Disclaimer: Shingeki no Kyojin y todos sus personajes no me pertenecen, cualquier modificación y resubida a un sitio diferente será reportada en Support google. Todos los derechos creativos reservados para mi persona y otras involucradas.

Parejas: Levi x Eren [riren, claro está] Evento de Halloween del grupo 'Dictadura Riren' The Pumpking song

Notas: Como mi queridísimo rollo de canela, bae, mejor conocida como Les comaye, ama el Halloween y me pidió que para su cumpleaños le regalara un bello fic de terror que también coincidiera con el del evento del grupo Dictadura Riren para noche de difuntos, espero que le guste y que lo disfrute. ¡happy Halloween! Sabes que siempre te apoyaré, lamento todo lo pasado.

Notas 2: Lia, gracias por toda tu ayuda y consejos, asesorías y cuando me explicaste tres veces lo mismo. —inclinarse mucho—

Advertencia: ¡ESTO ES JODIDAMENTE IMPORTANTE! ANTES DE LEER DEBEN IR A YOUTUBE Y TECLEAR ''CALL ME MASTER, BLOOD ON THE DANCE FLOOR, SUB ESPAÑOL'' si no lo hacen :'c no será lo mismo, así que obsesiónense con esa canción.


Danse Macabre

Levi x Eren

Capitulo 1—

Esta noche nuestros cuerpos se entrelazaran, es jodidamente asqueroso alimentarse de la sangre en el interior

Yo era un hijo único, o eso era lo que los padres habían hecho creer, solo madre, padre e hijo, en una casa muy cerca del bosque, porque padre era leñador, o eso habían hecho creer. Habían cometido pecado, tras pecado, porque madre o padre o uno de los dos, llego después con la segunda hija, que era no como yo, ni como padre o madre, era más como otros vecinos que ya no estaban que no se sabía si estaban muertos o vivos, pero la hermana estaba en la casa y era la mía y éramos de la misma edad.

El helado ambiente daba al bosque sombrío aspecto, la neblina se incorporaba en los alientos abrumados de los que exhalábamos el calor por la boca, el alma saliéndose por nuestros labios y el espacio entre la inhalación y la exhalación, capturando trozos de agua helada entre los vellos de la nariz y los pellejos que se desprendían de la piel en los labios y la punta del hocico, la lengua seca y la garganta punzocortante por lo helado del hielo que se prendaba de las hojas de los pinos. Frio de otoño, embarrándose en el invierno, el escabroso y nada pacifico invierno para los Jaeger.

Ni para mi hermana no sanguínea que se erguía como tronco reseco a lado mío. Imponente para una niña de la misma edad que la mía, con el pelo chamuscado y las ojeras brotando de sus ojos como adornando las cuencas grises y hambrientas, y padre caminando enfrente con el filo de hacha tirado a nuestro lado, medio oxidado y sacado de pedregal, en nuestras espaldas carretillas con troncos mojados, cubiertos por bruma de neblina. Que secarlos, antes que venderlos porque no valen nada mojados.

Atrás madre, con la panza abultada como una luna llena, los risos destrozados por el rostro palurdo y amarillento, encima un chal de cola de mapache y los zapatos rotos, estaba verde y vomitaba cada dos metros, sus ojos eran morados, sus labios blancos, y nos miraba con reproche. Con asco colgando de la punta de la lengua mojada de bilis y restos del canario que comimos anoche.

—¡Carguen más leña, niños! — ella tenía un carrito en la espalda con troncos gruesos y una huesuda mano sobre el estómago.

Estaba molesta, Mikasa se encogía de a poco para volver a su postura de árbol, yo iba arrastrando los pies. Y pensando en porque mi mama había tenido que embarazarse de nuevo, éramos pobres, ¿Qué íbamos a hacer? Papa se detuvo frente a otro viejo pino y comenzó a tallarse las ampollas de la mano de nuevo, contra el tronco. Mama se tiró en el piso vomitando. Embarazada, con dos hijos y una adoptada. Tiré los palos de madera rotos y astillados, mirando los zapatos de cuero medio rotos y remendados Mikasa miraba con decisión, la que sobraba en esa familia era ella. Pero ya estaba aquí, me calle y esperé a que papá dejara de talar el árbol para oírlo quejarse.

