Bang Bang
Capítulo IV
Despertó extrañamente culposo ese día.
Fue a la ducha mientras su esposa hacía abdominales a un lado de la cama, normalmente se sentiría intimidado con ese comportamiento obsesivo que había adquirido su esposa con el ejercicio, pero ¿quién era él para decir algo al respecto? Llevaba años obsesionado con la tecnología; sin embargo, ahora también se sentía como un criminal además de intimidado. Se imaginaba a sí mismo como un debilucho ingenuo, recién bañado y puesto un pijama anaranjado para enfrentarse a su compañera musculosa y tatuada de la celda. Todo calzaba con la excepción de los tatuajes inexistentes en la piel bronceada de su esposa Mina ese día dominical. Se abotonaba su eterna camisa naranja mientras ella lo seguía a la cocina para comer su desayuno.
Su anillo dorado resplandecía en su dedo anular mientras servía un poco de jugo vitaminizado de naranja en los tres vasos de la mesa, podría jurar que allí estaba reflejándose su esposa con una expresión dura y amenazante. Sus ojos rápidamente se posaron en ella y ella simplemente sonrió, frotándose el cuello con una toalla húmeda. Sonrió de vuelta y siguió preparando el desayuno, su corazón se aceleró cuando la mujer se le acercó por detrás para estrangularlo, pero solo tomó el tazón de fruta picada que había terminado de preparar para dejarlo sobre la mesa. Había jurado que siempre estaría con Mina, en las buenas y en las malas, la querría de todas las formas posibles. Lo había rejurado cuando nació Osen luego de muchas complicaciones. Sin embargo, ahora que volvió a ver a Mimi todo se le había olvidado por un mísero instante, se decía mintiéndose, porque solo permanecía dormida y solo despertaba para darle un poco de ayuda a la hora de complacer a Mina.
No podía negar que verla había sido agradable. Se alegraba de ese pobre universitario que lloró en solitario cuando supo que contraería nupcias con el futbolista americano con quien lo había engañado. Pensaba que se aburriría de su cuerpo hinchado y su amor superficial, para regresar con él, un amor más sincero. Ese día no llegó… hasta que Miyako lo invitó a una fiesta. Mimi estaba sofocada viendo a su marido comer hasta no poder más a un lado de la parrilla, no podía culparla ya que él mismo había perdido el apetito, y cuando Michael confesó el asunto de la faja, el mundo le sonrió. Y se contagió con la sonrisa ese día hasta que su hija pasó en frente.
La chica había estado sacando todo vestigio de reconocimiento intelectual de su habitación y dejado en una mugrosa caja para transportarlo al ático en un carrito de compras. Además, ignoraba a su padre como podía.
—¿Qué le pasa a Osen? —le preguntó a su esposa.
—Le gusta un chico. El hijo de mi nuevo cliente, Michael Barton.
—No puede quererlo a él. Será muy mala influencia para ella.
—Entre más lo prohíbas, más querrá estar con él. Actúa como si estás bien con ese chico. Incluso podrías hablar con su madre para ver si puede cenar un día aquí. Quizás podría hablarlo directamente con Michael y hacer que lo traiga a los entrenamientos.
—¿Has visto a su padre? Es obeso, ¿y si ese chico termina así?
—Cariño, no se casarán —replicó llena de risa—. Recuerda que hoy Osen juega a las cinco. Suele ponerse nerviosa antes de los partidos, así que me hizo prometerle que no iría a hablarle hasta las tres. Tampoco lo hagas, ¿sí?
—No lo haré.
Los genes Izumi eran débiles frente a los genes Tachikawa.
Esta maldición debía detenerse.
Michael Barton era un encanto cuando había sido joven, y seguía teniendo un no-sé-qué ahora que era un gordito simpático, las chicas siempre caían como moscas cuando él les hablaba ocurrentemente, pero su anillo de oro en su dedo anular las alertaba de una esposa en su vida. Una esposa que durante toda su relación había llevado absolutamente todo lo que cocinaba en su programa de televisión a su cocina personal. No iría a cocinar otra vez una vez llegada a su hogar. Y Michael estaba dichoso de comerse sus excentricidades llenas de azúcar empalagoso. Su fama comenzó a crecer al igual que el abdomen de su esposo. Al cabo de unos cuantos años, y cuando lo sorprendió salir desnudo de una ducha en la claridad de la mañana, dejó de llevar comida elaborada pero el rubio estadounidense se asentó en esa forma.
