Nocturna Suppressio
Era ensordecedor. El sonido de la tormenta la abrumaba. La humedad golpeaba con fuerza cada hueso ofendido de su cuerpo.
El primer trueno ocasionó que tomara conciencia de cuan entumecidas estaban sus piernas; la presión de las pinzas sobre los dedos de sus pies se le hacía insoportable. Intentó no temblar, mantener su respiración dificultosa a raya, pero la incómoda posición en la que estaba se lo hacía difícil. Sus brazos se encontraban atados sobre su cabeza, mientras que el peso de su cuerpo oscilando en el aire mantenía a sus muñecas dislocadas.
Estaba segura que la mantenían despierta a fuerza de golpes hacía más de tres días pero también podía estar equivocada. Su mente desvariaba a causa del cansancio y estaba rodeada de reflectores que además de luz generaban un calor que le abrasaban la piel.
El siguiente trueno le quemó las retinas con su luz, dejándola ciega. El miedo la tenía paralizada, atenta a todo lo que sucedía a su alrededor. Sus ojos se hallaban vendados y su cuerpo encerrado en una diminuta caja. El movimiento era escaso, casi imposible debido a la cigüeña que la mantenía fija en una posición que le causaba un dolor lacerante. Desnutrida y deshidratada, sentía como sus riñones amenazaban con colapsar cada vez que su cuerpo intentaba eliminar las toxinas por vía de una orina espesa y teñida de sangre. El frío le calaba los huesos y, aun sin poder ver, estaba convencida que pronto perdería los dedos por la hipotermia.
Los truenos aumentaron.
Otra estela de luz la llevó a una mesa inclinada ligeramente hacia abajo. Atada, con una toalla sobresu rostro escuchaba las risas de un hombre y una mujer mientras empapaban el trapo. La sensación de asfixia; la ilusión de ahogarse; las señales de emergencia que su cerebro enviaba a falta del esencial oxígeno; las gotas de agua de la toalla escurriéndose por su piel, humedeciendo labios ya secos, rotos, descascarados. Cada sensación era tortuosa. Y la electricidad que cada tanto le inducían también. Hacían temblar cada nervio de su sistema. Pero el miedo que le causaba no saber cuándo y por cuánto tiempo volverían a ahogarla le ocasionaba ataques de histeria y convulsiones. Porque aunque lo hiciera, aunque dejara sus cuerdas vocales como sacrificio en el acto, jamás —nunca— podría vociferar lo suficientemente alto como para que Dios la escuchara.
No había escondite alguno. No había espereza. En su lugar sólo se acumulaba desolación, desesperación y toneladas de locura.
Otro truenoy las hienas rabiosas intentaban entrar a su diminuta jaula. La llenaron de terror, mientras permanecía lo más quieta posible esperando que las arañas a su alrededor nola mordieran. El agua podrida que había logrado tomar le subía por la garganta. Su cuerpo quería expulsarla, pero ella no poda permitirlo, no cuando los vívereseran tan escasos y una manzana podridaera lo más sabroso que podía esperar ingerir.
Otro trueno y sentía como le extirpaban cada uña.
Otro trueno y oía sus huesos romperse a causa de la tortuga.
Otro trueno y sonidos de gritos a altísimo volumen le hacían sangrar los tímpanos, a la par que en vano asimilaba las amenazas que el cuchillo escribía sobresu piel.
Otro tueno y ya había hecho un tour por el museo de la tortura.
Mil truenos y mil tormentos. Un millón de truenos y un millónde suplicios. Un billón de truenos y un billón de humillaciones. Otro trueno… y otro más. Porque jamás bastarían las tormentas. Porque jamás sería suficiente el llanto, los gritos, las suplicas, los lamentos, las maldiciones ni las imploraciones. Ya no era una persona. Solo era un cúmulo de emociones encerradas en un cuerpo lacerado y roto. Roto. Demasiado roto, tanto en sentidos literales como mentales.
Otro trueno y sus ojos fueron descubiertos dejando a plena vista el rostro sonriente del hombre que la torturaba día y noche, de sonrisa ancha y roja, piel blanca y ojos inyectados de locura, salvajismo y diversión. Reía mientras acercaba un cuchillo al rojo vivo a su cara. Y jamás lo olvidaría. Porque mientras la marcaba, mientras dibujaba en su mejilla con el filo ardiente de la hoja, mientras sus gritos iban más allá de la sala en la que se encontraba, la risa macabra haría eco para siempre. Grabada a fuego en su memoria, en su piel, en sus músculos y huesos; en cada milímetro de lo que era. O en lo que quería aferrarse a ser.
