El silencio reinaba entre los dos. Regulus podía escuchar a otros compañeros de casa jugando al snap explosivo. El chico intentaba fijar sus ojos grises en la lectura, pero no conseguía concentrarse. La figura de una pelirroja con sonrisa radiante se cruzaba por su mente cada vez que cambiaba de línea en aquel texto del que ni siquiera recordaba sobre qué iba. Harto de la situación, lanzó el libro de mala gana contra la mesa de madera oscura. Fue entonces cuando Severus habló, mirándole brevemente.
—Regulus, sé por lo que estás pasando. He estado en tu mismo lugar, no hace mucho.
Severus miró al frente, su mirada perdiéndose en el ventanal. Las aguas verdosas del lago parecían hacer un efecto hipnótico en el chico de nariz aguileña.
Regulus acarició el tapizado del sillón. Severus lo hacía parecer tan sencillo, pero él no podía. No podía suprimir sus sentimientos como si su pecho estuviera vacío y no tuviera corazón.
Cada vez que se cruzaba con la que había sido su mejor amiga podía sentir como su corazón comenzaba a palpitar desbocado, queriendo salir de su pecho para seguirla a ella.
Cerró el puño, intentando controlar su rabia. No recordaba en que momento se había enamorado de Dorcas Meadowes pero ahora no podía arrepentirse más de ello. Se había dado cuenta de lo que sentía por la pelirroja cuando tuvo que separarse de ella.
Ambos se quedaron en silencio, Regulus no quería hablar más en aquel momento.
Pensó en la melena caoba de Dorcas cuando bailaba en los Jardines de Hogwarts y en cómo la chica se movía con esa gracilidad tan propia de ella. Él, que en algún momento había podido disfrutar de esa danza improvisada delante de sus propios ojos, se dedicaba a observarla desde lejos.
Pensó también en esa sonrisa que siempre había conseguido calmarle, llenándole de una extraña sensación de calor. Echaba demasiado de menos esa sonrisa.
No le quedaba otra si quería alistarse en las filas de Voldemort. Dorcas era una sangre sucia y aunque fuera una bruja brillante, no se podría permitir poner en riesgo su carrera como mortífago.
Echó su cabeza para atrás, cerrando sus ojos grises. Severus entonces fijó su mirada en él. Se veía a sí mismo cuando Lily, por culpa del estúpido de James y de su propia estupidez, se separó de su lado para siempre. Aún dolía.
—Siempre me he preguntado qué tendrán las pelirrojas para volvernos tan locos.
Escuchó a Regulus reír, aún con los ojos cerrados.
—Me temo que tendremos que esperar a nuestra próxima vida para descubrirlo, Severus.
Regulus se inclinó hacia delante, mirándole ahora con un brillo especial en la mirada de acero. Severus sabía que olvidar al que creías el amor de tu vida era un proceso difícil y dudaba de que Regulus pudiera llevar ese proceso a cabo con éxito. Dudaba incluso de poder conseguirlo él.
—Voy a ir a darme un paseo. Creo que aquí lo único que consigo es agobiarme más. ¿Te apetece un paseo nocturno?
Severus sonrió, desviando su mirada hacia la ventana. Regulus sacudió la cabeza.
—Está bien, ya me hago a la idea de que no.
Regulus dejó que sus pasos le dejaran llevar a donde ellos quisieran. Metió sus manos en los bolsillos y se dedicó a vagar por el castillo. A aquellas horas de la noche, resultaba reconfortante el silencio del castillo.
Antes de que se diera cuenta, se encontraba en la Torre de astronomía. Recortada contra la noche había una figura vestida de color azul cielo que conocía demasiado bien.
Allí estaba ella, en el mismo lugar donde se habían conocido años atrás. Parecía irónico que tuviera que encontrársela esa noche de entre todas en las que no había pensado en ella.
Se acercó silenciosamente. Regulus sabía que si ella se encontraba allí era porque su mente se encontraba turbada por algún problema. Cuando llegó a su lado, se sentó sin decir nada.
Dorcas apoyó su cabeza en su hombro y volvió a sentir ese calor que siempre le llenaba cuando la pelirroja le tocaba.
—Esta noche te estaba echando de menos.
Regulus suspiró. ¿Por qué las cosas tenían que ser así? ¿Por qué su apellido no podía ser otro? Odiaba esa situación, odiaba los malditos prejuicios de la sangre y se odiaba a sí mismo por no poder plantarle cara a su madre como había hecho Sirius.
—Hoy, cuando te vi bailar, quise poder acercarme a ti.
Sus miradas se encontraron. El gris acero mezclándose con ese azul hielo que tantas veces había sido un refugio donde volver a sentir el calor de alguien que te quiere.
—Odio está situación, Regulus. Sabes que si quieres, sé que todos en la Orden te darían la bienvenida.
—Dorcas, no es tan sencillo. Mi madre...
—Plántale cara a tu madre. ¡Sé valiente por una vez en tu vida!
Regulus apartó la mirada. El reproche en las palabras de Dorcas dolía más de lo que el moreno quería admitir.
—¿Quieres que sea valiente?
—Tan solo hazlo por mí, por una vez que te saltes las normas, no te vas a morir...
Regulus la besó. No podía demostrarle valentía de otra manera, quería que Dorcas sintiera a través de ese beso todo lo que sentía. Sus miedos, sus anhelos. Su recién descubierto amor por ella, las ganas de luchar. Quería que su historia tuviera un final para poder proseguir su camino.
Dorcas cerró los ojos. Regulus quería disfrutar de esa mirada tan mágica aunque no era comparable al roce de sus labios con los de la chica.
El beso pareció durar una eternidad y a la vez un segundo. Regulus abrió los ojos y supo que si se quedaba allí un minuto más, estaría perdido. La chica aún tenía los ojos cerrados. Regulus se levantó, había cruzado la línea y sentía que tenía que irse de allí antes de hacer una locura.
—Pertenecemos a bandos enemigos, Dorcas. Esto es imposible.
Regulus escuchó como la chica comenzaba a sollozar. Pudo escuchar las que serían las últimas palabras que compartirían. Dorcas tenía la voz queda, como si le costase sacar las palabras.
—Echaré de menos tu mirada.
Regulus suspiró. Se fijó en la figura de la chica y quiso guardar para siempre esa imagen en su mente. Era el punto de no retorno.
—Echaré de menos verte bailar.