"Perdóname, perdóname, perdóname por favor... perdóname"

Susurraba Félix pronunciándolos de forma agónica, mientras se encontraba abrazando a Bridgette con desesperación, quien yacía quieta en sus brazos cubierta de sangre, ya sin respirar. Entretanto la sirena de la ambulancia se escuchaba de fondo.

¿Estaba cerca? o ¿Estaba lejos?

Pero no le importó. Para Félix el mundo se había detenido y solo ellos dos estaban.

Ignorando las personas que se habían reunido alrededor, quienes miraban con pena la tragedia, ignorando si aquellos individuos se encontraban llorando porque el sentía que era el único que estaba derramando lágrimas, esas mismas que caían quemando la piel de sus mejillas, el único que estaba sintiendo que su vida terminaba junto a la de ella. Entretanto la abrazaba como si no hubiera mañana, sintiendo que no había.

Deseando que la sangre que mancho su vestimenta fuera la de él. No la de ella. Deseando que abra los ojos, deseando haberla podido salvar, deseando haber sido más amable con ella.

"P-perdóname... y-yo no"

Ahogo un llanto y apoyo su frente en su cuello, enterrando sus manos en su espalda en un fuerte agarre.

"Te amo, Bridgette"

Musito contra su oído, en una persona que jamás lo escuchara, le regalo un beso en sus pálidos labios en una persona que jamás lo sentirá. Pidiendo perdón en una persona que jamás lo perdonara.

La ambulancia había llegado, los paramédicos habían bajado, los cuales se le hizo un nudo en su garganta por lo que acababan de presenciar. Era su trabajo, pero nadie tenía el valor de acercársele y mucho menos luego de escuchar las suplicas de ese muchacho, demostrando su desesperación.

— ¡Despierta! —Exclamo acunándola entre sus brazos— ¡Despierta, Bridgette! ¡No puedes dejarme así, no puedes! —Mirándola con un brillo de esperanza, uno que a los pocos segundos se estaba apagando para dar paso una mirada vacía.

Grito, lloro. Sin soltarla en ningún momento. Aun si los paramédicos le pedían que la soltara.

"Déjala ir"

¿Pero cómo podía?

Había perdido a una persona que jamás tuvo, una persona que amo y no se lo pudo decir. Por eso aun así si intentaban arrancarla de sus brazos, no la soltó, la rodeo con sus protectores brazos temiendo que se la quitaran, sin dejar de besarla, sin detener sus ruegos, sus llantos, sus gritos, sin dejar de disculparse.

Era demasiado tarde para pedir disculpas. Lo sabía.

Pero no le importó.