Con el último trueno, Rachel despertó gritando. El sudor bañaba su piel y empapaba su pijama. Antes de que pudiera percatarse de lo que ocurría, Ricardo ya había ingresado a la habitación con una expresión que denotaba toda la angustia que podía conllevar alguien que encuentra a una persona sumida en el más puro terror. Repentinamente, la abrazó. La mecióentre sus fuertes brazos mientras le decía que solo era una pesadilla, que todo estaríabien. Pero su cuerpo dolía, su rostro leardía, como si estuviera aun perdiéndose fuego con una letra en particular.
Incómoda, se removió entre el dulce agarre de Nightwing. Confundida, aterrada, adolorida. Demasiado manchada. Manoteó los brazos protectores que la ceñían como si quemaran, sus ojos atormentados los veían cada vez más claros, más largos y con dedos de viejo pianista, esqueléticos, frenéticos. Estaba alucinando.
-Estoy sucia –balbuceó-. Sangre. Tengo sangre. -Su voz denotaba la histeria de una joven que acababa de tener una ante prima de los horrores del ser humano medieval-.
Rachel luchaba para levantarse, a punto de abrir la puerta de un ataque de pánico. Y él pánico desestabilizaba sus emociones, sus poderes, que ya estaban haciendo estragos en la gravedad de los objetos y libros que residían en la habitación. Todo a su alrededor estaba flotando y recorriendo la habitación con un lento y dulce oscilar, que pronto se convertiría en una tormenta de objetos.
-Tranquila, todo está bien –dijo Ricardo, con toda su amabilidad, pero con cierta persistencia-. Déjame ayudarte.
Entonces, ella se dejó guiar al baño, siendo mecida por su voz, aquella que usaba para calmar a las víctimas que rescataba. Intentó desvestirla para ayudarla a meterse en la bañera, pero una resistente negativa de Rachel se lo impidió. No quería que nadie la tocara. No deseaba que nadie la viera. Porque había cicatrices —que habían sido grabadas en su cuerpo hacía meses por cierto ladrón y otras que su sueño había creado en su mente luego de la pesadillas… los recuerdos—. Simplemente, quería desaparecer del mundo y encerrarse en un lugar seguro de sus memorias. ¿Suyas? No importaba. Les temía, la horrorizaban.
A pesar del rechazo de Raven, Ricardo no salió del baño, sino que le dio la espalda mientras ella se desnudaba y metía bajo el agua de la canilla que él había abierto con anterioridad. El antiguo Robin se sentó en el inodoro y esperó a que ella terminara, en caso de que necesitara ayuda con algo, mientras intentaba formular una explicación ante lo que acaba de suceder. La inestabilidad de Raven era sabido, se debía a su padre y temía que ella estuviera frente a una fuerte sacudida, algún tipo de recaída. Porque por nada en el mundo se debía repetir lo de aquel fatídico cumpleaños.
Por su parte, Raven intentaba calmar sus nervios gritando en su mente palíndromos, uno tras otro.
-Yo dono rosas, oro no doy.
-Sometamos o matemos.
-Ese bello sol le bese.
-Anula la luz azul a la Luna.
Eran su mantra personal, que no usaba desde que era una niña. Su madre se lo había enseñado y al crecer había dejado esa costumbre. Pensaba que de nada servía, que se trata sólo de frases vacías y, sin embargo en ese momento y ante su propia incredulidad quería creer que funcionaba y que su madre vendría a abrazarla y consolarla como en antaño.
Después del baño, la joven necesitó del consuelo de los cálidos brazos de su líder. Compartió la cama con él, siendo arrullada por un suave murmullo de palabras bonitas que la hicieron sentir protegida. Por un iluso instante, creyó que nada le pasaría. Pero esa noche de pesadillas junto a la sensación de ser observada constantemente, no la abandonó…
La paranoia llegó con el pasar de los días. Rachel tenía la sensación de que alguien seguía sus pasos aún si sus poderes le indicaban que estaba sola —aún si recordaba que todo podía estar en su cabeza, como con la protagonista de Rebeca, un libro que dio origen al conocido síndrome de persecución con el mismo nombre—. Siempre estaba alerta, al asecho de algo que su conciencia le decía no existía, pero que sus sentidos, su piel erizada le indicaban que estaba allí, esperando. ¿A qué? A algo. A atacarla. A devorarla. A consumirla. Y lo lograba, lentamente, con cada paso a hurtadillas que daba, mientras que el sueño, o mejor dicho la falta de él, le nublaba el juicio.
