Nota: Vaina, llamado vulgarmente incubadora, es un hombre capaz de albergar un feto en su intestino como si fuera un útero. Solo puede reproducirse de este modo con un pura sangre, un hombre que puede engendrar hijos sin la necesidad de un óvulo, tomando ADN de cualquier otra célula.
Capítulo 1—Deberías tener más cuidado, no puedo creer que te haya herido.
—Y yo no puedo creer que tú me estés dando la charla a mí.
—No lo haría si no te estuviera curando. Y sigo pensando que deberías ir al hospital. ¡O al menos que te lo mire Ducky!
—No es más que un rasguño, no voy a molestar a Ducky por esto.
Pero aquí estoy yo, pensó Tony, y eso le hizo sentir algo feliz porque su jefe acudía a él cuando no quería acudir a nadie más.
Anthony y Gibbs estaban en el sótano, con un pequeño botiquín y un par de cervezas casi vacías sobre el banco de trabajo. Realmente solo era un corte superficial en el antebrazo izquierdo, pero medía unos diez centímetros de largo. Anthony ya lo había limpiado y curado, ahora terminaba de vendarlo.
—Fuiste bastante imprudente, no es muy propio de ti.
—Era necesario. Y si dejas de restregármelo te invito a otra cerveza.
—Hecho.
Gibbs subió a la cocina y bajó con otro par de cervezas. Se encontró a Tony con una lija en la mano trabajando en el barco. Lo estaba haciendo bien, no era la primera vez que estaba allí y le prestaba algo de ayuda con el barco así que Gibbs no se preocupó. Le dio la cerveza y se sentó en una banqueta junto a la mesa tras él. DiNozzo siguió lijando con la cerveza en una mano, echando un trago de vez en cuando.
—Deberías dejar de mirar mi culo así, eres demasiado evidente—comentó DiNozzo sin dejar de lijar. Sabía que su trasero se veía sexy, por algo se había puesto los vaqueros más ajustados que tenía.
—Si te molesta, pararé.
No esperaba que su jefe admitiera que le estaba mirando, supuso que lo tomaría como una broma, aunque esa sinceridad era propia de él.
—No he dicho que me moleste—dejó la lija junto al barco y se dio la vuelta. Se acercó a Gibbs con la botella en la mano hasta que rozó sus rodillas—. Pero no tienes que limitarte a mirar.
Tony estaba nervioso, mucho más de lo que dejaba entrever. Su corazón latía acelerado tan cerca de Gibbs. Esa no era la primera vez que flirteaban, era casi una constante entre ellos, pero nunca había sido tan directo. No estaban borrachos, solo llevaban cerveza y media, aunque tal vez sí tenían un exceso de adrenalina en el cuerpo tras haber capturado al asesino, pero eso no era excusa si continuaban.
Gibbs le observó tomarse un trago sin dejar de mirarle. Tan cerca. Tan tentador. Sabía lo mal que podía acabar aquello y aun así no pudo resistirlo. Le sujetó con una mano por la cadera y lo atrajo hacia sí, sentándolo a horcajadas sobre su muslo derecho. Tony tragó la cerveza, poniéndose tenso. La mano siguió hasta su espalda y bajó a su trasero. Gibbs lo agarró con fuerza y el joven apretó los dientes para contener un gemido. No podía apartar la mirada de aquellos astutos ojos azules.
—Tan apretado como parece—le dijo Gibbs con una sonrisa.
—Po-por supuesto, me mantengo en forma—no pudo disimular del todo el nerviosismo en su voz.
Gibbs siguió manoseando su trasero, echando un trago casualmente sin romper el contacto visual. Solo apartó la mano de sus nalgas para seguir hacia arriba. La deslizó bajo la camisa y acarició con los dedos la zona baja de su espalda. Su piel estaba caliente y sintió cómo se estremecía.
Tony dio otro trago apresurado a su cerveza.
—¿Reuniendo valor?—le preguntó Gibbs, pensando que tal vez era mejor parar ahí.
—Solo intentando tranquilizarme—no le importaba mostrar lo nervioso que estaba, pero no quería que pensara que estaba haciendo aquello forzado.