Ese día se levantó tempranísimo para comprar verduras, botar a la basura las gaseosas de cola que tanto le gustaban a su marido y todos los snacks con chocolate y calorías; además de comprarle un conjunto deportivo nuevo para motivarlo un poco más.
Su ojo seguía morado, pero lo había cubierto a la perfección con maquillaje. Sin embargo, era el recordatorio de la batalla singular que había tenido con la faja de su esposo; de que toda esa grasa abdominal era de su autoría y que no debía sentirse menos atraída de él por algo que ella misma había provocado. Debía dejar de recurrir a Koushiro para abstraerse. Había dormido junto a su boa en pleno proceso de digestión, completamente vulnerable al ataque de sus enemigos luego de esa comilona en casa de Miyako. La piel tirante de su marido y su ojo habían sido impedimentos para que pudieran concretar el acto marital, lo cual ella agradecía, ya que debía dedicarse a borrar toda fantasía con el pelirrojo atractivo y generar nuevo material con el futuro atlético Michael. Así que allí, en la cama mientras miraba el techo y escuchaba las entrañas del rubio trabajar horas extra, intentó descubrir lo que la había llevado a recordar a su ex amor adolescente.
Comió sola con su hijo, ambos revolviendo la comida verde del almuerzo inmiscuidos en sus pensamientos. Benji pensaba en cómo decirle a su padre que estaba bien que no fuera, ya que no quería que asistiera a verlo patear una pelota, mientras que su madre se autojuzgaba pensando en que su matrimonio se basaba en la superficialidad.
—Mi juego es a las cinco, ¿crees que papá podrá ir? —preguntó su hijo, a lo que Mimi pensó en que su corazón de niño estaba destrozado.
—Claro que sí, solo se le pasó la mano con la bebida ayer.
Benji fue a cambiarse al equipo de futbol soccer y a patear con furia la pelota en el patio trasero de la casa, donde Mimi le había comprado un arco para que practicase apenas se inscribió. El chico nunca había mostrado interés en el deporte y ese cambio le había parecido fantástico, viendo a su padre.
A las cuatro en punto de la tarde, se subieron al automóvil familiar para emprender el viaje hacia la escuela del equipo contrario para el partido amistoso que se jugaría. Benji sonreía en el asiento de copiloto hasta que su padre salió en último momento, incluso más gordo que el día anterior ya que el pequeño no sabía nada de la faja maternal que había utilizado. Puso los ojos en blanco y se retiró a los asientos de atrás, enfadado. Lo peor de todo era que usaba la ropa deportiva que su mamá le había comprado, haciéndolo ver más ridículo que de costumbre. Nadie debía usar ropa deportiva sin estar haciendo deporte.
—¡No me perdería el partido de mi hijo ni en un millón de años! —explicó como si estuviera disculpándose.
—¿Ves, hijo? Te lo dije.
—Sí, mamá…
Llegar a la escuela fue caótico. Benji salió disparado a la cancha para desentenderse del hombre al que se parecía demasiado, Michael vio a la entrenadora que lo haría sufrir al día siguiente y tuvo la urgencia de esconderse, y Mimi lo vio a él, a su fantasía sexual encarnada, hablando relajadamente con las demás apoderadas que finalmente habían descubierto que su mujer no estaba muerta, sino que renovada.
Osen pegó un grito cuando vio acercársele Barton. Era su fin, su primer amor vería lo torpe que era con sus piernas y ningún trofeo de las ferias de ciencias o medallas de las olimpiadas de matemáticas la salvarían. No era nada más que una niña impopular y torpe, ¡sus padres la odiaban al haberla transformado en una freak y cerebrito!
Su padre se extrañó por el grito y miró hacia donde estaba el horror de su hija para alejarlo, pero no encontró a nada más y nada menos que el Barton menor.