Todas las noches era la misma rutina: contemplar su cama con temor a dormir. Con pánico a soñar. Con miedo a volver a sentir todas esas atrocidades. Desprotegida, desesperanzada y desesperada, los gritos en medio de la noche dejaron de ser algo extraño, como la presencia de Richard en la Torre por más tiempo del acostumbrado —presencia que Raven agradeció—.
La vida en la torre no había cambiado nada. Mientras esta se movía, viva, llena de héroes que realizaban sus actividades cotidianas y ella, que se reconfortaba entre esa paz que le daban las tonterías de los Titanes. Sin hacer nada sumida en un sopor absurdo en ella, era como estar inmersa en una gran y espesa niebla, todo fuera de ella continuaba su rumbo pero Raven estaba varada, solo aparentaba, contemplando con una mirada vacía el paisaje que se alzaba desde lo alto del edificio. Su cerebro solo lograba concentrarse en los sueños,vividos, atroces, de colores chillones a veces y otros, en tonos apagados como una película dramática, sus pensamientos sobre el tema ocupaban el noventa por ciento de su día, era un pensamiento constante y cuando la bruma la envolvía se forzaba a salir de ella con una de las imágenes salidas de sus sueños. Así mismo, la claridad con la que revivía momentos tan traumáticos le aseguraba que no podía tratarse de meros productos de su imaginación.
Un día cualquiera, Raven ingresó cual alma en pena a la Torre tras pasar todo un día viendo el pasto crecer y dejando que sus compañeros hicieran el trabajo de héroes mientras ella buscaba formas en las nubes. Ese mismo día, tuvo lo que los alcohólicos llaman "momento de lucidez" mientras estaba acurrucada en el sillón de la sala de estar. Se suponía que compartía un momento de compañerismo con el resto de los Titanes que en ese momento estaban inactivos. "Iban a ver la película del siglo" había gritado Cyborg a los cuatro vientos, mientras que Chico Bestia lo secundaba dando vueltas alrededor de la sala común.
Pero su mente no pudo evitar divagar, viajar a la casa de Jason, donde las reglas eran completamente diferentes. Donde en el sillón sucio y mugroso había espacio de más para dos personas —espacio de más para ella, por su pequeña complexión—.
Ausente del beso apasionado entre los amantes de la película, hizo un pequeño recorrido mental por la casa del joven ladrón. No había cables, destacó. Se esforzó por recordar algún toma corrientes, pero no. Todo funcionaba a base de pilas y baterías enterrados en el suelo, todo con baja frecuencia. Incluso las luces de las habitaciones iluminaban escasamente, por la falta de una fuerte corriente eléctrica.
A sus oídos ingresó el sonido de comida siendo masticada. Y eso la hizo pensar que en la casa de Jason la comida estaba perfectamente medida —de hecho, la heladera siempre se encontraba vacía… o mejor dicho, no había comida en su interior, porque estaba llena de otras cosas, objetos que nadie pondría allí, exceptuando la infaltable cerveza—. No había platos. Ni siquiera cubiertos. Todo era descartable —e incluso eso no terminaba en la basura, si no que si no estaban rotos se volvían a usar—. Los vasos eran de lata gruesa y solo contaba con dos tazas, una de ellas con el aza rota. Aun cuando la casa se trataba de una armería en plena regla, todo aquello que pudiera ser usado en contra del bienestar de Jason por parte de un intruso estaba escondido a la perfección. El solo hecho de caminar por la casa era toda una empresa del estilo de Misión Imposible. El caos de ese lugar hacia casi —porque Jason se movía por ella cual personaje de una película de espías rusos, con destreza, soltura y elegancia— imposible andar sin tropezarse o causar un escándalo de cosas rotas. Fue entonces que Rachel supuso que se trataba de una alarma contra intrusos.
Las veces que vio a Jason comer solo —en sus primeros días a su lado— lo hacía con una navaja suiza que tenía un poco de todo en su interior y cuando durmieron juntos, él lo hizo armado.
Ahora que lo pensaba… incluso los picaportes de la casa eran de plástico… como muchas otras cosas. La casa estaba aislada, la electricidad y el gas no podían hacer mella en ella.