Era doctor.

Eso antes, pero el pueblo no, no puede pagar un doctor. Y había que sacar el pan de algo y a los pobres les gusta tener hijos, y les gusta el pan y la leche y la leña nos lo daba pero cuando comenzaron a haber más y más leñadores fuimos innecesarios y ya no solo valía de uno talando, los cuatro cortábamos la madera para después repartirnos un pedazo de pan aguado o con suerte mohoeado, corrompido por los hongos de la humedad, pero igual tragamos y luego congelarnos la garganta en el agua escarchada del rio que dividía el bosque bueno del bosque malo.

Mamá embarazada rogó que volviéramos. Papá se interpuso, pero regresamos con más troncos que antes y aun así cuando papá llegó al pueblo a venderlos solo volvió con tres chelines y medio, lo que nos alcanzaba para medio litro de leche y un pan. Cenamos los cuatro y mamá chilló en el comedor hasta que papá le dio su pan, pero querían hijos. Querían hijos nuevos, mejores más nuevos.

—¡Y te lavas esa cara que tienes lagañas! — gritó madre, tirando de mi chaqueta tejida hasta donde estaba el balde de agua fría en la esquina de la cosa de madera que construimos entre papá y yo.

Mikasa se lavaba el pelo con el agua helada, estaba desnuda en la sala, tirándose agua fría encima y con una cara indescifrable, tomé el agua que tiraba y comencé a lavarme también, hasta que consideré que mis dedos se ponían morados y mi boca tiritaba y Mikasa aún mostraba su cuerpo desnudo frente a mí, incitándome que la tomara, pero no quería, porque éramos pobres y era mi hermana y éramos precoces y eso, pero no me gustaba ella, ni su piel blanca ni nada, no me gustaba nada de ella. Ni que no se cubriera de los ojos de mis padres, impúdica como era. Pero quería que nos fuéramos, juntos, los dos solos y tener hijos y choza propia.

Pero solo había vivido diez primaveras, diez veranos, diez otoños y ya casi once inviernos. Pero todavía no. La ignoré como lo hacía y me alejé de ahí para ir al cuarto, que era más una especie de sótano dentro de la casa, una puertecita de madera que nos separaba del exterior y sin ventanas, había más densa neblina adentro y solo unas tres cobijas en el piso, dos que usábamos de colchón y una para taparse a donde aguantáramos, sin almohada ni nada. Solo los dos y una vela medio a terminar, con la mecha tambaleante y unos pedacitos de madera que quemaré en casa de que se apagara. Me tiré en el catre con la ropa para dormir, un camisón blanco y unos calcetines mullidos. La única prenda mullida que había para el en esa casa.

Mikasa llegé después, se acostó a mi lado en la cobija y dejó su cabello húmedo en la madera.

—Nos van a tirar.

—¿Cuándo? — atiné a suspirar antes de cerrar los parpados, abrirlos de nuevo por el sonido externo.

—Mañana — Mikasa lloraba.

—¿Cómo?

—Nos van a perder — explicó levantándose y muy lentamente caminando hasta la puerta del sótano —. En el bosque malo.

Cada poro de mi ser se estremeció, el pelo de mi cuerpo se enchino hasta que un grito desolado escapó de mi garganta pero no murió en el sonido, el frio eclipsaba mi voz mientras mis pies tiritaban contra la madera rechinante y nos pegamos a la puertecita cerrada.

Mamá ponía seguro cuando nos metían.

''Ya no tenemos dinero para cuidarlos, hay que sacarlos. Que los cuide otra persona, otras gentes más favorecidas, ya tendremos más'' ''Te has vuelto loca, son nuestros hijos'' ''No, Eren es mi hijo, tu trajiste a la otra para que le hiciera compañía. Solo que le hace de la mala'' ''Porque a los dos'' ''Porque no hay comida, no hay agua, no hay donde vivir. No hay una buena vida te digo que los saques o que me extirpo al cochino niño del vientre y que me muera yo también''

Mikasa se pone las manos amoratadas en la boca, está intentando no gemir de dolor y desesperación, pero es infructuoso y me veo obligado a callarle la boca con la mano. Si no le digo nada va a seguir llorando, pero primero a caminar fuera de la puerta. Mis papás no me quieren tirar porque si soy su hijo, pero no van a sacarla a ella sin sacarme a mí, los dos nos jodimos. Y ahora nos van a tirar. Nos llevaran al bosque malo, donde ningún alma ha parado pie nunca y por supuesto donde ninguna gente más favorecida no podía recoger porque no había, y si había no les importaríamos. Y el pueblo más cerca estaba a tres horas a caballo y nosotros apenas caminábamos con las llagas muy malas que teníamos en las piernas.