DiNozzo se despidió con una sonrisa y un «adiós, jefe» como si simplemente hubieran estado charlando, como si no acabaran de tener el sexo más caliente de sus vidas. Al día siguiente, la relación entre ambos era la misma de siempre, Tony hacía sus bromas y Gibbs daba órdenes y collejas. No cambió nada. No volvieron a hablar del tema, sentían que no debían, como si todo fuera a venirse abajo si sacaban el tema, si indagaban en sus sentimientos y su relación. Estaban bien así, habían disfrutado de una noche juntos y con eso se quedaban satisfechos.
Alrededor de un mes después, Tony comenzó a sentirse enfermo. Solo fueron algunas náuseas al levantarse, así que no le dio importancia; después de la agitada noche que había pasado con sus amigos, lo que le sorprendía era poder levantarse. Pero las náuseas persistieron y al día siguiente acabó vomitando. Más tarde se sintió mejor y fue a trabajar asumiendo que algo le habría sentado mal. Cuando esto se repitió al día siguiente y al siguiente, empezó a preocuparse.
Decidió acudir a Ducky, sería más rápido que pedir cita con su médico y no tendría que faltar al trabajo. La mesa de autopsias era realmente fría. La verdad es que resultaba algo escalofriante estar allí tumbado.
—Bueno, Anthony, no he encontrado nada raro en la exploración, aún no sé qué puede estar causándote los vómitos—le informó Ducky, quitándose los guantes—. Te sacaré sangre y se la enviaré a Abby para que la analice.
—Gracias, Ducky.
Aunque aún no sabía lo que le pasaba, estaba aliviado de poder salir de allí. Normalmente no le afectaba en lo más mínimo estar en la sala de autopsias, pero ser él el paciente era muy desagradable.
Al día siguiente, Abby le llamó a su laboratorio a última hora, cuando ya se iba a casa.
—¿Ya tienes los resultados?—le preguntó animado, no demasiado preocupado.
—U-um... Sí...—murmuró con una hoja en las manos. Se movía inquieta, sin mirarle a la cara.
—Abby, no me tengas en vilo, ¿qué pasa?—ahora sí se estaba preocupando.
—Tony... um...—la joven se lanzó sobre él y le dio un abrazo—. ¡Ay, Tony, felicidades!
—¿Felicidades por qué?—la separó de sí agarrándola por los brazos y la miró confuso.
—¡Vas a ser papá!
—¿Qué? ¿Alguna mujer ha contactado contigo? Es imposible, siempre uso protección. ¿Y qué tiene eso que ver con mis análisis?... Oh, no. No. No, no, no—negó vehemente, sacudiendo la cabeza.
—¡Sí!
—¡No! ¡No soy una incubadora!
—El término correcto es vaina y, sí, lo eres.
—¡No! ¡Es imposible! ¡Repite los análisis!—estaba empezando a perder el control.
Abby se sorprendió de que le gritara, nunca lo hacía, pero se lo pasaría por alto dada la situación.
—Ya he repetido los análisis, cuatro veces. Tony, estás embarazado.
—¡No! ¡Oh, joder! Debí suponer que ese bastardo era un pura sangre, cómo no—dio un fuerte puñetazo sobre la mesa. Aún no era capaz de asimilarlo, no podía estar pasándole eso a él, a un DiNozzo.
—¿Entonces sabes quién es el padre?
—Claro que sí, no dejaría a nadie más follarme.
—Oh. Es Gibbs—se cubrió la boca con las manos. Bueno, aquello no es que le sorprendiera demasiado, casi parecía algo destinado a suceder.
—Mierda, esto es imposible. ¡Usamos condón!
—¡No es imposible! Improbable sí, imposible no. Las probabilidades de que un condón falle son del 15 %, las de que fueras vaina... bueno, eso depende mucho de la genética, pero en general un 0,001 %, y de que Gibbs fuera pura sangre... el cien por cien realmente, aunque en la teoría es un 0,05 %, así que en total-
—Ya, vale, Abby, lo entiendo, había más probabilidades de que me cayera un meteorito sobre la cabeza. ¡¿Por qué demonios tenía que pasarme a mí?!