Rachel se vio obligada a cambiar su forma de actuar en la Torre cuando tanto Ricardo como Kori empezaron a mirarla y a susurrar. Allí se percató de que sus noches en vela preocupaban a los jóvenes amantes que la veían como a su pequeña. Esa misma noche, tomó el coraje para conjurar una protección en su sueño. Su cuerpo no emitiría ni un solo ruido. Pasaría una noche en plena calma. En apariencia, porque la realidad era totalmente diferente: aunque su cuerpo no lo demostrara, el horror continuaría. Una y otra vez. Noche tras noche. Hechizo tras hechizo…
El estrés comenzó a acumularse en su sistema. La falta de exteriorización de sus temores modificó sobremanera su humor. No lo definiría como violencia, pero si como agresividad. Un ejemplo de ello era el grito que había recibido Garfield, algo que a su vez terminó con la destrucción de los ventanales que estaban cerca —aún estaba pensando en cómo disculparse por ello—.
Sus pies se mecían sobre el agua marina y su pálida piel apenas percibía los rayos del sol. Su humor era impredecible. Algunas veces, estaba tan deprimida que podría hundirse en un mar de lágrimas. Otras, paranoica o enojada. También solía sentir una extraña y aterradora euforia que le llenaba el estómago, acompañada de una descarga de adrenalina. ¿Acaso así era como Jason se sentía a diario? Era ineludible la conexión que había forzada entre la mente del muchacho y la suya. Cada noche se fusionaba con los recuerdos más oscuros del joven y cada mañana sufría sus daños colaterales.
-Tranquila –se dijo a sí misma-. Soy Rachel Roth –porque en ese estado de vulnerabilidad no podía ser la máscara de heroína-. Y todo eso no me pasó a mí. Soy Rachel… -y recordó, también que así la llamaba Jason-.
Desesperada por un poco de estabilidad volvió a lo palíndromos en un mero intento por buscar en el recuerdo de una madre ausente algo de consuelo. Los juegos de palabras que ya eran cada vez más largos, cada vez más complejos, ya eran poemas
"Alameda, racimo, leve rayo,
ópalos de salina sed, la clara
mar, alcaldesa: ni la sed solapo,
o ya revelo mi cara de mala."
El calor de la madera del muelle la llevó a pensar en otros detalles de sus días con el ladrón: no tenía fósforos ni encendedores —y ella entendió a la perfección la razón detrás de eso. Su piel, de hecho, lo había percibido sin las cicatrices físicas—. Con solo soñar sus recuerdos, a ella también le daban ganas de poner vidrios polarizados en las ventanas junto a grandes y pesadas cortinas. Si no, ¿por qué una persona tendría un auto viejo en su patio? Jason lo tenía allí para cubrir la ventana que daba a la calle.
De hecho, ella en esos momentos se encontraba fuera de la Torre porque se sentía observada. Estaba segura que solo se trataba de la paranoia que las pesadillas le regalaban pero no podía quedarse más tiempo allí sin sentirme mal. Tal vez por eso Jason estaba tan obsesionado con el anonimato, con vivir en un barrio que se rige por un código de confidencialidad férreo similar a un voto religioso.
Otra cosa que podía destacar de sus "sueños" —con comillas, porque en realidad de trataban de horribles memorias de la vida de alguien más— eran los rostros que aparecían con frecuencia. Mientras se recostaba para contemplar el despejado cielo que se alzaba sobre su cabeza, intentaba controlar su respiración para calmarse un poco. Pensaba en el momento en que tomó coraje para buscarlos en los archivos. Esos nombres… Esos antecedentes… Tendría que haberlo intuido cuando el ladrón mencionó a Queen… Quinzel, la mismísima pareja del príncipe payaso del crimen de Gótica. Había oído rumores de ellos, historias —ciertas oraciones que habían salido en algún momento de la boca de Ricardo—, pero leer los archivos que el mismísimo Batman había redactado era algo a otro nivel.
Así, las noches pasaron como un tormento eterno. Vomitar por el pánico, llorar por la miseria y gritar del dolor mientras nadie la observaba de día ya era una rutina. Su mente estaba a un solo paso del colapso. Cada tanto, algún cristal se rompía sin previo aviso. Sus emociones se mezclaban con las de sus compañeros y dejaba a todos de mal humor o temerosos. Las noches se convertían en momentos de vigilia, esperando el amanecer, bebidas energéticas y café. Lo que sea que evitara que cayera dormida y tuviera los horribles recuerdos ajenos —que para ese punto ya no distinguía si se trataban de las vivencias de Jason o de productos mal elaborados de su mente, basados en las memorias del muchacho—.
