pared discretamente contaba las horas hasta que marcó las seis de la mañana con una pequeña fanfarria. En la cama, su ocupante se sobresaltó y se arrebujó nuevamente, tratando de caer nuevamente en los brazos del Dios del Sueño. Bastaron pocos minutos para que sus párpados se abrieran para dejar a la vista unos fascinantes ojos color oro. Con un ligero bostezo y un estiramiento de sus musculosos miembros, saltó fuera de la cama. Mirando el calendario cuidadosamente colocado en una mesa lateral, se dio cuenta que nuevamente era la temida fecha de su cumpleaños en la que tenía que aceptar las aburridas ceremonias que se organizaban en su honor en el Inframundo. Sin embargo, este año sería diferente porque ya había recibido un regalo anticipado: se había enamorado y era correspondido. Ese sentimiento tan inusual llenaba su pecho de calor y su mente de cosas positivas, como nunca lo había sentido. Silbando una vieja canción de su infancia, se dirigió al baño y entró en la ducha de mármol negro para asearse. Tenía excelentes planes para hoy, una vez terminaran los homenajes de siempre. Mientras su cabello y cuerpo se cubrían de un chorro de agua tibia, sonrió nuevamente. En conclusión, era feliz y la vida le sonreía, no importando cuán oscuro y triste sea el Reino de Hades.
Lejos de Caína, Valentine y Sylphid charlaban mientras colocaban los postres preparados sobre un cochecito para llevarlos a Caína. La Arpía esperaba tener tiempo para prepararle el desayuno a su comandante y poder darle su regalo. Antes que pudieran terminar las preparaciones, Cerbero se levantó con las tres cabezas alertas y amenazadoramente ladró mientras la puerta se abría lentamente. Ambos espectros se quedaron paralizados cuando vieron a Pandora y Chesire.
— ¿Qué hacen aquí, perros? – Gritó con furia mirando a su alrededor, mientras les señalaba con su lanza. — ¿Están tramando algo contra nuestro señor Hades?
Cerbero aulló y le mostró los dientes a Chesire, quien dio un respingo. La respuesta de la hermana de Hades no se hizo esperar. — ¡Silencio, costal de pulgas!
Una vez Cerbero cedió ante la dama, ella volvió a preguntar a los espectros. — ¿Qué están ocultando aquí?
Valentine la miró con odio mientras hizo un gesto a Sylphid para que se callara. Desde hacía siglos, existía un antagonismo entre Pandora y la Arpía, por lo que no dejaría que su secreto sea conocido por ella. El espectro de Basilisco bajó la vista.
— ¡Mi señora, son postres de chocolate! – Exclamó entusiasmado Chesire, mientras intentaba probar uno. — ¡Se ven deliciosos!
La mujer, sin dejar de mirar fijamente a los espectros, advirtió al más joven. – ¡No los toques! No sabemos si iban a utilizarlos para envenenar a los ejércitos de nuestro señor Hades.
El chipriota bufó mientras le respondía con furia. – ¡Se ve que no tiene ni la más mínima idea de cómo distinguir una amenaza de algo que no lo es!
En respuesta, ella chilló. — ¡Explícate, Arpía! ¡No estoy hoy para juegos!
El joven espectro la miró con desprecio y juntó sus labios, no dispuesto a darle explicaciones. Estaba harto de las estúpidas teorías de conspiración de esta mujer.
Ante el silencio de Valentine, Sylphid respondió. – Estamos preparando los postres de la fiesta de cumpleaños sorpresa para nuestro señor Rhadamanthys.
La Arpía lo miró con cólera pero no pudo evitar que Pandora se enterara de sus planes. Al inicio, ella sintió un gran fastidio que estos subordinados hayan planeado algo sin avisarle pero meditó unos momentos para luego sonreír con complicidad. Podría usar esta iniciativa de estos perros para su beneficio.
— Sin duda, es una maravillosa ideas, espectros. – Dijo amablemente mientras sus ojos se posaban en el cochecito cargado de postres y daba una señal a Chesire. – Ahora, vayamos a Giudecca a preparar todo.
En el otro extremo de Cocytos, Rhadamanthys terminó de vestirse con una sencilla camisa de seda blanca y un pantalón de delgada lana negra. Desde hacía siglos, era la ropa con la que le gustaba pasear en el Inframundo, cuando no tenía que vestir ni su Surplice ni la túnica de Juez. Pasó un peine por sus rebeldes cabellos rubios y se puso un discreto toque de loción. Eran cerca de las siete de la mañana y se dirigió al comedor donde su desayuno estaba preparado. Se sentó a la mesa y comió con entusiasmo los huevos, tocino, salchichas, tostadas cubiertas con mantequilla, frijoles, tomates a la parrilla, black pudding y brownies que fueron acompañados por un aromático té Earl Grey. Además, revisó rápidamente la versión impresa de The Times, periódico inglés que había leído desde el siglo XVIII, lo cual le hacía recordar su posición entre la nobleza británica. Sin embargo, hoy estaba ligeramente distraído de estos menesteres porque tenía muchos planes en su mente. Quería que este día sea inolvidable con su amor.
Mientras esperaba la hora apropiada para llamar a quien era hoy el centro de sus pensamientos, sintió unos tímidos golpes en la puerta. Ello lo distrajo y, con voz fuerte, exclamó. – Adelante.