—Bueno, al menos piensa que Gibbs es el padre. No podrías haber escogido a nadie mejor.
—¡No va a haber padre porque no va a haber hijo! ¡No voy a ser una incubadora! Y no puedes contárselo a Gibbs—le advirtió muy seriamente.
—Pe-pero Gibbs estaría feliz—le dijo mirándole con ojos de cachorrito—. Estoy segura de que le encantaría tener otro hijo y sería el mejor padre del mundo~.
—Abby, basta ya. Es mi cuerpo y yo decido. No voy a discutir esto ahora, tengo que... Joder, no sé qué hacer—se llevó las manos a la cabeza y salió del laboratorio dando antes una patada a la mesa.
No podía ser, él no podía ser una incubadora. Era un DiNozzo, en todo caso tendría que ser un pura sangre, pero no una incubadora. Todo lo que podía salir mal, había salido mal. Una probabilidad entre un millón y le había tocado a él. Estaba embarazado y todo por un calentón.
Pero pensar que había sido con Gibbs al menos no le hacía sentir tan humillado. Si alguien podía ser un pura sangre era él. Aunque eso no cambiaba el hecho de que no podía tener un hijo, no estaba preparado para ser padre y mucho menos él solo, y definitivamente no podía dejar que todo el mundo supiera que era una incubadora.
Iba a abortar, lo tenía claro, aunque tal vez Gibbs mereciera saberlo. De todos modos tendría que cogerse una baja durante unos días y acabaría enterándose, si es que Abby no se lo decía antes.
Al día siguiente, cuando terminaron el caso que tenían entre manos, Tony le sugirió a su jefe ir a tomar unas cervezas a su casa. Era la primera vez que iba desde la noche en que se habían acostado. Acabaron como siempre en el sótano, aunque esta vez no parecía haber la tensión sexual de siempre. Tal vez Gibbs intuía que no estaba allí por sexo ni por las cervezas.
Cuando casi se había terminado la primera cerveza, Tony había conseguido reunir el valor para hablar. Miró la espalda de su jefe, que estaba trabajando en el barco.
—Hey, Gibbs... ¿Qué opinas de la paternidad?
Gibbs se detuvo y miró por encima del hombro.
—¿Qué opino de la paternidad?—preguntó extrañado.
—Sí, quiero decir... ¿crees que merece la pena ser padre?
—¿Has dejado embarazada a alguna mujer?—preguntó, volviendo a trabajar.
—¡No he dicho eso! ¡Claro que no!—se hacía el ofendido, pero tampoco sería tan extraño y, sin duda, no sería tan malo como lo que le sucedía en realidad.
—Bueno, tiene sus altibajos y a veces es duro, pero sin duda merece la pena. Es la mejor experiencia que puedas tener en la vida. Una persona a la que cuidar y amar incondicionalmente.
El corazón de Tony latió con fuerza.
—¿Te gustaría volver a ser padre?
—Sí, pero solo con la pareja apropiada—dejó el barco y volvió a la mesa con el botellín en la mano—. ¿Eso es lo que pasa? ¿Has encontrado a alguien y te planteas ser padre?
—Solo... solo tengo curiosidad.
—Es más difícil encontrar una pareja con la que tener un hijo que la paternidad en sí. Las parejas siempre pueden dar problemas, los matrimonios pueden acabar en divorcio, pero a tu hijo lo amarás pase lo que pase, sea como sea.
—No sé si yo estoy hecho para eso...—¿por qué su pecho dolía tanto? Tragó saliva, sintiendo un denso nudo en la garganta.
—Serías un buen padre, no me cabe la menor duda.
—Me sobreestimas.
—Nunca. Pero primero ten claro que es la pareja adecuada, no te precipites. El que más sufrirá si tenéis problemas será vuestro hijo.
Eso era lo único de lo que no tenía dudas, si tenía que ser con alguien, sabía que Gibbs era la persona más adecuada. Pero aún no podía aceptar el hecho de que fuera una incubadora ni sabía si quería ser padre, aunque empezaba a planteárselo. Tomara la decisión que tomara, Gibbs merecía saberlo. Quizás le apoyara en su decisión de abortar, probablemente él tampoco querría tener un hijo con él, con una incubadora. Solo se habían acostado una vez, no es que hubiera nada entre ellos, solo había sido un accidente.