Solía pasar las noches dentro de la bañadera con el agua helada rodeándola y cubriéndola desde la regadera para mantenerse despierta. Cualquiera que la viera en sus momentos de privacidad vería a una niña inmersa en una situación traumática, pálida, hambrienta –porque comer le costaba. Su estómago se cerraba-, con ojeras tan rojas como tan sólo el llanto y el sueño permiten, cubierta de los vestigios de lágrimas viejas, con el nacimiento de las nuevas, tartamudeando, temblando y meciéndose mientras pronunciaba mantras mezclados con súplicas. Debía admitir que era buena mintiendo, porque por la mañana la apatía volvía a su ser. Temía las consecuencias de su estado, ¿la consideran un potencial peligro o una víctima? ¿Cómo explicar su estado sin exponerlos a todos? ¿La culparían como lo hacen los policías con las víctimas de violación? ¿Era ella una víctima de violación aun o tenía una relación consensuada? ¿Estas preguntas importaban siquiera?
Toda su vida había cambiado abruptamente, incluso, sus visitas constantes a la cafetera la había llevado a comenzar un ritual de investigación sobre crímenes violentos con Tim —que se la pasaba cerca del viejo cacharro que llamaban máquina de café— durante la noche. El actual líder de los Titanes parecía no dormir nunca. Siempre estudiaba y entrenaba. Era una máquina de hacer cosas y Raven supuso que debía ser duro vivir bajo la constante presión de ser un Robin.
-Gracias, Raven –había dicho el líder luego de trasnochar tratando de resolver casos, y ella se había sentido útil y distraída-.
La mayoría se resolvían con sólo pistas en papel que finalizaban con una llamada a la central de policía y una típica oración similar a: "habla Robin, el culpable del caso tal es tal sujeto". Así de fácil. La policía confiaba ciegamente en los Titanes y aún más en Robin. Después de todo… era Robin y existía la creencia de que era perfecto, al igual que su mentor. Algunos, incluso, dudaban de su humanidad.
Parecía que el mundo entero le pedía ser perfecto. Como si no hubiera otra alternativa para llevar el título de Robin. Además, en boca de todos siempre había lugar para una comparación con Ricardo y, sin embargo Tim no se dejaba desanimar y continuaba diligentemente con su trabajo. Y Raven se convirtió en su silenciosa compañera de noches junto al café, comida chatarra, más café y cosas con azúcar. La dieta de ambos se volvió poco saludable y el estrés continuó su escalada, como si una fecha de entrega inaplazable los persiguiera a ambos —cuando en realidad, en el caso de la joven el problema estaba en dormir en sí—.
Recostada en el muelle, con sus pies siendo acariciados por el agua, Raven se dejaba acunar por The Enemy de Mumford and Sons, la canción que su i-pod reproducía una y otra vez. Allí tuvo otro momento de lucidez. El Joker secuestrando a un niño de quince años, torturándolo durante tres largos años en los que Jason esperó a su salvador hasta perder toda la esperanza. El corazón roto al verse perdido en ese bucle de dolor. El dolor de los años posteriores, mientras sus heridas sanaban y él asimilaba que había sido olvidado. Y únicamente podía haber una razón para que ese maniaco se ensañara tanto con el joven. Sólo podía existir un vínculo tan fuerte entre Jason y sus captores… Sí. Se conocían de antes. El petirrojo, con las alas rotas, muerto en sus brazos. ¿Qué otras pruebas necesitaba? Jason era Robin… o mejor dicho, lo había sido. Era probable que ese Robin en verdad estuviera muerto, porque el hombre de veinticinco años con la Jota marcada con hierro candente en su mejilla no se parecía en nada a un Robin. Tal vez si sus movimientos en batalla, pero nada más.
Una de esas noches que pasaba con Tim, Raven se ofreció a buscar más café. Ella recordó que Ricardo había vuelto a pasar una noche con Kori, por lo que procuró no hacer mucho ruido al pasar por su habitación sin estar segura si estaba allí o en la de la alienígena. Los largos y silenciosos pasillos de la Torre se encontraban a oscuras y ella se podía mover entre ellos gracias a la familiaridad con la misma. Sin embargo, una luz encendida captó su atención. De haber sido otro día, no habría reparado en ella, pero en ese momento de alerta continua todo lo parecía una amenaza —cortesía de los traumas de cierto ladrón y de ella por meterse en su mente—, por ende se transformó en una sombra e ingresó en la habitación.