—No estés llorando — la consolé —. Mañana si nos saca a perder mi papá nos pegamos bien a él para que no nos pierda y nos regresamos con el caminando y mamá se enojará pero ya le agarramos la maña y que no nos despegamos de su pantalón.

—¿Y si nos manda de lejos por leña? — el aliento salió entre sus labios con saliva y lágrimas y mocos.

—Habrá que señalar el camino de vuelta — se me ocurrió la idea de seco, que metiendo piedrecitas que encontráramos en el camino y pegándolas por el sendero que caminábamos, entre las huellas de los zapatos y las piedras encontrábamos el camino. Cuestión de sacudirle un poco el lodo y luego quitárnoslo de los dedos y al día siguiente nos amarrábamos un pañuelo al delantal para caerlas ahí y que no se dieran cuenta que las guardábamos

Mikasa se me quedó viendo de a rato, con las cuencas de los ojos vacías y las venas rojas brotando como a punto de explotar. Hay algo en su mirada que no termina de agarrar sentido del plan, y hace demasiado frio como para no dormir abrazados pero me pone tener que poner las manos en su espalda y guardar silencio porque si mi mamá nos escucha hace gemidos bajos y sisea, luego se para y vomita en el trasto de peltre de la cocina, luego lo lava, si puede y al día siguiente comemos ahí. Nos tiramos en la remendada colcha y conseguimos cerrar los ojos por veinte minutos. Luego me doy cuenta que mis dedos están morados y que las piernas hormiguean por la falta de sangre, que hay una piedrecilla en la colcha y que las heces de ratones producen que me duela la cabeza. Mikasa siguió llorando, es su interior rebosante de culpa el que nos friega. Solo piensa que nos pierden porque ella es la adoptada.

Yo creo que es verdad.

Me remuevo un buen rato hasta que alcanzo otra posición medio estable, miro la madera podrida del sótano donde dormimos y admiro que entre los troncos existe la vida de los musgos y los hongos, que si nos quedamos durmiendo aquí por mucho más vamos a despertar con los lomos verdes y los champiñones creciendo de nuestras narices, que los caracoles no soportan el frio pero les gusta la humedad y con los sudores en los que se baña la colcha mañana tendremos nido de gusanos abajo y caracoles babosos para la cena.

Me quedé dormido, bajo la somnolencia absoluta de que el frio iba a matarme despierto o dormido, pero mis parpados se cerraron y aceleraron el proceso de ver luces verdes y luciérnagas en la habitación, que se convierten en polillas que sé que están ahí porque hace frio y hay polvo, y también murciélagos muertos, que se secaron de no poder salir y que murieron. Y que todos los vapores rancios que sueltan me inducen al sueño.

—Eren despierta — me llama Mikasa, tiene los ojos más rojos que anoche. Está jugando con sus dedos en el cabello, tiene un listón roído de ratón en las manos y se ata el pelo negro en una cola baja.

—¿Qué?

—Que ya nos vamos.

Me quito las cobijas y me cercioro de no tener encima muestra alguna de musgo, ratones, o aunque sea una fina cubierta de polvo y nieve que ya no debe de estar por acumularse encima si seguimos en esas condiciones. Se levanta y se pone unas botas de cuero y encima el suéter, luego la bufanda roja y no trae calcetas. Las llagas de sus pies se volvieron a abrir. Y le duele cuando camina, pero se pone en pie y anda como si nada. Me mira de soslayo esperando que la alance. Me tomo el tiempo, me he quitado el camisón de pijama y Mikasa ve todo mi cuerpo desnudo, desvía la mirada inquieta ante mi falta de pudor.

—¿Qué?