Vació la mitad de la segunda cerveza de un trago, esta vez sí para reunir valor.
—Estoy embarazado—soltó sin más preámbulos.
Vio cómo a Gibbs le costaba varios segundos asimilar lo que le había dicho. Lentamente frunció el ceño y le miró con ojos entornados. Tony no pudo aguantarle la mirada. Se giró de lado y fue a echar otro trago a su cerveza. Gibbs se la quitó de la mano.
—¿Tú estás embarazado? ¿No has dejado embarazada a una mujer, tú estás embarazado?
Tony se sintió aterrado por un momento. No sabía cómo iba a reaccionar su jefe.
—S-sí...—respondió, evitando mirarle a la cara.
—¿Estás seguro? ¿Te has hecho todas las pruebas?
—Abby ha analizado mi sangre. Está segura.
—¿Te has hecho una ecografía?
—Am, no, solo la sangre—estaba seguro de que Gibbs rezaba para que no fuera cierto, de que se aferraba hasta la última posibilidad de que fuera un error. Eso le dolía, aunque era igual para él.
—Mañana iremos a que Ducky te haga una. ¿Qué tienes pensado hacer?
—Ah, yo... quiero abortar—eso era lo mejor para todos, Gibbs también lo preferiría así.
Quería su cerveza, esa y otra más, pero Gibbs la dejó fuera de su alcance.
—Ve a casa y duerme, mañana ve al despacho de Ducky una hora antes—le ordenó.
—Sí, jefe.
Tony se dio la vuelta y salió del sótano, agradecido de no tener que hablar más del tema. No estaba seguro de lo que Gibbs pensaba. Tal vez se sintiera desagradado ahora que sabía que era una incubadora, mucha gente iba a verlo como un monstruo. Lo último que quería era perder el trabajo que tanto amaba por culpa de aquello, pero si Gibbs no quería seguir trabajando con él, si ya no confiaba en él, no tendría otra opción.
De nuevo estaba en la mesa de autopsias, pero esta vez no resultaba tan tétrico teniendo a Gibbs a su lado. Ducky presionaba el ecógrafo contra el frío gel que había vertido sobre su vientre.
—Por favor, Ducky, dime que Abby se ha equivocado en los análisis—le pidió Tony, cubriéndose el rostro con ambos brazos.
—Nuestra querida Abby se equivoca en muy raras ocasiones y... me temo que esta no es una de ellas. Ahí está. Es muy pequeño aún, pero no hay duda, estás embarazado.
Tony no quiso verlo mientras que Gibbs no apartaba los ojos de la pantalla. Sí, ahí estaba, sabía lo que estaba viendo.
—Bueno, sea lo que sea que quieras hacer, puedo recomendarte a algún especialista apropiado—comentó el forense mientras le limpiaba el gel del vientre—. Tengo una amiga en la clínica-
—Ducky, ¿puedes dejarnos solos?—le pidió Gibbs, con un tono más frío del que solía utilizar con él.
—Claro, Jethro.
Ducky salió de la sala mientras Tony bajaba de la mesa.
—Gibbs...
—Anthony—su jefe le interrumpió antes de que comenzara a disculparse por algo que no era culpa suya. Se puso frente a él y le miró seriamente—, dijiste que querías abortar y si esa es tu decisión final lo aceptaré, pero me gustaría que también barajaras la opción de tenerlo.
—Q- ¿Qué? N-no puedo, yo no puedo tener un hijo, no puedo ser un padre soltero y no quiero ser una incubadora. No estoy preparado para esto, es imposible.
—No estarás solo. Tony, yo estaré contigo, asumiré toda la responsabilidad.
—Ni... ni siquiera te he dicho que sea tuyo—se sintió ridículo al decir eso, por supuesto que Gibbs lo sabía, era demasiado evidente—. Solo follamos una vez, no fue más que un calentón, no tienes que... «asumir la responsabilidad». Está bien que quieras tener un hijo, pero tú mismo dijiste que tenía que ser con la persona adecuada.