Grandes pantallas encendidas mostraban a todos los integrantes de la Torre durmiendo, menos a Tim, a ella claro esta y a… Nightwing, quien se encontraba en la sala de vigilancia. Una que nadie solía usar. Incluso, las cámaras en las habitaciones estaban apagadas, por la privacidad de todos. O eso se suponía. Ricardo, al haber perdido de vista a Raven, comenzó a buscarla por todas las cámaras.
Entonces, reprimiendo un ataque de pánico, la joven se teletransportó a una cafetería del otro lado del hemisferio, tomó los cafés de unos hombres de negocio que merendaban y se apresuró a reaparecer frente a la puerta del estudio de Tim. A los ojos de Ricardo, ella sólo había ido a buscar un café menos aguado que el de la Torre.
Pero su respiración apresurada no se podía ciertamente ocultar por mucho tiempo; el reciente descubrimiento la ponía aún más alerta y nerviosa. ¿Él había visto a Red X entrar y colocar las flores y las cartas? ¿La vio en un estado desastroso y humillante tras sus primeros encuentros? ¿Él sabía? El labial rojo en la entrada de su baño volvió a su mente con tanta fuerza que fue lo único que pensó mientras enrollaba los hilos de colores para la pizarra de Robin.
Rachel estuvo toda la noche –y las que le siguieron- con el corazón en la boca. Esta vez, la sensación de sentirse observada era real. Demasiado real. Y se vio obligada a luchar contra sus deseos de salir corriendo y esconderse en alguna parte. Pero no tenía a donde ir.
Al día siguiente, luego de que Nightwing saludara a todos los Titanes, ella fue la primera en recluirse. Pero no en su habitación, sino en la sala de vigilancia. Todo el día se la pasó viendo las grabaciones y llegó a la conclusión de que cada vez que Ricardo visitaba la Torre los espiaba —algo que le dio paz al confirmar que entonces él no sabía nada del trato y la relacion que había entablado con Red X—. No sabía si sus "observaciones" eran para protegerlos o para controlarlos. Tampoco sabía cómo sentirse. ¿Lo hacía porque estaba preocupado? ¿O porque como en una cadena de mando militar cualquier error de los Titanes recaía en Tim, que a su vez caía sobre Nightwing y luego sobre Batman? ¿Se trataba, acaso, de un efecto de la presión de ser un chico maravilla? ¿La presión de llevar ese distinguido apellido?
¿Cómo era, entonces, la vida privada de los Wayne? ¿Debían ser siempre perfectos? Era sabido que con el nombre, el dinero y la familia llegaban otras cosas como el duro entrenamiento y las lecciones interminables, la entrega y el sacrificio. Después de todo, eran casi los únicos humanos que pertenecían a la Liga o que podían llegar a aspirar a ella. ¿Era ese el precio? Por lo tanto, la pregunta era obvia: ¿Jason no pudo con ello? ¿Cómo había sido Jason como Robin? Preguntas y preguntas y preguntas. Miles de interrogantes rondaban por la mente de la joven y no podía ser bueno —pero al menos, la mantenían ocupada y evitaban que tuviera que ir a dormir y tener su terrible dosis de pesadillas—.
En los días que le siguieron a ese, y por mucho tiempo más, Rachel continuó con su investigación. Aun cuando un nuevo integrante había llegado, ella estaba demasiado ocupada. No había rastros de Jason por ningún lado; se hablaba de un segundo Robin, pero la prensa parecía confundirlo con Tim. Ella podía notar la diferencia porque los conocía y sabía distinguir sus cuerpos aun detrás del traje, sus rostros aun detrás de la máscara. En los archivos de los Jóvenes Titanes no había ninguna solicitud para que un nuevo Robin anterior a Tim ingresara… Entonces, ¿cómo era posible que nadie supiera de Jason? ¿Lo habían borrado? ¿Ese era el destino para quienes no lograran estar a la altura del uniforme? O peor aún, ¿Batman consideraba que Jason no había estado a la altura? ¿Él sabía lo que le pasado? ¿Lo había abandonado a su suerte? Según las memorias de Jason, eso era lo que había sucedido… había sido reemplazado por alguien más joven y eficiente —y eso explicaba la violencia que aplicaba hacia el líder de los Titanes cuando interceptaban alguno de los crímenes de Red X—. Él sentía. ¿Lo culpaba de su situación? ¿Tim sabía acaso de Jason? ¿Batman lo usaría como escarmiento, en el sentido más estricto de "Mantente a la altura o terminaras como tu predecesor"? ¿Batman sería capaz de decir algo así? Ella no lo conocía y dudaba que existiera alguien que realmente lo hiciera.
