Una sombrilla para el amor.
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Lo miraba y cada una de sus palabras la irritaban. ¡Cuánto daría por matar a Geraldo! Por agarrar su moreno cuello y asfixiarlo hasta la saciedad. Apretaba con fuerza el paraguas que llevaba especialmente para la ocasión, y él ahí arruinando todo.
El impulso salió de su alma y se entregó a sus emociones explosivas. Le arrojó el pequeño artefacto de bolsillo a su cabeza de cepillo. Él alzó la vista molesto y se encontró con sus azules ojos, con su boca, despacio y grande solo le dejó saber: "ESPERO QUE MUERAS"
Un estremecimiento le recorrió la espalda al chico. Su amigo, frente a él, recogía el paraguas con clara duda en su rostro. Johannsen se acomodó el peinado e ignoró a la rubia.
— Como te decía viejo, con esta lluvia deberías decirle a Lila que la acompañas hasta su casa; después de todo tienes un paraguas y ella no.
Arnold continuaba mirando la sombrilla de bolsillo que había caído a sus pies, de un color rosa.
— No creo que sea buena idea, ella podría malinterpretar las cosas.
— ¿Malinterpretarlas? Que te encanta ya es conocido por todo el mundo.
El rubio se separó un momento del moreno y se acercó a la joven preparatoriana de trenzas, quien llevaba algunos minutos en la puerta viendo la lluvia caer. Él le extendió la sombrilla azul que guardaba bajo el brazo.
— Toma Lila, no es bueno que te mojes de regreso a casa.
Ella mostró sorpresa pero accedió a tomarla.
— Muchas gracias Arnold, siempre eres tan caballeroso. ¿Quieres que compartamos el paraguas? Tampoco me gustaría que terminaras resfriado por mi culpa.
Johannsen se giró a ver a Helga, oculta tras los casilleros. Le dedicó una sonrisa triunfante. Y ella le devolvió una mirada asesina, pero en el fondo, incluso él tuvo que admitir que vio dolor en sus ojos, y la culpa lo invadió.
Se acercó a ella. Una ola de sentimientos nuevos por la rubia lo estaba embriagando, confundiendo y haciéndolo actuar de formas que no esperó. ¿Estaba siendo buen amigo o solo un egoísta?
— Si quieres Helga, yo te acompaño a tu casa.
Soltó ante la sorpresa de todos, de la misma rubia incluso. Arqueó la uniceja y comenzó a avanzar dejando atrás al moreno.
— Tranquilo cabeza de cepillo, caminar bajo la lluvia no es algo que vaya a matarme.
Pasó de largo y salió por la puerta, como si el diluvio de fuera resultara una nimiedad. El rubio sintió el cosquilleo de los celos subirle por la garganta, sensación conocida desde que Helga y Gerald tenían una extraña relación de amor-odio.
— Arnold observó a la delicada figura de una chica arrogante y acorazada caminar por un diluvio. Y la vio tan sola y frágil...
El rubio rio ante el comentario dramático de su mejor amigo quien se quedó en su monólogo junto a los casilleros, sacó la sombrilla color rosa, color Helga.
— Lo siento Lila, tengo que llevar a una chica gruñona a casa.
Y corrió detrás de la fémina y agresiva chica. Con los sentimientos de amor y confusión aún guardados en el pecho.