—Tus miserias.

—Las quieres — le gruño con enojo mientras me pongo la medio mojada ropa del piso. Me peino el pelo con los dedos y me sacudo las lagañas de los ojazos.

No dice nada y se sube a la sala abriendo la puerta de madera que nos separa con la casa, arriba hay revuelo. Papá anda de allá para acá y toma sus cosas con pereza, mamá está sentada en la orilla del catre de paja y se soba la panza, está peor que ayer. Me produce repulsión, aparto la mirada de ella porque tiene vomito en la comisura de la boca. La piel amarillosa y el cabello empapado en sudor.

—Ya llévate a estos niños — dijo mi madre —. Y que no vuelvan hasta el anochecer, con harta leña si no van a dormir en el patio.

—¿No hay desayuno? — tuve el descaro de preguntar.

Papá me vio con ojos asesinos, pero me quedé un buen rato admirando lo morado de su piel y lo dura y reseca que parecía estar tras esa enorme cantidad de arrugas y puntos negros de grada que iban acumulándose entre las aletas de la nariz.

—Primero aprende a limpiarte los mocos y luego pides de comer.

Salimos de la casa con pasos indecisos, azotados por el aire que demacraba nuestros ya congeladas extremidades, sintiendo los labios partírsenos, los estómagos crujir de forma tan rauda que el crujir de las ramas de los arboles era comparable. Se azotaban una con la otra y las lechuzas aún no se iban a dormir, aun nos miraban con sus grandes ojos ámbar. La luna aún estaba en el cielo y todo coloreado de negro, hasta nuestra cabaña que parecía una mancha borrosa de troncos y frio. Nos adentramos al bosque.

Mikasa se pegó a mí y fue entonces cuando me percaté que no había recogido las piedrecillas que había dicho que arrojaríamos sobre el camino para regresar si mi papá nos perdía en el bosque, ella me miró con ojos de búho. Y yo asentí suave, deje que papá se me adelantara por tres zancadas y media y Mikasa por dos, luego me agaché para recoger las piedras más grandes y notables que encontrara, apartaba un poco el polvo y luego las ramas, no había animales pues hacia muy mal clima, pero me encontré una lombriz de tierra antes de sacar un buen puñado de piedras y metérmelas en los bolsillos del suéter. Seguí caminando y cada tres tandas tomar más, hasta que mis bolsillos quedaron rebosantes de piedras grandes.

La mire y asentí, ella respiro y se mordió los labios hasta que sangraron.

El hambre curiosa de nuestros estómagos volvió a resonar fuerte, a pesar de que tenía una noche sin aparecer, no había razón para sentirla ahora. Una bruma inexistente me dijo que podía comerme las piedras y que así el hambre se iría. Me llevé una piedra grande a la boca, y la mastiqué con cuidado de no hacer ruido. Pero papá se giró a mirarme, tenía los dientes manchador de tierra y desgastados por el intento de comer una piedra.

—No…

Susurró Mikasa pero pasé de ella y seguí caminando, comiendo las piedras de mis manos. Mi lengua se cuarteo y empezó a sangrar. Me bebí la sangre de la lengua y jugué con la tierra en mis muelas.

Llevaba tres piedras cuando por fin comenzamos a cortar leña en un claro alejado de la cabaña. Entonces supe que si seguíamos avanzando a partir de este momento tendría que tirar las piedras en el piso y seguir caminando, porque más allá el bosque estaba prohibido y yo no podría ubicarme más. Me lleve una piedra a la boca y saqué la madera de mis hombros para quedarme mirando mientras Mikasa escogía las ramas menos húmedas y las ponía. Papá me vio de reojo de nuevo y se asqueo.

Escupí la piedra de la boca y le sonreí con las encías cubiertas de sangre.


N/A: Perdónenme, sé que es corto, sé que no sale Levi y que no saben que está pasando. Pero se aclarará, lo juro por los Dioses. Espero que les haya gustado aunque sea un poco, este medio extraño y triste comienzo, un poco crudo a mi parecer, de verdad…

¡Si les ha gustado déjenme un review! Con uno pequeño me conformo jajaja.

Como ya está escrito más de la mitad probablemente actualicé los domingos por la noche. ¡Un beso!