El muelle se había convertido indudablemente en su nuevo lugar favorito. Sus pies pasaban más tiempo sumergidos en el agua que fuera de ella. Y ese miércoles, sus pensamientos volvían a Jason —siempre lo hacían, de hecho. Sin falta. El ladrón estaba en su mente con constancia, como si desde una pequeña y malévola semilla hubiera crecido un aterrador sauce llorón de pantano y hubiera echado raíces entre sus neuronas. —. La pregunta del día –porque a ella le gustaba torturarse con una pregunta a la vez para poder sobre analizarla al máximo- era: ¿Por qué había robado el traje de Red X?. Las hipótesis no tardaron en llegar, renovadas gracias a su nuevo conocimiento ¿Trataba de logar algún tipo de venganza? ¿Era para demostrar la ineficiencia de su reemplazo o se trataba de un trastorno de disociación? Sin embargo, lo que sí estaba claro que había una finalidad tras el hurto de dicho traje y no otro, de permanecer en esa ciudad y no en otra, de atacar con toda su ira a Tim cuando con Ricardo sólo había burlas—. En el año en que Jason había sido Red X había logrado causar más problemas que todos los maleantes de la ciudad en la última década —y eso que no estaba contando el hecho de haberla chantajeado a ella. Ni quería pensar en eso. Si él en serio era un ex Robin entonces estaba más jodida de lo que pensaba, estaba entrenado enserio… ¡por Batman! Podía no salir viva de esa "relación"—.
Entonces, en la mitad de sus pensamientos sobre un posible homicidio en medio de un ataque de ira, con ella como víctima, algo la tomó del tobillo y fue arrastrada hacia el interior del mar. Su primera reacción —tras un pequeño infarto por el simple hecho de ser misteriosamente abducida por el mar— fue aspirar una fuerte bocanada de oxígeno. Cuando la espuma inicial se hubo disipado, sorprendida se encontró con el rostro sonriente —y ciertamente divertido— de Aqualad. Garth no llevaba ni una semana en la Torre y ya se había hecho amigo de todos, menos de Raven, claro está, quien con suerte le había contestado alguna pregunta curiosa que este había hecho los primeros días de su estadía con los Titanes.
Quiso enojarse con el muchacho, pero sus ojos empezaron a arder por el agua marina y el aire empezó a hacerle falta a su cerebro, la falta de aire traería en pocos instantes los recuerdos de las torturas a su mente y no sabía que implicaciones tendrían sus poderes bajo el agua si estos llegaban a descontrolarse. Un simple gesto bastó para que el atlantiano creara una máscara semejante a una medusa para dejarla ver y respirar. A penas Raven recuperó el aliento, él le hizo señas para que lo siguiera. Lentamente, comenzaron a sumergirse más y más profundo, hasta llegar a una gran masa de algas verdes. Total, ¿qué más tenía que hacer? ¿Pensar? Prefería nadar.
-Shh –gesticuló el joven-. No hagas movimientos bruscos. Sólo observa la magia.- y esta apareció.
Aqualad estiró la mano y con delicadeza corrió a las algas. Fue entonces que a sus ojos se alzó una concentración de kril bioluminicente que hacia resplandecer todo el lugar. Raven se quedó sin aliento, no porque la burbuja de aire hubiera estallado, sino por la belleza del escenario que tenía ante ella.
-Tranquila –volvió a hablar Garth, tomando su mano-. Son inocuos. –y su amable y hermosa sonrisa la convenció-.
Era un joven de piel blanca como ella, cabellos negros y ojos celestes, de un color vivaz, como el cielo en el primer día de primavera. Demasiado amable, un encanto de persona. Fuerte y ágil, buen peleador, recordaba que una de sus compañeras lo había definido "un buen partido" y, para ser sincera, bajo esa la tenue luz que se filtraba por el agua ella le daba la razón.
Lentamente, él la guió a la mitad de la colonia. Los diminutos seres en seguida se aclimataron a su presencia —debía ser sin lugar a dudas obra del Atlantiano— y nadaron junto a ellos de la mano.
-Hacen cosquillas –destacó Raven, soltando una suave risilla-.