Ante él, aparecieron Valentine y Sylphid, quienes se arrodillaron rápidamente. Con los ojos bajos para que no cayeran las lágrimas de furia que colmaban sus ojos, la Arpía le dijo: — La señora Pandora solicita su presencia en Giudecca.
Luego de ponerse su surplice, el Wyvern se dirigió a Giudecca donde una sonriente Pandora lo esperaba. Al llegar, se arrodilló ante ella según el protocolo del Inframundo.
— Felicidades, Wyvern. – Dijo con languidez mientras le indicaba que se levante. – Espero hayas iniciado un hermoso día en tu cumpleaños.
Desconfiando la amabilidad de la hermana de Hades, respondió con seriedad. – Le agradezco, señora Pandora.
— El señor Hades querrá hacerte llegar sus saludos después de su siesta. – La muchacha agregó con una sonrisa seductora. — Por ello, ven a Giudecca a las cuatro de esta tarde. Ahora, puedes retirarte.
El Juez de Caína dejó la gran sala con una gran sonrisa y, una vez llegó a las cercanías de Cocytos, sacó su móvil. Ahora que Pandora había mostrado sus cartas, estaba confirmado que no tendría que sufrir ninguna reunión ni fiesta sorpresa después del saludo de su señor Hades. Por ello, su plan de disfrutar una cena y luego una noche de intensa pasión con aquél que le había robado el corazón no tendría ya ningún obstáculo. Muy emocionado, llamó varias veces al número que celosamente guardaba en la memoria pero no tuvo respuesta. No quería dejar un mensaje porque debía ser discreto; no obstante, tampoco podía porque parecía que el aparato receptor estaba muerto. Esto le extrañó un poco pero, teniendo en cuenta la agenda de su amante, comprendió que podría estar en una misión corta, un entrenamiento o reunión con sus pares. Por ello, esperó una media hora para volver a intentar llamarlo. Cuando repitió esta operación varias veces sin éxito, no dejó de intranquilizarse por no tener respuesta. Pero trató de ejercitar su paciencia y decidió ir a entrenar una hora para relajarse y estar preparado para el resto del día. Durante los ejercicios, su tropa lo alcanzó y lo saludó con respeto y admiración mientras cumplían las rutinas que él estableció.
Ya había iniciado la tarde cuando terminó su entrenamiento y volvió a su dormitorio en Caína. Con aprehensión, tomó su móvil para marcar los números que sabía de memoria. Nuevamente, no obtuvo respuesta. Su mente le dio varios motivos por los cuales aún no respondían sus llamadas. Luego de una relajante ducha y de ponerse un traje gris con una inmaculada camisa de lino blanco, se dirigió a Giudecca.
El lugar se veía oscuro y, tan pronto entró en el gran salón, una lluvia de globos y pequeños trozos de papel dorado le cubrieron completamente mientras gritos de júbilo que parecían lamentos de almas torturadas llenaron el lugar. De pie en el ingreso, el Juez de Caína parpadeó confuso. Cuando las luces se encendieron, vio a los espectros formados en filas según sus tropas y a sus colegas Minos y Aiacos parados al pie de la gran escalera que se dirigía al trono de Hades, luciendo una sonrisa más sádica que de costumbre. La hermosa Pandora se dirigió seductoramente y le tomó de la mano, acercándolo ante el trono de Hades. Ambos avanzaban cual pareja de nobles de épocas antiguas. Ella lo miró y volvió a sonreír. Bajo el largo y sugerente vestido negro, tenía puesta la fina lencería que había comprado para desatar la pasión del homenajeado juez, que sobresalía con ligera picardía sobre su marmóreo pecho. Sin duda, Pandora tenía planes especiales esta noche. El Wyvern tragó saliva mientras caminaba hacia un sonriente Rey del Inframundo. Parecía que éste sería la peor de todas las celebraciones que haya enfrentado en sus largas vidas.
Sin embargo, esa dura prueba fue más breve de lo que él esperaba. Una hora después de este caluroso recibimiento, un brindis y los saludos correspondientes de los espectros, Rhadamanthys salía rápidamente fuera de Giudecca con una gran sonrisa en los labios. Gracias a la bondad de su señor Hades, había conseguido librarse de esa alegre compañía y de la perspectiva de una horrorosa fiesta en la que sin duda Pandora le insistiría que baile al menos un vals vienés con ella y disfrutara un concierto de arpa. Pero, para su alivio, poco después de los saludos y brindis de rigor, el dios del Inframundo generosamente le había concedido su pedido: la autorización para que vaya solo al Castillo Heinstein con el pretexto que el Wyvern quería descansar esta noche después de sus continuas y ardual labores al servicio de su señor. Ahora, el Juez de Caína podía salir del Inframundo sin dar explicaciones, librarse de la compañía de Pandora y los espectros, y por fin disfrutar aquello que más quería: la compañía de quien amaba.
Tan pronto pudo, marcó nuevamente la secuencia de números que bien conocía, pidiendo que Hades le conceda comunicarse con quien llenaba sus pensamientos y corazón. Luego de largos minutos, sintió que alguien tomaba el móvil y la emoción le hizo demorar el saludo.