—Dejaré la universidad, papá, tuve que hacerlo. ¡Me enamoré de Benji y tendré sus preciosos hijos! —dijo su hija del futuro dentro de su imaginación retorcida. El chico había engordado unas cuantas toneladas y su pequeña ratoncita estaba embelesada por eso.
—Debemos irnos —murmuró entonces, estaba por proponerle a su esposa mudarse al otro lado del país para alejarla de ese futuro asqueroso que los Barton les ofrecían. Su esposa rio ante su comentario.
—¡Déjala! No se va a desenamorar si la alejas del niño. La conozco, se parece a mí.
—Tu padre me odia y aun así te casaste conmigo —murmuró enojado. No le valía si Osen se le parecía al menos en personalidad a su madre.
—No dejaba de intentar separarnos —le recordó—. Es por eso que debes dejarla. Ya se desanimará y le gustará otro.
—Eso espero…
—Aunque ese niño es precioso, será difícil.
—No estás ayudándome.
El pitazo del inicio dio por empezado el partido. Osen agradecía que la hubiesen dejado en defensa porque no podría aguantar tener a Benjamin Barton cerca a la espera eterna del comienzo. Se veía hermoso en ese uniforme verde que resaltaba sus colores claros, así que no había dejado de babear. Chilló internamente cuando sus miradas se encontraron y él le hizo un gesto con la cabeza de saludo. Estaba serio, dándole un aire de chico malo que le encantabattgt a las niñas de su edad; y en esos equipos mixtos, todas las chicas estaban haciendo lo mismo que ella en esos momentos de espera.
Michael sonreía contento, recordando que él mismo tenía ese efecto en las chicas en los partidos de fútbol americano. Las porristas caían a sus brazos como moscas en las plantas carnívoras. Le pegó un codazo discreto a su esposa para que ella viera el arrastre de su hijo, pero estaba distraída.
—¿No estás viendo cómo miran a tu hijo?
—Oh sí, claro que sí. El entrenador es muy duro con él —dijo por decir, la verdad es que estaba mirando al padre de una de las enamoradas de Benji, recibiendo las molestias amorosas de su esposa atlética. Se imaginaba a sí misma susurrándole al oído al pelirrojo alguna barbaridad.
Michael frunció el ceño, pensándose él el problema ya que no había sido capaz de moverse hasta que sintió el motor encenderse y con urgencia había tomado lo primero que había visto y corrido torpemente escaleras abajo. Esa simple carrera le había bastado para ponerse a sudar como un cerdo y su corazón exasperarse y golpearse contra su pecho en forma de reproche.
Benji los vio desde la cancha con el ceño fruncido.
—Miren a esa morsa —susurró un chico bastante celoso de Barton porque había alborotado las hormonas de todas las chicas apenas llegó, incluida la chica tímida y cerebrito que le gustaba. Se sabía quién era el padre y había decidido golpearlo donde más le doliera el ego. Quería decir algo de su madre, pero su padre era más vistoso.
—¿Qué dijiste?
—Nada —replicó el chico, nunca había pensado que el comentario fuese tan efectivo—. No dije nada.
—Dijiste algo de una morsa…
El chico se lanzó contra el otro y los dos equipos dejaron de perseguir la pelota de soccer para ver la golpiza entre el hermoso Barton y el otro chico común y corriente. Se golpearon con puños y patadas hasta que ambos entrenadores los fueron a separar.
—¡Es suficiente! —dijo Daisuke Motomiya, el árbitro del juego—. ¿Quién empezó la pelea?
—¡Barton! —gritaron todos.
—¡Tarjeta roja para ti! Quedas suspendido en el próximo partido.
Koushiro se movió intranquilo en su asiento, ese espectáculo era digno de aplauso.
—Genial, ahora le gustará más.
Madre e hijo ahora tenían un ojo morado y todo se reducía a Michael.
Koushiro vio el momento exacto en que al rubio se le rompía el corazón a manos de su propio hijo, quien había heredado la sinceridad mortal de su madre. Daisuke había estado intentando sacarle las razones de su agresión a gritos a vista y paciencia de todos los espectadores, padres y apoderados de los jugadores, y Benjamin no halló mejor manera de expresar sus frustraciones con otro grito.