-Pensé que debía mostrarte algo hermoso para que me permitieras ver tu sonrisa –decía, luciendo honesto-. Suponía que sería hermosa como ellos, pero debía asegurarme. Y no estoy para nada decepcionado –el joven exhalaba amabilidad por todos sus poros, amabilidad sazonada con un toque de seducción. En ese momento a Raven le pareció que era como una bocanada de aire fresco-.
Debía admitir, a su vez, que el piropo la tomó por sorpresa. Era extraño recibir ese tipo de comentarios dirigidos hacia ella —es más, estaba acostumbrada a que fueran comentarios que chicas hermosas como Kori recibieran—. Sin embargo, se sintió alagada, le gustaba sentir que su presencia tenía un poco de importancia para sus compañeros, fuera de ámbito "laboral". Por eso, decidió pasar el resto de la tarde bajo el mar descubriendo maravillas. Y así fue como comenzó una ligera amistad con el Atlantiano.
Ambos compartían un gusto sublime por la poesía y la música clásica. El nuevo integrante se llevaba bien con todos los integrantes del grupo gracias a su versátil personalidad —similar a una corriente de agua— sin embargo, a Raven le dejó un gusto amargo en la boca. La hizo darse cuenta de que sus compañeros no se mostraban tan amigables con ella desde hacía varios años ya. La amabilidad de Garth ponía en evidencia el vacío que le dejaban el resto de los Titanes. Por primera vez en años, fue consciente de cómo era ignorada, de cómo ella podía ausentarse por días sin que nadie lo notara —las mirada preocupadas de Kori y de Ricardo no contaban, porque sólo eran eso. Y únicamente estaban allí cuando Ricardo hacia sus visitas a la Torre—.
Mientras esos escasos momentos de paz ocurrían junto al nuevo, los problemas para dormir aumentaban. Se esforzaba en intentar no causar problemas, pero sus cambios de humor a veces afectaban el estado de sus compañeros, y principalmente a Kon debido a que era especialmente receptivo, a causa de su telequinesis táctil, habilidad que recientemente había descubierto. Con un pequeño roce, Rachel modificaba el humor de Kon-L. No sería un problema de tratarse de cualquiera otro Joven, pero él era propenso a las explosiones de ira. Sus poderes convertían cada rabieta en un asunto de interés para todos los Titanes.
Sin embargo —algo que llegó a molestarle, pero supuso se trataba de sus alteradas emociones por falta de sueño—él no era visto como un peligro por nadie. Después de todo, los kryptonianos eran los buenos de la película. Y le parecía injusto —y en el fondo le dolía—: tanto ella como Kon eran peligrosos. Pero sólo Raven era discriminada por decirlo de alguna manera por ser la hija de Trigón. A Kon siempre se le permitía el beneficio de la duda, por ser de la casa de El, por ser clon de Superman. De hecho, entre más lo pensaba, todos sentían una cierta compasión por él, por su lucha de entablar una relación con Kal, su esposa y Kara, por intentar ser un buen kryptoniano. ¿Y ella? ¿Qué pasaba con ella? A nadie le importaba su propia lucha por ser una buena humana.
En una de esas tardes de caos mental, Tim la llamó para entregarle algunos somníferos bastantes fuertes que ni soñar te dejan.
-No sé qué te está ocurriendo y también sé que ésta no es la solución –había dicho el líder-. Pero necesitas dormir.
Un parche. Eso eran. Pero no le importaba. Decidió no leer las indicaciones, pues ella ya las conocía. Dependiendo de la dosis podían dejarte atontado o dormido y se vendían bajo receta, dado que podía generar dependencia —y en caso extremos, adicción—.
Raven no era precisamente fanática de los medicamentos, pero la tentación de dormir por una noche entera sonaba demasiado bien. Tanto, que fue ineludible. A su vez, Tim le adjuntó a las píldoras para controlar el trastorno explosivo intermitente unas pastillas para la ansiedad y otras cuyas funciones no conocía pero confiaba que servían para aliviar su estado de ánimo, cosa que de hecho funcionó. Rápidamente, se encontraba más dispuesta a estar en grupo y a reír con sus compañeros, dejando atrás las preocupaciones que la habían asolado durante esas últimas tres semanas.
La mente de Raven se encontraba felizmente atontada en un remolino de éxtasis, volviéndose más amigable y en cierto sentido, más Titán. Ahora, era la clase de persona que los demás querían que fuera.