—Lamento que tú pienses así, pero yo no me acosté contigo por un calentón. Lo hice porque eres importante para mí, tengo sentimientos por ti desde que nos conocimos y no puedo pensar en nadie mejor con el que tener un hijo.
Tony sintió su corazón acelerarse a un ritmo imposible, le costaba respirar. Aquellas eran probablemente las palabras que más había deseado oír en los últimos años (sin contar lo de tener un hijo) y ahora le aterraban. Movió los labios intentando decir algo, pero no sabía qué decir, su mente estaba atascada en un bucle. Estaba embarazado, Gibbs le quería, quería a su hijo, pero era una incubadora, lo cual resultaba humillante, él no estaba preparado para tener un hijo, pero Gibbs lo quería...
No pudo más. Salió de la sala a toda prisa esquivando a su jefe, fue hasta el aparcamiento y se encerró en su coche. Estaba teniendo un ataque de ansiedad y no podía permitir que nadie le viera así. ¿Qué iba a hacer? Esa podría ser la decisión más importante de su vida y ahora Gibbs se lo había puesto más difícil.
Le sobresaltó la vibración de su móvil al recibir un mensaje. «Tenemos un caso. Puedes venir o tomarte el día libre». No esperaba que Gibbs le diera la opción de irse a casa, pero decidió quedarse. Fue difícil, casi todos se dieron cuenta de que le pasaba algo raro aunque intentó disimularlo. Ignoró sus comentarios o respondía con bromas fingiendo que no era nada. Se sintió aliviado de que Gibbs le tratara como siempre, incluso se llevó una colleja. Era agradable pensar, aunque no fuera cierto, que nada cambiaría cuando aquello acabara.
Gibbs no se sorprendió cuando Tony llamó a su puerta aquella noche. Le dejó pasar sin decir nada y le ofreció un café.
—Preferiría una cerveza.
—No. Nada de alcohol.
—Hah... Y yo pensando que no iba a cambiar nada—suspiró.
—Por supuesto que van a cambiar cosas, pero eso no significa que sea algo malo.
—Ya...—él no opinaba necesariamente lo mismo.
Le sirvió un café mientras él se bebía otro y se sentaron en el salón, Gibbs en el sillón y Tony en el sofá, algo alejado de él. Aquello era inusual, aunque la situación lo requería.
—Primero... um... quiero que sepas que... para mí tampoco fue un calentón. He tenido... ¡Oh, joder! Estoy enamorado de ti desde que nos conocimos. Sé que tú no dices las cosas así tan directamente, pero yo sí.
Gibbs sonrió, una sonrisa que Tony ya conocía.
—No, no me digas que ya lo sabías.
—No te lo diré—lo intentaba, pero no podía evitar sonreír.
—¡No! Lo he disimulado bien todo este tiempo, estoy seguro—exclamó frustrado.
—Tony, no me habría acostado contigo si no lo hubiera sabido.
—Hah... Soy un idiota—se pasó la mano por el pelo, reclinándose en el sofá—. Pero... incluso siendo así... nunca me había imaginado tener un hijo de este modo, no sé si estoy preparado para ser padre y mucho menos ser... la incubadora.
—La madre.
—¿Qué?
—Esos términos de vaina o incubadora son ridículos. Tú llevas al hijo, eres la madre.
—Ya, no creo que eso me haga sentir mejor—era una lógica muy simple, pero la verdad es que sí le gustaba más—. De todos modos, eso no cambia las cosas.
En algún momento de su conversación con Gibbs, la más larga que había tenido con él, comenzó a pensar en cómo se las arreglaría para cuidar de un hijo en lugar de decidir si iba a tenerlo o no.
Se marchó, ya muy tarde aquella noche, sintiendo que el peso sobre sus hombros se había aligerado un poco, que lo que le estaba pasando ya no parecía tan terrible. Si podían atrapar a cientos de asesinos juntos, un niño no podía resultar tan problemático. Y ser «madre» no sonaba tan mal como ser vaina o incubadora.