—¡Dijo que mi papá es una morsa!
Michael estaba a un lado del chico y Mimi intentó expulsar al chico de igual forma que su hijo por agresión verbal. Solo consiguió una tarjeta amarilla, que Benji se fuera a los camarines queriendo estar solo y Michael desapareciendo al estacionamiento donde seguramente iría a fumarse algo para relajarse. Nadie sospechaba lo sensible que era con su hijo.
Mina tocó el hombro del pelirrojo y le dijo silenciosamente que fuera a decirle algo a su amiga de la infancia.
—Estará bien, a todas las familias les pasa.
—¡Es tu amiga!
—Está bien —dijo con los hombros encogidos. No iría a levantarse la maldición si seguía viéndola en privado, forzado a hacerlo por su propia esposa, quien no tenía idea de la historia añeja que los tenía de protagonistas. Para Mina, la chica que le rompió el corazón en la adolescencia a su marido era una chica de la escuela y nada más.
Mimi se encontraba a un lado de la puerta de la escuela, lo más cercano de los camarines que no le parecería ofensivo a su hijo. Vio desde lejos acercársele el pelirrojo y, mientras se cumplía una de sus fantasías, empezó a cuestionarse toda su vida.
—¿Tu esposa te dijo que vinieras?
—Sí…
—La vi regañándote.
—Sí. —Koushiro no parecía querer estar con ella y lo comprendía. Le había roto el corazón y el karma se lo devolvía con la faja maternal que la había cacheteado fuertemente en la cara y dejado el ojo morado—. Escucha, siento lo de Michael…
—Sí, yo también —comentó ella, hablando más por lo del pasado que por lo del presente—. Era una chica tonta que no te supe valorar. Supongo que ahora sí lo haría…
Koushiro se enfadó.
—No lo hagas…
—¿Qué?
—No me lo recuerdes. No puedes volver a arruinármelo todo otra vez.
Él caminó a la cancha para poner los ojos sobre su hija pero no podía concentrarse en ella. Osen lo miraba de vez en cuando como si quisiera saber un poco más del estado de su amor platónico. Era como una peste que traspasaba generaciones y Koushiro por más que frunciera el entrecejo no podía darle solución. Solo quería estar tan solo una noche con Mimi y cerrar todo el asunto. Sin embargo, no podría ver más a Mina a los ojos.
Ella estaba con Michael, como si no pudiera haber peor maldición que cada miembro de su familia estuviera involucrado íntimamente con la familia Barton. Y lejos de sentirse en peligro, Mina solo quería ayudar a otra alma en pena en su camino del ejercicio.
—No te preocupes, Michael. Yo te ayudaré.
El rubio vio a la morena con el corazón recogido, su esposa había pasado años aceptándolo como era cuando realmente buscaba y necesitaba que ella se enojara con él y lo regañara. Incluso había veces en que se quedaba a dormir en el sillón de la sala de estar solo porque sentía que debía estar allí. Mimi actuaba como si él no le importaba en lo absoluto.
La entrenadora parecía ser dura y apasionada con sus convicciones.
—¿De verdad?
La mujer asintió.
Al otro día ya no era tan dulce.
—¡Corre! —gritó la entrenadora echa una furia, Michael no respiraba—. ¿No puedes más? —El rubio negó con la cabeza con la esperanza de que todo ese suplicio terminara—. ¡Son años de dejamientos! Sigue corriendo que desde hoy se acaban.
Gracias a mi hermana Ragdoll Physcis y koumikoumikoumi por sus bellos reviews, y a uds anónimos :D
Primero que todo, aclarar que Barton lo vi en un afiche del papá de Michael (supongo que era el oficial que salió en la serie xD) Y rugby no es igual a fútbol américano! Este último es penca y es que juega Michael :D Mi hermana también me dijo que describiera a la esposa de Kou, no se parece a Marge, es más una Manjulas xD Otro lado, ya veremos las razones de Mimi (que me las cuente por aún no sé)
Eso, Sybloominai out D: